Gobierno situado: habitar
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13 mayo, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
En 1981 Gilles Deleuze dictó un curso en la Universidad de Vincennes con el título Pintura, el concepto de diagrama. La clase del 7 de abril tenía por tema Del cliché al hecho pictórico. Deleuze arremetía contra la idea —“de una estupidez increíble,” dice— de la página en blanco y la angustia del escritor por llenarla o, más bien, por ser incapaz de hacerlo. No hay página en blanco, asegura el filósofo: la página está ya llena de palabras leídas u oídas, de historias, cientos de historias. Tan llena que es eso lo que dificulta poder escribir: no hay lugar para añadir nada más. “Escribir será fundamentalmente borrar, fundamentalmente suprimir.” Para Deleuze, nadie escribe con la cabeza vacía —recordemos cuántos escritores se han presentado primero como lectores. La cabeza está llena, ¿de qué? “Diría que de ideas completamente hechas —explica—, que ustedes podrán muy bien encontrar originales. Ideas completamente hechas no quiere decir forzosamente ideas que los otros también tienen. Pueden tener ideas propias y al mismo tiempo completamente hechas. Fáciles, fáciles.” Escribir es, entonces, seleccionar entre todas esas ideas hechas; borrar, suprimir. En la pintura pasa igual, dice Deleuze: “también es estúpido creer que la tela es una superficie blanca.” Antes de que el pintor comience la tela —virtualmente— está llena de imágenes hechas, así como la página lo estaba de ideas hechas, de clichés, imágenes preconcebidas que habrá que borrar y suprimir. Se pinta, como se escribe, por sustracción.
Robert Rauschenberg (22 de octubre 1925 – 12 de mayo 2008) entró a estudiar al Black Mountain College en 1948. Ahí enseñaban Josef y Anni Albers, John Cage y Merce Cunningham, BUckminster Fuller y Walter Gropius, entre muchos otros. Branden Joseph cuenta que “el 18 de octubre de 1951, tres días antes de cumplir veintiséis años, Robert Rauschenberg envió una carta a Betty Parsons del Black Mountain College anunciando que había completado sus White Paintings.” En la misma carta, Rauschenberg describe esas pinturas diciendo que “tratan del suspenso, la excitación y el cuerpo de un silencio orgánico, la restricción y la libertad de la ausencia, la plenitud plástica de nada, el punto en el que un círculo empieza y termina.” Las White Paintings eran aun producidas por acumulación literal, aunque probablemente por sustracción en el sentido que le da Deleuze.
En 1953 Rauschenberg le pidió a Willem de Kooning, uno de los pintores más admirados de ese momento en Estados Unidos, un dibujo para borrarlo. Rauschenberg cuenta que ya había probado borrando dibujos suyos, pero no tenía ninguna sentido hacerlo: “me di cuenta de que tenía que ser algo de alguien que todo mundo pensara que era bueno, y la persona más indicada para eso fue de Kooning.” En 1948 De Kooning había aconsejado a su amigo Franz Kline (23 de mayo 1910 – 13 de mayo 1962) a pintar proyecciones sobre el lienzo que éste reducía a trazos caligráficos que ya no representaban nada, marcas negras sobre la tela blanca. Pero lo que Rauschenberg le sugirió no convencía a de Kooning. Sin embargo, accedió y le dio un dibujo —”debe ser uno que valga la pena,” dijo. Rauschenberg tardó un mes en borrar cuidadosamente los rastros del dibujo hasta que consiguió desaparecerlo. El gesto no tenía nada de destructivo para Rauschenberg quien, según Joseph, lo veía como la producción de “una no-imagen monocroma.” Junto con la serie de pinturas blancas, Rauschenberg hizo otra de pinturas negras, y tras borrar a de Kooning vendría la serie roja. Después trabajaría collage y litografías.
No es seguro que el acto de Rauschenberg al desaparecer un de Kooning sea la mejor demostración de las ideas de Deleuze —quien para su análisis de la pintura y de la idea del diagrama vuelve constantemente a la obra del inglés Francis Bacon. Pero se puede decir de ambos, Rauschenberg y Bacon —éste manchando y borroneando la tela una y otra vez—, buscan aquello que tanto en el pintar como en el escribir, según Deleuze, debe ser presentado como una serie de sustracciones y de borrados.
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