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Columnas

La arquitectura recobrada

La arquitectura recobrada

3 mayo, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

El mismo día en que se supone que Helena de Constantinopla, madre del emperador Constantino, encontró la Santa Cruz en la que murió Jesucristo, pero 1607 años después, el 3 de mayo de 1931, nació Aldo Rossi en Milán.

Se graduó en 1959, tras diez años de haber entrado a estudiar arquitectura en el Politécnico de Milán. De 1955 a 1964 fue redactor de la revista Casabella, que dirigía Ernesto Nathan Rogers, el tío italiano del Barón Rogers of Riverside. Fue también profesor en el mismo Politécnico. El fotógrafo Gabriele Basilico, alumno suyo entre el 64 y el 65, dice que desde entonces Rossi “emergía con toda evidencia por su lucidez intelectual y la claridad de sus intenciones, además de por haber tenido el valor, tras mil travesías y duras confrontaciones con las autoridades académicas e institucionales, de afrontar un pensamiento inédito e innovador en relación a las transformaciones de las cambiantes condiciones sociales.” En 1966 publicó La arquitectura de la ciudad, libro en el que no es la arquitectura la protagonista, sino la ciudad, su textura y su geografía, que también son una historia y, de cierto modo, memoria.

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Sólo se puede decir que la de Rossi es una arquitectura de la memoria si no hacemos de ésta un sinónimo del recuerdo. La memoria está hecha tanto de recuerdo como de olvido, pues para pensar —escribió Borges a propósito de Ireneo Funes, el memorioso— hay que olvidar: olvidar las diferencias, es decir, generalizar. De la investigación de Rossi —y todo proyecto es una investigación— se puede decir lo que Deleuze escribió de la búsqueda —la Recherche— de Proust: esta enfocada hacia el futuro y no hacia el pasado —lo que parecería evidente para cierta idea del proyecto: aquello que es lanzado hacia delante. Para Deleuze la obra de Proust “no se trata de una narración de la memoria involuntaria” —la cadena de recuerdos desatada por el olor de la magdalena—, “sino de la narración de un aprendizaje.” Deleuze afirma que “aprender concierne esencialmente a los signos. Los signos son el objeto de un aprendizaje temporal y no de un saber abstracto. Aprender es considerar una materia, un objeto, un ser, como si emitieran signos por descifrar, por interpretar. No se llega a carpintero más que haciéndose sensible a los signos del bosque, no se llega a médico más que haciéndose sensible a los signos de la enfermedad.” No se llega a arquitecto más que haciéndose sensible a los signos de la ciudad.

Por supuesto la arquitectura de la ciudad es una arquitectura de la memoria, esa que al recuerdo sabe sumar el olvido: “este libro —escribe en su Autobiografía científica— habría podido llevar por título Olvidar la arquitectura, porque puedo hablar de una escuela, de un cementerio, de un teatro, pero siempre será más exacto decir: la vida, la muerte, la imaginación.” Si su autobiografía es científica es porque no son simplemente unas memorias. La autobiografía “es el único modo en que puedo hablar de mis proyectos”, dice, “aunque ninguna de las dos cosas tienen importancia:” ni la autobiografía ni los proyectos. La memoria es sólo una parte de los afectos que provoca la arquitectura o, más bien, el lugar: “cada lugar es recordado en la medida en que se convierte en lugar de afectos o en la medida en que llegamos a identificarnos con él.” Pero la identidad tampoco se entiende sólo como un efecto del recuerdo, cerrado sobre sí mismo, inmóvil para siempre. También en su Autobiografía, Rossi dijo interesarse por libros de inmunología y cita una definición de Ivan Roitt: “la memoria, la especificidad y la capacidad de reconocer lo ajeno (non-self), yacen al centro de la inmunología.” Al igual que la memoria es recuerdo y olvido, para Rossi la identidad —como la repetición— es diferencia: “nada puede ser bello si está referido tan sólo a sí mismo o a su propio uso.”

“Tenemos la tendencia a ver en la repetición de una misma forma o tipología un proceso que tiene más de recuerdo que de olvido” —escribe Can Onaner en Aldo Rossi et les images architecturales de l’oubli. Pero es justamente el olvido lo que permite el entendimiento de la tipología y de la arquitectura para entenderlas como parte de la textura de la ciudad, lo que permite, en palabras de Rossi, “diseñar construcciones que, por así decirlo, preparen un acontecimiento.” Más que las cosas mismas —escribe en otra parte de su Autobiografía— “es la aparición de las relaciones entre ellas lo que determina nuevos significados.” “Aquí se detiene la búsqueda; su objeto es la arquitectura recobrada.”

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