25 noviembre, 2015
por Salvador Quiroz
1.
El Diplodocus longus, parte de cuyos restos fósiles fueron hallados en 1878 por el investigador Othniel Charles Marsh en el pueblo de Como Bluff, Wyoming, es un ícono de la paleontología moderna. Para 1890, la especie fue renombrada como Diplodocus carnegiei por J.B. Hatcher, del Museo Andrew Carnegie de Pittsburgh, en honor al fundador y patrocinador de las expediciones de “gigantes” que se hacían en aquella época. Fue precisamente gracias al financiamiento de este museo que se encontraron los restos faltantes del espécimen. Carnegie era uno de los hombres más ricos del mundo en ese momento. Inspirado por el interés del rey Eduardo VII de Inglaterra por incluir una réplica de esta “nueva especie” en el Museo Británico, Carnegie ordenó hacer una serie de copias del ejemplar, las que fueron incluidas en las muestras permanentes de museos en Francia, Austria, Alemania, Argentina y finalmente en el Museo del Chopo en la Ciudad de México, gracias a Alfonso L. Herrera en 1931.
Según las crónicas de Adrian Desmond, incluidas en el libro Los dinosaurios de tierra caliente, la réplica del famoso ejemplar destinada a México se fabricó, transportó y montó en el Museo del Chopo por W.J. Holland, a un costo de $30,000 dólares americanos. Desmond escribe: “Con una promoción tan esplendida, es entendible que el Diplodocus sea uno de los habitantes más conocidos del mundo antiguo.” Otro ícono de la Ciudad de México, esta vez en el ámbito del urbanismo y ubicado en el bosque de Chapultepec, es el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental (MHN). La edificación de moderna arquitectura, diseñada y construida por el aqruitecto Leónides Guadarrama en 1964 como parte de las obras que darían la bienvenida a los Juegos Olímpicos de 1968, está íntimamente vinculada al Diplodocus antes mencionado.
Con sus 15,000 metros cuadrados construidos, el MHN respondió al planteamiento museológico dirigido por el doctor Dionisio Peláez de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional y al guión museográfico del arquitecto Ernesto Valdés, junto a los estudiantes de artes plásticas de las academias de San Carlos y la Esmeralda del INBA, quienes fueron los coordinadores del desmontaje y reinstalación en el nuevo museo del, para entonces, ya famoso Diplodocus.
2.
En el 2013, la Secretaría de Recursos Naturales del Gobierno de la Ciudad de México licitó por invitación el “Proyecto de Renovación de 4 Bóvedas del Museo de Historia Natural”. Posteriormente, en 2014, la empresa museográfica Concepto M, a la que se adjudicó dicha licitación, solicitó por cuenta propia al Instituto de Geología de la UNAM un informe completo sobre las condiciones del Diplodocus en aquel momento y su viabilidad de restauración y reubicación dentro de las mismas bóvedas. Este informe, realizado por el maestro René Hernández Rivera, concluyó que era conveniente y necesario restaurarlo, además —de acuerdo con la opinión de prestigiados investigadores internacionales—, el Diplodocus había sido rearmado equivocadamente, modificando la postura y estructura del espécimen, y que su ensamblado no correspondía al modelo realizado anteriormente por el Museo del Chopo, que sí había seguido los pasos de Holland, igual que el Museo Británico.
Fotografía: María Eugenia Díaz Batres
Al parecer, la decisión de modificar la postura original del Diplodocus no correspondió a razones científicas ni de divulgación, sino a la necesidad de ajustarse al reducido espacio de las salas diseñadas. Así, cuando se constató que este carismático ejemplar rebasaba las dimensiones de la bóveda que lo recibía, el equipo museográfico del arquitecto Valdez decidió montarlo sin sus soportes originales, afectando, entre otras cosas, algunos componentes de su anatomía, particularmente en su cintura y extremidades y forzando la cola en espiral, aunque los expertos indicaron que ésta no debía tocar el piso.
Aunado a eso, Concepto M decidió estudiar a fondo las propiedades del edificio antes de proceder a su remodelación con la participación del ingeniero Gerson Huerta, que realizó un análisis estructural mediante el método del Elemento Finito. Para mayor precisión se obtuvieron algunas muestras del concreto de la estructura del edificio del MHN y así, con la ayuda de programas de cálculo especializados, se estudió la condición estructural real de las bóvedas de Guadarrama. La conclusión fue que si bien éstas están hechas con concreto correctamente mezclado y con la resistencia estructural suficiente para soportar las nuevas instalaciones del proyecto de renovación, sí se descubrió que no había sido correctamente vibrada la cimbra, ocasionando innumerables cavidades de aire, limitando su impermeabilidad y, por ende, incidiendo en la capacidad de las bóvedas para soportar las lluvias. Lo anterior explica que, aún con la marcada pendiente, el paso franco de agua y humedad hacia el interior del edificio, a lo largo de los años, ha redundado en permanentes goteras y humedad, a las que hoy se intenta poner atajo mediante la colocación de lonas de gran tamaño, sin lograr detener la creciente descomposición de las colecciones que se albergan bajo él. Adicionalmente, este mismo defecto de impermeabilización impide actualizar las instalaciones eléctricas y de aire acondicionado, obsoletas desde los setentas. A lo anterior debe sumarse la mala acústica del recinto, así como su deficiente iluminación y la falta de tecnologías sustentables para su funcionamiento. Siendo todo lo anterior condiciones inadecuadas para ambientes museográficos permanentes y de calidad.
3.
Más de 50 años han transcurrido desde la inauguración de ambos íconos patrimoniales. En este plazo se han constatado deterioros notables, tanto en la estructura física de ambos valores, como en los propósitos educativos que se pretendieron en su origen. Urge un plan maestro inteligente y con visión, primero. Mejorar el envolvente del edifico después. Actualizar las instalaciones y equipamientos del conjunto. Restaurar y ampliar las colecciones involucrando al sector público y privado en un esfuerzo conjunto. Hay que respetar el tiempo de los equipos multidisciplinarios seleccionados y competentes en la tarea de mejorar y actualizar el MHN de México, como aquellos que en su momento embellecieron los museos de historia natural de Nueva York y Los Ángeles en los treintas, y en beneficio de la divulgación científica. Solamente así podrá promoverse integralmente un trabajo de calidad que evite repetir la historia vista hasta hoy.
Fotografía: María Eugenia Díaz Batres
Se tuvo la iniciativa de financiar un proyecto a nivel ejecutivo, que se encuentra ya completamente terminado y listo para ejecutarse a mediano plazo, además de pagado. Su realización involucró los mejores especialistas del ramo. Se trata de un proyecto para ofrecer a los niños y niñas de nuestro país, después de todo este tiempo, un museo adecuado, actualizado y comprometido en la búsqueda de compromisos para informar adecuadamente, aunando nuevas experiencias. Pero las preguntas clave que hay que responder con urgencia son ¿por qué no se ejecuta dicho proyecto terminado? ¿Por qué sigue la SEDEMA gastando recursos en exposiciones temporales que no refuerzan la exposición permanente ni al edificio que la cobija? ¿De qué sirve gastar millones en un proyecto si termina archivado en un cajón y su ejecución pospuesta en el curso de los sexenios por venir? ¿Por qué no seguir el ejemplo de planeación de instituciones eficientes o directamente pedir su colaboración? ¿Por qué no dar pasos sólidos y bien planeados, sin gastos aspirina que sólo merman el presupuesto y no llegan a ningún resultado en el mediano plazo? ¿Por qué dejar las cosas inciertas o con riesgo de terminar de forma mediocre?
La implementación y ejecución del proyecto requiere de 2 años de la más eficiente y rigurosa coordinación institucional, privada y legal. El tiempo se acaba para el gobierno de Miguel Ángel Mancera. Da la impresión que la SEDEMA hizo las cosas al revés, destinando dinero para maquillar aquello que es comprobadamente deficiente. No se cuenta, por ejemplo, con un programa adecuado de acopio de donaciones taxonómicas; no existen bodegas con control de temperatura y de humedad; los espacios interiores de las instalaciones no están eficientemente distribuidos. Las condiciones actuales del MHN y sus actividades cotidianas impiden, desde hace décadas, contar con la jerarquía de “museo” que, por definición, es el espacio en que se pueda preservar, conservar e investigar el patrimonio científico y cultural. De no avanzarse por el camino correcto y a breve plazo, ¿vamos también a esperar el deterioro definitivo de las más de 55,000 ejemplares de mariposas e insectos donados con fines de investigación; o vamos a sacrificar los hermosos dioramas de representación del medio natural que hoy se encuentran mal restaurados y con sus taxonomías incompletas? No podemos darnos ese lujo. El futuro del planeta y su sobrevivencia depende en parte, al igual que el Diplodocus, de preparar a jóvenes que se hayan fascinado con el tema desde niños. Un museo de historia natural de calidad es sin duda un aporte relevante para motivar y despertar dichos intereses vitales.