Gobierno situado: habitar
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25 noviembre, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
A la semana de que murió Morris Lapidus, The Economist publicó un obituario que decía:
Cuando el Fontainebleau abrió en Miami, su arquitecto, Morris Lapidus, orgullosamente lo calificó como “el hotel más pretencioso del mundo.” ¿Pretencioso? Rápidamente corrigió el desliz: “deslumbrante” (flamboyant) era lo que quería decir, por supuesto. Sin embargo, un lexicógrafo puede notar que, en su significado anglofrancés original: hacer creer, pretencioso era la palabra precisa para describir el estilo del señor Lapidus.
Alice T. Friedman escribió que, “ridiculizado por su populismo sin pena,” Morris Lapidus fue después celebrado como “el arquitecto del sueño americano,” resultando “una figura controversial en la historia de la arquitectura de los Estados Unidos.” Lapidus nació el 25 de noviembre de 1902 en Odessa —la ciudad de la larguísima escalinata en la que cientos de obreros son asesinados en la película de Eisenstein El acorazado Potemkin. Huyendo de las persecuciones y matanzas de judíos, su familia se exilió en Nueva York, donde Lapidus estudió arquitectura en la Universidad de Columbia, recibiéndose en 1927. En Nueva York empezó diseñando interiores de tiendas y escaparates hasta que a finales de los años 40 empezó a diseñar hoteles en Miami. El más famoso de todos, el Fontainbleau, abrió en 1954. Friedman dice que “combinando estrategias de diseño de la mercadotecnia con las del diseño arquitectónico de élite, sus hoteles se convirtieron en sinónimo de los placeres y los peligros del consumismo estadounidense y de la cultura de masas en el periodo que siguió a la Segunda Guerra.” Sus hoteles, agrega, combinaban “elementos de la sobria arquitectura moderna y la tecnología más novedosa con imaginería romántica y motivos sacados de la historia y de lugares exóticos y lejanos.” De hecho, Friedman equipara a Lapidus con “Walt Disney y otros productores de entretenimiento popular del periodo,” que reconocían que “la artificialidad y la fantasía, aunque despreciadas como kitsch auto-indulgente por muchos comentaristas de la época, ofrecía una bienvenida distracción a los consumidores preocupados por la guerra fría.”
En 1996, Lapidus publicó su autobiografía titulada Too much is never enough: demasiado nunca es suficiente, un irónico guiño a uno de los más preciados lemas de la arquitectura moderna, el menos es más atribuido, equívocamente según parece, a Mies van der Rohe. Gabrielle Esperdy cuenta que Lapidus decía que hacía “simplemente lo que Louis Sullivan promulgaba: mis formas siguen las funciones,” y que en 1946 escribió un ensayo titulado Una de las funciones de una tienda es atraer. Ahí Lapidus afirmaba que la arquitectura debía satisfacer “esa intangible atracción extra dramática que todo ser humano desea.” La facilidad con la que Lapidus utilizaba cualquier forma arquitectónica, de cualquier época y lugar, combinando referencias de la vanguardia y la alta cultura con la cultura popular, el espectáculo y la decoración, hicieron que muchos lo vieran como un posmoderno avant la lettre. Su arquitectura, decía Lápidus, era realmente emocional. Friedman cita justo un texto que Lapidus publicó en 1961 titulado Architecture and emotion:
Sostengo que ninguna arquitectura ha sido jamás aceptada, ni lo será, a menos de que satisfaga la necesidad primitiva, temprana e inevitable, por ornamentar y adornar. Mies van der Rohe no puede cambiar la naturaleza humana. Ningún arquitecto será capaz de erradicar esa emoción primitiva, el primer amor por el adorno. Y más aun: a menos y hasta que lo aceptemos y lo hayamos satisfecho, nosotros, como arquitectos, no produciremos jamás una verdadera arquitectura de nuestra época.
Un año después, sin ninguna duda, Lapidus declaró: soy moderno.
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