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Contra la congestión

Contra la congestión

9 agosto, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Little Boy y Fat Man. Esos eran los nombres de las dos bombas nucleares que se lanzaron sobre Japón —el ejército puede tener sentido del humor—. Little Boy fue enviada por partes a Tinian, una isla cercana al archipiélago filipino, donde fue ensamblada. Se terminó de armar a bordo del bombardero Enola Gay, que la lanzó el 6 de agosto de 1945, a las 8:15, sobre Hiroshima. Pesaba 4,400 kilos, de los cuales 64 eran de Uranio-235 con una potencia de 15 kilotones. Explotó a 600 metros sobre el suelo, la temperatura superó el millón de grados centígrados y el radio de destrucción fue de 1.6 kilómetros. Más de 70 mil personas murieron instantáneamente y otras tantas resultaron heridas, sin contar los muertos y afectados a largo plazo. Fat Man pesaba sólo 270 gramos más que Little Boy, y tenía sólo 6.2 kilos de material explosivo, pero ya que era plutonio su potencia era de 21 kilotones. También se terminó de ensamblar en Tinian. La madrugada del 6 de agosto de 1945, el bombardero B-29, conocido como Bockscar, despegó. Su objetivo era Kokura, la ciudad que estaba en el segundo lugar de la lista para el lanzamiento de Little Boy en caso de que Hiroshima tuviera un cielo demasiado nublado. No fue así, el 9 de agosto el cielo sí estaba nublado sobre Kokura y Little Boy destruyó Hiroshima. El segundo objetivo en la lista era Nagasaki. Ahí también el cielo estaba nublado, pero el piloto encontró un claro entre las nubes y lanzó la bomba. Unas 40 mil personas murieron al instante. El doble o más moriría a consecuencia de los efectos a largo plazo de la radiación nuclear.

En el número 4 de la revista Gray Room, Peter Galison publicó un ensayo titulado “War against the Center”. Trata sobre la descentralización, no sólo urbana sino regional y tanto en la organización del territorio como de corporaciones, gobiernos y sistemas. Explica cómo tras la Segunda Guerra Mundial, grupos de analistas estudiaron la manera en que alemanes y japoneses organizaron la producción de materia prima y armamento, así como las líneas militares de mando. Entre otras cosas se percataron de que, pese al gran daño causado por las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, buena parte de la industria se había mantenido casi intacta gracias a la descentralización. Galison dice que, como parte del reporte que presentaron, se incluía una pregunta evidente: ¿qué pasaría si el objetivo de una bomba nuclear fuera una ciudad de Estados Unidos?

El 18 de diciembre de 1950 la revista Life publicó un artículo titulado “Cómo se pueden preparar las ciudades de EU para la guerra atómica”, el subtítulo decía: “profesores del MIT sugieren un plan contundente para prevenir el pánico y limitar la destrucción”. En el texto se lee:

La particular vulnerabilidad de las grandes ciudades de Estados Unidos a las armas atómicas se origina de la combinación de dos factores: la intensa congestión de las ciudades y el inmenso poder destructivo de la bomba.

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Contra el poder destructivo de la bomba poco se podía hacer, pero sí se podía actuar, en cambio, contra la intensa congestión urbana. Quien lideraba el grupo de profesores del MIT era Norbert Wiener, matemático prodigio —al pie de su foto en la revista se anota que obtuvo su doctorado en Harvard a los 19 años— y el fundador de la cibernética. Su propuesta para que las ciudades pudieran resistir un ataque nuclear era disminuir la congestión o, para usar el título de Galison, hacerle la guerra al centro. “El plan de defensa civil de Wiener [se lee en el artículo de la revista] está calculado para cumplir dos necesidades urgentes tras una crisis por ataque nuclear”. Primero, controlar el pánico de los habitantes y, en segundo lugar, permitir el transporte de servicios vitales para que la ciudad siga funcionando. Eso se lograba mediante cinturones que rodeaban la ciudad y se conectaban, en varios puntos, a la parte central, generando una amplia red de comunicación y transporte sin centros privilegiados. El texto añade que esa estrategia, útil tras un bombardeo, también traería beneficios a los habitantes en épocas de paz, al permitir un desplazamiento más rápido hacia los suburbios. Reinhold Martin dice, en un borrador de ese texto en parte escrito por Wiener, que así se concibe “la ciudad como una red de comunicación y tráfico. El peligro de un bloqueo de las comunicaciones en una ciudad sometida a condiciones de emergencia es análogo al bloqueo de las comunicaciones en el cuerpo humano.”

La posguerra no sólo trajo consigo la ideología de la ciudad —y otras muchas cosas— como un sistema de comunicaciones continuas donde lo primordial es privilegiar el flujo, sino que, en contraparte, llevó a su extremo la idea del hogar como un refugio. Los sótanos reforzados y provistos de alimentos y equipo de emergencia —incluido, por supuesto, de comunicación— necesarios para sobrevivir un ataque sin salir de casa se volvieron parte del programa habitual de la casa para la clase media estadounidense. De cierta manera la ciudad americana de la posguerra, donde el espacio privado debía bastar para mantener la vida de sus ocupantes, entretenidos y con comodidad en tiempos de paz, seguros durante un ataque, y el exterior se disolvía en una red de comunicación y transporte ininterrumpido donde, por lo mismo, el espacio público como se había conocido hasta entonces en occidente se sometía a esa lógica y, en muchos casos, prácticamente desaparecía, fue en parte una consecuencia de esas dos bombas, Little Boy y Fat Man, lanzadas el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente.

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