Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
22 julio, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El 8 de mayo de 1927 desapareció el avión en que volaban Nungesser y Coli, los pilotos en cuyo honor se nombró la calle donde Le Corbusier construyó el edificio en que vivía. El 30 de agosto de 1950 se estrelló el vuelo 903 de TWA. Ahí volaba Matthew Nowicki, el arquitecto que desarrollaba el plan de Chandigarh. Tras su muerte el encargo quedó en manos de Le Corbusier. El 20 de julio de 1956, desde su cabaña en Cap Martin, Le Corbusier le escribió una carta a Suzanne Bézard, cuyo marido, Norbert Bézard, panadero, agricultor, y ceramista, buen amigo de Le Corbusier, a quien le hizo unas piezas para Ronchamp, había muerto unas semanas antes. En la carta, un sentido pésame a la viuda, Le Corbusier dice: “mi vida me a conducido a apreciar sin límites ni restricciones a los raros tipos que hacen alguna cosa.” La frase, dirigida a su amigo Norbert, también pudo aplicarse a Robert Smithson, que murió cuando su avión se estrelló, el 20 de julio de 1973. El 5 de noviembre de 1955, a los 41 años, Carlos Lazo Barreiro, siendo entonces Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, también murió cuando se estrelló su avión, un DC3.
Carlos Lazó nació en la ciudad de México el 19 de agosto de 1914. Su padre, Carlos Lazo del Pino, también era arquitecto, al igual que su abuelo, Agustín Lazo y Velasco. Entró a estudiar en la Escuela Nacional de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1932 y recibió su título —con honores— el 22 de julio de 1938. En 1942 ganó una beca para estudiar urbanismo y planificación en los Estados Unidos.
Su primer gran proyecto fue el Hotel La Marina, en Acapulco, que inició en 1936. El edificio terminado se presentó en el número 15 de la revista Arquitectura y Decoración, publicado en julio de 1939 y dedicado a Acapulco. Ahí, Carlos Obregón Santacilia se encargó de presentar al joven arquitecto —“el tipo de arquitecto sin alardes, estudioso”— y de defender su propuesta que, según dice, algunos señalaban que era demasiado moderna para el puerto —“se ve tan bien como los barcos modernos que atracan en el puerto,” escribió Obregón Santacilia.
En el número 12 de la revista Arquitectura y lo demás, se presentó otro proyecto de Carlos Lazo, este en colaboración con Antonio Serrato: la Unidad Esperanza, Ramón Ramírez Gómez, refugiado español que estudió economía en la Universidad Nacional y llegó a ser subdirector del Banco de Obras y Servicios Públicos, elaboró un plan para que, en un terreno en la colonia Narvarte donado por el Gobierno del Distrito Federal y dispensado del pago del impuesto predial por 15 años, se construyeran doscientos departamentos de dos, tres y cuatro recámaras —más cuarto de servicio en la azotea—, con influencia, según se lee en la revista, de los construidos en los años treinta en Berlín por Walter Gropius.
Además de ser Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Lazo Barreiro fue el Gerente General de la construcción de la Ciudad Universitaria de la UNAM entre 1950 y 1952. Pero entre todos esos proyectos y puestos públicos, uno de los que más le interesó a Lazo fue el de las cuevas civilizadas. En el número 20 de la revista Espacios, publicado en agosto de 1954, se presentaron varios de esos proyectos. A diferencia de la casa que por esos años diseñó para sí mismo Juan O’Gorman, el objetivo primordial de la exploración de Lazo —en colaboración con Augusto Pérez Palacios y Jorge Bravo en algunos de esos proyectos— era “el problema de la habitación popular,” resultado del “desequilibrio que padecen los países que no han podido consolidar su economía:”
Como la principal consecuencia de su bajo costo es la adopción de espacios y dimensiones mínimas para lograr la menor superficie de construcción necesaria, se han iniciado algunas obras con carácter experimental, buscando solucionar este problema por medio de espacios excavados, con el fin de evitar por completo las obras correspondientes a la estructura.
En el comentario editorial de la revista se puede leer sobre las cuevas civilizadas de Lazo:
Esta extraordinaria realización de gran contenido social a pesar de las opiniones en contra que le niegan valor arquitectónico es, en cuanto al inteligente aprovechamiento de la naturaleza para la económica obtención de la vivienda humana, una aportación de técnico capaz y, en cuanto a la integración con el paisaje y la o obtención de espacios cómodos y agradables, una aportación de arquitecto de sensibilidad.
En su participación durante el Tercer encuentro de la Union Internacional de Arquitectos, Carlos Lazo definió cuál pensaba que era el papel social del arquitecto, diciendo al final de su discurso que ese papel “rebasa ya la dimensión de una tarea que se atenía primordialmente al crédito personal o al provecho mercantil.”
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
Paulo Tavares sostiene que debemos cuestionar radicalmente una de las presuposiciones que sostienen a la arquitectura moderna: que toda arquitectura [...]