Tiempo de sospecha
La imagen ha pasado a ser un sistema de representación en donde su visualidad ha evolucionado desde la factura de [...]
16 febrero, 2012
por María García Holley | Twitter: mariaholley
A principios del siglo XX, Guillermo Kahlo –un joven fotógrafo inmigrante de Alemania– revolucionó la fotografía de modo nunca antes visto. Las fotografías de Kahlo eran imágenes que registraban la majestuosidad del país a través de sus templos, plazas y calles. Las imágenes no sólo demostraban la factura del legado arquitectónico sino que también evidenciaban la entrada de una modernidad mexicana que progresaba a paso rápido. La grandeza de las fotografías se debía al excelente dominio de la técnica, al meticuloso estudio de las composiciones, al entendimiento del medio y el soporte utilizado. Las imágenes limpias, de composiciones armónicas, en las que regía la proporción, el equilibrio, el contraste y la geometría, dejaban ver soberbios juegos de volúmenes bajo la luz. Guillermo Kahlo lograba el híbrido perfecto entre el registro y el arte, a través de su fotografía.
Durante los años cincuenta, la fotografía jugó un papel trascendental en la consolidación de la modernidad. A través de la fotografía llegaban las imágenes de los progresos tecnológicos al mundo. Los fotógrafos de arquitectura tenían una profesión indispensable: construir los discursos de progreso de la mejor manera posible, en otras palabras, sus imágenes como constructoras de la arquitectura. En 1950, la fotografía y la arquitectura evolucionaba en paralelo. Las páginas de Arquitectura México y Calli, dos de las principales revistas de arquitectura, estaban inundadas de estas nuevas imágenes que vendían modernidad. Armando Salas Portugal, Guillermo Zamora, Julius Shulman y Luis Márquez fueron algunos de los fotógrafos comisionados en esta nueva misión: develar un nuevo México internacional y desarrollado a través de su lente.
La construcción de los discursos visuales-estéticos a través de la fotografía es una tendencia que está lejos de desaparecer. La fotografía de arquitectura ha evolucionado desde la cámara lúcida empleada por Canaletto en siglo XVIII hasta la instantaneidad de un celular. Hemos visto cambiar los aparatos de la noche a la mañana: cámaras 35mm, Reflex, Polaroid, Digital, Instagram. Nos hemos tenido que adaptar a estas tecnologías para ser usuarios, y nos damos cuenta que atrás quedaron los días en que Guillermo Kahlo pasaba horas enteras esperando a que la sombra cayera exactamente en donde resaltara la fachada con volumen. La fotografía de arquitectura seguirá cambiando conforme cambien los medios de reproducción y difusión. De las grandes fotografías comerciales de Armando Salas Portugal de El Pedregal de San Ángel, utilizadas para promocionar un fraccionamiento, hoy se opta por presentaciones de flash en donde los interactivos multimedia lejos de ser fotografías son renders… en un intento por esbozar la “imagen del futuro”, cuadros clichés de pasto verde y cielo azul.
Las revistas de arquitectura siguen y seguirán teniendo como protagonista a las fotografías, la pregunta es entonces ¿qué tipo de fotografías? Pareciera ser que el discurso arquitectónico actual está regido más por el tipo de fotografía que por la calidad de la arquitectura, varias son las sorpresas cuando llegamos a los sitios y no se parecen a las fotos. Como daño colateral, también ha mutado el papel del arquitecto y su promoción; los arquitectos tienen las riendas de su negocio a través de su cuenta en Twitter u otras redes sociales. Ya no es necesario esperar la publicación en la revista cuando casi la mayoría de usuarios de dichas redes se ven identificados con un buen encuadre y un buen filtro de Instagram. A pesar de esto, los trabajos de Jaime Navarro, Luis Gordoa, Iwan Bann, Undine Pröhl, Tomás Casademunt, Onnis Luque o Cristóbal Palma, siguen siendo una referencia coetánea de fotografía de arquitectura.
La imagen arquitectónica siempre será la tarjeta de presentación de una ciudad, el mayor bastión de sus secretarías de turismo, y por esto mismo, debe tener la mejor factura. La gente viaja para conocer la arquitectura, y más que conocerla, para fotografiarla. Existe un cierto nivel de logro certificado o reconocimiento cuando esa fotografía de la Plaza de San Marcos es propia. De entre millones de elementos que podemos fotografiar a diario, la arquitectura siempre será el objeto más recurrente. La evolución de la técnica nos ha dado más –o menos– herramientas para seguir construyendo discursos estéticos e imaginarios urbanos. Se pueden crear nuevos edificios a través de fotografías, de la misma manera en que se pueden hacer nuevos árboles a través de filtros digitales.
La fotografía de arquitectura no tiene, ni tendrá en ningún tiempo cercano, fecha de expiración. De la amplísima gama de técnicas por las que ha pasado el oficio, nunca antes sus imágenes habían sido tan instantáneas y tan artificiales. Habrá que reflexionar acerca de la acción para que la reproducción infinita de las imágenes no les haga perder el sentido. Tendremos que preguntarnos si las fotografías que tomamos con el iPhone son arte o artificio. Y tenemos que cuestionarnos si lo que estamos haciendo es documentar, registrar, compartir o componer, como un hobby o un vicio. Lo cierto es que la fotografía de arquitectura produce unas de las composiciones estéticas más interesantes del repertorio visual.
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