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Columnas

En desalojo la Torre David

En desalojo la Torre David

22 julio, 2014
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida

Hace menos de diez días la prensa venezolana anunciaba que un consorcio chino había llegado a un acuerdo con el gobierno del presidente Nicolás Maduro para desalojar el barrio vertical más grande del mundo, mejor conocido como la Torre David. Desde su ocupación en 2007 el Gobierno Bolivariano había adoptado una posición solidaria con las más de 1,200 familias que ocupaban las ruinas de un rascacielos de 45 pisos de altura, y de cierta manera la torre se había convertido en el epítome de un país, que día tras día lucha por encontrar diversos modos para reinventarse desde las ruinas, con escenarios absurdos de confort, normas que transmutan lo legal y falsos reconocimientos a una sociedad lacerada.

La Torre David es un símbolo vivo de delincuencia, pobreza, inseguridad y criminalidad, desde hace algunos años se convirtió en el centro de enfoque de numerosos artistas, fotógrafos, periodistas y arquitectos, quienes encontraron atractivo en el majestuoso modo de supervivencia y organización desde la ilegalidad comunitaria, y llegó a recibir en la pasada edición de la Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia el mayor galardón que ésta otorga, desatando una serie de polémicas alrededor del hecho de premiar al ícono activo de un fracaso económico, político y social como país. En ese momento escribí un texto sobre el tema haciendo un recorrido por las características y los vaivenes de la torre.

Hace unas horas se inició la acción de desalojo de los habitantes de la torre, una acción que se suponía tomaría más tiempo y que se infiere que responde a la solicitud del gobierno chino, nuevos dueños de la torre. Parte de las calles que rodean la céntrica zona están cerradas y la guardia nacional es quien ha prestado ayuda para facilitar el proceso de mudanza de los antiguos invasores reconocidos como inquilinos a viviendas en las afueras de Caracas financiadas por el estado. Como dirían en Venezuela, “Chequera mata galán” y hoy uno de los estandartes del socialismo del siglo XXI es canjeado con los líderes del mercado mundial para la construcción de su propio consorcio financiero en la capital bolivariana.

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La torre y el león*

Santiago de León de Caracas, nombre oficial de la capital venezolana, es un valle que, como muchas ciudades latinoamericanas, concentra en sus espacios episodios y espacios donde lo real y lo imaginario se entrecruzan para existir o dejar de hacerlo. Los años noventa representan una década que reúne los más relevantes sucesos políticos y sociales de la contemporaneidad venezolana. Allí se esconden los orígenes de un Estado agonizante que presenta, entre sus síntomas, la polarización de una sociedad, y un ambiente en el que la razón se nubla y el conflicto es la opción por convención. Veinte años después, el león regresa a la torre, como un premio a la supervivencia, el cual propicia que las miradas del mundo se vuelquen a la mediatización de una realidad que condensa críticas, polémicas y algún aplauso. La 13 Exposición Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia premió con el Léon de Oro el proyecto Torre David / Gran Horizonte, liderado por el Urban-Think Tank (Alfredo Brillembourg + Hubert Klumpner), curado por Justin McGuirk y con fotografías de Iwan Baan.

La Torre de David es el octavo edificio más alto de Latinoamérica, concebido por el arquitecto Enrique Gómez en 1985 para convertirse en la sede de un efervescente emporio financiero, específicamente del Banco Metropolitano y el Grupo Financiero Confinanzas. Sin embargo, el colapso económico de 1994 condujo al abandono del proyecto de 45 pisos, que pasó a manos del Estado y que, en 2001, fue invadido por 700 familias que ocupan 28 de sus pisos. Más de 10 años después, la nueva torre teje toda clase de historias y se arma con numerosos mecanismos para hacer de este complejo de fachadas acristaladas un ejemplo de tolerancia y concordia social, donde miles de personas han logrado habitar. Nadie que conozca Caracas cree que es un paraíso urbano: su arquitectura es inerte y asume el patrón de la modernidad instaurado en el país desde hace más de medio siglo. Hoy se encuentra en un escenario predecible y apático, donde se aplican, manipulan, y copian conceptos cercanos a las alegorías para satisfacer meras necesidades programáticas. La extrema pobreza, las diferencias económicas y la desintegración del tejido urbano son expresiones que reflejan el estado de una sociedad invertebrada y carente de principios, distante del papel activo que debe ejercer el ciudadano; una sociedad donde la abundancia de recursos ahoga todo tipo de intenciones y, por consiguiente, aquellas que dirigen los profesionales de la arquitectura.

Con la Torre David de Urban-Think Tank se habla de un urbanismo vertical, definición que quizá sea pretenciosa; sin embargo, el modelo de organización y construcción de ciudadanía de este epítome urbano constituye un parámetro de referencia que recuerda algunos de los preceptos que nos mostraban algunos utópicos del siglo pasado. Así, el león de la torre ruge y una de las capitales de la modernidad latinoamericana del siglo xx se convierte, de nueva cuenta, en el escenario que hace factibles las utopías, aunque esta vez sin arquitectos y desde la organización de las comunidades informales que transmutan la legalidad. La ciudad se alza, organiza, revela y apropia ¾sin importar los modos¾ de lo que sería un icono del fracaso. Se trata del símbolo de un país en crisis y futuro escenario de las contiendas que a diario se viven en la capital de la anarquía. La reflexión tácita de estas imágenes como vitrina rechaza el acercamiento de una cruda realidad para una élite cultural. No avala lo que muchos han calificado como escenificación mediática de un producto para exportación, no promueve la invasión y la ilegalidad como política urbana a seguir. Aún así, invita a la crítica experimental, promueve el estudio sobre la dilución de los límites entre lo legítimo y lo ilegítimo, lo formal y lo informal, y pretende revisar los diversos niveles de apropiación del espacio por la gente. Se otorga valor al potencial que significan las acciones sobre un territorio común, donde cobra sentido hablar de una comunidad participativa y activa. Quizás el león “perteneciente a la torre o a la ciudad” sea irrecuperable más de las calles de Caracas. Por lo pronto, su etiqueta quedó impresa y dejó una huella entre los entendidos del Common Ground veneciano como una sugerente obligación para voltear hacia un punto específico del mapa latinoamericano.

*Texto originalmente publicado en Arquine No.63 | Espacio

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