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Columnas

Echando a perder no se aprende

Echando a perder no se aprende

21 agosto, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Hace tiempo le oí decir a Humberto Ricalde que Luís Barragán, al decidir hacer su casa en Tacubaya —dos veces: primero la que hoy es la Ortega y luego, al lado, la suya— en vez de en el Pedregal, por ejemplo, tomó una posición estética y, quizás —anoto yo— ética: no viviría —seguía Humberto— en una nueva colonia adinerada —léase: con nuevos ricos— sino en un viejo barrio tradicional, con casas modestas y entonces prácticamente al borde de la ciudad, aunque cercano al Centro y al lado de Chapultepec. Barragán —ya se sabe— cerró loosianamente su casa hacia el exterior con una fachada más que discreta, apenas abierta por un par de puertas y una gran ventana cuadrada y concentró su atención en los espacios de alturas variables —gesto de nuevo loosiano de compresión y descompresión, sístole y diástole como decía Humberto— y en el gran jardín y la terraza en la azotea.

Desde finales de los años 40 la zona ha cambiado mucho. Se construyó el Periférico y se amplió Constituyentes —antes Madereros, porque por ahí bajaban troncos de árboles hacia la ciudad, según nos contó Francisco Serrano. Apareció una estación del metro —cuyo defecto es la muy mala calidad urbana de la plaza en que desemboca— y luego se construyeron algunos edificios de vivienda, malos. A Tacubaya se la llevó lo mismo que se llevó a casi toda la ciudad y, si me apuran, al país entero: el crecimiento urbano mal planeado sumado al decrecimiento económico no se si, también, fruto de la mala planeación; resultado, pues, de la improvisación y de una forma de corrupción que va más allá del puro latrocinio: corrupción de las ideas, de las formas, de los procesos democráticos para hacer ciudad y, me atrevería a decir —si no fuera por lo problemático de la afirmación— que hasta del gusto.

La “solución” al deterioro se publicó ayer en varios periódicos, como La Jornada: “crearán en Tacubaya el corredor turístico-cultural Luis Barragán.” Una inversión, dice la nota, de 100 millones de pesos para el “rescate” de comercios, vivienda y el paradero, lo último como parte de una de esas siempre opacas asociaciones público-privadas. Por lo que leo entiendo que al proyecto lo apoyan un diputado federal del PRD —Augustín Barrios Gómez—, el delegado de la Miguel Hidalgo —Víctor Romo— y Eduardo Aguilar, autoridad del espacio público.

Lo que se muestra en la imagen presentada por el periódico podría ser una versión arquitectónica de cierta idea gnóstica sobre la relación entre dios y el mundo: casi sin darse cuenta, dios tiene una emanación degradada de sí mismo que produce otra más degrada que produce otra aun menor y así hasta la centésima, que será el creador del mundo —de ahí su infinita imperfección. El proyecto que presumen es así: una mala copia de las versiones de un epígono que se repitió a sí mismo hasta la caricatura: un derivado de mala calidad. El edificio, a todas luces de un tamaño desproporcionado para la zona en que se construirá, repite el gesto de Barragán —cerrarse a la calle— pero con torpeza, y va acompañado, se supone, de proyectos para hacer peatonal la calle donde está la casa de Barragán, la ampliación del mercado y algunas otras cosas que no se muestran, pero que si son tan malas como lo que sí se enseña, anticipan un desastre. ¿Por qué se hacen así las cosas?

La semana pasada visité de nuevo el High Line en Nueva York. La historia es conocida y por tanto la abrevio: en 1999 se forma una asociación sin fines de lucro, Friends of the High Line, para preservar una línea de tren elevado construida en 1934. Dicha asociación organizó un concurso en el 2004 —que ganaron James Corner, de Field Operations, y Diller, Scofidio + Renfro— y cuya primera fase se inauguró en el 2009. La segunda está en obra. La transformación que generó este proyecto en su entorno ha sido ampliamente comentada. Subrayo tres cosas: se funda una asociación civil para proteger el sitio, se organiza un concurso y se toman 14 años desde las primeras ideas y 9 desde que se tuvo el proyecto para realizarlo. ¿Les podría sugerir eso alguna idea a los funcionarios locales y federales, diputados, delegado y a la autoridad del espacio público —sí: público— sobre las maneras, las formas en que se puede hacer un proyecto importante en la ciudad? Si no les queda claro se los repito de nuevo: darse el tiempo necesario para la planeación y tomar con absoluta claridad todas las decisiones —lo que en el caso de un proyecto arquitectónico implica un concurso bien organizado— involucrando a la mayor parte de los afectados o beneficiados. Mientras las decisiones, las intenciones y los procesos continúen siendo opacos y apresurados, no habrá en México ni buena arquitectura ni buen urbanismo sino por accidente. En este caso, por la zona y por las casas de Barragán —la de Enrique del Moral, enfrente, ya fue modificada desafortunadamente—, el proyecto debe tratarse con extremo cuidado y habría que oponernos a decisiones apresuradas, mal planteadas y sin claridad, como, por lo que hasta ahora se ha visto, la que se propone.

Captura de pantalla 2013-08-21 a la(s) 09.43.15Imagen vía La Jornada

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