Empezar de cero. Los metabolistas japoneses
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6 agosto, 2013
por Mónica Arzoz | Twitter: marzozcanalizo
Fort Ponchartan de Detroit, la ciudad de nadie, pero simultáneamente de todos, fue fundada en 1701 por el francés Antoine de la Mothe Cadillac. En 1763 pasó ser dominio británico y en 1796 se volvió una ciudad americana. Durante la invasión inglesa empezó a ser conocida como “Detroit”, que fue su antiguo nombre popular, para posteriormente llamarse “Motown” (“Ciudad del Motor”). Incluso fue apodada “City of Champions” por el gran éxito laboral de sus habitantes a principios del siglo XX.
En sus días de esplendor, esta ciudad fue la idealización del sueño americano. También fue conocida como “París de Oriente” por su monumental arquitectura de finales del siglo XIX, caracterizada por el lujo, la riqueza y una gran economía industrial.
Hoy, los más de ochenta mil edificios abandonados son solamente una ruina que dejó atrás el gran imperio fordista. Con una población tres veces menor que la que tenía en la década de 1950 y una deuda estimada en alrededor de veinte billones de dólares, o veintisiete mil dólares por habitante, hoy Detroit simboliza la muerte de un sueño americano.
Resulta difícil entender cómo una ciudad que en 1920 llegó a ser la tercera urbe industrial en el país (después de Nueva York y Chicago), que alcanzó a tener dos millones de habitantes, que fue la cuna de la industria automovilística estadounidense por años y que contó con una colección de arte de alto prestigio, en el año 2000 se había convertido en una de las ciudades más pobres de Estados Unidos de América (junto con otras urbes importantes como Nueva Orleans).
Actualmente más de un tercio de la población vive bajo el umbral de pobreza y las tasas de desempleo alcanzan números inimaginables. Solo 56% de la población activa trabaja en la economía formal, únicamente tiene setecientos mil habitantes y su densidad de población es menor a diecisiete habitantes por hectárea. Este declive representa el proceso no violento de abandono más grande jamás sufrido por una ciudad moderna en los últimos setenta años.
Se dice que el declive de Detroit comenzó en 1967, cuando estalló la primera revuelta racial, la cual desencadenó varios eventos similares posteriormente. Una historia racial complicada, una traza urbana dividida en guetos raciales y socioeconómicos, y la presencia de un gran número de industrias en el centro de la ciudad fueron el escenario ideal para que Detroit se convirtiera en una ciudad rota que experimentó un proceso de descentralización y de la que huyeron las clases altas del centro hacia los suburbios.
La traza urbana de Detroit está condicionada por el régimen Fordista. Es una ciudad planeada exclusivamente para optimizar la producción industrial, fenómeno que comenzó con la apertura de la primera planta industrial de Henry Ford, en 1903.
Al transformarse el modelo productivo mundial y tras la salida de la industria del centro por varias razones —entre ellas la apertura comercial: muchas plantas de producción de autos se concentran en países como México o Tailandia, y los altos impuestos—, la ciudad es ahora poco funcional y es casi imposible regenerarla y recuperarla.
La razón del ahogamiento de la Ciudad del Motor y sus perspectivas hacia el futuro no se sabe con claridad. Grandes economistas afirman que Detroit es meramente una víctima del mercado. Otros opinan que, al declararse en la ruina, la ciudad tiene una segunda oportunidad para comenzar desde cero. En este sentido se han implementado varios proyectos urbanos para terminar con el efecto dominó de desocupación y abandono, pero todos los intentos han sido en vano.
En Detroit se puede observar claramente en qué medida influyeron los cambios productivos, económicos y sociales que se han registrado en su historia. El sueño americano de la ciudad perfecta, económicamente sustentable, planeada para el perfecto funcionamiento de los modelos de producción ha mostrado su insuficiencia ante un entorno cambiante. Al imponerse un modelo de desarrollo urbano óptimo para la producción industrial, no se tomó en cuenta, la carga histórica y social de la urbe. Curiosamente, la ciudad se ha convertido en una atracción turística para quienes documentan lo extraño, el abandono y la tristeza. Hoy Detroit es casi un museo urbano donde se puede observar la relación directa entre la arquitectura, las transformaciones sociales y económicas y la incapacidad de adaptación a lo nuevo.
Detroit falló en el proceso de transformación. Una ciudad siempre se está renovando y continuamente compite contra otras urbes. El problema no es el aspecto físico de los edificios abandonados, sino que estos no cumplen su función en la red de la traza urbana, por lo que rompen y segregan la ciudad. Cada una de las obras de lo que ahora parece un simple cementerio de arquitectura, en algún momento fue indispensable para el buen funcionamiento de Detroit, que parece seguir en caída libre. Sin embargo, es un gran laboratorio urbano, donde proyectos experimentales poco a poco levantan los cimientos de una ciudad que quedó olvidada y perdida en un letargo del mercado global.
Teatro Michigan de Detroit
Five Fellows: Full Scale | Taubman College – University of Michigan
The Power House | Power House Productions
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