Sobre Antonin Raymond y su paso por México
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¡Felices fiestas!
13 marzo, 2014
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello
Podrán corregirme pero la aportación más importante de España a la arquitectura mundial no es ni un jardín, ni un monasterio, ni una iglesia, ni un movimiento, estilo u obra de algún genio, sino un elemento arquitectónico específico; o mejor dicho la variación de este. Me refiero a la escalera abierta, también llamada ‘claustral’. En efecto, antes del siglo XVI las escaleras dentro de los edificios (las que comunicaban distintos niveles) estaban casi sin excepción contenidas en volúmenes o ‘cajas’ cerradas, y sus tramos o rampas delimitadas por muros y bóvedas. Los arquitectos españoles renacentistas por primera vez eliminaron esos muros y abrieron esas cajas, liberando así a las escaleras de su confinamiento milenario.
En el desarrollo de la escalera abierta pueden detectarse tres momentos clave. El primero fue cuando a las escaleras de ‘media vuelta’ se les eliminó el muro que dividía sus rampas y se le sustituyó por un murete o barandal (y cuando simultáneamente se eliminaron las bóvedas que cubrían cada tramo para sustituirse por un techo que cubría la totalidad del espacio de la caja). Esto sucedió por primera vez por 1490 en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, obra de Juan Guas. En la escalera de este edificio fue posible por primera vez asomarse de rampa a rampa, y observar a los que ascendían o descendían sin obstáculo visual alguno -y dentro de un solo espacio- añadiendo con esto un sentido de ceremonia y teatralidad inédito en la arquitectura.
El segundo momento ocurrió pocos años después cuando se decidió separar aquellas rampas para conectarlas mediante una tercera –perpendicular a ellas (o mediante un descanso alargado también perpendicular)- para generar la famosa escalera de ‘tres tramos’. Esta escalera generaba un vacío central que otorgaba una mayor amplitud y que, mediante la simple multiplicación de los descansos (rellanos), dilataba y daba pausas a los recorridos. Estas escaleras fueron consideradas por Nikolaus Pevsner (un autor no particularmente generoso con España) como una de las aportaciones ibéricas más importantes a la arquitectura europea.[1] Al parecer la primera escalera de este tipo fue la del Monasterio de San Juan de los Reyes en Toledo diseñada también por Guas pero completada por Enrique de Egas en 1504.
El tercer momento se dio casi simultáneamente, y consistió en la eliminación de la caja envolvente para que la escalera fuera vista desde otros puntos del edificio. Uno de sus ejemplos más tempranos fue la escalera del Castillo de La Calahorra en Granada de 1511, obra de Lorenzo Vázquez. Por esos años surgieron en España un sinnúmero de escaleras abiertas de tres -y hasta de cuatro- tramos que en su conjunto representan un episodio importantísimo pero muy poco valorado en la historia de la arquitectura. Entre las más destacadas escaleras de este periodo se encuentran las del Palacio del Antonio de Mendoza (primer Virrey de la Nueva España) en Guadalajara, la del Hospital de la Santa Cruz en Toledo, la del Palacio del Arzobispado de Alcalá de Henares, y la del Colegio de los Irlandeses en Salamanca.
Ya que muchas de ellas se localizaban al lado de patios o de claustros, dichas escaleras han recibido el nombre de ‘claustrales’. Sin embargo este término es demasiado restringido y hasta equívoco, dada su connotación de hermetismo, y que lo más importante de ellas fue su inédita apertura espacial. Es importante señalar que estas escaleras eran doblemente abiertas: abiertas hacia adentro (es decir, eliminando bóvedas y muros intermedios y ampliando el espacio entre sus rampas), y abiertas hacia afuera (es decir, eliminando muros perimetrales con el resultante contacto visual con otras partes del edificio).
Podría decirse que hubo una cuarta etapa en esta evolución, y que ocurrió en el momento en que dichas escaleras se ‘desdoblaron’ de forma simétrica para generar la famosa ‘escalera imperial’. Una de las primeras y seguramente la más famosa de ellas fue la del Monasterio de El Escorial. Sin embargo la más majestuosa fue sin duda la del Alcázar de Toledo (antes de que esta tipología hallara su apoteosis en otros países, en los palacios de Wurzburgo y Caserta). A pesar de que para Oscar Tusquets la escalera imperial es una ‘genuina aportación de España a la historia de la arquitectura’, esta fue tan solo la culminación (y en cierta forma el acartonamiento) de la escalera abierta de tres tramos.[2]
Hoy en día estamos tan acostumbrados a la presencia de escaleras abiertas que pareciera increíble que fue solo hasta relativamente reciente cuando estas aparecieron. Si bien la arquitectura de la antigüedad generó escaleras memorables, casi todas ellas fueron exteriores, es decir, escalinatas.[3] La llamada arquitectura medieval generó escaleras interiores de gran belleza, muchas de ellas helicoidales, pero todas contenidas dentro de volúmenes cerrados. Es significativo que mientras en España se eliminaban muros y se perforaban cajas, en Italia las escaleras renacentistas todavía se ajustaban a la tipología tradicional cerrada. En efecto, no obstante las magníficas proporciones de escaleras como las de los palacios Medici o Strozzi en Florencia, o la Cancillería, el palacio Massimo o el Farnesio en Roma (y a pesar también de la especulación teórica sobre escaleras de varios tramos en tratados italianos), estas seguían estando segregadas entre sí y del resto del edificio. Inclusive cuando en el siglo diecisiete ya era común ver –gracias a la influencia española- escaleras abiertas en Italia, la más espectacular escalera romana -la Scala Regia de Bernini- era todavía un túnel abovedado.
Recientemente Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano realizaron un par de escaleras que de forma implícita rinden homenaje a la importante historia local de ese elemento arquitectónico. En su proyecto de renovación para el Colegio de San Gregorio de Valladolid, los arquitectos madrileños construyeron una escultural escalera de media vuelta localizada a unos cuantos metros de la histórica escalera de Guas. Para el Museo de San Telmo, los mismos arquitectos propusieron una escalera muy parecida, y cuya geometría y posición hace una sutil reverencia a la escalera del siglo dieciséis localizada justo debajo de ella.
[1] Nikolaus Pevsner, An Outline of European Architecture, (Londres: Pelican,1963), 281-284.
[2] Oscar Tusquets, ed., Requiem por la escalera (Barcelona: RqueR, 2004), 129.
[3] Una notable excepción es la escalera oriental del Palacio de Knossos. una obra, sin embargo, de un carácter ritual distinto.
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