Gobierno situado: habitar
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25 enero, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
A finales del año pasado, como sin ganas y tarde —ocho meses después de que se anunció el director, Rem Koolhaas, el tema Fundamentals, absorbing modernity 1914-2014, y la intención: “una bienal sobre arquitectura y no sobre arquitectos”—, la Dirección de Arquitectura del Instituto Nacional de Bellas Artes lanzó el concurso para elegir curador(es) y museógrafo(s) de la participación mexicana. La convocatoria adolecía de las fallas que ya caracterizan a los concursos públicos en México, donde son más bien excepción que regla —algunas las comenté en su momento.
Pese a dichas fallas, imputables a los organizadores y no a los concursantes, se presentaron 29 propuestas y el fin de semana pasado se anunciaron tanto el proyecto ganador como el segundo lugar y el tercero.
Condenados a ser modernos
El primer premio —que será lo que veremos en Venecia desde el 7 de junio de este año— lo obtuvieron Julio Gaeta y Luby Springall, asesorados por Catherine Ettinger en historia, Gustavo Avilés en iluminación y Salvador Quiróz en la museografía. Su propuesta abre con una cita de Octavio Paz: “la modernidad, desde hace cien años, es nuestro estilo. Es el estilo universal. Querer ser moderno parece una locura, estamos condenados a ser modernos”. Y ése es el título de su propuesta: condenados a ser modernos.
“Nuestra propuesta propone —explican— una museografía de alto impacto pero que a su vez exhiba parte en un modo tradicional de leer arquitectura; concebimos una exposición que sume y fusione distintos modos de relatar y exponer arquitectura y que en su conjunto muestre a México en su complejidad y fuerza en la producción arquitectónica”.
Un espacio de planta elíptica y muros luminosos sirve “como linterna y atractor que genera curiosidad e interés” en el pabellón, ocupando el centro del área destinada a México. En los muros se exponen ocho registros con obras de la “primera, segunda y tercera modernidad”: “la búsqueda de lo propio, el diálogo con los grandes maestros internacionales, el uso de materiales y técnicas de construcción tanto nuevos como tradicionales, la solución de necesidades sociales, la colaboración de la pintura y la escultura con la arquitectura, la participación en la modernidad internacional, el hacer ciudad a gran escala y la relación de ida y vuelta con el resto de los países.” Al interior de la elipse se presentan en una sala de proyección medio centenar de proyectos y fragmentos de entrevistas de una modernidad más contemporánea —si la combinación de términos tiene sentido.
Arqueología de la modernidad
El segundo lugar correspondió a la propuesta de Lucía Villers, Juan José Kochen y Alberto Odériz. En su presentación también citan a Paz: “la modernidad ha sido una coartada del pasado y lanzada hacia el futuro siempre invisible, vive al día: no puede volver a sus principios y, así, recobrar sus poderes de renovación.” Con el subtítulo la persistencia de las ideas, la propuesta no se presenta como “un capítulo más de la modernidad superada,” sino, “al contrario, se busca establecer la persistencia de las ideas modernas como parte de un mosaico de modelos inconclusos y adaptados, de fracasos y devenires que editan un lenguaje compartido de la arquitectura y la ciudad”.
Como un archivo, la propuesta consiste en un laberinto documental de “15 temas, 15 líneas de investigación, 15 exposiciones, 50 módulos y 100 unidades de análisis”. Los temas son: la utopía como modelo, la buena naturaleza, unidad habitación, planta libre, la arquitectura visible, lo local, cuestión de educación, esparcimiento, monumentalidad, modernización, el automóvil, se vende, la función social, el malestar por la ciudad y ciudad de letras.
A la condena y a la arqueología de lo moderno, y siguiendo con las referencias a Paz, habrá que sumar, seguramente, la crítica —los modernos, dijo, no tenemos ideas sino crítica. Si el planteamiento de Koolhaas parece querer resaltar la disolución de lo local, de las identidades y particularidades históricas y culturales, borradas por una modernización globalizada y globalizante, la otra versión, la de una modernidad a la mexicana que se entiende, también, como un modo del nacionalismo, puede servir como un arma de doble filo: una crítica a la visión de lo moderno como algo genérico que todo lo iguala y, al mismo tiempo, la autocrítica de esa reivindicación de la radical singularidad de nuestra modernidad, en la que lo social, lo cultural, lo arquitectónico y lo estético no iban siempre de la mano.
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