Serie Juárez (I): inmovilidad integrada
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1 agosto, 2016
por Pablo Emilio Aguilar Reyes | Twitter: pabloemilio
Fotografía: Salvemos el Espacio Escultórico. Cortesía de Pedro Reyes.
Para lograr un mejor entendimiento sobre lo que puede representar gran parte de la producción arquitectónica reciente, puede ser útil el concepto de acontecimiento. Así lo elaboran varios autores contemporáneos, como Alain Badiou o Slavoj Žižek: un acontecimiento es algo que parece suceder de forma esporádica, resultado del azar, algo incierto y contingente. Es algo con el potencial de detener una narrativa y comenzar otra en una dirección distinta, un parte aguas; hay un antes y un después de él. Nunca está en el presente, siempre está por pasar o ya sucedió. Es algo repentino, ajeno a juicios, no es ni bueno ni malo en la medida en la que puede ser tanto bueno como malo; lo que lo definirá será su impacto en el contexto social o personal. Un acontecimiento puede ser milagro pero también catástrofe y como ejemplo, puede ser cualquier cosa imprevista, desde el amor hasta los atentados contra los normalistas en Iguala y todo el espectro intermedio.
Los edificios trastocan para bien o mal las vidas de las personas. Un día se rodea de una muralla un pedazo de terreno contiguo a la reserva ecológica de Ciudad Universitaria para transformarse en sitio de obra y al siguiente hay una torre que surgió ahí como de la nada, sin el visto bueno de sociedad representativa alguna. Resulta ser el edificio H o, mejor dicho, el acontecimiento H.
No es un acontecimiento porque atente contra el espacio escultórico y la reserva ecológica, sino porque hay personas a las cuales nos ha estremecido o perturbado. No a todas las personas que se han manifestado en contra del edificio H les afecta de la misma forma, sólo para aquéllas que sienten un rechazo genuino a este edificio resulta un acontecimiento. Algo ha cambiado en el flujo de las cosas, se ha abierto una nueva narrativa. Ésta es un movimiento social con el fin de desmantelar la edificación, una narrativa que nunca hubiera surgido sin el suceso que la originó. Algunas personas se niegan a ver este edificio como acontecimiento y éste es el vehículo mediante el cual minimizan sus consecuencias. Para los que no ven al edificio H como acontecimiento no hay una interrupción de la narrativa, solo es un bache, pero las cosas siguen siendo la mismas. La aparición súbita del edificio H es acontecimiento sólo si lo asumimos como tal, una postura ante el edificio H también podría ser una postura política.
El acontecimiento no es la construcción del edificio en sí, sino que se convirtió en tal en el momento en que apareció ahí, ante la percepción colectiva. La fricción y polémica que se generó son las consecuencias directas de dicho acontecimiento. Pero el edificio está ya construido, ¿cuál será el rumbo que tomaremos ahora? Hay que comprometernos ante el acontecimiento, pues sólo lo seguirá siendo en la medida en la cual sigamos creyendo en él como un cambio de rumbo; en cuanto se olvida, la narrativa a la que dio inicio se desvanece. Aquí la razón por la cual pueden fallar algunos movimientos sociales, porque se olvida el acontecimiento y la narrativa que se generó a partir de él: se abandona la causa. Es posible que el concepto de acontecimiento se parezca más a la religión que a la ciencia: hay que tenerle fe, para que no se desplome la secuencia de acciones que desencadenó, pues no necesariamente puede entenderse de forma racional.
Si se entiende la aparición del edificio H como un acontecimiento, podría verse como una solución prudente quitarlo de ahí (o como se propone, desarmar sus últimos cuatro niveles), pues de este suceso surgió un discurso que sólo verá fin si se recuperan en su totalidad las vistas naturales desde el espacio escultórico. En términos teóricos, no necesariamente se trata de rescatar el espacio escultórico (esto es un no-acontecimiento), sino de desmantelar el edificio H, es decir, responder a este acontecimiento con otro que lo subvierta.
El edificio H sólo es un ejemplo entre el sinnúmero de construcciones nuevas que se erigen por doquier en la ciudad con creciente frecuencia. Estos edificios altos son acontecimientos en potencia. Pueden ser el hogar afortunado de alguien desesperado que lo está buscando, de la misma forma que pueden ser gigantes que proyectan una perpetua sombra sobe el hogar de alguien más. Nosotros decidiremos si consideramos alguno de estos edificios como acontecimientos y si actuamos en consecuencia. En la proclamada CDMX, hoy surgen acontecimientos manifestados como torres residenciales y desarrollos inmobiliarios que transforman el perfil de la ciudad y alteran las vistas de lo que algún día fue la región más transparente del aire. Hay que entregarnos a los acontecimientos que trastocan nuestro vaivén en la ciudad, arquitectónicos o no, y comprometernos con las nuevas narrativas que éstos generen. ¿Qué mejor forma de fijar un ejemplo de esto que arreglar lo que aconteció en el espacio escultórico? Después de todo, el progreso también es recuperar lo que nunca debimos haber perdido.
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