Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
9 abril, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Uno
“Hace más de diez años, en 1978, Rem Koolhaas se dio a conocer con un libro hoy imposible de encontrar: Delirious New York, una obra paradójica que contaba la historia de un Manhattan “teórico” al mismo tiempo que proponía un método para investigar la arquitectura y el urbanismo, un plan para la «cultura de la congestión» en el que la epxlotación de la densidad programática se reconocía como una condición fundamental de la metrópolis contemporánea.”
Así empieza el prólogo del libro editado por Jacques Lucan e impreso originalmente en francés en 1990, OMA-Rem Koolhaas, architecture 1970-1990. El libro incluye ensayos de Jean-Louis Cohen, Hubert Damisch y el propio Lucan, varios proyectos agrupados en tres categorías: la nueva sobriedad, proyectos horizontales y proyectos verticales, además de media docena de textos de Koolhaas. Uno de esos textos, fechado en 1985, se titula simplemente Arquitectura:
¿Existe alguna otra profesión simultáneamente en tan buena y mala forma como la arquitectura en la última década? Más y más, la arquitectura impone en el mundo estructuras que nadie pidió. De esto se sigue su absoluta vulnerabilidad: está por siempre en la humillante posición de un amante enumerando sus cualidades positivas a alguien que ya perdió todo el interés.
Otro texto del mismo año e ilustrado con algunos dibujos del Green Archipelago, el proyecto que O.M.Ungers desarrolló con la colaboración de Koolhaas, se titula Imaginando la nada y empieza afirmando que “donde nada hay, todo es posible y donde hay arquitectura, nada más es posible.”
Dos
El segundo proyecto incluido en el libro editado por Lucan es el Teatro Nacional de Danza, en La Haya, empezado a proyectar por OMA en 1980 y terminado en 1987. La propuesta de OMA se sumaba a una sala de conciertos diseñada por el arquitecto Van Mourik y a un hotel, de Carel Weeber, todo construido sobre un estacionamiento compartido. En la memoria del proyecto se puede leer que la intención original era “una caja funcional decorada con elementos llamativos al exterior, en armonía con la arquitectura vernácula de descanso” y donde “los espacios públicos interiores se concibieron como vacíos excavados en la envolvente.” En parte por cuestiones presupuestales, el edificio se construyó con estructura y recubrimientos metálicos, láminas de aluminio corrugado y tablarroca. Una vuelta de tuerca a la idea del cobertizo decorado.
Hace unos días Anna Kats contó de nuevo la historia de ese proyecto en el sitio web de la revista Metropolis. La razón para regresar a aquél proyecto no era mera revisión histórica sino confirmar y comentar la demolición del “primer gran proyecto construido por Rem Koolhaas,” que ocurrió entre octubre del 2015 y enero del 2016. El complejo fue demolido para dejar el lugar a un nuevo Teatro de la Danza cuyo encargo ganó en un concurso Jo Coenen. El edificio que se construirá tendrá todo de lo que el anterior carecía, empezando por un amplio presupuesto y terminando por una imagen menos común: no parece un cobertizo decorado sino acaso una versión trunca de las desaparecidas torres gemelas de Nueva York.
Tres
Casi treinta años después de escribir que donde nada hay, todo es posible y donde hay arquitectura, nada más es posible, Koolhaas dio una conferencia en la escuela de Arquitectura, Planeación y Preservación de la Universidad de Columbia. El tema fue la última de las tres disciplinas que se enseñan en esa escuela: la preservación. Koolhaas empezó afirmando que “por un largo periodo, los últimos 20 o 30 años, la economía ha erosionado parte del potencial más importante de la arquitectura, reduciendo lo que puede hacer.” Architecture is gone, dijo, y “la pregunta interesante es si para siempre o si, bajo alguna circunstancia, podemos imaginar que volverá”
A partir de la conferencia de Koolhaas, Jorge Otero-Pailos, de OMA, elaboró un manifiesto de cinco puntos. Primero: la starquitectura ha muerto. Lo dijo el starquitecto más reconocido de las últimas décadas. Y lo dijo con alivio: el término no va, finalmente, sin algo de burla. “Si compilamos edificios hechos por los más grandes arquitectos de los últimos diez años, cualesquiera que sean las cualidades individuales, es claro que juntos no tienen un efecto acumulativo y, de algún modo, se auto-cancelan misteriosamente y por lo mismo no son productivos.” Eso lleva, dice Otero-Pailos, al segundo y tercer puntos: las nuevas formas ya no importan y la preservación se convierte en el retiro de la arquitectura. Retiro en un doble sentido, por supuesto —siempre es así con Koolhaas. Quizá con más optimismo que realismo, Otero Pailos explica que hoy “la demolición total de cualquier edificio histórico para abrirle camino a la nueva arquitectura parece inpensable, incluso bárbaro,” pues “lo viejo se ve como con más importancia cultural que lo nuevo.” Así, cuarto punto, la preservación crea importancia si crear nuevas formas. Preservar es re-enmarcar, casi literalmente, como cambiarle el marco a un viejo cuadro, sea una obra maestra o simplemente un registro más de lo que ya pasó. No es ni nostalgia ni romanticismo. Se trata de que —quinto punto— la preservación es la sustitución sin forma de la arquitectura: “el problema sigue siendo producir arquitectura culturalmente importante pero la solución ya no es la producción de formas.”
Con los cinco puntos del minimanifiesto que Otero-Pailos compone a partir del discurso de Koolhaas el círculo se cierra: si la arquitectura contemporánea, la starquitectura, produce nuevas formas en exceso sin ningún (nuevo) significado cultural, por tanto de lo que se trata para (intentar) salvar a la arquitectura, es de producir (nuevo) significado cultural sin tener que producir (nuevas) formas: “la arquitectura es salvada de la obsolescencia y aparece como contemporánea al ser enmarcada y re-enmarcada por la preservación como algo culturalmente significativo.” Algo así como cubrir con hoja de oro una parte de una vieja fábrica para transformarla en centro cultural.
Cuatro
El National Dance Theater de La Haya desapareció. No hubo grandes protestas. Quizá como una forma de protesta sutil, OMA le pidió a Hans Werlemann, quien fotografió la construcción y la obra terminada que hiciera lo mismo con la demolición. En su contra jugó la misma lógica con que se construyó: materiales ligeros y una reapropiación del estilo banal y genérico de sus vecinos —re-enmarcándolo, eso sí, como para darle nuevo significado. En su lugar se construirá un edificio pesado, en todos sentidos: costoso, masivo y que aspira a materializar cierta idea de lo cívico, aunque probablemente sea demasiado —o demasiado poco— en relación a la idea, más fluida, de lo publico e incluso a lo que supone el ejercicio del cuerpo y la danza que se ejecutarán en su interior. Architecture is gone.
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