Resultados de búsqueda para la etiqueta [Centro Histórico ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 29 Sep 2023 00:16:16 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 ‘Siempre has creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie’: el aura de Donceles https://arquine.com/siempre-has-creido-que-en-el-viejo-centro-de-la-ciudad-no-vive-nadie-el-aura-de-donceles/ Thu, 28 Sep 2023 16:33:47 +0000 https://arquine.com/?p=83301 Un cronista va tras los pasos de Felipe Montero, protagonista en segunda persona de 'Aura', la novela de Carlos Fuentes que tiene como escenario principal la calle Donceles, rica en historias arquitectónicas y fantasmales.

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Quien haya visitado o vivido en la Ciudad de México se habrá dado cuenta de que el transporte público es insuficiente para la gran cantidad de habitantes. Las llamadas “horas pico” son prueba irrefutable de esto. Basta con intentar abordar el metro a las 6:00 de la tarde en la estación Hidalgo para comprobarlo; no importa si es en los andadores correspondientes a la línea azul (la 2) o a la verde (la 3), es casi imposible subirse, incluso bajarse de un vagón. El sentido común no existe ni podrá existir: permita salir antes de entrar. Los usuarios son los ríos que van a dar a Indios Verdes, que es el morir —permítaseme la paráfrasis de los versos del poeta medieval castellano—.

Este exceso de pasajeros no es un fenómeno de este siglo, como casi nada lo es; habría que remontarse al Porfiriato para constatarlo. En el relato “La novela del tranvía”, incluido en el libro Cuentos frágiles (1883), de Manuel Gutiérrez Nájera, el Duque Job narra la historia de un sujeto que recorre las calles de la capital arriba de un ómnibus: “A cada paso, el wagon se detiene, y abriéndose camino entre los pasajeros que se amontonan y se apiñan, pasa un paraguas chorreando a Dios dar […]. Los pasajeros ondulan y se dividen en dos grupos compactos, para dejar paso expedito al recién llegado. Así se dividieron las aguas del Mar Rojo para que los israelitas lo atravesaran a pie enjuto.

Décadas más tarde, el cronista Salvador Novo retomaría esta imagen en su Nueva grandeza mexicana (1946): “Tras de nosotros, una elástica puerta lateral, al cerrarse, aseguró contra todo riesgo de repentina proyección contra el asfalto a los pasajeros que ya no encontrarán asiento y que viajarán –como se ha dicho siempre en los camiones– ‘parados’”.

Tanto el texto de Novo como el de Gutiérrez Nájera bien podrían tomarse como intertextos de Aura (1962): “alargas el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los treinta centavos, acomodarte difícilmente entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar tu mano derecha en el pasamanos”. La plasticidad de las dos imágenes –el bus que no frena y los pasajeros parados– acerca aún más la mejor novela de Carlos Fuentes a “La novela del tranvía”, que a la Nueva grandeza, pese a que ésta guarda más cercanía temporal.

El autor de Return Ticket recuerda además, en su Nueva grandeza, la ruta de un tranvía que iba por toda la calle Tacuba hasta llegar al Zócalo. Esta vía siempre ha sido paralela a la calle de los Donceles. Aunque ambas se unen por una más corta: Xicoténcatl. En este espacio, antes adornado por adoquines –según dice el escritor Héctor de Mauleón, en una nota publicada en Nexos en septiembre de 2015– se hallaba el Hospital de San Andrés, donde se llevó a cabo el segundo embalsamiento (el primero fue en un convento queretano) de Maximiliano de Habsburgo, casi tres meses después de su fusilamiento.

Felipe Montero se bajó del camión en Tacuba, tomó la calle de Xicoténcatl y recordó, como todo buen historiador, que allí estuvo el cuerpo del jefe del Segundo Imperio; continuó su camino sin saber que llegaría a la casa de otro hombre que asistió a “las ceremonias y veladas del Imperio” entre 1864 y 1867: el general Llorente, quien se casó con una mujer más joven que él, infértil y que la vio un día delirante, “abrazada a la almohada”: la señora Consuelo, casi loca a causa de la ingesta de narcóticos. Esa mujer, como la del Archiduque de Austria, Mamá Carlota –como reza la letra de la canción de Vicente Riva Palacio–, la emperatriz de México que no pudo concebir y que meses después de haber enviudado, comenzó a mostrar signos de locura. 

Cuenta José María Marroquí en La Ciudad de México (1900) que el nombre de la calle de los Donceles (de ‘doncel’, que significa “joven noble aún no armado caballero”) tiene su origen en la Conquista: en esta zona se avecindaron los hombres que llegaron en condición “de conquistadores y de pobladores, fundando títulos y mayorazgos”; pocos nombres de otras calles aún se conservan, como el de Tacuba.

En la novela de fuente, su protagonista, becario de la Soborna, inició la búsqueda del número 815. Siguió sin poder “imaginar que alguien vive en la calle de Donceles”, pues siempre había “creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie”. ¿Cómo alguien puede habitar en ese “conglomerado de viejos palacios coloniales”? –se preguntó–. Sí, el antiguo Distrito Federal, la ciudad de los palacios: el Palacio de Bellas Artes, el Palacio Postal, el Palacio Nacional y, en la calle donde reside la bella Aura, la parte trasera del Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, luego el Palacio de los condes de Heras y Soto –esquina con República de Chile– y al final, antes de que Donceles se convierta en Justo Sierra, el Palacio del Marqués del Apartado, el cual cruza con República de Argentina.

Sí, en siglos pasados las familias más acaudalas vivían en el viejo Centro Histórico; ocuparon estos palacios que luego, en el ocaso de la centuria decimonovena y en los albores de la vigésima, se convirtieron en inmuebles del Estado y de la cultura: el Museo Nacional de Arte, la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública y el Archivo Histórico del Distrito Federal, por citar algunos ejemplos. No obstante, para el profesor auxiliar de escuelas particulares esos vetustos alcázares citadinos sólo fueron “convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas”. 

No, los palacios no corrieron con esa suerte como sí algunas casonas: éstas se usaron como locales, negocios y accesorias. Se sabe que en 1956 se fundó la librería La Selecta y hacia 1975 la Librería Lizardi era referida en Los detectives salvajes, donde Juan García Madero conoció –o por lo menos vio– a Carlos Monsiváis. La calle de los Donceles cobró fama por estas librerías de viejo o de ocasión y hoy, en 2023, además de títulos de historia, literatura, matemáticas, física y de primeras ediciones –groseras con los bolsillos de los estudiantes–, aparece la gentrificación, se venden y reparan cámaras fotográficas, y se ofrecen servicios de revelado. Son muchas las tiendas de libros y los locales de cámaras digitales y analógicas que, tal vez, años atrás eran los responsables del confinamiento de Consuelo y Aura: “Es que nos amurallaron, señor Montero. Han construido alrededor de nosotras, nos han quitado la luz [cual cuarto oscuro para el revelado de fotos]. Han querido obligarme a vender”. 

Felipe Montero todavía no halla el número 815, pues “las nomenclaturas han sido revisadas, superpuestas, confundidas”. Sin embargo, su tránsito de Poniente a Oriente le ha concedido tiempo de sobra para conocer por fuera otros monumentos como el Teatro Mexicano –actualmente el Teatro Fru Fru–, el viejo Teatro Iturbide que alberga la Cámara de Diputados (allí, el 28 de mayo de 1911, don Porfirio Díaz renunció a su cargo) y, por último, el Teatro Esperanza Iris, inaugurado en 1918 y nombrado así en honor a la cantante mexicana. El historiador, que ganará cuatro mil pesos mensuales, conoce éstos y otros datos más.

“Levantarás la mirada a los segundos pisos: allí nada cambia”. ¿Y es verdad que nada cambia? ¿Acaso esa parte, a veces “unidad de tezontle”, se ha mantenido inmaculada? El tiempo pausado de los segundos pisos de los caserones y palacios del centro de la ciudad; ésos que son “nichos [color contaminación en el México de los siglos XXy XXI] con sus santos truncos coronados de palomas [¡y vaya que hay palomas, son casi una plaga!], la piedra labrada del barroco mexicano, los balcones de celosía, las troneras y los canales de lámina, las gárgolas de arenisca”.

Dice el narrador “barroco mexicano”: ¿cuál si no el churrigueresco?, el que fue pensado para estilizar el altar del Templo de la Enseñanza, correspondiente a la iglesia de Nuestra señora del Pilar, ubicado en la calle de Donceles 104, no muy lejos del Edificio Villarcayo de estilo art déco, que probablemente fue construido hacia las décadas de los 30 y 40 del siglo pasado como el Rex, el Victoria y el Viena; este último erigido en la calle de López en MXMXXXI, como señala el piso de su entrada. Calle de los Donceles, calle de eclecticismo arquitectónico: churrigueresco, art déco, art nouveau, neoclasicismo como el del Palacio del Marqués del Apartado, barroco como el de los condes de Heras y Soto y otros más sencillos, menos favorecidos por los arquitectos y los aristócratas.

Antes de que llegue el editor de las memorias del general Llorente a su destino y se dé cuenta de que el número 815 era el 69 –antes domicilio del estridentismo (taller del pintor Huberto Ramírez)–, habrá pasado por el 66, donde el 15 de febrero de 1957 –es decir, un lustro antes de la publicación de Aura– fue fundada la Academia Mexicana de la Lengua; institución que en 2001 eligió a Carlos Fuentes como uno de sus académicos honorarios. 

A unos cuantos metros de allí se halla “esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tú [“historiador cargado de datos inútiles”, tal vez como los mencionados líneas antes] la ves, […] bajas la mirada al zaguán despintado y descubres el 815, antes 69”. No cabe duda, Felipe Montero tras haber recorrido una de las calles más pretéritas de la Ciudad de México cual turista y cicerone, ha confirmado que alguien vive en la calle de Donceles: en una casa de “cortinas verdosas”; no el lírico “verde que te quiero verde” , sino el de apariciones y seres sobrenaturales como la mujer de los ojos verdes de Bécquer.

La superposición surge, pues, como un concepto para entender la continuidad de la vida en la calle Donceles: las nomenclaturas se han colocado unas sobre otras (“el antiguo azulejo numerado –47– encima de la nueva advertencia pintada con tiza: ahora 924”) y las casas habitación ocupan sólo el primer piso porque en la planta baja están los locales y negocios. La superposición es, ahora, sinónimo de coexistencia; así como de la misma manera conviven y cohabitan los diferentes estilos arquitectónicos aludidos. 

El mundo exterior, que pertenece primero al centro y luego se limita a Donceles, ha sido cancelado; empero, se abre un microcosmos lúgubre e interior, ya adentro de la casona de la señora de Llorente, del que nunca podrá salir Montero. Este espacio clausurado recuerda al que fue utilizado para El castillo de la pureza (1972), película de Arturo Ripstein filmada en el Antiguo Colegio de Cristo (hoy sede del Museo de la Caricatura), inmueble ubicado en la calle de Donceles número 99, cuya fachada es de “unidad de tezontle”, a usanza de las construcciones del siglo XVII.

La sinopsis: el señor Gabriel Lima ha decidido mantener lejos a su familia del mundo exterior, de ese mundo corrupto y decante. Por eso ha optado por encerrarla en el mundo interior para conservar su condición edénica; la aislará del pecado, la mantendrá sola, pues la soledad, como dice Consuelo, “es necesaria para alcanzar la santidad”. Aunque el padre ha olvidado que “en la soledad la tentación es más grande”, Montero desea sexualmente a Aura, y ella le corresponde en más de una ocasión. Los dos hermanos de la familia Lima (re)conocen sus propios cuerpos, el martirio de la soledad para conservar la castidad no ha funcionado (y bien lo saben anacoretas como el del cuento del Decamerón), se ha quebrantado como la casona vieja de la señora Consuelo.

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Corona de ratas: Una reflexión sobre las multitudes https://arquine.com/corona-de-ratas-una-reflexion-sobre-las-multitudes/ Thu, 01 Dec 2022 13:04:44 +0000 https://arquine.com/?p=72815 Cuando hace un par de meses recibí una llamada del trabajo, no sabía que algo estaba a punto de cambiar; me pedían abandonar la Ciudad de México para cubrir un puesto (incluso mejor que el que tenía por entonces) en San Miguel de Allende. A cualquiera le podría parecer atractiva la idea, pero a mi […]

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Cuando hace un par de meses recibí una llamada del trabajo, no sabía que algo estaba a punto de cambiar; me pedían abandonar la Ciudad de México para cubrir un puesto (incluso mejor que el que tenía por entonces) en San Miguel de Allende. A cualquiera le podría parecer atractiva la idea, pero a mi no. San Miguel es tranquilo, limpio, pero sobre todo, muy desde mi punto de vista, y sin afán de agravio: aburrido.

A pesar de que no nací en la ciudad, me siento tan capitalino como cualquier otro, y una de las condiciones más significativas del capitalino, es su insondable horror al vacío; aunque vivimos con la queja siempre en la punta de la lengua, (sea ya por la calidad del aire, el ruido, la inseguridad, el tráfico, las multitudes, y hasta la inevitable sensación de Apocalipsis que llega de vez en cuando) nos aterra por encima de todas estas calamidades, la posibilidad de habitar espacios desolados y de perder las ventajas que tiene vivir en este magnífico amasijo de  casualidades y absurdos. 

En una reciente conferencia que ofreció en el Colegio Nacional, Omaira González Martín (Investigadora del instituto de Radioastronomía y astrofísica de la UNAM), compartió una analogía para ilustrar la posición de nuestro planeta dentro de la galaxia, que me pareció particularmente reveladora: mencionó textualmente que “Nos encontramos en un pueblo de la galaxia, y es que dicen que en los pueblos se vive mejor que en las ciudades, dicen que la gente se aprecia y se ayuda (en los pueblos), mientras que en las ciudades la gente es más individualista, más despreocupada de que los actos de su día a día influyan en la vida de los vecinos; yo la verdad no creo que la gente de la ciudad sea peor que la gente de los pueblos, es simplemente que la convivencia es más compleja porque estamos todos más cerca, los unos de los otros; en un pueblo, cada cual tiene espacio para hacer fiestas, para sacar al perro, fumar, etc. Sin molestar al vecino o molestando menos al vecino que en una ciudad…” y continua “En los pueblos, nos tenemos que soportar menos, la diferencia clave entre un pueblo y una ciudad está dada por la densidad de población”. La explicación de Omaira González estaba enfocada en las enormes ventajas de que nuestro planeta no esté cerca del centro de la galaxia, pues de estarlo hipotéticamente, la multitud de gases y polvo terminaría, más temprano que tarde, por aniquilar la vida de los humanos. Sin embargo, me pareció interesante pensar que esta obsesión centralista que nos congrega como habitantes de la ciudad, sí que puede ser en ocasiones un verdadero riesgo de muerte y aniquilación. 

A finales de octubre de este año, se difundió una noticia espeluznante, que no he podido sacarme de la cabeza, quizá por lo cerca que me encuentro de la misma situación en mis trayectos cotidianos: La noche del 29 de octubre, las multitudes reunidas en Seúl para los festejos de Halloween provocaron una inusual aglomeración en un callejón particularmente estrecho que desembocó en una especie de tapón humano. Murieron más de 150 personas por aplastamiento y muchas otras resultaron heridas, cuando lograron evacuar el sitio, incluso algunas personas parecían estar enredadas y dio trabajo separarlas. Los medios hablaban del suceso como un desastre, o una catástrofe; pero no hubo ningún incendio, inundación, terremoto o huracán, solo gente. Gente en el espacio, demasiada gente en muy poco espacio, dejando cada vez menos espacio entre una y otra. Los videos del suceso no tardaron en difundirse y son aterradores, no pude terminar de verlos cuando me asaltó la imagen de una curiosidad, no menos horripilante, sobre la que había leído hace algún tiempo: Cuando una colonia de ratas anida en un espacio demasiado pequeño, existe la posibilidad de que un cierto número de estas, queden entrelazadas de manera irremediable por la cola, formando un nudo imposible de deshacer. Según la leyenda, estas ratas se convierten para el resto de la colonia en un solo individuo al que, por sus obvias limitaciones, deben proteger y ayudar, por lo que se le ha llamado corona de ratas, o rey de las ratas. Aunque los científicos lo consideran un mito, es inevitable pensar en el inminente riesgo que supone que semejantes poblaciones se concentren en un espacio cada vez más reducido… 

No sé si sobra decir que perdí mi trabajo. 

Haciendo una broma quizá poco afortunada, mencioné una vez que prefería morirme de hambre en la ciudad de México que morirme de aburrimiento en San Miguel de Allende. Pocos días después me encontraba en el transbordo del metro balderas, y mientras la multitud avanzaba por un largo y estrecho pasillo (que recientemente se hizo más estrecho tras la colocación de una absurda barrera que lo parte por la mitad para que la gente avance en dos sentidos), un policía del metro cerró repentinamente la reja que conecta el fin del pasillo con el resto de la estación. Nadie se detuvo y el espacio entre persona y persona se hacía cada vez menor; Voltee la mirada y por apenas unos segundos logre cambiar el rumbo y salir antes de que comenzara el aplastamiento, casi sujetando con una mano mi cola imaginaria, agradeciendo que no se hubiera enredado irremediablemente con algunas otras. Desde luego que en este incidente no hubo muertos, de hecho, pienso que nadie lo tomó como una situación si quiera preocupante, pues al final –la ciudad es así- Se trataba de un evento cotidiano, un evento reconfortante para aquellos quienes nos aferramos a esta ciudad que podrá ser lo que quieran, menos vacío. 

Carlos Will, Noviembre de 2022.

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El callejón de las almas perdidas https://arquine.com/el-callejon-de-las-almas-perdidas/ Thu, 04 Aug 2022 06:40:07 +0000 https://arquine.com/?p=66521 Al caminar por la Avenida Juárez se siente la energía de la ciudad, una ráfaga seductora, apabullante, que encanta y abruma. La sensación que provoca recorrerla, con la Alameda, el parque más viejo de América, a un costado y en un extremo la Torre Latinoamericana, es intensa como el sentimiento de Arturo de Córdova al inicio de El rebozo de Soledad (Roberto Gavaldón, 1952).

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Al caminar por la Avenida Juárez se siente la energía de la ciudad, una ráfaga seductora, apabullante, que encanta y abruma. La sensación que provoca recorrerla, con la Alameda, el parque más viejo de América, a un costado y en un extremo la Torre Latinoamericana, es intensa como el sentimiento de Arturo de Córdova al inicio de El rebozo de Soledad (Roberto Gavaldón, 1952). Un ser minúsculo, ya sin rumbo, que va pateando sus desilusiones como se arrastra un envase tirado en la calle. Antes de acariciar el fracaso, sueñas con poner el mundo a tus pies. O tenerlo en la palma de la mano. Por cierto, ese es el título de una de las mejores películas de Gavaldón: En la palma de tu mano (1951), que se estrenó hace poco más de 70 años, es un filme excepcional donde la ciudad colabora de forma activa no solo para enmarcar la acción sino los impulsos de los personajes, sombríos y velados.   

 

Mi barrio me respalda

Cuando me mudé a la calle Artículo 123, atrás de la avenida Juárez, hubo quienes me preguntaron si no me daba miedo vivir ahí. Respondí que no. Me preguntaba qué motiva a la gente a pensar que se trata de un lugar inseguro. Entonces supe que la zona tiene fama. Todavía a inicios del siglo XX el conjunto de calles, callejones y callejas, del que aún hay vestigios como el callejón de las Damas, en la calle de Dolores (donde se reunían las prostitutas), y el callejón del Sapo, era el lugar de los malandros, ya que gracias a su configuración de plato roto, era fácil escabullirse. Si vamos más atrás, al Virreinato, el barrio de San Juan, que engloba toda la zona, era el más poblado por naturales. Antes de ser San Juan, antes de la Conquista, se llamaba barrio de Moyotlan, “lugar de mosquitos” en náhuatl; los insectos, con su zumbido sulfurante, sugieren, sin duda, la humedad de las acequias que prolongaban el Lago de Texcoco. En su día, el barrio fue arrasado por epidemias e inundaciones.

Detengámonos a mediados del siglo XX. El proyecto alemanista va de salida. Con sus tiendas, cines y hoteles de lujo como los de París, la avenida Juárez vive en una continua mascarada, se compra y se camina sobradamente, se respiran los aires del progreso, que siempre soplan fuerte en esas calles, que pronto apesta como la basura que todavía revuelven los indigentes que buscan objetos y comida entre Balderas y Artículo 123. 

 

En las primeras imágenes de En la palma de tu mano, Gavaldón critica las ideas del desarrollo. Un plano general muestra a De Córdova, el profesor Karín, que sale de un callejón mal iluminado en cuyo fondo se ve un anuncio de neón vertical que informa sobre su actividad: es vidente, renuente a la razón; se acerca a la banqueta y entra al bullicio de la avenida, poblada por automóviles. En la secuencia se alcanza a ver un busto, éste corresponde a Federico García Lorca, el poeta español que le prestó su nombre al callejón, que hoy se conserva a un costado del templo de Corpus Christi (el primer convento para monjas indígenas); desde el ático donde vive Karín, un charlatán chismoso que busca dar el golpe maestro, se ve el Hemiciclo a Juárez. Al emerger de estas coordenadas, el protagonista acarrea un contexto, sombras en las imágenes, un pasado que se intuye.    

Las películas demuestran que Roberto Gavaldón fue no solo un gran artista sino un gran conocedor de su época. En su obra los personajes asimilan el espacio, lo incorporan, no son meros decorados o accesorios. Ahí están, por ejemplo, el funesto final de La noche avanza (1952), donde un perro se orina encima del retrato del protagonista, con el Monumento a la Revolución de fondo, o la punta del Zócalo donde se prostituye Marga López en De carne somos (1955) que no es, por decir algo, un lugar que embellece una trama como la de Salón México (Emilio Fernández, 1949). La oscuridad del callejón, y todo lo que está detrás, es la de Karín.

 

Un callejón sin milagros

Entre las calles de Revillagigedo y José Azueta está el hotel Hilton, pero antes, en ese mismo lugar, estaba el Hotel del Prado, proyectado por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia. Este edificio, favorito de turistas, famosos y metiches, tenía múltiples espacios, entre ellos el cine Trans-Lux. Como se sabe, en uno de sus salones estaba emplazado el mural de Rivera Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, que aparece en la película de Gavaldón. 

En ese hotel se hospeda Ada Romano, la viuda joven que encandila a De Córdova para evitar que la acuse del asesinato de su esposo, presunto cliente del quiromántico. Al desdoblarse, Ada en su lujosa habitación y Karín en su buhardilla (diferentes en categoría y dimensiones, pero ambas sobre la avenida Juárez) se funden con ánimo de ganarle la partida a la mediocridad. Dañado por el sismo de 1985 y posteriormente demolido, del Hotel del Prado solo quedan fotos, testimonios de la entonces pujante avenida Juárez.

En la palma de tu mano es uno de los ejemplos más destacados de cómo el centro de la Ciudad de México es un plató, un estudio cinematográfico en sí mismo. El cine, por otro lado, es una manera de conocer y explorar la ciudad. Aún con el vértigo de la novedad, como dice José María Marroquí al hablar del callejón de Corpus Christi, esta zona en constante transformación sigue albergando las contradicciones de la urbe, del gentío diurno al vacío de la noche.  

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El desvanecimiento de lo popular. Conversación con Vicente Moctezuma Mendoza https://arquine.com/el-desvanecimiento-de-lo-popular-conversacion-con-vicente-moctezuma-mendoza/ Wed, 18 May 2022 16:41:09 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-desvanecimiento-de-lo-popular-conversacion-con-vicente-moctezuma-mendoza/ El antropólogo Vicente Moctezuma Mendoza, en su libro El desvanecimiento de lo popular. Gentrificación en el Centro Histórico de la Ciudad de México (Colegio de México, 2021) parte del caso del Centro Histórico de la Ciudad de México y del periodo de reconstrucción que inició después del sismo de 1985, para cuestionar qué tan real fue que esa zona se encontraba abandonada y, sobre todo, quiénes definieron ese abandono.

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Generalmente son las clases medias y altas las que definen qué es un espacio público y cómo debe usarse. El antropólogo Vicente Moctezuma Mendoza, en su libro El desvanecimiento de lo popular. Gentrificación en el Centro Histórico de la Ciudad de México (Colegio de México, 2021) parte del caso del Centro Histórico de la Ciudad de México y del periodo de reconstrucción que inició después del sismo de 1985, para cuestionar qué tan real fue que esa zona se encontraba abandonada y, sobre todo, quiénes definieron ese abandono.

 

Christian Mendoza ¿Cómo decidiste enfocarte en el Centro Histórico en el momento en el que inician los discursos de renovación?

Vicente Moctezuma: Me interesan temas de investigación vinculados a las desigualdades sociales y, en particular, a las experiencias de vida de los sectores populares. Había trabajado antes sobre los conjuntos urbanos de interés social que empezaron a emerger masivamente a principios del 2000. Se trataba de conjuntos en la periferia de las ciudades que tenían ciertas características en el sentido de que no respondían a grandes procesos con arraigo local. Posteriormente, mi aproximación se dirige al Centro Histórico, en parte, porque cuando inicia mi investigación el tema de la gentrificación y el desplazamiento de los sectores populares en el centro debido a sus transformaciones no era algo que estuviera tan establecido. La gentrificación es un concepto que se ha desarrollado en los últimos cinco o siete años y, ahora, ya se usa por muchos públicos. En esto, yo encontré una cuestión que conllevaba una conflictividad social que estaba apuntalada por un proceso de transformación urbana liderado por el Estado. Éste inicia bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador e impulsa un discurso de recuperación y de renovación del centro. Si pensamos que han transcurrido casi 20 años, podemos asumir que la continuidad de este proceso se ha facilitado de distintas formas. No son sólo los gobiernos de la ciudad. Me parecía interesante la confluencia de intereses privados vinculados a la acumulación del capital. Por otro lado, se tienen los intereses estatales. La renovación espacial estuvo relacionada a un discurso social y cultural que señalaba la necesidad de recuperación del espacio. Ambas tienen un objetivo económico muy claro. La preocupación es revalorizar para crear un plusvalor, algo que es muy evidente, aunque no sea enfatizado. 

 

CM: Tu investigación propone una partida doble. Hablas del desplazamiento residencial sufrido por los sectores populares, pero también está el desplazamiento de los espacios públicos. ¿Cómo unificaste ambas infraestructuras?

VM: La literatura sobre gentrificación estaba y está muy centrada en el desplazamiento residencial. Yo prefiero referirme más a la migración de los cuerpos, cuyo sentido es el desarraigo brutal mediante la expulsión física. Busco analizar la forma en la que ocupamos los espacios, tomando en cuenta no sólo nuestra localización física, sino también una serie de prácticas y de significados que construimos en torno a los lugares. Mi lugar de residencia no solamente es mi vivienda, sino también mi vecindario, los lugares a donde puedo salir a caminar, donde consumo ciertas cosas, etc. En el Centro, por ejemplo, la calle es también un lugar de trabajo para muchos de los habitantes de los sectores populares. Entonces, se trata de ampliar esta dimensión hacia una territorialización entendida, en términos que obligue a reconocer transformaciones no sólo dadas en la residencia sino también en otros espacios, como talleres, tiendas y la densidad del comercio callejero en el espacio público. Muchas de las políticas que se han desarrollado en la ciudad tienen que ver con desplazar al comercio en la medida en que aumenta la presencia de las clases medias. Esto genera  distintos conflictos para determinados tipos de inversión, aunque intento plantear otra discusión, porque también hay discursos muy fuertes que desarrollan otros actores, ya no tanto gubernamentales sino vinculados con la cultura, así como arquitectos y urbanistas quienes, de alguna manera, prescribieron la forma en la que se tiene que vivir el Centro Histórico y en la que se tiene que disfrutar su patrimonio. Yo encontré que el comercio popular no necesariamente está en choque con el disfrute de los bienes patrimoniales. Por ende, podemos decir que se establece una dominación sobre cómo debemos vivir los espacios. 

 

CM: ¿Consideras que esto active fronteras que pueden llegar a existir en la ciudad que, aunque no sean físicas (como un muro) puedan llegar a impedir la circulación de ciertos sectores sociales, pero favorezca la de otros? ¿Cómo crees que esto opera en el espacio público?

VM: La idea de la frontera la recupero de Neil Smith. Más allá de que no existan barreras físicas que nos impidan ir a un lugar, no por eso no están marcadas. Los recorridos que hacemos también están marcados por distintas significaciones de los lugares.  Eso nos habla de la fragmentación urbana dada por la segregación. Distintos grupos se distribuyen desigualmente en la ciudad. Yo señalo que el proceso de renovación y de gentrificación, a lo que se llamó “recuperación” o “rescate”, surge de un interés para hacer el centro atractivo, digamos para sectores de clases medias y medias altas. En décadas previas lo habían dejado de habitar, sobre todo en términos residenciales y, en menor medida, de visitar. El proceso que ha vivido el  centro,  yo lo entiendo como un proceso a partir del cual se desplaza una frontera que se empuja más atrás de Palacio Nacional con el fin de habilitar un lugar para el consumo turístico y para la residencia de sectores medios. 

 

CM: ¿Cómo crees que el imaginario de lo “peligroso” y lo “habitable” impacta también en el espacio público o el disfrute del patrimonio? 

VM: El valor comercial de los espacios no sólo tiene que ver con el lugar, llámese local o vivienda, sino también con el espacio circundante. En ese sentido, ha habido una serie de regulaciones muy amplias sobre el espacio público, como la peatonalización de distintas calles. En el centro, la más significativa es Regina, aunque también en el primer cuadro del centro hubo renovación de vivienda. Sin embargo, fue en Regina donde se experimentó más sobre el espacio público, aunque se ofrecieron espacios a artistas y instancias culturales, como Casa Vecina. Después se da la peatonalización de la calle Argentina. Ahí ya hay una serie regulaciones sobre el comercio popular. Dependiendo de los intereses se establecen las relaciones con el espacio. En el centro, vemos sobre todo un nuevo tipo de relación que vigila el comercio popular y comienza a controlarlo de manera fuerte. También vemos ciertos usos recreativos del espacio que piensa en los juegos de fútbol y de frontón, los cuales generan condiciones de seguridad para los nuevos residentes, como cámaras de vigilancia y una infraestructura urbana mucho más cuidada, como el alumbrado público y la limpieza continua. Yo señalaría que esto ha tenido muchas tensiones. Por ejemplo, a pesar de que se crearon espacios atractivos para los sectores medios, hay una proliferación de cervezas, lo que ya significa un conflicto: a los nuevos vecinos no les gusta este tipo de consumo. 

 

CM: ¿Cómo crees que los desplazamientos terminan definiendo la ciudad y los espacios públicos?

VM: Para habar de esto, yo recupero la idea sobre el “reparto de lo sensible” del filósofo Jacques Rancière para dar cuenta de cómo se invisibilizan los desplazamientos y la violencia que ha significado la gentrificación para los sectores populares. Pienso que hay dos dimensiones: por una parte, una que tiene que ver propiamente con la invisibilización. Hay muchos discursos que plantean que el centro estaba abandonado, que era un espacio. Esto activa un desconocimiento de la población popular que permaneció viviendo ahí durante el siglo XX y que, asimismo, llegó durante el mismo siglo a vivir en espacios que muchos consideraríamos (me incluyo) inhabitables: espacios muy deteriorados, incluso algunos catalogados como edificios en nivel de riesgo por el temblor. La necesidad de los sectores populares no se narra, ni siquiera para criticar que muchos decidieron ocupar una vivienda por la centralidad de la ciudad. Estas prácticas se han visibilizado en la medida en la que se habla de prácticas o de actores que son deleznables y que deben erradicarse. Pero, en la misma medida, borra estas presencias ya que se desconocen los significados y valores que se construyen desde esa dimensión, como es el comercio callejero. El comercio callejero no sólo representa una posibilidad de acceso a ingresos económicos, sino que también es un componente de consumo de los lugares. Hay un cuento de Armando Ramírez que es sobre un domingo en la Alameda: leemos una alameda popular. La gente se reúne ahí para comprar en los changarros, pero también a divertirse, a ligar. Paradójicamente, esa vida popular sólo se visibiliza con la denuncia y acusación del comercio callejero.

 

CM: Señalas que han sido historiadores, arquitectos, intelectuales y el gobierno mismo quienes construyeron el discurso sobre la renovación del Centro Histórico. ¿Cómo consideras que esto se vio reflejado en los intereses inmobiliarios y en los usos culturales del espacio público?

VM: Yo creo que ambos polos producen discursos distintos que de convergen de distintas maneras. Por una parte, hay una preocupación por la conservación o recuperación del patrimonio arquitectónico y urbanístico. Por otra parte, hay un trabajo mucho más centrado en el ámbito económico. Con ambos extremos, se demuestra que los procesos de gentrificación contienen bastantes contradicciones. El patrimonio es una dimensión que puede potencializar la revalorización económica del centro, aunque las leyes patrimoniales establecen muchos frenos para el desarrollo inmobiliario. Sin embargo, pueden llegar a converger en la medida en la que el patrimonio permite fijar rentas extraordinarias por ser un bien que no existe en otro lugar y que, por ende, tiene un carácter de unicidad para el que no existe competencia.  Hay intereses comerciales, turísticos e inmobiliarios que pueden surgir del discurso patrimonialista. Aunque todo esto es impulsado por intereses distintos, todo opera sobre lo mismo. Hay distintos tipos de inversión y de conservación de inmuebles que atañen a los intereses inmobiliarios. También creo que hay intereses culturales en relación con tanto con el patrimonio, pero también con otros espacios que pudieran emerger, llámense museos, cines, galerías, etc., los cuales traen consigo una economía. Creo que la renovación del centro, a pesar de toda esta heterogeneidad de discursos, sí tiene unas preocupaciones económicas muy claras. 

 

CM: Desde que se inició la renovación, ¿qué tensiones permanecen en el espacio público, pero también que otras posibilidades de apropiación popular han surgido?

VM: Hay distintos matices en la desapropiación. Por un lado, lo que se ha transformado significativamente tiene que ver con lo que se jugó el centro para los sectores populares. En el siglo XX, el centro se constituyó como un ligar de arribo para los sectores migrantes o de las periferias de la ciudad para encontrar trabajo y vivienda. Muchas de las trayectorias residenciales de gente de la ciudad de México que vive ahora en zonas periféricas transitaron en algún momento por el centro de la ciudad. Había vivienda barata y muchas oportunidades de empleo. Incluso en algún capítulo del libro analizo esas trayectorias y relato cómo muchos de los espacios a los que llegó esta gente ya desaparecieron a partir de la renovación, como es el caso de las casas de huéspedes, que más que convertirse propiamente en un Airbnb sí se volvieron lugares de renta muy caros que ya no funcionan para vivir. Por ejemplo, hoy albergan co-workings. En términos de Marcuse, se puede dar un desplazamiento por exclusión, lo que no quiere decir que haya una clausura. Los horizontes de lo posible que existían en el siglo XX para los sectores populares ya no tienen la misma representación en el siglo XXI. Aunque seguramente hay quienes siguen llegando a la Merced a encontrar espacios residenciales y de trabajo. Asimismo, hay gente que perdió su vivienda porque les subieron la renta o porque se trataba de un edificio que había sido abandonado por sus dueños y que había sido ocupado por otra población, pero, ahora, hay otro valor para el edificio. A veces aparecen nietos o familiares que reclaman los predios y se llevan a juicio a los ocupantes. En Regina se dieron muchos desplazamientos residenciales, así como en la zona de la Merced antigua. Por otra parte, también se revaloriza el espacio público. El desplazamiento callejero, en muchos casos, significó que la gente ya no pudiera trabajar definitivamente. El desvanecimiento de lo popular ha significado una precarización de las condiciones laborales. Hay condiciones más frágiles, más vulnerables en relación con la policía que aparece en algunos espacios, lo que provoca que haya menores ocupaciones del espacio. La exclusión también puede darse con la llegada de sectores medios, así como de distintos servicios. La atención que reciben ciertos espacios de la ciudad se da cuando comienzan a ser habitados por los actores de las clases medias. Me parece que es interesante porque hay una desigualdad en la atención de los espacios urbanos. La falta de servicios reafirma el lugar marginal de los sectores populares. Demandas que estos pueden tener en relación con la seguridad, la recolección de basura o el mobiliario urbano por lo general no son atendidas. En tanto que el área empieza a ser visitada por otros actores y hay otros intereses en los edificios y en el espacio público, ya se empieza a invertir en servicios e infraestructura pública. Los actores que no se benefician de esto aprenden algo: hay una pedagogía de que su lugar está subordinado y que quienes tienen voz son los nuevos vecinos. 

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Avenida Hidalgo, Centro Histórico de la Ciudad de México https://arquine.com/ave-hidalgo-en-el-centro-historico-de-la-ciudad-de-mexico/ Thu, 27 Feb 2020 12:00:20 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ave-hidalgo-en-el-centro-historico-de-la-ciudad-de-mexico/ Por su propia naturaleza, las ciudades se transforman en el tiempo, de la mano de la evolución de sus sociedades y economías, con respecto a las cuales están vinculadas y en relación a los criterios urbanos que van prevaleciendo a lo largo de la historia.

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Por su propia naturaleza, las ciudades se transforman en el tiempo de la mano de la evolución de sus sociedades y economías, con respecto a las cuales están vinculadas y en relación a los criterios urbanos que van prevaleciendo a lo largo de la historia. Desde los años veinte del siglo pasado, la mayoría de las ciudades en su contemporaneidad, apoyaron en buena medida su desarrollo, considerando como uno de sus componentes fundamentales el flujo creciente de los automóviles. Es bien conocido, estudiado y documentado, que la presencia de estos últimos distorsionó en muchos casos la esencia misma de las ciudades, que debían contar como elemento primordial la presencia, convivencia y recorridos peatonales de los seres humanos.

En este sentido, entre las reflexiones urbanas contemporáneas mas importantes, destacan las realizadas por autores como la estadounidense Jane Jacobs (1916-2006) con su obra Vida y muerte en la grandes ciudades americanas, del año 1961 o las del danés Jan Gehl (1936) que quedaron documentadas con textos como La humanización del espacio urbano, del año 1971. En ambos casos, se plantea que las ciudades deben retomar la idea de valorar al ser humano, como la consideración fundamental para determinar el orden, configuración, calidad y variedad de los espacios urbanos. Apoyadas en las ideas anteriores, recientes experiencias de reordenación de algunas ciudades europeas y otras en los Estados Unidos, se han identificado como los modelos, que muestran una sana convivencia colectiva. Entre los criterios urbanos estudiados y propuestos, destacan la consideración de diversas actividades colectivas en los barrios, apoyadas en una rica mezcla de usos del suelo, la valoración de la vida en las calles y dentro de estas últimas el planteamiento de ampliación, mejoramiento del arbolado y mobiliarios urbanos que forman parte de las banquetas, para que la gente las pueda recorrer con seguridad, amabilidad y calidad, de tal suerte que pueda estar, convivir y desarrollar distintas actividades en ellas con sus semejantes.

En sintonía con lo anterior, en los últimos años en la ciudad de México se han emprendido obras que tienen que ver con el impulso al transporte público en sus distintas modalidades, la diversificación de las rutas de bicicletas, el mejoramiento de los espacios públicos y como parte de lo anterior, la ampliación del área de banquetas, el diseño de cruces peatonales seguros en las esquinas de las mismas e incluyendo desde luego el mejoramiento de sus condiciones de habitabilidad, restando área de circulación a los automóviles, con la idea de impulsar que la gente viva, camine la ciudad y pueda realizar ahí distintas actividades.

A finales del mes de enero de este año fue inaugurada la remodelación de la avenida Hidalgo, en el centro de la Ciudad de México, en la Alcaldía Cuauhtémoc. El tramo intervenido corresponde con el cuerpo de su arroyo vehicular y la banqueta en su extremo norte, entre el Paseo de la Reforma y el Eje Central. El flujo de movilidad vehicular corre ahora en un solo sentido, de oriente a poniente y cuenta con dos carriles centrales para la ruta 4 del Metrobús, tres carriles para el movimiento de automóviles y uno más compartido con el flujo de bicicletas. La banqueta intervenida, de dimensiones generosas, nueve metros de ancho, arbolada, invita a nuevos recorridos y estancias en el lugar, aprovechando su nuevo equipamiento urbano.

Los usos del suelo en el paramento norte, que limita y define la avenida Hidalgo, de origen son diversos y complementarios, muy en concordancia con las ideas e inquietudes urbanas planteadas por Jacobs y Gehl, posibilitando una rica convivencia colectiva. Incluyen oficinas públicas, un teatro, museos, iglesias y comercios, a lo que se suman edificios de valor histórico que están en plena transformación, siendo de esperarse que logren pronto una nueva vitalidad. El paramento urbano mencionado es continuo, de alturas medias semejantes, combinado de manera amable y en armonía edificios de valor patrimonial con otros de manufactura contemporánea, resultando criterios que incluyen unidad en la variedad, mostrando el paso del tiempo en esa zona de la ciudad. Rompiendo el paramento mencionado, focalizando la atención visual y vivencial, al centro del tramo de la calle, destaca la Plaza de la Santa Veracruz, arbolada, en una plataforma que cuenta con un nivel más bajo respecto a la banqueta y que posibilita el acceso a las iglesias de la Santa Veracruz y San Juan de Dios que ahí se ubican y a los museos Nacional de La estampa y Franz Mayer.


En otro sentido, vale la pena comentar que algunos detalles de la remodelación que ahora nos ocupa quedaron pendientes y sería deseable que fueran terminados adecuadamente en una próxima oportunidad. Me refiero a algunos postes y cableados aéreos que se aprecian evidentemente fuera de lugar. Habrá que esperar también que la nueva vegetación propuesta se logre asentar y florecer y muy importante vigilar que en el lugar no vuelvan a aparecer vendedores ambulantes, buscando para ellos otras zonas de oportunidad para ser reubicados.


Hay que tener presente el que la vida en las ciudades depende en gran medida de la calidad y diversidad de sus espacios públicos, llámense calles, plazas o jardines. Considerando además que las calidades del espacio público generan conductas que pueden ser positivas o negativas. Para lo que ahora nos ocupa, el proyecto arquitectónico y de movilidad para la avenida Hidalgo, fue una aportación de la Fundación Kaluz y, al final de cuentas, es de esperarse que sus resultados puedan convertirse de manera natural en detonadores del desarrollo para esa zona de la ciudad y sus efectos se puedan desparramar en los alrededores del lugar. Otras zonas de la ciudad podrían contar con proyectos e intervenciones semejantes, siendo necesario que a los diseños y ejecuciones de obra se les asignen la atención y los tiempos de desarrollo y ejecución necesarios para que sus resultados, al final de cuentas, enriquezcan el tejido y la vida colectiva de la ciudad.

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Relacionarse con el centro histórico https://arquine.com/relacionarse-con-el-centro-historico/ Tue, 07 Aug 2018 14:00:25 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/relacionarse-con-el-centro-historico/ Los centros históricos pueden ser objetos de lo más estresantes. Esta tensión se proyecta en todos lados: los complejos y enredados aparatos institucionales y jurídicos para gobernarlos, sus planes de manejo y, encima, en las opiniones de sus visitantes, habitantes e incluso gobernantes.

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Los centros históricos pueden ser objetos de lo más estresantes. Esta tensión se proyecta en todos lados: los complejos y enredados aparatos institucionales y jurídicos para gobernarlos, sus planes de manejo y, encima, en las opiniones de sus visitantes, habitantes e incluso gobernantes. No tenemos claro cómo tratarlos urbanísticamente, en buena medida, porque no sabemos cómo relacionarnos con ellos culturalmente. Tanto podemos fetichizar nuestro deseo por ellos como disfrazamos de corrección política y normatividad las técnicas y objetivos de una gobernanza focalizada de la que no gozan otras partes de la ciudad. Hay una diversidad de posturas y, me parece, muy pocas de éstas parten de lo más importante: conceptualizar qué es un centro histórico y, sobre todo, para qué queremos que haya un centro histórico en la ciudad.

El Plan de Manejo del Centro Histórico de la Ciudad de México 2017-2022 es el instrumento programático con el que se encontrará la entrante administración de la capital, de dos alcaldías e incluso de las instituciones federales relacionadas. Es un documento con muchas virtudes. Esencialmente, trae consigo muchos datos de diagnóstico invaluables; recoge algunas experiencias, ideas, objetivos y, sobre todo, actores involucrados con el centro histórico; y apunta algunas directrices más o menos concretas (es decir, en algunos rubros muy concretas pero en otros muchos son más bien generalidades). Pero inevitablemente en él se respiran las tensiones conceptuales y éstas se traducen en ambigüedades, buenos deseos y eufemismos. Esto, creo, puede ser una buena oportunidad para que sin desecharlo y, al contrario, suscribiéndolo, los siguientes niveles de gobierno profundicen y afinen una nueva relación con el centro histórico.

Los objetivos suelen ser más o menos invariables: redensificarlo en términos habitacionales, embellecer y habilitar sus espacios públicos, reactivarlo económicamente y conservar aquello que llamamos patrimonio. Contar esfuerzos y avances en cada rubro, así como pensar objetivos y tácticas se vuelve muy problemático por una gran cantidad de razones. Las tensiones empiezan a multiplicarse y a acumularse; las estrategias pueden tener efectos contradictorios sobre los diferentes objetivos. Por ejemplo, no queda claro de entrada que podamos hablar de una “reactivación económica” en algunos de los cuadrantes más dinámicos de toda la ciudad. De hecho, dependiendo la zona es más bien esta intensa actividad la que dificulta conseguir los otros objetivos. Desde ahí ya tenemos algunos problemas conceptuales.

La corrección política hace su estridente aparición a través de una serie de consignas que a veces dicen poco (“hagamos de una ciudad-museo una ciudad-viva”, por ejemplo) o a veces reorientan la discusión hacia términos que oscurecen la razón por la que hablamos de centros históricos: por ejemplo, la centralidad de los vecinos en el discurso de una política de ordenamiento. En este último caso se olvida que si bien se trata de un grupo casi nunca homogéneo de actores, sus intereses, aunque totalmente legítimos, no siempre se concilian con la idea de un centro histórico a diferencia de lo que ocurre en otros entramados habitacionales de la ciudad.

Y es ahí donde está el corazón de las tensiones. De pronto las instituciones, actores e instrumentos de gobernanza de los centros históricos confunden su objeto como una suerte de ciudad dentro de la ciudad. La idea de que se trata de un espacio que, si fue segmentado del resto de la urbe, fue por su carácter patrimonial y recreativo, desaparece y reaparece de forma inconsistente. Al otro extremo, aquél que trata los centros históricos como meros parques temáticos, le pasa algo similar. Y en el camino tenemos, entonces, un enredo de instancias locales, estatales, federales, público-privadas e internacionales dictando normas, directrices y programas que jalan para un lado y para el otro en el contexto de un territorio muy complejo en términos sociales, económicos y hasta jurídicos.

Creo, pues, que conviene aprovechar los cambios de administración, para tomar una sana distancia de la trayectoria conceptual de los centros históricos y volver a acercarse al de la Ciudad de México con una mirada fresca y local. Los diagnósticos urbanísticos ahí están y son vigentes, pero conviene preguntarse qué papel queremos que juegue este pedacito tan particular de la ciudad. La intensa demanda que hay por este espacio (lo visitan alrededor de dos millones de personas al día) exige miradas de gestión centralizada para organizar ese deseo y mantener su sentido de lo público. Y creo que un buen punto de partida es entender esta demanda. 

Privilegiar la relación de unos (vecinos, comerciantes, turistas, burócratas) con el centro histórico puede implicar la exclusión de la relación de los otros. Yo no me atrevo a decir que una sea más legítima que otra. Por eso, cuando se habla de habitabilidad aparece el fantasma de la gentrificación. Cuando se habla de turismo, se ve la sombra de una gobernanza neoliberal. Y así se reactiva el reposicionamiento político de los intereses sobre esta intensa demanda…, olvidando los sentidos culturales que activan esta demanda.

Siempre me ha gustado la definición que el urbanista Fernando Carrión ha dado sobre los centros históricos como “objetos de deseo”. No son espacios urbanos que puedan ser tratados sin todas las particularidades sociales y culturales que activa lo patrimonial. Además de las dinámicas de centralidad urbana que pueden conservar algunos de ellos, el deseo por el centro histórico suele estar impulsado por sentidos compartidos de la belleza, de pertenencia, de leer en lo material una aglomeración de valores culturales. A partir de este deseo se derivan diferentes imaginarios sobre lo que debe hacerse con él (conservarlo todo, redensificarlo, transformar sus actividades económicas). Me parece que un problema de la gobernanza de los centros históricos es que se suele partir de uno u otro imaginario. Lo que sugiero dar un paso atrás y partir de comprender ese deseo como un problema público. Tal vez desde ahí es más fácil encontrar conciliaciones entre los actores involucrados y retomar las riendas de un plan de manejo.

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Dar vida a lo construido https://arquine.com/dar-vida-a-lo-construido/ Tue, 17 Mar 2015 19:02:52 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/dar-vida-a-lo-construido/ Las ciudades son el resultado de la historia, son elementos fundamentales en el desarrollo del presente y en el sustento del porvenir. La herencia del pasado debe conservarse, permanecer y transformarse, preservando su valor y asumiendo las transformaciones que el tiempo conlleve.

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La ciudad es un organismo vivo que muestra el estado de desarrollo cultural de una sociedad. Las ciudades son la ausencia de espacio, son proximidad, densidad y conectividad.

En los países desarrollados las ciudades encunan la innovación y aseguran su éxito alimentado redes que propician la interconexión entre sus habitantes. Por su parte, en países en vías de desarrollo, las ciudades son la puerta, la conexión de una cultura con el resto del mundo. Los centros urbanos representan la oportunidad de crecimiento y el camino de la pobreza a la prosperidad.

En México, más del 77% de la población vive en centros urbanos. Sin embargo, el crecimiento acelerado, un incremento en la demanda de vivienda no satisfecha y una infraestructura pensada hacia el coche ha provocado que estas ciudades continúen creciendo hacia las periferias. Normativas, malas decisiones urbanas y la falta de accesibilidad a viviendas en las zonas centrales han provocado una destitución del rol del centro histórico en el tejido urbano.

Fundada en el periodo novohispano, la ciudad de México ha fungido como centro administrativo, religioso y comercial. Actualmente, su centro histórico ocupa una superficie de aproximadamente 310 hectáreas, lo que equivale a lo que tenía la totalidad de la ciudad a principios del siglo XIX.

Como la gran mayoría de los centros históricos alrededor del mundo, nuestro centro ha vivido numerosas transformaciones a lo largo del tiempo. El centro ha sobrevivido un prolongado proceso de declive que se dio durante la segunda parte del siglo XX. La degradación de la arquitectura y el espacio público, el empobrecimiento de sus habitantes y un cierto declive demográfico son algunas de las consecuencias de ese proceso.

Las zonas viejas de la ciudad se fueron despoblado siguiendo el fenómeno que la ecología humana denomina cesión – sucesión. Segmentos de la población de medio y altos niveles socioeconómicos dejan sus viviendas las cuales, pasan a ser ocupadas por estratos económicos menores, a quedar semi – abandonadas, o son utilizadas como bodegas.

El Centro histórico comenzó a ser abandonado por las clases altas desde finales del siglo XIX. Esto, junto con la inmigración del campo a la ciudad daría por comenzado su proceso de densificación . Las grandes casas burguesas que antiguamente daban carácter e identidad al centro capitalino pasarían a convertirse en vecindades.

El centro alcanzó su máxima concentración de población alrededor de los años cincuenta, poco después de que las luchas de los inquilinos forzaran el congelamiento de las rentas urbanas. De hecho, se culpa a este hecho como la causa de la falta de inversión y de su deterioro.

A pesar de la proliferación del comercio informal, la prostitución y la inseguridad, el peso demográfico se mantendría hasta la década de los setenta. Sin embargo, es a partir de ese momento en que comienza un proceso de despoblamiento, de tal forma que entre 1970 y 2000 el Centro Histórico perdería prácticamente la mitad de sus habitantes.

Un evento clave en dicho proceso fue el terremoto de 1985; las ruinas, el miedo y la incertidumbre terminarían por despoblar el centro.

Al perder a sus habitantes, su vida, el centro se reposiciono como zona turística y de servicios, perdiendo relevancia dentro de los procesos y dinámicas del funcionamiento del día a día de la ciudad.

En los últimos años, numerosos esfuerzos, en ocasiones exitosos, por repoblar el centro, regresar la vida a este, han tomado lugar En la Ciudad de México, como en otras ciudades latinoamericanas, hoy en día es evidente la existencia de un “regreso a las zonas centrales”. El “regreso a la ciudad construida”, discurso de arquitectos y urbanistas está teniendo un importante auge.

Estos esfuerzos deben estar bien encaminados. El Centro Histórico no debe de ser concebido simplemente como una atracción turística o museo, este debe de retomar su papel dentro de la traza urbana. Además de recuperar su esplendor arquitectónico, el centro debe retomar su función social y económica dentro de las dinámicas y procesos de esta compleja ciudad.

Si bien habrá gente que añore la gran “Ciudad de los Palacios”, con grandes casas en la zona central de la ciudad, es un hecho que el centro histórico de una ciudad cosmopolita como lo es la Ciudad de México, necesita abrir la puerta a nuevos pobladores.

Debemos evitar que el centro viva de día y muera de noche. . Hoy en día al centro no le falta actividad, pero le falta más vida, la vida que nuevos habitantes generarían. Es por ello que debemos apostarle a un centro con más densidad y con una política urbana que logre un balance entre la búsqueda por su revitalización y la preservación del pasado.

Las ciudades son el resultado de la historia, son elementos fundamentales en el desarrollo del presente y en el sustento del porvenir. La herencia del pasado debe conservarse, permanecer y transformarse, preservando su valor y asumiendo las transformaciones que el tiempo conlleve. Al regresarle vida a la ciudad construida le daremos la oportunidad al centro de retomar su rol dentro de la ciudad y devolverle su identidad. El centro tiene aún una serie de vacíos con posibilidades extraordinarias de desarrollo. Es por ello que repensar la manera en la que se desarrolla la ciudad y entender lo que la normativa tiene que ofrecer para lograr el objetivo último de darle vida al centro es la única forma de construir vida sobre lo ya construido.

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