Resultados de búsqueda para la etiqueta [Suelos ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 09 Jul 2024 17:03:39 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 El groundscape y el territorio https://arquine.com/el-groundscape-y-el-territorio/ Mon, 08 Jul 2024 20:01:04 +0000 https://arquine.com/?p=91540 El groundscape es un proyecto inmenso e invisible, como un sistema de raíces que aumenta la ciudad-región. Porque no lo vemos, no lo medimos. Es subterráneo, un lugar de negación atávica y de oscuridad. Los programas de arquitectura subterránea, aún en el limbo, requieren nuevas lógicas de diseño y métodos de construcción específicos.

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Dominique Perrault no sólo encabeza uno de los despachos arquitectónicos más importantes de Francia y la Europa continental, sino que también ejerce una intensa actividad intelectual y programática. En uno año en el que los Juegos Olímpicos tendrán su sede en París, el también ganador del Praemium Imperiale (2015) ha puesto en práctica su concepto de groundscape (en respuesta a la exterioridad paisajística del landscape). El texto que sigue —publicado integralmente en el número 108 de la revista Arquine— puede leerse como manifiesto de esta arquitectura (y poética) de la relación, y viene acompañado de imágenes de uno de los proyectos más recientes y que mejor encarna las ideas llevadas a cabo por Dominique Perrault Architecte (dpa/Paris): la Estación Villejuif igr (iniciada en 2013 y completada en 2023) que, con sus 50 metros de profundidad, servirá de terminal para el Grand Paris Express, el ferrocarril metropolitano de la capital francesa.

A los arquitectos y urbanistas siempre se les ha pedido que lean el futuro de la ciudad, pero hoy deben enfrentarse a la brutalización de la historia. Una generación de crisis acumulativas, vinculadas entre sí, cuya velocidad de aceleración y complejidades buscan ser anticipadas por la sociedad y los Estados. Es a esta época de ruptura sin precedentes a la que pertenece la futura metrópoli y es a partir de su singularidad excepcional que se decidirá la vida de sus habitantes y de los recién llegados a ellas.

¿Cuál es este nuevo horizonte? El suelo, el espesor subcutáneo de la ciudad donde la arquitectura puede infiltrarse. Debajo de la epidermis urbana se mantienen como reserva volúmenes latentes. Un recurso disponible. Lugares escondidos donde la imaginación arquitectónica puede desarrollarse. Lugares multiplicables y receptivos a nuevos usos. Un nuevo espacio público capaz de redefinir la urbanidad y la ciudad, de espesar la superficie del suelo.

El groundscape es un proyecto inmenso e invisible, como un sistema de raíces que aumenta la ciudad-región. Porque no lo vemos, no lo medimos. Es subterráneo, un lugar de negación atávica y de oscuridad. Los programas de arquitectura subterránea, aún en el limbo, requieren nuevas lógicas de diseño y métodos de construcción específicos. La genialidad del gesto arquitectónico es hacer que la luz entre, introducir aire, volumen y fluidez bajo tierra. Crear espacio y abrirlo de manera generosa para que todos vivan allí, ampliar el dominio. Lanzar la arquitectura hacia arcanos de nuevas dimensiones. Disponerla para experimentos atrevidos. Hacerla entrar en crisis hasta que supere sus límites.

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Suelos barrocos. 
Conversación con Seth Denizen https://arquine.com/suelos-barrocos-conversacion-con-seth-denizen/ Wed, 03 Jul 2024 16:39:40 +0000 https://arquine.com/?p=91410 El estadounidense Seth Denizen ha conjuntado, como pocos, la práctica como arquitecto paisajista con estudios de biología evolutiva y geografía. En su trabajo, el suelo mexicano ha dejado una huella profunda, de manera casi literal. Esta conversación de Denizen con Santiago Aurelio Mota es parte del contenido del número 108 de la revista Arquine: Suelos.

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El estadounidense Seth Denizen ha conjuntado, como pocos, la práctica como arquitecto paisajista con estudios de biología evolutiva y geografía. En su trabajo, el suelo mexicano ha dejado una huella profunda, de manera casi literal: como en el examen (e imitación) de las representaciones del suelo y la flora en el Libellus de medicinalibus indorum herbis, mejor conocido como Códice De la Cruz-Badiano (1552-1553), obra de los sabios indígenas Martín de la Cruz y Juan Badiano; o sus dibujos de la serie Thinking Through Soil, por medio de los cuales ha estudiado el detritus natural y antropogénico del Bordo de Xochiaca (Estado de México) o el Valle del Mezquital (Hidalgo). En esta conversación con el diseñador e investigador mexicano Santiago Aurelio Mota —quien ha estudiado el impacto de las urbanizaciones contemporáneas a escala medioambiental—, ambos viajan desde el Barroco del siglo xvi hasta el de nuestros días por medio del suelo, ese cimiento que se da por sentado e inamovible, pero que se mueve y transforma a través del tiempo y las sociedades. Este es un fragmento de la entrevista que publicamos en el número 108 de la revista Arquine: Suelos.

 

Santiago Aurelio Mota: Es importante comenzar distinguiendo los conceptos yuxtapuestos de suelo como tierra; y suelo como terreno, territorio. Existe un entendimiento predominante del suelo como espacio matematizado, parcela o lote, con las connotaciones implícitas de propiedad y especulación de capital. Este concepto de suelo predomina en la planeación urbana, con daños colaterales para las disciplinas del diseño y el entorno construido. En contraste, tu trabajo se refiere al suelo como la materia misma que se encuentra entre la superficie y la profundidad geológica. Es raro encontrar a alguien que trabaje con el tema de suelos y provenga tanto del diseño como de la biología evolutiva. Tu trayectoria es única, realmente, y podría iluminar nuestra conversación. Entonces, antes de sumergirnos en el tema, ¿cómo terminaste pensando con y mediante los suelos?

Seth Denizen: Cuando estudiaba arquitectura del paisaje, me di cuenta de que prácticamente todo lo que hacíamos requería suelo. Estábamos obligados a intervenir en el suelo, y nuestros proyectos dependían de manera directa de este, pero cuando hacía preguntas al respecto nadie sabía realmente nada. Y esa paradoja básica se convirtió en mi interés principal: ¿cómo es que el suelo es tan importante para todo lo que hacemos y, sin embargo, nadie sabe casi nada al respecto? Me sorprendió descubrir un agujero gigante, del tamaño de una ciudad, en la cartografía edáfica. No sólo ignoramos mucho (o todo) acerca de los suelos, sino que nadie sabe nada sobre los más importantes para los diseñadores: los suelos urbanos. Básicamente, en tanto la humanidad ha sido capaz, cada vez, de darle más forma al suelo a lo largo de su historia, menos podemos decir sobre él en el lenguaje de la taxonomía edáfica. El suelo es de una opacidad muy particular para la Modernidad europea occidental del siglo xx. El suelo también cae en la brecha categórica, sobre todo en ese momento clave en el que lo vivo se convierte en lo no vivo, y viceversa. Además, el suelo es un material tanto sólido como líquido, lo cual es extraño, ¿verdad? Para la ley, la distinción entre sólido y líquido es lo que nos ayuda a decidir entre los derechos de la tierra, el agua subterránea o el petróleo. ¡Eso es extraño!

 

SAM: En diseño, la representación es central, no hay posibilidad de diseño sin representación. Tu trabajo privilegia de manera muy importante la representación. La entiendo aquí de dos maneras distintas. La primera es la proyección tradicional de ideas en un plano —disegno y proiezione—, la comunicación de imaginaciones y posibles condiciones futuras. La segunda es la representación entendida desde la jurisprudencia: presentarse uno mismo ante otros para obtener personalidad jurídica, derechos y responsabilidades. Tus dibujos incluyen agentes y relaciones que han sido borrados a lo largo de la historia del canon del diseño. En ese sentido, tu manera de dibujar es radical y pienso que se deriva en parte de tu investigación sobre el Códice Badiano. ¿Podríamos discutir sobre qué tan central es la representación en tu discurso e investigación en estas dos vías del pensamiento sobre los suelos?

SD: En cierto sentido, el Códice Badiano me enseñó cómo dibujar el suelo, punto. Mi trabajo es un intento sincero de pensar por medio del Códice Badiano, pero como una provocación en términos de representación. Para mí es muy claro que estamos viendo en ese códice una representación de relaciones ecológicas que desafían nuestra comprensión occidental —categórica y tradicional— de las plantas y el suelo como (entes) separados ontológicamente. En el Códice Badiano reconozco que estas categorías se vuelven borrosas. El suelo y las plantas se dibujan juntos por razones pragmáticas.

Quiero dibujar siguiendo el Códice Badiano, porque creo que es más preciso para hablar sobre el mundo. Nos enseña que cuando hablamos de suelos y plantas, necesitamos pensar en ellos como una relación, y no como un conjunto de objetos. En el Códice Badiano el suelo es necesario para conocer la vegetación, y la vegetación es necesaria para conocer el suelo. Si extendemos esta idea al entorno urbano, significa que también debemos pensar en la forma en que la ciudad produce suelo y la forma en que el suelo produce ciudad. Cuando en verdad queremos ser específicos, necesitamos desarrollar representaciones que abarquen toda nuestra capacidad para describir lo que está sucediendo.

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Mundos subterráneos https://arquine.com/mundos-subterraneos/ Wed, 26 Jun 2024 19:59:27 +0000 https://arquine.com/?p=91276 Entender en profundidad el suelo implica repensarlo hoy como una materia compleja y viva: la manifestación más o menos estable, en un tiempo también más o menos corto, de procesos que llevan miles de años en desarrollarse.

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Sous le pavés, la plage!

 

París, 1804. Un sabio alemán y un joven aristócrata venezolano se encuentran en un salón de la alta sociedad. El sabio era Alexander von Humboldt, quien recién había regresado de su largo viaje por el continente americano, entonces dominio del imperio colonial español. El joven era Simón Bolívar, que algunos años después lideraría la lucha por la independencia en parte de Sudamérica y, además, se daría el tiempo para escribir el poema “Mi delirio sobre el Chimborazo” (1822), dedicado al volcán que Humboldt escaló en 1802, sin alcanzar la cima, y al que el sabio consideraba la punta más alta del mundo —lo es, dicen, si la medida se toma desde el centro mismo de la Tierra—. Un año después, pero en Roma, Bolívar volvió a encontrarse a Humboldt, ahora en compañía de un pequeño grupo de científicos. El destino de la expedición era la ciudad de Nápoles. Tenían planeado escalar el Vesubio. Bolívar se les unió. El 26 de julio de 1805, pocos días después de que llegaran a Nápoles, un fuerte terremoto sacudió la ciudad. Semanas después, entre el 11 y 12 de agosto, el Vesubio escupió rocas incandescentes y lava. Humboldt y su grupo, incluido Bolívar, subieron hasta el cráter. La leyenda quiere que haya sido ahí, ante ese abismo humeante, que el joven sudamericano reafirmó su voluntad de liberar al subcontinente del yugo español, teniendo al sabio alemán como testigo.

Otro científico germano había escalado hasta el cráter del Vesubio 167 años antes, descendiendo incluso al interior, colgado de una cuerda sostenida por su guía, hasta donde el calor y el olor a azufre lo permitieron. Era Athanasius Kircher, un sacerdote jesuita con intereses amplísimos, que escribió más de 40 libros dedicados, entre otras cosas, a China, los jeroglíficos egipcios, la óptica y el magnetismo, el Arca de Noé o la construcción de la Torre de Babel. Su ciencia, al contrario de la de Humboldt, aún no era del todo moderna, sino que estaba muy cerca todavía de la alquimia que le dio origen. Eso resulta evidente en el índice de su libro Mundus subterraneus (1665), que derivó de su exploración del Vesubio. El libro trata de geometría y metalurgia; de fósiles, que interpreta como signos que la naturaleza imprime en algunas piedras; y de los habitantes de ese mundo subterráneo, que incluye dragones y demonios. Según escribe William Parcell, Mundus subterraneus “representa un puente entre los sistemas de pensamiento medievales y el movimiento empírico creciente que hoy, en retrospectiva, consideramos como la revolución científica.” En esa obra Kircher argumentó, entre otras cosas, que todos los volcanes del planeta, al igual que los océanos y mares, se conectaban bajo la superficie de la Tierra mediante sistemas de canales. Las diferencias entre esas maneras de entender el mundo, y la ciencia con la que lo interpretaban Kircher y Humboldt, pueden verse en varias imágenes.

Una es la sección del Vesubio, incluida en el libro de Kircher, donde vemos un gran fuego en el interior del cráter, un gran fuego con casi ninguna diferencia al de un horno o una fogata, si no es que por su monumental tamaño. En esa imagen, el interior del volcán no parece conectado al centro de la Tierra y a todos los demás volcanes del planeta, como en otro famoso grabado que presenta una sección del mundo entero. En el caso de Humboldt, no se trata de una imagen del Vesubio, sino del volcán americano que también hizo delirar a Bolívar: el Chimborazo. O, más bien, de su perfil simplificado. Si el dibujo se limitara al volcán, tendría algo de ingenuo. Pero, al igual que el Vesubio de Kircher, también es una sección. Sólo que, en lugar de revelarnos el interior cavernoso del Chimborazo, el corte nos muestra un plano blanco lleno de palabras: rubus floribundus, persea sericea, avicennia germinans o, en lengua vulgar y de manera respectiva, una mora silvestre, un aguacate, un mangle. El diagrama de Humboldt está enmarcado por dos columnas con más palabras y cifras que, juntas, pintan un cuadro completo de la naturaleza del volcán, de cómo la altura, humedad, precipitación pluvial y las distintas variedades de plantas forman parte de lo que hoy llamamos un ecosistema. El nombre francés que le dio Humboldt a esa imagen, cuya influencia en la manera de presentar información y datos científicos fue enorme, es tableaux physique: a la vez tabla y pintura. Y, en alemán, Naturgemälde, cuadro de la naturaleza. La diferencia va más allá del interior vacío y con fuego del esquema de Kircher, o del interior textual de Humboldt. Ambos quieren entender la naturaleza. Pero si para Kircher lo natural ya ha sido escrito, de maneras diversas que incluyen hasta los fósiles, Humboldt anota los nombres que la ciencia humana ha dado a cada una de las plantas que se encuentran en ella.

Pocos años después del encuentro entre Humboldt y Bolívar, Georges Cuvier —zoólogo, geólogo, paleontólogo y muchas otras cosas más— empezó a publicar a partir de 1807 sus hallazgos de huesos animales en el subsuelo parisino. En 1832, junto con Alexandre Brongniart, también geólogo e ingeniero de minas, Cuvier publicará su Corte teórico de los distintos terrenos, rocas y minerales que entran en la composición del suelo de la cuenca parisina. En su ensayo “Les atlas historiques de ville et l’administration du passé metropolitain au xixe siècle” [“Atlas históricos de la ciudad y la administración del pasado metropolitano en el siglo xix”], Stéphane Van Damme explica cómo en ese siglo:

Al enfatizar las dificultades de interpretar el pasado urbano y la creciente necesidad de identificar el objeto metropolitano para el mayor número de personas posible, los estudiosos —sean arquitectos, ingenieros, arqueólogos, geólogos, paleontólogos o botánicos— cuestionan la unidad urbana. ¿Esta se define por su extensión, su densidad demográfica, sus edificios (criterios estéticos incluidos), su funcionalidad económica o política, su profundidad histórica, sus características geológicas? ¿Sigue siendo un territorio natural como sugieren la tesis de las grandes cuencas geológicas (parisina, londinense, etc.) o las investigaciones botánicas?

 

La investigación del subsuelo en las ciudades conjuntaba el trabajo de científicos y técnicos —si es que la diferencia entre el conocimiento puro y su aplicación aún tenía sentido en ese momento—. Van Damme comenta los fines evidentemente utilitarios del Atlas souterrain de Paris, elaborado entre 1841 y 1859 por el ingeniero Eugène de Fourcy. En Nineteenth-Century Urban Cartography and the Scientific Ideal: The Case of Paris, Antoine Picon, escribe con respecto al Atlas de Fourcy:

El subsuelo del atlas era representativo de las diversas preocupaciones culturales y políticas que se expresaban por medio de la cartografía. En el momento de su publicación, la cartografía del subsuelo, en particular, tenía un significado político y social. En las diversas láminas del atlas, la sorprendente oposición entre los patrones irregulares de lo subterráneo y la geometría más simple de la superficie tenían algo que ver con el miedo a lo oculto, lo oscuro y lo reprimido, como si lo subterráneo actuara cual una especie de sustituto de todo tipo de amenazas. Entre estas amenazas, el miedo al malestar social también estaba presente en el deseo de hacer visibles todos los niveles de la ciudad, de reemplazar el suelo, por así decirlo, con vidrio transparente.

En 1863, Louis Figuier, periodista y divulgador científico, publica su libro La Terre avant le deluge [La Tierra antes del diluvio], que se convertirá, según presumía él mismo, en su obra más vendida. Se trata de un libro para niños —en el prólogo, Figuier dice que el primer libro que se debería poner en las manos de un niño debería ser uno de historia natural—, que “propone exponer las diversas transformaciones que ha sufrido la Tierra para llegar a su estado actual, describiendo su estructura interior.” El frontispicio del libro es un “corte ideal de la superficie sólida del globo terrestre, mostrando la superposición y disposición de terrenos sedimentarios y eruptivos”. En la parte superior del corte, el que corresponde a la era geológica presente, hay un volcán actual, en erupción, y podemos seguir la línea anaranjada de la lava, que se engrosa mientras atraviesa las distintas capas de suelo hasta llegar al fondo, donde yacen el granito eruptivo y materias líquidas desconocidas. La travesía por el espacio, desde la superficie de la Tierra hasta su centro, es también un viaje en el tiempo y una expedición de lo conocido a lo desconocido.

Parece irrefutable la necesidad de conocer esos mundos subterráneos para mantener la estabilidad de la última capa, la humana (cada vez más artificial). Y también parece lógica la intención de multiplicar esa capa humana no sólo hacia arriba, piso tras piso y sobre columnas, sino también en profundidad, cual Torre de Babel invertida. En su libro L’urbanisme souterrain (1995), Sabine Barles y André Guillerme señalan el inicio de ese urbanismo subterráneo, al menos en Francia, con el trabajo del arquitecto y urbanista Eugène Hénard (quien en 1906 inventó las glorietas para agilizar el tráfico), y sus ideas sobre la calle del futuro publicadas en 1911 en la revista estadounidense American City. La idea de Hénard era tan lógica como simple: la única manera de hacer crecer en capacidad y usos las calles existentes de una ciudad, sin tener que transformarla radicalmente o destruirla, es hacia abajo, en la profundidad del suelo. A Hénard siguió, en Francia, el trabajo de Édouard Utudjian, fundador en 1933 del gecus [Grupo de Estudios y Coordinación del Urbanismo Subterráneo], que llegó a realizar congresos internacionales en cinco ocasiones (París, 1937; Róterdam, 1948; Bruselas, 1949; Nueva York, 1964; y Varsovia, 1965). Siguiendo las ideas de Hénard, Utudjian y el gecus planteaban llevar la ocupación del subsuelo a una escala urbana, dedicándolo principalmente a la circulación de automóviles, pero también a liberar el suelo (el nivel cero) de todas aquellas funciones mecánicas o de almacenamiento que no requirieran iluminación y ventilación naturales. En algún momento, el interés por el suelo como un complejo de fuerzas y materias —y contenedor de historias múltiples acumuladas y aún en proceso, vivas— pasó a ser un interés más simple, meramente económico, que no buscaba otra cosa que extraer materia útil para algo más, en otra parte, y obtener así una ganancia a cambio. La minería se volvió el modelo de producción general, incluso para la arquitectura y el urbanismo, especies de minería por sustitución, “piezas de equipos de minería que devoran activamente el planeta”, como escribe Mark Wigley, para quien “la arquitectura se eleva mediante agujeros dispersos por todo el planeta.”

Podemos imaginar lo que habría pensado Athanasius Kircher —mientras colgaba de una cuerda a la mitad del cráter del Vesubio, aguantando la respiración y el calor— si pudiera ver a dónde nos ha llevado nuestro interés por el mundo subterráneo: extracción de materia, desecho de residuos —sustancias descompuestas—, y la multiplicación de niveles o pisos en profundidad en muchas ciudades grandes. Kircher concebía el mundo subterráneo de una manera distinta. Creía en la investigación racional y empírica de los secretos de la naturaleza, que están ahí para incitarnos a estudiarlos, e incluso para avanzar teorías —visiones— que sabía imposibles de verificar de manera empírica, como los sistemas de conductos que atraviesan la Tierra y conectan fuego, aire y agua —como se mostraba en sus dibujos en sección del planeta—. Pero también dejó lugar en el mundo subterráneo, como en su libro, para dragones y demonios que, suponemos, nunca vio.

Entender en profundidad el suelo implica repensarlo hoy como esa materia compleja y viva que interesó a Kircher y que, sin ser el mismo tipo de materia, también era concebida por Humboldt, Cuvier o Figuier: la manifestación más o menos estable, en un tiempo también más o menos corto, de procesos que llevan miles de años en desarrollarse y que frecuentemente van acompañados de eventos catastróficos —una erupción volcánica, el diluvio universal, el meteorito que se llevó a los grandes dinosaurios, o también, nosotros mismos, la humanidad como fuerza geológica—. Por supuesto, esto no es un argumento en favor de la existencia de dragones o demonios, tampoco se trata de revivir la tradición de hacer ofrendas antes de excavar una cimentación, o de volver a plantar un poste para los dioses tutelares —que no otra cosa significa genius loci—, que cuando se entienden como símbolos o alegorías de sistemas y fuerzas muy reales, no dejan de tener cierto sentido. Lo que resulta indudable hoy es que debemos trabajar para entender que es muy distinto construir en el suelo —teniéndolo por materia inerte y sin atributos, y empujar aún más abajo esa capa que supuestamente demarca al Antropoceno de otras capas estratigráficas, para hacerles la vida más difícil a geólogos futuros— y otra muy distinta construir con el suelo —humilde y humanamente, palabras emparentadas con humus, palabra que en latín designa al suelo, la tierra de la que somos parte.

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De construir el suelo. 
Conversación con Francisco Díaz https://arquine.com/de-construir-el-suelo-conversacion-con-francisco-diaz/ Thu, 20 Jun 2024 16:24:08 +0000 https://arquine.com/?p=91118 Conversamos con Francisco Díaz, ex editor de la revista 'ARQ', sobre su reciente libro 'Suelo'. Esta conversación forma parte del número 108 de la revista Arquine, cuyo tema es, precisamente, suelos.

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Conversación con Francisco Díaz apareció primero en Arquine.

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Francisco Díaz es arquitecto por la Universidad Católica de Chile, tiene un master en Crítica, Curaduría y Prácticas Conceptuales por la Universidad de Columbia, y es candidato a doctor por el Politécnico de Turín. Fue editor de la revista ARQ y es autor del libro Patologías contemporáneas: ensayos de arquitectura tras la crisis de 2008 (2019, Uqbar editores). La publicación de su libro más reciente, Suelo (2023, editorial Bifurcaciones), inspiró esta conversación, que se publica en su versión completa en el número 108 de la revista Arquine.

Las ilustraciones que acompañan esta conversación fueron realizadas por Orra White Hitchcock (1796–1863), una de las primeras mujeres ilustradoras, artistas botánicas y científicas en los Estados Unidos.

Alejandro Hernández Gálvez: Primero, como pregunta obvia: ¿cómo llegaste y cómo abordas el tema de suelo?

Francisco Díaz: Estaba trabajando en temas de uso y propiedad del suelo cuando me invitaron de la editorial Bifurcaciones a participar en una colección de libros cuyos títulos tenían una sola palabra, referida a conceptos espaciales. Me pasaron una lista de palabras y no estaba “suelo”. Se las propuse y me dijeron que estaba perfecto. Empecé a armar un mapa para abordar el tema y me di cuenta de que no había posibilidad de tener un hilo conductor, una narrativa lineal, sino que la única forma era encararlo desde distintos puntos de vista. Esto porque, al ser una sola palabra, no había adjetivos, entonces no tenía nada que cualificara el suelo. La idea era mostrarlo con la máxima cantidad de puntos de vista. A fin de cuentas, es imposible —y también indeseable— agotar el suelo.

 

AHG: No sé si la polisemia que tiene la palabra suelo en español ayuda o estorba. Suelo podría traducirse al inglés como floor o ground.

FD: Yo tenía tres: ground, soil y land. Land implica el ius soli, el derecho de una persona a tener una nacionalidad por nacer en un país.

 

AHG: Y entre esos términos se deslizan distintas maneras de entender al suelo: como superficie o en profundidad, como tierra o terreno. ¿Hay un giro en nuestra época que nos lleva a entender el suelo de otra manera desde la arquitectura?

FD: Los arquitectos tendemos a pensar el suelo como la línea inferior en el dibujo de una sección: una línea gruesa donde se indica que ignoramos qué hay más abajo. Por fortuna, creo que han aparecido unos mayores grados de preocupación respecto a cómo la arquitectura no clausura o sella el suelo. Ya que el espacio en el planeta es finito y su capa superior está viva, cada vez que construyes un edificio o una calle, sellas el suelo, y con eso le quitas al planeta superficie para respirar. El suelo respira en vertical, y creo que la arquitectura se está dando cuenta de eso. Por ejemplo, me parece interesante volver a mirar el urbanismo moderno en esta clave: pensando que la separación del edificio y el suelo puede tener un beneficio ecosistémico que antes no se consideraba.

 

 

 

AHG: Entonces Le Corbusier tenía razón…

FD: Pero desde una perspectiva que él no pensó. Se puede pensar incluso en agrupar la vivienda en torres, alejadas unas de otras, que permitan que haya suelos absorbentes entre ellas. El urbanismo moderno fue vilipendiado con razón, porque mataba la vitalidad de las ciudades. Pero ahora el problema quizás sea otro: la cantidad de suelo que estamos sellando. Otra cosa que me parece interesante es la noción del edificio como mecanismo. No es la máquina de habitar de Le Corbusier, sino una serie de sistemas diseñados —electricidad, desagües, etc. — que incluyen la dimensión ecosistémica. Es decir, lo que importa es cómo esos sistemas ayudan a que el edificio repare el entorno.

 

AHG: Me vienen a la mente dos dibujos que están entre los que dieron forma a este número. El Corte teórico (1832), publicado por Cuvier y Broignart. El otro es también una sección, y aparece en el libro que Kiel Moe dedica al edificio Seagram, de Mies van der Rohe: un corte que va desde ese edificio en Manhattan hasta la mina Chuquicamata (Chile), de donde se extrajo el cobre que se usó en la aleación para la famosa fachada. ¿Cómo entiendes tú esa relación entre el suelo, el dibujo del suelo y la arquitectura?

FD: Recuerdo dos libros que plantean esa discusión: A Billion Black Anthropocenes or None, de Kathryn Yussoff; y Geontologies, de Elizabeth Povinelli. Ambos libros discuten el origen de la geología como campo de conocimiento, porque esta ciencia dibuja las estratigrafías para entender las capas minerales del suelo. Ellas ligan el nacimiento de la geología al proyecto colonial, ya que se necesitaba saber la distancia de los sitios de extracción (no se puede mover el suelo, pero sí un dibujo del mismo). Los geólogos viajan y, como no pueden cortar el suelo, sacan muestras tubulares (calicatas) que despliegan y van leyendo en distintas capas. A partir de eso desarrollan una estratigrafía y ese dibujo puede viajar hacia el centro del poder colonial donde se decide si se hace una extracción. Por eso ambas autoras —desde distintas entradas— conectan la geología y el dibujo del suelo en sección, con el proyecto extractivista de la Ilustración. Por lo mismo, critican también la idea de Antropoceno, porque si la entendemos como una época geológica, quiere decir que es una noción certificada por la geología. Pero si esta ciencia fue clave para promover el proyecto colonial que generó la contaminación que hoy nos afecta, ¿por qué, si es parte del problema, le entregamos el poder de decidir en qué momento empieza una época? A fin de cuentas, la noción de Antropoceno —que los humanos hemos afectado tanto el planeta que hasta generamos una capa geológica— revalida a la geología. Entonces, si vemos el dibujo del suelo desde ese punto de vista, quizá sería mejor no saber tanto de él y dejarlo en paz.

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Arquine 108 | Suelos https://arquine.com/evento/arquine-108-suelos/ Tue, 18 Jun 2024 21:39:01 +0000 https://arquine.com/?post_type=evento&p=91032 Arquine les invita a Jams sobre el nuevo número de la Revista Arquine 108 | Suelos, una conversación para reflexionar sobre los escenarios y proyectos de partida que pretenden remediar el suelo

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Arquine les invita a Jams sobre el nuevo número de la Revista Arquine 108 | Suelos, una conversación para reflexionar sobre los escenarios y proyectos de partida que pretenden remediar el suelo, transformándolo para evitar que se siga deteriorando. El suelo, el recurso más valioso y escaso de la ciudad, del territorio y, a su vez, del planeta. 

Participan:
Juan Carlos Cano, Loreta Castro, Iñaki Echeverría, Erika Loana, Óscar Rodríguez

La cita será en El Museo Experimental el Eco | RSVP:  difusion@arquine.com

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La pérdida del suelo y la crisis hídrica actual https://arquine.com/la-perdida-del-suelo-y-la-crisis-hidrica-actual/ Mon, 10 Jun 2024 17:18:48 +0000 https://arquine.com/?p=90866 Varias de las principales ciudades de México han agotado su capital natural a raíz de su expansión sobre suelo de conservación, tierras agrícolas o áreas naturales como barrancas, cerros o humedales.

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Este es un fragmento del texto publicado en el número 108 de Arquine: Suelos.

 

 

Varias de las principales ciudades de México han agotado su capital natural a raíz de su expansión sobre suelo de conservación, tierras agrícolas o áreas naturales como barrancas, cerros o humedales. Numerosas razones contribuyen, en conjunto, a este deterioro social, económico y ambiental que, en su expansión, lleva a un mismo destino a las comunidades que son absorbidas por ella, perpetuando una lógica de desarrollo desigual en los centros urbanos, y pobreza urbana en las periferias: una suerte de socialización de los costos y privatización de los beneficios económicos de las ciudades.

En el caso de la cuenca del Valle de México, la pérdida simultánea de la capacidad de regulación de agua pluvial, con la apertura de la cuenca hacia el norte, y la invasión de territorios lacustres, dieron forma y cimiento a una de las condiciones más perversas de manejo hídrico para una metrópoli de estas dimensiones. Los ríos y lagos pasaron a ser drenajes, las planicies lacustres y aluviales se convirtieron en zonas urbanas en el Estado de México de la talla de Chimalhuacán, Ecatepec o Ciudad Nezahualcóyotl; se siguen rellenando con cascajo y basura los lagos de Chalco para dar pie a nuevas colonias irregulares dentro de santuarios de agua; las barrancas de Tacubaya o Naucalpan conducen aguas negras.

Ese fue el caso en la historia reciente del urbanismo metropolitano en la cuenca, históricamente rodeada de humedales hacia el sur y oriente, y montañas al poniente, se rigió por los primeros proyectos urbanos inmobiliarios de principios del siglo xx ,cerca del centro, iniciando así la ampliación de su traza hacia las tierras firmes de poniente. En el caso de los pueblos del sur de la ciudad, el movimiento se dio hacia los pedregales, mientras las antiguas haciendas y pueblos lacustres originarios se mantenían en una condición rural hacia el sur-oriente de la cuenca.

En las últimas dos décadas el suelo agrícola y las áreas naturales protegidas de la Ciudad de México y el Estado de México han sufrido un cambio acelerado, muchas veces irregular, en el uso de suelo. Como respuesta a intereses de generación de vivienda que se han pervertido para beneficio de dos actores principales: los asentamientos irregulares y unifamiliares que se expanden gradualmente, y el de los desarrolladores inmobiliarios que apuestan por lo barato y genérico y requieren de grandes extensiones de territorio de muy bajo costo, casi siempre de uso agrícola y lejos de los centros urbanos. Este deterioro ambiental ha generado una pérdida en la recarga de los acuíferos por la urbanización, una sobreexplotación por la multiplicidad de pozos profundos, y la descarga de la mayor parte de las aguas residuales con poco o nulo tratamiento a los dos grandes efluentes de las ciudades: los ríos Lerma y Tula.

La pérdida del control del desarrollo urbano por parte del gobierno y la sociedad civil organizada es, sin duda, uno de los errores que más nos va a costar corregir, pero siempre hay un camino: la restauración ecológica es posible, siempre y cuando existan la voluntad y las condiciones económicas que lo permitan. Prueba de ello es la reciente designación de Texcoco y Tláhuac-Xico como áreas naturales protegidas, las cuales sientan un precedente importante para la conservación y regeneración de esos ecosistemas lacustres. 

 

 

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A cielo (medio) abierto https://arquine.com/a-cielo-medio-abierto/ Fri, 24 May 2024 22:18:35 +0000 https://arquine.com/?p=90464 En cuestión de días será la presentación en sociedad (cosa que sucede cuando una revista, libro u otro objeto cualquiera de celulosa empieza a recorrer las calles) de Arquine 108 — Suelos, un número en el que, como dice su nombre en plural, les lectores de esta revista podrán ver proyectos y ensayos que regresan […]

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En cuestión de días será la presentación en sociedad (cosa que sucede cuando una revista, libro u otro objeto cualquiera de celulosa empieza a recorrer las calles) de Arquine 108 — Suelos, un número en el que, como dice su nombre en plural, les lectores de esta revista podrán ver proyectos y ensayos que regresan al fundamento de la vida sobre la Tierra. Bípedos o no, siempre hay un suelo debajo de nosotros, aunque pocas veces pensemos más allá de la corteza fina que nos sostiene, sin considerar las capas estratigráficas (cada vez más antropogénicas), las conexiones planetarias entre volcanes y placas tectónicas, o la inconcebible biomasa y diversidad que contiene un metro cúbico de suelo.

Volcanes, mundos subterráneos, groundscapes futuros, parques ecológicos y renovaciones que servirán como esponjas como respuesta (quizá insuficiente) frente al cambio climático, todo eso recorre una A108 —nomenclatura que usamos para hablar de los números de marras, en un afán por ahorrarnos caracteres en chats y correos electrónicos— que de cierta manera es una secuela de las ideas depositadas (metáfora terrena) en Trazas (107). A reserva de no revelar de qué tratará A109 (en el que ya hemos empezado a trabajar), puedo decir que, con facilidad, podría conformar una trilogía con sus dos hermanas más recientes; y, para más suspenso, incluso a finales de 2024 podrían completar una tetralogía con A110. Ojalá sí, ojalá no, ojalá quién sabe.

Como fuere, al terminar las revisiones, veía de nuevo algunas de las fotos, láminas y mapas de este número. Las más notables: el Naturgemälde que Humboldt hizo del Chimborazo, una imagen cosmogónica de esa cumbre andina; el Plano general de las obras de desagüe en el sur del Valle de México (1866), de M. Téllez Pizarro, en el que vemos una ciudad a punto de desecarse; o las coloridas secciones y estratos de la artista científica, o científica poetisa, Orra White Hitchcock. Pensaba en la potencia visual de A108, que incluso dejó fuera a varias imágenes excepcionales. 

Como una foto del volcán Xaltepec, en Tláhuac, mi alcaldía de residencia. Este volcán rojizo, de apenas 2,489 metros de altura, es una de las referencias para el skyline chaparro del oriente de la ciudad, mismo que es posible observar desde hace 10 años, sobre todo, en las estaciones de metro que corren desde Calle 11 hasta Zapotitlán. El Xaltepec es la más sobresaliente de las formaciones volcánicas que conforman la sierra de Santa Catarina, junto con el Yuhualixqui, Tetecón, Tecuauhtzin, Guadalupe y La Caldera. Son volcanes de cierta belleza sangrante, por sus laderas explotadas por la minería local de tezontle y basalto y que, durante algunas partes del año, se cubren de terciopelo verde. Cuando el sistema de lagos del noroeste del valle de México, mejor conocido como Lago de Texcoco, aún no se había desecado, esta era una zona que incluso llegó a llamarse Península de Iztapalapa. Hasta el siglo XVI, esta prolongación de tierra se encontraba entre los lagos de Xochimilco y Chalco. Fue declarada área de conservación en 1998, pero eso no ha impedido que el explosivo crecimiento urbano del siglo XXI haya convertido las faldas de esos volcanes en uno de los sitios más famosos (e infames) de la urbanización desorganizada de esta zona entre Iztapalapa y Tláhuac. 

Entre los habitantes y vecinos, esta sierra es conocida simplemente como Las minas, a secas (nadie los llama volcanes). Es posible llegar a ellas a pie o en uno de los autobuses guajoloteros que van rumbo al Estado de México y cruzan por las colonias aledañas, caracterizadas por su pésima pavimentación, iluminación dudosa y edificios de ladrillo gris expuesto. Una vez ahí, los volcanes imponen su altura y un paisaje que, más que distópico, parece liminal: como si uno saliera de la ciudad del todo, allí es posible recorrer paisajes de arena roja y rocas de diversa coloración, al tiempo que ve un constante trasiego de maquinaria pesada y vehículos blindados (de militares, narcos y lo que sea). El Xaltepec, pese a esto, tiene algo de legendario: para niños que tienen en sus túmulos y colinas el mejor parque para bicicletas; por la facilidad con la que uno puede encontrarse pertenencias personales (se afirma que por ser desechos de basura); o por los incendios en su cima, que dan la impresión de que el volcán ha vuelto a despertar. Yo mismo he paseado por ahí, sobre todo alrededor del Yuhualixqui, que corona, por así decirlo, las colonias San Lorenzo Tezonco y La Estación. Es fácil encontrar en esos parajes de arena roja, que en la noche parecen llevar a un desierto lejano, credenciales extraviadas, ropa, basura y, por supuesto, huesos y cenizas.

Todo esto viene a cuento por la reciente controversia en la que, se supone, se halló un crematorio a cielo abierto en el volcán Xaltepec. La denuncia la puso Ceci Patricia Flores Armenta, fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora. Tras una llamada anónima, la activista se dirigió al Xaltepec y, tras algunas pesquisas, anunció por medio de su cuenta de X el hallazgo de un lote calcinado, rodeado de pertenencias personales. El escándalo fue inmediato, en gran parte por la reputación de Flores quien, desde la desaparición de sus hijos Alejandro Guadalupe Islas Flores (en 2015) y Marco Antonio Sauceda Rocha (en 2019) , ha atravesado el país de sepulturas comunes que es México para desenterrar todo tipo de fosas clandestinas. La autora de Madre buscadora. Crónica de la desaparición (Fondo Blanco, 2023) abrió el caso como noticia criminal y, para el 19 de abril de 2024, las autoridades ya habían realizado acciones de búsqueda a lo largo de Las Minas.

Como Pablo Ferri refiere en una crónica reciente (El País México, 11 de mayo de 2024), el caso ha sido casi descartado. El consenso pericial es que los restos óseos tienen un origen animal, sobre todo perros, y que los documentos y objetos son sólo basura. Restos que han llegado de muchas partes de la ciudad a esas laderas que, por otro lado, sirven a corredores y hasta a un rancho balneario, el Parque Xalli, que tiene palapas y una tirolesa. En este territorio que comparte con Iztapalapa los índices de criminalidad y parte de su cultura urbana, la noticia, si bien no pareció inverosímil, sí fue desacreditada por los habitantes. 

Caso cerrado o no, el asunto recuerda el parentesco que el concepto de “cielo abierto” da a cosas en apariencia tan disímiles como una mina o un crematorio. El caso de las primeras es literal y está a la vista de todo aquel que recorra las carreteras de México: con sus círculos concéntricos, la minería metálica contemporánea destruye literalmente el paisaje y lo deja como un agujero irremediable. Es tanto un ecocidio como un acto explícito, y hasta de una literalidad insultante, de extractivismo. El Xaltepec y sus volcanes vecinos no son los únicos que han sido sujetos a esta expoliación: ahí está también el caso de los humedales en Xochimilco y Tláhuac, que han despertado una defensa del territorio por parte de los chinamperos.

Ese movimiento no ha sido el único que enlaza la realidad global, que es la de la explotación de los suelos y recursos naturales, a otros sucesos que han cambiado de manera radical la vida cotidiana en Tláhuac: como la debacle que supuso la caída de la línea 12 del metro en 2021, apenas reparada; o movimientos demográficos inesperados como la inmigración haitiana que, a instancias de las autoridades migratorias mexicanas, en un momento llegó a concentrar a una gran mayoría de los refugiados por las turbulencias políticas del país caribeño en campamentos temporales y muy endebles en el Bosque de Tláhuac. Pareciera que, por fin, tras décadas (cuando no siglos) de periferización, el oriente de la ciudad ha entrado a las grandes corrientes historia mundial por causa del extractivismo, los movimientos geopolíticos internacionales (que, en el caso haitiano, tienen sus raíces en el colonialismo y el racismo más primigenios), el crimen organizado y una lógica metropolitana que jamás dejará que el suroriente de la Ciudad de México deje de ser una periferia.

Como mencionaba en otro lado, los campos de concentración están más cerca de lo que creemos, tanto en espacio como en tiempo. 

Y esto puede constatarse sobre todo en las ciudades, como lo han hecho varias teóricas y pensadoras en la última década, concebidas como campos de exterminio a cielo abierto. Eso incluiría, de manera menos foucaultiana que mbembiana, espacios donde se realiza la tanatopolítica (el arte de decidir y tener la potestad de quién vive y quién muere): las prisiones, escuelas, manicomios y sus pares: las ciudades, convertidas en espacios de encierro. No es sólo que la compartimentalización extrema de lugares como las unidades habitacionales replique, en gran medida, el enjaulamiento de otros lugares, o que haya una clara demarcación en las ciudades entre centros y periferia; es que ahora incluso nos enfrentaremos a islas o domos de calor, en las que el asfalto y el concreto a los que la arquitectura y la urbanización modernas nos han acostumbrado convierten las urbes en gigantescas trampas para millones de personas. 

Sirva esta pequeña reflexión sobre los espacios de encierro a cielo abierto para pensar que, después de todo, siempre se ve hacia arriba desde un suelo, desde un fundamento. Aunque todos tendremos que regresar, tarde o temprano, al suelo (ya sea en un ataúd, hechos cenizas o convertidos en proteínas, fármacos o incluso microplásticos), es imposible no pensar en mirar al cielo. Aquí sirve un concepto astrológico cuyo nombre me parece digno de investigarse y trasladarse a metáforas más fundamentadas: el medium coeli o cielo medio, concepto fundamental para los lectores y confeccionadores de horóscopos (hermeneutas de personajes, más que de personas de tal o cual signo), y cuya definición recojo de la AstroWiki:

el cielo medio simboliza el ámbito de la vida en el que un individuo deja su huella en el mundo exterior. Al ser el punto en el que el individuo abandona la protección y la intimidad simbolizadas por el Imum Coeli [el fondo del cielo] en el ejercicio de una profesión, el Medium Coeli […] representa la profesión del individuo o, más exactamente, su vocación (“destino”). Representa la posición pública o social. [El cielo medio simboliza] una relación con un colectivo más indefinido al que el individuo aporta algún tipo de contribución. 

Así como A108 comenzará su circulación por el mundo terrestre, después de estar alojado sobre todo en servidores y discos duros, también es destino de estos ejemplares regresar al suelo (quizá a uno más inhóspito que el de los árboles que le dieron origen). Pero pienso en nuestro transcurso por la tierra y ese cielo medio que, en el mundo editorial, es el de la conversación silenciosa entre lectores y productos escritos.

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De moluscos, cráneos, casas, suelos y playas https://arquine.com/de-moluscos-craneos-casas-suelos-y-playas/ Mon, 13 May 2024 16:08:41 +0000 https://arquine.com/?p=89984 En las primeras décadas del siglo XIX, el zoólogo y paleontólogo Georges Cuvier y el geólogo Alexandre Brogniart estudiaron la composición geológica y los fósiles hallados en la cuenca parisina. El libro donde expusieron sus hallazgos iba acompañado de un mapa y también de una sección "teórica" de dicha cuenca. En ésta, de algún modo quedaba demostrado lo que 150 años se pintaría en las calles: bajo el pavimento hubo una playa.

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Los tiempos de una publicación periódica son, evidente y necesariamente, cíclicos —cuando no lo son y tu periodo es irregular, quiere decir que, en tanto publicación periódica, algo no anda del todo bien. Sí, sé que en pocas pero innegables ocasiones hemos llegado un par de días tarde. Querido lector y suscriptor, discúlpanos. Sin ser disculpa, he de decir que la mayoría de las veces ha sido por situaciones fuera de nuestro control: demasiada humedad en el ambiente que impide que la tinta seque sobre el papel a tiempo, una distribuidora —la que llevaba la revista hasta la repisa donde la comprabas— desaparece de un día a otro, o una pandemia, por ejemplo. Normalmente nuestro ciclo para la revista impresa cierra a mediados del mes anterior a que entre en circulación: agosto, noviembre, febrero y mayo. Hoy, 13 de mayo, el número 108 de Arquine, que llevará por título y tema suelos, entra a imprenta —si no hay ningún contratiempo. Y, por mera casualidad, hoy 13 de mayo, se cumplen 192 años de la muerte de Jean Léopold Nicolas Frédéric Cuvier, quien hace una aparición, breve, pero precisa, en el número dedicado a los suelos. Quizá un aniversario luctuoso no sea visto como el mejor augurio, pero es la coincidencia que nos tocó y mejor verle el lado bueno.

George Cuvier —su nombre artístico, digamos—, nació en 1769. Desde niño, dicen se interesó en la historia natural y de los animales. Brillante, dicen, llegó a ser uno de los científicos más reconocidos —y criticados— de su tiempo, y se le considera el padre o uno de los padres de la paleontología, de la anatomía comparada y de la estratigrafía. Las tres ciencias se relacionaban entre sí para explicar una de las ideas básicas de Cuvier. Aunque Darwin, cuarenta años menor que Cuvier, aún no había pensado en su teoría de la evolución —El origen de las especies se publica en 1859—, algunos de sus precursores ya hablaban de cambios o transformaciones en la forma y estructura de ciertos animales a través del tiempo. Cuvier se oponía a esa idea. Pensaba que cada animal —cada tipo de animal— era perfecto para las funciones que su momento histórico y su situación geográfica exigían. Los animales cuyos restos encontraba —gracias a la paleontología— podrían parecerse a algunos aún vivos, pero estudiados a detalle —gracias a la anatomía comparada—, podía entenderse que no tenían relación directa. Cuvier suponía que esos animales habían desaparecido a causa de grandes desastres naturales, como terremotos o diluvios y otras catástrofes —por eso su teoría se llama catastrofismo— cuyos rastros pueden encontrarse al estudiar las distintas capas geológicas que se van acumulando al pasar de siglos y milenios —y eso gracias a la estratigrafía.

La visión de Cuvier del mundo animal ponía, pues, la función —de los órganos y partes del organismo y del organismo entero— antes que la forma, contrapunto que nos resulta familiar en arquitectura —quizá porque deriva de aquellas ideas científicas. Aunque quizá la relación entre biología y arquitectura, o entre las ideas producidas por una y otra disciplinas, sea más compleja que la influencia directa, lineal. Según escribe Martin Bresani:

El gran cambio introducido por Cuvier en las ciencias naturales proviene de un nuevo método de clasificación explicativa que ya no se basa en la descripción externa del organismo sino en las funciones fisiológicas cumplidas por las diferentes partes del mismo.

Bresani agrega que hay dos principios rectores en el método de Cuvier: el principio de correlación, que postula que los órganos de un cuerpo se subordinan unos a otros para cumplir con acciones determinadas, y el principio de las condiciones de existencia, que supone que aquellas acciones tienen como objetivo hacer posible y mantener la existencia del ser entero en relación con su entorno inmediato. Función y contexto antes que forma. Al otro lado o en la tora esquina de Cuvier se encontraba Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, para quien la forma de los animales estaba determinada por un plan general.

Paula Young Lee cuenta que en 1830 tuvo lugar un famoso debate en la Academia Real de Ciencias de París entre Cuvier y Geoffroy sobre la anatomía de los moluscos, al mismo tiempo que se desarrollaba una acalorada controversia en la Academia de Bellas Artes:

Quatremère de Quincy y Henri Labrouste discutían sobre la morfología de la forma construida. Entre los partidarios de Labrouste se encontraba el arquitecto Leonce Reynaud quien, junto con su hermano Jean Reynaud, un destacado editor y filósofo, también estaban del lado de Geoffroy en el otro debate. Estos hombres vieron el lento crecimiento del molusco como una metáfora de la historia humana y a su cuerpo maleable como un modelo para la reforma social. El desafío arquitectónico era aceptar a las clases bajas como el futuro mismo de la sociedad urbana. En París, incluso cuando la Revolución de julio de 1830 volvió a elevar las apuestas políticas, ése era el significado de los moluscos.

Young Lee también explica cómo Cuvier usaba en sus explicaciones términos como “composición” y “plano” al hablar de “la arquitectura del cuerpo animal”. Y cita a Cuvier usando la arquitectura para explicar sus ideas: “La composición de una casa es el número de habitaciones que tiene; el plan es la distribución recíproca de esas habitaciones”. En una cita más larga de los escritos de Cuvier, la analogía es aún más clara:

Si dos casas contuvieran cada una un vestíbulo, una antesala, un dormitorio, un salón y un comedor, se diría que su composición es la misma; si este dormitorio, este salón, etc., estuvieran en el mismo piso dispuestos en el mismo orden, y si uno pasara de uno a otro de la misma manera, también se diría que su plan es el mismo. Pero si sus órdenes fueran diferentes, o si estas habitaciones estuvieran en un solo nivel en una de estas casas pero dispuestas en pisos sucesivos en la otra, se diría que estas casas de composición similar fueron construidas siguiendo planos diferentes.

Por otro lado, las ideas de Cuvier y, sobre todo, la manera de construirlas y presentarlas, tuvieron efecto e influencia notables en la arquitectura. Desde los dibujos de arquitectura comparada de Jean Nicolas Luis Durand hasta las ideas de tipo y estilo de Gottfried Semper. Pero sobre todo en Viollet-le-Duc. Estelle Thibault escribe:

El trabajo de Georges Cuvier sobre la organización animal ofrece poderosas analogías que atraviesan el trabajo teórico de Viollet-le-Duc. Detrás del concepto de “condiciones de existencia”, Cuvier defiende la tesis según la cual el entorno determina completamente la morfología animal. Los animales de todas las especies, en su diversidad, se analizan como otros tantos sistemas lógicos, unitarios y racionales, sobredeterminados por sus condiciones de vida en un entorno específico y compuestos de órganos que responden cada uno a funciones precisas. Su supervivencia depende de esta perfecta adecuación. En los escritos de Viollet-le-Duc, la metáfora del edificio como organismo sugiere pensar en la forma del elemento constructivo en relación con su función en un sistema global que responde a condiciones externas –materiales, conocimientos técnicos, clima, moral. contexto político, social y religioso, fuera del cual pierde toda validez.

 

 

 

 

Y no sólo en las ideas, también en los dibujos. Bresani hace notar la similitud entre un dibujo de un cráneo explotado realizado por Nicolas-Henri Jacob para el tratado de anatomía de Jean Marc Bourgery, y algunos de los dibujos, también explotados, de Viollet-le-Duc.

En 1811 Cuvier publicó un libro escrito junto con Alexandre Brongniart: Ensayo sobre la geografía mineralógica de los alrededores de París, que incluyó un bellísimo mapa desplegable, la Carta geognostica de los alrededores de parís. Brongiart nació un año después de Cuvier, en 1770. Fue hijo de Alexandre-Theodore Brogniart, conocido arquitecto parisino. Fue nombrado por Napoleón director de la Manufactura Real de Sevres, puesto que ocupó durante 47 años, hasta su muerte. Dirigir la famosa fábrica de cerámica no fue obstáculo para sus intereses como químico y geólogo. Al contrario. Cuando estudió con Cuvier los alrededores de París, conjuntaron sus intereses geológicos y paleontológicos. Entre las hipótesis que les permitieron elaborar sus descubrimientos, estaba la de que en la cuenca parisina se habían alternado la presencia de agua salada y agua dulce. La demostración de esa idea también fue dibujada. Esta vez en una magnífica sección: Corte teórico de los diversos terrenos, rocas y minerales que entran en la composición del suelo de la cuenca de París. En su libro Bursting the limits of time. The Reconstruction of Geohistory in the Age of Revolution, Martin J. S. Rudwick escribió que dicha sección

mostraba todas las formaciones [geológicas] apiladas en el orden correcto, pero como si todas estuvieran expuestas en una única localidad, en el lado de un único valle imaginario. La sección era puramente geognóstica: simplemente representaba las relaciones tridimensionales de las masas rocosas, con sus espesores típicos. Pero las anotaciones junto a las formaciones resumieron el contenido fósil, lo que a su vez proporcionó la clave de las condiciones de su deposición y, por tanto, de la geohistoria de la región de París.

Quizá, con su mapa y su corte, Cuvier y Brogniart demostaron, siglo y medio antes de que se leyera escrito en las calles parisinas, que bajo el pavimento, hubo playa.

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Vocación del suelo: tres problemones https://arquine.com/vocacion-del-suelo-tres-problemones/ Wed, 16 Mar 2022 16:00:38 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/vocacion-del-suelo-tres-problemones/ Esa agua que usamos, y de la que abusamos como si no hubiera mañana, está ahí gracias al suelo de conservación de la ciudad, una extensión de terreno de la que la gran mayoría de los chilangos nunca han oído hablar y de la que dependen los 8 millones de habitantes de CDMX

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En colaboración con Revista Este País

En la película Marte (2015), basada en un libro del mismo nombre, el protagonista Mark Watney se encuentra varado en ese planeta; la siguiente oportunidad para ser rescatado todavía está a años de distancia. Después de muchas pruebas, descubre que puede hacer que la tierra de Marte produzca las papas que necesita para comer. Para lograrlo, precisa realizar muchas adaptaciones, incluyendo usar sus propias heces y las de sus compañeros de viaje; esto para aportar elementos químicos, como amoniaco, que la tierra necesita para poder producir alimentos —para leer una discusión científica sobre si eso es posible, haz clic aquí—. La enseñanza es que la tierra de Marte puede, si uno está dispuesto a pensar creativamente y hacer muchas adaptaciones, ser usada para la agricultura. No es su vocación, pero se puede.

Tanto en la Tierra como en Marte, hay procesos que algunos ecosistemas pueden realizar de manera especialmente eficiente y otros que no. La sabana inundable de la Orinoquía colombiana tiene condiciones que la hacen apta para la producción ganadera. El bosque templado de pino y oyamel que rodea Ciudad de México desde el sur hasta el poniente, con su suelo lleno de raíces y material vegetal, es particularmente bueno para retener el agua de lluvia y recargar los mantos acuíferos de los que depende la ciudad. La planicie costera de Sinaloa, con la humedad del Pacífico que la sierra retiene, es idónea para la agricultura. Las condiciones naturales de la Sierra Madre Occidental hacen que algunas regiones de Durango sean especialmente aptas para las plantaciones forestales.

Estos servicios que pueden ocurrir de manera eficiente en un ecosistema a menudo son llamados, a falta de una mejor palabra, la vocación natural de la tierra. Vocación es una palabra útil: explica lo que queremos decir, pero es imperfecta al sugerir la presencia de una voluntad. No es el caso, obviamente, que un ecosistema “quiera” hacer una cosa por encima de otra. Un desierto no “quiere” nada; simplemente es.

Sin embargo, saber la vocación de un ecosistema es importante, y organizar una sociedad para que use su territorio de acuerdo con esa vocación lo es más. De hecho, muchos problemas ambientales de nuestro país y del mundo encuentran sus raíces en nuestra incapacidad de entender lo que distintos ecosistemas hacen mejor o de manera más eficiente; o peor: aunque se entienda bien, se ignora.

Ofrezco tres ejemplos para ilustrar esto:

  1. La deforestación

México es uno de los países líderes a nivel mundial en pérdida de bosques y selvas; en 2020 ocupamos un lugar en la lista de los 10 países con mayor pérdida de bosque primario. Según datos de la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR), entre 2001 y 2018 la deforestación en México terminó con un poco más de 212,000 hectáreas de bosque al año.

Dos puntos de este mismo estudio de la CONAFOR explican el vínculo entre la deforestación y nuestra incapacidad de entender la vocación de la tierra: 1) 94% de esa deforestación ocurrió para transformar el bosque y la selva en pastizal para producir ganado o para uso agrícola y 2) la región donde el problema de la deforestación es más pronunciado, por mucho, es la Selva Lacandona.

A simple vista, puede parecer una decisión defendible. Después de todo, la gente tiene que comer. Chiapas es un estado de alta marginación: la producción agrícola y ganadera es una buena alternativa para la población. Con tanta vegetación, la tierra de la Selva Lacandona debe ser sumamente fértil. Debe tener una vocación agrícola y ganadera, ¿no?

La respuesta, para sorpresa de muchos, es un no rotundo. Los suelos de la Selva Lacandona, especialmente de la selva baja, son sumamente pobres en términos de nutrientes. Son arcillosos, con poca hojarasca y poca retención de agua. En el suelo de la selva el agua corre, no se queda. Los árboles de la región se han adaptado a este ecosistema de distintas maneras. Unos, como las ceibas gigantes emblemáticas de la zona, han modificado sus troncos con contrafuertes naturales para tener estabilidad; otros han desarrollado sistemas de raíces que corren muchos metros sobre la superficie del suelo, casi sin profundidad.

Esta realidad es una dolorosamente conocida por los habitantes de la selva, que cada año desnudan de su cubierta vegetal miles de hectáreas de selva, las siembran y miran cómo se agota el suelo en dos años, para abandonarlo en forma de potrero, vacío del mosaico de vida que normalmente llena cada metro cuadrado de la Selva Lacandona. Este ritual de muerte tiene consecuencias funestas para México y el mundo. Si bien las causas de la deforestación son amplias y complejas, muchas de ellas suceden por no entender la vocación de la selva; y en lo que aprendemos, perdemos cientos de miles de kilómetros cuadrados de bosques y selvas mexicanas cada año.

  1. Escasez de agua

El problema ambiental más severo que actualmente enfrenta Ciudad de México y que más se agudizará en los años por venir es la falta de agua. La telenovela del agua que los chilangos protagonizamos cada año incluye el reporte anual del estado que guardan las presas del Sistema Cutzamala y hace dos años, el dramón de la “K Invertida”.No obstante, nuestra obsesión con el Sistema Lerma-Cutzamala nos ha llevado a tener una visión sólo parcial de la realidad y a ignorar un problema más importante: el abatimiento de los depósitos de agua que sacamos del subsuelo y que representa el 70% del agua que se usa en la ciudad. Esa agua que usamos, y de la que abusamos como si no hubiera mañana, está ahí gracias al suelo de conservación de la ciudad, una extensión de terreno de la que la gran mayoría de los chilangos nunca han oído hablar y de la que dependen los 8 millones de habitantes de CDMX. Son decenas de miles de hectáreas ubicadas principalmente en las alcaldías del sur y del poniente de la ciudad (Tlalpan, Tláhuac, Milpa Alta y Magdalena Contreras, Álvaro Obregón) y en los estados vecinos de México y Morelos que tienen la función de captar el agua de lluvia y permitir su regreso al acuífero.

En teoría, el suelo de conservación representa un poco menos del 60% de la superficie de Ciudad de México y ha sido designado como tal como un reconocimiento de que la retención de agua es uno de los procesos más útiles para nosotros que puede llevar a cabo ese territorio. Como un reconocimiento de su vocación.

Pero esa es la teoría; la realidad es otra. En Ciudad de México, organizaciones sociales, líderes políticos y empresas inmobiliarias han tolerado y fomentado (y lo siguen haciendo) el establecimiento de asentamientos irregulares, a menudo en suelo de conservación. Las razones para estas invasiones son múltiples y muy variadas. Van desde lo siniestro, como la búsqueda de capital político por parte de líderes oportunistas, la búsqueda de lucro económico, como en el caso de empresas inmobiliarias, hasta la atención de un problema absolutamente real: la falta de vivienda de costo accesible. La Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT) ha estimado que por cada hectárea de suelo de conservación que se pierde, la ciudad pierde la capacidad de recargar 2.5 millones de litros de agua. En otras palabras, parece sensato aceptar que en ningún caso las invasiones irregulares tienen como propósito dejar sin agua a Ciudad de México; sin embargo, eso es exactamente lo que están logrando. En parte por no entender, o no querer entender, cuál es el mejor uso posible, para la mayor cantidad de gente, del suelo de conservación de Ciudad de México.

  1. Vulnerabilidad al cambio climático

El 21 de octubre de 2005, el huracán Wilma tocó tierra en Quintana Roo, como huracán categoría 5. Este ha sido el segundo huracán más intenso en la historia del hemisferio occidental, sólo después de Patricia (2015). A su paso arrasó con playas, caminos, casas y hoteles, causando daños por más de 2,392 millones de dólares, de acuerdo con la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros. Días más tarde, el 24 de octubre, el mismo huracán tocó tierra en Florida, donde volvió a causar daños, esta vez mucho más costosos que los que causó en México, dado su paso por zonas más densamente pobladas.

Cuesta trabajo imaginarlo, pero pudo haber sido peor.  Entender por qué pudo haber sido peor y por qué no lo fue, es crítico en un momento en que enfrentamos un futuro donde los fenómenos meteorológicos serán más intensos y frecuentes.

Cuando Wilma tocó tierra, tanto en Quintana Roo como en Florida, lo hizo en zonas con amplia presencia de bosques de manglar. En un estudio de 2012, Keqi Zhang y sus colegas estimaron con modelos matemáticos que sin la presencia de ese bosque de manglar las inundaciones derivadas de la tormenta hubieran llegado hasta 70% más lejos que donde llegaron en Florida y con mayor severidad. Ello con todos los costos asociados con estas inundaciones, tanto en términos económicos como en vidas humanas.

Esto no debe sorprendernos. Está bien documentado el papel que tienen algunos ecosistemas costeros como los arrecifes de coral, pastos marinos y bosques de manglar al atenuar los impactos de los fenómenos meteorológicos extremos. Logran esto porque sus estructuras dispersan la fuerza de un oleaje que viaja muchos kilómetros desde mar adentro, acumulando fuerza sin nada que lo frene.

Estos ecosistemas son defensas naturales contra algunos de los impactos más destructivos del cambio climático. ¿Qué estamos haciendo al respecto? Si tuviéramos sentido común, estaríamos invirtiendo millones en protegerlos y restaurarlos. Lamentablemente, estamos haciendo lo opuesto: acabar con ellos lo más rápido posible.

Enfoquémonos en un caso en particular: el predio Tajamar, en Cancún. En la madrugada de un día de enero de 2016, acompañados por la policía estatal, una empresa contratada por el estado mexicano entró a destruir 58 hectáreas de manglar junto a la laguna Nichupté, para hacer espacio para un centro comercial y un desarrollo inmobiliario. Para cuando la sociedad civil había logrado detener la obra mediante una orden judicial, 90% del manglar ya había sido talado.

Dejemos de lado la destrucción de la biodiversidad que habita un manglar, dejemos de lado que la tala de manglar es ilegal en la legislación mexicana y en los tratados internacionales de los que somos parte, incluso desde un punto de vista estrictamente egoísta, este episodio demuestra nuestra inusitada habilidad para darnos balazos en el pie. La industria turística de Cancún, que 11 años antes había sido puesta de rodillas por el huracán Wilma, olvidó rápido ese episodio y estaba lista para destruir precisamente la infraestructura natural que puede proteger sus activos en el futuro. Todo ello por no entender, o no querer entender, que el manglar le es mucho más útil a toda la sociedad deteniendo huracanes que albergando un nuevo Starbucks.

¿Qué hacer?

Siempre habrá una competencia entre los usos del territorio. Es raro el caso donde la vocación, el marco legal y los incentivos económicos se alinean y todos apuntan en una misma dirección. Es por eso que es tan importante que el Estado mexicano, en sus tres niveles, tenga mejores mecanismos para decidir QUÉ SÍ se puede y QUÉ NO se puede en determinado predio.

El camino es relativamente sencillo, por lo menos en teoría. La ciencia marca el contorno de lo que se puede o no se puede hacer. Es descriptiva, no prescriptiva. Con los pies bien planteados en esas bases científicas, debe seguir un proceso de planeación participativa, que involucre a los sectores afectados y establezca un mecanismo justo y transparente para dirimir diferencias.

Hay una buena noticia: mucho de esto YA SE HIZO en México. Se trata de un esfuerzo masivo que duró años, que encabezó la SEMARNAT y que culminó con la publicación en el Diario Oficial de la Federación del Ordenamiento Ecológico del Territorio en 2012.Este ordenamiento cumple con todos los requisitos para ser un instrumento de planeación territorial de clase mundial, sólo necesita ser rescatado del cajón donde lo metieron en 2012 y ser puesto en práctica. Haciendo eso, podemos empezar a revertir el daño que se ha hecho ignorando la vocación de nuestro territorio.

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