Resultados de búsqueda para la etiqueta [Protestas ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 11 Sep 2023 14:18:55 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Multitud en renta: Demo, la fachada de la democracia https://arquine.com/multitud-en-renta-demo-la-fachada-de-la-democracia/ Thu, 20 Oct 2022 13:58:29 +0000 https://arquine.com/?p=70529 Ahora en el Museo Espacio Aguascalientes, la muestra de Juan Obando y Yoshua Okón explora el fenómeno de los “acarreados” en Estados Unidos en movilizaciones en el espacio público.

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Al amaño, con engaño, dicen por ahí. Hoy esta frase popular retumba en las democracias con tal intensidad que, paradójicamente, ya es inaudible. Sobre este embuste reflexionan Juan Obando y Yoshua Okón con Multitud en renta: Demo. Presente en el Museo Espacio Aguascalientes, la exposición atiende el fenómeno del astroturfing, es decir, la práctica legalizada de acarreados que generó movimientos como Black Lives Matter.

“El espacio público se relaciona con la congregación democrática, sin embargo está por completo regulado, vigilado y mapeado”, considera Obando, artista colombiano que vive en Estados Unidos. En ese país agencias como Crowds on Demand se dedican a reclutar personas que se hacen pasar por activistas, son empresas proveedoras del diseño, programación y gestión de manifestaciones públicas que crean ilusiones casi cinematográficas, sus servicios incluyen presencia en redes sociales y cobertura mediática. Es una vieja práctica —incluso se le puede ver en algunos filmes de Fellini, por ejemplo en La dolce vita (1960), en el episodio de los niños milagrosos, entrenados para engañar a los incautos en el que fotógrafos y camarógrafos colaboran para crear una ficción—, “lo nuevo es el descaro con el que se hace”, apunta Obando.

 

Origen artificial

“El astroturfing toma su nombre de una marca de pasto sintético y genera movimientos orgánicos a partir de un origen falso —dice Okón, que desde los años noventa quería hacer una obra con acarreados en México—; en Estados Unidos la corrupción es más compleja, está normalizada e incluso es legal. Es una herramienta que usan tanto agendas de derecha como de izquierda e incluso corporativas, es parte de la fachada de la democracia”. Lo curioso o perverso es que al teatralizar una movilización en el espacio público, que funge como escenario, esta práctica crea un nuevo espacio cuya dimensión ya no es ficticia. Así lo explica el colombiano: “cuando se practica el astroturfing, se enmarca un contenido y una narrativa; a veces se suman personas con buenas intenciones a las causas, pero desde su diseño se manipula e instrumentaliza un enojo justificado”.    

“Empecé a ver volantes afuera de la Universidad de Boston que ofrecían trabajo a jóvenes que en el verano necesitan dinero —cuenta Obando—, se trata de chicos que están muy adoctrinados, sienten culpa de ser blancos y quieren acabar con el racismo. Todo eso me llevó a Grassroots Campaigns, compañía que se dedica a reunir gente para luchar por causas liberales; en resumen, una granja de votantes para el partido demócrata”. Multitud en renta: Demo presenta un video para el que Obando y Okón contrataron a Crowds on Demand y gobelinos de gran formato que reproducen los volantes con los que se atraen a los extras.

Un lugar del que es imposible escapar   

Dice Obando que hace unos 20 años aparecía por muchos lados la frase “support our troops” (“apoyemos a nuestras tropas”, en español). “El tipo de adoctrinamiento más efectivo, según Chomsky, es al que no hay chance de decirle no. Por más que seas anti guerra, no puedes darle la espalda a los jóvenes que mandan como carne de cañón a los conflictos armados; es una frase muy buena porque no la puedes negar”. Otro problema innegable en Estados Unidos es el racismo. Ambos artistas, sin embargo, están de acuerdo en que la forma de enmarcar las protestas de Black Lives Matter, que surgieron durante el gobierno de Obama a partir del astroturfing y a cuya causa después se adhirieron miles, generaron más antagonismos que una verdadera consciencia. 

Las puestas en escena del astroturfing, cuyo éxito se mide si al final sólo el 10% de los manifestantes fueron comprados, como es el caso de la campaña presidencial de Trump, se pueden detectar al observar pancartas que no están hechas a mano y gente que de un momento a otro está uniformada con la misma playera. La difusión de las manifestaciones falsas, sobre todo en redes sociales, el espacio público expandido, da lugar al equívoco de tomar por verdad el engaño en una época en la que ser activista, estar despierto a las injusticias, es una moda y un imperativo.

“La práctica del astroturfing opera en la opacidad, no te revela sus mecanismos. Con esta obra, que es una crítica a la narrativa de las democracias liberales, revelamos el detrás de cámaras, apuntamos al dispositivo mismo —explica Okón—, en los videos que filmamos reemplazamos la causa de la manifestación por verde digital, que es el color que se usa para generar efectos especiales; también por eso se decidió hacerlos silentes: no importa la causa sino la gesticulación misma, el dispositivo de la manifestación pública que se ha convertido en símbolo de las democracias modernas”.   

Curada por Magalí Arriola, Multitud en renta: Demo se podrá ver hasta el 29 de enero de 2023. 

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Somos la desmesura: por la desesterilización del espacio [público] vivido https://arquine.com/somos-la-desmesura-por-la-desesterilizacion-del-espacio-publico-vivido/ Tue, 09 Mar 2021 15:38:31 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/somos-la-desmesura-por-la-desesterilizacion-del-espacio-publico-vivido/ Intervenir la valla, invertir su sentido ha logrado hacerla hablar las múltiples voces que a la vez expresamos el dolor y la rabia por tanta injusticia hoy presente, como también anuncia que queremos y somos capaces de dar a luz a otros mundos posibles porque, de hecho, ya lo estamos haciendo en el mismo momento en que nos reunimos, alzamos la voz y tejemos resistencias.

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El sentido del tiempo en el antimonumento “es tanto más provocador y conmovedor por cuanto no es posible reducirlo a historia, por cuanto es conciencia de una carencia, expresión de una ausencia, puro deseo.

Marc Augé, 2003

 

Hace más de un año, ante las pintas de protesta feminista realizadas a la “Victoria Alada de la Independencia” —mal llamada “Ángel” (y sí, mis estimades lectoras y lectores, las palabras sí importan)— se levantaron reclamos diversos que hacían una apología del monumento, y no sólo del de la Independencia, sino reclamaban ante la atrocidad que les parecía el infligir pintas sobre un símbolo histórico tal. En ese entonces, planteé en este mismo medio la necesidad de repensar el valor del espacio público —y su materialidad— en términos de lo que el filósofo francés Henri Lefebvre (1974) tuvo a bien llamar espacio vivido: un espacio que es más bien acto a través del que se crea —y recrea— el sentido del mundo, en el que nos planteamos ya mismo que otros mundos son posibles. 

También en ese entonces señalé lo problemática que resulta la sacralización de las estructuras arquitectónicas del pasado por dos cosas: primero porque, de entrada, es importante preguntarnos quién sacraliza: hay un discurso hegemónico en la designación de lo que tiene valor en muchos casos. En segundo lugar, porque el monumento no es monumento por antonomasia, es designado así, en tanto resguardo de la memoria por una visión de mundo que concibe el tiempo como una acumulación de capas con una eminente relación causal entre sí que, inexorablemente, llevan a una interpretación de lo que se supone que somos hoy y que seremos mañana. Sin embargo, también podemos constatar en ciertas circunstancias históricas —como la injusticia y la violencia sistemática que seguimos viviendo las mujeres en el presente— que una estructura arquitectónica, tradicionalmente denominada “monumento”, puede significar poco o incluso ser ofensivamente ostentadora de una serie de supuestos principios que en el presente efectivo no son más que una promesa incumplida. En este contexto nace la idea de antimonumento (Lacruz y Ramírez, 2017).

 

Fotografías Giovanna Enríquez.

 

 

Antimonumento y heterotopía

“[…] especies de contraemplazamientos, especies de utopías efectivamente realizadas en las cuales los emplazamientos reales, todos los otros emplazamientos reales […] están a la vez representados, cuestionados e investidos, especies de lugares que están fuera de todos los lugares, aunque, sin embargo, localizables.”

Michel Foucault, 1984

 

Mientras la lógica del monumento es la del resguardo de la memoria, lo que a su vez supone el intento por entender el presente a razón del pasado que le precede (y que le ha dado origen); la operación del antimonumento supone que una estructura ha quedado obsoleta, ha sido vaciada de sentido y, por lo tanto, nos posiciona ante una incertidumbre que demanda debatir y plantear otros horizontes alternativos. No se trata de fantasear con futuros que nunca han de llegar, sino actualizar el porvenir en nuevas conformaciones presentes: “el futuro es ahora”. Y como todo ahora, no conmemora, no “utopiza”, sino que activa la relación de fuerzas, las tensiones que enfrentamos como multitud (Hardt y Negri, 2004): se puede evocar el dolor y activar formas colectivas ciudadanas al mismo tiempo: heterotopías.

El antimonumento es un concepto que, lejos de suponer la negación del monumento, supone su desmantelamiento conceptual y la inversión de sus supuestos. Lo que el monumento brinda como orden y diferenciación a partir de una narrativa oficial y la conmemoración de aquello que un orden hegemónico supone que vale la pena recordar, el antimonumento lo abre a la indeterminación de lo que queremos ser a partir de un ejercicio crítico: un ejercicio que dinamita lo que se ha dado por sentado a partir del monumento histórico. En este sentido, el antimonumento permite introducir nuevos sentidos y nuevas prácticas que desesclerotizan lo que se daba como verdadero e inapelable. Supone una operación que asume que el tiempo no es cristalización causal de tiempos, sino sobreposición y simultaneidad abiertas al devenir, al porvenir hecho presente: por eso es heretopía, es promesa efectiva y también paradójica.

 

Fotografías Giovanna Enríquez.

 

De la valla al antimonumento

“[…] es un hecho que en la experiencia mexicana parecen darse a la par el duelo y la construcción social de lugares de memoria. Se constatan procesos de memoria reparadora y transformadora en las que el miedo y el dolor no aparecen incompatibles con la acción. La más peculiar es que estas experiencias están poco mediadas y acompañadas por instituciones estatales y academia.”

Díaz Tovar y Ovalle, junio 2018, p. 19

Hace unos días comenzaron a circular las imágenes del cercamiento de Palacio Nacional, otro espacio de gran carga simbólica y pragmática del Estado: es monumento y a la vez centro operativo de gobierno. El 8 de marzo y sus protestas se aproximaban. Un día antes esa larga valla oscura comenzó a ser intervenida tanto digital como materialmente por las muchas manifestantes que somos: nacería un antimonumento. 

Cuando comenzaron a circular las imágenes de intervención de la gran valla, es verdad que lo que se estaba alterando no era al monumento como tal, pero sí esa barrera para garantizar la protección de varios de ellos. Intervenir la valla, invertir su sentido ha logrado hacerla hablar las múltiples voces que a la vez expresamos el dolor y la rabia por tanta injusticia hoy presente, como también anuncia que queremos y somos capaces de dar a luz a otros mundos posibles porque, de hecho, ya lo estamos haciendo en el mismo momento en que nos reunimos, alzamos la voz y tejemos resistencias: por eso la valla es un antimonumento: no nos interesa sacralizar ni al mármol ni al bronce, nos interesa que la historia de libertad, justicia, seguridad no sea ya más una promesa incumplida.

Fotografía Santiago Arau.

 

De la indignidad de hablar por otres: hacia la desesterilización del espacio público

Sin embargo, debo confesar también mi sorpresa ya que parecería que el antimonumento que nosotras hemos creado, les parece bien a quienes, paradójicamente, han sido y siguen siendo apologistas de la monumentalidad y la planeación arquitectónica que en otros contextos desestiman los saberes y las actuaciones que vienen de abajo. Y bien, si les emociona tanto como a nosotras la aparición del espacio vivido en esa comunidad inconfesable que Maurice Blanchot(1983) sugiere, y que emergió en ese muro lleno de fuerza, lucha y al mismo tiempo dolor, entonces cabe pedirles que comiencen a imaginar “espacios públicos” más allá de los bonitos parques con diferentes ofertas gastronómicas y los parques de patinaje y alguno que otro retail. 

Cabe pedir ahora que, desde la arquitectura, dejemos de creer que un buen espacio público es el que “incluso se diseña para poder ser rayado sin mayores consecuencias” (cuando el diseño se puede rayar con gis). No basta con eso. De hecho, no se trata de asepsia y vaciamiento del conflicto: lo político es conflicto, es ser capaces de gestionarlo y no de evadirlo con muros que se limpian con un buen borrador. 

El antimonumento se imagina, por antonomasia, desde abajo, desde la polifonía no jerárquica de lo común, es expresión viva en el que la ciudadanía reclama el derecho y la afirmación de su capacidad y creatividad colectiva para forjar la vida: espacios vividos de significación y de cuestionamiento de los significados establecidos: también los de los arquitectos.


Referencias:

  • Augé, Marc. (2003). El tiempo en ruinas. Barcelona: Gedisa.
  • Díaz Tovar, Alfonso y Ovalle, Lilian Paola. Antimonumentos. Espacio público, memoria y duelo social en México, en Aletheia (8) no. 16, junio 2018.
  • Hardt, Michael y Antonio Negri. (2004). Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio. Barcelona: Debate. 
  • Lacruz Alvira, M. E.; Ramírez Guedes, J. “Anti-monumentos. Recordando el futuro a través de…”, rita nº7, abril 2017, pp. 86-91.
  • Lefebvre, Henri. (2013). La producción del espacio. Madrid: Capital Swing. (1ª ed. fr. 1974)

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La danza en el pedestal https://arquine.com/el-pedestal-y-la-danza/ Mon, 29 Jun 2020 03:55:24 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-pedestal-y-la-danza/ “Aquellos con poder político dentro de una sociedad dada organizan el espacio público para dar (y así enseñar al público) las lecciones políticas que desean”

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A principios de enero de 1598, Juan de Oñate emprendió una expedición para ocupar los territorios al norte del Río Bravo. Lo acompañaban 560 personas, de los cuales 129 eran soldados. El 30 de abril, con una misa solemne y a nombre de dioses y santos, vírgenes y reyes, tomó posesión de esas tierras. En principio los habitantes de la región no pelearon. El 4 de diciembre un grupo de soldados españoles entraron en tierras del pueblo Acoma dispuestos a llevarse comida y provisiones. Los Acoma resistieron y en la batalla murieron 11 españoles. Al enterarse, Oñate planeó un ataque al pueblo. Envió un grupo de 70 soldados. La batalla inició la tarde del 22 de enero. Murieron entre 600 y 800 Acomas y los españoles tomaron prisioneros a cerca de 80 guerreros y 500 mujeres y niños. Tras un supuesto juicio, los prisioneros fueron sentenciados: a cada hombre mayor de 25 años se le cortaría el pie derecho y todos los mayores de 12 años, hombres y mujeres, serían condenados a 20 años de esclavitud. Los menores de esa edad, niños y niñas, fueron enviados como sirvientes a la Nueva España.

En su libro The Pueblo Revolt, David Roberts cuenta que en 1992 un senador de Nuevo México impulsó la construcción de un memorial para Oñate, “primer gobernador de la provincia”. Erigieron también una estatua ecuestre de Oñate. En 1998 se celebraron los 400 años de la fundación de Nuevo México. “El 5 de enero de 1998, escribe Roberts, algunos activistas, probablemente Pueblo, se las arreglaron para incluirse en la conmemoración. En la noche, se introdujeron en el memorial y cortaron el pie derecho de la estatua de Oñate.”

Ya en el siglo XVI, cuando llegaron noticias de las acciones a la Nueva España, Oñate fue retirado de su puesto, juzgado y declarado culpable de crueldad, entre otros cargos, y se le prohibió la entrada a Nuevo México. La estatua honraba, cuatro siglos más tarde, a quien ya había sido condenado y no injustamente. En su ensayo “Mediated Debate, Historical Framing, and Public Art. The Juan de Oñate Controversy in El Paso”, publicado en 2008, Frank G. Pérez y Carlos F. Ortega, ambos de la Universidad de Texas en El Paso, tratan sobre la serie de capas simbólicas y de exclusiones reales que implica el monumento a Oñate: un intento de construir una identidad —y una marca de uso turístico— hispana frente a la cultura anglosajona de los Estados Unidos. Pero se trata de una hispanidad blanca, que perpetúa la exclusión de los Pueblo, que habitaban la región desde antes de la llegada de los españoles, y la de los mexicanos y chicanos que no se identifican con esa idea de hispanidad. Una “hispanidad” que se entiende con leer la descripción de un periodista español en una nota que empieza con “la furia iconoclasta” de “indigenistas radicales” para hablar de la remoción de la estatua, y sigue con la manera como la mayor parte de “las tribus” de la región se sintieron “intimidadas por los caballeros de brillante armadura” que enfrentaron “la brutalidad de los indios pueblo”.

Kirk Savage inicia su libro Standing Soldiers, Kneeling Slaves. Race, War, and Monument in Nineteenth-Century America contando que en la primavera de 1890, John Mitchell, que tenía entonces 26 años y era el editor del periódico The Richmond Planet, escribió tras que fuera develado el monumento a Robert E. Lee: “Los negros trabajaron para erigir el monumento a Lee, vendrán los tiempos en que estarán ahí también para derribarlo.” Mitchell había nacido esclavizado. Savage también escribe respecto a los monumentos públicos:

“Son la forma conmemorativa más conservadora, precisamente porque están hechos para permanecer, sin cambios, por siempre. Mientras otras cosas van y vienen, se olvidan o se pierden, los monumentos se supone que permanecen en un punto fijo, estabilizando tanto el paisaje físico como el cognitivo. Los monumentos intentan moldear el paisaje de la memoria colectiva para conservar lo que vale la pena de ser recordado y descartar el resto.”

En Written in Stone. Public Monuments in Changing Societies, publicado en 1998, Sanford Levinson explica que “aquellos con poder político dentro de una sociedad dada organizan el espacio público para dar (y así enseñar al público) las lecciones políticas que desean”, y plantea el problema de los monumentos atendiendo particularmente a lo que implican en el sur de los Estados Unidos. Levinson dice que aunque se trata de sociedades en constante cambio, “dudaríamos en hablar de «cambio de régimen»” Más bien, continúa, “los cambios involucran la entrada de nuevos grupos en el ámbito de quienes tienen genuina influencia política, con la necesidad consecuente de responder a las demandas de esos grupos.” Para Levison, la pregunta sobre “qué monumentos debemos erigir o demoler —raise or raze—, qué fiestas debemos celebrar, o cómo debemos nombrar nuestras escuelas y nuestras calles”, resulta irónicamente más sencilla de responder “en lugares donde se ha dado un cambio de régimen definido que en países que luchan con los problemas de lograr una identidad multicultural verdadera.” Levison piensa que con ese tipo de monumentos se puede hacer una de tres cosas: ignorarlos, desaparecerlos o recalificarlos, dándoles contexto —con una inscripción que los explica, por ejemplo— o cambiándolos de contexto —trasladándolos a un museo.

En un texto recién publicado por el periódico El País, “Jamyats. De ahuehuetes y estatuas”, Yásnaya Elena A. Gil escribe a propósito de los “bultos de bronce”, como los califica:

El sistema colonialista que ha jerarquizado el mundo, los pueblos y sus culturas, impone sobre la superficie de la tierra representaciones tangibles de la lectura que ha hecho de la historia, mediante la colocación de estatuas. No es de extrañarse entonces que, en las recientes manifestaciones contra el racismo o en medio de las luchas históricas en contra de la opresión que han sufrido los pueblos indígenas, se sienta necesario derribar los monumentos con los que el colonialismo nos llama a recordar y a significar constantemente su lamentable actualidad.

Más allá de quienes rechazan la exigencia de quitar ciertos monumentos o el acto de marcarlos o incluso derribarlos, generalmente porque, por razones quizá evidentes, no les resultan “ofensivos”, hay también quienes consideran que hacer eso representa actos menores, y acaso innecesarios de cara a los sistemas de opresión y exclusión que simbolizan. No es así. Esos símbolos hacen mucho por mantener la cohesión de dichos sistemas y, por tanto, recalificarlos, resignificarlos o desaparecerlos es otra forma de buscar cambiar aquellos sistemas.

Foto de Gabriela Campos/The Guardian

La semana pasada había sido convocada una manifestación para derribar la estatua ecuestre de Oñate. El ayuntamiento decidió retirarla —para su protección— antes de que los activistas la derrumbaran. Sobre el pedestal vacío, Than Tsídéh, del pueblo Ohkay Owingeh, danzó. Su cuerpo y su danza simbolizan sin duda algo totalmente opuesto al desaparecido bulto de bronce.

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El culto actual a los monumentos https://arquine.com/el-culto-actual-a-los-monumentos/ Tue, 25 Feb 2020 08:00:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-culto-actual-a-los-monumentos/ Ver  monumentos llenos de demandas pintadas nos puede causar una gran incomodidad, pero su presencia no puede hacer más evidente que los bienes culturales transmiten mensajes del pasado y permanecen vinculados a sus creadores iniciales, a la vez que necesariamente mantienen un diálogo con la sociedad en el presente a través de acciones que constituyen procesos sociocreativos que se materializan unas veces en forma de consensos pero otras también desde la disputa sobre lo que estas esculturas significan.

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Ver  monumentos llenos de demandas pintadas nos puede causar una gran incomodidad, pero su presencia no puede hacer más evidente que los bienes culturales transmiten mensajes del pasado y permanecen vinculados a sus creadores iniciales, a la vez que necesariamente mantienen un diálogo con la sociedad en el presente a través de acciones que constituyen procesos sociocreativos que se materializan unas veces en forma de consensos pero otras también desde la disputa sobre lo que estas esculturas significan.

La conservación-restauración es una disciplina antropológica, pues los bienes culturales en realidad son mensajes sostenidos por la materia, y en consecuencia las acciones de conservación y restauración jamás pueden ser neutras y objetivas, invariablemente tienen una afectación sobre su significado. Por lo tanto, por más que haya quienes tengan una opinión sobre que un monumento debe lucir de tal o cual manera, no hay algo como un estado “correcto”, definido a priori, requiere de evaluación. La conservación-restauración tiene que buscar que estos bienes puedan ser eficientes para la transmisión de sus mensajes en el presente, y determinar aquel que mejor lo permita es la tarea más compleja de nuestro quehacer, la que motiva, guía y limita nuestras acciones.

El objetivo de quienes nos dedicamos a esta labor, es llevar a los bienes a ese estado que integre, denote y promueva las cualidades que permiten su identificación en el entorno presente, aquel que puede desarrollarse en más formas que cualquier otro, el que más significados puede manifestar (Contreras 2019).

Por lo anterior, a quienes formamos Restauradoras con Glitter, la pintura en los monumentos nos parece controvertible (afectaciones al Monumento a la Independencia, a Cuauhtémoc, a Cristóbal Colón y, finalmente, al Hemiciclo a Juárez, en la Ciudad de México), pero lo expresado con ellos es central (la búsqueda de justicia para las mujeres en México).

La respuesta ante las demandas pintadas en los monumentos creó un conflicto artificial, falso, entre monumentos y mujeres. Se ha enarbolado el daño a los monumentos como bandera contra las demandas de quienes protestan. Más atención a las mujeres no implica menos atención a los monumentos, ni al revés. La realidad es que la conservación de los bienes culturales no ha sido una prioridad en México, evidencia de esto son los miles de acciones dañinas que se ejecutan sobre estos por no implicar a profesionales de la conservación-restauración. Como cuando se colocan enlucidos de cemento o trabes de concreto en edificios históricos de adobe, cuando el santero raspa la pintura de una escultura de madera o la cubre con “pintura de aceite”, cuando se pinta de blanco el mármol, o cuando se otorgan contratos con discrecionalidad, opacidad y sobornos, cuando las personas profesionales de la restauración tienen contratos breves, con sueldos bajos, sin prestaciones, y cuando cultura es la primer área en sufrir recortes porque aparentemente a todos los gobiernos, de un lado o del otro, les parece superflua.

Las profesionales de la restauración somos mayoritariamente mujeres, somos privilegiadas en tanto que tuvimos educación superior, pero aún así todos los días elegimos nuestra ruta y ropa para evitar que nos molesten, avisamos cuando llegamos y permanecemos despiertas hasta que recibimos la confirmación de que amigas y familiares están bien, todas conocemos a alguien que ha sufrido acoso o violación, si no lo hemos sufrido en carne propia, y lamentamos las desapariciones y feminicidios también entre nuestras cercanas.

Las demandas pintadas, a diferencia de los actos de corrupción que han dañado estos y otros importantes monumentos, tienen una inmensa relevancia social, incluso podrían considerarse un hito histórico: las manifestaciones y pintadas de 2019 utilizaron los monumentos como un lienzo para denunciar la situación de violencia feminicida y visibilizar las demandas de justicia, seguridad, bienestar y libertad del 52% de quienes formamos este país, las mujeres.

El evento de la transgresión, sobre la piel del monumento, brinda una oportunidad para replantear y reivindicar el papel de los espacios patrimoniales en la vida pública y política en aras de construir un país más justo en que todas las personas se puedan identificar con el símbolo de la libertad y la independencia.

Por ello, como profesionales de la conservación-restauración, pedimos documentar estas manifestaciones y, como mujeres, solicitamos una urgente atención a las causas que sostienen la inseguridad. Así como una mejoría notable en la administración de la justicia en nuestro país.  Mientras tanto, las pintadas sobre los monumentos describen mucho mejor que el marmol pulido la situación de impunidad y violencia en la que vivimos.

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Violentar, resistir https://arquine.com/violentar-resistir/ Fri, 10 Jan 2020 07:00:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/violentar-resistir/ Para quienes detentan el contrato social, el desacuerdo no contiene ningún sentido —es el ruido de la protesta, la destrucción moralmente definida como vandálica— ya que sus únicos interlocutores son los que están en el poder.

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Hace algunas semanas la prensa y el debate público se mantuvieron ocupados en una discusión sobre las manifestaciones feministas recientes y su relación con los monumentos. La discusión se enfocó a un momento específico de las manifestaciones, cuando el Ángel de la Independencia y el Hemiciclo a Juárez fueron cubiertos por pintas de protesta, y giró en torno a si lo que había ocurrido de hecho sí era “vandalización” del espacio urbano, o si se trataba de un gesto que puso en la superficie, de manera más eficaz y contundente, la realidad de la violencia machista. Pero, si ahora son las mujeres las que están “vandalizando” los monumentos, antes han sido otras causas las que han “destruido” la ciudad. No es la primera vez que vemos una manifestación violenta y seguramente no será la última, pero podemos pensar esa violencia no según los intereses de quienes organizan el espacio y sí partiendo de su potencial político.

Una posible vía para acercarnos a ese potencial es nombrar lo que ocurre: hay contingentes que deciden imprimir su mensaje en la ciudad, y hay instituciones que se encargan de gestionar y defender los espacios urbanos siguiendo posturas ideológicas que pueden ser identificables y descritas. La tensión jerárquica que surge entre ambos polos es lo que, de hecho, articula la idea misma de democracia. Es en la calle donde quedan escenificadas las demandas de los primeros y los intereses de los segundos, porque es precisamente en el espacio público donde se hacen evidentes las fisuras de los contratos sociales. De ahí, que la protesta pueda reconfigurar casi en su totalidad el espacio físico de una urbe. Mediante la interrupción de las lógicas que delimitan a la calle a una mera circulación —y a una convivencia regulada primordialmente por el consumo— la ciudad expone otras posibilidades de ocupación porque alberga, durante el transcurso de la protesta, voces políticas disidentes.

Manuel Delgado, en “La ciudad levantada. La barricada y otras transformaciones radicales del espacio urbano”, explica por qué la urbe no es un sitio estable. Todo lo contrario, ha sido un foro que históricamente ha comunicado de manera más contundente las desigualdades sociales, las cuales se expresan ejerciendo violencia física sobre el espacio. “El espacio urbano es ante todo espacio para el conflicto, bien lejos de los supuestos que lo imaginan como una entidad estable y previsible, sometida a ritmos claros y a ocupaciones amables. Sabemos que, a la mínima oportunidad, todo paisaje urbano puede convertirse en un terreno para el desacato y la desobediencia. La urbe conoce en estas ocasiones la naturaleza última de la vida social que alberga, tantas veces construida a base de injusticias acumuladas, de odios, de agravios, de descontentos, de todo ese magma de impaciencias y anhelos con el que amasan las ciudades su propia historia”. Volviendo a las jerarquías, podría ser productivo afirmar su agencia sobre las interacciones urbanas. Aunque se trata de una dicotomía, eludir dicha agencia sería asumir que lo que los monumentos y las leyes que los respaldan, no sólo en tanto objeto físico sino también en su misma constitución de representatividad nacional, son elementos casi orgánicos que se encuentran al margen de toda política y de toda actualidad, y que por ello no pueden ser interpretados o reinterpretados por la protesta. 

¿Cómo es que el espacio público pone en marcha nociones sobre la política? El filósofo Jacques Rancière, en sus “Diez tesis sobre política” expone, a través de una revisión de la Grecia clásica, que quienes están encargados de dar forma a los contratos sociales son aquellos ciudadanos investidos de alguna clase de poder que los coloca, inmediatamente, en una jerarquía superior al pueblo —al demos— y que asumir que el ejercicio político recae solamente en ellos es reducir las posibilidades políticas a la mera representación estatal. Para Rancière, en cambio, la democracia surge no de las jerarquías superiores que ocupan, por ejemplo, un lugar en alguna cámara legislativa, sino de los que están desprovistos de esa representatividad burocrática. “Democracia, lo sabemos, es un término inventado por los adversarios de la cosa: todos lo que tienen un ‘título’ para gobernar: antigüedad, nacimiento, riqueza, virtud, saber. Bajo ese término irrisorio, ellos enuncian ese vuelco inaudito del orden de las cosas: el ‘poder del demos’, es el hecho que específicamente mandan quienes tienen por única especificidad común el hecho de no tener ningún título para gobernar. Antes de ser el nombre de la comunidad, demos es el nombre de una parte de la comunidad de los pobres. Pero precisamente ‘los pobres’ no designa la parte económicamente desfavorecida de la población. Designa simplemente la gente que no cuenta, los que no tienen título para ejercer el poderío (…), sin título para ser contados.” 

Esto permite a Rancière afirmar que la política es disenso, pero no aquél cuya utópica moderación logre crear un acuerdo entre las partes contrarias, sino uno irresoluble y necesariamente violento. De ahí que “el trabajo esencial de la política es la configuración de su propio espacio. Es hacer ver el mundo de sus sujetos y sus operaciones”. Quienes detentan el poder para organizar el contrato social también se encargan de gestionar las funcionalidades del espacio, lo que genera que “la intervención política en el espacio público no consiste primero en interpelar a los manifestantes sino en dispersar las manifestaciones (…). El espacio de la circulación sólo es el espacio de circulación. La política consiste en transformar este espacio de circulación en espacio de manifestación de un sujeto: el pueblo, los trabajadores, los ciudadanos.” Pero mientras unos son los comisarios del orden social, los otros ya no sólo interrumpen su propia circulación sino que la cuestionan. Esa oposición termina probando los límites de lo que el contrato social considera como bienes mayores, como puede ser la libertad de expresión. “La única dificultad práctica es saber en qué signo se reconoce el signo, cómo nos aseguramos de que el animal humano que hace ruido ante usted con su boca, articule bien un discurso, en lugar de expresar solamente un estado.

A quien no queremos conocer como ser político, comenzamos por no verlo como portador de signos de la politicidad, por no comprender lo que dice, por no entender que es un discurso lo que sale de su boca. Y lo mismo ocurre para la posición tan fácilmente invocada sobre la oscura vida doméstica y privada y la luminosa vida pública de los iguales. Para rechazar una categoría, por ejemplo los trabajadores o las mujeres, la calidad de los sujetos políticos, tradicionalmente bastó con contrastar que pertenecían a un espacio ‘doméstico’, a un espacio separado de la vida pública, de donde sólo podían emerger gemidos o gritos que expresan sufrimiento, hambre o cólera, pero no discursos que manifiestan una aisthesis común. Y la política de esas categorías siempre consistió en recalificar esos espacios, en hacer ver el lugar de una comunidad, aunque ésta fuera del simple litigio, en hacerse ver y entender como seres hablantes, participando de una aisthesis común. Ella consistió en hacer ver lo que no se veía, en entender como palabra lo que sólo era audible como ruido, en manifestar como sentimiento de un bien y de un mal comunes lo que sólo se presentaba como expresión de placer o de dolor particulares.”

Lo que Rancière propone es que la democracia no proviene de los expertos que regulan al Estado, sino de quienes interactúan con el contrato social partiendo del disenso: de los otros que se encuentran en desacuerdo y buscan expresar ese mismo desacuerdo. Para quienes detentan el contrato social, el desacuerdo no contiene ningún sentido —es el ruido de la protesta, la destrucción moralmente definida como vandálica— ya que sus únicos interlocutores son los que están en el poder. Esta diferenciación puede traducirse a términos espaciales: quienes cuidan el consenso están en el interior de, por ejemplo, las instituciones que legislan, y quienes protestan se encuentran en la plaza, afuera, evidenciando cómo es que no se sostiene el sistema que imaginan los instrumentos de la gobernanza, más no de la democracia. Son dos esferas antagónicas que no resolverán mediante la libre circulación de las ideas y del tránsito un conflicto: la violencia de las minorías es la única posibilidad, ya que la construcción del contrato social simplemente demanda diluir su protesta. 

Ante estas ideas sobre el espacio público, se puede decir que la libertad de expresión ha sido tibiamente interpretada como el derecho de todos a emitir libremente sus propias opiniones, y que por la misma naturaleza neutral y tolerante que esto implica nada tendría que ocurrir, ya que cualquier discusión se hace simétrica en este terreno utópico de lo común. Los posibles polos discordantes circulan en una calle sin sentido donde cada uno ocupa su propio carril. La libertad de expresión sigue dinámicas mucho más bélicas, y se tendría que asumir esa violencia: así como los contingentes están resquebrajando física y subjetivamente el relato que imponen los monumentos, la ciudadanía contraria también responde. Lo que está en juego no es la posibilidad de la opinión, sino la reificación del poder o la lucha por los derechos. Respaldarse en el primer artículo de la Consitución, en el universalismo oficialista, se complica cuando la violencia y el desacato resiste a la urbe como una entidad estable y hegemónica. Las asimetrías existen, y en la calle se hacen palpables. Violentar los monumentos es más que interferir con la circulación: es oponerse a simplemente asumir las condiciones de vida existentes.

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Si no escuchan, gritan las calles https://arquine.com/si-no-escuchan-gritan-las-calles/ Tue, 05 Nov 2019 07:00:30 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/si-no-escuchan-gritan-las-calles/ Las calles limpias y ordenadas de Santiago se convirtieron en el lienzo de la protesta. El espacio público se convirtió en el lugar para hacerse eco; luego de años de invisibilización estaban ahí pidiendo ser mirados, dejando marcas en las paredes, caminando en las calles, cantando desde sus balcones, gritando que la desigualdad sí les está molestando y que van a estar ahí “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

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Chile no es una estatua sino un ser vivo: camina, tropieza, se levanta, avanza tres pasos y retrocede uno y medio, uno, medio; acelera el tranco y agarra velocidad, y en ese proceso nos deja a veces con mareo de altura. Y vuelta a tratar de entender.

Contardo, 2008

Siempre que preguntan sobre Santiago he de comenzar mi descripción con alusión al orden y a la pulcritud; son los mismos chilenos quienes también hacen descripciones de ese tipo al referirse a su capital: “se parece a las ciudades europeas”, escuché de unos colegas chilenos. En efecto, comparada con otras capitales latinoamericanas, Santiago es limpia y ordenada. Si bien hay comercio ambulante en algunas zonas no es lo común y uno encontrará con dificultad comida en la calle y comercios abiertos los domingos. Acá Rodrigo Díaz, chileno radicado en la Ciudad de México, lo describe a la perfección:

Mientras la urbe latinoamericana trata de brillar a partir de sus mercados, centros históricos, barrios típicos, carnavales y fiestas, Santiago se enorgullece de sus líneas de Metro, de sus plantas de tratamiento de agua, de sus sistemas de limpieza de calles, de su ausencia de asentamientos irregulares[1]

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Todo comenzó con unos escolares saltando los torniquetes del Metro de la ciudad de Santiago. Uno de los Metros más eficientes e impecables de América Latina y también uno de los más costosos. La pequeña protesta se daba en el marco de un aumento en el costo del Metro, que en la actual administración de Sebastián Piñera representaba la tercera subida de precio desde su llegada en marzo de 2018.

En medio de las todavía incipientes quejas, el Ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, “sugirió” a la gente levantarse más temprano para aprovechar la tarifa de menor costo que rige en horarios valle, en los que hay menos flujo de gente: “Se ha abierto un espacio para que quien madrugue puede ser ayudado a través de una tarifa más baja”[2]

Sus declaraciones despertaron la indignación y las quejas subieron de tono. El Ministro no se había percatado que sus declaraciones estaban, por decir lo menos, fuera de lugar.

Estudiantes se organizaron vía redes sociales para realizar evasiones masivas en el Metro, como respuesta al alza en el servicio. En este contexto, el ex presidente del directorio del Metro, Clemente Pérez, fue entrevistado en su calidad de experto para hablar de las protestas y vaticinó que las protestas se acabarían pronto, porque no reflejaban el sentir de la ciudadanía: “cabros, esto no prendió. No son más choros. No se han ganado el apoyo de la población…”[3] , decía el 16 de octubre en el noticiero 24 Horas. Dos días más tarde las evasiones ya habían escalado, las autoridades habían tenido que cesar oparaciones en el Metro para contener las protestas.

Para el 18 de octubre las manifestaciones, las mismas que “no habían prendido”, ya estaban siendo replicadas en otras ciudades chilenas y obligaban al presidente a declarar Estado de Emergencia, y con éste, el toque de queda en varias ciudades del país. El fantasma de la dictadura salió a las calles.

En su primera aparición pública en el escenario de las manifestaciones, el presidente de Chile agradeció a carabineros y bomberos por defender el Estado de Derecho y llamó a “los hombres y mujeres de buena voluntad a unirse contra la violencia”. Piñera continuó hablándole a un ente que claramente no estaba en las calles, siguió hablándole al chileno “promedio”, ese que era el resultado de los datos macroeconómicos que refieren la estabilidad y el crecimiento del país sudamericano, al chileno “promedio” de los datos de la OCDE que es de clase media y que dice que es muy probable que suba de estrato socioeconómico en la siguiente generación. 

Sin embargo, el chileno promedio de los datos macroeconómicos de los que hablan las gráficas es uno de papel. Sí, es verdad que en términos macro la economía chilena iba viento en popa, pero el sistema que había sido instaurado todavía en dictadura de la mano de los Chicago boys era inequitativamente redistributivo, es decir, aquellos de los estratos más altos podían verse mayormente beneficiados, mientras que aquellos de los estratos más bajos eran fuertamente impactados y la clase media quedaba en una especie de sube y baja, con una incertidumbre permanente sobre su estadía en el estrato social que su nacionalidad [4] le había designado.

Imagen tomada del Instagram del estudio audiovisual Delight Lab que ha realizado proyecciones en el edificio de Telefónica Movistar en Plaza Italia, Santiago.

 

“Sabíamos que había desigualdad, pero no sabíamos que les molestaba tanto.” 

Esa clase media era la que estaba al borde del cansancio, el sube y baja había estado subiendo muy poco y tirando más hacia abajo, la incertidumbre comenzó a hacer eco en otras voces, y fue entonces que se abrió una oportunidad para mostrar a punta de cacerolazos y pintas en las paredes lo que estaba pasando: la ciudadanía salió a las calles a decir lo que los otros no habían querido ver ni escuchar.

Las calles limpias y ordenadas de Santiago se convirtieron en el lienzo de la protesta. El espacio público se convirtió en el lugar para hacerse eco; luego de años de invisibilización estaban ahí pidiendo ser mirados, dejando marcas en las paredes, caminando en las calles, cantando desde sus balcones, gritando que la desigualdad sí les está molestando y que van a estar ahí “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

 

[1] “Habla ciudad: Santiago”, Arquine, Rodrigo Díaz, 19 de mayo de 2014, http://bit.ly/2WhVsI4.

[2] “Fontaine y nueva tarifa de Metro: ‘Quien madrugue puede ser ayudado a través de una tarifa más baja’”, entrevista al Ministro de Economía, en CNN-Chile, 7 de octubre de 2019, http://bit.ly/2q0eQ0k.

[3] “Clemente Pérez por evasiones masivas en el Metro: “Es una protesta más bien tonta””, en 24 Horas-Chile, 16 de octubre de 2019, http://bit.ly/2BMrjqT.

[4] Diversas mediciones aseguran que entre el 60 y 80% de la población chilena considera que pertenece a la clase media, incluso en varias ocasiones Sebastián Piñera ha declarado que él es un “hombre de clase media”, sin embargo, el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile tiene otros datos.

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Por un habitar digno https://arquine.com/por-un-habitar-digno/ Thu, 31 Oct 2019 13:46:17 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/por-un-habitar-digno/ La arquitectura quiere viviendas dignas, pero el sistema neoliberal no lo permite.” Esa fue una de las consignas pintadas durante la acción que este 30 de octubre realizaron arquitectos y arquitectas y estudiantes de arquitectura en la Plaza Italia, en Santiago de Chile.

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“La arquitectura quiere viviendas dignas, pero el sistema neoliberal no lo permite.” Esa fue una de las consignas pintadas durante la acción que este 30 de octubre realizaron de manera colectiva arquitectos y arquitectas y estudiantes de arquitectura de distintas escuelas y universidades en la Plaza Italia, en Santiago de Chile. Sumándose a la serie de manifestaciones y protestas que han tenido lugar en los últimos días en varias ciudades de Chile contra el gobierno actual y, en general, el sistema neoliberal, dibujaron a escala 1:1 plantas de viviendas que, además de extremadamente pequeñas, los desarrolladores inmobiliarios ofrecen a precios que resultan inalcanzables para la mayoría de la población.

En Twitter, el usuario @thombellamy escribió: “Los arquitectos nos hacemos presentes, queremos visibilizar lo que se está construyendo en Chile. Dignidad para el pueblo, planificación arquitectónica y urbana. 17 m2 = 60 millones de pesos.”

Mientras que, también en Twitter, @piamontealegre explicó:

«¿Por qué un departamento tan pequeño es un problema urbano que supera el asunto de “lo que quiere el mercado”? Porque estos departamentos no están pensados para vivir, sino para rentabilizarlos, es decir, comprarlos para arrendarlos. Es un negocio legítimo pero nefasto a la larga. Al poner la vivienda como un bien de inversión, los que regulan el precio son los inversionistas, no los que necesitan una vivienda para hacer su vida. Cuando este negocio es a gran escala, el precio se infla apartándose cada vez más de la compra “al por menor”. Esto redunda en el precio del suelo y conlleva expulsión de residentes, encarecimiento de la vivienda social, presión por expandir la ciudad en busca de suelo barato, problemas de movilidad, segregación y un largo etcétera.»


Fotos de dron, arquitecto y fogtografo Tomás Bravo @tmbravo.scl

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Arquitecturas y adoradores de piedra https://arquine.com/arquitecturas-y-adoradores-de-piedra/ Tue, 10 Sep 2019 08:00:24 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitecturas-y-adoradores-de-piedra/ Defender unas piedras, por más hermosas que sean, es un despropósito si no entendemos que la ciudad es obra, es decir, creación, no sólo por los monumentos que la conforman, sino porque es el lugar que da posibilidad al encuentro y a la toma activa del destino mismo de una sociedad.

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Vidrios rotos

Era viernes, mis amigas me convocaron a la marcha. No pude asistir, pero me mantuve atenta a lo que se reportaba, atenta también a que mis amigas estuvieran bien. De pronto las redes sociales reportaban: ¡vidrios rotos, pintas diversas, mucho aerosooool! De pronto, también en las redes, comenzaban a leerse textos, sobre todo de sujetos de género masculino, que daban cuenta de una constante desaprobación y una no requerida consejería de cómo es que una marcha debe ser realizada… 

 

De la piedra al símbolo

Al cabo de unas horas se reportaba: ¡el Ángel de la Independencia (que no llaman victoria alada) ha sido mancillado con pintas, qué mujeres tan groseras! Y así los días, indignación por el daño a los monumentos, al patrimonio nacional y por otro, una indignación que comparto por tantas muertas, tanta violencia que, además, encima de todo, la marcha sacó a relucir, pero no por las pintas ni por los vidrios rotos, sino por una insensibilidad difícil de creer y mucho más difícil de asimilar. Leí por ahí, “en el pedir está el dar”. Ese dicho de inmediato fue cuestionado con suma indignación: ¡Quién habló de pedir, se exige el derecho a vivir! Y, vaya, como discurso adjunto a éste, estaba la defensa y la total indignación por las pintas hechas al intocable patrimonio histórico, a los monumentos-signo que, según estas lecturas, dan sentido de nación y que dan lugar también al espacio público. 

Es curioso que se considere que los significados deben estar tan petrificados como los monumentos, es curioso que no se entienda que el sentido del mundo y el sentido de la ciudad se articulan cada vez que, ¡por fin y qué bueno!, se toma el espacio público como un espacio vivido sobre el que se actúa, en el que se expresan y se prueban nuevas formas de interacción que sí, a veces serán violentas, como la propia realidad a la que replican. Es increíble que quienes defienden lo significativo de unas piedras olviden que lo simbólico solamente ocurre, a diferencia del signo hegemónico fijado y prescrito, cuando la ciudad de nuevo nos habla en nuestra actualidad, desde nuestra vida en curso.  

 

De la piedra a la acción

El antropólogo Manuel Delgado ha puesto sobre la mesa una serie de ideas que el filósofo Henri Lèfebvre cocinaba ya por ahí de 1968: el espacio público no es su geometría, sino la acción viva que se realiza cada vez que la ciudad es resignificada y reexperimentada en el nivel práctico-sensible. Es más, la ciudad no es el requerimiento de habitáculos–hábitat, sino la expresión misma del habitar: acción. Por ello, ese espacio es el que aparece cuando tomamos las calles y las volvemos nuestras otra vez, cuando la ciudad se vuelve el sitio del acuerdo, pero también del desacuerdo y, sobre todo, el espacio de la invención de nuevas formas de vivir. El “espacio” regulado, que sólo se muestra como imagen no es espacio público, es publicidad, como lo dirá Lèfebvre, ideología pura que no admite reinvención y que, por tanto, no reconoce la soberanía de los colectivos negándoles la posibilidad de reinventar el mundo. Por ello, defender unas piedras, por más hermosas que estas sean, es un despropósito si no entendemos que la ciudad es obra, es decir, creación, no sólo por los monumentos que la conforman, sino porque es el lugar que da posibilidad al encuentro y a la toma activa del destino mismo de una sociedad. Para que quede más claro: la ciudad no es obra creada: es acto creativo. Si no es así no es ciudad y, ¿saben qué?, tampoco vale la pena. 

Arquitectos: no le tengan miedo a la imaginación.

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Motines urbanos: pan, libertad, justicia espacial https://arquine.com/motines-urbanos-pan/ Wed, 28 Aug 2019 07:00:55 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/motines-urbanos-pan/ Llevar pan como insignia a una protesta ilustra y encarna la conexión entre el acceso a los productos básicos, los disturbios y la justicia espacial.

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en colaboración con

revista académica publicada por SCI_Arc

Pan, libertad, justicia social. En egipcio, el pan significa vida. Ramy Essam, “Pan, libertad, justicia social” 2011, Karim Ali Ismail Production

 

Una mujer bahrainí sin identificar sostiene un pedazo de pan fuera del Ministerio del trabajo en la ciudad de Isa, Barhain, 11 de diciembre de 2011 (AP Photo | Hasan Jamali).

 

El Cairo, enero de 1977. En una salida espontánea de fábricas y universidades, miles marcharon para protestar por un aumento del 50 por ciento en los precios de los productos básicos después de que una declaración oficial cancelara los subsidios a los alimentos. Las manifestaciones fueron al principio pacíficas. Pronto se intensificaron y se convirtieron en disturbios cuando la policía se enfrentó a las multitudes. Se quemaron casinos, clubes nocturnos y bares turísticos. Las tiendas del gobierno fueron saqueadas, la policía y las estaciones de bomberos atacaron, incendiaron automóviles extranjeros. La mafia se acercó peligrosamente a la residencia presidencial. Estos llamados “motines por alimentos” ocurrieron bajo el gobierno de Anwar Sadat. El presidente estaba muy molesto por los problemas que definió como un “levantamiento de ladrones” y lo consideró un intento de desestabilizar a Egipto.[1] Nuevamente, treinta y cuatro años después, en enero de 2011, en el contexto del alza global de los precios de los alimentos, la población egipcia salió a las calles del centro de El Cairo para oponerse al régimen duradero del presidente Mubarak. Los manifestantes corearon “¡Pan, libertad, justicia social!”[2] A principios de ese mes, en la cercana Túnez, un joven vendedor ambulante de frutas se había prendido fuego. Este acto desesperado provocó manifestaciones que resultaron en un público enfurecido que derrocó al régimen autocrático de Ben Ali. Los manifestantes sostuvieron baguettes como símbolo de protesta contra el aumento de los costos de los productos básicos.[3] Durante la ola de disturbios que envolvió a muchos países del Medio Oriente y a las ciudades afectadas en toda la región, el pan ha sido un componente siempre presente de las manifestaciones. Se ha sostenido por encima de las multitudes, se ha golpeado la cabeza e incluso se ha utilizado como un eslogan. Es una coyuntura de productos básicos y revuelta urbana que expone cuestiones relacionadas con la alimentación de las ciudades, la gobernanza y la realidad espacial involucrada. Más que una mera sublevación de los hambrientos, estos motines reflejan la frustración de las poblaciones que sufren de modelos de desarrollo obsoletos bajo gobiernos que no pueden proporcionar soluciones para la vivienda, los servicios básicos y la seguridad alimentaria, su ira simbolizada por el pan como un signo de descontento político y lucha por la supervivencia.

Un opositor anti-gobierno yemení sostiene una hogaza de pan local con la palabra árabe “váyanse” durante una protesta para exigir que el presidente Ali Abdullah Saleh decline tras tres décadas en el poder. 26 de febrero de 2011 (AFP Photo / Ahmad Gharabli)

Manteniendo en alto sus baguettes o panes baladi, los manifestantes urbanos establecen una conexión espacial entre los problemas de suministro de alimentos, las políticas estatales, la urbanización y la pobreza, en el contexto de la disidencia política. La historia muestra que el hambre y la escasez de alimentos en las ciudades son amenazas para el orden y el liderazgo, ya que las poblaciones urbanas son más propensas a los levantamientos que sus contrapartes rurales.[4] La dependencia de la ciudad de fuentes externas para su suministro de alimentos explica esto en parte. En Seguridad, territorio, población, Michel Foucault describe la escasez como “la insuficiencia actual de la cantidad de grano necesaria para la subsistencia de una nación”.[5] Continúa definiendo las implicaciones espaciales y políticas: “Las consecuencias inmediatas y más perceptibles de la escasez aparecen primero, por supuesto, en el entorno urbano, (…) y con gran probabilidad, casi de inmediato conduce a la revuelta.”[6]

Un centro urbano es un espacio de comercio donde los aumentos de precios de los alimentos, el acaparamiento y la escasez se experimentan de primera mano, mientras que en el campo, un espacio de producción de alimentos, la escasez aparece de una manera menos abrupta. Foucault también vincula los disturbios y el espacio con el poder: el hecho de que los precios de los productos básicos aumenten y que la comida pueda desaparecer es el primer paso para desacreditar a un régimen gobernante y cuestionar su autoridad política. Un gobierno debe alimentar a su población urbana y garantizar que los centros urbanos estén provistos para retener el poder. En la historia abundan ejemplos como la distribución de grano libre (el cura annonae, “cuidar el suministro de grano”) introducido en 123 a. C. a la gente de Roma (una política conocida como panem et circenses, “pan y juegos”), o el Programa de cupones para alimentos introducido por Roosevelt en 1938 en los Estados Unidos, ambos casos de políticas alimentarias emblemáticas y motivadas políticamente con el objetivo de aliviar los efectos de la hambruna y comprar popularidad: la solución al problema político práctico de alimentar a las poblaciones.[7] Pero al asumir la responsabilidad del bienestar, los gobiernos a cargo del suministro de alimentos que no brindan servicios están expuestos al descontento popular. Esta es una ecuación que todavía es válida hoy en día, ya que las revueltas alimentarias ocurren en su mayoría en contextos urbanos.[8]

En una protesta sostienen pan al enfrentarse a la policía anti-motines durante una marcha contra el RCD, partido de Ben Ali, en el centro de Túnez. 18 de enero 2011. (AP Photo / Christophe Ena)

La tendencia humana a reaccionar contra las amenazas de supervivencia de manera colectiva se correlaciona con la masa popular concentrada en las ciudades y con su nivel de pobreza. Las ciudades ofrecen redes y conectividad que permiten una organización popular y una rápida movilización. Las manifestaciones, disturbios y marchas de la última década vieron a grandes multitudes materializarse en las calles, llegando al espacio público y ocupándolo. Las áreas urbanas ofrecen una plataforma espacial para que los participantes se reúnan en un solo lugar, fomentando el impulso político. Las ciudades también son espacios de poder y el lugar de los parlamentos, representantes estatales, sedes de organizaciones internacionales; edificios que encarnan regímenes políticos e ideologías económicas.

En el caso de El Cairo, la plaza Tahrir, un gran espacio público en el corazón de la ciudad, fue esencial para la revolución de 2011. Con los edificios clásicos de la antigua Universidad Americana en el campus de El Cairo, la mezquita Umar Makram y el Museo Egipcio, junto con edificios emblemáticos como la sede de la Liga Árabe, el centro burocrático Mugamma-Egipto, el hotel Nile Hilton de la era de Nasser y La sede del Partido Democrático Nacional (PND) de Hosni Mubarak, la plaza concentra representaciones de poder. Durante las protestas masivas que resultaron en la desaparición de Mubarak, los manifestantes formaron un cordón de seguridad para evitar que los saqueadores robaran los tesoros del Museo Egipcio, mientras que el edificio del PND fue incendiado, una posible prueba de que las multitudes con motivos tienen moral, a veces. El régimen actual es consciente de la fuerza icónica de la plaza Tahrir: en primer lugar, el edificio del PND —un icono modernista diseñado por Mahmoud Riad— vacío desde 2011, fue simplemente demolido.[9] En segundo lugar, el gobierno anunció la creación de una nueva capital, que será el nuevo hogar de todos los edificios oficiales con la reubicación de los servicios de Muggama, el parlamento y todos los ministerios a unos 50 kilómetros de profundidad en el desierto.[10] Tal abandono del centro de la ciudad señala el temor de los poderes gobernantes a permanecer cerca de las poblaciones urbanas y de sus movimientos impredecibles. Esto apunta a otra relación espacial entre los disturbios alimentarios y los espacios urbanos: la justicia espacial.

A menudo, las poblaciones que protestan por los altos precios de los alimentos pertenecen a clases trabajadoras, estudiantes y jóvenes desempleados, compradores de alimentos calificados como pobres urbanos. Las ciudades en las regiones menos desarrolladas del hemisferio sur se han expandido rápidamente a medida que absorben la mayor parte del crecimiento de la población y la migración rural.[11] Los gobiernos abrumados que se enfrentan a una urbanización acelerada no han podido cumplir con las demandas de las poblaciones en crecimiento y no han equipado a los recién llegados con infraestructuras locales y nacionales actualizadas, una situación que fomenta la pobreza urbana. Un caso revelador es el hecho de que muchos ‘disturbios alimentarios’ en todo el mundo han comenzado en los distritos urbanos más pobres y se han extendido a otras áreas de las ciudades, con esa violencia típicamente dirigida a símbolos de poder (bancos, delegaciones extranjeras, tiendas de lujo, edificios gubernamentales, etc.). En protestas recientes, si el vínculo entre las variaciones en los precios internacionales de los alimentos y los disturbios sociales se ha establecido abiertamente, la urbanización se ha quedado fuera de esta ecuación. Pero debido a que los ciudadanos urbanos pobres gastan casi el 80 por ciento de sus ingresos diarios en alimentos, están más expuestos a aumentos repentinos de los precios de los alimentos que otras poblaciones.[12] Además, para paliar el acceso deficiente a la infraestructura pública, los residentes de bajos ingresos confían en soluciones improvisadas y costosas para el agua, el alcantarillado y el transporte, costos adicionales que dejan poca holgura presupuestaria. Por lo tanto, la imposibilidad de acceder a alimentos asequibles combinados con el desempleo, las deficiencias gubernamentales y la falta de servicios exacerban las condiciones de vida ya duras, una situación que consolida la exclusión social y la vida precaria para grandes porciones de los urbanitas en estas regiones.

Un manifestante tunesino sostiene una baguette como arma enfrentando a la policía anti-motines durante una protesta contra el nuevo gobierno de Túnez, el 18 de enero de 2011. (Fred Dufour /AFP/Getty Images)

El anciano apuntando su baguette como un arma frente a la policía en el centro de Túnez durante la desaparición de Ben Ali, la mujer yemení sosteniendo un pan plano en manifestaciones contra el régimen en Yemen, el hombre con su improvisado casco de pan gritando su ira en la Plaza Tahrir en un día de enero de 2011 y los innumerables otros que llevaron pan a las protestas ilustran y encarnan la conexión entre el acceso a los productos básicos, los disturbios y la justicia espacial.


Notas:

1. Ver Farha Ghannam, Remaking the Modern: Space, Relocation, and the Politics of Identity in a Global Cairo (Berkeley, California: Regentes de la Universidad de California, 2003).

2. Ramy Essam, “¡Pan, libertad, justicia social!” (El Cairo: Karim Ali Ismail Production, 2011).

3. Mohamed Haddad, “Tunisia’s Baguette-Wielding Activist Gives Bread Riots Modern Meaning,” The Daily Star (2011), http://www.dailystar.com.lb/News/Middle-East/2011/Jul-19/144019 -tunisias-baguette-blanding-activist-give-bread-disturbios-modern-meaning.ashx.

4. Ver Steven Kaplan, Provisioning Paris: Merchants and Millers in the Grain and Flour Trade During the 18th Century (Cornell: Cornell University Press, 1984)

5. Michel Foucault, Seguridad, Territorio, Población: Conferencias en el Collège De France. 1977-1978, FCE.

6. ibid.

7. Paul Erdkamp, “Feeding Rome, or Feeding Mars? A Long-Term Approach to C. Gracchus’ Lex Frumentaria,” Ancient Society 30 (2000).

8. Ver Judy Baker, Urban Poverty: A Global View., Vol. no. UP-5. , Urban Papers, (Washington D.C.: Banco Mundial, 2008) y John Walton y David Seddon, Free Markets & Food Riots. The Politics of Global Adjustment (Oxford: Blackwell, 1994).

9. René Boer, “Erasing the Remnants of a Revolution,”  Failed Architecture (2015), https://www.failedarchitecture.com/erasing-the-remnants-of-a-revolution/.

10. Egypt Unveils Plans to Build New Capital East of Cairo,” BBC News (2015), http://www.bbc.com/news/business-31874886.

11. United Nations Department of Economic and Social Affairs, “World Urbanization Prospects- the 2011 Revision,” ed. Population Division (Nueva York, 2012).

12. Eric Holt-Giménez, Raj Patel y Annie Shattuck, Food Rebellions! Crisis and the Hunger for Justice (Oakland, CA;: Food First Books, 2009).


Charlotte Malterre-Barthes es arquitecta, investigadora y diseñadora urbana. Como Directora del Programa de la Maestría en Estudios Avanzados en Diseño Urbano (Departamento de Arquitectura, ETHZ), está completando su disertación sobre “Territorios alimentarios, Estudio de caso: Egipto”. Charlotte estudió en ENSA Marsella, TU Viena y ETH Zurich, y cofundó la oficina urbana OMNIBUS. Ha dado conferencias en la AA, Storefront for Art and Architecture y en la Universidad de Hong Kong, entre otros. Ha publicado en varias revistas (San Rocco, AD, Tracés, etc.) ha editado el galardonado libro Housing Cairo: The Informal Response, con Marc Angélil. Charlotte también es miembro fundador del Grupo Parity, presionando para lograr un mejor equilibrio de género y diversidad en la profesión de la arquitectura.


Publicado en colaboración con Offramp, revista académica de SCI_Arc.

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Las células que (ya no) explotan https://arquine.com/las-celulas-que-ya-no-explotan/ Tue, 19 Feb 2019 14:00:03 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/las-celulas-que-ya-no-explotan/ Este 19 de febrero de 2019 se cumplen 24 años del inolvidable concierto masivo y al aire libre del grupo mexicano Caifanes. Fue en la explanada de la Delegación Venustiano Carranza. Ese día pasamos del “hoyo funky” y del antro al encuentro con el espacio público que después se convirtiría en enfrentamiento. 

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“Yo creo que hoy la ciudad suena a cumbia. Es decir, suena a cientos de ritmos musicales de las innumerables salas de concierto y festivales, un signo inequívoco de la recuperación de la ciudad y su vitalidad cultural.”

Guillermo Osorno, Habla ciudad: Ciudad de México

 

“La vivienda es la célula esencial del tejido urbano.”

Carta de Atenas, 1931

 

La célula

Este 19 de febrero de 2019 se cumplen 24 años de aquel inolvidable concierto masivo al aire libre del grupo mexicano de rock en español Caifanes. Fue en la explanada de la Delegación Venustiano Carranza(1) del antiguo Distrito Federal. Ese día histórico pasamos del “hoyo funky” y del antro (bar) al encuentro con el espacio público que después se convirtió en enfrentamiento. 

La primera vez de ese encuentro con el espacio abierto puede tener dos antecedentes. Uno en el festival de rock y ruedas en Avándaro —pero al no estar inserto en un contexto urbano, lo retomo más como evento social con repercusiones políticas— y otro, los conciertos en apoyo al EZLN en los islotes de CU, que al ser territorio autónomo también caerían en una categoría de  un evento con repercusiones no urbano-arquitectónicas.

¿Qué pasó ese 19 de febrero de 1995?

La respuesta más directa es que no pudimos con el espacio abierto, con el aire libre, punto.

Desde la Avenida Francisco del Paso y Troncoso se veía llegar gente del norte, viniendo de la estación de metro Moctezuma de la línea 1, del sur de la Magadalena Mixiuhca de la línea 9 y por la Avenida Fray Servando Teresa de Mier, del poniente desde la estación del metro Fray Servando de la línea 4. Los demás que vivíamos en las unidades habitacionales que rodean a esta explanada estábamos ya ahí o en las azoteas de los edificios.

Al llegar nos encontramos ante un espacio abierto sin límites, sin restricciones y ante la mala organización —el concierto inicio una hora antes(2)— nos tuvimos que manifestar con un camión en llamas, con una batalla campal contra la autoridad, con detenidos, pero sobre todo con la falta de entendimiento de lo público del espacio. Intervenimos o, mejor dicho, tomamos parte del espacio público con los recursos que teníamos al alcance (nuestras propias manos y el cuerpo como herramienta) y en consecuencia los conciertos masivos al aire libre se prohibieron, como expresión, manifestación y necesidad cultural durante varios años hasta que la empresa de eventos OCESA tomo el control de ellos.(3)

El sitio setlist.fm describe con dos “notas” al pie de las canciones lo acontecido: en la décima canción, “La célula que explota”, a cyclonic fence fell on the crowd injuring several young ones,  y tras la última, la catorce, “Viento”, after the show ended, people caused riots and wreckage, around the place.(4) Casi como coincidencia y como una narrativa espacial de esos años el setlist nos cuenta en espacio y tiempo ese 19 de febrero de 1995: iniciando con ¿Será por eso?, Aquí no es así… y terminando con Nubes, Afuera. Desde el inicio del movimiento moderno, la arquitectura pública institucional ha servido como fondo para entender su urbanismo, su espacio público, su forma de entender la ciudad. Pero, ¿cuál es la importancia de ese evento a nivel urbano-arquitectónico? ¿Por qué contar esa anécdota como antecedente?

La explanada de la Delegación Venustiano Carranza era un espacio llano conformado por fuentes, jardineras, escalinatas, asta bandera, el monumento a Venustiano Carranza y secciones de pavimentos de adocreto y concreto además de equipamientos religiosos, culturales y de salud. Fue diseñada por los arquitectos Enrique de la Mora, Juan José Díaz Infante y Eduardo Echeverría en 1974.

 

La vivienda

La explanada se encuentra rodeada de unidades habitacionales, entre ellas la JFK de Mario Pani, y está inserta en la colonia Jardín Balbuena, pequeña ciudad funcionalista que recibió su nombre en alusión al Parque Balbuena que existía ya por el año de 1946. La versión popular es que el nombre hace alusión a la gran cantidad de jardines y áreas verdes con que cuenta este espacio urbano. La versión no oficial alude a que el nombre de jardín hace referencia a los proyectos de Ciudad Jardín diseñados por Ebenezer Howard (1850-1928), cuyos conceptos sociológicos y urbanísticos están contenidos en el libro “Ciudades jardín del mañana”. 

En el texto “Espacios de uso público y resolución de conflictos en la Jardín Balbuena”(5), Jose Antonio García  Ayala escribe:

La arquitectura funcionalista habitacional diseñada y construida bajo la dirección de Pani parte del entendimiento de proyecto de conjunto como célula urbana autosuficiente, a la que se integran los servicios básicos de equipamiento cuya solución vial incorpora circuitos de circulación, buscando resolver los problemas de asoleamiento y ventilación adecuados mediante la correcta orientación de grandes edificios con amplios paños de cristal en las fachadas, una provisión de espacios libres y un rigor funcional en las formas constructivas propuestas.

Y en  Lugares de alta significación. Imagen urbana y sociabilización en la Jardín Balbuena,(6) García Ayala escribe sobre esta colonia:

“Diseñada por los arquitectos Félix Sánchez, Raúl Izquierdo y A. Sánchez Tagle con una traza urbana constituida por un conjunto de manzanas y una red vial diseñadas bajo las ideas funcionalistas del urbanismo progresista que imponen la separación entre vehículos y peatones, así como la ordenación jerárquica del sistema de tráfico basada en la velocidad de los automóviles. Estas manzanas libres de tráfico están diseñadas bajo cuatro conceptos de traza urbana: el de cerradas, andadores con cerradas, super manzana y el de parrilla, cada uno con una permeabilidad diferente, que determina adonde los ciudadanos pueden o no ir, de acuerdo con las alternativas de caminos que existen y los lugares accesibles que se ofrecen”

Hasta aquí, antes de ese 19 de febrero de 1995, las arterias y células de este organismo vivo funcionaban correctamente. Hasta aquí llegaba el “debemos acabar con la calle” de Le Corbusier en 1929 —entendiendo la calle como el espacio de encuentro social y no exclusivamente de circulación vehicular. La calle era retomada, desaparecía como vialidad y con eso iniciaba un nuevo entendimiento del espacio público.

Dice Luciano Concheiro en su libro Contra el tiempo, citando a Furio Jesi, que “a la hora de la revuelta dejamos de estar solos en la ciudad, es a esa hora que se siente verdaderamente propia” ¿podemos estar solos en la ciudad?  Nuevamente citando de ese libro: “puede amarse una ciudad, pueden reconocerse sus casas y sus calles en los más remotos o entrañables recuerdos; pero solo a la hora de la revuelta, la ciudad se siente verdaderamente como la propia ciudad: propia, por ser del yo y al mismo tiempo de los “otros”; propia por ser el campo de una batalla elegida y que la comunidad ha elegido.” Entonces, retomando a Le Corbusier, ni arquitectura ni revolución, quizá ni reforma: solo revuelta. Y eso fue lo que pasó. 

Entre 1985 y 1995 —no se tiene registro claro de la fecha ya que no hay evidencia o registro público alguno— el monumento dedicado a Venustiano Carranza, ubicado al centro de la explanada, sufrió uno de los pocos atentados terroristas ocurridos en la Ciudad de México. En su cabeza se colocaron explosivos para mostrar inconformidad ante la situación política del país. Quería repetirse la revuelta mas no sucedió así. A lo único que se llegó fue a vecinos solicitando a la Delegación el pago de la reparación por los cristales rotos de su edificio. Ni arquitectura, ni revolución, ni reforma, ni revuelta. Sólo una reclamación.

 

La calle

Regresemos a ese par de Avenidas o arterias de origen: Francisco del Paso y Troncoso y Fray Servando Teresa de Mier. En el año 2003, durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en la Ciudad de México, se construyó sobre esas avenidas —junto a un par mas: Avenida del Taller y Lorenzo Boturini— el puente vehicular que forma parte del Eje Troncal Metropolitano de Intersección norte-sur, fragmentando la dinámica sociocultural y económica de la colonia. Se sustituyeron palmeras por ballenas estructurales de concreto. Se regresó a la idea de la vialidad, al elemento de conexión vehicular, a la arteria de comunicación y se estableció un límite, después un borde, luego una frontera en la pequeña ciudad funcionalista.

 

El tejido urbano

Lorenzo Rocha escribió que “el tejido es un sistema complejo que se percibe desde la propia similitud etimológica entre ambas palabras: tejido y complejo; parece redundante, pero la raíz latina de la palabra complejo (complexus, participio pasado de complecti, “enlazar”) significa precisamente “tejido”. El urbanista escocés Patrick Geddes (1854-1932) rompió con el paradigma de la planificación urbana al contradecir los prinicipios de ésta y proponer sustituirla con operaciones de cirugía urbana”.(7) En el mismo texto Rocha cuenta la anécdota del viaje que hizo Geddes a México para  recolectar muestras de especímenes biológicos y en la cual padeció una ceguera temporal, debilitándole la vista de por vida, que finalmente le ayudó a desarrollar una técnica de pensamiento basada en mapas mentales, sintetizada en diagramas que llamó “máquinas de pensamiento”. Entonces, ¿el tejido urbano es en sí una complejidad de la ciudad? Volviendo a citar a García Ayala: “la ciudad contemporánea propia de la visión organicista es el resultado de una mezcla al parecer caótica e irracional pero que guarda una lógica de conjunto entre los restos de la ciudad tradicional.”

 

La célula, la vivienda, la calle y el tejido urbano

Cuatro definiciones para articular este evento:

“Una ciudad se definirá entonces por el tiempo que le lleva demoler sus fronteras, pero también por la forma de extender sus relaciones y conexiones mediante sus dinámicas en esas mismas fronteras, aún sin demolerlas.”

“La vivienda ya no es la célula esencial del tejido urbano, ante la complejidad de la ciudad, las arterias, hoy vialidades, juegan un rol más importante dentro de este.”

“La vivienda hoy en día es esa célula que ya no explota, es esa cyclonic fence that falls on the crowd injuring several young ones.

“Si el 2 de octubre de 1968 en la plaza de las tres culturas del Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco —corazón de la ciudad radiante corbusiana— se declaró la defunción de la modernidad en la Ciudad de México (como ha dicho Miquel Adrià), entonces en el espacio de la explanada de la Delegación Venustiano Carranza el 19 de febrero de 1995 inició el final del espacio público en esta ciudad y, por consiguiente, el intento de su recuperación.”

 


Notas

1. La explanada de la delegación Venustiano Zapata y el edificio sede fueron diseñados por los arquitectos Enrique de la Mora, Juan Jose Diaz Infante y Eduardo Echevarría. En el contexto inmediato al edificio delegacional participaron en diferentes edificios arquitectos como Mario Paní, Pedro Ramírez Vázquez y Teodoro González de León construyendo edificios de carácter habitacional y oficial. Mario Paní construyó en el año de 1964 la Unidad Habitacional John F. Kennedy. Pedro Ramírez Vázquez diseñó en el año de 1980 el Palacio Legislativo de San Lázaro —la Cámara de Diputados. Teodoro González de León, junto con el Francisco Serrano y Carlos Tejeda participaron en el año de 1987-1992 en el diseño del Palacio de Justicia Federal  y el mismo Juan José Díaz Infante en el año de 1978 diseñó la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente (TAPO).

2. En el sitio de wikiméxico se encuentra el artículo “Rock, botellas de cerveza y motín juvenil,” donde se profundiza de lo sucedido. Recuperado el 18 de febrero de 2018 en http://www.wikimexico.com/articulo/rock-botellas-de-cerveza-y-motin-juveil 

3. OCESA como corporativo de entretenimiento empieza a operar seis meses después, el 21 de agosto de 1995.

4. Caifanes setlist at explanada de la Delegación Venustiano Carranza, Mexico City, Mexico, recuperado el 18 de febrero de 2018, https://www.setlist.fm/setlist/caifanes/1995/explanada-de-la-delegacion-venustiano-carranza-mexico-city-mexico-53f9af15.html

5. En La reinvención del espacio público en la ciudad fragmentada, Patricia Ramírez Kuri, coordinadora, UNAM, 2016, pp. 281-282, http://www.joseantoniogarciaayala.mx/sitio/wp-content/uploads/2016/02/La-reinvenciónArticulo.pdf

6. Jose Antonio García Anaya, Lugares de alta significación en la colonia Jardín Balbuena en la Ciudad de México, Plaza y Valdés editores, México, 2010.

7. Lorenzo Rocha, La crítica: tejido urbano, Periódico Milenio, 27/11/2014, https://www.milenio.com/cultura/la-critica-tejido-urbano

El cargo Las células que (ya no) explotan apareció primero en Arquine.

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