Resultados de búsqueda para la etiqueta [José Villagrán ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 29 Apr 2024 20:11:16 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 FaMADyC, 60 años (1964-2024) https://arquine.com/famadyc-60-anos-1964-2024/ Mon, 29 Apr 2024 20:11:16 +0000 https://arquine.com/?p=89585 Un 29 de abril de 1964 se fundó la Escuela Mexicana de Arquitectura de la Universidad La Salle, a la par de la Escuela de Ingeniería. Unos años antes, en 1962, la Escuela de Contaduría y Administración dio inició al proyecto de la Universidad La Salle, bajo la rectoría del Dr. Manuel de Jesús Álvarez […]

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Un 29 de abril de 1964 se fundó la Escuela Mexicana de Arquitectura de la Universidad La Salle, a la par de la Escuela de Ingeniería. Unos años antes, en 1962, la Escuela de Contaduría y Administración dio inició al proyecto de la Universidad La Salle, bajo la rectoría del Dr. Manuel de Jesús Álvarez Campos. Contaduría, Administración, Arquitectura e Ingeniería, cuatro pilares importantes del emplazamiento en los predios de Benjamin Franklin, en las manzanas ocupadas por las calles de Chicontepec al norte, General Francisco Murguía al oriente y Carlos B. Zetina al poniente en la colonia Condesa. 

Bajo la rectoría del Dr. Guillermo de Alba López se daría continuidad al proyecto educativo y a la consolidación de un campus con la Escuela de Derecho en 1967, la Escuela de Filosofía de 1968, la Escuela Mexicana de Medicina en 1970 y la Escuela de Química de 1973. Nueve años de conformación y consolidación de una oferta educativa en una de las colonias con mayor plusvalía en la centralidad de la Ciudad de México. 

Considero que una de las tantas ventajas competitivas que tiene la universidad es precisamente esa centralidad que permite entender el contexto de sus colonias colindantes (Tacubaya y el Edificio Ermita de Juan Segura, por ejemplo, o la San Miguel Chapultepec con sus galerías) y de la misma colonia Condesa entendiéndola como un campus extendido que abarca las casas de Barragán en la Condesa, sobre avenida Mazatlán o avenida México; el Edificio Basurto, de Francisco Serrano; la casa estudio de Juan José Diaz Infante en Ámsterdam 720; el eje inmobiliario de la calle Veracruz, de Javier Sánchez; la CETRAM del Bosque de Chapultepec y el mismo bosque, sin dejar de mencionar los parques México y España, que se convierten en un aula abierta para entender, enseñar y aprender sobre la ciudad y su arquitectura y todas sus vinculaciones contextuales. 

En 1983 se construiría la biblioteca que lleva el nombre del rector fundador de la universidad durante el periodo de 1988 a 1991, la Dr. Manuel de Jesús Álvarez Campos, un espacio común en la Unidad I, Plaza La Salle, como espacio articulador de las edificaciones y, en 1992, la Torre Administrativa, todas, obras de los arquitectos Jorge y J. Eduardo Pacheco de la Rosa.  

Para celebrar los 35 años de la universidad, Manuel Felguérez pintó un mural monumental en una de las paredes del Auditorio Adrián Gibert, diseñado este por los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Octavio López Márquez. Felguérez representó de manera abstracta los orígenes e ideales de la universidad, con trazos de 30, 60 y 90 grados, donde los chevrones (símbolos de la heráldica) interiores en color rojo representan las funciones sustantivas de La Salle: docencia, investigación y extensión. Los chevrones exteriores en azul representan: fe, fraternidad y justicia. La importancia del mural de Manuel Felguérez y la Plaza La Salle, de los hermanos Pacheco, es la síntesis formal de metodologías de representación de muchas generaciones que usaban reglas T y escuadras con ángulos de 30, 45, 60 y 90 grados, un par de obras, escultórica y arquitectónica, que se han acompañado durante las transformaciones de los años. Valdría la pena registrar los cambios históricos, sobre todo los de la Plaza La Salle, que ha tenido que adaptarse de acuerdo a temas de accesibilidad universal. 

Martín L. Gutiérrez Martínez (1927-2020) creó, por invitación del rector fundador de la Universidad La Salle., Escuela Mexicana de Arquitectura (la EMA), que junto con el arquitecto Jaime Pérez Nájera, como secretario, conformaron un Consejo Consultivo integrado por los arquitectos Jorge González Reyna, Pedro Ramírez Vázquez, Jesús Aguirre Cárdenas, Ricardo de Robina, Manuel Martínez Páez, Enrique Carral, Augusto H. Álvarez, Vladimir Kaspé, Carlos Gosselin M., Ricardo Estrada B., René Rangel V. y Pedro Irigoyen Reyes. Y una plantilla docente integrada por el mismo René Rangel, Ricardo Estrada y Pedro Irigoyen, acompañados por los arquitectos Jaime González Luna, Víctor Aguado, Adolfo López Malo, Gerardo Rodríguez, Juan José Reveles, Javier Ordoñez, Álvaro Ysita, Faustino Quiroz, J. Francisco Serrano, Jaime Pérez Nájera, J. Ignacio Abiega, Jorge Álvarez R., José Cunille, Javier Rabasa y Fernando Paz y Puente junto con los Profesores José Nava, Arturo Chávez Paz, Javier de la Borbolla, José Aguerrebere y Sergio Ley, siendo Jorge Suárez, el primer egresado con título de arquitecto de esta escuela en su primera generación conformada por 77 alumnos. 

José Villagrán García impartió clases de 1977 a 1982, Manuel Martínez Páez, de 1970 a 1977, Vicente Mendiola de 1978 a 1986, Antonio Attolini Lack de 1970 a 1994, Vladimir Kaspé Zaipchick y su búsqueda de un todo arquitectónico de 1973 a 1996, profesor emérito que dejó como legado la beca de posgrado de arquitectura a egresados de la universidad y que lleva su nombre. En un lejano 1995 cuando estudiaba en la universidad aún alcance a escuchar sus correcciones a algunos de mis compañeros de generación en el auditorio de la biblioteca. Actualmente la Facultad de Arquitectura conserva su legado y acervo (con sus notas por ejemplo en sus libros de cocina) en el Centro Cultural Vladimir Kaspé, diseñado por Jorge Hernández de la Garza (ver su libro Estilo, estrategia y escala, editado por Arquine), Gerardo Broisin, Gabriel Covarrubias González y Alberto Moreno Guzmán en uno de los primeros concursos abiertos convocado por la misma escuela para sus alumnos y egresados de la universidad promovido por Homero Hernández Tena y Ramón Álvarez, que dio paso a un segundo concurso para celebrar el 50 aniversario de la creación y fundación de la facultad. Esto dio pie a repensar esa gran plancha de concreto de la Unidad II con su área deportiva destinada a canchas multiusos en un concurso llamado ATRIUM, que ganó José Muñoz Villers, Miguel Aguillón Luna, Carlos Marín y Hugo I. Sánchez Toledo, pero que nunca llegó a materializarse. En 2020, el mismo José Muñoz-Villers terminó la Facultad de Ciencias Químicas para la universidad que, junto con el Poliderportivo-Centro de Bienestar y su puente peatonal, que cubre la calle Benjamín Franklin de Gabriel Covarrubias González, junto con HOK México, completan una serie de edificaciones realizadas por algunos de los egresados de su facultad. Esto mas los constantes diagnósticos, planes maestros y propuestas de peatonalizar y hacer calles compartidas en el entorno de la universidad han conformado lo que es hoy desde su arquitectura y su espacio urbano a la Universidad La Salle. 

Entre sus exdirectores se encuentran: 

Arq. Martín L. Gutiérrez (1964-1974) 

Arq. Manuel Martínez Páez (1974-1977) 

Arq. Luis Calzada Torres (1977-1984) 

Arq. Oscar Castro Almeida (1989-1998) 

Arq. Oscar Gosenheim Pallés (1998-2002) 

Mtro. en D.G. Jorge Manuel Iturbe Bermejo ((2002-2012 y 2023) 

Mtro. en Arq. Homero Hernández Tena (2012-2022)  

A partir de 2024, la doctora. María de Lourdes López dio paso de una Escuela Mexicana de Arquitectura (EMA) a una Escuela Mexicana de Arquitectura, Diseño y Comunicación (EMADyC), a lo que hoy es la Facultad Mexicana de Arquitectura, Diseño y Comunicación (FaMADyC), con una oferta educativa que va desde las licenciaturas en arquitectura, diseño gráfico digital, comunicación, ambientes interiores y exteriores, diseño de productos hasta maestría en gerencia de proyectos inmobiliarios, estrategia e innovación de marca y especialidad en gestión y administración de proyectos.  

A todo el equipo de rectoría, dirección, jefatura de arquitectura, coordinación, área secretarial, equipo técnico, hermanos lasallistas, docentes, egresados, alumnos y compañeros de generación (1994-2000) de la FaMADyC, felices 60 años de trayectoria colectiva. 

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Felipe Leal, nuevo miembro de El Colegio Nacional https://arquine.com/felipe-leal-nuevo-miembro-de-el-colegio-nacional/ Tue, 27 Apr 2021 16:43:10 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/felipe-leal-nuevo-miembro-de-el-colegio-nacional/ El año pasado, Felipe Leal fue designado como nuevo miembro del Colegio Nacional. Saludado por Julio Frenk, y con respuesta del cronista y novelista Juan Villoro, Leal pronunció una lección titulada “Las huellas de la memoria y los pasos al devenir.”

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En 1969, José Villagrán García impartió su lección de bienvenida a El Colegio Nacional, con salutación de Eduardo García Máynez y respuesta de Manuel Sandoval Vallarta. En su discurso, Villagrá puso énfasis entre la relación, a veces inexistente, entre la teoría y la práctica de la arquitectura y en cómo esa ausencia debía subsanarse. Para Villagrán, el ejercicio creativo del arquitecto no debía adolecer del pensamiento. Así lo expresó: “Los arquitectos teorizantes, por vivir en carne propia los problemas de la creación, orientan sus doctrinas preferentemente hacia este campo, ocasionando semejante propósito un perjudicial alejamiento de las conquistas de la filosofía y en particular de la estética filosófica, que en todo tiempo están al alcance del investigador.” También diagnosticó desde entonces que “a partir de hace unos quince años, la arquitectura entre nosotros, al igual que en el mundo occidental, ha abandonado su ritmo progresista y su espíritu combativo, refugiándose increíblemente en nueva rutina, convertida ya en positivo academismo.”

Tras la muerte de Villagrán García en 1982, el arquitecto Teodoro González de León ocupó su cátedra en 1989, pronunciando un discurso titulado “Arquitectura y ciudad”, con salutación de Marcos Moskinsky y respuesta de Octavio Paz, quien sería galardonado un año después con el Premio Nobel de Literatura. En su lección inaugural, González de León buscó responder qué era lo que formaba a las ciudades, proponiendo un cuarteto de elementos: el azar, el diseño, el tiempo y la memoria: “Las buenas ciudades resultan de un equilibrio entre esos cuatro factores: en ellas, el orden del diseño propicia la libertad, y la memoria urbana de sus habitantes actúa para corregir y, llegado el caso, aprovechar los efectos del tiempo.” 

Teodoro González de León murió en 2016. El año pasado, Felipe Leal fue designado como nuevo miembro del Colegio Nacional. Saludado por Julio Frenk, y con respuesta del cronista y novelista Juan Villoro, Leal pronunció una lección titulada “Las huellas de la memoria y los pasos al devenir.” Para Leal, reconocido por intervenciones en espacios públicos, como la restauración de la Alameda Central y la peatonalización de la Calle Madero en el Centro Histórico, la memoria tiene que ver con la historia personal y con la historia colectiva que se construye en las ciudades. Apuntó que “la ciudad no es obra de uno, sino de muchos. La construimos no sólo en su expresión física, sino en su infinita gama de relaciones humanas.” Para que los arquitectos entiendan ese entramado, es importante “entender la ciudad desde la literatura, la vida cotidiana, el cine y la academia”. Con este espíritu, Leal comentó el influjo del Movimiento Moderno en la proyección de las ciudades y de cómo las circunstancias contemporáneas pueden aprender de las lecciones de la modernidad. Además, aventuró algunas respuestas sobre las ciudades y su vida post-pandemia. Para Leal, es necesario volver a las ideas sobre el espacio público, la ventilación y el asoleamiento de la primera modernidad arquitectónica.

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El problema del programa https://arquine.com/el-problema-del-programa/ Wed, 10 Jun 2020 04:35:00 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-problema-del-programa/ El 7 de agosto de 1963, José Villagrán García dictó en el Colegio Nacional, del que era miembro, la primera de las ocho pláticas que daría bajo el título general de Estructura teórica del programa arquitectónico.

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El 7 de agosto de 1963, José Villagrán García dictó en el Colegio Nacional, del que era miembro, la primera de las ocho pláticas que daría bajo el título general de Estructura teórica del programa arquitectónico.

Villagrán nació en la Ciudad de México el 22 de septiembre de 1901. Estudió en la Escuela de Arquitectura de San Carlos, de donde se recibió en 1923. Su obra construida incluye hospitales y escuelas y proyectos privados. Fue quien diseñó el edificio que hoy ocupa la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, en Ciudad Universitaria. También fue profesor de muchas generaciones. Desde 1924 dio clases de composición y teoría de la arquitectura, y llegó a ser director de la Escuela Nacional de Arquitectura entre 1933 y 1935. Es reconocido, además, por su intento de construir un aparato teórico coherente. Ingresó al Colegio Nacional en 1960.

Aquél miércoles de agosto, Villagrán inició su plática aclarando que ese “cursillo” estaba dirigido “no sólo a especialistas, sino abiertamente a quien quiera puedan interesar los temas que en diversas ramas de la cultura les sirven de motivación” y excusándose de abordar “conceptos generales que son de uso habitual para quienes se dedican a nuestra especialidad.” En seguida, afirmó que para el arquitecto en activo y el estudiante, “un programa posee una significación suficientemente objetiva: es el conjunto de exigencias que debe satisfacer una obra por proyectar.” Sin embargo, aclaró que es un concepto que no se trató de manera explícita en la teoría de la arquitectura sino hasta que lo hizo Julien Guadet en el primero de los cuatro tomos de sus Éléments et théorie de l’architecture, compilación de los cursos que dictó en la École nationale et spéciale de beaux-arts de Paris y que fueron publicados en 1894.

En el segundo capítulo de ese tomo, titulado Principios directores, Guadet le dice a sus alumnos: “En sus composiciones, ustedes serán guiados en principio por una fidelidad leal al programa. El programa no debe ser obra del arquitecto, siempre le será dado: a cada quién lo suyo. El arquitecto es el artista capaz de realizar un programa, pero no le toca decidir si el cliente necesita una o varias recámaras, si harán falta una o varias caballerizas, etc. Es sabido que con frecuencia el arquitecto no recibe ningún programa y muchos de nuestros edificios más notables han sido construidos sin tenerlo. Es muy molesto y, ¿quieren saber por qué sucede así? Porque tres de cada cuatro veces los clientes o los administradores no saben lo que quieren. Eso no impide que debieran ser ellos los que supieran, no nosotros.” Después de tal advertencia —el programa le toca al cliente, no al arquitecto— y el reclamo que sigue —pero no lo hace—, Guadet explica para qué sirve el programa. Primero, nombra los servicios y establece sus relaciones, “pero no sugiere ni su combinación ni su proporción. Ese es su trabajo; el programa no debe imponer soluciones. El programa les da la libertad de elegir los medios, pero hay que entender qué es lo que se les pide.” El programa, sigue Guadet, “también les indica un elemento esencial de la composición: el emplazamiento, el terreno.” En resumen, según Guadet el programa no lo hace el arquitecto y sirve para definir las necesidades espaciales y el emplazamiento del edificio a proyectar.

Villagrán sigue de cerca a Guadet al explicar qué es el programa arquitectónico, pero antes define lo que para él caracteriza a la arquitectura, distinguiéndola, de un lado, del arte de la edificación —generalmente auxiliada por la ciencia de la edificación, dice: construir una presa o un puente, por ejemplo; y, del otro lado, de la escultura monumental, que puede emplear las mismas técnicas y los mismos materiales que el arte de la edificación pero con otros fines: si aquél es utilitario, ésta es simbólica. “La arquitectura, dice Villagrán, es otro hacer, otro construir, con finalidades propias, como la edificación y la escultura monumental, y, no obstante que emplea los mismos materiales de edificación, sus obras tienen fines y procedimientos que al concurrir le dan propiedad.” Lo arquitectónico es a un tiempo, para Villagrán, utilitario y simbólico. “Entendemos por arquitectura —dice— el arte de construir espacialidades en que el hombre integral desenvuelve parte de su existencia colectiva.”

Vuelve entonces al programa, explicado como “la suma de las finalidades causales arquitectónicas.” La primera y principal de dichas finalidades, siguiendo lo que planteó como arquitectura, es la habitabilidad. La segunda “categoría esencial” del programa arquitectónico, derivada de la habitabilidad, es la ubicación: “toda obra que sea habitable estará ubicada espacialmente.” La tercera y última “categoría esencial” del programa arquitectónico la denomina subjetivo-objetiva. Y aquí es donde Villagrán toma distancia de Guadet. Si para éste “el programa no debe ser obra del arquitecto”, para el arquitecto mexicano la relación es un tanto más compleja y se basa, de nuevo, en una triada formada por el sujeto, el objeto y el conocimiento que aquél tiene de éste. “En el caso de la aprehensión de un progrma —explica Villagrán— el arquitecto creador es el sujeto que conoce; el objeto, su objeto, lo constituye el conjunto de finalidades que se le proponen para perseguir en su obra su satisfacción en espacios construidos arquitectónicamente.” A esas finalidades las califica como el problema. El problema no es el programa, “sino uno de sus determinantes objetivos”. Así, el programa resulta ser, al menos en parte, también obra del arquitecto:

Estos determinantes extra sujetos, extra arquitecto, son aprehendidos por el creador y se proyectan sobre el programa, que es una imagen de conocimiento, un principio de creación y, por lo tanto, de una subjetividad incuestionable, pero también de una objetividad relativa, pues está determinado por el problema u objeto de la creación.

Al tomar distancia de lo planteado por Guadet a finales del siglo XIX en una serie de conferencias dictadas en la Ciudad de México en 1963, Villagrán piensa el programa arquitectónico ya no como algo dado al arquitecto sino como algo en parte objetivo —el problema— y en parte creación subjetiva.

Quince años después de las conferencias de Villagrán, en 1978, Rem Koolhaas publica Delirious New York, donde explora la idea de la programación cruzada en edificios como el Down Town Athletic Club, o complejos como el Rockefeller Center, e incluso a la escala urbana de Coney Island, donde se definen “relaciones completamente nuevas entre sitio, programa, forma y tecnología.” Unos años después, en 1983, Bernard Tschumi publica Index of Architecture, donde escribe:

Cualquier programa dado puede ser analizado, desmantelado, deconstruido de acuerdo con cualquier regla o criterio y luego reconstruido en una configuración programática distinta. Discutir hoy la idea de programa no implica de ningún modo volver a nociones de función versus forma, a relaciones de causa y efecto entre programa y tipo o alguna nueva versión de un positivismo utópico. Al contrario, abre un campo de investigación donde los espacios se confrontan finalmente con lo que sucede en ellos.

En 1982, tanto Tschumi como Koolhaas participaron en el concurso para diseñar el Parque de la Villette. Tschumi ganó, pero las propuestas de ambos marcaronn un punto de quiebre en la manera de entender el programa. Koolhaas planteó que “el programa de la ciudad de París era demasiado grande para el sitio, sin dejar espacio para el parque. La propuesta no fue para un parque definitivo, sino de un método que, combinando la inestabilidad programática con la especificidad arquitectónica, eventualmente generará un parque.” Por su parte Tschumi planteó que “el proyecto de la Villette no procede de una «visualización» inicial, de una «síntesis de preferencias formales y de limitaciones funcionales, o de una ‘composición’ clásica». Aquí la arquitectura es parte de un proceso complejo de transformación. No es previsible al inicio. Es el resultado o, quizá, el intermediario, pero jamás el dato inicial.”

Algunos años después, en 1989, Koolhaas y Tschumi participan en otro concurso, el de la Gran Biblioteca de París. Koolhaas cuestiona la pertinencia del programa planteado para el concurso y Tschumi interpreta el programa —“basado en circuitos y movimiento: de académicos, de libros, de visitantes”— y le suma otro circuito y otro movimiento: el de una pista de atletismo. Ninguno de los dos ganó el concurso. Resultó más atractiva la mezcla programática propuesta por Perrault —una biblioteca y un bosque. En 1999 Koolhaas gana el concurso para la Biblioteca Central de Seattle con un proyecto que parte de “identificar cinco grupos programáticos «estables» y rearreglarlos en plataformas superpuestas, combinados con cuatro grupos «inestables» que ocuparan zonas intersticiales.” El análisis y la reconfiguración del programa anticipaban las determinaciones formales y espaciales.

En una entrevista en paralelo, 2 Architects, 10 Questions on Program. Rem Koolhaas + Bernard Tschumi, hecha por Ana Miljacki, Amanda Reeser Lawrence y Ashley Schafer para la revista Praxis, a la pregunta de cómo había cambiado con la práctica su concepto y uso del programa, Koolhaas responde: “Mi trabajo con el programa empezó con el deseo de buscar medios diferentes de expresión que resultaran similares a escribir un guión.” Y agrega más adelante: “El programa tiene para mi cada vez más otra connotación, cercana a la agenda. He tratado de encontrar la manera en que podamos rodear o evitar la pasividad del arquitecto, esto es, su dependencia de las iniciativas ajenas”. Por su parte Tschumi afirma que “las relaciones entre programa y forma pueden ser de reciprocidad, indiferencia o conflicto. Reciprocidad cuando se le da una figura (shape) al programa para que coincida con la forma, o a la forma para que sea recíproca a la configuración que se le dio al programa. Indiferencia cuando una forma elegida puede acoger cualquier programa, resultando generalmente una forma determinista para un programa indeterminado. Con el conflicto, se deja al programa y a la forma chocar a propósito para generar acontecimientos inesperados.” Así, parece que, finalmente, al menos en el trabajo de Koolhaas y Tschumi, la relación entre problema y programa, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la función y la forma, se ha vuelto si no más compleja, sí de contornos más difusos.

Cabe apuntar, como nota final, que atendiendo al menos a su etimología, el problema —del griego προ, adelante, y βάλλειν, arrojar— y el proyecto —del latín pro, hacia adelante, y iacere, lanzar— son prácticamente la misma cosa. Acaso el programa no sea más que la manera de dejar claro que el problema es el proyecto.

José Villagrán García murió el 10 de junio de 1982 en la Ciudad de México.

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Enrique de la Mora https://arquine.com/enrique-de-la-mora-1/ Wed, 09 May 2012 15:39:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/enrique-de-la-mora-1/ Hijo, padre y abuelo de arquitectos, “el pelón” Enrique de la Mora nació el 16 de junio de 1907 y murió el 9 de mayo de 1978. Su obra resulta de integrar la relación espacial con el cálculo estructural, al incorporar sistemas constructivos novedosos.

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Hijo, padre y abuelo de arquitectos, “el pelón” de la Mora nació el 16 de junio de 1907 y murió el 9 de mayo de 1978. Estudió en la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM. Se tituló en 1933 y formó parte de la generación de Enrique Yáñez, Augusto Pérez Palacios y José Creixell. Discípulo de José Villagrán y, durante un corto periodo, uno de sus colaboradores más cercanos. En 1934, ambos realizaron el prototipo de la Casa-Hogar Infantil No. 9. Dedicado a la arquitectura civil y religiosa, Enrique de la Mora colaboró asiduamente con José Creixell y con el ingeniero Manuel de la Mora y Palomar.

También trabajó con Fernando López Carmona y Félix Candela para integrar los trabajos de cálculo y estructuras laminares. De la colaboración con Candela surgieron obras como la Capilla del Altillo (1958) y la Medalla Milagrosa en Coyoacán (1960), así como la Bolsa de Valores, diseñada a partir de una bóveda de cascarón. Autor del bloque de departamentos en la calle de Estrasburgo (1937) —hábilmente solucionado en un terreno de 27 metros cuadrados—, del edificio Seguros Monterrey (1960), con su sistema de “pisos colgados”, así como de la Delegación Venustiano Carranza, de la Mora pautó la fisionomía arquitectónica y urbana de México con obras singulares.

Fue un destacado docente: impartió clases en la UNAM y fue uno de los fundadores de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Politécnico, así como profesor de proyectos de las primeras generaciones de alumnos de la Universidad Iberoamericana. El primer esfuerzo de renovación en la arquitectura religiosa del país correspondió a sus intervenciones. Fue pionero de la arquitectura eclesiástica moderna en México a los 32 años de edad con la Iglesia de La Purísima en Monterrey y con el Santuario de Guadalupe en Madrid (1963), que culminara la larga lista de templos que realizó. De la Mora también destacó en la creación de escuelas. Autor del Instituto Tecnológico de Monterrey (1945) —primer campus universitario del país— su obra resulta de integrar la relación espacial con el cálculo estructural, al incorporar sistemas constructivos novedosos y pensar en la relación con el exterior.

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