Resultados de búsqueda para la etiqueta [cuarto de servicio ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Dec 2023 16:13:16 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Vivir en un espacio diseñado por un Pritzker, pero sin ventanas. O de la ceguera selectiva del arquitecto https://arquine.com/vivir-en-un-espacio-disenado-por-un-pritzker-pero-sin-ventanas-o-de-la-ceguera-selectiva-del-arquitecto/ Mon, 24 Oct 2022 02:51:11 +0000 https://arquine.com/?p=70735 Recientemente varios medios suizos han señalado el proyecto Beirut Terraces, diseñado por la oficina de Jacques Herzog y Pierre de Meuron, donde las habitaciones destinadas al servicio doméstico miden menos de 4 metros cuadrados y no tienen ventanas. Los arquitectos han tratado de excusar su ceguera selectiva, por usar ese eufemismo para nombrar una manera racista y excluyente de hacer arquitectura.

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Hace casi un mes, el medio suizo 20 Minutos publicó una noticia cuyo titular era “Arquitectos suizos hacen dormir a las empleadas domésticas en el armario de las escobas”. La breve nota, que acompaña un video de poco más de dos minutos, agrega que esas piezas de apenas cuatro metros cuadrados no tienen ventanas y que se encuentran en el edificio llamado Beirut Terraces, diseñado por la oficina de los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, ganadores, entre otros premios, del Pritzker en el 2001, el Praemium Imperiale y la Medalla de Oro del Instituto Real de Arquitectos Británicos (RIBA), ambos en el 2007.

El video —preparado por Désirée Pomper y Simona Ritter— habla del edificio de lujo, con 130 departamentos, en el centro de Beirut y de la publicación en Twitter, el 23 de julio, de los planos señalando los cuartos de servicio, sin ventanas, de apenas 3.9 metros cuadrados. La nota también menciona el reclamo de antiguas trabajadoras domésticas en la cuenta de Instagram @dowanunited, en una publicación del 1º de agosto. Después, una periodista visita un apartamento y comprueba que las habitaciones para empleadas domésticas no tienen ventanas. Cuando se lo hace notar al agente inmobiliario, éste responde: “pero sólo duermen aquí, el resto del día están en el apartamento”. Una empleada doméstica entrevistada se pregunta cómo puede la gente vivir sin ventanas. En el video también se dice que los arquitectos fueron contactados y que afirmaron “haber recomendado al cliente otros conceptos para el proyecto”, pero que fueron “incapaces de imponer propuestas alternativas”. Roula Seghaier, de la Federación Internacional de Trabajadoras Domésticas, entrevistada en el mismo video, afirma: “Los arquitectos definitivamente tienen otras opciones. Conozco arquitectos que han rechazado encargos semejantes por razones de conciencia.” 

La cuenta de Instagram @dowanunited pertenece a la organización Domestic Workers Advocacy Network. En la entrada sobre el edificio Beirut Terraces, sobre la imagen puede leerse la frase “Queridos Herzog y de Meuron, sus departamentos de lujo son nuestras prisiones. Su diseño nos niega luz natural, dignidad y libertad.” En el texto que acompaña a la imagen dice:

La firma de arquitectos suizos Herzog y de Meuron saca provecho de la esclavitud moderna en Líbano. Su diseño para el proyecto Beirut Terraces, va más allá de normalizar el sistema kafala*. La neoliberal ley de construcción libanesa es voluntariamente laxa al favorecer el beneficio económico sobre la gente, a favor de empresas de arquitectura y a costa de trabajadoras domésticas migrantes. Como resultado, esta legislación racista confina a las trabajadoras domésticas en espacios pequeños que sirven para las “necesidades” de las clases media y alta libanesas. Esos espacios son extremadamente opresivos y violan los derechos humanos.

[*Sistema de explotación utilizado para monitorear trabajadores migrantes, principalmente dedicados a la industria de la construcción o tareas domésticas en algunos países islámicos, según Wikipedia.]

En una nota publicada por el Basler Zeitung el 3 de octubre, con el título “Así defienden Herzog & de Meuron las ‘habitaciones de esclavos’ (sklavenzimmer) en Líbano”, Isabel Thommen da cuenta de que la oficina de Herzog & de Meuron rechazó en principio una entrevista y después la condicionó a que fuera realizada por el editor en jefe, Marcel Rohr. Respondieron con vaguedad por lo que se hizo una segunda ronda de preguntas.

A la pregunta de si sabían para qué se utilizarían esas habitaciones sin ventana, responden que sí: “Los planos, en los que está escrito ‘habitación de servicio’ en espacios sin ventanas fueron elaborados por Herzog & de Meuron”, “a pedido expreso del cliente” y se excusan: “No tenemos ninguna influencia sobre cómo las utilizan los propietarios”.

Cuando se les pregunta por qué no rechazaron el proyecto, responden que están obligados por contratos y que no cumplirlos tendría consecuencias legales imprevisibles —lo que podría interpretarse como que eligieron ganar dinero a perderlo. A otra pregunta repiten que “un arquitecto sólo tiene una influencia limitada en el uso posterior por parte del propietario”, lo cual podría entenderse tanto si la Tate en Londres decide mostrar una obra polémica en el museo diseñado por los suizos, como si alguien comete un crimen en una de las terrazas de su edificio en Beirut, pero no cuando admiten haber diseñado las habitaciones para el personal de servicio sin ninguna ventana.

Pero la peor respuesta quizá sea cuando les preguntan por qué decidieron detener la mayoría de sus proyectos en Rusia pero no el edificio Beirut Terraces: “No se puede comparar la situación con Rusia. La invasión de Ucrania y la violenta represión de Putin y el gobierno ruso van en contra de todos los valores que representamos como oficina internacional.” Dicho de otro modo, hay formas de opresión y violencia dirigidas a ciertos seres humanos que parecen más visibles —e intolerables— para la oficina de Herzog y de Meuron mientras que otras formas de opresión y violencia dirigidas a seres humanos con distintas características —de otra región, de otra cultura, de otro tono de piel quizá— parece que no sólo no les resultan visibles, sino hasta cierto punto tolerables e incluso ayudan con sus diseños a ejercerlas.

Pero la ceguera —por llamarle así a algo que es más bien una mezcla de desinterés por ciertos grupos de personas, ignorancia, avaricia y falta de ética— no sólo está del lado de los arquitectos. El proyecto fue publicado desde hace seis años. Varios medios reprodujimos sin mayor reflexión el comunicado de la oficina suiza:

“La estructura y apariencia del edificio parten de una conciencia y respeto por el pasado de Beirut. Son cinco los principios que definen el proyecto: capas y terrazas, interior y exterior, vegetación, vistas y privacidad, luz e identidad.”

El prestigio de los galardonados arquitectos suizos y las bellas imágenes de Iwan Baan parecían no exigir mayor atención. En este sitio no publicamos las plantas. En Arquitectura Viva se publicaron unas plantas con poca definición que no muestran claramente las habitaciones para esclavas. Pero en otros sitios, como en afasiaarchizine se puede ver sin hacer mucho esfuerzo dos espacios, uno con una cama, con la leyenda “MAID” y la medida, 3.7 metros cuadrados, y otro con un pequeño lavabo, un escusado y una regadera, “MAID BATH”, 3.1 metros cuadrados. Los dos espacios sin ventanas y ni siquiera, de creerle a los planos, ningún tipo de ducto de ventilación artificial, encajonados entre una cocina de 23 metros cuadrados —con un gran ventanal—, una lavandería de 6.4 y una bodega de 6.6. Ahí tuvimos esos planos desde el 2017 y no los vimos con atención. Nótese, además, que maid es una palabra con género definido: una mujer.

En un texto que escribí hace un par de años —y retomado aquí recientemente—, comentaba un curso del filósofo Gilles Deleuze sobre el pensamiento de Michel Foucault en el que afirmaba: “hay un orden del decir y otro del dibujo”. Esa frase —cuyo contexto e implicaciones son más amplias, pero tocan lo aquí tratado— queda bien para lo que vemos en el caso de Herzog y de Meuron y que podemos ver en el trabajo muchos otros arquitectos —como en la Torre Mitikah o en la mítica casa de Luis Barragán—: una diferencia radical entre lo que se dice y lo que se dibuja.

En libros, revistas, conferencias y coloquios, el gremio arquitectónico no se cansa de promulgar las bondades de su arte, las posibilidades que tiene la arquitectura para propiciar el bien común al generar espacios colectivos, abiertos, y para mejorar la manera como todas vivimos, o para, finalmente, embellecer nuestro entorno. Y esas posibilidades no están en duda, pero los dibujos muchos veces muestran otra cosa: el mismo arquitecto que afirma lo anterior en sus dichos, puede usar el mismo lápiz para dibujar un museo o una escuela o una habitación con una vista magnífica que un armario para escobas destinado, no por accidente sino con toda consciencia, a seres humanos.

Lo sabemos: el compromiso social de buena parte de los arquitectos que más celebramos se acaba donde el contrato se pone en riesgo y las pérdidas económicas amenazan. Ese mismo compromiso se diluye, también, con la distancia social y la diferencia económica, cultural o de origen. Quienes nos sumamos a la celebración —otorgando premios, con publicaciones, con estudios e investigaciones académicas, o con aplausos— debiéramos asumir críticamente una posición o, en su defecto, aceptar cínicamente esa brecha entre lo dicho y lo dibujado, entre lo dicho y lo hecho, entre lo que podría ser y lo que realmente se hace. Por supuesto, me parece que es tiempo de lo primero: de una crítica radical a nuestra ceguera cómplice en muchos asuntos graves —opresión, racialización, sexismo, marginación, extractivismo, etc. Pero no puedo evitar, al terminar este texto, recordar la sabia afirmación de Audre Lorde: Las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo.

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Arquitectura sin ética https://arquine.com/arquitectura-sin-etica/ Mon, 14 Dec 2020 15:50:03 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-sin-etica/ Un burdo truco permite usar espacios sin ventilación ni iluminación naturales como habitaciones para personas que trabajan en el servicio doméstico. Un truco que revela la poca ética de algunos que se llaman arquitectos al diseñar espacios que segregan y excluyen.

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Ya se ha comentado varias veces aquél párrafo del texto que Esther McCoy escribió para el número de agosto de 1951 de la revista Arts & Archtiecture, dedicado a la arquitectura mexicana : “En México hoy el vestíbulo, alardeando una planta de plástico, es muchas veces más grande que la cocina. Ojalá algún día la casa de criados o sirvientes pueda usar un poco de espacio de la más grande de los patrones.” Ese día, al parecer, aún no llega.

Juan Carlos Espinosa Cuock escribió en este mismo sitio: “Si eligiéramos cualquier proyecto residencial de la clase media en México —especialmente entre las casas y departamentos construidos a lo largo del siglo pasado—, nos encontraremos con frecuencia una habitación extremadamente pequeña y extraña: escondida detrás de la cocina, debajo de una escalera, improvisada en algún sótano o como un chipote en la azotea, pero siempre ubicada ambiguamente en los resquicios de la casa.” En relación a ese asunto, el siglo XXI nos sigue ofreciendo notables ejemplos de este racismo y clasismo materializados en el espacio y avalados por la firma de arquitectos que ostentan dicho título sin asomo de vergüenza.

Un ejemplo notable es el edificio llamado Mítikah, torre residencial, “una propuesta arquitectónica que conjuga matices elegantes y sofisticados con elementos funcionales, seguros y de alta calidad”, según presume su sitio web. En realidad, también es un muy buen ejemplo del pernicioso modelo de rapiña inmobiliaria que disfrazó como “desarrollo” el anterior gobierno de la Ciudad de México. Construido donde no debiera estar, en el viejo pueblo de Xoco, al lado de Coyoacan, alguna nota periodística afirmó que “detrás de este ambicioso desarrollo hay una trama oscura que empezó antes de que se pusiera la primera piedra”: protestas de vecinos, funcionarios públicos como socios del negocio, tala ilegal de árboles. A lo anterior habría que agregar que, por lo visto en los planos publicados en su sitio web, los departamentos de torre Mítikah parece que no cumplen con las normas técnicas del reglamento de construcciones de la Ciudad de México.

En departamentos que van de los 190 a los 315 metros cuadrados, y que cuentan cada uno con al menos dos lugares para estacionamiento, los cuartos de servicio tienen aproximadamente 10 metros cuadrados, incluyendo el baño —menor superficie que la que ocupa un auto estacionado. Esto en sí no es ilegal, pero sí una muestra evidente de clasismo de la peor calaña y de que el deseo de Esther McCoy no se ha cumplido. Pero lo que sí es una violación a las normas es que ninguna de esas habitaciones tiene ni iluminación ni ventilación naturales.

 

En esta serie de esquemas se muestra la planta del departamento donde se encuentra el cuarto de servicio, y una comparación entre éste y la habitación principal.

En esto la norma es clara:

3.4 Iluminación y ventilación

3.4.1 Generalidades

Los locales habitables y complementarios deben tener iluminación diurna natural por medio de ventanas que den directamente a la vía pública, azoteas, superficies descubiertas o patios que satisfagan lo establecido en el inciso 3.4.2.2. Se consideran locales habitables: las recámaras, alcobas, salas, comedores, estancias o espacios únicos, salas de televisión y de costura, locales de alojamiento, cuartos para encamados de hospitales, clínicas y similares, aulas de educación básica y media, vestíbulos, locales de trabajo y de reunión. Se consideran locales complementarios: los sanitarios, cocinas, cuartos de lavado y planchado doméstico, las circulaciones, los servicios y los estacionamientos. Se consideran locales no habitables: los destinados al almacenamiento como bodegas, clósets, despensas, roperías.

La norma sigue indicando que, entre otras habitaciones, las recámaras no pueden ser una excepción a la exigencia de contar con iluminación y ventilación naturales. En los hechos, parece una costumbre que este tipo de desarrollos obtengan permisos, en el mejor de los casos, con un truco tan burdo como cínico: nombrando al espacio como cuarto de lavado o planchado, para después, en los hechos, venderlo como cuarto de servicio —presentándolo en los planos de venta con una cama que apenas cabe entre los muros. Si se trata, pues, de una recámara, de una habitación que será ocupada por una persona, no cumple con lo que el reglamento exige.

El descarado truco es conocido y permitido por autoridades y probablemente requerido por algunos inversionistas. Quizá lo ignoren quienes terminan comprando este tipo de departamentos, aunque eso no los exima de la responsabilidad ética de suponer que un espacio sin iluminación ni ventilación naturales resulte apropiado para que lo habite una persona. Pero los arquitectos que diseñan esos espacios sin duda conocen las reglas y conocen el truco y son los principales responsables de ejercer, con arquitectura, un acto colonial, racista y clasista.

 

Por supuesto, las autoridades pertinentes debieran tomar cartas en el asunto y evitar el engaño —o dejar de ser cómplices del mismo. Y las asociaciones gremiales podrían también asumir su responsabilidad. Recientemente se anunció que el Instituto de Arquitectos de los Estados Unidos (AIA) prohibió a sus agremiados diseñar espacios que, a sabiendas, serán destinados a ejecuciones o aislamiento solitario —un paso apenas para quienes buscan que el diseño de prisiones sea vetado como un trabajo de arquitectura. En el caso comentado, sería encomiable que las asociaciones de arquitectos en México prohibieran que sus agremiados —aunque no sean muchos— sen cómplices en este tipo de actos racistas, clasistas, e ilegales. Un poco de principios éticos no le harían mal a esta profesión.

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Arquitectura como ocultamiento https://arquine.com/arquitectura-como-ocultamiento/ Tue, 22 Sep 2020 13:02:22 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-como-ocultamiento/ Thomas Jefferson y Luis Barragán usaron las herramientas del arquitecto, las técnicas de la construcción, la composición, la geometría, la escala, el volumen, los ejes lineales de visibilidad y sus ejes perpendiculares de invisibilidad, para ocultar. Lo que estos dos arquitectos ocultaban era la otredad.

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Hablemos de dos arquitectos. Uno estadounidense y uno mexicano. El primero fue un hombre ilustrado del siglo XIX, representante de los ideales de la joven nación norteamericana. El segundo, una especie de contra-moderno que planteó una bella alternativa a la forma de construir vivienda en el México del siglo XX. Los dos completamente distintos aunque con algunas coincidencias anecdóticas: ambos influyentes en la historia de la arquitectura, pioneros de una escuela, es decir, de un estilo particular; los dos autodidactas, aprendieron de arquitectura con ayuda de su atenta observación en sus viajes por Europa; ambos proyectaron y diseñaron sus respectivas casas, con las cuales nunca dejaron de experimentar y a las que les hicieron continuas modificaciones hasta sus últimos días.

El primero, Thomas Jefferson, además de arquitecto fue tercer presidente de Estados Unidos, y conformó en su obra un estilo neoclásico auténticamente americano que representaba los valores modernos sobre los cuales fue construido un estado nación. El segundo, Luis Barragán, en su práctica hizo alarde de las virtudes del silencio y de las posibilidades de la dimensión emocional de la arquitectura. Las casas que proyectaron para ellos mismos estos dos arquitectos están entre las obras más representativas de sus respectivas trayectorias y actualmente son consideradas Patrimonio de la Humanidad. Sin embargo, la mayor coincidencia entre estos dos arquitectos no es anecdótica sino política y no está en su historia de vida ni tampoco en lo que mostraron con sus obras. Al contrario, en lo que estos dos arquitectos coinciden definitivamente es en aquello que ocultaban.

Planta y alzado de Monticello.

 

A los 26 años, el joven Thomas Jefferson heredó de su padre un pedazo de tierra situado en el extrarradio de Charlottesville, Virginia, en la costa este de Estados Unidos —en ese entonces, 1768, la única costa de aquel territorio todavía no soberano. En el latifundio había un pequeño monte. Arriba de este Jefferson construyó su residencia: Monticello, a la cabeza de la plantación dedicada al cultivo de tabaco y cosechas mixtas. El primer Monticello fue diseñado por Jefferson al auténtico estilo vernáculo de la Virginia campestre. “La arquitectura es mi placer, y levantar aquí y derribar allá una de mis diversiones favoritas”, decía el joven. Sin embargo, fue después de 1800, tras volver de su estancia diplomática en Europa y durante su administración presidencial de la nueva nación independiente, cuando Jefferson —dotado de un intelecto ilustrado y de un temple humanista— remodeló íntegramente Monticello. A través de aquella remodelación, influida por la figura de Andrea Palladio y por el neoclásico francés, Jefferson fijó las bases de un nuevo estilo y una nueva arquitectura digna de una república prometedora. La composición arquitectónica del nuevo Monticello ostentó un perfecto eje de simetría en sentido este-oeste, al estilo renacentista. Sin embargo, en sentido norte-sur, la residencia contaba con un eje de asimetría total, no en sentido compositivo, sino social: una de las alas adyacentes al pabellón central fue destinada como vivienda para las personas esclavizadas que trabajaban los cultivos de Monticello.

Plantas de la Casa Luis Barragán. Propiedad de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán A.C., intervención de Francisco Quiñones. 

 

Pasemos al arquitecto mexicano. Luis Barragán, proveniente de una familia de terratenientes, llegó a la Ciudad de México en 1935 tras una década de práctica en su natal Guadalajara. Se instaló en el barrio de Tacubaya, en la zona poniente de la región más transparente del aire, un aire que se hacía aún más translúcido frente a las paredes coloridas y blancas, sobre los espejos de agua y dentro de los jardines y terrazas de la Casa Ortega y de la suya, número 14 de la calle General Francisco Ramírez. A diferencia de Monticello, en la Casa Barragán la virtud no está tanto en los elementos arquitectónicos que la conforman sino en el espacio que contiene; en el manejo de la luz natural, sus reflejos sobre los volúmenes y sus variaciones a lo largo del día; en el silencio que inspira vitalidad y en los recorridos a través de atmósferas que remiten a la serenidad de las haciendas de Jalisco y de los jardines de la Alhambra.

Sin embargo, todas estas cualidades espaciales únicamente se presentan en una parte de una casa, una casa en la que en realidad hay dos viviendas: la primera, magnífica, alumbrada y ventilada para el arquitecto;  y la segunda oculta, apretada tras las bambalinas de la primera, para la servidumbre, para las mujeres que cocinaban y limpiaban. A excepción de la cocina que es compartida, estas dos casas no interactúan y entre ellas hay una desproporción con pretensiones de ocultamiento. El poco espacio del que goza la segunda casa es el remanente que sobra de la primera. A una se entra a través de un vestíbulo prístino, a la otra se accede por la cochera. Barragán diseñó un sofisticado dispositivo de ocultamiento con circulaciones complicadas para evitar ver a la servidumbre y para separar tajantemente espacios servidos de espacios servidores; si las trabajadoras querían ascender del segundo al tercer piso, tenían que primero bajar a la planta baja y luego subir por una escalera de caracol. Las complejidades históricas que esto representa han sido elocuentemente problematizadas por Francisco Quiñones en su ensayo, Mi casa es mi refugio: al servicio del modernismo mexicano en la Casa Barragán. Sin embargo, lo que aquí nos interesa es el despliegue de la arquitectura como herramienta de ocultamiento y la forma en la que Barragán diseñaba para permitir que entrara la luz, a la vez que buscaba invisibilidad la infraestructura sobre la que se apoyaba su subsistencia. Con los recursos compositivos de la arquitectura, Barragán procuraba su soledad aristocrática en una casa que en realidad era compartida.  

La similitud entre Thomas Jefferson y Luis Barragán es el hecho de que ambos usaron las herramientas del arquitecto, las técnicas de la construcción, la composición, la geometría, la escala, el volumen, los ejes lineales de visibilidad y sus ejes perpendiculares de invisibilidad, para ocultar. Lo que estos dos arquitectos ocultaban era la otredad. Como anota Sara Ahmed en su ensayo Una fenomenología de la blanquitud, el acto de ocultar implica someter al otro a una experiencia de negación, de ser señalado o de sentirse fuera de lugar; dicho brevemente, invisibilizar es un acto de deshumanización. Lo que les permitía a los dos arquitectos deshumanizar era, en uno, un régimen estatal de esclavitud apoyado sobre bases raciales y, en otro, el remanente de cuatro siglos de jerarquización social castizada. El despliegue de las técnicas de invisibilización sobre sus obras resultó en una desigualdad entre los arquitectos ocultadores y las personas ocultadas; una disparidad que llega hasta el estrato de los estatutos. En la obra de ambos arquitectos, se puede considerar que las personas invisibilizadas estaban al mismo nivel que un caballo: en Monticello, el ala opuesta, directamente enfrente, a espejo de donde estaba la vivienda para esclavos, estaban los establos; en la cuadra San Cristóbal de Barragán, las caballerizas gozan de la misma virtud espacial dentro de la cual vivía inmerso su arquitecto pero que le fue negada a su servidumbre.

Thomas Jefferson y Luis Barragán ya proyectaron, construyeron y vivieron. Es decir, no nos corresponde juzgar desde nuestro presente y con pretensiones morales su persona. Tampoco estamos aquí para hacer un llamado que demerite su obra, al contrario, hemos de analizarla íntegramente, es decir, junto con las condiciones sociales y materiales que la posibilitaron. La esclavitud y el trabajo precarizado son estas condiciones que permitieron la construcción de Monticello y manutención de la Casa Barragán. Analizar poéticamente el legado de la arquitectura de Jefferson o la composición y las atmósferas de la Casa Barragán sin reparar en aquello que permitía su funcionamiento, es decir, los esclavos y las mujeres que las mantenían, implica pasar por alto pretensiones de ocultamiento y de deshumanización. Estas pretensiones son el objeto de nuestra crítica, sobre todo en el contexto actual de los países que han perdurado tras el legado de Jefferson y Barragán, Estados Unidos y México, en los cuales permanecen latentes en la cotidianidad, de maneras muy distintas y por causas diferentes, dinámicas de ocultamiento a escala social, institucional, urbana y arquitectónica. 

La arquitectura empleada como dispositivo que invisibiliza no es exclusiva de las casas que hicieron para ellos mismos Jefferson y Barragán. Sin embargo, por las virtudes que las constituyen, por sus espacios y por sus cualidades compositivas, son dos instancias donde parecería que las condiciones sociales están por un lado y la arquitectura, propiamente dicha, está por otro lado; pareciera que estas dos cuestiones se tendrían que criticar en momentos distintos. Sin embargo, a la arquitectura y las condiciones materiales y sociales de las que surge hay que verlas al mismo tiempo, son un mismo fenómeno y no hay una sin la otra. En la disciplina de la arquitectura es imposible gesto alguno que pueda ser puramente técnico o puramente poético; la arquitectura no tiene una dimensión exclusivamente emocional, toda composición oculta una dimensión social implícita. La incapacidad para distinguir este matiz resulta en “la crisis intelectual de la arquitectura”, como anota Cornel West en su ensayo Raza y arquitectura. En cambio, asumir este matiz implica saber que no hay cosecha sin trabajadores, no hay casa sin mantenimiento, y no puede haber silencio, serenidad o luz a costa de la invisibilización, del ocultamiento o de la sombra proyectada sobre otro.    

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Segregación por diseño https://arquine.com/segregacion-por-diseno/ Mon, 15 Jun 2020 21:00:00 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/segregacion-por-diseno/ La segregación "racial" es una segregación espacial, y como afirma WAI Architecture think tank, "los edificios no son nunca sólo edificios. Los edificios son manifestaciones físicas de las ideologías a las que sirven".

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Al inicio de su libro Colored Property. State Policy and White Racial Politics in Suburban America, David M. P. Freund cuenta dos historias. Primero, la de Ossian y Gladys Sweet, una pareja que se mudó en septiembre de 1925 a su nueva casa en el lado este de Detroit. Ossian era médico. Había estudiado en la Universidad Howard de Washington D.C. y, ya casado con Gladys, viajaron a Viena y a París, donde prosiguió con sus estudios. En París nació su hija, pero no en el Hospital Americano, pues no fueron admitidos a causa de su color: eran negros. En Detroit, al día siguiente de que se mudaron, varios vecinos se agruparon afuera de su casa para echarlos del barrio, hasta entonces sólo de blancos. Los Sweet sabían que serían rechazados, incluso con violencia. Esa noche estaban acompañados por amigos y parientes, algunos armados. La multitud lanzaba piedras contra la casa. Desde adentro salió un disparo. Afuera murió un hombre blanco. Los Sweet y sus acompañantes fueron acusados de homicidio, encarcelados, juzgados y absueltos un año después.

La segunda historia que cuenta Freund ocurrió cuarenta años más tarde, en 1963, en Dearborn, pequeña ciudad cercana a Detroit, donde Giuseppe Stanzione, inmigrante italiano que había llegado a los Estados Unidos en 1958, tenía una propiedad en renta. Un día llegaron tres afroamericanos al lugar y al poco tiempo un grupo de personas rodeó la casa, lanzándole piedras. Apareció la policía pero no hizo nada por dispersar a la multitud, que siguió fuera de la casa por más de 29 horas. Los tres afroamericanos no eran los arrendatarios, sino quienes cargaban los muebles de los verdaderos inquilinos, blancos. Las semanas que siguieron, dice Freund, Orville Hubbard, alcalde de Dearborn, recibió el apoyo de su comunidad por sus acciones —es decir, por no hacer nada— y dejar claro que era y seguiría siendo una zona exclusivamente para blancos. Pero hay quienes suponen que ese tipo de segregación ya no existe. Al final de su libro Freund explica:

“Las políticas de vivienda y desarrollo durante la posguerra en los Estados Unidos hicieron algo más que segregar sus regiones metropolitanas en rápido crecimiento. Ayudaron al surgimiento de un nuevo tipo de política racial, en la que los blancos del norte aprendieron a ver la desigualdad —y la desigualdad racial en particular— como un producto sólo de las fuerzas del libre mercado, no afectado por restricciones legales, intervenciones políticas o acción coercitiva de ningún tipo.”

La idea —falsa— de que son sólo las fuerzas del libre mercado las que determinan la exclusión de ciertas personas en una ciudad, por ejemplo, sirve como excusa para evitar afrontar de lleno el problema de la segregación racial en el espacio urbano. Y eso pasa también en México, donde se puede argumentar que no son las condiciones económicas las que generan segregación sino exactamente al revés: que fue la segregación la que condicionó la economía.

Hace algunos días, Guillermo Woo Mora  publicó en su cuenta de tuiter un hilo en el que comentó cómo la segregación entre españoles e indios desde la fundación de Guadalajara y la diversidad étnica durante la colonia explican la desigualdad actual en esa ciudad. Guadalajara se fundó —por cuarta vez— en febrero de 1542. En el Libro segundo de la Crónica miscelánea, en que se trata de la conquista espiritual y temporal de la Santa provincia de Xalisco en el Nuevo reino de la Galicia y Nueva Vizcaya y descubrimiento del Nuevo México, Fray Antonio Tello escribe que a los diez días de agosto de 1542 se pregonó en la plaza de la villa de Guadalajara su nombramiento como ciudad y que, al mismo tiempo, “de los más mansos y amigables con los españoles que tenían estas provincias, y de la otra parte del río algo apartados en frente de la ciudad, poblaron algunos indios mexicanos en unas fuentes u ojos de agua, y pusieron por nombre al pueblo Mexicaltzingo.” Woo Mora hace referencia al libro Infrastructures of Race. Concentration and Biopolitics in Colonial Mexico, de Daniel Nemser, quien explica que los conquistadores españoles del siglo XVI “traían consigo una concepción renacentista del mundo que veía al orden social íntimamente ligado al orden espacial.” Por supuesto se puede argumentar que esa relación entre orden social y orden espacial no es ni exclusiva de conquistadores ni del Renacimiento, pero una de sus particularidades, como también apunta Nemser, fue que la concentración de cuerpos estaba también ligada a una política racial. Nemser usa como epígrafe una frase tomada del libro de Joshua Lund El estado mestizo. Literatura y raza en México:

“La raza se piensa tradicionalmente en términos de personas pero finalmente (y originalmente) su política sólo se entiende cuando se contempla en términos territoriales: la raza siempre es, de manera más o menos explícita, la racialización del espacio, la naturalización de la segregación.”

Esa segregación es la que señala Woo Mora que, originada en la división por el río San Juan de Dios entre la ciudad de blancos, al poniente, y el pueblo de indios, al oriente, persiste hasta nuestros días en la división social y económica que marca la calzada Independencia, que corre sobre el río entubado. “Calles oscuras debido al alumbrado público que no funciona. Escasez de áreas verdes, de lugares de esparcimiento. Poco espacio público. Baches en todas las calles, calles que el gobierno no ha tomado en cuenta durante años Ese es el lado oriente de la ciudad de Guadalajara, en alto contraste con su parte hermana”, es como lo describen Máximo Jaramillo y Alejandra Saucedo en su ensayo “De la Calzada para allá”: fronteras materiales y simbólicas de desigualdad, segregación y estigmatización en la ciudad de Guadalajara.” Jaramillo y Saucedo coinciden al apuntar a “la raíz histórica de la segregación urbana en Guadalajara” en el establecimiento de la ciudad de los blancos de un lado del río, y del pueblo de indios al otro. Y eso, de nuevo, no es exclusivo de Guadalajara sino que puede verse en todas las ciudades que se fundaron segregando a los colonizadores de los habitantes originarios, racializados.

Además de a nivel urbano, la segregación por diseño llega a escala de la casa. Pensemos, por ejemplo, en la calidad y dimensión de los espacios destinados a las personas dedicadas al trabajo doméstico, donde no se trata sólo de un problema de desigualdad y clasismo, sino de evidente segregación racial —y de género.

Por otra parte, la definición misma dentro de la disciplina de lo que es buena y mala arquitectura, arquitectura regional o exótica o, simplemente, arquitectura, pasa por esas lógicas raciales, como argumenta Charles L. Davis II en su libro Building Character. The Racial Politics of Modern Architectural Style:

“Si nos detenemos a considerar los efectos hegemónicos de la blanquitud en los debates arquitectónicos de estilos, resulta razonable preguntarnos qué tanto la creación de un estilo de construir nacional autóctono refleja una interpretación nativista del caracter nacional.”

El famoso árbol de la arquitectura de los Fletcher, padre e hijo, que presenta a la arquitectura europea como fruto orgánico y cumbre de la evolución de varios estilos, es una demostración gráfica de la racialización de la arquitectura. Según explica Nasser Rabbat, director del programa Aga Kahn de arquitectura islámica en el MIT, en su ensayo “The Pedigreed Domain of Architecture: A View from the Cultural Margin”, la narrativa histórica de la disciplina arquitectónica se concibe como fundamental para la conformación misma de la disciplina —para determinar lo que es arquitectura— y esa narrativa “no es ni estática ni universal. Ni fue siempre la prevaleciente. Tiene una historia, por supuesto, y como otras historias normativas ha evolucionado para incluir ciertos episodios canonizados, e ignorar o suprimir otros que resultan poco familiares, problemáticos, exóticos o políticamente indeseables.

Por último, la segregación racial —aquí sumada a la de género— influye hasta en la conformación demográfica del perfil de profesionistas que destacan en arquitectura, mayoritariamente hombres blancos. En un comunicado firmado por la presidenta del Instituto de los Estados Unidos de Estudiantes de Arquitectura (AIAS, por sus siglas en inglés), leemos que “entre 1960 y nuestros días, el porcentaje de arquitectos licenciados afroamericanos en los Estados Unidos no ha rebasado el 3% y entre todos los registros históricos y los más de 110 mil actuales, no pasan de 500 mujeres afroamericanas con licencia de arquitectas.” En México el domino mayoritario de hombres no racializados y de sectores socioeconómicos privilegiados en la profesión también resulta evidente.

Finalmente, hay que apuntar que no es sólo la arquitectura la que segrega como tal, sino que lo hacen sobre todo las ideas y las prácticas de los arquitectos. La reflexión crítica constante y las transformaciones a fondo de esas prácticas y de esas ideas desde las que diseñamos, construimos, enseñamos y publicamos arquitectura es más que necesaria en nuestros tiempos. Pues incluso para quienes piensen que se trata sólo de edificios —y no de prácticas culturales y dispositivos políticos más complejos—, habrá que recordar, como plantea WAI architecture think tank en Des-hacer la arquitectura, Manifiesto de arquitectura anti-racista, que los edificios nunca son sólo edificios:

“Los edificios responden a los fundamentos políticos de las instituciones que los financian, visualizan y desean. Los edificios son manifestaciones físicas de las ideologías a las que sirven. Aunque una posición ingenuamente desprendida o romántica puede hacer que los edificios sean artefactos semiautónomos capaces de albergar o envolver el espacio, esta actitud despolitizada pasa por alto su relación histórica y material con los regímenes de violencia y terror. Los edificios pueden proteger, pero también pueden confinar, infundir miedo, aplastar, oprimir. Los edificios pueden albergar y fomentar la hospitalidad, pero pueden encarcelar y torturar. Los edificios pueden ser herramientas para la segregación étnica, la destrucción cultural y el borrado histórico. Los edificios pueden reforzar el statu quo y ayudar en la implementación de los deseos colonizadores del expansionismo. Una democratización antirracista del acceso sólo es posible mediante la descolonización de edificios y espacios públicos. Los arquitectos deben conocer los programas de los edificios que diseñan y deben rendir cuentas por ello.”

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El cuarto de servicio https://arquine.com/el-cuarto-de-servicio/ Tue, 26 Feb 2019 15:00:51 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-cuarto-de-servicio/ Si eligiéramos cualquier proyecto residencial de la clase media en México, (especialmente entre las casas y departamentos construidos a lo largo del siglo pasado) nos encontraremos con frecuencia una habitación extremadamente pequeña y extraña: escondida detrás de la cocina, debajo de una escalera, improvisada en algún sótano o como un chipote en la azotea, pero siempre ubicada ambiguamente en los resquicios de la casa. 

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Les dije suavemente que bebieran vino y que tuvieran una habitación propia. Virginia Woolf, A Room of One’s Own, 1929

Si eligiéramos cualquier proyecto residencial de la clase media en México, (especialmente entre las casas y departamentos construidos a lo largo del siglo pasado) nos encontraremos con frecuencia una habitación extremadamente pequeña y extraña: escondida detrás de la cocina, debajo de una escalera, improvisada en algún sótano o como un chipote en la azotea, pero siempre ubicada ambiguamente en los resquicios de la casa. 

Como regla general estas recámaras son apenas accesibles: su lógica constructiva y espacial no obedece a la de los espacios servidos de Kahn, y tampoco siguen a su definición de espacios servidores. Sus límites corresponden al residuo, esparcidos sobre el imperio de lo no esencial. Esta pieza se ubica en los remanentes del espacio doméstico, conformado por esquinas indeseables, áticos invisibles o huecos aparentemente inútiles; pero el desarrollo de la ciudad provocó la transmutación de ese espacio inútil en el dibujo a uno necesario en la realidad, elevandolo a símbolo de estatus por la alquimia del mercado y haciendo que los arquitectos (que también transmutaron en desarrolladores) transcribieran ese especulativo valor al papel de los planos, alargando artificialmente la lista de amenidades de los programas arquitectónicos, y ensanchando los folletos de venta que justificaban su comodificación. 

Si había que agacharse para salir, colgarse de alguna escalera para entrar o caminar de lado para acceder a ellos, era irrelevante; las reglas mínimas de diseño no aplicaban en este universo paralelo del espacio doméstico, esa alteridad que por la fuerza de la costumbre, convención social, el uso y la necesidad, se volvió en algún punto del siglo XX tangencial, y también accesorio al espacio doméstico de las casas burguesas mexicanas. Estos “cuartos” estaban siempre fuera de la vista de sus habitantes, desconectados deliberadamente del espacio habitual de sus recorridos para evitar observar el doloroso vínculo entre la alteración social que significaban, y la transformación individual que representan para el usuario que las habita.

Sus diseñadores los etiquetaban genéricamente en los planos como “cuartos de servicio”, cuya adaptabilidad servía bien al arquitecto para ajustar algún potencial conflicto espacial en otra zona más relevante del proyecto de una casa: hacer la alacena más grande, meter un jacuzzi, el cuarto para la televisión. Su función mercadológica, por otra parte, era la de ampliar el programa arquitectónico con un dispendio en letras y economía de números, ayudando a evitar dejar cualquier espacio esencial de la casa sin ningún uso o atributo, que era también una condición necesaria para el estilo de vida burgués que lo adoptó con entusiasmo como parte importante de su identidad y una necesidad de la habitabilidad moderna, como lo fueron el garage, el clóset o el baño de visitas.

Como sus máquinas y aparatos, las casas y departamentos del siglo de la eficiencia, tenían que reducir su tamaño y sus componentes para poder adaptarse a las cada vez más restringidas y costosas dimensiones de las expansivas ciudades mexicanas, ahora emplazadas sobre las vastas tierras de las haciendas de nobles y curas que hacía poco menos de un siglo, se repartían el territorio del país de cerro a cerro y que ahora, responden a un estricto control aritmético basado en la mesura geométrica, en función de la multiplicación eficiente de los metros cuadrados.

Así que en un afán por “humanizar” esta condición de exclusión en México, (y como sucedió con todo lo demás) fue llamado piadosamente “el cuarto de la muchacha”, con todas las implicaciones etarias, de género y hasta morales de su existencia; su ubicuidad planeada desde el dibujo, su incorporación dentro de las casas para agregarle valor, pero sobre todo su adaptación a la vida diaria por consenso cultural, representan hasta la fecha un tipo de arquitectura que a través del tiempo normalizo la segregación; no sólo en los barrios ricos y populares de México, sino también en algunos de los barrios de clase media de las periferias de las ciudad, en donde las familias de la clase trabajadora dependían de la mano de obra barata de inmigrantes de la provincia mexicana (predominantemente mujeres) para el mantenimiento y operación de sus hogares.

El caso sirve como ejemplo de la implementación de un espacio que adapta deliberadamente los valores culturales al desarrollo inmobiliario urbano, volviendolos una parte indispensable de los valores del mercado. Los bloques de departamentos privados y condominios exclusivos de la ciudad, eran lugares en donde una verdadera combinación de ornamento superficial, gusto local, máxima explotación de la tierra y una ley difusa promovieron espacios deficientes y a menudo opresivos, incluso para quienes los compraban. 

A su vez, esta separación conceptual entre “usuario” y “trabajo” que establecía su existencia, se extiende a otras tipologías de servicio en estas colonias y barrios aspiracionales que van desde el “cuarto de la muchacha” hasta la “caseta de vigilancia”, donde no existe una conciencia respecto a las necesidades mínimas de habitabilidad de estos lugares, y en donde el programa arquitectónico llega apenas hasta la provisión de un techo, un lugar para entrar y la asunción de que eso era suficiente. 

Por otra parte, el trabajador doméstico es por lo general un inmigrante que al acceder a la casa, se vuelve un cuerpo ajeno que debe ser contenido y tratado de forma diferenciada, adquiriendo automáticamente la cualidad de “extraño” aislado en su propio microuniverso, cerca de la metafórica cúpula en donde habitan los señores pero al mismo tiempo, ajeno a ella. Las paredes de este cuarto muestran también las fisuras de la sociedad mexicana que se exhiben en el hogar y la familia, cuyos gestos se traducen en órdenes, castigos y recompensas. La separación física con los patrones de la casa, tiene su correlato en los sucesos que vive la servidumbre que habita estos espacios complementarios entre paredes adentro y afuera, dividida entre su lugar (físico-social) y los gestos de afecto y desdén que le prodigan.

Al ingresarla en este sitio frágil, y una vez que se identifican y establecen las normas culturales y domésticas discrepantes de ambos tipos de uso, a este cuerpo extraño luego se le remite a su contenedor designado y diseñado a partir de la identidad, clase, género y tipo de sus ocupantes. La ubicación de este contenedor dentro de la casa, involucran otras características de operación: aperturas controladas y contención de objetos personales que no deben hacerse públicos, la intrincada circulación para llegar a estas habitaciones pasando por escaleras y patios, utilizando corredores estrechos y puertas corredizas para separarlas de los rituales de circulación de los usuarios de la casa. 

La habitación de la “criada” por otra parte, es una variante in extremis de estos espacios: El cuarto contenía una cama y un baño para su uso personal cuyos objetos por ningún motivo, debían mezclarse con el uso y los enseres de la casa. La “criada”, refiere directamente a la crianza, una forma piadosa de esclavitud y una forma torcida de la caridad, cuyo cuerpo estigmatizado se ve obligado a convertirse en un ermitaño en el corazón de la familia; su invisibilidad forzada, es quizás el componente más siniestro de la tipología; lo que está oculto no interrumpe las visitas diarias de los residentes, y se normaliza rápidamente en el entorno doméstico.

Aún podemos encontrar rastros de estos cuartos en algunas casas y departamentos de la ciudad, para recordarnos a perpetuidad las convenciones culturales mexicanas, ya sea informales o institucionales, pero aún vigentes respecto a la exclusión; sobreviven como vestigios de esta particular forma de clasismo y explotación laboral, en una disciplina que sostiene que el trabajador doméstico y sus espacios de uso, pertenecen a la categoría de elementos accesorios, subordinados a un diseño que debe ocultarlos inteligentemente detrás de varias capas de arquitectura para garantizar que se comporten de la manera más discreta posible. 

El resultado de su incorporación sistemática al espacio doméstico mexicano, fue la materialización de una tipología muy bien definida que consistía en un cuarto de alrededor de 5 metros cuadrados de superficie en promedio, casi  siempre sin ventanas y que sólo era accesible a través de otro cuarto. Con el tiempo incorporó otros elementos en torno suyo como alacenas, covachas y lavaderos en un sistema de espacios que nunca estuvo diseñado para albergar personas durante largos períodos de tiempo, aunque ellas todavía se queden. 

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