Resultados de búsqueda para la etiqueta [segregación ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Dec 2023 16:13:16 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Vivir en un espacio diseñado por un Pritzker, pero sin ventanas. O de la ceguera selectiva del arquitecto https://arquine.com/vivir-en-un-espacio-disenado-por-un-pritzker-pero-sin-ventanas-o-de-la-ceguera-selectiva-del-arquitecto/ Mon, 24 Oct 2022 02:51:11 +0000 https://arquine.com/?p=70735 Recientemente varios medios suizos han señalado el proyecto Beirut Terraces, diseñado por la oficina de Jacques Herzog y Pierre de Meuron, donde las habitaciones destinadas al servicio doméstico miden menos de 4 metros cuadrados y no tienen ventanas. Los arquitectos han tratado de excusar su ceguera selectiva, por usar ese eufemismo para nombrar una manera racista y excluyente de hacer arquitectura.

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Hace casi un mes, el medio suizo 20 Minutos publicó una noticia cuyo titular era “Arquitectos suizos hacen dormir a las empleadas domésticas en el armario de las escobas”. La breve nota, que acompaña un video de poco más de dos minutos, agrega que esas piezas de apenas cuatro metros cuadrados no tienen ventanas y que se encuentran en el edificio llamado Beirut Terraces, diseñado por la oficina de los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, ganadores, entre otros premios, del Pritzker en el 2001, el Praemium Imperiale y la Medalla de Oro del Instituto Real de Arquitectos Británicos (RIBA), ambos en el 2007.

El video —preparado por Désirée Pomper y Simona Ritter— habla del edificio de lujo, con 130 departamentos, en el centro de Beirut y de la publicación en Twitter, el 23 de julio, de los planos señalando los cuartos de servicio, sin ventanas, de apenas 3.9 metros cuadrados. La nota también menciona el reclamo de antiguas trabajadoras domésticas en la cuenta de Instagram @dowanunited, en una publicación del 1º de agosto. Después, una periodista visita un apartamento y comprueba que las habitaciones para empleadas domésticas no tienen ventanas. Cuando se lo hace notar al agente inmobiliario, éste responde: “pero sólo duermen aquí, el resto del día están en el apartamento”. Una empleada doméstica entrevistada se pregunta cómo puede la gente vivir sin ventanas. En el video también se dice que los arquitectos fueron contactados y que afirmaron “haber recomendado al cliente otros conceptos para el proyecto”, pero que fueron “incapaces de imponer propuestas alternativas”. Roula Seghaier, de la Federación Internacional de Trabajadoras Domésticas, entrevistada en el mismo video, afirma: “Los arquitectos definitivamente tienen otras opciones. Conozco arquitectos que han rechazado encargos semejantes por razones de conciencia.” 

La cuenta de Instagram @dowanunited pertenece a la organización Domestic Workers Advocacy Network. En la entrada sobre el edificio Beirut Terraces, sobre la imagen puede leerse la frase “Queridos Herzog y de Meuron, sus departamentos de lujo son nuestras prisiones. Su diseño nos niega luz natural, dignidad y libertad.” En el texto que acompaña a la imagen dice:

La firma de arquitectos suizos Herzog y de Meuron saca provecho de la esclavitud moderna en Líbano. Su diseño para el proyecto Beirut Terraces, va más allá de normalizar el sistema kafala*. La neoliberal ley de construcción libanesa es voluntariamente laxa al favorecer el beneficio económico sobre la gente, a favor de empresas de arquitectura y a costa de trabajadoras domésticas migrantes. Como resultado, esta legislación racista confina a las trabajadoras domésticas en espacios pequeños que sirven para las “necesidades” de las clases media y alta libanesas. Esos espacios son extremadamente opresivos y violan los derechos humanos.

[*Sistema de explotación utilizado para monitorear trabajadores migrantes, principalmente dedicados a la industria de la construcción o tareas domésticas en algunos países islámicos, según Wikipedia.]

En una nota publicada por el Basler Zeitung el 3 de octubre, con el título “Así defienden Herzog & de Meuron las ‘habitaciones de esclavos’ (sklavenzimmer) en Líbano”, Isabel Thommen da cuenta de que la oficina de Herzog & de Meuron rechazó en principio una entrevista y después la condicionó a que fuera realizada por el editor en jefe, Marcel Rohr. Respondieron con vaguedad por lo que se hizo una segunda ronda de preguntas.

A la pregunta de si sabían para qué se utilizarían esas habitaciones sin ventana, responden que sí: “Los planos, en los que está escrito ‘habitación de servicio’ en espacios sin ventanas fueron elaborados por Herzog & de Meuron”, “a pedido expreso del cliente” y se excusan: “No tenemos ninguna influencia sobre cómo las utilizan los propietarios”.

Cuando se les pregunta por qué no rechazaron el proyecto, responden que están obligados por contratos y que no cumplirlos tendría consecuencias legales imprevisibles —lo que podría interpretarse como que eligieron ganar dinero a perderlo. A otra pregunta repiten que “un arquitecto sólo tiene una influencia limitada en el uso posterior por parte del propietario”, lo cual podría entenderse tanto si la Tate en Londres decide mostrar una obra polémica en el museo diseñado por los suizos, como si alguien comete un crimen en una de las terrazas de su edificio en Beirut, pero no cuando admiten haber diseñado las habitaciones para el personal de servicio sin ninguna ventana.

Pero la peor respuesta quizá sea cuando les preguntan por qué decidieron detener la mayoría de sus proyectos en Rusia pero no el edificio Beirut Terraces: “No se puede comparar la situación con Rusia. La invasión de Ucrania y la violenta represión de Putin y el gobierno ruso van en contra de todos los valores que representamos como oficina internacional.” Dicho de otro modo, hay formas de opresión y violencia dirigidas a ciertos seres humanos que parecen más visibles —e intolerables— para la oficina de Herzog y de Meuron mientras que otras formas de opresión y violencia dirigidas a seres humanos con distintas características —de otra región, de otra cultura, de otro tono de piel quizá— parece que no sólo no les resultan visibles, sino hasta cierto punto tolerables e incluso ayudan con sus diseños a ejercerlas.

Pero la ceguera —por llamarle así a algo que es más bien una mezcla de desinterés por ciertos grupos de personas, ignorancia, avaricia y falta de ética— no sólo está del lado de los arquitectos. El proyecto fue publicado desde hace seis años. Varios medios reprodujimos sin mayor reflexión el comunicado de la oficina suiza:

“La estructura y apariencia del edificio parten de una conciencia y respeto por el pasado de Beirut. Son cinco los principios que definen el proyecto: capas y terrazas, interior y exterior, vegetación, vistas y privacidad, luz e identidad.”

El prestigio de los galardonados arquitectos suizos y las bellas imágenes de Iwan Baan parecían no exigir mayor atención. En este sitio no publicamos las plantas. En Arquitectura Viva se publicaron unas plantas con poca definición que no muestran claramente las habitaciones para esclavas. Pero en otros sitios, como en afasiaarchizine se puede ver sin hacer mucho esfuerzo dos espacios, uno con una cama, con la leyenda “MAID” y la medida, 3.7 metros cuadrados, y otro con un pequeño lavabo, un escusado y una regadera, “MAID BATH”, 3.1 metros cuadrados. Los dos espacios sin ventanas y ni siquiera, de creerle a los planos, ningún tipo de ducto de ventilación artificial, encajonados entre una cocina de 23 metros cuadrados —con un gran ventanal—, una lavandería de 6.4 y una bodega de 6.6. Ahí tuvimos esos planos desde el 2017 y no los vimos con atención. Nótese, además, que maid es una palabra con género definido: una mujer.

En un texto que escribí hace un par de años —y retomado aquí recientemente—, comentaba un curso del filósofo Gilles Deleuze sobre el pensamiento de Michel Foucault en el que afirmaba: “hay un orden del decir y otro del dibujo”. Esa frase —cuyo contexto e implicaciones son más amplias, pero tocan lo aquí tratado— queda bien para lo que vemos en el caso de Herzog y de Meuron y que podemos ver en el trabajo muchos otros arquitectos —como en la Torre Mitikah o en la mítica casa de Luis Barragán—: una diferencia radical entre lo que se dice y lo que se dibuja.

En libros, revistas, conferencias y coloquios, el gremio arquitectónico no se cansa de promulgar las bondades de su arte, las posibilidades que tiene la arquitectura para propiciar el bien común al generar espacios colectivos, abiertos, y para mejorar la manera como todas vivimos, o para, finalmente, embellecer nuestro entorno. Y esas posibilidades no están en duda, pero los dibujos muchos veces muestran otra cosa: el mismo arquitecto que afirma lo anterior en sus dichos, puede usar el mismo lápiz para dibujar un museo o una escuela o una habitación con una vista magnífica que un armario para escobas destinado, no por accidente sino con toda consciencia, a seres humanos.

Lo sabemos: el compromiso social de buena parte de los arquitectos que más celebramos se acaba donde el contrato se pone en riesgo y las pérdidas económicas amenazan. Ese mismo compromiso se diluye, también, con la distancia social y la diferencia económica, cultural o de origen. Quienes nos sumamos a la celebración —otorgando premios, con publicaciones, con estudios e investigaciones académicas, o con aplausos— debiéramos asumir críticamente una posición o, en su defecto, aceptar cínicamente esa brecha entre lo dicho y lo dibujado, entre lo dicho y lo hecho, entre lo que podría ser y lo que realmente se hace. Por supuesto, me parece que es tiempo de lo primero: de una crítica radical a nuestra ceguera cómplice en muchos asuntos graves —opresión, racialización, sexismo, marginación, extractivismo, etc. Pero no puedo evitar, al terminar este texto, recordar la sabia afirmación de Audre Lorde: Las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo.

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Arquitectura como ocultamiento https://arquine.com/arquitectura-como-ocultamiento/ Tue, 22 Sep 2020 13:02:22 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-como-ocultamiento/ Thomas Jefferson y Luis Barragán usaron las herramientas del arquitecto, las técnicas de la construcción, la composición, la geometría, la escala, el volumen, los ejes lineales de visibilidad y sus ejes perpendiculares de invisibilidad, para ocultar. Lo que estos dos arquitectos ocultaban era la otredad.

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Hablemos de dos arquitectos. Uno estadounidense y uno mexicano. El primero fue un hombre ilustrado del siglo XIX, representante de los ideales de la joven nación norteamericana. El segundo, una especie de contra-moderno que planteó una bella alternativa a la forma de construir vivienda en el México del siglo XX. Los dos completamente distintos aunque con algunas coincidencias anecdóticas: ambos influyentes en la historia de la arquitectura, pioneros de una escuela, es decir, de un estilo particular; los dos autodidactas, aprendieron de arquitectura con ayuda de su atenta observación en sus viajes por Europa; ambos proyectaron y diseñaron sus respectivas casas, con las cuales nunca dejaron de experimentar y a las que les hicieron continuas modificaciones hasta sus últimos días.

El primero, Thomas Jefferson, además de arquitecto fue tercer presidente de Estados Unidos, y conformó en su obra un estilo neoclásico auténticamente americano que representaba los valores modernos sobre los cuales fue construido un estado nación. El segundo, Luis Barragán, en su práctica hizo alarde de las virtudes del silencio y de las posibilidades de la dimensión emocional de la arquitectura. Las casas que proyectaron para ellos mismos estos dos arquitectos están entre las obras más representativas de sus respectivas trayectorias y actualmente son consideradas Patrimonio de la Humanidad. Sin embargo, la mayor coincidencia entre estos dos arquitectos no es anecdótica sino política y no está en su historia de vida ni tampoco en lo que mostraron con sus obras. Al contrario, en lo que estos dos arquitectos coinciden definitivamente es en aquello que ocultaban.

Planta y alzado de Monticello.

 

A los 26 años, el joven Thomas Jefferson heredó de su padre un pedazo de tierra situado en el extrarradio de Charlottesville, Virginia, en la costa este de Estados Unidos —en ese entonces, 1768, la única costa de aquel territorio todavía no soberano. En el latifundio había un pequeño monte. Arriba de este Jefferson construyó su residencia: Monticello, a la cabeza de la plantación dedicada al cultivo de tabaco y cosechas mixtas. El primer Monticello fue diseñado por Jefferson al auténtico estilo vernáculo de la Virginia campestre. “La arquitectura es mi placer, y levantar aquí y derribar allá una de mis diversiones favoritas”, decía el joven. Sin embargo, fue después de 1800, tras volver de su estancia diplomática en Europa y durante su administración presidencial de la nueva nación independiente, cuando Jefferson —dotado de un intelecto ilustrado y de un temple humanista— remodeló íntegramente Monticello. A través de aquella remodelación, influida por la figura de Andrea Palladio y por el neoclásico francés, Jefferson fijó las bases de un nuevo estilo y una nueva arquitectura digna de una república prometedora. La composición arquitectónica del nuevo Monticello ostentó un perfecto eje de simetría en sentido este-oeste, al estilo renacentista. Sin embargo, en sentido norte-sur, la residencia contaba con un eje de asimetría total, no en sentido compositivo, sino social: una de las alas adyacentes al pabellón central fue destinada como vivienda para las personas esclavizadas que trabajaban los cultivos de Monticello.

Plantas de la Casa Luis Barragán. Propiedad de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán A.C., intervención de Francisco Quiñones. 

 

Pasemos al arquitecto mexicano. Luis Barragán, proveniente de una familia de terratenientes, llegó a la Ciudad de México en 1935 tras una década de práctica en su natal Guadalajara. Se instaló en el barrio de Tacubaya, en la zona poniente de la región más transparente del aire, un aire que se hacía aún más translúcido frente a las paredes coloridas y blancas, sobre los espejos de agua y dentro de los jardines y terrazas de la Casa Ortega y de la suya, número 14 de la calle General Francisco Ramírez. A diferencia de Monticello, en la Casa Barragán la virtud no está tanto en los elementos arquitectónicos que la conforman sino en el espacio que contiene; en el manejo de la luz natural, sus reflejos sobre los volúmenes y sus variaciones a lo largo del día; en el silencio que inspira vitalidad y en los recorridos a través de atmósferas que remiten a la serenidad de las haciendas de Jalisco y de los jardines de la Alhambra.

Sin embargo, todas estas cualidades espaciales únicamente se presentan en una parte de una casa, una casa en la que en realidad hay dos viviendas: la primera, magnífica, alumbrada y ventilada para el arquitecto;  y la segunda oculta, apretada tras las bambalinas de la primera, para la servidumbre, para las mujeres que cocinaban y limpiaban. A excepción de la cocina que es compartida, estas dos casas no interactúan y entre ellas hay una desproporción con pretensiones de ocultamiento. El poco espacio del que goza la segunda casa es el remanente que sobra de la primera. A una se entra a través de un vestíbulo prístino, a la otra se accede por la cochera. Barragán diseñó un sofisticado dispositivo de ocultamiento con circulaciones complicadas para evitar ver a la servidumbre y para separar tajantemente espacios servidos de espacios servidores; si las trabajadoras querían ascender del segundo al tercer piso, tenían que primero bajar a la planta baja y luego subir por una escalera de caracol. Las complejidades históricas que esto representa han sido elocuentemente problematizadas por Francisco Quiñones en su ensayo, Mi casa es mi refugio: al servicio del modernismo mexicano en la Casa Barragán. Sin embargo, lo que aquí nos interesa es el despliegue de la arquitectura como herramienta de ocultamiento y la forma en la que Barragán diseñaba para permitir que entrara la luz, a la vez que buscaba invisibilidad la infraestructura sobre la que se apoyaba su subsistencia. Con los recursos compositivos de la arquitectura, Barragán procuraba su soledad aristocrática en una casa que en realidad era compartida.  

La similitud entre Thomas Jefferson y Luis Barragán es el hecho de que ambos usaron las herramientas del arquitecto, las técnicas de la construcción, la composición, la geometría, la escala, el volumen, los ejes lineales de visibilidad y sus ejes perpendiculares de invisibilidad, para ocultar. Lo que estos dos arquitectos ocultaban era la otredad. Como anota Sara Ahmed en su ensayo Una fenomenología de la blanquitud, el acto de ocultar implica someter al otro a una experiencia de negación, de ser señalado o de sentirse fuera de lugar; dicho brevemente, invisibilizar es un acto de deshumanización. Lo que les permitía a los dos arquitectos deshumanizar era, en uno, un régimen estatal de esclavitud apoyado sobre bases raciales y, en otro, el remanente de cuatro siglos de jerarquización social castizada. El despliegue de las técnicas de invisibilización sobre sus obras resultó en una desigualdad entre los arquitectos ocultadores y las personas ocultadas; una disparidad que llega hasta el estrato de los estatutos. En la obra de ambos arquitectos, se puede considerar que las personas invisibilizadas estaban al mismo nivel que un caballo: en Monticello, el ala opuesta, directamente enfrente, a espejo de donde estaba la vivienda para esclavos, estaban los establos; en la cuadra San Cristóbal de Barragán, las caballerizas gozan de la misma virtud espacial dentro de la cual vivía inmerso su arquitecto pero que le fue negada a su servidumbre.

Thomas Jefferson y Luis Barragán ya proyectaron, construyeron y vivieron. Es decir, no nos corresponde juzgar desde nuestro presente y con pretensiones morales su persona. Tampoco estamos aquí para hacer un llamado que demerite su obra, al contrario, hemos de analizarla íntegramente, es decir, junto con las condiciones sociales y materiales que la posibilitaron. La esclavitud y el trabajo precarizado son estas condiciones que permitieron la construcción de Monticello y manutención de la Casa Barragán. Analizar poéticamente el legado de la arquitectura de Jefferson o la composición y las atmósferas de la Casa Barragán sin reparar en aquello que permitía su funcionamiento, es decir, los esclavos y las mujeres que las mantenían, implica pasar por alto pretensiones de ocultamiento y de deshumanización. Estas pretensiones son el objeto de nuestra crítica, sobre todo en el contexto actual de los países que han perdurado tras el legado de Jefferson y Barragán, Estados Unidos y México, en los cuales permanecen latentes en la cotidianidad, de maneras muy distintas y por causas diferentes, dinámicas de ocultamiento a escala social, institucional, urbana y arquitectónica. 

La arquitectura empleada como dispositivo que invisibiliza no es exclusiva de las casas que hicieron para ellos mismos Jefferson y Barragán. Sin embargo, por las virtudes que las constituyen, por sus espacios y por sus cualidades compositivas, son dos instancias donde parecería que las condiciones sociales están por un lado y la arquitectura, propiamente dicha, está por otro lado; pareciera que estas dos cuestiones se tendrían que criticar en momentos distintos. Sin embargo, a la arquitectura y las condiciones materiales y sociales de las que surge hay que verlas al mismo tiempo, son un mismo fenómeno y no hay una sin la otra. En la disciplina de la arquitectura es imposible gesto alguno que pueda ser puramente técnico o puramente poético; la arquitectura no tiene una dimensión exclusivamente emocional, toda composición oculta una dimensión social implícita. La incapacidad para distinguir este matiz resulta en “la crisis intelectual de la arquitectura”, como anota Cornel West en su ensayo Raza y arquitectura. En cambio, asumir este matiz implica saber que no hay cosecha sin trabajadores, no hay casa sin mantenimiento, y no puede haber silencio, serenidad o luz a costa de la invisibilización, del ocultamiento o de la sombra proyectada sobre otro.    

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La planeación urbana como instrumento de la supremacía blanca: la otra lección de Minneapolis https://arquine.com/planeacion-urbana-blanca/ Thu, 13 Aug 2020 13:35:19 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/planeacion-urbana-blanca/ En ciudades como Minneapolis, desmantelar el legado de la segregación por diseño requerirá que las herramientas de planificación urbana se utilicen para encontrar soluciones después de décadas de ser parte del problema.

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Plano de zonificación de Minneapolis, 1973. Hennepin County Library

 

El legado del racismo estructural en Minneapolis quedó al descubierto ante el mundo en la intersección de Chicago Avenue y East 38th Street, el lugar donde el cuello de George Floyd fue clavado al suelo por la rodilla de un oficial de policía. Pero también está impreso en las calles, en los parques y vecindarios de la ciudad, resultado de la planificación urbana que utilizó la segregación como una herramienta de supremacía blanca.

Hoy en día, se considera que Minneapolis es una de las ciudades más liberales de los Estados Unidos. Pero si se rasca el barniz progresivo de la ciudad más fácil de recorrer en bici de los Estados Unidos, la ciudad con el mejor sistema de parques y la sexta más alta en calidad de vida, se encontrará lo que Kirsten Delegard, una historiadora de Minneapolis, describe como “verdades más oscuras sobre la ciudad”.

Como cofundadora del proyecto Mapping Prejudice de la Universidad de Minnesota, Delegard y sus colegas han arrojado nueva luz sobre el papel que las barreras racistas a la propiedad de vivienda han tenido en la segregación en la ciudad.

 

‘Cordón racial’

La segregación en Minneapolis, como en otras partes de los Estados Unidos, es el resultado de prácticas históricas como la emisión de convenios inmobiliarios racializados que impedían que las personas no blancas compraran u ocuparan tierra.

Estos pactos comenzaron a aparecer en las ciudades de Estados Unidos desde principios del siglo XX. Antes de su uso en Minneapolis, la ciudad estaba “más o menos integrada, con una población afroamericana pequeña pero distribuida de manera uniforme”. Pero los convenios cambiaron el paisaje urbano. La redacción racista del primer pacto racialmente restrictivo de la ciudad en 1910, afirmaba sin rodeos que los locales nombrados “en ningún momento se traspasarán, hipotecarán o arrendarán a ninguna persona o personas de sangre o ascendencia china, japonesa, morisca, turca, negra, mongol o africana.”

Como resultado, los afroamericanos, especialmente, fueron empujados a algunas áreas pequeñas de la ciudad, como el vecindario Near North, dejando gran parte de la ciudad predominantemente blanca. Algunos de los parques más deseables de la ciudad estaban rodeados por distritos residenciales blancos. El resultado fue un “cordón racial” invisible alrededor de algunos de los famosos parques y terrenos comunes de la ciudad.

 

“Diseñado, no accidental”

Como estudioso de la planificación urbana, sé que Minneapolis, lejos de ser un caso atípico en la segregación, representa la norma. En todo Estados Unidos, algunos todavía utilizan la planificación urbana como el conjunto de herramientas espaciales, que consiste en un conjunto de políticas y prácticas, para mantener la supremacía blanca. Pero los urbanistas de color, especialmente, están señalando formas de reinventar espacios urbanos inclusivos desmantelando el legado de políticas racistas de planificación, vivienda e infraestructura.

La segregación racial no fue un subproducto de la planificación urbana; en muchos casos, fue su intención: no fue “accidental, sino diseñado”, explicó Adrien Weibgen, investigador principal de políticas de la Asociación para el Desarrollo de Vecindarios y Viviendas, en un artículo del New York Daily News de 2019.

El efecto fue y sigue siendo devastador.

El Urban Institute, un grupo de expertos independiente, señaló en un informe de 2017 que los niveles más altos de segregación racial estaban relacionados con ingresos más bajos para los residentes negros, así como peores resultados educativos para los estudiantes blancos y negros. Otros estudios han encontrado que la segregación racial lleva a que los afroamericanos sean excluidos de las escuelas de alto rendimiento. En Minnesota —que se ubica como el cuarto estado más segregadola brecha entre el desempeño de los estudiantes blancos y los estudiantes de color se encuentra entre las más altas de los Estados Unidos. Asimismo, la segregación limita el acceso al transporte, el empleo y la atención médica de calidad.

 

Brechas en ingresos y riqueza

Según la Oficina del Censo de los Estados Unidos, en Minneapolis el ingreso medio de una familia negra en 2018 fue de 36,000 dólares, en comparación con casi 83,000 entre las familias blancas. Después de Milwaukee, esta es la mayor brecha en las cien áreas metropolitanas más grandes de los Estados Unidos. Reflejando la brecha en ingresos de la ciudad, hay una enorme brecha en riqueza. Minneapolis ahora tiene la tasa más baja de propiedad de vivienda entre los hogares afroamericanos de cualquier ciudad.

La segregación residencial en Minneapolis y en otros lugares sigue siendo obstinadamente alta a pesar de los más de 50 años desde que se aprobó la Fair Housing Act de 1968, que prohibió la discriminación en la venta, alquiler y financiamiento de viviendas por motivos de raza, entre otros factores. Pero si bien parte de la segregación residencial ahora se basa en los ingresos, la segregación racial en Estados Unidos está más arraigada y generalizada que la segregación económica.

 

Fuera de zonificación

La segregación racial residencial continúa existiendo debido a políticas gubernamentales específicas promulgadas a través de la planificación urbana. Una herramienta clave es la zonificación: el proceso de dividir el suelo urbano en áreas para usos específicos, como residencial o industrial. En la introducción a su libro de 2014 Zoned in the USA, la profesora de planificación urbana Sonia Hirt sostiene que la zonificación se trata del poder del gobierno para dar forma a los “ideales” imponiendo una “geografía moral” en las ciudades. En Minneapolis y en otros lugares, esto ha significado excluir a los “indeseables”, es decir, los pobres, los inmigrantes de color y los afroamericanos.

Aunque la zonificación racial explícita fue prohibida desde hace mucho tiempo en los Estados Unidos —la Suprema Corte puso fin a la práctica en 1917—, muchos gobiernos locales recurrieron en su lugar a políticas de zonificación “excluyentes”, por lo que resulta ilegal construir cualquier cosa excepto viviendas unifamiliares. Este “racismo por la puerta trasera” tuvo un efecto similar al de las exclusiones raciales absolutas: mantuvo fuera a la mayoría de las personas negras y de bajos ingresos que no podían pagar las costosas casas unifamiliares.

En Minneapolis, la zonificación unifamiliar representaba el 70% del espacio residencial, en comparación con el 15% en Nueva York. Respaldando esto, el redlining —la denegación de hipotecas y préstamos a personas de color por parte del gobierno y el sector privado— aseguró la continuidad de la segregación.

 

Planificación antirracista

Minneapolis está tratando de revertir estas políticas racistas. En 2018, se convirtió en la primera ciudad grande en votar para poner fin a la zonificación unifamiliar, lo que permite la zonificación más “intensa”: la conversión de lotes unifamiliares en dúplex y triplex más asequibles.

Esto, junto con la “zonificación inclusiva”, que requiere que los nuevos proyectos de apartamentos alberguen al menos el 10% de las unidades para hogares de ingresos bajos a moderados, es parte del Plan Minneapolis 2040. Para esa visión es fundamental el objetivo de eliminar las disparidades en la riqueza, la vivienda y las oportunidades “independientemente de la raza, etnia, género, país de origen, religión o código postal” en un plazo de 20 años.

A raíz de la muerte de George Floyd, el Ayuntamiento de Minneapolis actuó rápidamente para avanzar en los planes para desmantelar la fuerza policial de la ciudad. Desmantelar el legado de la segregación por diseño requerirá que las herramientas de planificación urbana se utilicen para encontrar soluciones después de décadas de ser parte del problema.


Artículo aparecido originalmente en inglés en The ConversationLa traducción se publica aquí con permiso de su autor.

Julian Agyeman es profesor de Políticas y planeación urbana y ambiental en la Universidad de Tufts.

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Segregación por diseño https://arquine.com/segregacion-por-diseno/ Mon, 15 Jun 2020 21:00:00 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/segregacion-por-diseno/ La segregación "racial" es una segregación espacial, y como afirma WAI Architecture think tank, "los edificios no son nunca sólo edificios. Los edificios son manifestaciones físicas de las ideologías a las que sirven".

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Al inicio de su libro Colored Property. State Policy and White Racial Politics in Suburban America, David M. P. Freund cuenta dos historias. Primero, la de Ossian y Gladys Sweet, una pareja que se mudó en septiembre de 1925 a su nueva casa en el lado este de Detroit. Ossian era médico. Había estudiado en la Universidad Howard de Washington D.C. y, ya casado con Gladys, viajaron a Viena y a París, donde prosiguió con sus estudios. En París nació su hija, pero no en el Hospital Americano, pues no fueron admitidos a causa de su color: eran negros. En Detroit, al día siguiente de que se mudaron, varios vecinos se agruparon afuera de su casa para echarlos del barrio, hasta entonces sólo de blancos. Los Sweet sabían que serían rechazados, incluso con violencia. Esa noche estaban acompañados por amigos y parientes, algunos armados. La multitud lanzaba piedras contra la casa. Desde adentro salió un disparo. Afuera murió un hombre blanco. Los Sweet y sus acompañantes fueron acusados de homicidio, encarcelados, juzgados y absueltos un año después.

La segunda historia que cuenta Freund ocurrió cuarenta años más tarde, en 1963, en Dearborn, pequeña ciudad cercana a Detroit, donde Giuseppe Stanzione, inmigrante italiano que había llegado a los Estados Unidos en 1958, tenía una propiedad en renta. Un día llegaron tres afroamericanos al lugar y al poco tiempo un grupo de personas rodeó la casa, lanzándole piedras. Apareció la policía pero no hizo nada por dispersar a la multitud, que siguió fuera de la casa por más de 29 horas. Los tres afroamericanos no eran los arrendatarios, sino quienes cargaban los muebles de los verdaderos inquilinos, blancos. Las semanas que siguieron, dice Freund, Orville Hubbard, alcalde de Dearborn, recibió el apoyo de su comunidad por sus acciones —es decir, por no hacer nada— y dejar claro que era y seguiría siendo una zona exclusivamente para blancos. Pero hay quienes suponen que ese tipo de segregación ya no existe. Al final de su libro Freund explica:

“Las políticas de vivienda y desarrollo durante la posguerra en los Estados Unidos hicieron algo más que segregar sus regiones metropolitanas en rápido crecimiento. Ayudaron al surgimiento de un nuevo tipo de política racial, en la que los blancos del norte aprendieron a ver la desigualdad —y la desigualdad racial en particular— como un producto sólo de las fuerzas del libre mercado, no afectado por restricciones legales, intervenciones políticas o acción coercitiva de ningún tipo.”

La idea —falsa— de que son sólo las fuerzas del libre mercado las que determinan la exclusión de ciertas personas en una ciudad, por ejemplo, sirve como excusa para evitar afrontar de lleno el problema de la segregación racial en el espacio urbano. Y eso pasa también en México, donde se puede argumentar que no son las condiciones económicas las que generan segregación sino exactamente al revés: que fue la segregación la que condicionó la economía.

Hace algunos días, Guillermo Woo Mora  publicó en su cuenta de tuiter un hilo en el que comentó cómo la segregación entre españoles e indios desde la fundación de Guadalajara y la diversidad étnica durante la colonia explican la desigualdad actual en esa ciudad. Guadalajara se fundó —por cuarta vez— en febrero de 1542. En el Libro segundo de la Crónica miscelánea, en que se trata de la conquista espiritual y temporal de la Santa provincia de Xalisco en el Nuevo reino de la Galicia y Nueva Vizcaya y descubrimiento del Nuevo México, Fray Antonio Tello escribe que a los diez días de agosto de 1542 se pregonó en la plaza de la villa de Guadalajara su nombramiento como ciudad y que, al mismo tiempo, “de los más mansos y amigables con los españoles que tenían estas provincias, y de la otra parte del río algo apartados en frente de la ciudad, poblaron algunos indios mexicanos en unas fuentes u ojos de agua, y pusieron por nombre al pueblo Mexicaltzingo.” Woo Mora hace referencia al libro Infrastructures of Race. Concentration and Biopolitics in Colonial Mexico, de Daniel Nemser, quien explica que los conquistadores españoles del siglo XVI “traían consigo una concepción renacentista del mundo que veía al orden social íntimamente ligado al orden espacial.” Por supuesto se puede argumentar que esa relación entre orden social y orden espacial no es ni exclusiva de conquistadores ni del Renacimiento, pero una de sus particularidades, como también apunta Nemser, fue que la concentración de cuerpos estaba también ligada a una política racial. Nemser usa como epígrafe una frase tomada del libro de Joshua Lund El estado mestizo. Literatura y raza en México:

“La raza se piensa tradicionalmente en términos de personas pero finalmente (y originalmente) su política sólo se entiende cuando se contempla en términos territoriales: la raza siempre es, de manera más o menos explícita, la racialización del espacio, la naturalización de la segregación.”

Esa segregación es la que señala Woo Mora que, originada en la división por el río San Juan de Dios entre la ciudad de blancos, al poniente, y el pueblo de indios, al oriente, persiste hasta nuestros días en la división social y económica que marca la calzada Independencia, que corre sobre el río entubado. “Calles oscuras debido al alumbrado público que no funciona. Escasez de áreas verdes, de lugares de esparcimiento. Poco espacio público. Baches en todas las calles, calles que el gobierno no ha tomado en cuenta durante años Ese es el lado oriente de la ciudad de Guadalajara, en alto contraste con su parte hermana”, es como lo describen Máximo Jaramillo y Alejandra Saucedo en su ensayo “De la Calzada para allá”: fronteras materiales y simbólicas de desigualdad, segregación y estigmatización en la ciudad de Guadalajara.” Jaramillo y Saucedo coinciden al apuntar a “la raíz histórica de la segregación urbana en Guadalajara” en el establecimiento de la ciudad de los blancos de un lado del río, y del pueblo de indios al otro. Y eso, de nuevo, no es exclusivo de Guadalajara sino que puede verse en todas las ciudades que se fundaron segregando a los colonizadores de los habitantes originarios, racializados.

Además de a nivel urbano, la segregación por diseño llega a escala de la casa. Pensemos, por ejemplo, en la calidad y dimensión de los espacios destinados a las personas dedicadas al trabajo doméstico, donde no se trata sólo de un problema de desigualdad y clasismo, sino de evidente segregación racial —y de género.

Por otra parte, la definición misma dentro de la disciplina de lo que es buena y mala arquitectura, arquitectura regional o exótica o, simplemente, arquitectura, pasa por esas lógicas raciales, como argumenta Charles L. Davis II en su libro Building Character. The Racial Politics of Modern Architectural Style:

“Si nos detenemos a considerar los efectos hegemónicos de la blanquitud en los debates arquitectónicos de estilos, resulta razonable preguntarnos qué tanto la creación de un estilo de construir nacional autóctono refleja una interpretación nativista del caracter nacional.”

El famoso árbol de la arquitectura de los Fletcher, padre e hijo, que presenta a la arquitectura europea como fruto orgánico y cumbre de la evolución de varios estilos, es una demostración gráfica de la racialización de la arquitectura. Según explica Nasser Rabbat, director del programa Aga Kahn de arquitectura islámica en el MIT, en su ensayo “The Pedigreed Domain of Architecture: A View from the Cultural Margin”, la narrativa histórica de la disciplina arquitectónica se concibe como fundamental para la conformación misma de la disciplina —para determinar lo que es arquitectura— y esa narrativa “no es ni estática ni universal. Ni fue siempre la prevaleciente. Tiene una historia, por supuesto, y como otras historias normativas ha evolucionado para incluir ciertos episodios canonizados, e ignorar o suprimir otros que resultan poco familiares, problemáticos, exóticos o políticamente indeseables.

Por último, la segregación racial —aquí sumada a la de género— influye hasta en la conformación demográfica del perfil de profesionistas que destacan en arquitectura, mayoritariamente hombres blancos. En un comunicado firmado por la presidenta del Instituto de los Estados Unidos de Estudiantes de Arquitectura (AIAS, por sus siglas en inglés), leemos que “entre 1960 y nuestros días, el porcentaje de arquitectos licenciados afroamericanos en los Estados Unidos no ha rebasado el 3% y entre todos los registros históricos y los más de 110 mil actuales, no pasan de 500 mujeres afroamericanas con licencia de arquitectas.” En México el domino mayoritario de hombres no racializados y de sectores socioeconómicos privilegiados en la profesión también resulta evidente.

Finalmente, hay que apuntar que no es sólo la arquitectura la que segrega como tal, sino que lo hacen sobre todo las ideas y las prácticas de los arquitectos. La reflexión crítica constante y las transformaciones a fondo de esas prácticas y de esas ideas desde las que diseñamos, construimos, enseñamos y publicamos arquitectura es más que necesaria en nuestros tiempos. Pues incluso para quienes piensen que se trata sólo de edificios —y no de prácticas culturales y dispositivos políticos más complejos—, habrá que recordar, como plantea WAI architecture think tank en Des-hacer la arquitectura, Manifiesto de arquitectura anti-racista, que los edificios nunca son sólo edificios:

“Los edificios responden a los fundamentos políticos de las instituciones que los financian, visualizan y desean. Los edificios son manifestaciones físicas de las ideologías a las que sirven. Aunque una posición ingenuamente desprendida o romántica puede hacer que los edificios sean artefactos semiautónomos capaces de albergar o envolver el espacio, esta actitud despolitizada pasa por alto su relación histórica y material con los regímenes de violencia y terror. Los edificios pueden proteger, pero también pueden confinar, infundir miedo, aplastar, oprimir. Los edificios pueden albergar y fomentar la hospitalidad, pero pueden encarcelar y torturar. Los edificios pueden ser herramientas para la segregación étnica, la destrucción cultural y el borrado histórico. Los edificios pueden reforzar el statu quo y ayudar en la implementación de los deseos colonizadores del expansionismo. Una democratización antirracista del acceso sólo es posible mediante la descolonización de edificios y espacios públicos. Los arquitectos deben conocer los programas de los edificios que diseñan y deben rendir cuentas por ello.”

El cargo Segregación por diseño apareció primero en Arquine.

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