Resultados de búsqueda para la etiqueta [Nonoalco-Tlatelolco ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 03 Oct 2023 15:56:24 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Arrasamiento https://arquine.com/arrasamiento/ Thu, 29 Sep 2022 23:00:31 +0000 https://arquine.com/?p=69287 Everybody knows that our cities Were build to be destroyed… …María Bethania, please send me a letter I wish to know things are getting better… Tal como dice este fragmento de una canción de Caetano Veloso, sabemos que nuestras ciudades fueron construidas para ser destruidas después. Pienso que no se refiere, sin embargo, a la […]

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Everybody knows that our cities

Were build to be destroyed…

…María Bethania, please send me a letter

I wish to know things are getting better…

Tal como dice este fragmento de una canción de Caetano Veloso, sabemos que nuestras ciudades fueron construidas para ser destruidas después. Pienso que no se refiere, sin embargo, a la total aniquilación o arrasamiento de una ciudad completa, sino más bien a esa interminable puesta en escena de construcción y destrucción que presenciamos a diario, con particular aceleración en la Ciudad de México. 

Esta puesta en escena interminable, tuvo sin embargo un comienzo, hace casi 700 años, cuando alguien decidió consolidar un sitio sagrado y fundar así la ciudad que hoy conocemos, ¿Qué pensaría un mexica recién llegado a nuestro año, en una hipotética máquina del tiempo, al enfrentarse con las ruinas del templo mayor de Tenochtitlan o de Tlatelolco? ¿Reconocería algo, o quizá los procesos masivos de construcción y destrucción que tuvieron lugar desde su época y hasta la nuestra, le nublarían cualquier referente del pasado?

No lo sabremos, pero frente a esta imposibilidad hay que reconocer que llevamos ventaja: conocemos lo que en algún momento fue el futuro de esos pueblos gemelos: Sabemos que Tenochtitlan acaparó el poder ideológico y político, y que, en 1473 apenas a unos cuarenta años del arribo de los españoles, emprendió una guerra contra el pueblo de Tlatelolco, que se consumó con la muerte de su gobernante y su posterior conquista. Este suceso es importante porque parece haber dejado una estela imaginaria que continuó hasta tiempos más recientes, y que quizá puede dar luces de el por qué tantas construcciones en Tlatelolco han sido atacadas por los arrasamientos, por la violencia y la muerte.

Mencionaré algunos arrasamientos, comenzando con uno que ocurre precisamente durante el proceso de conquista indígena, en la que la construcción en cuestión, es el centro ceremonial de Tlatelolco, (del que se habla, tuvo un esplendor similar o incluso mayor, al de Tenochtitlan) el gobernante tenochca ordenó expresamente, transformar el centro ceremonial tlatelolca en un muladar, una especie de destrucción simbólica del espacio, que lo despojó de su función. 

Después, a la llegada de los españoles, este mismo sitio sirvió de escenario para la última resistencia mexica frente a la conquista europea; al caer los mexicas, comenzó el primer arrasamiento: se desmontó el templo mayor, (construido en siete etapas, como si fueran las capas de una matrioska) hasta su segunda etapa constructiva; esta etapa y otros templos y plataformas circundantes fueron enterrados, seguramente por la dificultad que representaba destruir semejantes obras monumentales. 

Posteriormente, con el material resultante de la destrucción, se construyó la Iglesia de Santiago, curiosamente atribuida a Juan de Torquemada, un fraile franciscano autor de numerosas obras escritas y que posteriormente murió en el convento de Tlatelolco. 

La iglesia de Santiago sigue en pie, aunque no sin haber pasado por embates: incontables sublevaciones indígenas, saqueos e incluso su transformación en un almacén de explosivos durante la revolución; para entonces Tlatelolco parecía seguir bajo la maldición que le endilgó Axayácatl, pues no era precisamente un muladar, pero si un gran terreno en el que se establecieron los patios de maniobras de ferrocarriles mexicanos.

Llegado el siglo XX se dio inicio en esta zona, la construcción del proyecto de vivienda urbana, quizá más ambicioso que se haya consumado. Aún consciente de la existencia e importancia de los vestigios arqueológicos (que fueron excavados desde 1944 por Antonieta Espejo y Robert Barlow) los primeros proyectos del arquitecto Mario Pani, contemplaban a penas una mínima parte de rescate arqueológico, dejando sepultado debajo de los planes de modernidad, mucho pasado mexica. Esto no ocurrió a totalidad, al final se modificó el plan para rescatar buena parte de los basamentos, (aunque algunos quedaron inevitablemente sepultados) y se creó el sitio arqueológico urbano más grande de México. 

Cerca de ahí, existió un edificio de importancia histórica, que tuvo usos muy variados desde su construcción, el Tecpan de Tlatelolco fue el único palacio colonial edificado en esta zona de la ciudad, y sirvió como casa de gobierno indígena, asilo y sede de diversas escuelas hasta la época de Porfirio Diaz. En el año 60, con la construcción de la unidad habitacional, y la ampliación de la avenida Paseo de la Reforma, el palacio del Tecpan quedó fatalmente cercenado en aras de la traza de la nueva avenida, así como de la edificación de un estacionamiento y una torre de veintiún pisos, esta última, conocida irónicamente como torre Tecpan. La ironía aparece de nuevo en esta historia veintiún años después, con el sismo de 1985: la torre sufrió daños y fue demolida, un arrasamiento tras otro. A pocos metros de ahí, se derrumbaron dos de los tres cuerpos que formaban en el edificio Nuevo León, donde se calcula que murieron más de mil personas. 

Tlatelolco, como se puede ver a todas luces, es un sitio donde estas puestas en escena de construcción-destrucción, no solo han ocurrido, sino que han sido espectaculares a lo largo de su historia, sin embargo, aquí, los restos de esos arrasamientos, no han sido borrados por completo, se resisten a desparecer, formando capas que dan fe de lo bello y terrible de su pasado. 

Hoy vivo en Tlatelolco, y me gustaría que igual que en la canción de Caetano, alguien me envíe una carta del futuro, para saber que las cosas irán mejor… 

Carlos Will, Septiembre 2022.

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Temporada de multifamiliares https://arquine.com/temporada-de-multifamiliares/ Tue, 27 Oct 2020 06:31:22 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/temporada-de-multifamiliares/ Cuando el cine buscaba renovar sus temáticas, hablar de una ciudad creciente -—y de las ansiedades que generaba su expansión— fue común a muchas producciones y el CUPA fue un terreno ideal para imaginar nuevas historias. Al tratarse de una forma arquitectónica no antes vista en México, se tenía que hablar sobre la clase de ciudadano que ocuparía los edificios y que despegarían del suelo a burócratas y profesionistas. La utopía del México sin vecindades, como bien lo puso Carlos Monsiváis.

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Presentado por:

 

Con Nosotros los pobres (1948), Ismael Rodríguez creó una imagen asociada a una clase social y a una forma de vivienda como lo fueron las vecindades, al grado de que muchos pensamos que la ciudadanía popular de las zonas centrales del antes Distrito Federal habla con el mismo tono que Pepe el Toro, el personaje con el que identificamos a Pedro Infante. Pero uno de los directores más prolíficos de la llamada Época de Oro del cine en México fue también lo suficientemente versátil como para mantenerse vigente hasta bien entrada la década de los 60, manteniendo un lenguaje asequible y emocional que siguiera apelando a una audiencia a la que debía mantener cautiva con una historia que repartiera dosis iguales de risa y de llanto. Tal vez, la razón por la que las películas de Ismael Rodríguez se siguen transmitiendo en canales especializados en cine mexicano —dejando a un lado, ciertamente, otras expresiones mucho más contemporáneas y con mayor riqueza formal— es por su vocación de folletinista. El cine es un lenguaje de masas, y la novela por entregas, consecuencia de la industrialización en los medios impresos, legó parte de su estructura a lo que sería el cine de ficción: personajes que representen temperamentos con los que el lector se pueda identificar —-la mujer fatal, el obrero inocente, el estudiante rebelde—; historias con principio, medio y final, etc. En su ensayo “El acto de la lectura: consideraciones previas sobre una teoría del efecto estético”, Wolfgang Iser demostró que los autores de novelas por entregas hacían estudios de mercado para saber qué es lo que quería leer la gente: para saber hasta dónde se podía extender la historia, o si lo mejor era concluirla. 

Sin duda, Ismael Rodríguez entendía los sentimientos del público mexicano, pero también los distintos momentos políticos en los que filmó. No siempre podía entregar una historia de charros y serenatas. Su cinta Maldita ciudad (1954) mantiene más o menos la misma fórmula de Nosotros los pobres —los héroes tienen que franquear algunos obstáculos para mantener íntegra su calidad moral— aunque ahora cuenta las peripecias de una familia de clase media que migra del campo a la ciudad. Se podría afirmar que Maldita ciudad es una adaptación libre de Los fuereños (1883), novela folletinesca de José Tomás de Cuéllar. Ambas obras hablan sobre cómo la ciudad, centro de vicios y corrupción, corrompe a los pueblerinos, cuya naturaleza, según la perspectiva de ambos artistas, es mucho más bondadosa que la de los neuróticos capitalinos. Al parecer,  un mayor contacto con el campo y el aire puro ennoblece. En Los fuereños una familia visita la ciudad porfiriana y no encuentran el orden y el progreso, sino la sexualidad desbordada y el trasnochamiento. “No había podido apreciar hasta hoy la tranquilidad que se disfruta en medio de las costumbres sencillas, como tampoco había podido figurarme hasta dónde pueden llegar los peligros del lujo y la prostitución de las grandes ciudades”, dice don Trinidad, el patriarca de Los fuereños, a punto de abordar el tren que lo llevará de regreso a su rancho del que ya no saldrá de nuevo, aterrorizado por los peligros urbanos. En Maldita ciudad, el doctor Antonio Arenas, oriundo de Chamácuaro, Guanajuato, recibe una oportunidad para trabajar en la ciudad. Pone en venta su casa y empaca muy a pesar de las protestas de Guadalupe Godínez, guionista frustrado y enamorado de la hija de Arenas. En la estación del ferrocarril, “Lupe” les augura que la ciudad los sumergirá en una vorágine de autodestrucción con tal de mantener cerca a la hija. Pero en la descripción de “Lupe” no sólo es la ciudad como conjunto lo que inyectará la corrupción en la familia, sino una tipología habitacional en específico. 

¿Sabe dónde estará su castigo? En la propia capital. Golpea duro a los pueblerinos que se empeñan en vivir en un medio que no conocen. Si no hay más que leer el periódico para adivinar lo que les espera. Ya me los imagino. ¡Como si los estuviera viendo en esa maldita ciudad! Tres millones de seres que se debaten entre la maldad, los vicios, las ambiciones y las miserias. Ya los veo formando parte de la familia burocrática. Vivirán en uno de esos edificios multifamiliares donde en cada vivienda se desarrolla un drama. El de ustedes causará pena.

Tras este monólogo del aspirante a yerno, la cámara pasa una breve revista a íconos de la capital, como el Monumento de la Revolución, para después ingresar al Centro Urbano Presidente Alemán (CUPA), primer multifamiliar de la Ciudad de México proyectado por Mario Pani. “El multifamiliar Presidente Miguel Alemán (1948) nació como respuesta enardecida a un concurso de ideas convocado en 1946 por el director de Pensiones Civiles, José de Jesús Lima, para un conjunto de doscientas casas destinadas a funcionarios del Estado. La ocasión estaba servida. Pani propuso el modelo corbusiano de bloques en altura (compuestos en zigzag como se veía en las fotos de maqueta de la Villa Radiante) ocupando sólo el 20% del terreno, aumentando la densidad a 1,000 habitantes por hectárea y liberando el espacio común para áreas verdes y servicios”, dice Miquel Adrià en La sombra del Cuervo. “¿Y aquí nos la pasamos sin salir?” dice, consternada, la hija del doctor Arenas cuando su nueva vecina le dice que en el CUPA tiene todo a la mano: botica, alberca, peluquería. 

Si el cine buscaba renovar sus temáticas, hablar de una ciudad creciente -—y de las ansiedades que generaba su expansión— fue común a muchas producciones de la época, y el CUPA fue un terreno ideal para imaginar nuevas historias. Al tratarse de una forma arquitectónica no antes vista en México, se tenía que hablar sobre la clase de ciudadano que ocuparía los edificios y que despegarían del suelo a burócratas y profesionistas. La utopía del México sin vecindades, como bien lo puso Carlos Monsiváis. En “Del concreto al filme”, Elisa Lozano señala que en la década de los 50 “la industria cinematográfica mexicana se caracterizaba por sus altos niveles de producción y la capital tenía 2,872,000 habitantes, es decir, el equivalente a la población de las catorce ciudades que le seguían en tamaño”. Asimismo, “los productores conscientes de que los espectadores nacionales comenzaban a aburrirse con los temas de antaño y acordes al concepto de modernidad que al gobierno le interesaba impulsar y difundir internacionalmente introducen cambios temáticos, sustituyen el ranchero por el estudiante universitario, el cacique por el político, la comedia ranchera dará paso al drama citadino, el ferrocarril al avión y la casa provinciana a las unidades habitacionales, CUPA siendo la más espectacular. Por ello no extraña que varios realizadores se sintieran atraídos por filmar en ese lugar que representaba el epítome de la modernidad.”

Nosotras las taquígrafas (Emilio Gómez Muriel, 1950), La bien amada (Emilio “Indio” Fernández, 1951) y Los Fernández de Peralvillo (Alejandro Galindo, 1954) son algunas de las cintas que se introducen al multifamiliar de Mario Pani. Probablemente, los interiores de cada unidad no tienen los muebles que Clara Porset diseñó para los departamentos-muestra con que se promocionó la venta de departamentos en el CUPA, pero la modernidad no necesariamente es diseño, y las problemáticas de los protagonistas nos hablan de un mexicano que ya habita otras casas y otras formas de pensar. Los trabajos de oficina, las ventas de electrodomésticos y las organizaciones familiares trastocadas por el concreto y el vidrio son algunos de los signos que el cine colocó sobre el CUPA, proyecto que causaba miedo al tiempo que seducía. Hacia el final de Maldita ciudad, nos damos cuenta que somos espectadores de una reflexión sobre la ciudad y del cine. Todo lo que le sucede a la familia del doctor Arenas no fue más que un guión de “Lupe” que imaginó en pleno andén del ferrocarril. Un cineasta que rondaba Chamácuaro lo escucha y se lo compra, y la familia de su novia decide quedarse: mejor no arriesgarse a vivir en el primer multifamiliar moderno. 

Ciertamente, el cine no pudo predecir cuáles serían los verdaderos efectos políticos de la modernidad posrevolucionaria. Para los realizadores de los 50, en el CUPA se ponía en juego la virginidad de las hijas y la integridad moral de los hijos. Lo que sucedió en realidad fue que los multifamiliares de Pani se caerían en el temblor de 1985 o serían el escenario para masacres orquestadas por el Estado. O bien, serían el trasfondo perfecto para expresar la inmovilidad  social que embarga a la clase media mexicana. En 2004, un repartidor de pizzas depresivo se perdería entre los edificios del Conjunto Nonoalco-Tlatelolco, también de Mario Pani, y entregaría una orden tarde a dos niños que se niegan a pagar por la demora. Los niños retan al repartidor de pizzas: si ganan un partido de fútbol de videojuegos, se quedan con las pizzas y con el dinero. Esto desataría que los niños, el repartidor y una vecina que les pide prestado su horno para hacer un pastel se queden en un departamento de dimensiones pequeñas para intentar divertirse en el mediodía de un domingo. Temporada de patos (2004), opera prima de Fernando Eimbcke, hablará sobre el tedio y la falta de futuro 50 años después de que el CUPA representaría para el cine un futuro tan siniestro como prometedor. La anomia que embarga a los personajes de Temporada de patos se expresa con el paisaje: vemos la Torre Banobras en lo que pareciera ser un campo baldío y las áreas comunes y lúdicas de la unidad habitacional ya derruidas. 

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El 68: memoria y espacio. Conversación con Ander Azpiri https://arquine.com/68-memoria-espacio-conversacion-ander-azpiri/ Fri, 05 Oct 2018 13:00:07 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/68-memoria-espacio-conversacion-ander-azpiri/ Hacemos memoria para buscar la verdad. Hacemos memoria para interpelar al presente. A 50 años, vuelve a ser necesaria una nueva reflexión sobre la colectividad que apareció en la Plaza de las Tres Culturas.

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Esta semana se anunció que serían retiradas de varias estaciones del Metro placas que conmemoran las fechas en las que Gustavo Díaz Ordaz inauguró dichos sitios. Con este acto, anunciado por José Ramón Amieva, actual jefe de gobierno de la Ciudad de México, se discutieron las relaciones entre el espacio y la memoria histórica. ¿Por qué es necesario repensar continuamente los sitios que, desde el pasado, han definido el presente político del país? Conviene dejar de atender las placas conmemorativas del Metro y volver a Tlatelolco. Así como Díaz Ordaz inauguró uno de los principales medios de transporte de la ciudad, sus actos hicieron del conjunto Nonoalco Tlatelolco un espacio con una carga tan violenta como relevante para las movilizaciones sociales en la actualidad.

“Tlatelolco, como barrio, es un hito urbano para la época antigua y la moderna. Alberga el recuerdo de la educación superior en el Colegio de Tlatelolco, de la decena trágica, de la industrialización y el aliento internacionalista de la modernidad. Para nosotros, el 68 es un punto de inflexión en la historia reciente de México”, dice Ander Azpiri, subdirector académico del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, quien también está involucrado en el diseño de un nuevo memorial que se enmarque, justamente, en los 50 años del 2 de octubre. “Nosotros nos concebimos como un ejercicio de memoria del 68, pero no únicamente; el CCUT no sólo dialoga con el 68, sino con todas las capas históricas”.

 

Podría decirse que estas lecturas históricas respecto al espacio comienzan antes de que pasara medio siglo de lo ocurrido en Tlatelolco. Según Ander Azpiri, la Secretaría de Relaciones Exteriores desalojó el edificio y proyectó otro a un lado de la Alameda Central, cediendo el inmueble de Tlatelolco al gobierno del entonces Distrito Federal. El gobierno cede a su vez el inmueble a la UNAM, con la condición de que se hiciera un memorial, por lo que la universidad construyó un proyecto académico que pudiera activar continuamente la memoria. “Fue el sitio ideal, por ser un espacio habitacional. La discusión ya de por sí se encontraba abierta”. 

Las instituciones, de manera directa o indirecta, son las que han articulado un recinto que ha respondido a necesidades culturales y sociales. Después de este intercambio de espacios entre el gobierno y la universidad, se hizo necesario repensar el memorial y el museo a través de una reorganización de la colección y el archivo del CCUT, y de un nuevo diseño museográfico convocado mediante licitación pública. “Fue un proyecto que comenzamos a trabajar desde 2014. El memorial anterior cuenta con 10 años, y cada vez requiere un mantenimiento mayor, además de que pone en marcha conceptos que ya son lejanos, pues refrendaba una visión que se tuvo en 2008. Cuando nos planteamos el diseño de un nuevo memorial, tuvimos claro que era necesario actualizar ciertos contenidos, obtener nuevos testimonios e incluir una perspectiva de género. No queríamos que el memorial se refiriera únicamente a movilizaciones del pasado, por lo que quisimos trazar puentes entre el 68 y luchas actuales, para no aislar los eventos del 2 de octubre y, más bien, revitalizarlos políticamente”. La convocatoria y la organización para el nuevo memorial también requirió establecer colaboraciones entre lo institucional y lo colectivo; entre lo académico y la protesta. Azpiri relató que participaron veteranos del 68, estudiosos de la movilización social y miembros de generaciones posteriores al 68 cuyos aportes provinieron de disciplinas diversas. 

Ahora, ¿por qué volver a reactivar la memoria en Tlatelolco? ¿Qué implicaciones tiene revitalizar un espacio, aun cuando cada año se vuelva a tomar por movilizaciones compuestas no necesariamente por testigos del 2 de octubre? “La memoria es construcción colectiva, si no se hace colectivamente no es social. Es también un ejercicio constante en el tiempo: no es fija, no se puede estabilizar la memoria. Hacemos memoria para buscar la verdad. Se está hablando de crímenes de Estado. Y la verdad debe llevar a la justicia. Hacemos memoria para interpelar al presente. En el contexto actual, es realmente ineludible. Buscamos un espacio más para nuevos proyectos que para discursos cerrados: no se trata de imponer una visión única”. 

Se han retirado las placas con el nombre de Díaz Ordaz y, a la par, Tlatelolco vuelve a ser un espacio vigente. A 50 años, vuelve a ser necesaria una nueva reflexión no únicamente sobre una figura presidencial, sino sobre la colectividad que apareció en la Plaza de las Tres Culturas, y la que continúa ocupando los espacios públicos.

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Protesta y resistencia tras el 68. Conversación con Sonia Rangel https://arquine.com/protesta-resistencia-68-sonia-rangel/ Thu, 04 Oct 2018 14:00:07 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/protesta-resistencia-68-sonia-rangel/ A 50 años del 68, tendríamos que hacer un balance de qué tanto hemos cambiado y qué tanto no, si realmente las cosas que ahí se proponían fueron logradas, a nivel de derechos, de seguridad, de justicia.

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En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

 

¿Qué pensar del espacio en Tlatelolco?

La iglesia de Tlatelolco y la que está en Niños Héroes y Eje Central, son las dos primeras iglesias que se construyeron en la ciudad. Son las más antiguas y se parecen mucho. Pero Tlatelolco, en términos urbanísticos y de espacio, representa una cuestión simbólica muy fuerte. Toda la identidad de México está ahí, todos los momentos de México están ahí, en un espacio que además no es tan grande. Creo que hay una cosa que es interesante del 68 y es la primera vez que sucede en términos de la ciudad moderna —quizá lo anterior fue la Revolución—: que la gente tomó las calles. Creo que es la primera vez que la gente se apropia del espacio público. De pronto tiene sentido la cuestión de las marchas, los paros, ver a toda esa gente fuera, como un despliegue de una máquina de guerra. Es también la aparición, en los términos de la época, de la juventud. Yo creo que es la primera vez que estuvo presente una figura de la juventud, que antes no existía. Antes pasabas de niño a ser señor y no existía ese tránsito hacia la juventud. Los años 60, a nivel mundial, tienen también mucho de eso, de mirar a la juventud como una edad distinta en la que se tienen otras preocupaciones, otras necesidades, que generaron diferentes movimientos políticos. El caso de Francia es ejemplar, pero están también los hippies en Estados Unidos. En México, creo que la operación estuvo en la juventud visibilizándose en el espacio público. Con otras maneras, con otras inquietudes, con otras demandas. Aunque también pensando que se puede vivir de otra manera. 

¿Cómo juega ahí la imagen de la modernidad y su arquitectura?

La imagen de la protesta, y de la gente que sólo mira la protesta, refleja muy bien lo que pasaría después en términos políticos. La experiencia del acontecimiento y de la comunidad es una cosa muy fuerte en términos de lo político, no de la política. Lo político tendría que ver con este acontecimiento de los cuerpos que se juntan, que tienen otras intensidades, que están generando otras formas de organización, otras formas que no necesariamente son jerárquicas. Hubo algo lleno de vitalidad en el movimiento que, justamente, la manera en que va a ser reprimido, será la parte con la que nos quedaremos después. Desgraciadamente, el efecto del 68 es ése: la gente que se quedó mirando lo que sucedió allá afuera. Refleja muy bien lo que ha pasado en el país desde el 68 en adelante, una actitud indiferente. Lo que provocó el 68 fue algo más allá de un cambio social. La gente que lo vivió y que estuvo ahí sí pensaba en cambiar el mundo de alguna manera. Pero el único efecto que quedó de toda esta potencia creativa e imaginativa fue el miedo. Se ha dicho que después del 68 se logró el respeto por los derechos humanos. Yo me pregunto dónde están los derechos humanos ahora. Ya pasó lo de los 43. Lo de Tlatelolco es algo que sistemáticamente se ha repetido a lo largo de nuestra historia. Que ahora estemos más enterados por las redes sociales es otra cosa. Pero es impresionante el nivel de violencia que hay en el país: es el mismo, o peor. Nunca hemos sido un país moderno si todos los días aparecen noticias de chicas muertas. Hace poco salió una noticia de una chica a la que violaron sin que nadie de los que vieron qué estaba pasando hiciera nada. Eso hemos sido y eso somos. No participamos, nos quedamos viendo que hay toda esta violencia desatada y no hacemos nada en el sentido de proponer. Ahora, casi todos los movimientos son catárticos. Salgo, marcho, pero no hago una propuesta.

¿Sigue abierta la posibilidad de una contracultura pensando en lemas como “la imaginación al poder”?

La consigna de “la imaginación al poder” es del mayo francés. El mayo francés tiene una diferencia principal con el octubre mexicano. “La imaginación al poder” es también consigna del Situacionismo, con Guy Debord, y con la que se construye un engarce con el deseo de cambiar al mundo y de cambiar la vida. Son dos dimensiones distintas. Cambiar al mundo es, si tú quieres, una cuestión macropolítica, y cambiar la vida es algo micropolítico. No es gratuito que, después del 68 francés, hubo una reconfiguración de todo el pensamiento. No podemos pensar a Foucault a Deleuze o a Guattari, a toda esta generación que justamente lo que hizo fue repensar al poder, a la política, sin el 68 francés. Se buscó reformular toda la estructura del pensamiento, y eso fue pensar otra forma de vivir. Para la época, el discurso hegemónico era el marxismo, y ellos empiezan a replantearse que no se trataba de la Revolución, sino de la resistencia y la micropolítica. Creo que los últimos efectos de eso los vemos en la literatura y en la filosofía. Está Tiqqun, el Comité Invisible, gente que está pensando hoy y que vienen de esta impronta: del 68, de los pensadores de ese momento. La pregunta es cómo es que siguen vigentes sus propuestas, cómo se puede seguir pensando.

El caso de México es diferente, por la cuestión del miedo. ¿Qué va a pasar? La siguiente concentración multitudinaria fue en el 71 y fue otra matanza. No volvemos a ver a jóvenes que se reúnen a pensar para hacer cosas sino hasta los 90, tal vez con el zapatismo. Todo lo que va a desatar el zapatismo, las congregaciones masivas en Ciudad Universitaria, donde volvemos a ver a los jóvenes en la calle, todo eso no sucedía desde el 68. Intelectualmente, también hubo represión. Muchos escritores fueron reprimidos y enviados a la cárcel. No tenemos un cambio en la imaginación política. Creo que seguimos bastante normalizados. El miedo sigue siendo algo fundamental y no lo pensamos tanto. No hay imaginación. Cada que hay un movimiento es repetir lo que se hizo en el 68. La consigna de “la imaginación al poder” es ahora cuando tiene más sentido. ¿Dónde está nuestra imaginación? No es imaginación estar reciclando una idea de cómo tiene que ser la Revolución. No tenemos estrategias nuevas para el mundo que estamos viviendo. Tendríamos que retomar esa consigna. Podemos imaginar diferentes formas de vivir. Los movimientos de ahora tendrían que estar pensando en esas formas distintas. No podemos seguir usando las mismas, porque pierden su potencia.

¿Cómo es esa idea de la juventud que se fragua en el 68 y después?

En el 68 ya hay una presencia fuerte de los medios de comunicación, aunque tenemos un gran problema: no hay televisión por cable. Entonces, la homogenización fue más directa. Las figuras de la televisión que definían cómo tenían que ser los jóvenes irrumpieron con quienes salieron a las calles, jóvenes que, de pronto tenían una consciencia crítica. Esa juventud es completamente diferente y, por eso, completamente peligrosa. Yo creo que el Estado mexicano tuvo mucho miedo, porque sí reconoció una potencia. A quien principalmente se le rompió el equema fue al gobierno, por eso la manera en la que reprimió. El acontecimiento fue novedoso, disruptivo, algo que no se esperaba. Sí se tuvo una imagen de la juventud rosa, no la que está reclamando cosas, y que tiene un poder y que sale a la calle, y que no puedes contener. Fue tan violenta la represión porque tiene que ver con ese carácter inesperado. La imagen que México quería proyectar a nivel internacional es algo que peligraba.

¿Cuáles son los efectos en el estado actual del país y del gobierno?

La sistematización de la violencia había sido impecable, porque no nos enterábamos. Lo del 68 se supo, pero a través de lo borrado y lo escondido. Hasta hace unos años fue cuando se comenzaron a abrir los archivos. Pero es algo que pasa en todo el país, y justo está relacionado con esta estructura de cacicazgo en la que seguimos metidos. Por eso en México es muy absurdo hablar de modernidad. Ahora hay cosas más visibles porque tenemos redes sociales, y eso ha modificado algo que el Estado se encargó todo el tiempo de mantener, más con los medios de comunicación de su lado, que era una imagen del “no pasó nada”. Pero creo que ahora, más que nunca, tenemos consciencia de que algo está pasando, pero tampoco hemos tenido la inteligencia para hacer algo al respecto. No sirve de nada tener la información o denunciar, si no tenemos una acción directa. No sé qué es más peligroso. Volvemos a la imagen de quienes solo están viendo a través de las ventanas del conjunto habitacional en Tlatelolco. Ahora estamos viendo las pantallas de nuestras computadoras, con toda la información, y de todas maneras no hacemos nada. Me parece pertinente decir que a la luz de lo que pasó en el terremoto, es importante retomar la fuerza de lo político que de repente surge: una capacidad de organización, una capacidad de hacer las cosas, de ver hacia otro lado, de pasar de largo al Estado, al gobierno, a las instituciones, para empezar a apropiarse de las cosas. Del 68 no quedó el lado revolucionario, festivo y crítico, el lado de la imaginación. Al contrario, lo que tenemos es una institucionalización de lo que es ser revolucionario: paro, marcha, paro, marcha.

¿Cómo leer el 68 en relación a la memoria que hemos construido de lo que pasó?

El argumento de la memoria desvía un poco. Es una forma de memoria que es reactiva, pero no activa. Yo pensaría en una memoria activa. No se trata de conmemorar, eso no acciona una crítica sobre la memoria. Decía Nietzche que necesitamos una historia para la vida y para la acción. Necesitamos tener cuentas claras, pero, ¿para qué? Lo que necesitamos es garantizar que este tipo de cosas no se repitan. Y no hemos sido capaces de hacer eso. Ayotzinapa es un claro ejemplo. La memoria que conmemora es catártica, pero el punto es cómo hacemos para garantizar que no vuelva a ocurrir algo parecido, porque sigue ocurriendo. De nada me sirve que las cuentas sean claras, lo que hay que hacer es desmantelar una estructura, la sistematización de la violencia que está operando y que no ha dejado de operar. ¿Exigimos justicia por lo que ya pasó? ¿Y por qué no exigimos justicia para lo que viene?

¿Cómo imaginamos entonces la protesta tras el 68?

Creo que no necesariamente se trata de ganar el espacio público. Simbólicamente, puede dejar de significar. Estamos corriendo el peligro que pase con esta institucionalización del “paro, marcha”. No es nada más ocupar el espacio público, simbólicamente tiene que representar algo. Pensar que es inmediato, tampoco es cierto. Si revisamos el 15M, se reconfiguró por completo el espacio público. No es nada más ir y pararte en el Zócalo. Sí hay una falta de sentido y que tenga fuerza política. Tendríamos que preguntarnos para qué. Con todo lo que está pasando en la UNAM, en la primera marcha no hubo oradores. A mí me parece grave que, al final de una marcha, llegues a Rectoría, que es también un espacio simbólico, y no haya ningún discurso. Eso quiere decir muchas cosas. Quiere decir que no había pliego petitorio. Creo que, de tan repetitivo, lo que pareciera que es la toma del espacio público, tal vez ya no se tome de la misma manera.

¿Qué nos dejó entonces el 68?

Tendríamos que hacer un balance de qué tanto hemos cambiado y qué tanto no, si realmente las cosas que ahí se proponían fueron logradas, a nivel de derechos, de seguridad, de justicia. Es bastante preocupante que a 50 años estemos en lo mismo. Es un punto positivo que después de 50 años, se haya tenido el valor de cambiar al gobierno. Después del 68, el pueblo mexicano se convirtió en la imagen del miedo. Pero, si hoy me preguntan qué ha sido un acontecimiento político, diría que el terremoto del año pasado. Demostramos qué pudimos hacer las cosas de otra manera. Tenemos que recuperar esa fuerza que estuvo un movimiento para generar líneas de fuga, tratarnos de otra manera, relacionarnos de otra manera. Construir un país desde otro lado. El 19 de septiembre fue el día del espacio público, pero es terrible que sólo lo tomemos cuando se cae. Eso sí fue tomar el espacio público en el sentido más fuerte de la comunidad y la solidaridad, cosas que ya no teníamos. Creo que habíamos perdido el contacto con los otros. Esta ciudad era inhabitable y parecía que se tenía que volver a caer para que se volviera a poder habitar. La inteligencia que empezó a operar reveló lo que para mí siempre ha sido claro: que las instituciones y el gobierno solo estorban. Toda la gente pensó en dar y la lógica del gobierno fue quitar. En el sismo podemos resumir que el acontecimiento no sólo es político en términos de la protesta, sino también en esta otra forma de reverberación que puede haber entre los cuerpos. Es algo que provoca que habites el espacio público de manera distinta, pero también que puedas sentir la comunidad. Y la comunidad no es algo que está fijo, sino que también acontece. Si recuperamos el impulso, la certeza de lo que podemos hacer, creo que podemos hacer. Y lo vimos: una de las consecuencias de esta comunidad la vimos en el voto. Sí, fue el colmo: se cayó el país y el gobierno actuó de una manera miserable. El pueblo actúo como pueblo. Hubo una responsabilidad del voto que nunca había visto. Yo no soy obradorista, pero sí se buscó cambiar el país. Se pasó de hacer una cosa política vertical, a querer hacer de nuevo habitable lo inhabitable, lo inhóspito.

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Tlatelolco: espacio y memoria. Conversación con Gina Cebey https://arquine.com/tlatelolco-espacio-memoria-gina-cebey/ Wed, 03 Oct 2018 14:00:35 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/tlatelolco-espacio-memoria-gina-cebey/ Antes del 68 ya se tenían lecturas sobre Tlatelolco como un punto en donde había tres tiempos enredados, pero el 68 define de muchas maneras un paisaje que está vinculado con la memoria, no sólo con la histórica sino también con la urbana.

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En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

 

¿Cuál es tu visión, desde tu generación y desde tu quehacer, de lo que pasó en el 68 respecto su situación urbana?

Creo que el 68 define de muchas maneras un paisaje que está vinculado con la memoria, no sólo con la histórica sino también con la memoria urbana. Es curioso porque antes del 68 ya se tenían lecturas sobre Tlatelolco como un punto en donde había tres tiempos que estaban enredados. Un espacio que había sido mercado prehispánico, la iglesia colonial y, después, donde se levanta un símbolo de la modernidad. Pero, al parecer, es como si el 68 hubiera logrado articular esa idea entre memoria histórica y memoria urbana, porque es ahí donde esos tiempos compiten en todo momento y donde se da un punto cero para la memoria y para el imaginario urbano, como el sitio donde una masacre ocurrió y a donde hay que volver cada año para dar voz y buscar una respuesta simbólica desde el presente a ese pasado que marcó la historia del México contemporáneo. Tal vez por ahí podamos empezar a entender el impacto del 2 de octubre en la transformación del imaginario urbano.

No es casual, entonces, que haya pasado algo como el 68 en un lugar como Nonoalco Tlatelolco y que ahí se marcara un corte para el proyecto moderno de México y su mitología.

Tal vez el mito anterior era esa idea de que primero en Tlatelolco había una “herradura de tugurios” que tenía que erradicarse para levantar ese nuevo centro moderno, que operó como si fuera un rastrillo: sacar todo lo que había ahí para aplanar esa zona e intentar empezar desde cero. Desde ahí se comienza a construir un mito. Alguna vez leí que Tlatelolco significaba “montículo de arena”, y si nos vamos al inicio, todo lo que pueda pasar ahí, en términos constructivos, puede fallar: es la imagen de levantar un cimiento sobre arena. Una imagen bastante poderosa que explica por qué tal vez Tlatelolco es como una concepción de fracasos y fracasos que siempre se están ligando a lo espacial. Hay una conquista que termina con un tipo de comercio, que era el mercado. Luego viene la iglesia colonial. Luego ese edificio que es como el gran momento de la utopía modernizadora de México pero que nunca acaba de cuajar. Luego, el 2 de octubre, que deja una marca muy fuerte en ese espacio, con el que tal vez inicia su debacle. Luego viene el 85, que es cuando se cae, en varios sentidos, y ahí se lee un posible golpe contundente en términos materiales. Si el 68 había sido el golpe simbólico, donde se aclaró que ese era un lugar que se iba a recordar en tonos grises, el 85 fue el punto final. Yo también considero que Tlatelolco refleja todos los anhelos colectivos que no van a poder cuajarse: ni el de la memoria, ni el de la cohesión social, ni el de la modernidad mexicana.

La “modernidad” fue quizá una pantalla para una sociedad que no llega a ser suficientemente moderna, como lo has planteado en tu libro: el Museo de Arte Moderno o Insurgentes 300, por mencionar sólo dos casos. Hay una voluntad de modernización del país que en muchos aspectos podría parcer superficial. En ese momento de choque, lo que aparece es un grupo de jóvenes que buscan se cumpla esa promesa de modernidad, que no se quede en edificios, en instituciones físicas, sino en una democracia realmente moderna. Es como una lógica de esta modernidad mexicana.

Recuerdo el texto de Monsiváis sobre la Manifestación del Silencio y me parece uno de los mejores ejemplos para entender la significación del espacio en relación con el movimiento del 2 de octubre. Es la crónica de esa marcha. Lo que cuenta Monsiváis es cómo van caminando todos por Reforma y empieza un recorrido por las calles. Menciona que pasan frente al Museo Nacional de Antropología e Historia, que es el gran objeto moderno de la avenida, que solamente fue construido para clasificar la herencia, y que es simbólico pasar frente a ese edificio que sí, es cierto, es modernidad pero que sólo se erige como un concepto pues, en realidad, no está operando con la sociedad, ni con lo que se promete a futuro ni como lo que ya está planteado como el pasado. Recuerdo que este texto sigue contando el avance por Reforma, haciendo una descripción de la avenida y de los edificios, y de cómo el tiempo de la ciudad interpela a quienes están marchando. Al final, creo que la marcha termina en el Zócalo. Ya no tendría tanto que ver con el 2 de octubre, pero sí concibo que la idea es justamente el deseo real de modernidad, que está en manos de estos jóvenes que toman las calles y deciden que la Plaza de las Tres Culturas es el lugar donde va a tomar cuerpo esta exigencia. Si ellos eran la modernidad, son también una promesa que se niega, que se niega de una manera violenta.

¿Tlatelolco siempre como ruina?

No estoy tan segura de que después del 68, Nonoalco fuera un fracaso. Fue un monumento del proyecto de la modernidad. Lo interesante es que la propia sociedad es la que tensa la idea de que eso es un monumento a la modernidad y va ahí a exigir se cumpla su promesa. Yo hace mucho no voy a Tlatelolco. Pero a pesar de que se ve ruinoso, se ven las rejas que han puesto los vecinos, se ven estas intervenciones del habitante que está lidiando con el contexto y con la zona. Me parece que es un lugar que sigue muy vivo. La apertura del Centro Cultural Universitario Tlatelolco le dio otra vida a este lugar. Las actividades que realizan en la Unidad de Vinculación Universitaria también me parece que resultan interesantes para tratar de entender Tlatelolco. Tal vez ahí podríamos discutir qué tanto hay de “fracaso”. Creo que es un lugar muy interesante porque está apelando a la memoria de lo que pasó.

¿Cuál es la relación entre el espacio público y la protesta después del 68?

Tal vez cambió la concepción del espacio público como el lugar al que ir, al que los ciudadanos pueden ir a reclamar. Pero también creo que todo el tiempo los ciudadanos están delimitando esta nueva idea de lo que es el espacio público. Justo en la crónica de Monsivais se habla de cómo la manifestación va entrando al Zócalo y cómo está desbordado. Eso de inmediato remite a la marcha que hubo por los 43 estudiantes de Ayotzinapa. La mayoría de los ciudadanos tenemos una relación con el espacio público como el foro para hacernos escuchar. Todos sabemos qué pasó en el 68 y siempre en una marcha habrá el recuerdo, sin que se deje de pensar en las consecuencias de protestar. Tal vez en algún momento se despolitizó el espacio público en términos que ya no era el sitio al que se debía ir y se impusieron ciertos usos comerciales, mismos que siempre están en tensión con los usos civiles, pero ese uso primario y político sigue ahí.

El peso de la arquitectura moderna como escenario de la matanza, ¿es sólo simbólico?

Lo que me parece más interesante del caso de Tlatelolco es que la promesa de modernidad que se expresa en la arquitectura es también muy contundente en su relación con la sociedad. Específicamente, en el caso del 2 de octubre y de lo que pasó en Tlatelolco, pareciera que la arquitectura moderna traicionó a los que estaban ahí presentes: desde las torres, desde la altura, vigilaron y dispararon, y la gente quedó cercada entre edificios. Aquí la arquitectura moderna, la gran promesa, en realidad traicionó a la sociedad. No es raro que la gente ya no quisiera ir a mítines a lugares cerrados y prefirieran espacios abiertos.

Todo esto de lo que nos hablas, ¿sigue presente al visitar Tlatelolco?

Desde que se abrió el memorial, se convirtió en un punto al que constantemente iba porque me interesaba el tema de la memoria, pero también me empezó a llamar la atención lo que estaba haciendo el grupo de Vinculación de Actividades con la comunidad. Me parecía que hacían un trabajo increíble. Tenían cursos para los habitantes —de hip-hop y de improvisación— e ideas sobre integración comunitaria que me parecían muy interesantes y también muy lógico que sucediera ahí. No he ido recientemente, pero lo recuerdo como un lugar en el que siguen sucediendo cosas y los lazos comunitarios siguen marcando el espacio. Eso me gusta de Tlatelolco. Lo recuerdo como la Unidad de Vinculación Universitaria, recuerdo los murales que hicieron. También me parecen un acto de respuesta al espacio. El memorial fue un gran nodo para volver a Tlatelolco, para recordarlo y para pensar el espacio en relación a la memoria.

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El 68: retornos y constataciones. Conversación con Cuauhtémoc Medina https://arquine.com/68-cuauhtemoc-medina/ Tue, 02 Oct 2018 18:00:59 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/68-cuauhtemoc-medina/ En esta serie de entrevistas buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Esta es la conversación con Cuauhtémoc Medina.

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A 50 años del 2 de octubre de 1968 se ha anunciado que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, un organismo de la Secretaría de Gobernación, reconocerá públicamente las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante un mitin que se congregó en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. No se puede negar la importancia de que el Estado reconozca sus propios crímenes, pero el medio siglo transcurrido nos permite decir que la memoria en torno a un año tan medular para la historia de México —y del mundo— es mucho más compleja que un acto oficial.

El 68 representó una inyección de cosmopolitismo, de apertura hacia nuevas estéticas, teniendo en la Olimpiada Cultural una muestra paradigmática. Ese año también vio la aparición de un proyecto de ciudad que resumió muchas de las ambiciones de la modernidad arquitectónica. El conjunto Nonoalco-Tlatelolco, proyectado por Mario Pani e inaugurado en 1964 por el entonces presidente Adolfo López Mateos, se presentó como la prueba de la buena salud del partido hegemónico, del crecimiento y la consolidación de la clase media y de que las ideas urbanas y arquitectónicas de esos años podían llevarse a cabo. Sin embargo, hay que seguirlo repitiendo: en esos edificios los estudiantes buscaron refugio de las balas o fueron amagados, y en las plazas públicas del conjunto murieron jóvenes o fueron desaparecidos. Esta condición urbana del 2 de octubre no es aislada. La grieta social que resquebrajó la obra de Mario Pani se extendió hacia la modernidad misma. Y de esta condición urbana es de donde partimos. Después del 68, ¿qué implica protestar? ¿Qué significa ocupar el espacio público y que los cuerpos dialoguen con los símbolos urbanos? También, ¿qué tiene de vigente un movimiento estudiantil que demandó que se cumpliera una promesa de modernidad?

En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

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Nuestro Tlatelolco https://arquine.com/nuestro-tlatelolco/ Tue, 02 Oct 2018 14:00:22 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/nuestro-tlatelolco/ Tlatelolco presenta sus especificidades y sus testimonios siempre en una conexión inquebrantable con los grandes procesos de la historia nacional y de la ciudad. Llega a ser tan agotador como indispensable.

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No sé si otras grandes ciudades tengan su Tlatelolco. Es más, ni siquiera estoy seguro de qué significa tener un Tlatelolco. Podría partir del lugar común que compartimos dentro y fuera de la ciudad de México, de que Tlatelolco aglomera tanto significado que es, como dicen tantos, un sitio cargado, denso, pesado, indigesto… los más esotéricos hablarán de energías y vibras. Pero creo que, en principio, eso tendría que ser cierto para cualquier núcleo antiguo de cualquier urbe. En estos núcleos se tomaron y se ejecutaron decisiones, ocurrieron celebraciones y tragedias, glorias e infamias atroces, se marcaron y materializaron hitos en el relato de sus pueblos, se conservaron y se renovaron cosas según los gustos y técnicas cambiantes. ¿Por qué Tlatelolco tendría que distinguirse como espacio privilegiado de memoria urbana? ¿Por qué veríamos ahí una carga especial? 

Se me ocurre que tal vez, a través de los siglos, Tlatelolco negocia en los imaginarios una ambigua posición entre el centro y el margen. Siempre a la sombra del núcleo que tiene a escasos 3 kilómetros al sur, se ha proyectado de todo y pocas veces consigue terminarlo. En tanto, no deja de insistir en ser una escandalosa parte de todo. Su marginalidad le permite que los procesos centrales que ahí ocurrieron afloren de una manera ineludible. Sus acontecimientos se abren paso para ser recordados por sí mismos junto con el énfasis de que no ocurrieron en el tablero central sino ahí, en Tlatelolco. El centro, en cambio, aglomera tanto y de todo como un hoyo negro. Absorbe los grandes hitos y los pequeños, los más antiguos y los más recientes, los más simbólicos y los que pasaron inicialmente desapercibidos, dejando una masa que a veces deja escapar de forma caótica y como una suerte de eructos algunos recuerdos o elementos aislados. 

Ahora que hablamos tanto –y estoy convencido de que demasiado- del branding de las ciudades, los funcionarios devenidos en publicistas o viceversa buscan asociarle un paradigma de conceptos e ideas bastante sencillas, amplias y a veces medio bobas, que consigan dar una identidad comercial a la ciudad. Así, la Ciudad de México puede ser algo tan volátil como los colores vivos y de preferencia el rosa, reírse de la muerte, Frida Kahlo, comer bien rico, modernidad junto con tradición, el cosmopolitismo aspiracional de la Roma-Condesa y, si queda tiempo, su cercanía con Teotihuacán. Si nos tiembla, no quedará más que curarle esta área de oportunidad a la marca con el concepto de la solidaridad de su gente. 

El paradigma del branding no nace de la nada, sino que es resultado de esa aglomeración que de tan densa perdió consistencia, perdió coherencia, perdió la sofisticación de sus especificidades: puedes tener algo tan concreto como Frida pero segmentada del gran contexto urbano, político y social que la explica. El imaginario más superfluo de la Ciudad de México, como de cualquier otra centralidad urbana, acaba siendo un raro éter de generalidades y especificidades tratadas por igual.

Nada se salva de la ligereza y menos los grandes imaginarios urbanos que justo de eso se componen. Aún así, en Tlatelolco la memoria de acontecimientos precisos suele imponerse a las ambigüedades, aunque sea como una mera noción. Su marginalidad le ha permitido perder la fuerza gravitatoria que apelmaza todo el devenir histórico en una misma masa, pero su centralidad le permite irrumpir en la escena de la ciudad de manera estrepitosa. Y entonces, Tlatelolco aparece en la memoria no por la calidez de su gente y los sabores de su gastronomía, sino por sus hitos… sobre todo, por sus muchas caídas. La caída del edificio Nuevo León en 1985, la caída de los estudiantes frente al Estado en 1968, la lenta caída del utópico Colegio de la Santa Cruz, la caída del imperio mexica frente a los españoles el 13 de agosto de 1521, la caída del Tlatelolco de Moquíhuix frente a la Tenochtitlán de Axayácatl en 1473. Sin siquiera reparar en otros hechos, procesos y acontecimientos relevantes, con eso tenemos de lleno para la indigestión. 

El espacio de Tlatelolco ha sido transformado de forma dramática y, sin embargo, los testimonios quedaron flotando entre los jardines y distanciados edificios de la unidad habitacional que Carlos Monsiváis también consideró una utopía: la del “México sin vecindades”. Su transfiguración consiguió exhibir cruda y materialmente la fuerza de estas caídas, de estos recuerdos. Tras una lucha entre planificadores, arquitectos, funcionarios y arqueólogos en la década de 1960, nos quedó esa Plaza de las Tres Culturas como uno de los sitios más intensos de la Ciudad de México… y de paso del urbanismo del Movimiento Moderno. Visita escolar obligada.

Para los que no somos vecinos de ahí, Tlatelolco nos ofrece salir de una Ciudad de México donde la memoria a veces se armoniza en el todo y nada de su marca, para entrar a una donde cada cosa reclama su atención y, para colmo, una atención reflexiva, profunda y también medio adolorida. Tlatelolco presenta sus especificidades y sus testimonios siempre en una conexión inquebrantable con los grandes procesos de la historia nacional y de la ciudad. Llega a ser tan agotador como indispensable. Insisto, no sé si otras grandes ciudades del mundo tengan su Tlatelolco. Yo no lo he encontrado.

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El 68: un símbolo siempre abierto de la autonomía. Conversación con Humberto Beck https://arquine.com/el-68-humberto-beck/ Mon, 01 Oct 2018 11:00:31 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-68-humberto-beck/ En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68. Para Humberto Beck, el 68 es un símbolo siempre abierto de la lucha por la autonomía social y de la movilización.

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A 50 años del 2 de octubre de 1968 se ha anunciado que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, un organismo de la Secretaría de Gobernación, reconocerá públicamente las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante un mitin que se congregó en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. No se puede negar la importancia de que el Estado reconozca sus propios crímenes, pero el medio siglo transcurrido nos permite decir que la memoria en torno a un año tan medular para la historia de México —y del mundo— es mucho más compleja que un acto oficial.

El 68 representó una inyección de cosmopolitismo, de apertura hacia nuevas estéticas, teniendo en la Olimpiada Cultural una muestra paradigmática. Ese año también vio la aparición de un proyecto de ciudad que resumió muchas de las ambiciones de la modernidad arquitectónica. El conjunto Nonoalco-Tlatelolco, proyectado por Mario Pani e inaugurado en 1964 por el entonces presidente Adolfo López Mateos, se presentó como la prueba de la buena salud del partido hegemónico, del crecimiento y la consolidación de la clase media y de que las ideas urbanas y arquitectónicas de esos años podían llevarse a cabo. Sin embargo, hay que seguirlo repitiendo: en esos edificios los estudiantes buscaron refugio de las balas o fueron amagados, y en las plazas públicas del conjunto murieron jóvenes o fueron desaparecidos. Esta condición urbana del 2 de octubre no es aislada. La grieta social que resquebrajó la obra de Mario Pani se extendió hacia la modernidad misma. Y de esta condición urbana es de donde partimos. Después del 68, ¿qué implica protestar? ¿Qué significa ocupar el espacio público y que los cuerpos dialoguen con los símbolos urbanos? También, ¿qué tiene de vigente un movimiento estudiantil que demandó que se cumpliera una promesa de modernidad?

En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

 

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Arquitectura o revolución https://arquine.com/arquitectura-o-revolucion/ Fri, 02 Oct 2015 14:55:22 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-o-revolucion/ En 1964, refiriéndose al proyecto del Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, Mario Pani escribe en laRevista Banobras que su proyecto y visión se enmarcaba dentro de la “revolución pacifica” que se había propuesto el Gobierno de aquella época. Su texto recogía así otra sentencia realizada por el Presidente López Mateos donde destacaba que “una revolución pacífica evita una revolución violenta”, ideas que remiten a aquella otra con la que Le Corbusier cierra su libro 'Vers une architecture', y que se resume en una disyuntiva: Arquitectura o Revolución.

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En 1964, refiriéndose al proyecto del Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, Mario Pani escribe en laRevista Banobras –una de esas revistas que servía para promocionar los logros arquitectónicos modernos que venían auspiciados por esta institución bancaria– que su proyecto y visión se enmarcaba dentro de la “revolución pacifica” que se había propuesto el Gobierno de aquella época. Su texto recogía así otra sentencia realizada por el Presidente López Mateos donde destacaba que “una revolución pacífica evita una revolución violenta”.

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Sin querer perder el aire revolucionario (e institucional), heredero de principios de siglo, ambas ideas remiten a aquella otra con la que Le Corbusier cierra su libro Vers une architecture, y que se resume en una disyuntiva: Arquitectura o Revolución. La frase juega con un doble sentido, de un lado nos habla de una revolución necesaria para la arquitectura que sustituya el “trasto viejo, saturado de tuberculosis” en que se había convertido la casa con la ciudad industrial; de otra parte la arquitectura moderna que proponía era una alternativa a la violencia y sublevación. Sin embargo, el libro acaba por resolver la disyuntiva con una frase -que LC escribió a mano sobre el manuscrito original- que impide cualquier posibilidad de elección: “La sociedad desea violentamente una cosa que obtendrá o no. Todo depende de eso, del esfuerzo que hagamos y de la atención que acordemos a esos síntomas alarmantes. Arquitectura o revolución. Podemos evitar la revolución”. 

Escrito en 1923, Le Corbusier sabía –y conocía– que el fantasma que recorría Europa se había levantado tan sólo unos pocos años antes en la Unión Soviética se había convertido el una amenaza para sus vecinos. Para el suizo, la revolución significaba el caos, y era la consecuencia lógica de una sociedad molesta que había perdido su modo y calidad de vida por culpa de la ciudad industrial, lugar enfermizo para el cuerpo y el espíritu. Así, la arquitectura –su arquitectura– era para LC la única salida posible la sublevación de una población civil descontenta.

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Los distintos gobiernos Europeos, conscientes de esta problemática, y necesitados además de la construcción rápida de vivienda tras la guerra, acaban por aceptar las ideas de esta nueva arquitectura, que a partir de entonces se vuelve, más claramente, un producto industrializado, en serie, homogéneo y de volúmenes claros y blancos. Como el París del Barón Haussmann, el nuevo diseño urbano aparecía alumbrado bajo necesidades sociales e higiénicas. El mundo necesitaba limpiar la ciudad –sacar la basura fuera, habría que decir– y la arquitectura era el método para lograrlo. Manifestaba, sin embargo, otro aspecto, más oculto en los libros de arquitectura, que le daba a la arquitectura potencial suficiente como para transformarse en un elemento de dominación y control. El París hausmanniano permitía la represión de las revueltas y la modernidad, con lógica similar, se convertiría en una herramienta de vigilancia (1).

Cuarenta años después, cuando la propia arquitectura moderna estaba cuestionándose sus propias ideas, México apostaba por un gran proyecto de Estado que recogiera las principales ideas modernas: el Conjunto Habitacional Adolfo López Mateos Nonoalco Tlatlelolco. Definido como una supermanzana o una ciudad dentro de la ciudad –conformada por casi 12,000 viviendas con hospitales, escuelas, centros deportivos, cines y teatros– alejada del ruido, la suciedad y el malestar, se confeccionó como una Tabula Rasa que eliminó la “herradura de tugurios” que se ubicaba en aquella zona previamente, pero manteniendo los restos heroicos que allí se habían dado en el pasado. Así, la Plaza de las Tres Culturas –centro del nuevo proyecto urbano– representaba los tres poderes y legados que ahí se encontraban, el prehispánico, el colonial y el liberalismo que traía consigo la modernidad. La modernidad construía un nuevo lenguaje de Estado, publicitado por anuncios, revistas y fotógrafos, libre de todo historicismo y traía, por supuesto, el progreso, la idea de un futuro mejor: nuevos materiales constructivos y, especialmente, nuevos espacios por aprehender.

Quizás por esa falta de conocimiento sobre su forma de uso, los espacios de la modernidad mexicana de mitad de siglo se convirtieron en escenario perfecto para la protesta y la búsqueda de nuevas formas y lugares de representación. Podemos imaginar el proyecto de CU ocupada por los estudiantes, pero especialmente la mencionada Plaza de las Tres Culturas donde, el día 2 de octubre de 1968, se materializó “una matanza indiscriminada que acabó con las manifestaciones del descontento popular” (2). La arquitectura moderna se convertía en testigo mudo del fracaso político y cumplía fríamente aquello que rezaba su concepción original: “¿Arquitectura o revolución? (…) Podemos evitar la revolución”.

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(1) Véanse los trabajos de Beatriz Colomina como Arquitectura y publicidad o La domesticidad en guerra.
(2) ADRIÀ, Miquel. Un intruso en Tlatelolco. En arquine.com

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Pani y la vivienda colectiva https://arquine.com/pani-y-la-vivienda-colectiva/ Mon, 30 Mar 2015 16:03:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/pani-y-la-vivienda-colectiva/ La ciudad ideal que imagina Pani es la representación platónica que mezcla el Paris de Haussmann y la Ville Radieuse de Le Corbusier. Su ciudad se construye en positivo, siendo los edificios los que la moldean.

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La concepción urbana preconizada por Le Corbusier en la Ciudad Radiante hizo mella en Mario Pani. “La segunda propuesta urbanística teórica del arquitecto franco-suizo después de la Villa Contemporaine de 1922, abandonaba el esquema de centro y periferia para organizarse a partir de un eje vertebrador que unía la cabeza –la ciudad de los negocios- con las manos –la industria-, dejando a ambos lados del mencionado eje los sectores residenciales organizados en bloques a redent –zigzag o greca-, dispuestos sobre un continuo paisaje verde y dotados de los equipamientos necesarios”. Pani comparte el entusiasmo y comprende las virtudes del modelo para densificar la ciudad de México y el impacto formal de dicha transformación. Él mismo recordaba que “desde hacía mucho tiempo me preocupaba esta idea de la arquitectura habitacional. El origen del asunto es la teoría de Le Corbusier sobre la Ciudad Radiante, es decir, edificios de gran altura que permitan liberar espacios para dejarlos verdes, con los servicios que requieran en planta baja. Por cierto que esta idea no se había realidad nunca, pues en el mismo momento que a mi se me ocurrió hacer el primero, el Multifamiliar Miguel Aleman, Le Corbusier estaba haciendo la Unidad de Marsella, que era un edificio de tan sólo trescientos departamentos, pero se acabó después de que yo terminara el conjunto de aproximadamente mil viviendas”.

Pani fue un tenaz promotor capaz de transmitir su pasión por las ideas y las formas que imaginaba a los inversionistas, a las autoridades y a sus colaboradores. Sin embargo, desde su posición despolitizada, mantuvo distancia con los colegas “socialistas” mexicanos que veían en el proyecto moderno de ciudad un instrumento para cambiar la sociedad. De no ser por su carácter convincente y apasionado, los proyectos de vivienda colectiva –el primer multifamiliar, el primer condominio- que transformaron la ciudad de México, batiendo récords, modificando reglamentos o cambiando leyes, no habrían pasado del restirador.

El Multifamiliar Presidentes Miguel Aléman (1948) nació como respuesta enardecida a un concurso de ideas convocado en 1946 por el director de Pensiones Civiles, José de Jesus de LiMA, para un conjunto de doscientas casas destinadas  a funcionarios del Estado. La ocasión estaba servida. Pani propuso el modelo corbusiano de bloques en altura (compuestos en zigzag como en las fotos de maqueta de la Villa Radiante) ocupando sólo el 20% del terreno sobre Avenidad Coyoacán, aumentando la densidad a 1,000 habitantes por hectárea y liberando el espacio común para áreas verdes y servicios. La propuesta era tan tentadora como inusual para el cliente. “ En un momento de audacia entusiasta, el arquitecto Pani pidió que le concedieran un plazo de quince días para presentar un proyecto detallado con su presupuesto correspondiente”.

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Así convenció también a sus colaboradores para desarrollar el proyecto arquitectónico en pocas semanas –trabajando en tres turnos las veinticuatro horas- y contagió a un grupo de jóvenes ingenieros emprendedores para que asumieran el riesgo de cotizar y construir a menos precio del estipulado, constituyendo la empresa ICA (Ingenieros Civiles Asociados), que se convertiría en la más importante  del país. El resultado fue un conjunto de nueve edificios de trece pisos y seis de tres. Los primeros se ligan en zigzag siguiendo una de las diagonales del terreno y los más bajos están aislados sobre los frentes de calle más cortas. El conjunto se orienta norte-sur permitiendo que casi la totalidad de las habitaciones disfruten de vistas a oriente-poniente. Los edificios de liga se orientan al sur. Toda la supermanzana pasa a ser peatonal y los automóviles se estacionan en el perímetro. La plantas bajas están destinadas a comercio y a pórticos de circulación y los departamentos son de dos niveles teniendo en el de acceso la cocina y el comedor y en el otro –subiendo o bajando- las recámaras y el baño. Los pasillos de circulación se reducen a uno por cada tres pisos.

Si bien las críticas de la época lo asociaron a “un campo de concentración”  y no fue tarea fácil que los funcionarios ocuparan las viviendas, “la adecuada ventilación, el asoleamiento constante, así como el diseño de departamentos en dos niveles para evitar la monotonía espacial y materiales constructivos de recia apariencia, que combinaba el concreto expuesto con ladrillo de barro”, acabaron por ser un éxito social y un hito del desarrollo de la ciudad.

Comparando este proyecto con la Unidad de Habitación de Marsella que Le Corbusier estaba construyendo en las mismas fechas, Pani recordaba que “nuestro proyecto tenía la gran ventaja de que las circulaciones eran al aire libre, como puentes, mientras que las de Le Corbusier eran pasillos internos”. El arquitecto proyectó además oficinas para la administración, escuela para 600 alumnos, guardería, lavandería con máquinas automáticas individuales y cámaras de secado, dispensario médico, casino, salón de actos, canchas deportivas y una alberca semiolímpica.

Dos años después, tanto la Dirección de Pensiones Civiles y Retiro como Mario Pani consideraban el Multifamiliar Miguel Alemán un experimento exitoso que podía superarse. Así en 1950 se inició el proyecto del Centro Urbano Presidente Juárez, con mayor presupuesto, mucha más extensión, más variantes tipológicas y menos agresividad formal. Una supermanzana de veinticinco hectáreas albergaría una población similar al multifamiliar anterior, donde antes existían un estadio y un centro deportivo. Si el primero ofrecía cuatro tipos de vivienda, el Juárez tenía doce, agrupados en distintos edificios. “Tal característica es opuesta a la sustentada por Le Corbusier en Marsella”, según reza la memoria del proyecto, “donde en un solo edificio coloca el mayor número de diferentes tipos de departamentos”. En este multifamiliar, pues, los departamentos más pequeños conforman los edificios más altos, y los grandes, destinados a familiar numerosas, estás más próximos a la tierra. También se mejoraran las orientaciones, ya que en el Multifamiliar Alemán, los bloques de liga proyectaban notables sobras sobre sus perpendiculares, por lo que aquí, en los edificios bajos las viviendas tienen doble orientación y en los altos se abren a oriente o a poniente con los pasillos de circulación hacia el norte.Este Multifamiliar, que nació con la intención de mejorar la primera experiencia, doblando el presupuesto de construcción por metro cuadrado y con sofisticados estudios estructurales y de cimentación, fue gravemente afectado por el temblor de 1985 y sería demolido a consecuencia del mismo.

La Unidad Nonoalco-Tlatelolco representa para varias generaciones de arquitectos y críticos mexicanos un “crimen de la modernidad”, sin arraigo territorial ni cohesión social, que muestra “la decadencia de los buenos principios asumidos para el diseño urbano y habitacional esgrimido por el propio Pani en sus primeros multifamiliares”. Sin embargo, este macro- conjunto habitacional es la utopía hecha realidad del Movimiento Moderno, el sueño construido que apuntaba Le Corbusier en el Plan Voisin (1925), donde propugnaba una tabula rasa radical en la ribera derecha de París como única solución al hacinamiento urbano.

La puesta en escena del proyecto urbano de la modernidad llegó algo tarde a México, cuando algunos sectores de la arquitectura internacional empezaban a ver con desconfianza el optimismo acrítico e insensible de los postulados modernos. Así, desde 1957, el grupo Team X, formado, entre otros, por Robert y Alison Smithson en Gran Bretaña, Aldo van Eyck en Holanda  o José Antonio Coderch en España, proponía actitudes dialogantes con las ciudades decimonónicas y con los trazados históricos, evitando la monotonía y el autismo de los nuevos paisajes construidos.

En 1964, Mario Pani y su Taller de Urbanismo realizaron un exhaustivo estudio para erradicar la “herradura de tugurios” que, según ellos, impedía la sana expansión de la capital. La zona de vecindades analizada tenía una densidad de 500 habitantes por hectárea en un solo nivel, sin servicios y un “hacinamiento terrible”. La propuesta de Pani ofrecía 1,000 habitantes por hectárea, con 75% de zona verde y todos los servicios integrados en los edificios, invirtiendo la proporción de llenos y vacíos. El conjunto se dividió en tres macro-manzanas separadas por los ejes norte-sur existentes, dando continuidad al trazado urbano. No obstante, se podía recorrer peatonalmente todo el conjunto desde la Plaza de las Tres Culturas, pasando por el Paseo de la Reforma, y llegar hasta Insurgentes a través de dos kilómetros de jardines arbolados sin cruzarse con vehículos. Planeado para 15,000 viviendas, distribuidas en edificios multifamiliares de distintas alturas, Nonoalco-Tlatelolco representaba una propuesta de alta densidad, con carácter ejemplar, donde de aplicaron los postulados modernos que Pani supo hacer suyos. Sus recetas para combatir los achaques urbanos debidos, casi siempre, al crecimiento acelerado, proponían crear ciudades “dentro” y “fuera” de la ciudad. Si ésta la llevaría a cabo con Ciudad Satélite, Tlatelolco fue la oportunidad para aplicar la gran escala una cirugía radical dentro de la ciudad existente, aprovechando los ensayos de los multifamiliares Presidente Alemán y Presidente Juárez.

Así, el trazado del conjunto estará dibujado por la composición ortogonal de tres tipos de edificios que corresponden a tres tipologías de vivienda. Los edificios bajos, de cuatro niveles sin elevador, convierten a las escaleras -sin descansos- en dinámicos conectores que dan acceso a dos departamentos cada medio piso.  Este hábil recurso de la selección queda expuesto en las dinámicas fachadas laterales. Los departamentos son de dos recámaras y un baño. Los bloques de ocho pisos, son perpendiculares a los anteriores y repiten el esquema del multifamiliar Juárez con circulación a norte y fachada sur. Su sección también muestra como eficientar las escaleras accediendo a los medios niveles. Estos departamentos son de tres recámaras con baño y medio. Los bloques más altos son de 14 pisos, con los comercios en sus niveles inferiores, ubicados equidistante y estratégicamente a fin de acortar las distancias desde cualquier edificio del conjunto a los locales comerciales.

Si un extremo del inmenso conjunto está definido por la Plaza de Las Tres Culturas, su opuesto es una afiliada flecha de sección triangular, conocida como Torre Banobras. El proyecto fue severamente criticado por sus dimensiones, falta de estética y destrucción de los vestigios históricos. Sin embargo, el sincretismo de la macro-plaza salvaguarda algunos vestigios del pasado prehispánico y colonial, incorporándolos a los espacios representativos de la modernidad de bloques abstractos y a la dureza cacofónica de las fachadas en blanco y negro.

En la Plaza de las Tres Culturas, un día de octubre de 1968, se rompió el hilo que articuló la historia de México. Una matanza indiscriminada acabó con las manifestaciones del descontento popular. Paradójicamente, y quizá no sea casual, sucedió en la nueva colonia de Tlatelolco, proyectada por Mario Pani. Si este conjunto para 100,000 habitantes era el paradigma  de la modernidad acrítica de altos bloques lineales, iguales a tantos de las periferias metropolitanas del planeta, sería también el parteaguas de la arquitectura mexicana y el principio del declive de la brillante y espectacular carrera profesional de Mario Pani. La belleza metafísica de este paisaje artificial se convertiría en un tabú, cargado de doble significado, que celebra la pérdida de libertades y la defunción de la modernidad.

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*Texto publicado en Arquine No.35 | La caja | Mario Pani y la vivienda colectiva

*Miquel Adrià participará el jueves 13 de junio como parte de la fila cero en Arquine Jams No.6 | Vivienda social, un debate abierto sobre la vivienda colectiva y de interés social, con el fin de revisar las claves que permitirán la evolución y el relevo de los modelos de vivienda colectiva conocidos.

El cargo Pani y la vivienda colectiva apareció primero en Arquine.

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