Resultados de búsqueda para la etiqueta [ecología ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Wed, 04 Oct 2023 14:32:27 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Ecosistemas urbanos. Conversación con Salvador Rueda https://arquine.com/ecosistemas-urbanos-conversacion-con-salvador-rueda/ Wed, 04 Oct 2023 14:29:57 +0000 https://arquine.com/?p=83550 Con estudios en Ciencias Biológicas y Psicología, Ingeniería Ambiental y Gestión Energética, Salvador Rueda ha trabajado en temas relativos al medioambiente urbano. Rueda es responsable del modelo de las supermanzanas en la ciudad de Barcelona, que lleva al plan con que Ildefonso Cerdá buscaba conectar el orden de la urbe con el del orbe.

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Con estudios en Ciencias Biológicas y Psicología, Ingeniería Ambiental y Gestión Energética, Salvador Rueda ha trabajado en temas relativos al medioambiente urbano. Además, fue, hasta 2019, el director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona desde su fundación en el año 2000. Actualmente, es presidente de la Fundación Ecología Urbana y Territorial. Rueda ha dicho que su paso de estudiar el cerebro —“el sistema más complejo de nuestro cuerpo”— a analizar ciudades —“los sistemas más complejos que ha creado la especie humana”—, lo llevó a entender y atender a la ciudad como un ecosistema humano. Rueda es responsable del modelo de las supermanzanas en la ciudad de Barcelona, que lleva al plan con que Ildefonso Cerdá buscaba conectar el orden de la urbe con el del orbe, a enfrentar los problemas de los grandes asentamientos humanos para reconstituirse como ecosistemas humanos viables a escala planetaria. Este es un fragmento de la conversación que se publica en el número 105 de Arquine: Mediaciones.

Miquel Adrià: El ensanche de Barcelona que proyectó Cerdá pasó de ser un plan local a un referente global, partiendo de un proyecto esquemático, una retícula isomorfa, abstracta y abierta que se podría extender al infinito que, si bien tiene secciones, surge de un trazo bidimensional. ¿Cómo pasamos del proyecto original a tu propuesta, que de algún modo puede interpretarse como una actualización o una continuación del proyecto original?

Salvador Rueda: En 1995 escribí un libro titulado Ecología Urbana. Lo presentó mi maestro Ramón Margalef. Apuntaba en esa publicación que Cerdà propuso la aproximación más sistémica que conozco. Él trabajaba con fractales, aunque quizá no lo sabía. Comentas que el plan era una morfología que podía extenderse hasta el infinito. Eso era precisamente porque la resolución de los desafíos y los conflictos que enfrentó Cerdà se daba en la manzana, en el fractal, en su interior. Luego repetía la solución hasta el “infinito”. Era una propuesta higiénica que pretendía que cada ciudadano tuviera 40 m2 de ciudad. La ciudad anterior, la Barcelona dentro de las murallas, tenía 13.5 m2 y los higienistas consideraban que la densidad excesiva era, en parte, la causa de las epidemias que sucedían cada 7 u 8 años. Además, las calles tenían que ser más anchas que la altura de los edificios para favorecer la dispersión del aire. Se incorporaron estos elementos en una ecuación para definir el tamaño de la entrevía (manzana) y conseguir los 40 m2 por habitante, se edificaba una mitad de la manzana y la otra era espacio libre. Pero el problema es que ese espacio libre iba a producir materia orgánica y humedad, que al pudrirse generaría los miasmas que, de algún modo, provocan las epidemias. Cerdà, que venía del campo, sabía que los árboles neutralizan la materia orgánica y además actúan como una esponja. Sabía también que si los juntaba demasiado la humedad no se iría, por lo que decidió separarlos 8 metros para neutralizar la materia orgánica y el agua. ¿Qué ocurrió entonces? Una vez definida la solución de la manzana, repitió la misma célula, incorporando otras variantes como la igualdad, que permiten construir un ensanche que algunos consideraban aburrido y repetitivo. Consiguió generar una morfología maravillosa que tiene una compacidad suficiente, que permite tener cantidad y variedad de actividades, y que coincide con lo que buscamos ahora. Además, en el Plan de 1863 se incorporó la locomotora a la ciudad y la domesticó.

En ningún caso llegó a incorporar el coche. El que trataría de domesticar el coche fue Le Corbusier con el Plan Macià de 1933, que no se llevó a cabo y, en cambio, el coche acabó invadiendo las calles y su velocidad no se adaptó a la ciudad, a los cruces cada 100 metros, por lo que se convirtió en un transporte lento que llenó de artefactos la ciudad. El coche no se ha llegado a domesticar. Y necesitamos hacerlo porque mata a mucha gente, la habitabilidad es horrible y genera disfunciones tremendas. Necesitamos reformular las condiciones del espacio público y domesticarlo. Así surge la propuesta de las supermanzanas. La evolución del concepto me ha llevado a plantear no sólo la transformación de la movilidad y el espacio público —que permite liberar el 70% del espacio dejando tan sólo el 15% de vehículos—, sino que además se convierte en el ecosistema urbano mínimo, un fractal, donde todos los principios y retos actuales del urbanismo ecosistémico se integran en unas 20 hectáreas. Por tanto, la idea de Cerdà se traslada a este mundo de la ecología y el urbanismo ecosistémico y lo trasciende, puesto que no sirve meramente para morfologías de ensanche, sino que puede ser aplicado a cualquier otra. 

 

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La arquitectura justa https://arquine.com/la-arquitectura-justa/ Mon, 19 Dec 2022 16:08:58 +0000 https://arquine.com/?p=73562 En su libro “La moda justa”, Marta D. Riezu dice que “ la única prenda realmente ecológica es la que no se fabrica” y plantea algunos retos para una moda sostenible y justa social y ecológicamente. ¿Se puede pensar así una “arquitectura justa”?

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La moda justa es el título de un libro firmado por Marta D. Riezu y publicada por Anagrama en su serie nuevos cuadernos. La presentación del libro dice:

La moda justa. Una invitación a vestir con ética. El título La moda justa responde a una doble acepción. La primera se refiere a tener en el armario la cantidad justa de ropa, la precisa, la esencial. A huir de la voracidad. La segunda habla de elegir lo íntegro, lo producido en un contexto donde nadie salga perdiendo. Como una prenda es algo inanimado, debemos ser nosotros quienes le imprimamos esa conciencia mediante el compromiso de conocer mejor quién está detrás de esa ropa, porque esa elección tiene consecuencias.

¿Se puede pensar de la misma manera en una arquitectura justa?

Habría que empezar por descartar la objeción simple de que la arquitectura y la moda no son lo mismo. No lo son, pero tampoco es que sean tan distintas como, arrogantemente, habrá quienes lo señalen desde la arquitectura. Si se piensa en la moda sólo como los vaivenes del gusto, no es que la arquitectura con sus estilos sea ajena a esas apreciaciones sociales y culturales, sólo que va más lento. Si se piensa la moda como una industria, la construcción de edificios, en la que la arquitectura una parte tiene, no es menor industria. En la arquitectura hay tanto de negocio, de creatividad, de publicidad, expresión, mercado y cultura como en la moda. Y si nos ponemos semperianos, entre el vestido y la cabaña hay relaciones antropológicas y filosóficas complejas: de la túnica a la morada y la búsqueda de satisfacer la necesidad de cubrirnos sumándole el placer simbólico de sus distintas apariencias, cambia en principio nada más la cantidad de aire entre la piel y la envoltura. Y quizás un derecho al abrigo pueda incluir desde el derecho a no morir de frío hasta el derecho a la ciudad, pasando por el constitucional derecho a una vivienda “digna y decorosa”.

Así que tratar de entender qué pueda ser la moda justa en algo quizá ayude para plantearnos una arquitectura justa. Eso sí, sin perder de vista las diferencias: si la moda rápida y desechable producto del neoliberalismo y la globalización tiene por resultado el exceso y, al menos para las clases medias globales, armarios llenos de prendas que si acaso fueron usadas una sola vez, mientras 92 millones de toneladas de ropa que nadie compró terminan cada año en tiraderos, la crisis de la vivienda tiene características acaso más complejas y que rebasan a la arquitectura como profesión, aunque también se construya por mero interés financiero, sean departamentos de lujo frente a Central Park o decenas de miles de casitas en zonas que ya ni siquiera podemos llamar periferias.

¿Qué dice Riezu que podamos retomar para pensar las posibles condiciones para una arquitectura justa?

Riezu explica que “la industria textil es un modelo basado en la explotación de la pobreza” y que “vestir no es un acto políticamente irrelevante, sino una práctica cotidiana asociada a realidades globales.” Lo mismo podemos decir de la arquitectura, sin duda. Dice que “de la costura se pasó, a principios del siglo XX, a la producción en serie. El prêt-à-porter contribuyó, por cierto, a la obsesión por la talla y las dietas, al obviar las medidas específicas de cada uno y establecer unas convenciones aleatorias.” La estandarización fue también consigna de la arquitectura moderna, que cuando se volvió estilo internacional, implicó imponer universalmente medidas y funciones, aplanando las diferencias y descartando usos, costumbres y tradiciones particulares. La moda llevó a que el sastre o la costurera cercanos —a veces tanto que es el mismo usuario— fuera sustituido por un diseñador o diseñadora que entre más reconocimiento acumula, más lejos se encuentra. No hace falta mucha explicación para entender el mismo fenómeno en la arquitectura. La búsqueda imparable de novedades, aunque sean recicladas, es otra característica que comparten ambas industrias del diseño.

Para alcanzar una moda justa, Riezu plantea tres retos. Primero, las personas que trabajan produciéndola: “los trabajadores deben poder llevar una vida digna, con una labor que favorezca su desarrollo personal y el de su comunidad, con salarios apropiados y condiciones de trabajo seguras y confortables.” La idea del arquitecto como la entendemos hoy —o como la impuso occidente moderno— implica una jerarquización del trabajo llevada al extremo, que a su vez conlleva grandes desigualdades sociales y económicas. Y eso, desde el interior de las oficinas de arquitectura, con colaboraciones no reconocidas y trabajo mal pagado, hasta la industria misma de la construcción, que en economías como la mexicana siguen dependiendo, como la moda, de “la explotación de la pobreza.” Si el albañil que trabaja en la construcción de una vivienda social no tiene los medios para hacerse de una de las unidades, eso no es vivienda social: es una simulación del sistema y el arquitecto que la diseña parte del engaño.

El segundo reto que plantea Riezu para la moda justa son los animales, en referencia a la manera como se obtiene la lana, la piel o el cuero para confeccionar ciertas prendas. Así que en arquitectura podríamos decir que ese segundo reto serían los materiales. ¿Cómo se produce el concreto o el acero? ¿De dónde se sacó ese mármol o aquél granito? Eso incluye pensar desde la huella ecológica de cada material que se emplea en construir un edificio, hasta las condiciones de los trabajadores que los producen o extraen las materias primas. Eso implica también asumir que, por ejemplo, no hay ninguna razón y ninguna disculpa para traer una pieza de mármol o el grifo de la cocina del otro lado del mundo, y que el arquitecto que los especifica para un proyecto se hace parte de un sistema de explotación de personas y recursos que, lo sabemos, es no sólo insostenible sino indefendible.

El tercer reto, dice Riezu, es la Tierra. O, dicho de otra manera, si el segundo reto es de dónde salen y cómo se producen los materiales para confeccionar una prenda —o construir un edificio—, el tercero es a dónde van a parar los residuos o qué tanto afecta al entorno esa prenda o ese edificio.

Estos tres retos tienen que ver con la urgencia de pensar y conseguir sistemas de producción sustentables, no sólo en términos ecológicos sino sociales, que ya nos hemos dado cuenta que son inseparables: la desigualdad e injusticia que ha generado el capitalismo tardío es la otra cara de la catástrofe ecológica. Explotación y extractivismo son el mismo gesto, dirigido hacia otras personas o hacia otros seres y a la Tierra entera.  Sin embargo, como escribe Riezu, “por si quedaba alguna duda: hoy en día, el término sostenibilidad no significa nada.” 

Riezu también afirma que “la única prenda realmente ecológica es la que no se fabrica”, y lo mismo podemos decir de los edificios: el único realmente ecológico es el que no se construye. Así que, quizá, una de las primeras preguntas que cualquier arquitecto o arquitecta deba hacerse hoy es si hace falta construir eso que le piden o desea diseñar. Por supuesto, las condiciones de esa pregunta son distintas en distintos lugares y para distintos tipos de edificio, pero siempre será necesario plantearla de algún modo.

Riezu concluye: “No hay marca perfecta. No hay materia prima sin su inconveniente. No hay vidas sostenibles impolutas. Priorizar radicalmente nos vuelve más lúcidos y despeja el horizonte de pociones.” Lo mismo podemos decir de la arquitectura y los edificios. Y, retomando lo que plantea la presentación del libro, decir que como un edificio es algo inanimado, debemos ser nosotros quienes les imprimamos conciencia mediante el compromiso de conocer mejor quién está detrás de ese proyecto, porque esa elección tiene consecuencias.

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Urbanismo, marginación y mosquitos https://arquine.com/urbanismo-marginacion-y-mosquitos/ Mon, 12 Sep 2022 15:38:00 +0000 https://arquine.com/?p=69110 En su reciente libro Monstruos de la barranca. Entre miseria y aguas residuales, Giovanni Marlon Montes Mata y Rafael Monroy Ortiz, abordan los efectos —o, más bien, defectos— que implicó el crecimiento urbano de Cuernavaca, estudiando el destino de las aguas residuales junto con la proliferación de mosquitos en las barrancas que atraviesan o, más bien, fueron llenadas por asentamientos urbanos —tanto formales como informales.

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oh, hang the mosquito, kill the mosquito!

the pesky mosquito, that never gets fat;

we ne’er shall have peace till his buzzing shall cease,

there’s one less mosquito i’m thankful for that.

J. L. Eldridge. 1889

 

Cuernavaca, “antes conocida como “Quauhnahuac, al sur de las faldas de la cordillera de Guchilque, con un clima templado, de los más agradables y apropiados para el cultivo de árboles frutales europeos,” según se puede leer en el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, de Alexander von Humboldt, publicado en 1811. Poco más de ochenta años después, en la Guía práctica de la Ciudad y Valle de México, con excursiones a Toluca, Tula, Pachuca, Puebla, Cuernavaca, etc. y dos mapas, escrita por Emil Riedel, se lee que Cuernavaca “se encuentra medio escondida entre dos cañadas, es muy irregular, extendiéndose en una franja larga y estrecha, rodeada de jardines y avenidas, manantiales y cascadas. Anteriormente fue propiedad y residencia de Cortés y aquí los franciscanos fundaron el 2 de enero de 1529 uno de sus monasterios más importantes, del cual la iglesia es ahora la Parroquia. Destacan además el Jardín Borda, un bonito parque y la casa de Cortés aún conocida como Casa del Marqués.” Ni Humboldt ni Riedel mencionan en sus muy breves descripciones de Cuernavaca a los Mosquitos. Sin embargo, actualmente, en varios sitios de  internet informativos para turistas se advierte tener precauciones con los mosquitos, sobre todo en los meses en que las infecciones por dengue aumentan —de abril a noviembre, según se puede leer en uno de ellos.

Plano de la ciudad de Cuernavaca, dibujado por Rafael Barberi, 1866

Carta topográfica de Cuernavaca, 1977

Carta topográfica de Cuernavaca, 1999

Esas cañadas, manantiales y cascadas, junto con el clima templado y agradable —que apuntó Humboldt— a poco más de 1500 metros sobre el nivel del mar, son quizá la razón para que Cuernavaca, desde Cortés a Maximiliano y luego escritores, pintores, celebridades internacionales y decenas de miles de habitantes de otras ciudades, principalmente la Ciudad de México, fuera elegida como lugar de descanso o de retiro. Y Cuernavaca fue creciendo primero lenta y luego rápidamente, pero siempre de manera poco ordenada —independientemente de la diferencia entre lo “formal” y lo “informal”.

En su reciente libro Monstruos de la barranca. Entre miseria y aguas residuales, Giovanni Marlon Montes Mata y Rafael Monroy Ortiz, abordan los efectos —o, más bien, defectos— que implicó dicho crecimiento estudiando el destino de las aguas residuales junto con la proliferación de mosquitos en las barrancas que atraviesan o, más bien, que fueron llenadas por asentamientos urbanos —de nuevo, tanto formales como informales— en la ciudad de Cuernavaca. Explican, por ejemplo, que si bien según el censo de 2010, el 99 por ciento de las viviendas cuentan con escusado, 95 con agua potable y 98 con drenaje, analizando a detalle, de las 98 mil viviendas particulares habitadas, poco más de 61 mil tienen conexión a la red pública, 28 774 descargan a una fosa séptica y más de 6 mil lo hacen directamente a las barrancas. Escriben:

Retrete, evacuatorio y excusado son sinónimos de un mobiliario que está diseñado para colectar y desaparecer inmediatamente los residuos humanos (heces fecales y orina) con ayuda del agua potable, incluyendo todos aquellos diversos elementos existentes o por existir siempre y cuando quepan por el espacio disponible. Este instrumento está concebido para que no se concientice respecto al destino de los desechos. En este sentido, tiene similitud con el sombrero de un mago, a diferencia que es de porcelana y que del hueco en lugar de conejos salen ratas.

Esa manera como las ciudades —todas, sin duda, aunque algunas con menor o nula responsabilidad y peores efectos ambientales— desaparecen sus desechos primero haciéndolos invisibles —e inodoros— para la mayoría de sus habitantes lleva a los autores a postular el “síndrome urbano de amnesia residual aguda” y la “miopía residual severa”: “una enfermedad emergente que ataca principalmente el juicio y los ojos de los tomadores de decisiones al hacer caso omiso e ignorar las repercusiones de contaminar los ríos” —o arroyos, lagos, lagunas, mares y océanos. El crecimiento urbano según el modelo capitalista y peor aún en la etapa neoliberal que vivimos, confundiendo bienestar con “desarrollo” y desarrollo con ganancias, produce, de un lado, pobreza urbana: zonas enteras donde los habitantes carecen de los mínimos servicios, y, del otro, desechos de todo tipo que, en condiciones de “subdesarrollo”, se vierten directamente al entorno “natural” o, cuando no se tratan adecuadamente, se “exportan” a regiones “menos desarrolladas” —el caso de muchas ciudades en países ricos. Montes y Monroy investigaron cómo, “ahí donde la pobreza apesta y se concentran las desigualdades”, se dan las condiciones propicias para que quienes se desarrollen, esos sí, sean los mosquitos, vectores de distintas enfermedades infecciosas:

Buscando estos escondites potenciales —de los mosquitos—, a inicios de 2017 un doctor en economía, un artista de la construcción y un maestro en estudios territoriales intentaron ser lo suficientemente valientes para cuestionar la dinámica real de uno de los escenarios más contaminados en México, al recorrer a pie durante cuatro años barrancas urbanas y no tan urbanas de la “ciudad de la eterna primavera”.

Al estudiar las relaciones entre la proliferación de mosquitos y las condiciones higiénicas que propician la marginación y la pobreza urbanas, e incluir el costo de algunos tratamientos médicos —tan sólo por el tratamiento de 117 casos de dengue no grave el cálculo es de $368,342.00 anuales—, se entienden claramente los muchos efectos negativos del crecimiento urbano excluyente y mal planificado.

Ya en 1869, el geógrafo francés Elisée Reclus, en su Historia de un arroyo, había descrito cómo, incluso antes de entrar a una ciudad, “el alegre arroyo” ya se había transformado en “un inmundo desagüe”, y ya en al ciudad, “el arroyo se ensucia cada vez más” y no es alimentado más que por otros desagües, convirtiéndose en cloaca. Si en su libro Mosquito or man? The conquest of the tropical world, publicado en 1909, Rubert Boyce escribía que “el estudio de las enfermedades tropicales no sólo [había] conferido un mayor beneficio a la ciencia médica, sino que brindó ventajas nuevas e insospechadas al comercio, la civilización y la administración en países tropicales”, presumiendo “las nuevas áreas y territorios arrancados de la decadencia y entregados a la civilización” —una visión a todas luces antropocéntrica y, peor, colonial—, hoy, gracias a estudios como el de Montes y Monroy, sabemos que hay relaciones sociales, económicas, políticas, biológicas, ambientales… en fin, ecologías complejas que debemos tomar en cuenta al pensar y repensar nuestras ciudades, más allá del control, siempre necesario, de desechos y enfermedades.

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La huella: espacio efímero que narra un ciclo de vida https://arquine.com/la-huella-espacio-efimero-que-narra-un-ciclo-de-vida/ Mon, 05 Sep 2022 05:30:36 +0000 https://arquine.com/?p=67873 Amanece. El sol asoma pintando de colores las aguas del Golfo de México. Un gran buque aguarda puerto indiferente al universo submarino, donde la vida danza alimentándose de la vida, ese peculiar sistema rebelde cobijado por nuestro planeta, dispuesto siempre a contradecir la ley de la entropía.

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Amanece. El sol asoma pintando de colores las aguas del Golfo de México. Un gran buque aguarda puerto indiferente al universo submarino, donde la vida danza alimentándose de la vida, ese peculiar sistema rebelde cobijado por nuestro planeta, dispuesto siempre a contradecir la ley de la entropía. La luz que proyecta el astro rey acentúa a esa hora el peculiar trazo de un recorrido, una secuencia de huellas marcando una ruta. La memoria del trayecto en el espacio que entre el mar y la maleza que crece en la duna, deja una tortuga verde, ¿o sería una Lora? Memoria efímera que será borrada por la marea al subir, dispersada por el viento a lo largo del día, o pisoteada por un grupo de adolescentes e infantes, que juegan en la playa y habitan en la comunidad de Villamar Chilefrío, en el municipio de Tuxpan, Veracruz.

La huella dibuja un patrón geométrico preciso, la tortuga sale de su ámbito cotidiano y el movimiento coordinado de sus extremidades, en combinación con el vientre de su concha generan la peculiar forma que marca la ruta realizada. La huella convertida en trayecto nos lleva de seguirla, a uno, dos y hasta tres sitios donde el quelonio realizó pruebas para excavar su nido.

Así es querides lectores, el ejercicio de anidar implica un análisis serio por parte de este espécimen marino, pues no necesariamente el primer sitio elegido cumple, a su criterio, con las condiciones de estabilidad de la arena, la profundidad adecuada, la humedad requerida en el fondo para el desarrollo de la cría en el interior del huevo, o la libertad espacial que necesitarán una vez que hayan eclosionado los huevos, aquellos pequeños seres que inician un nuevo ciclo de vida. Una raíz oculta que pueda estorbar a la salida de las pequeñas tortuguitas, un olor inadecuado que propicie un riesgo potencial, incluso la orientación del nido en la duna, pueden ser motivo de abandonar ese intento de construcción para probar en otra ubicación, ya ve usted lo poco que intuimos de lo mucho que saben los quelonios sobre la construcción.

No vaya usted a creer, que yo soy experto en tortugas marinas y sus procesos de reproducción. Berenice y su padre Miguel Ángel, nos explican y nos ayudan a interpretar la lectura de aquello que he narrado. Ella, ingeniera ambiental, ha recibido como herencia de su padre, ambientalista empírico, la titánica labor de ser guardiana de tortugas en estas playas. La transdisciplinariedad arraigada en una sola familia. 

El albergue donde habitan, frente a la playa, es una concesión gubernamental, ya que se encuentra dentro de la zona federal de costa, pero es indispensable esa ubicación para que puedan realizar en plenitud su trabajo. Además del albergue, padre e hija han generado una pequeña incubadora natural, en donde acogen aquellos huevos cuyos nidos puedan estar en riesgo, dada su ubicación, de ser victimizados por la fauna nociva no endémica (perros, ratas, homo sapiens sapiens advenedizos, etc.)

Ahí, Bere y Miguel Ángel nos explican el proceso, desde que encuentran el huevo en riesgo, hasta la eclosión y la liberación de las pequeñas crías. En la charla, Bere confiesa que tenía preparada una liberación cercana a los 100 individuos, pero la naturaleza no espera los tiempos turísticos, incluso siendo éstos de turismo académico, y los huevos eclosionaron un día antes, momento en que inevitablemente, se realizó el acto de liberarles hacia el mar. Para nuestro consuelo, tres del centenar de huevos permanecieron aún protegiendo a su diminuta tortuguita y pudimos ver, si no la liberación de 100, si al menos la de esta terna.

Dos de las protagonistas, aún estaban muy aletargadas y hubo que regresarlas a la incubadora para permitirles otra oportunidad de correr hacia el mar. Quizás en otro momento, con otro contexto, simplemente habrían sido bocado de la bella Fregata que planeaba vigilante esperando una presa, o algún otro depredador endémico o introducido.

 

La expectativa se centró entonces, en la única cría que parecía tener excesiva prisa por alcanzar a sus compañeras de generación del día anterior. Esta bravísima tortuguita capturo la atención, el cariño, el entusiasmo y la admiración de los casi 40 espectadores, entre docentes y estudiantes que nos encontrábamos en la playa. Su carrera agotadora duró varios minutos, donde no solo el esfuerzo de superar la arena le implicaban un breve respiro entre sprint y sprint. Una vez alcanzada la tan anhelada ondulación del agua, el empuje de la ola le regresaba varios metros… y a volver a comenzar.

¡Que trabajo más arduo! Se escuchó una voz emocionada proveniente de la congregación de jóvenes que sobrecogidos, le veían regresar una y otra vez sin perder la esperanza de conseguir zambullirse en el agua. ¡Qué trabajo más arduo! Efectivamente, pensé. Berenice nos da el dato de la dura realidad que implica seguir vivo: Solo una de cada 100 tortugas liberadas, consigue regresar a desovar una vez alcanzada la madurez, de acuerdo a los registros que ella y su padre han conseguido elaborar tras años de esfuerzo.

La algarabía me despierta de mis reflexiones, la asistencia aplaude emocionada el logro: El pequeño ser enconchado, ha conseguido tomar el ritmo de la marea y, la ola que le negaba el acceso a la inmensidad del océano, ahora la acoge y la impulsa hacia él. Ya no la vemos, ni la veremos más, a menos que la casualidad y su capacidad de sobrevivencia, nos permita regresar en unos años, y observar la huella que, en la arena, dibuja una ruta dirigida hacia el lugar del nido, como lo hizo tiempo atrás, aquella que dejó su madre.

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Santuario de vida silvestre y tortugas https://arquine.com/obra/santuario-de-vida-silvestre-tortugas/ Wed, 05 Jan 2022 07:00:54 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/santuario-de-vida-silvestre-tortugas/ Situado en una de las reservas naturales más sensibles y biodiversas del Golfo, el Santuario de vida silvestre y tortugas de Khor Kalba comprende un grupo de formas de construcción redondeadas que crean un santuario para rehabilitar tortugas y criar aves en peligro de extinción, conectando con iniciativas y experiencia locales.

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Situado en una de las reservas naturales más sensibles y biodiversas del Golfo, el Santuario de vida silvestre y tortugas de Khor Kalba comprende un grupo de formas de construcción redondeadas que crean un santuario para rehabilitar tortugas y criar aves en peligro de extinción, conectando con iniciativas y experiencia locales.

Encargado por la Autoridad de Áreas Protegidas Ambientales de Sharjah (EPAA), el complejo también brindará educación y facilidades a los visitantes para aumentar la consciencia ambiental y el compromiso con los programas de conservación. Resucitará la importancia ambiental del trabajo crítico que está realizando la EPAA y servirá como base operativa para la investigación y el seguimiento de los recursos naturales de la reserva protegida de Kalba, así como de la zona más amplia de la costa este de los Emiratos Árabes Unidos y Omán.

Siete módulos interconectados y estructuras de tracción crean un centro de visitantes, con una terraza y vistas panorámicas hacia los bosques de manglares y montañas distantes. Las instalaciones incluyen acuarios, áreas de exhibición, servicios para visitantes, oficinas para el personal, instalaciones veterinarias, aulas, tienda de regalos y una cafetería. Un sendero natural cuidadosamente trazado anima a los visitantes a explorar la rica biodiversidad de la reserva de bosques de manglares autóctonos y marismas, así como de las las especies que sustenta, incluidas tortugas, mantarrayas, gacelas y el raro martín pescador collard árabe.

La geometría de las vainas está inspirada en los exoesqueletos de erizos y se hace eco intencionalmente de los del Museo de Geología de Buhais, con el que está emparejado el Santuario. Las cápsulas se han diseñado como estructuras de hormigón prefabricadas para minimizar la interrupción del terreno existente, con cimientos de hormigón que son discos simples y robustos, elevados para protegerlos en esta ubicación de marea.

Los edificios modulares invitan al paisaje a entrar en los espacios, utilizando vistas panorámicas enmarcadas y rayos de luz natural desde arriba. Las vainas están revestidas con segmentos de concreto prefabricado festoneado blanco que hace referencia a las conchas que se encuentran en la costa local y crean variaciones sutiles de luz y textura. Un conjunto de nervaduras de acero acentúa las esculturales formas en voladizo y completa este robusto sistema de revestimiento, diseñado para resistir las implacables condiciones costeras del lugar.

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Hotel 48° Nord https://arquine.com/obra/hotel-48-nord/ Wed, 21 Apr 2021 06:00:12 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/hotel-48-nord/ El objetivo del proyecto no era construir un hotel en sí, sino crear un lugar para vivir, un hábitat para recibir a las personas y llevarlas a un viaje sensorial donde experimentaran un nuevo universo en un entorno natural

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Breitenbach Landscape Hotel propone una experiencia integral de ecoturismo en Alsacia, inspirada en las tradiciones escandinavas y basada en las oportunidades culinarias, de bienestar y de naturaleza en la región. Encaramado en las alturas del pueblo alsaciano de Breitenbach, el hotel paisajístico 48 ° Nord reinterpreta el tradicional hytte escandinavo, un lugar de retiro y reconexión con la naturaleza salvaje. En el corazón de un lugar protegido, el proyecto fue diseñado para encajar en un entorno preservado sin perturbarlo nunca.

El objetivo del proyecto no era construir un hotel en sí, sino crear un lugar para vivir, un hábitat para recibir a las personas y llevarlas a un viaje sensorial donde experimentaran un nuevo universo en un entorno natural. Un lugar donde los huéspedes vienen a conocer gente y tener un momento, ya sea para compartir una comida, un fin de semana de descanso o para caminar por las colinas y valles de los Vosgos El diseño limpio del proyecto evocan inevitablemente al paisaje de los países nórdicos. Sin embargo, la visión es también difundir un arte de vivir en armonía igualmente con el paisaje. A pesar de su sencillez, el Hotel 48 ° Nord no pasa desapercibido, aunque esté rodeado de naturaleza.

En medio de árboles, setos naturales y pastos silvestres, 14 cabañas, herederas del hytte noruego, salpican la ladera como rocas en una pendiente, equilibrando la privacidad y la perspectiva. Pequeñas, ligeras, discretas, simplemente se colocan en la ladera. Construidas sobre pilotes, incluso son extraíbles, por lo que el paisaje se mantiene preservado y natural, intacto. El castaño sin tratar y de origen local (cortado en la colina frente al hotel) reviste todos los volúmenes, combinado sólo con grandes aberturas de vidrio. Cuatro tipologías distintas componen una familia de formas con diversas cualidades. Los hytte Grass, en un nivel universalmente accesibles, se agrupan cerca del edificio principal. El  tipo Árbol y Hiedra, delgados y esbeltos, combinan verticalidad y vistas panorámicas. Por último, el Fjell, en la cima de la colina, recibe a las familias con espacios protegidos al aire libre. Los interiores son mínimos y rústicos, calificados por la madera clara, los cómodos muebles empotrados, las vistas enmarcadas y los contrastes espaciales que encarnan perfectamente el concepto nórdico de hygge.

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Entre lo sostenible y lo insostenible https://arquine.com/entre-lo-sostenible-y-lo-insostenible/ Tue, 09 Jun 2020 04:29:44 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/entre-lo-sostenible-y-lo-insostenible/ Un podría asegurar que actualmente muy pocos se atreven a cuestionar la importancia de la sostenibilidad como proyecto a largo plazo para la sobrevivencia de nuestra sociedad y de los recursos naturales en el planeta que habitamos.

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La tragedia y la comedia de la sostenibilidad

Un podría asegurar que actualmente muy pocos se atreven a cuestionar la importancia de la sostenibilidad como proyecto a largo plazo para la sobrevivencia de nuestra sociedad y de los recursos naturales en el planeta que habitamos. Este cambio de paradigma, tuvo su punto de inflexión hace casi dos décadas mediante la publicación, casi al mismo tiempo, de dos reflexiones sobre el tema. Por un lado, el reporte del comisionado Sir Nicholas Stern para el gobierno británico The Stern Report on Global Warming[1] en donde, entre sus conclusiones, afirmaba que el costo por no hacer nada ante los efectos del cambio climático seria mucho mayor que el nivel de inversión necesario para mitigar el calentamiento global en aquel momento. Por otro lado, el libro Heat del periodista del diario The Guardian, George Monbiot describió los cambios necesarios para mitigar la gran crisis por los efectos del cambio climático. Esto, según sus palabras, implicaría fuertes, si no drásticos cambios en el estilo de vida de toda la sociedad global.  Ambos textos, coincidían en una sola cuestión: la relación entre el hombre y la naturaleza debía de cambiar.

Con toda proporción guardada, la revista Arquine, dedicó hace 11 años, un número a La sostenibilidad. En el número 48, se describían proyectos que apuntaban hacia un urbanismo más afín con los retos de la crisis ocasionada por el cambio climático. Incluía textos que reflexionaban respecto al mayor riesgo que se vislumbraba si no se rectificaba el curso de la planificación en las ciudades y colocaba sobre la mesa la discusión de la agenda de la sostenibilidad para el diseño y la arquitectura dirigido al público latinoamericano. Todo esto con gran elocuencia y usando la razón —propia de la ingeniería— para mostrar diseños en donde se atenuaba o eliminaba, según el grado de ambición, el impacto ecológico.

En 2020, nuevamente la revista dedica un número al tema: Ciudad (in)sostenible. Como inicia su editorial, “la sustentabilidad ya perdió sentido”; la revista coloca la reflexión no en lo que no ha sucedido en poco más de 10 años sino en minúsculas practicas emergentes, como el reciclaje y la reconstrucción que han sucedido en múltiples geografías y ciudades como parte de la nueva agenda verde. La publicación busca encontrar un futuro “mas esperanzador” y su título se entiende como un doble ultimátum.

Así como los textos de Stern y Monbiot, los números de Arquine, separados por más de una década, coinciden en un punto fundamental: la relación hombre-naturaleza. En algunos temas de las publicaciones, se muestra este optimismo empedernido en demostrar que todo puede cambiarse y ser mejor; y en otros artículos y proyectos se abordan temas críticos, con suficiente realismo para demostrar que todavía no se ha hecho nada y que el riesgo aumenta a medida que pasa el tiempo.

Esta dualidad por el idealismo y realismo sobre la agenda sostenible, tiene mucho más historia. Y todo lo que muestran —tanto las publicaciones de Stern y Monbiot por un lado, como los dos números de Arquine por el otro— es que la humanidad siempre se ha debatido por la agenda verde —seguirla o no— como un gran péndulo: en algunos momentos de la historia esta ha sido fervientemente perseguida, derivado del temor por una tragedia por venir y, en otros, ha rozado la comedia por negarla al afirmar que el cambio climático es una gran mentira ambientalista.

El comienzo

Lo cierto es que la agenda verde dista mucho de ser una novedad. Desde el siglo XV, en el trabajo de León Batista Alberti, existía un profundo conocimiento respecto a la ecología y ya se planteaba una forma de edificación en donde se considerasen aspectos económicos, lógicos y estéticamente atractivos. Esto no sólo se aplicó al diseño de edificios individuales sino también a la planeación de ciudades enteras, en donde los resultados mostraban un entendimiento lógico para con el entorno natural.

Durante varios siglos este conocimiento fue cultivado y amplificado basado en un ejerció lógico y práctico. Durante la Ilustración —precisamente en el siglo XVIII— en donde se redefinió el uso de la razón como ápice del desarrollo intelectual, este conocimiento sirvió para el lanzamiento de la arquitectura hacia la modernidad, dentro de un lapso relativamente corto. En esta época surgieron figuras como Goethe, quien sin esfuerzo, combino arte y ciencia, y Caspar David Friedrich, cuyas pinturas demuestran una forma sofisticada de relación entre el ser humano y naturaleza –quizá ilusoria pero que ciertamente no refleja contradicción o tensión alguna; la interacción ciertamente parece operar para ambos lados, entorno natural y el entorno construido o hecho por el hombre.

Quizá el resultado final extremo de esta interrelación en nuestra civilización es la planta nuclear o, algo más común, las plantas para reciclaje de residuos sólidos. Es dentro de esta narrativa donde estuvo el énfasis del informe Stern y el número 48 de Arquine: una lectura de la sostenibilidad mediante una puesta en valor de la ingeniería y la lógica sobre el como “reparar” y  “construir” una mejor relación del hombre con la naturaleza.

Pero también podríamos hacer otra lectura de nuestra cultura, no lineal, y sin seguir el progreso de la razón como método de entendimiento. ¿Qué sucede si la lectura la hacemos basada en la cultura y la narrativa de los desastres o catástrofes? Esta narrativa se fundamenta en la tensión entre la Naturaleza y la Humanidad. En ella se describe cierto tipo de castigo aplicado al hombre por parte de la naturaleza y, en algunas ocasiones, del hombre castigando a la naturaleza. Desde Ovidio hasta las graves inundaciones de Tabasco en el 2007, representan esto perfectamente. Dentro de dicha narrativa subyace un discurso fundamentalmente antimoderno que expresa la creencia de que la raza humana debe buscar una muerte prematura de la mano de la naturaleza. Dentro de esta línea de pensamiento, quizá el último de los discípulos sea el reportero británico George Monbiot, cuyo reclamo al gobierno de su país ha sido utilizado como estandarte de todos aquellos que prevén una cierta hecatombe que acabe con la sociedad occidental.

El presente

Estas dos narrativas completamente opuestas de la relación hombre-naturaleza se han presentado y elaborado de manera impresionante y elocuente. La lectura de Arquine entre lo sostenible y lo (in)sostenible es un nuevo capítulo dentro de estas narrativas con la salvedad de que en esta ocasión, lo planteado en ambos números es aspirar a un futuro esperanzador por restablecer el equilibrio en esta relación. El numero 48, lo presenta de forma trágica —apuntando a las grandes transformaciones de infraestructura y la planificación urbana necesarias sobre una agenda verde—, casi redentora;  y el número 91 a través de una astuta comedia de como diversas prácticas arquitectónicas están buscando redefinir nuestra relación con la naturaleza en pequeña escala es decir, desde abajo.

Ambas ideologías —si me permiten llamarles así— observan el mismo fenómeno pero en términos contradictorios: por un lado, como un proceso lineal  razonable y, por otro, como una cultura narrativa de desastrosas manipulaciones hasta cierto punto cómicas. Es mi impresión que la confusión actual sobre la sostenibilidad y la insostenibilidad es generada por la tensión provocada por estas dos líneas de pensamiento.

Más allá de emitir un juicio de valor, lo evidente es que no hemos sido capaces de desintegrar el nudo que generan ambas narrativas, ni entendemos cuando cualquiera de ellas, parecen hablar con elocuencia. Esta polaridad está vigente y ciertamente el intento por entender lo que es la insostenibilidad abre la posibilidad de nuestro contexto ecológico hacia el futuro.

Notas:

1. Conclusiones clave sobre el informe Stern se pueden consultar aquí: https://web.archive.org/web/20070926221448/http://www.thefirstpost.co.uk/index.php?menuID=2&subID=1055&p=3 Para el informe completo consultar: https://web.archive.org/web/20061114045919/http://www.hm-treasury.gov.uk/independent_reviews/stern_review_economics_climate_change/stern_review_report.cfm

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Límites de la ciudad: qué tan localizada está la clave de nuestro futuro urbano https://arquine.com/limites-de-la-ciudad-que-tan-localizada-esta-la-clave-de-nuestro-futuro-urbano/ Fri, 27 Mar 2020 14:57:52 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/limites-de-la-ciudad-que-tan-localizada-esta-la-clave-de-nuestro-futuro-urbano/ A medida que cada ciudad trabaja a través de los medios para aumentar su propia independencia, vemos formas fabulosas y frescas de identidad local que se fortalecerán.

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Michael Sorkin falleció el 26 de marzo a causa de complicaciones por Covid-19. Sorkin nació en Washington D.C. el 2 de agosto de 1948. Estudió arquitectura en la Universidad de Chicago, en el MIT y en la Universidad de Columbia. Sorkin fue reconocido como arquitecto y urbanista, profesor y un agudo crítico. Escribió en varios periódicos y publicó más de una docena de libros. En el 2005 fundo Terreform, un estudio de investigaciones urbanas sin fines de lucro. En su obituario en la Architectural Record recuerdan que, dos meses antes de las elecciones del 2016 en los Estados Unidos, Sorkin escribió: “Las civilizaciones están marcadas por sus prioridades, y las nuestras se centran en prisiones, centros comerciales y McMansions y muy poco en buenas viviendas para todos, comunidades completas y sostenibles, energía verde, movilidad racional, estructuras de socorro. La política programa nuestra arquitectura.” El texto que sigue se publicó en el número 87 de la revista Arquine.


¿Cuál es la extensión real de la ciudad? A medida que las megaciudades, las regiones en expansión y las megalópolis caracterizan cada vez más la urbanización, resulta más difícil reconocer la ubicación o la lógica de los límites. Pero mientras nuestras ciudades ya no están amuralladas, cada una de ellas aún está encerrada por múltiples membranas, visibles e invisibles, que la definen tanto internamente como en relación con el planeta.

Las ciudades siempre se han entendido en términos de abasto (cuencas hidrográficas, abasto de alimentos, de energía, de conocimiento, cantidad de población), pero a medida que las ciudades modernas han crecido, sus bordes se vuelven cada vez más elásticos y discontinuos. Donde una vez los alimentos vinieron de la periferia y variaban según las estaciones, un viaje al supermercado ahora ofrece productos que, desafiando el tiempo y el espacio, llegan desde todos los rincones del mundo: el carrito de compras promedio contiene artículos que han viajado miles de “kilómetros-alimento”.

Esto puede resultar en enormes costos ambientales y en una cadena alimenticia dominada por compañías multinacionales depredadoras, sin mencionar los productos genéticamente modificados y fortalecidos para viajar. La nuestra es cada vez más una época de grandes parecidos.

Pero la gloria de las grandes ciudades descansa en su individualidad. Ya sea económico, social, morfológico, político, ambiental, racial o cultural, un sentido legible de la ventaja es crucial para la singularidad —la diferencia— de las ciudades. A medida que las fuerzas históricas que hicieron que Praga, Fez, Suzhou o Quito son barridas, las ciudades se ven ahuecadas de las autenticidades que las conformaron, de su genius loci, de su espíritu especial de lugar.

Las ciudades de hoy deben luchar con urgencia para preservar y ampliar las lógicas de su propia localidad, para profundizar las estrategias de cooperación e invención que, al mismo tiempo, conservan y consiguen cualidades únicas que han surgido históricamente de la interacción entre bioclima, cultura y sociabilidad. Me preocupo, por esto, no solo cuando veo arquitecturas y comercios estériles e idénticos en todas partes, sino cuando ordeno una bebida en el aeropuerto de Logan (a través del cual he estado viajando este semestre en mi papel de académico multinacional típico) a un barman favorito con un profundo —y en peligro de extinción— acento del norte de Boston.

Irónicamente, en esta era de crecimiento urbano exponencial, asistimos a la desaparición de las ciudades. A medida que la corteza de “ciudad-idad” genérica se extiende por todo el mundo y el dominio del control económico y cultural neoliberal se acelera, nuestro urbanismo se vuelve cada vez más genérico: un Starbucks en cada esquina y un iPhone en cada mano. Cada vez más, entendemos y producimos ciudades como nodos en un sistema global, no como singularidades.

Estas ciudades se sellan contra el clima y el medio ambiente, identifican en exceso la cultura urbana histórica simplemente copiando formas antiguas y olvidan el gran proyecto de las ciudades como lugares de autorregulación y expresión. Estos lugares “modernos” son degradados ambientalmente, falsos y hostiles a los derechos tanto de los individuos como de las comunidades.

El argumento a favor de una idea revitalizada de “lo local” no surge simplemente de la nostalgia, sino de un complejo que incluye el ejercicio de los derechos, la libertad de creatividad, las posibilidades de cimentar a la comunidad y asumir la responsabilidad de nuestro impacto en nuestro asediado planeta. Las ciudades, correctamente planificadas y administradas, son una parte crítica de la solución a nuestra crisis ambiental, una crisis señalada por los barrios marginales urbanos, la contaminación y los sistemas defectuosos de infraestructura social y física. El tránsito masivo, los vecindarios caminables y completos, la producción local de alimentos y bienes y un intercambio sensible y recíproco entre la forma y el lugar ofrecen una gran esperanza tanto para el medio ambiente como para el dinamismo, la comodidad y la relevancia del lugar. Las ciudades pueden ser enormemente eficientes si se planifican y viven adecuadamente.

En Terreform, nuestro centro de investigación urbana, hemos pasado casi una década participando en un experimento mental, centrado principalmente en Nueva York. Nos preguntamos cuáles son los límites de la capacidad de la ciudad para la autosuficiencia en los componentes básicos de su respiración: alimentos, aire, agua, clima, fabricación, construcción, residuos, movimiento, etc., y cómo Nueva York (y otras ciudades) evolucionan, ¿deberían dedicarse a asumir la responsabilidad directa de sus impactos planetarios?

Si bien esas fantasías de autarquía tienen una larga historia —a veces problemática—, la idea de la autosuficiencia ofrece una prueba dramática no sólo de voluntad sino de tecnología, morfología y comunidad. En la medida que los gobiernos nacionales demuestran niveles cada vez más altos de indiferencia e incompetencia para enfrentar nuestra crisis compartida, se vuelve cada vez más crítico que la responsabilidad se transfiera tanto a las localidades como a las personas, especialmente a aquellos que son los mayores consumidores y contaminadores: nosotros mismos.

Basándonos en un modelo de sustitución de importaciones (otro concepto molesto, aunque amado por Jane Jacobs, que sigue siendo nuestra urbanista más influyente), hemos estudiado la posibilidad marginal de que la ciudad se defienda cada vez más a sí misma al reducir su huella ecológica a las dimensiones de sus límites políticos.

Nuestros motivos son triples. Primero, para ver realmente hasta dónde puede llegar una ciudad densa como Nueva York para satisfacer sus necesidades. En segundo lugar, para compilar una enciclopedia de formas y tecnologías que podrían desplegarse en cualquier ciudad que esté interesada en asumir una mayor responsabilidad por su papel en el entorno global, y examinar las morfologías nuevas y singulares que podrían surgir en respuesta a las particularidades del lugar. Y, por último, afirmar que las ciudades altamente autónomas son un baluarte clave en el cultivo de la democracia, la seguridad, la identidad y la felicidad de sus habitantes. Las ciudades que son demasiado grandes no pueden ser bien gobernadas. Y las ciudades demasiado dependientes carecen del dinamismo de la invención y el intercambio que deben asegurar sus futuros como seres vivos.

Comenzamos nuestra investigación con la comida. Esto nos pareció un buen punto de partida debido a su centralidad e improbabilidad. La ciudad de Nueva York está obsesionada con la comida y la diversidad y profundidad de nuestra cocina es, sin duda, una de nuestras firmas globales. Pero nuestras preocupaciones culinarias van más allá de lo que comemos, e incluyen preguntas sobre cómo se produce, distribuye, prepara y comparte esa comida. En los últimos años, hemos visto una proliferación de invernaderos en las azoteas, cooperativas de alimentos, agricultura apoyada por la comunidad y atención a las desigualdades de nutrición. Una de las manifestaciones de nuestra ciudad dividida es el desierto alimentario: las grandes áreas en las que los productos frescos (no importa la ecología) son difíciles de encontrar y en las que la comida rápida domina la dieta. Y nuestras inquietudes sobre los agronegocios, la higiene, la desaparición de la “lentitud”, el desperdicio y otros aspectos sociales, ambientales y políticos del sistema alimentario que no son secundarios.

Estamos a favor de las ideas de localismo y esto se extiende no sólo a la ciudad en general, sino también a una estructura urbana basada en vecindarios fuertes y “completos”. Para nosotros, esto significa que un buen vecindario debe proporcionar todas las necesidades de la vida cotidiana: empleo, comercio, cultura, recreación, educación, etc., a poca distancia del hogar. Esto significa que la combinación de usos locales será refinada y aumentada y que la variedad de personas también será amplia. Después de todo, si tanto el banquero como el barista (¡y el granjero!) caminan al trabajo, sus necesidades de vivienda deberán satisfacerse dentro del vecindario. Creemos en cerrar tantos circuitos como sea posible a nivel local y eso significa que la apariencia de la ciudad cambiará. La agricultura, la eliminación de desechos, la producción de energía, la captura de agua, la producción industrial benigna y otras funciones clave se harán visibles y cercanas.

Para cultivar la comida de Nueva York, primero investigamos un enfoque totalmente distribuido, buscando ubicaciones en toda la ciudad y observando todas las escalas de producción, desde cajas en ventanas hasta rascacielos agrícolas. En los términos más crudos, descubrimos que teóricamente era posible cultivar alimentos suficientes para alimentarnos a cada uno de nosotros con 2,400 calorías nutritivas al día dentro de la ciudad, aunque con una variedad comprometida y un gasto adicional considerable. El principal problema “práctico” no era tanto el espacio como la energía, y calculamos que el sistema requeriría el equivalente de la producción de dos docenas de plantas nucleares para calefacción, iluminación y construcción. No hace falta decir que esto se apartó un poco del espíritu del proyecto.

Sin embargo, en el curso de la investigación de la posibilidad marginal de la autosuficiencia al 100 por ciento, descubrimos muchos puntos precisos, tecnologías que podrían mejorar dramáticamente y de manera realista la sostenibilidad, la autonomía y la localidad de la ciudad.

Nuestro inventario de sitios sugirió miles de posibilidades, desde patios traseros hasta lotes baldíos, calles renovadas, muros en crecimiento y actividades agrícolas a gran escala en tejados industriales. Muchos de estos sitios ya son económicos y muchos —desde frijoles que crecen en sótanos hasta lechugas en palomares— ya están en uso. Además, Nueva York es en gran medida una ciudad de cocinas colectivas: solo piense en los restaurantes que envían cenas calientes a todos los rincones de la ciudad y en todos los grandes proveedores de comida a domicilio e institucionales.

A medida que cambian los hábitos, especialmente en entornos para la preparación y el consumo de comidas, las ciudades deben responder en consecuencia. Nuestro trabajo busca encontrar una amplia variedad de posibles transformaciones en cada área investigada que invente sus propias nuevas formas de practicidad, economía y disfrute. Por lo tanto, hemos analizado la forma en que la ciudad podría producir 30 por ciento de sus alimentos internamente, la forma como en un radio de 80 kilómetros se podría producir el abasto alimentario y la posibilidad de que un plan estatal convierta el canal Erie en zona de abasto alimenticio.

No hace mucho tiempo, todas las ciudades dependían de sus zonas interiores contiguas para su suministro de alimentos y muchas ciudades contemporáneas continúan esta relación íntima entre producción y lugar. La Habana cuenta con un sistema de jardines compartidos, los famosos “organipónicos”, que cultivan virtualmente suficientes frutas y verduras dentro de los límites de la ciudad para abastecer a toda la población. Detroit está comprometido en una enorme conversión de lotes abandonados en granjas. La agricultura vertical a gran escala está en marcha en climas tan diversos como los de Suecia y Singapur. Hace poco, Gotham Greens, el mayor productor de la ciudad de Nueva York, abrió una granja de invernadero de 75,000 pies en la parte superior de una nueva fábrica en Chicago que, según se prevé, producirá un millón de libras de vegetales al año (¡y 40 empleos!).

Estos ejemplos nos intrigan no solo desde el punto de vista de una mayor autonomía sino también por su capacidad para crear nuevos patrones de diversidad económica urbana y, algo crucial para nosotros como arquitectos y diseñadores, para inventar formas novedosas del híbrido formal/social. Sugieren la forma en que una mezcla urbana —el verdadero ADN de la ciudad— se transformará para mejorar la sostenibilidad, la equidad y el placer.

A medida que cada ciudad trabaja a través de los medios para aumentar su propia independencia, vemos formas fabulosas y frescas de identidad local que se fortalecerán.

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Camino a otra tierra https://arquine.com/camino-a-otra-tierra/ Tue, 24 Mar 2020 08:55:54 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/camino-a-otra-tierra/ Para repensar la tierra, volver a sentirla, hace falta seguir sus tiempos, templándonos en ella.  “La tierra no solo es bondadosa, sino, además, generosa y hospitalaria.”

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Desde la tierra crece el árbol
y hacia ella la semilla cae,
la lluvia la riega
y la luz la llama

todo es desde siempre
y para siempre
sagrado

Hugo Mujica

La Tierra fue vaciada, pero del interior de su vientre lo que los hombres extrajeron fue antes que nada el hierro y el fuego, con los cuales no dejan de destriparse entre sí. 

La realidad incandescente del vientre materno de la Tierra no puede ser tocada ni poseída por quienes la desconocen.

Georges Bataille

 

Humanidad proviene del latín humus, que significa tierra. Ser humano, no es sino el que viene de la tierra. La palabra humildad proviene de la misma raíz, e indica lo cercano que se está a ella. 

¿Qué tan alejados estamos hoy de la tierra? ¿Cuánta humanidad nos queda en la palabra humanidad?

Que la tierra ha sido vaciada es incuestionable; que sus tiempos se han visto alterados y su forma modificada, irremediablemente demostrable: los arboles florecen en invierno, y por el verano el fuerte sol los quema. Los nutrientes del suelo cambian, se empobrecen, se acidifica su estructura, se vacía el prado de insectos y se fertiliza artificialmente la cosecha —aunque la acción se parece más a una violación. Fértil es lo que está dispuesto a engendrar, no aquello a lo que se le obliga.

Unísono, decir que la tierra ha sido profanada significa que ha perdido su cualidad con-templativa. El prefijo pro- indica arrojar fuera, mientras que fanum significa templo. Fuera del templo, no hay tiempo para la observación y consideración. El primer templo, antes de llegar a ser una construcción, fue un claro en el bosque que permitía observar las cosas. ¿Quién está dispuesto hoy en día a contemplar la tierra sin sacar provecho?

En 1854, el gobierno de Estados Unidos solicitó comprar las tierras donde habitaba la tribu Suwamish, Pieles Rojas que habitaban en lo que hoy conocemos como Washington. El jefe de la tribu hizo saber su respuesta a través de una carta que, a poco menos de 170 años, es más que apremiante leer y comprender. Entre sus renglones escribió:

 

Lo que le acaece a la Tierra,

les acaece también a los hijos de la Tierra.

Cuando los hombres escupen a la Tierra,

se están escupiendo a sí mismos.

Pues nosotros sabemos que la Tierra

no pertenece a los hombres,

que el hombre pertenece a la tierra. 

No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco.

Ningún lugar donde se pueda oír 

el florecer de las hojas en la primavera

o el batir las alas de un insecto. 

 

Aun cuando muchas agendas políticas toman como bandera el “cuidado” de la tierra, argumentando un supuesto cambio de conciencia, la llamada ecología no deja de reproducir, en nombre de la “comprensión” de la tierra, la explotación de la misma, pero sistematizada para su productividad extendida; comprendiendo su funcionamiento para sacar provecho, mas ignorando sus esencias y tiempos originales. Para ello, hace falta una forma pasiva de estar con la tierra: contemplándola. No una ecología productiva, sino una ecosofía: un amor a la tierra, y por tanto, a la humanidad.

 “La con-templación es una “pasiva actividad” que hace del lugar común templo”, dice Chantal Maillard, y agrega:

Hace falta una ecosofía, en vez de una ecología. En vez de dominar y proteger, volver a sentir, a oír, a oler incluso, a comprender oliendo, a saber sintiendo. En vez de la pancarta “no tocar” en los “espacios protegidos”, la invitación a la hierba, la educación del sentir, la religiosa invitación a saberse hierba y a pisarla como se pisa un templo en Oriente: con los pies descalzos. “No tocar” es la señal de alarma que aparta a los niños de su origen en vez de recordárselo, que nos hace peregrinar por nuestro mundo en un vehículo diáfano como aquellos autobuses en los que los turistas cruzan, como peces en un acuario, los parajes volcánicos de algunas islas. Turistas del mundo de fuera y del interior, nos vamos convirtiendo en depredadores que han olvidado la máxima de sus antepasados los viajeros: ir de lo propio a lo otro para ser lo que eres.[1]

 

A través de la máquina, hemos alterado y transformado los tiempos de la naturaleza. Con la máquina, nos dice Luciano Concheiro: “El tiempo fue desnaturalizado: dejó de depender de los límites biológicos, del ser humano y de los demás animales que eran utilizados como fuentes de energía productiva.”[2]

Para volver a la tierra, hace falta primero sentirnos parte de ella. Como lo expresara el escritor cubano Reinaldo Arenas, en su libro Antes que anochezca: 

Regar la tierra y ver cómo absorbe el agua que le ofrendamos es también un acto único; caminar por la tierra, después de un aguacero, es ponernos en contacto con la plenitud absoluta; la tierra, satisfecha, nos impregna con su alegría, mientras todos sus olores llenan el aire y nos colman de su ansiedad germinativa.[3]

 

O la invitación del cineasta Jonas Mekas en sus diarios:

Construyamos nuestras casas con nuestras propias manos. Y cultivemos el trigo, y hagamos el pan. Entonces sabremos que es la tierra.

Ahora abrimos el grifo y sale agua. No tengo idea de dónde viene o cómo.

Electricidad…

Compramos el pan: no sabemos quién lo hace, cómo, dónde.

Lo mismo pasa con nuestras vidas.

Vivimos pero no sabemos cómo, dónde, por qué.

Y no tiene sabor.[4]

 

Y finalmente, la reflexión de Heidegger para salvarla:

Salvar la tierra es más que aprovecharla o incluso agotarla. La salvación de la tierra no domina la tierra ni la convierte en súbdita de sí: de ahí solo hay un paso hasta la explotación irrestricta. Los mortales habitan en la medida en que reciben el cielo como cielo —y yo diría en la medida en que reciben a la tierra como tierra. Les dejan al sol y la luna sus trayectorias, a los astros sur órbitas,  a las estaciones del año su bendión y su iniquidad, no convierten la noche en día ni el día en un ajetreado desasosiego.[5]

Para repensar la tierra, volver a sentirla, hace falta seguir sus tiempos, templándonos en ella.  “La tierra no solo es bondadosa, sino, además, generosa y hospitalaria.” dice Buyng-Chul Han en su libro Loa a la tierra. Agrega en una entrevista: “Hoy hemos perdido toda sensibilidad para la tierra. Ya no sabemos qué es. Solo la concebimos como una fuente de recursos que, en el mejor de los casos, hay que tratar sosteniblemente. Tratarla con cuidado significa devolverle su esencia.”[6]

Construir sobre la tierra y con tierra no es; ni sólo levantarnos en pilotes para desprendernos de ella, ni sólo compactarla para remplazar al frio concreto. Pensar la tierra como organismo significa comprender sus tiempos, la forma en que respira y se transforma (cuándo se agrieta y se  amasa, su porqué y para qué), su forma de absorber, de reproducir, de crear.

Hace falta dejar los ruidos, sembrarnos en la espera, germinar en ella, brotar de ella, de su quietud, de su calma, hasta escuchar cómo nos abrimos flor, cómo caemos hoja, cómo damos fruto, cómo buscamos el sol, cómo nos cierra la noche, cómo nos recorre el insecto, como despedimos otro aroma; camino a otra humanidad, camino a otros tiempos, camino a otra tierra. 


Notas

 

  1. MAILLARD, Chantal, “La razón estética”, Galaxia Gutenberg, Barcelona, España, 2da edición; 2017.
  2. CONCHEIRO, Luciano, “Contra el tiempo”, Anagrama, México; 2016. 
  3. ARENAS, Reinaldo, “Antes que anochezca”, Tusquets, México; 2014. 
  4. MEKAS, Jonas, “Ningún lugar adonde ir”,  Caja Negra, Buenos Aires, Argentina; 2018.
  5. Cita tomada de: HAN, Byung-Chul, “Loa a la tierra”, Herder, México; 2018.  
  6. Recuperado de: https://ethic.es/2019/08/loa-a-la-tierra/ 

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El silencio del viento contrario https://arquine.com/el-silencio-del-viento-contrario/ Fri, 25 Oct 2019 06:00:26 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-silencio-del-viento-contrario/ Cambio climático, deforestación, agricultura intensiva, apoderamiento de tierras por los poderosos, guerras: ante la destrucción debida a la tempestad del progreso, aceptado por la mayoría de las personas como si fuera un fenómeno inevitable, un viento sopla silenciosamente en dirección contraria por todo el planeta.

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En Zúrich un hombre recorre la ciudad de noche con las manos cerradas. En silencio sigue los pasos marcados en un mapa. En las manos lleva semillas. No se trata de unas semillas cualesquiera, sino de plantas pioneras: plantas capaces de crecer en terrenos hostiles, en lugares inhóspitos para el desarrollo de la vida, plantas cuya característica es la abundante producción de semillas y de minerales que abonan el terreno para que puedan crecer otras plantas con más necesidades. La ciudad contemporánea se ha vuelto un lugar inhóspito para el desarrollo de la vida: la lucha constante por la supervivencia de la casi inexistente naturaleza en un ambiente en el que la superficie de suelo sellado avanza inexorablemente guarda estrecha relación con la lucha contra la mercantilización de la ciudad.

La naturaleza, cuando presente, se convierte en el monumento a su ausencia, en el símbolo de la relación superficial, cautiva de la economía neoliberal, entre seres humanos y mundo natural que caracteriza nuestra época: mercantilizada (entradas para visitar parques y jardines botánicos, especulación sobre los llamados productos ecológicos, venta de costosos kits para aprender a cosechar en la ciudad, etc.) o bien violada (poda de árboles que se asemejan a amputaciones, plantas a pocos centímetros de los automóviles, hormigón y asfalto en parques y patios, etc.). La capa de asfalto, omnipresente, interrumpe material y simbólicamente nuestra relación con la tierra.

Las semillas de plantas pioneras que el hombre siembra en el silencio de la noche zuriquesa, en completa soledad y con la apasionada determinación de quienes no quieren ser espectadores pasivos de los eventos, crecen en las grietas del asfalto, en las hendiduras de la ciudad neoliberal, oponiéndose a la mercantilización de la naturaleza, actuando como aliadas de quienes abogan por un cambio radical en la organización de la ciudad y la vida social.

Este cambio puede realizarse a través de la recuperación de la relación entre seres humanos y naturaleza, restableciendo los vínculos profundos que siempre la han caracterizado, un acto de resistencia a la economía neoliberal. Para poder recuperar estos vínculos, al ser el ambiente inhóspito, son necesarias semillas de plantas pioneras que darán paso a la creación de un ambiente fértil para la futura vegetación.

Trasladado a las ideas, las plantas pioneras son la metáfora de las ideas que, antes de alcanzar su momento de legibilidad, son consideradas radicales por el ambiente cultural inhóspito y contribuyen a la creación de un ambiente cultural fértil para la futura liberación.

Penetrar la ciudad de noche, cuando el silencio nos hace ver la destrucción operada por la economía neoliberal, es la metáfora de un paseo por las ideas que conciben la vida no como una competición para eliminar al adversario y alcanzar el poder y el éxito personal, sino como un tiempo abierto a la convivencialidad, al conocimiento de lo imprevisible, de lo poético.

Maurice, el hombre que siembra semillas e ideas en Zúrich, es uno de los protagonistas de la película Wild Plants, de Nicolas Humbert, recientemente estrenada en Praga, un viaje poético en busca de la energía de reacción a la destrucción de la naturaleza a la que estamos asistiendo. Una energía positiva que se condensa en personas que habitan distintas partes del planeta, desde Detroit hasta Ginebra y Zúrich, y tienen un elemento en común, que no conoce fronteras: el hecho de ser semillas de resistencia que engendran la esperanza de un posible, concreto cambio en nuestra época.

Actos individuales —como en el caso de Maurice Maggi— o colectivos —el activista nativo norteamericano Milo Yellow Hair, una pareja que decide dedicarse a cultivar la tierra en Detroit, una cooperativa de jóvenes en Ginebra que decide cultivar hortalizas y venderlas directamente a quienes viven en la zona— que ocurren a miles de kilómetros de distancia comparten la misma visión del mundo.

Cambio climático, deforestación, agricultura intensiva, apoderamiento de tierras por los poderosos, guerras: ante la destrucción debida a la tempestad del progreso, aceptado por la mayoría de las personas como si fuera un fenómeno inevitable (el mismo viento que empuja al ángel de la historia benjaminiano impidiéndole cerrar las alas), un viento sopla silenciosamente en dirección contraria por todo el planeta. Se trata de la reacción de personas que desmitifican el progreso técnico y su mercantilización rechazando su carácter ‘natural’ e inevitable y aplicando los ‘frenos de emergencia’ a la economía neoliberal, sintonizándose con el ritmo lento de las plantas.

Personas que a pesar de la distancia hablan el mismo lenguaje: el acto de sembrar en la ciudad, la cosecha y la venta de hortalizas a personas a las que conocemos personalmente, la decisión de (re)descubrir nuestra relación profunda con la naturaleza, el asombro ante los saltos de los animales libres junto con el rechazo a querer poseerlos y cautivarlos, son todos actos que se pueden definir políticos, lejos de las instituciones, cerca de la vida. Este viento contrario que contrarresta la economía neoliberal permite al ángel de la historia cerrar sus alas, detenerse ante las ruinas de la historia que ‘se acumulan hasta el cielo’ para empezar una época nueva.

El silencio de la poesía de las imágenes en el ruido de imágenes fútiles, las palabras densas y lentas en una aceleración de palabras huecas, son otros elementos de resistencia.

 


Publicado originalmente en El Salto y en Perspectivas anómalas | ciudad · arquitectura · ideas.

El cargo El silencio del viento contrario apareció primero en Arquine.

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