Resultados de búsqueda para la etiqueta [desigualdad ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 18 Jul 2023 14:39:00 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La arquitectura justa https://arquine.com/la-arquitectura-justa/ Mon, 19 Dec 2022 16:08:58 +0000 https://arquine.com/?p=73562 En su libro “La moda justa”, Marta D. Riezu dice que “ la única prenda realmente ecológica es la que no se fabrica” y plantea algunos retos para una moda sostenible y justa social y ecológicamente. ¿Se puede pensar así una “arquitectura justa”?

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La moda justa es el título de un libro firmado por Marta D. Riezu y publicada por Anagrama en su serie nuevos cuadernos. La presentación del libro dice:

La moda justa. Una invitación a vestir con ética. El título La moda justa responde a una doble acepción. La primera se refiere a tener en el armario la cantidad justa de ropa, la precisa, la esencial. A huir de la voracidad. La segunda habla de elegir lo íntegro, lo producido en un contexto donde nadie salga perdiendo. Como una prenda es algo inanimado, debemos ser nosotros quienes le imprimamos esa conciencia mediante el compromiso de conocer mejor quién está detrás de esa ropa, porque esa elección tiene consecuencias.

¿Se puede pensar de la misma manera en una arquitectura justa?

Habría que empezar por descartar la objeción simple de que la arquitectura y la moda no son lo mismo. No lo son, pero tampoco es que sean tan distintas como, arrogantemente, habrá quienes lo señalen desde la arquitectura. Si se piensa en la moda sólo como los vaivenes del gusto, no es que la arquitectura con sus estilos sea ajena a esas apreciaciones sociales y culturales, sólo que va más lento. Si se piensa la moda como una industria, la construcción de edificios, en la que la arquitectura una parte tiene, no es menor industria. En la arquitectura hay tanto de negocio, de creatividad, de publicidad, expresión, mercado y cultura como en la moda. Y si nos ponemos semperianos, entre el vestido y la cabaña hay relaciones antropológicas y filosóficas complejas: de la túnica a la morada y la búsqueda de satisfacer la necesidad de cubrirnos sumándole el placer simbólico de sus distintas apariencias, cambia en principio nada más la cantidad de aire entre la piel y la envoltura. Y quizás un derecho al abrigo pueda incluir desde el derecho a no morir de frío hasta el derecho a la ciudad, pasando por el constitucional derecho a una vivienda “digna y decorosa”.

Así que tratar de entender qué pueda ser la moda justa en algo quizá ayude para plantearnos una arquitectura justa. Eso sí, sin perder de vista las diferencias: si la moda rápida y desechable producto del neoliberalismo y la globalización tiene por resultado el exceso y, al menos para las clases medias globales, armarios llenos de prendas que si acaso fueron usadas una sola vez, mientras 92 millones de toneladas de ropa que nadie compró terminan cada año en tiraderos, la crisis de la vivienda tiene características acaso más complejas y que rebasan a la arquitectura como profesión, aunque también se construya por mero interés financiero, sean departamentos de lujo frente a Central Park o decenas de miles de casitas en zonas que ya ni siquiera podemos llamar periferias.

¿Qué dice Riezu que podamos retomar para pensar las posibles condiciones para una arquitectura justa?

Riezu explica que “la industria textil es un modelo basado en la explotación de la pobreza” y que “vestir no es un acto políticamente irrelevante, sino una práctica cotidiana asociada a realidades globales.” Lo mismo podemos decir de la arquitectura, sin duda. Dice que “de la costura se pasó, a principios del siglo XX, a la producción en serie. El prêt-à-porter contribuyó, por cierto, a la obsesión por la talla y las dietas, al obviar las medidas específicas de cada uno y establecer unas convenciones aleatorias.” La estandarización fue también consigna de la arquitectura moderna, que cuando se volvió estilo internacional, implicó imponer universalmente medidas y funciones, aplanando las diferencias y descartando usos, costumbres y tradiciones particulares. La moda llevó a que el sastre o la costurera cercanos —a veces tanto que es el mismo usuario— fuera sustituido por un diseñador o diseñadora que entre más reconocimiento acumula, más lejos se encuentra. No hace falta mucha explicación para entender el mismo fenómeno en la arquitectura. La búsqueda imparable de novedades, aunque sean recicladas, es otra característica que comparten ambas industrias del diseño.

Para alcanzar una moda justa, Riezu plantea tres retos. Primero, las personas que trabajan produciéndola: “los trabajadores deben poder llevar una vida digna, con una labor que favorezca su desarrollo personal y el de su comunidad, con salarios apropiados y condiciones de trabajo seguras y confortables.” La idea del arquitecto como la entendemos hoy —o como la impuso occidente moderno— implica una jerarquización del trabajo llevada al extremo, que a su vez conlleva grandes desigualdades sociales y económicas. Y eso, desde el interior de las oficinas de arquitectura, con colaboraciones no reconocidas y trabajo mal pagado, hasta la industria misma de la construcción, que en economías como la mexicana siguen dependiendo, como la moda, de “la explotación de la pobreza.” Si el albañil que trabaja en la construcción de una vivienda social no tiene los medios para hacerse de una de las unidades, eso no es vivienda social: es una simulación del sistema y el arquitecto que la diseña parte del engaño.

El segundo reto que plantea Riezu para la moda justa son los animales, en referencia a la manera como se obtiene la lana, la piel o el cuero para confeccionar ciertas prendas. Así que en arquitectura podríamos decir que ese segundo reto serían los materiales. ¿Cómo se produce el concreto o el acero? ¿De dónde se sacó ese mármol o aquél granito? Eso incluye pensar desde la huella ecológica de cada material que se emplea en construir un edificio, hasta las condiciones de los trabajadores que los producen o extraen las materias primas. Eso implica también asumir que, por ejemplo, no hay ninguna razón y ninguna disculpa para traer una pieza de mármol o el grifo de la cocina del otro lado del mundo, y que el arquitecto que los especifica para un proyecto se hace parte de un sistema de explotación de personas y recursos que, lo sabemos, es no sólo insostenible sino indefendible.

El tercer reto, dice Riezu, es la Tierra. O, dicho de otra manera, si el segundo reto es de dónde salen y cómo se producen los materiales para confeccionar una prenda —o construir un edificio—, el tercero es a dónde van a parar los residuos o qué tanto afecta al entorno esa prenda o ese edificio.

Estos tres retos tienen que ver con la urgencia de pensar y conseguir sistemas de producción sustentables, no sólo en términos ecológicos sino sociales, que ya nos hemos dado cuenta que son inseparables: la desigualdad e injusticia que ha generado el capitalismo tardío es la otra cara de la catástrofe ecológica. Explotación y extractivismo son el mismo gesto, dirigido hacia otras personas o hacia otros seres y a la Tierra entera.  Sin embargo, como escribe Riezu, “por si quedaba alguna duda: hoy en día, el término sostenibilidad no significa nada.” 

Riezu también afirma que “la única prenda realmente ecológica es la que no se fabrica”, y lo mismo podemos decir de los edificios: el único realmente ecológico es el que no se construye. Así que, quizá, una de las primeras preguntas que cualquier arquitecto o arquitecta deba hacerse hoy es si hace falta construir eso que le piden o desea diseñar. Por supuesto, las condiciones de esa pregunta son distintas en distintos lugares y para distintos tipos de edificio, pero siempre será necesario plantearla de algún modo.

Riezu concluye: “No hay marca perfecta. No hay materia prima sin su inconveniente. No hay vidas sostenibles impolutas. Priorizar radicalmente nos vuelve más lúcidos y despeja el horizonte de pociones.” Lo mismo podemos decir de la arquitectura y los edificios. Y, retomando lo que plantea la presentación del libro, decir que como un edificio es algo inanimado, debemos ser nosotros quienes les imprimamos conciencia mediante el compromiso de conocer mejor quién está detrás de ese proyecto, porque esa elección tiene consecuencias.

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Vivir en un espacio diseñado por un Pritzker, pero sin ventanas. O de la ceguera selectiva del arquitecto https://arquine.com/vivir-en-un-espacio-disenado-por-un-pritzker-pero-sin-ventanas-o-de-la-ceguera-selectiva-del-arquitecto/ Mon, 24 Oct 2022 02:51:11 +0000 https://arquine.com/?p=70735 Recientemente varios medios suizos han señalado el proyecto Beirut Terraces, diseñado por la oficina de Jacques Herzog y Pierre de Meuron, donde las habitaciones destinadas al servicio doméstico miden menos de 4 metros cuadrados y no tienen ventanas. Los arquitectos han tratado de excusar su ceguera selectiva, por usar ese eufemismo para nombrar una manera racista y excluyente de hacer arquitectura.

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Hace casi un mes, el medio suizo 20 Minutos publicó una noticia cuyo titular era “Arquitectos suizos hacen dormir a las empleadas domésticas en el armario de las escobas”. La breve nota, que acompaña un video de poco más de dos minutos, agrega que esas piezas de apenas cuatro metros cuadrados no tienen ventanas y que se encuentran en el edificio llamado Beirut Terraces, diseñado por la oficina de los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, ganadores, entre otros premios, del Pritzker en el 2001, el Praemium Imperiale y la Medalla de Oro del Instituto Real de Arquitectos Británicos (RIBA), ambos en el 2007.

El video —preparado por Désirée Pomper y Simona Ritter— habla del edificio de lujo, con 130 departamentos, en el centro de Beirut y de la publicación en Twitter, el 23 de julio, de los planos señalando los cuartos de servicio, sin ventanas, de apenas 3.9 metros cuadrados. La nota también menciona el reclamo de antiguas trabajadoras domésticas en la cuenta de Instagram @dowanunited, en una publicación del 1º de agosto. Después, una periodista visita un apartamento y comprueba que las habitaciones para empleadas domésticas no tienen ventanas. Cuando se lo hace notar al agente inmobiliario, éste responde: “pero sólo duermen aquí, el resto del día están en el apartamento”. Una empleada doméstica entrevistada se pregunta cómo puede la gente vivir sin ventanas. En el video también se dice que los arquitectos fueron contactados y que afirmaron “haber recomendado al cliente otros conceptos para el proyecto”, pero que fueron “incapaces de imponer propuestas alternativas”. Roula Seghaier, de la Federación Internacional de Trabajadoras Domésticas, entrevistada en el mismo video, afirma: “Los arquitectos definitivamente tienen otras opciones. Conozco arquitectos que han rechazado encargos semejantes por razones de conciencia.” 

La cuenta de Instagram @dowanunited pertenece a la organización Domestic Workers Advocacy Network. En la entrada sobre el edificio Beirut Terraces, sobre la imagen puede leerse la frase “Queridos Herzog y de Meuron, sus departamentos de lujo son nuestras prisiones. Su diseño nos niega luz natural, dignidad y libertad.” En el texto que acompaña a la imagen dice:

La firma de arquitectos suizos Herzog y de Meuron saca provecho de la esclavitud moderna en Líbano. Su diseño para el proyecto Beirut Terraces, va más allá de normalizar el sistema kafala*. La neoliberal ley de construcción libanesa es voluntariamente laxa al favorecer el beneficio económico sobre la gente, a favor de empresas de arquitectura y a costa de trabajadoras domésticas migrantes. Como resultado, esta legislación racista confina a las trabajadoras domésticas en espacios pequeños que sirven para las “necesidades” de las clases media y alta libanesas. Esos espacios son extremadamente opresivos y violan los derechos humanos.

[*Sistema de explotación utilizado para monitorear trabajadores migrantes, principalmente dedicados a la industria de la construcción o tareas domésticas en algunos países islámicos, según Wikipedia.]

En una nota publicada por el Basler Zeitung el 3 de octubre, con el título “Así defienden Herzog & de Meuron las ‘habitaciones de esclavos’ (sklavenzimmer) en Líbano”, Isabel Thommen da cuenta de que la oficina de Herzog & de Meuron rechazó en principio una entrevista y después la condicionó a que fuera realizada por el editor en jefe, Marcel Rohr. Respondieron con vaguedad por lo que se hizo una segunda ronda de preguntas.

A la pregunta de si sabían para qué se utilizarían esas habitaciones sin ventana, responden que sí: “Los planos, en los que está escrito ‘habitación de servicio’ en espacios sin ventanas fueron elaborados por Herzog & de Meuron”, “a pedido expreso del cliente” y se excusan: “No tenemos ninguna influencia sobre cómo las utilizan los propietarios”.

Cuando se les pregunta por qué no rechazaron el proyecto, responden que están obligados por contratos y que no cumplirlos tendría consecuencias legales imprevisibles —lo que podría interpretarse como que eligieron ganar dinero a perderlo. A otra pregunta repiten que “un arquitecto sólo tiene una influencia limitada en el uso posterior por parte del propietario”, lo cual podría entenderse tanto si la Tate en Londres decide mostrar una obra polémica en el museo diseñado por los suizos, como si alguien comete un crimen en una de las terrazas de su edificio en Beirut, pero no cuando admiten haber diseñado las habitaciones para el personal de servicio sin ninguna ventana.

Pero la peor respuesta quizá sea cuando les preguntan por qué decidieron detener la mayoría de sus proyectos en Rusia pero no el edificio Beirut Terraces: “No se puede comparar la situación con Rusia. La invasión de Ucrania y la violenta represión de Putin y el gobierno ruso van en contra de todos los valores que representamos como oficina internacional.” Dicho de otro modo, hay formas de opresión y violencia dirigidas a ciertos seres humanos que parecen más visibles —e intolerables— para la oficina de Herzog y de Meuron mientras que otras formas de opresión y violencia dirigidas a seres humanos con distintas características —de otra región, de otra cultura, de otro tono de piel quizá— parece que no sólo no les resultan visibles, sino hasta cierto punto tolerables e incluso ayudan con sus diseños a ejercerlas.

Pero la ceguera —por llamarle así a algo que es más bien una mezcla de desinterés por ciertos grupos de personas, ignorancia, avaricia y falta de ética— no sólo está del lado de los arquitectos. El proyecto fue publicado desde hace seis años. Varios medios reprodujimos sin mayor reflexión el comunicado de la oficina suiza:

“La estructura y apariencia del edificio parten de una conciencia y respeto por el pasado de Beirut. Son cinco los principios que definen el proyecto: capas y terrazas, interior y exterior, vegetación, vistas y privacidad, luz e identidad.”

El prestigio de los galardonados arquitectos suizos y las bellas imágenes de Iwan Baan parecían no exigir mayor atención. En este sitio no publicamos las plantas. En Arquitectura Viva se publicaron unas plantas con poca definición que no muestran claramente las habitaciones para esclavas. Pero en otros sitios, como en afasiaarchizine se puede ver sin hacer mucho esfuerzo dos espacios, uno con una cama, con la leyenda “MAID” y la medida, 3.7 metros cuadrados, y otro con un pequeño lavabo, un escusado y una regadera, “MAID BATH”, 3.1 metros cuadrados. Los dos espacios sin ventanas y ni siquiera, de creerle a los planos, ningún tipo de ducto de ventilación artificial, encajonados entre una cocina de 23 metros cuadrados —con un gran ventanal—, una lavandería de 6.4 y una bodega de 6.6. Ahí tuvimos esos planos desde el 2017 y no los vimos con atención. Nótese, además, que maid es una palabra con género definido: una mujer.

En un texto que escribí hace un par de años —y retomado aquí recientemente—, comentaba un curso del filósofo Gilles Deleuze sobre el pensamiento de Michel Foucault en el que afirmaba: “hay un orden del decir y otro del dibujo”. Esa frase —cuyo contexto e implicaciones son más amplias, pero tocan lo aquí tratado— queda bien para lo que vemos en el caso de Herzog y de Meuron y que podemos ver en el trabajo muchos otros arquitectos —como en la Torre Mitikah o en la mítica casa de Luis Barragán—: una diferencia radical entre lo que se dice y lo que se dibuja.

En libros, revistas, conferencias y coloquios, el gremio arquitectónico no se cansa de promulgar las bondades de su arte, las posibilidades que tiene la arquitectura para propiciar el bien común al generar espacios colectivos, abiertos, y para mejorar la manera como todas vivimos, o para, finalmente, embellecer nuestro entorno. Y esas posibilidades no están en duda, pero los dibujos muchos veces muestran otra cosa: el mismo arquitecto que afirma lo anterior en sus dichos, puede usar el mismo lápiz para dibujar un museo o una escuela o una habitación con una vista magnífica que un armario para escobas destinado, no por accidente sino con toda consciencia, a seres humanos.

Lo sabemos: el compromiso social de buena parte de los arquitectos que más celebramos se acaba donde el contrato se pone en riesgo y las pérdidas económicas amenazan. Ese mismo compromiso se diluye, también, con la distancia social y la diferencia económica, cultural o de origen. Quienes nos sumamos a la celebración —otorgando premios, con publicaciones, con estudios e investigaciones académicas, o con aplausos— debiéramos asumir críticamente una posición o, en su defecto, aceptar cínicamente esa brecha entre lo dicho y lo dibujado, entre lo dicho y lo hecho, entre lo que podría ser y lo que realmente se hace. Por supuesto, me parece que es tiempo de lo primero: de una crítica radical a nuestra ceguera cómplice en muchos asuntos graves —opresión, racialización, sexismo, marginación, extractivismo, etc. Pero no puedo evitar, al terminar este texto, recordar la sabia afirmación de Audre Lorde: Las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo.

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La arquitectura de la desigualdad en Colombia https://arquine.com/la-arquitectura-de-la-desigualdad-en-colombia/ Wed, 10 Nov 2021 15:13:34 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-arquitectura-de-la-desigualdad-en-colombia/ Cali es una de las ciudades más desiguales del mundo. La historia de su desigualdad está escrita en su arquitectura, repleta de favelas en expansión, casas de lujo fortificadas y búnkeres intimidatorios que pertenecen tanto a los jefes de los carteles como a la policía.

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Texto y fotografía: Kurt Hollander

 

Cali es una de las ciudades más desiguales del mundo. La historia de su desigualdad está escrita en su arquitectura, repleta de favelas en expansión, casas de lujo fortificadas y búnkeres intimidatorios que pertenecen tanto a los jefes de los carteles como a la policía.

Cuando a principios de año estalló una huelga nacional en Colombia, que sacó a miles de personas a las calles para protestar contra el modelo social y económico del país, las imágenes y los vídeos dieron la vuelta al mundo. Sin embargo, las causas fundamentales de las protestas fueron menos discutidas en los medios de comunicación internacionales. Las reivindicaciones de los manifestantes para detener las reformas del gobierno que destruyen las pensiones y el sistema de salud pública y aumentan los impuestos para la clase trabajadora eran en realidad bastante modestas, dado que Colombia tiene algunas de las mayores desigualdades económicas y sociales de toda América, y también algunos de los mayores niveles de violencia (incluida la violencia patrocinada por el Estado).

Colombia lleva más de cincuenta años en guerra consigo misma. El gobierno ha luchado contra las guerrillas mientras ignoraba (o incluso ayudaba) a las organizaciones criminales fuertemente armadas que producen y distribuyen cocaína y también aterrorizan a las comunidades marginales en un intento de apropiarse de sus tierras. La violencia de estos grupos armados ha producido uno de los mayores números de refugiados internos del mundo. En las últimas décadas, Cali, la tercera ciudad más grande del país y el centro de producción de cocaína, ha absorbido un gran número de estas personas desplazadas, en su mayoría de ascendencia afrocolombiana o indígena, exacerbando los niveles ya extremos de pobreza, desigualdad y delincuencia que existen en la ciudad.

 

Arquitectura de la desigualdad

La arquitectura de Cali tiene sus raíces en la profunda desigualdad de la ciudad. Allí, el estatus social de una familia se mide a menudo por la altura de su casa. Por ello, los caleños tienden a amontonar cubos de ladrillo y cemento uno encima de otro, sin tener en cuenta los riesgos de los terremotos o de un diseño defectuoso. Cada piso que se añade es un peldaño más en la escala social, que vale cualquier posible riesgo de seguridad.

Siguiendo a sus homólogos estadounidenses, los condominios de gran altura siguen siendo el sueño de las clases medias colombianas y proliferan por toda Cali. Su construcción conlleva la eliminación de la naturaleza, especialmente en las estribaciones de la cordillera de los Andes que recorren el oeste de la ciudad. Aunque estas exuberantes y verdes colinas, que dan a la ciudad su belleza, suelen estar protegidas, promotores inmobiliarios sin escrúpulos se saltan las restricciones burocráticas para construir allí condominios cerrados de gran altura, profanando el paisaje.

Al mismo tiempo, las favelas se han extendido verticalmente en muchas colinas que rodean la ciudad, creando monstruos arquitectónicos y condiciones sociales insalubres, precarias y violentas.

 

 

Pisos extra.

 

Club Colombia

En los años setenta, el sur de Cali, especialmente barrios como Ciudad Jardín, agraciados por la presencia de amplias avenidas, grandes parques y grandes casas modeladas según el modelo de los suburbios estadounidenses, se convirtieron en las zonas residenciales más codiciadas, lejos de la plaga urbana de los barrios superpoblados, congestionados y plagados de delincuencia de las zonas bajas de la ciudad. Sin embargo, la arquitectura de estos barrios exclusivos, diseñada para defenderse de las clases bajas (vallas eléctricas, puertas altas y puestos de seguridad), es inevitablemente fea.

La arquitectura en Cali se sobrealimentó a partir de los años 70, cuando los miles de millones de dólares de beneficios de la cocaína del Cártel de Cali cayeron como la nieve sobre la ciudad. En los años 80, en el apogeo del Cártel de Cali, los reyes de la cocaína invadieron exclusivos barrios residenciales, como Ciudad Jardín, en el sur de la ciudad, comprando lujosas casas o construyendo mansiones al lado. Estas construcciones destacaban por la cantidad de columnas clásicas, fabulosas piscinas interiores y exteriores, y suelos, paredes y techos de mármol importado, brillantes símbolos de riqueza y éxito que bien merecían el riesgo de ser encarcelados.

Aunque los nuevos ricos suelen volcar el dinero en sus casas para presumir de su recién adquirido estatus, en Cali estas lujosas viviendas se han ocultado en su mayoría tras altos muros fortificados. Incluso las paredes internas de las propias casas eran más gruesas para permitir pasillos ocultos y cajas fuertes para guardar oro, joyas, dinero en efectivo y cocaína (según cuenta la leyenda, muchos de los trabajadores contratados para construir estos espacios secretos fueron asesinados antes de que pudieran dar la información a las autoridades).

Gastar inmensas sumas de dinero en el sector inmobiliario y de la construcción no solo era una forma rápida de ascender en la escala social, sino también la mejor manera de blanquear los beneficios ilegales. Gran parte del dinero que se blanqueaba se movía por la ciudad mediante una flota de vehículos blindados registrados a nombre de una empresa de transporte de fondos de propiedad legal del cártel de Cali. Más que transportar dinero sucio, estos bloqueos casi impenetrables sobre ruedas eran la forma perfecta de introducir y sacar de la ciudad grandes cargamentos de cocaína y armas.

 

Club Colombia.

 

A pesar de estar entre los habitantes más ricos de la ciudad y ser propietarios de equipos de fútbol, un banco y una cadena de farmacias, los capos del Cártel de Cali tenían prohibido el acceso al círculo más alto de la sociedad caleña, en concreto al Club Colombia, un club social de élite que acoge a la crème de la crèmede la ciudad. Fundado en 1930 e inspirado en el Jockey Club de Bogotá, el Club Colombia cuenta con una membresía que proviene de las familias europeas originales de la ciudad, incluidos los propietarios de las plantaciones de azúcar y de la industria (el cártel del otro polvo blanco) que aún controlan la mayor parte de la economía formal y la cultura de Cali.

Molestos por el rechazo de la alta sociedad, los jefes del Cártel de Cali se adelantaron y construyeron una copia exacta del Club Colombia, en tiempo récord y con un presupuesto ilimitado, que pasó a conocerse como el Búnker del Cártel de Cali. Además de varias casas familiares (donde vivían los miembros armados del Cártel), el edificio principal era una estructura de piedra de cincuenta metros de altura con ventanas a prueba de balas, un helipuerto en su tejado y un aparcamiento subterráneo para veinte coches con túneles secretos (uno de los cuales conducía a un lago en un parque cercano). Todo el complejo estaba rodeado por un muro exterior de seis metros de altura vigilado por cámaras de circuito cerrado.

Con la caída del Cártel de Cali y el encarcelamiento de los capos, el gobierno se encontró con la propiedad de más de mil casas, apartamentos, terrenos y fincas gigantes en Cali y sus alrededores confiscados a los narcos, incluido el Búnker del Cártel de Cali. Veinticinco de estas propiedades en Cali están actualmente a la venta. Las propiedades confiscadas, sin embargo, no son una inversión muy atractiva. La mayoría de los edificios están ya decrépitos gracias al abandono de muchos años, mientras que otros han sido invadidos y utilizados como viviendas o negocios (incluso las propiedades que están en buen estado no atraen a los compradores cuando se subastan a precios de ganga, ya que los posibles compradores temen que los antiguos propietarios, muchos de los cuales están cumpliendo largas condenas en cárceles estadounidenses o colombianas, regresen algún día y exijan que se les devuelvan las escrituras).

El Centro Nacional de Estupefacientes (DNE), encargado durante décadas de administrar todas las propiedades confiscadas a los narcos, resultó ser en sí mismo una organización criminal. Decenas de funcionarios públicos, entre ellos exdirectores de la DNE y congresistas, se quedaron con un centenar de propiedades fuera de la lista para su propio beneficio, cobrando alquileres mínimos o firmando escrituras a cambio de cuantiosos sobornos, que luego invirtieron en casas de lujo en Miami y Cartagena. La DNE fue finalmente cerrada en 2014, y sus exdirectores y varios congresistas encarcelados por corrupción.

 

 

Palacio de Justicia.

 

Cultura del búnker

Hay otros búnkeres que definen el paisaje urbano de Cali. Los edificios de la administración pública, los juzgados, las cárceles, las comisarías y las bases militares, es decir, toda la arquitectura social de la detención y el encarcelamiento en la ciudad, están modelados como búnkeres fortificados. Escondidos detrás de altos muros protegidos por torretas, camuflados para integrarse en la expansión de la ciudad cuando se ven desde el aire, estos fortines de cemento son menos brutalistas que brutales.

De hecho, de todas las estructuras arquitectónicas, estos búnkeres urbanos son quizás los más feos, diseñados para infundir terror en los corazones de los ciudadanos, conscientes de los muchos miles de personas inocentes que «desaparecen» al interior de estas estructuras para no volver a ser vistas. Estos búnkeres, sin embargo, son quizás una forma más honesta de arquitectura; diseñar nuevos edificios gubernamentales coloridos y brillantes para la tortura del Estado sería realmente horrible.

En Cali hay dos Palacios de Justicia donde el gobierno castiga a los delincuentes de la ciudad. El más antiguo y grandioso, también conocido como Palacio Nacional, una construcción de cinco pisos diseñada en estilo Luis XVI en 1928 por el arquitecto belga Joseph Maertens, con majestuosos balcones y cúpulas de bronce en el techo, es uno de los edificios más emblemáticos y elegantes de Cali. El Búnker de Justicia, un monolito de hormigón de trece plantas construido en la década de 1980 con minúsculas ventanas encajadas en un bloque de cemento, no se parece en nada a una cárcel.

 

Búnker de Justicia.

 

Está previsto construir un monolítico Búnker de Justicia 2 en el terreno arrasado de lo que hasta hace poco era el barrio obrero de El Calvario, poblado por modestas casas colombianas con colores pastel desvaídos y detalles art decó en funcionales construcciones de cajas de zapatos. Gracias al total abandono del gobierno, en las últimas dos décadas el barrio se ha deteriorado hasta convertirse en un importante centro de distribución de drogas. Los traficantes de basuco, la forma más barata y adictiva de la cocaína, se hicieron con varios edificios abandonados y los fortificaron, sellando las ventanas y las puertas.

El abandono a largo plazo y la destrucción final de este tradicional barrio obrero forman parte de un proceso continuo de aburguesamiento en Cali. El Calvario acabó siendo demolido por completo en 2019 (un gigantesco búnker de basuco fue el último edificio que quedó en pie) para hacer sitio a un futuro centro comercial de lujo y condominios. En Colombia, la «renovación urbana» es el equivalente arquitectónico de la limpieza social, por la que barrios enteros de clase trabajadora fueron barridos.

Antes y después: un barrio de clase trabajadora que antes era próspero y que se sumió en la delincuencia y la pobreza fue demolido para hacer sitio a un futuro juzgado, condominios y un centro comercial de lujo.

 

Arquitectura ofensiva

Parte de la fea arquitectura de Cali ha sido objeto de violentas críticas. En 2007, la principal estación de policía del centro de la ciudad fue volada en pedazos por un coche bomba, atribuido a un grupo de guerrilla urbana. Un agente de policía murió y cuarenta y dos resultaron heridos por la explosión. Desde entonces, un tanque gigante aparcado en la calle de acceso a la comisaría del centro de la ciudad se ha convertido en parte de la antiarquitectura de la ciudad. En 2008, el Búnker de Justicia fue sacudido por un coche bomba atribuido a la guerrilla izquierdista, dejando cuatro muertos y veintiséis heridos. Durante las protestas del paro nacional de este año, varios edificios gubernamentales fueron atacados y muchas comisarías fueron vandalizadas e incendiadas.

Durante las dictaduras militares de Chile y Argentina, empresas como Ford permitieron a la policía nacional y a los militares crear centros de detención clandestinos dentro de sus fábricas, que sirvieron de base para torturar y asesinar a dirigentes sindicales y activistas estudiantiles. En la actualidad, la policía de Cali ha creado espacios ad hoc similares para detener ilegalmente a cientos de manifestantes acorralados durante las protestas pacíficas. En el lujoso centro comercial El Éxito, el aparcamiento, prohibido a la prensa y a los observadores de derechos humanos, estaba lleno de casquillos de bala y tenía manchas de sangre en la pared.

Los centros comerciales en general pueden ser vistos como puestos de avanzada militarizados de la economía formal de Estados Unidos, blocaos fortificados en los que se venden productos importados a precios elevados con los beneficios expatriados, lo que por supuesto es parte de la razón por la que la economía colombiana va tan mal. El hecho de que muchos de estos exclusivos centros comerciales que venden productos importados de EE. UU. fueran objeto de vandalismo durante las protestas indica algo de la consideración que tienen los lugareños sobre ellos.

Más que una mera crítica, el vandalismo de los edificios gubernamentales y los centros comerciales de Cali, especialmente durante el paro nacional, son protestas contra las desigualdades sociales, la corrupción y la violencia patrocinada por el Estado que tiene lugar entre las paredes de estos edificios. En Cali, los crímenes de la arquitectura son los que se cometen no contra el buen gusto, sino contra la naturaleza, las comunidades marginadas y la clase trabajadora.


Texto publicado originalmente en Jacobin. Se publica aquí con permiso de los editores y el autor.

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Espacios: La Ceguera. Unos lavaderos en Bombay https://arquine.com/la-ceguera-lavaderos-bombay/ Wed, 14 Oct 2020 01:34:57 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-ceguera-lavaderos-bombay/ Al viajar, en especial a destinos con esta polaridad generada por una absoluta inequidad en la repartición de la riqueza, nunca piensa uno en lo que implica tener, en un cómodo cuarto de hotel, las sábanas limpias.

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En su novela Ensayo sobre la Ceguera, Saramago nos enfrenta a una situación irreal, donde la pérdida del sentido que nos permite capturar en imágenes, constantemente en movimiento, parte del universo en que habitamos se vuelve el tema central. No es, en la imaginación del autor, la ceguera oscura de quienes, por cuestiones naturales o accidentales, han dejado de contar con dicho sentido. No, la que presenta Saramago es una ceguera blanca que, como epidemia incontrolable, termina apoderándose de la población completa de una ciudad.

Sin pretender contar la historia, esta novela, una de mis favoritas, siempre me ha hecho pensar en la cotidianeidad en la que construimos nuestras relaciones. El que más el que menos, necesita ir generando ciertos parámetros de percepción para sensibilizarse e integrarse al universo, y ciertos de ceguera, para poder sobrevivir las que, en no pocas ocasiones, son fractales de una realidad que, en la mayoría de los casos, no queremos que exista, pero muy en el fondo sabemos que es inevitable, especialmente si queremos conservar nuestra zona de confort.

Durante el Foro HOLCIM, realizado en la ciudad de Bombay en abril del 2013, una buena parte del evento implicaba visitas de campo cuyo sentido era, justamente, abrir entre los participantes pequeñas ventanas momentáneas a esas otras realidades que tendemos a ubicar en nuestro espacio de ceguera blanca. Desde luego no hay que irse a Bombay para encontrarlas. Basta con salir a la calle y avanzar, dependiendo de nuestro entorno, algunas decenas o centenas de metros para encontrarlas. Ahí están, pero no las vemos.

Pero siendo esta una publicación que pretende reflexionar sobre espacios, la escala del que hoy se presenta y su destino generó un particular efecto de sobrecogimiento. Y es que, al viajar, en especial a destinos que comparten con mi tierra esta polaridad generada por una absoluta inequidad en la repartición de la riqueza, nunca piensa uno en lo que implica tener, en un cómodo cuarto de hotel, las sábanas limpias.

Si, en Bombay y en tantos otros destinos con alta incidencia de turismo, y una economía emergente, un detalle tan aparentemente insignificante como el narrado, puede llegar a implicar una dinámica espacial inusitada, compleja y de una escala insospechada.

Ahí, en un punto específico de la ciudad, desde un puente vehicular, se abre un universo en movimiento continuo. Entrando, saliendo, tomando un respiro para después continuar la interminable labor de lavado. Siempre hay ropa por lavar, siempre por entregar.

El agua encuentra barreras momentáneas a su permanente búsqueda de fluir hacia el mar, en una red multidimensional de contenedores de concreto. Grandes, pequeños, medianos… uno tras otro, incontables, reciben el preciado líquido para que, unas manos forjadas a fuerza de tallar, comiencen la labor de restregar el textil sobre la pétrea superficie artificial, al son del sonido que producen jabón, agua, tela y personas.

El sol tropical hace su parte en el secado y, también, en la producción de sudor que el trabajo físico requiere de quien lo elabora.

¿Cuántos lugares como éste en esa inmensa ciudad? ¿En otras tantas, en tantos países?

La dinámica urbana y sus necesidades, trasciende siempre cualquier visión estática de planificación.

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Confinamiento y desigualdad https://arquine.com/confinamiento-y-desigualdad/ Tue, 21 Apr 2020 07:14:02 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/confinamiento-y-desigualdad/ El confinamiento no es ni ha sido igual para todos. El aislamiento físico subraya las desigualdades sociales a través de las distintas formas de habitar nuestros propios espacios. Las condiciones y las realidades son distintas.

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Es innegable que estamos viviendo un acontecimiento histórico. El 2020 llegó para quedarse en la memoria de los habitantes del planeta tierra, gracias a la aparición de un nuevo virus que nos mantiene incrédulos observando cómo se va expandiendo y acabando con la vida de los habitantes de los países de todo el mundo.

Los gobiernos establecieron la estrategia quédate en casa para evitar, o tratar de evitar el contagio masivo, las escuelas detuvieron sus clases presenciales y pasaron al sistema on line, tomando por sorpresa tanto a los alumnos como a los maestros, dejando a la vista la poca preparación, habilidades e infraestructura de algunas escuelas para evitar perder las colegiaturas y el ciclo escolar. La economía ya de por sí dañada, hoy está casi detenida. Sólo las actividades indispensables como el abasto, logística y otras, se mantienen en activo, pero a un ritmo más que lento y los trabajadores manteniendo una sana distancia para poder llevar a cabo su trabajo por mínimo que sea. El quédate en casa ha servido para demostrar que hoy más que nunca estamos conectados y, que la tecnología es y será fundamental en toda sociedad que quiera sobrevivir.

Sin embargo, el confinamiento no es, ni ha sido igual para todos, el aislamiento físico subraya las desigualdades sociales a través de las distintas formas de habitar nuestros propios espacios. Las condiciones y las realidades son distintas. No ha sido lo mismo recluirse en una residencia de Las Lomas, Valle de Bravo, Tepoztlán, Cuernavaca o, en un departamento de la Condesa, Santa Fe o Polanco que en cualquier urbanización informal o popular dentro de una vivienda a la que difícilmente se le puede llamar digna.

Es cierto que la pandemia es un problema de salud, sin embargo, si lo vemos más allá de ese marco nos daremos cuenta que también es un problema social, económico y urbano que ha dejado al descubierto la enorme desigualdad social y económica que existe en nuestro país y en toda América Latina, resultado de un modelo neoliberal. Este modelo ha permitido e impulsado las inversiones privadas en vivienda, oficinas, plazas y centros comerciales que, al multiplicarse, fueron conformando la exclusividad urbana, el simbolo del capitalismo y del consumo en las ciudades y sociedades modernas. El cambio del siglo XX al XXI representó la transición entre modelos económicos. De la sustitución de importaciones al libre mercado; del estado del bienestar a la globalización neoliberal y a la tercerización; de la ciudad industrial a la informacional y de redes (Castells, 1995).  Este cambio de modelos es fundamental para entender como ha influido la economía y en particular el modelo económico en la conformación y ordenamiento del territorio en las ciudades.

En contraste a la exclusividad urbana, se ha descuidado la vivienda social, mucha autoconstruída y emplazada en asentamientos irregulares, carentes de todo tipo de servicios, segregada, fragmentada y excluída de la ciudad formal.

De lo anterior surgen dos modelos de ciudad, uno en el cual se construyen productos con determinado valor dentro de un espacio sin carencia de servicios y equipamientos, al que únicamente tienen acceso ciertos sectores económicos. El resultado es la aparición de zonas con mayor plusvalía que otras, la urbanización capitalista. Y por otro, aparecen urbanizaciones populares e informales, territorios y espacios segregados sin servicios ni equipamiento mínimo. Urbanizaciones donde el habitar se convierte más en un acto de superviviencia del cual no se tiene documentación en las redes sociales, es el planeta de ciudades miseria de Mike Davis.

No es suficiente la ayuda y la colectividad sólo en las tragedias o situaciones de emergencia como la actual, debe ser una actitud permanente que nos distinga como país. Pero también urge replantear la distribución de recursos a los sistemas de salud y vivienda social y popular. Los modelos de ciudad mencionados no surgen de la nada o se inventan, son resultado de planteamientos políticos y modelos económicos.

No, no ha sido lo mismo el quédate en casa para mantenerse activo en las redes sociales compartiendo ejercicios, yoga, meditación, lecturas, recetas y todo un cúmulo de banalidades dignas de nuestra sociedad líquida (Bauman, 2003), a tener que salir a la informalidad laboral y vivir al día. Hablar y mostrar nuestras vidas desde el privilegio es sólo eso: un privilegio que después de la pandemia deberíamos valorar.


Referencias:

Bauman, Z. (2003). Modernidad Líquida. México: Fondo de Cultura Economica.

Castells, M. (1995). La ciudad informacional, tecnologias de la informacion, estructuracion economica y el proceso urbano-regional. Consultado en http://www.ub.edu/geocrit/b3w-98.htm

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Parásitos: los de abajo y los de arriba https://arquine.com/parasitos-los-de-abajo-y-los-de-arriba/ Fri, 27 Dec 2019 20:00:20 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/parasitos-los-de-abajo-y-los-de-arriba/ Parásitos, la película de Bong Joon-ho, retrata la desigualdad social y económica de nuestro tiempo pasando de la ironía al suspenso y al drama y paseando por espacios urbanos y domésticos que cuentan tanto como la historia misma.

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Parásito, la película escrita y dirigida por Bong Joon-ho que este año ganó la Palma de oro en Cannes, cuenta la historia de dos familias, cada una compuesta por padre, madre, hija e hijo, una pobre y otra rica, pasando entre la comedia, el suspenso y el drama con fluidez insospechada. Y ese paso entre géneros y protagonistas es, también, un paseo por la ciudad y por los espacios interiores donde cada familia habita. Los pobres viven en un semisótano, húmedo y oscuro, en la parte baja de la ciudad. Los ricos en una casa de elegante diseño que enmarca con un gran ventanal un amplio jardín, la única área verde que veremos en la ciudad. Desde el inicio, cuando el hijo de la familia pobre levanta su teléfono hasta el techo de su pequeño departamento buscando una señal de wifi abierta, sin contraseña, se va perfilando la idea de que es arriba, subiendo, donde se encuentran las buenas oportunidades. La familia pobre, los Kim, terminará trabajando entera para la familia rica, los Park. Bong retrata a los pobres como hábiles y aprovechados, mientras los ricos son ingenuos e inconscientes de las maneras como abusan de los otros, los pobres, quienes sólo pueden ocupar la misma zona de la ciudad y los mismos espacios que los ricos cuando están a su servicio.

En la película, la casa de los ricos fue proyectada por un ficticio arquitecto, Namgoong Hyeonja, quien tras habitarla la vendió a los nuevos ocupantes. En realidad la casa es un escenario hecho por Lee Ha Jun, el diseñador de producción de la película, para ajustarse con precisión a los requerimientos tanto técnicos como narrativos de Bong. En una entrevista con Chris O’Flat para IndieWire, Bong explica que la casa debía diseñarse meticulosamente para que a cada personaje correspondieran los espacios que iría tomando y otros espacios secretos que se van revelando con la trama de la película. Lee agrega que además de esto debía cumplir con la necesidad de bloquear ciertas vistas en determinadas tomas —tanto por razones técnicas como por lo que se supone que los personajes pueden ver desde cada espacio—, permitir filmar con iluminación natural —por lo que tanto la casa de los ricos como el departamento de los pobres se construyeron en terrenos baldíos— y ajustarse a la proporción de los encuadres.

Pero, si bien los datos técnicos y logísticos de la producción no dejan de tener interés, lo más importante es, quizá, la manera como los espacios urbanos y domésticos se suman a la trama que la película cuenta y, en el sentido inverso, el modo en que la película revela, con tanta sutileza como precisión, cómo la construcción de las ciudades y de las viviendas depende de desigualdades sociales y económicas que al mismo tiempo refuerzan. La pequeña ventana del semisótano y su vista a un sucio callejón y el gran ventanal de la mansión enmarcando el amplio y verde jardín demuestran las diferencias entre la ciudad de arriba y la de abajo. La casa de los ricos sería un desastre —se lo dice el señor Park al señor Kim— sin la ayuda de los empleados domésticos, los de abajo, haciéndonos preguntarnos quiénes viven de quién, quiénes son los parásitos. Y lo que en la ciudad de arriba es un cambio de clima —una fuerte lluvia—, en la de abajo puede tener consecuencias catastróficas. La película de Bong muestra así cómo en nuestras sociedades —y ciudades— profundamente desiguales, los de abajo sólo pueden llegar arriba infiltrándose, trabajando para los ricos, mientras que los de arriba los verán sin verlos y admiten su compañía con reservas, mientras no rebasen ciertos límites —lo repite varias veces el señor Park— y se vuelva demasiado física —como ese olor a pobre que, en uno de los momentos climáticos de la película, termina marcando diferencias y suscitando una sorpresiva consciencia de clase. A fin de cuentas parece que, como dirá el señor Kim, los de abajo no pueden hacer planes para llegar arriba pues, como con las casas allá en las lomas, cumplirlos es un lujo para el que no les alcanza.

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Pasión por la ciudad https://arquine.com/pasion-por-la-ciudad/ Wed, 20 Feb 2019 14:27:33 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/pasion-por-la-ciudad/ «Los otros son el infierno», decía Sartre en su obra teatral. Es posible construir ciudades donde «los otros» no den miedo, sino que sean aquellos con quienes soñar y construir un proyecto común.

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Presentado por:

La acción desde abajo también es política…

En la adolescencia tenía un amigo que coleccionaba sellos, los cuales guardaba con delicadeza en unos álbumes preciosos. En el barrio en el que compartíamos escuela y algunas plazas donde jugar por las tardes, había una pequeña tienda filatélica cuyos escaparates invitaban a la curiosidad, al exponer un mosaico de timbres postales de todos los colores y tamaños, de épocas y países diferentes. Creo que fue cuando observamos juntos aquellas diminutas maravillas el momento en que nació su afición por la filatelia. Mi amigo se sentía atraído por lo que pasaba en el mundo y en nuestro país. En ocasiones en grupo, pero sobre todo a solas, charlábamos largamente sobre cuestiones que nos empezaban a llamar la atención en un momento adolescente. Al «despertar de la primavera» se sumaba la toma de conciencia del momento y el espacio que nos había tocado vivir. Como supongo le ha ocurrido siempre a tantos jóvenes, al descubrir que el mundo dista mucho de ser perfecto aparece la necesidad y el deseo de contribuir a su transformación. Recuerdo las reflexiones sobre las maneras de «cambiar el mundo», y recuerdo una disyuntiva que se pleanteaba entonces: el cambio desde «arriba», estructural, o «desde abajo», «caso por caso», según su denominación. Mi amigo, sin despreciar la opción de luchar por una causa concreta, se inclinaba por lo que entendía como la Política (con mayúscula), que tenía como fin el cambio de las estructuras, de las reglas de juego.

Al cabo de unos años, en 1984, el Cuerno de África sufría una de las hambrunas más importantes de aquel tiempo, ocasionada por factores como la sequía, la guerra y, en primer lugar, por la desesperante lentitud de los Estados del resto del mundo para prestar la ayuda necesaria a la población debido a prejuicios políticos. El hambre de miles de seres humanos fue utilizada como arma por un dictador local, ante la mirada pasiva del resto del mundo. Recuerdo que mi amigo me llamó para pedirme que lo acompañara a realizar algo trascendente: entregar su colección de sellos, sus álbumes tan preciados, a una ONG como contribución a la campaña solidaria para el envío de urgencia de comida y material sanitario a Etiopía. Entregó los álbumes con una nota manuscrita en la que expresaba, de manera breve, lo siguiente: «frente a la retórica vacía de los Estados y de los Políticos [sic], vended los sellos para la campaña de ayuda urgente a Etiopía». Acababa de apostar por un pequeño cambio «desde abajo», como una manera de afrontar uno de los episodios que más conmocionó (y avergonzó) al cabo de unos meses a la opinión pública mundial (Live Aid!). Consciente de que ambos sabíamos el significado de lo que acababa de hacer, me dijo: «la acción desde abajo también es política, aunque sigo creyendo que el cambio de las grandes estructuras es necesario y posible». Del relato de esta anécdota quisiera resaltar la doble afirmación final de mi amigo que, con el tiempo y algo de experiencia, se ha convertido en varias y profundas convicciones personales:

• Los proyectos colectivos construidos desde la proximidad, es decir, desde la ciudad, pueden generar proyectos políticos de primera magnitud.

• El mundo afronta grandes retos que sólo desde la voluntad política, expresada en todos sus niveles (también el de sus ciudades) podrán superarse.

Que «la acción desde abajo también es política» no es una teoría abstracta. Es una experiencia vivida, personal y colectivamente, en el entorno más cercano que haya podido tener: la Barcelona de los últimos treinta años.

Barcelona

Cuando unos adolescentes que no veían más allá del barrio empezaban a meditar sobre el mundo, coincidía con que su ciudad afrontaba un ingente caudal de esperanza: el inicio del cambio democrático para transformar la ciudad, sin duda una de las aventuras más apasionantes que pueden vivirse. Esta transformación tenía como motor básico al vecino de Barcelona, tanto el de toda la vida como el recién llegado; con gran apego a su ciudad se sentían implicados como ciudadanos activos y protagonistas de una ciudad entendida y vivida como proyecto, valga la redundancia, vivo. Con este espíritu fue que entraron en las instituciones, eligieron a sus representantes y, lejos de abandonarlos, les exigieron día a día el ejercicio del liderazgo público y la calidad de su gestión. Cambiaron la municipalidad para poder desarrollar el Proyecto Barcelona de transformación de la ciudad.

Al principio, con recursos escasos, el proyecto empezó por lo más obvio: hacer ciudad donde no la había, con muchas y pequeñas iniciativas en todos los barrios, en especial en los más desfavorecidos. Urbanizó y saneó en los lugares donde la especulación de la dictadura había construido, rápido y mal, edificios de viviendas. Construyó viviendas donde tenía que sustituir chabolas. Puso en buenas condiciones, con arquitectura de buena calidad, pequeños espacios para que fuesen ocupados por los vecinos como símbolo de reconquista democrática. Empezó a recuperar un trocito de mar, aunque fuese en aguas abrigadas del puerto. Impulsó servicios sociales, guarderías y cultura popular sin ninguna ley que los amparase. Monumentalizó la periferia con la intención de que todo fuera centro. La ciudad gris y violeta que se contemplaba desde la escuela, al pie de la montaña, era indus‑ trial y local, capital productiva de una economía cerrada a Europa. Tenía que intentar dar un salto a un nuevo modelo antes que que‑ darse sin industria, y sin nada, por efecto de una gran crisis.

Intuyó que había una palanca para dar un buen salto, y la consiguió: los Juegos Olímpicos de 1992. Fueron un éxito deportivo pero, sobre todo, la gran excusa para entrar en una nueva etapa de ciudad. Con ellos se acometieron transformaciones urbanas de gran escala financiadas, esta vez sí, por todos los gobiernos. Las Rondas conectaban con la zona metropolitana; las áreas de nueva centralidad transformaban de golpe grandes vacíos degradados de la ciudad, desde la montaña olímpica de Montjuïc hasta el viejo barrio industrial del Poblenou. Barcelona sacaba las vías del tren para poder ver y acceder al mar, con aguas cada vez más limpias. Barcelona se daba a conocer al mundo y el mundo descubrió lo que una ciudad mediterránea, ahora ya plenamente europea, era capaz de ser y hacer. Se sentaban las bases para pasar de ciudad industrial a ciudad de nueva economía y servicios. Se iniciaba el tránsito de ciudad local a ciudad global, con la apertura a grandes oportunidades y, también, a grandes retos y riesgos.

Europa y la expansión del «Estado del bienestar» en España eran también el trasfondo de la alegría olímpica, mientras en el mundo la lógica del mercado global sin regulación democrática global empezaba a minar muchas de las certezas que Europa y el Estado del bienestar habían ofrecido hasta entonces.

Tras los Juegos, que supusieron una gran ilusión pero también un esfuerzo económico colectivo, Barcelona aprendió a sanear su economía interna, convencida de que su solvencia era la garantía para proseguir su transformación en contra de la tendencia general al endeudamiento como forma de impulso de progreso aparente. Decidió sacar todo el provecho al salto que había dado. Empezó a posicionarse como ciudad atractiva, que ofrecía gran calidad de vida, capaz de empezar a jugar en la liga de ciudades globales. Esta nueva ciudad global atrajo fenómenos derivados de la globalización: los nuevos ciudadanos provenientes de la inmigración de otros continentes, miles de estudiantes y habitantes del resto de Europa y el turismo mundial. Todo ello cambió de forma cada vez más acelerada su paisaje humano, aprendiendo día a día, no sin dificultad, a integrar nuevos actores a su proyecto. Aún hoy está tratando de ser global sin perder algunos trazos de su personalidad.

Sobre antiguas fábricas y almacenes preparó el terreno para captar la economía basada en las nuevas tecnologías de la información, así como el talento global. Nuevos sectores emergentes sustituían a una industria que, por suerte, no se abandonó del todo. Nuestro puerto se abría de manera definitiva a la ciudad y se expandía con fuerza hacia el sur, desviando incluso el curso de un río, y desarrolló nuevos negocios de logística, nuevos tráficos especializados y el negocio que resultaba de los pasajeros de cruceros. Con la nueva excusa de la organización de un evento cultural internacional, el así denominado Fòrum Universal de las Culturas que se celebró en Barcelona, en 2004, se completaba la recuperación del frente litoral y se integraban grandes infraestructuras de sostenibilidad (depuradora, incineradora, ecoparque) en lo que había sido un espacio marginal metropolitano. La mayor capacidad de inversión supuso expandir entre todos los barrios de la ciudad la acción transformadora y de construcción de equipamientos. Se construyeron ramblas sobre autopistas urbanas, se derribaron viaductos. Se transformaron antiguos vertederos metropolitanos en parques y al limpiar de la contaminación el río del entorno barcelonés se creaba un gran eje cívico y verde donde antes había una cloaca. Seguramente porque muchos objetivos ya se habían conseguido, la mejora del espacio público ya no tenía la carga simbólica de veinte años atrás. El espacio común como espacio de convivencia‑conflicto, integración‑desarraigo, igualdad‑ desigualdad era, y es, el motivo básico de debate y preocupación y, cabe decir también, de disfrute.

Las retos del nuevo milenio, sus crecientes desigualdades, sus miedos globales y locales impactaron en los ciudadanos de una ciudad cada vez más conocida internacionalmente. Por ello, se expresó un cierto mal humor ciudadano en el evento del Fòrum de las Culturas. Posteriormente llegó la gran crisis de 2008, en la que aún estamos inmersos, lo cual ha agudizado muchas de las contradicciones. La ciudad no se ha detenido gracias a la solvencia acumulada durante años. Se ha podido proseguir la transformación urbana en todos los barrios. Se han creado un gran número de equipamientos educativos, sanitarios, sociales y culturales. Se construye una nueva gran terminal en un aeropuerto que no para de crecer, y ésta ya es de capital mayoritario chino. Y se enlaza el Tren de Gran Velocidad (TGV) con el resto de Europa. El turismo internacional masifica escenarios de la ciudad; la ciudad es capaz de ganar los concursos para ser la sede de eventos internaciona‑ les de primer nivel para su feria.

Pero los efectos de la crisis hacen estragos en la cohesión social y en las condiciones de vida de muchos ciudadanos. Se comprueban los límites de una ciudad bien equipada para combatir una crisis estructural, global y no sólo económica. Es así como la ciudad vive con plena normalidad democrática el cambio político en su gobierno, que el tiempo dirá si representa un cambio de proyecto y modelo de ciudad. El apego a la ciudad del habitante de Barcelona sigue siendo fuerte, muy fuerte. Lo que es muy frágil es la credibilidad de la política como proyecto colectivo de transformación, y es un reto de todos reconstruir, sobre todo, desde la ciudad.

 

El mundo

Sin duda estamos en un momento complicado de la humanidad, como siempre. Es importante reconocer —porque a veces la percepción «eurocéntrica» del árbol no deja ver bien el bosque del mundo— que se ha avanzado a escala global en la consecución de los objetivos de la Declaración del Milenio. Pero aún estamos lejos, muy lejos, de la resolución de los grandes retos que un 8 de septiembre de 2000 se plantearan 189 jefes de Estado. Centenares de millones de personas viven en barrios marginales, sin acceso a los servicios básicos. Muchos de ellos sin agua potable o sin la mínima gestión de sus residuos. El «chabolismo» es un fenómeno creciente en los suburbios de muchas ciudades del mundo. La educación y la salud no son derechos reales para una parte significativa de la humanidad. La lucha por los objetivos de generar mayores cuotas de prosperidad, de generación de riqueza, es fundamental. El otro gran objetivo es ser capaces de redistribuir el progreso y generar igualdad de oportunidades.

El principal obstáculo a combatir es la desigualdad. Sin duda, tal como lo afirmaba mi amigo de juventud, los instrumentos de la política deben crearse o activarse para cambiar ciertas reglas del juego. Y ahora, mucho más que antes, esto debe hacerse a escala global. Frente a un mercado global, una gobernanza global. Organismos multilaterales, regiones del mundo, los Estados tienen o deberían tener una agenda de reforma del sistema. Por ahora soy más bien escéptico, ya que de la «reforma del capitalismo», enunciada en medio del pánico financiero por un presidente francés, no precisamente progresista, no acierto a ver casi nada. Mientras estas reformas globales se realizan (o no), hay otra agenda, «por abajo», que es clara, concreta, difícil pero enormemente estimulante, porque los resultados se ven más pronto: hacer mejor ciudad. Todos debemos hacer una convocatoria a este gran objetivo: desde la ONU hasta los ciudadanos, pasando por los Estados, regiones, empresas y asociaciones; desde todas las disciplinas del saber; desde la arquitectura, a la que Barcelona debe tanto, hasta los gestores del «big data» o la resilencia, todos tenemos un reto: que la realidad urbana mejore paulatinamente. «Los otros son el infierno», decía Sartre en su obra teatral. Es posible construir ciudades donde «los otros» no den miedo, sino que sean aquellos con quienes soñar y construir un proyecto común. Para tal fin estoy dispuesto a entregar mis timbres postales.


Este texto se publicó en el libro Habla Ciudad, con motivo de la primera edición del Festival de Arquitectura y Ciudad MEXTRÓPOLI. Aparta la fecha y acompáñanos a vivir la ciudad extraordinaria en su próxima edición que tendrá lugar del 9 al 12 de marzo de 2019. 

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La nueva crisis urbana https://arquine.com/la-nueva-crisis-urbana/ Sat, 24 Jun 2017 15:24:10 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-nueva-crisis-urbana/ En The Rise of the Creative Class, Richard Florida apuntaba a la creatividad como una profunda fuerza bajo los cambios de la sociedad contemporánea y al surgimiento de la clase creativa como motor de esas transformaciones. En su nuevo libro, Florida confiesa haberse dado cuenta de que fue “excesivamente optimista.” De que se ha generado “un nuevo tipo de homogeneización de gente adinerada” y que las principales ciudades creativas también son “epicentros de desigualdad económica” donde se da un fuerte descenso de la clase media.

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“En 1800, sólo una ciudad en el mundo tenía más de 1 millón de habitantes: Pekín. Para 1900, eran 12. En 1950, 83 y en el 2005 400. Hoy hay más de 500 ciudades con más de un millón de habitantes en el mundo. En 1950 sólo dos megaciudades rebasaban los 10 millones: Nueva York y Tokio. Hoy 28 ciudades cuentan con más de 10 millones de habitantes y para el 2030 serán más de 40. Para el 2150, de acuerdo con algunas proyecciones creíbles, el mundo tendrá tal vez diez megaciudades con poblaciones entre los 50 y los 100 millones de habitantes y cinco más que rebasarán esa cantidad.”

Esos son sólo algunos de los datos que incluye Richard Florida en su nuevo libro The New Urban Crisis. Esas cifras confirman la tendencia de que cada vez más humanos habitemos en condiciones urbanas. La revolución urbana venció y podemos declarar el triunfo de las ciudades. ¿Cuál es, entonces, la nueva crisis que anuncia el título del libro de Florida? El subtítulo en la portada lo explica resumidamente: de cómo nuestras ciudades aumentan la desigualdad, ahondan la segregación y le están fallando a la clase media —y qué podemos hacer al respecto.

En el 2002, Florida publicó The Rise of the Creative Class. Ahí apuntaba a la creatividad como una profunda fuerza bajo los cambios de la sociedad contemporánea y al surgimiento de la clase creativa como motor de esas mismas transformaciones. Esa clase se compone, según Florida, por científicos, ingenieros, arquitectos o diseñadores, escritores, artistas, músicos y “aquellos cuya función económica es crear nuevas ideas, nuevas tecnologías y nuevo contenido creativo.” Personas “cuyo trabajo implica no sólo resolver problemas sino plantear problemas.” En la primera edición del libro dice que entonces representaban un 30 por ciento de la fuerza de trabajo de los Estados Unidos —38 millones de trabajadores. La clase creativa, afirmaba Florida, “es también la fuerza clave que está transformando nuestra geografía, encabezando el movimiento de regreso a los centros urbanos y a suburbios cercanos y caminables.” Esta clase tiende a agruparse en lugares —fundamentalmente centros urbanos o suburbios cercanos a sus sitios de trabajo— en los que se ofrecen reunidas tres condiciones que a su vez le sirven a Florida de parámetros para medir su potencial para atraer a dicha clase: tecnología, talento y tolerancia. A esas condiciones suma una cuarta: los activos territoriales, que definen la calidad de un lugar en relación a lo que hay ahí, quienes viven ahí y lo que pasa ahí. Muchas ciudades buscaron transformar y enriquecer esos activos territoriales y así conseguir que siguieran las otras T, atrayendo a la clase creativa y el crecimiento económico que la acompaña. Pero ya en la edición revisada de su libro, Florida apuntaba también que “el surgimiento de un nuevo orden social y económico es una espada de dos filos. Libera energías increíbles que señalan el camino a nuevas rutas para crecimiento sin precedentes y prosperidad, pero también es causa de tremendas privaciones y desigualdad.”

En su nuevo libro, Florida confiesa haberse dado cuenta de que fue “excesivamente optimista.” De que se ha generado “un nuevo tipo de homogeneización de gente adinerada” y que las principales ciudades creativas de los Estados Unidos también eran “epicentros de desigualdad económica” donde se daba un fuerte descenso de la clase media. Florida inicia describiendo cinco dimensiones de esta nueva crisis urbana: primero, la separación cada vez mayor entre las que llama ciudades super-estrella y el resto (dice que sólo seis áreas metropolitanas del mundo, atraen casi la mitad de la inversión en alta tecnología en el mundo y que todas esas ciudades están en los Estados Unidos, excepto Londres); segundo, en esas super-ciudades se da también una super desigualdad entre sus habitantes; tercero, en general en todas las ciudades ha desaparecido la clase media; cuarto, la pobreza, la inseguridad y el crimen han tomado los suburbios y, finalmente, en el mundo subdesarrollado se dan formas de urbanización que no conllevan desarrollo y crecimiento económicos, al contrario. En los capítulos del libro, Florida va analizando algunas de las razones, siempre complejas, de esta crisis urbana: un urbanismo en el que el ganador siempre gana todo, el surgimiento de ciudades para élites, la gentrificación y la desigualdad. En muchos casos resulta claro que era difícil prever todos los efectos de las distintas interacciones entre los diversos factores implicados en el desarrollo urbano de comunidades creativas, desarrollo que ya había calificado Florida en su libro anterior como “un proceso orgánico que no puede dirigirse de manera vertical desde arriba.” En el caso de la gentrificación, por ejemplo, hoy parece evidente que buenas intenciones como el regreso a centros urbanos y la reactivación de la vida de la calle y el comercio local, pueden tener efectos totalmente adversos, como la exclusión de quienes ya habitaban en cierta zona y deben mudarse a lugares que les resulten asequibles, y en un mediano plazo la desaparición de muchas de las características que fueron causa o motivo del proceso de gentrificación. Florida explica también que, con todo y estos efectos, la gentrificación no es el mayor problema de las ciudades hoy, sino que lo es la pobreza en aumento en grandes zonas donde la posibilidad de movilidad socioeconómica se reduce prácticamente a cero. La desigualdad es, pues, un problema aun mayor que la gentrificación. En Nueva York, por ejemplo, pese al éxito que supone la reinvención de esa ciudad tras la grave crisis económica y social que sufrió en los años setenta, la desigualdad en ingresos tiene un índice de 0.54 —donde cero implica que no hay desigualdad y 1 es el máximo. Ese índice es exactamente el mismo que en Suazilandia; no que los pobres neoyorquinos lo sean tanto como los de Suazilandia, sino que la distancia entre pobres y ricos es equivalente.

¿Hay salida a esta crisis urbana? El último capítulo del libro de Florida se llama urbanismo para todos y propone siete pilares del mismo. Primero, hacer que la concentración urbana funcione para todos: “las economías urbanas son impulsadas no por una densidad residencial extrema y torres enormes sino por desarrollos de altura media y usos mixtos que promuevan la mezcla y la interacción.” Segundo, la inversión en infraestructura que favorezca las concentraciones urbanas, sobre todo para la movilidad: “es tiempo, dice, de emparejar el terreno para el transporte masivo reduciendo el subsidio que le damos al automóvil en forma de calles y autopistas.” Tercero, construir vivienda asequible, principalmente para la renta, en respuesta a la menor capacidad económica pero a la mayor necesidad de mudarse de las clases medias y bajas. Pero lo anterior no funciona sin el cuarto punto: transformar los trabajos con salarios bajos en empleos de clase media: “construir una nueva clase media implicaría que todos deberíamos pagar más por los servicios”. El quinto pilar da un paso aun más allá y propone luchar contra la pobreza invirtiendo en la gente y los lugares. Florida habla de educación pública de calidad pero también de la posibilidad de un salario mínimo universal. En sexto lugar, un esfuerzo global para construir ciudades prósperas. Y, finalmente, buscar el fortalecimiento de las ciudades y las comunidades.

Al final, las siete propuestas de Florida para un urbanismo para todos dejan pensando si no se revelarán pronto, cual la confianza en la fuerza transformadora de la clase creativa, como demasiado optimistas. Y no por las siete propuestas en sí, sino por la posibilidad de implementaras todas en un plazo razonable sin que medie un cambio radical en los modelos políticos y económicas dominantes. La creciente automatización de los trabajos más rutinarios y la generación de empleos precarios para la clase media, por ejemplo,  son, sin una medida radical como el salario mínimo universal, grandes obstáculos para la disminución de la desigualdad en las ciudades. El inmenso poder que grandes corporaciones trasnacionales y el capital financiero global tienen sobre decisiones de política local y la falta de nuevos y efectivos modelos de participación ciudadana en esas decisiones también puede resultar un estorbo para esos cambios. Y, finalmente, la lógica de extracción sin fin de recursos naturales seguirá teniendo graves efectos negativos en las ciudades y, sobre todo, en la otra cara, oscura y olvidada, de la moneda: el mundo rural, y en eso la relación entre ciudad, comunidad y región se vuelve aun más compleja.

Lo cierto es que, de no darse ningún cambio, la visión que anticipa ciudades en las que los pocos cada vez más ricos se aíslen del resto y los muchos cada vez más pobres se encuentren atrapados en condiciones que no les permitan salida alguna, será más realista que pesimista.






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