Resultados de búsqueda para la etiqueta [basurero ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 03 Nov 2023 14:47:31 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 La caminata de la basura https://arquine.com/la-caminata-de-la-basura/ Tue, 25 Aug 2020 06:00:42 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-caminata-de-la-basura/ Recoger la basura es un trabajo demasiado invisibilizado por la sociedad, un trabajo que es considerado sucio, poco digno, y sin embargo absolutamente esencial en el día a día de una ciudad. Un trabajo mal remunerado para quien lo trabaja diario, y sin embargo millonario para quien lo dirige o aprovecha.

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Resulta que en 1970 los trabajadores del servicio de basura de Londres se fueron a huelga. Poco a poco, las calles de la ciudad se llenaron de bolsas y desechos. Londres volvía a ser la ciudad que quizá alguna vez fue. En ese entonces, el artista mexicano Felipe Ehrenberg se encontraba ahí, avanzando sus primeros experimentos conceptuales y de arte correo. Un día, salió a la calle con un gis y dibujó alrededor de las bolsas una silueta, igual que hacen los policías con los cadáveres en la escena del crimen. Levantadas las bolsas, quedaría marcado sobre el pavimento el espacio público que durante unos días fue ocupado por los desechos privados. La pieza resultante, “Garbage Walk”, consistió en esta cartografía con gis y un registro fotográfico que la acompañó. La pieza bien podía leerse en clave detectivesca: estaba ya la evidencia putrefacta desperdigada por las calles y estaba también la escena del delito demarcada por el recorrido de Ehrenberg. Lo que faltaba, en todo caso (y la pieza apenas lo sugería), era la naturaleza del crimen y su perpetrador.

 

Se sabe que la basura es un negocio, y uno donde se mueve mucho dinero. En la Ciudad de México, el gobierno paga millones para que los rellenos sanitarios acepten nuestros desechos inorgánicos. Algunos de estos rellenos usan el gas que saca la basura enterrada o la queman para producir energía, que venden o usan. Otros rellenos tienen a su servicio a pepenadores encargados de espulgar las montañas de desechos en busca de material reciclable para venderle a las empresas. Los propios camioneros hacen ya una primera separación de este material, que pasan a venderle a centros de acopio –varios clandestinos– antes de ir a depositar el resto de la basura al centro de transferencia delegacional. Aunque se mueva tanto dinero, o quizá por ello, se trata de un negocio opaco, bastante invisibilizado, todo un sistema urbano del que los habitantes preferimos no enterarnos con demasiado detalle. Mejor que alguien se lleve la basura, como sea. Por eso investigadores como Héctor Castillo o Carina Frykman hablan en sus textos de lo difícil que es investigar en este universo urbano, de la hostilidad con la que se les suele recibir, de las trabas formales o informales, de las amenazas veladas o explícitas. De ahí también que a veces estos investigadores tengan que especular un poco, llegar a conclusiones, deducir detalles difíciles de confirmar. No es fácil saber, por decir algo, si todos los camioneros les piden cuotas a los barrenderos para que vacíen sus tambos o si sólo algunos piden o si sólo a algunos se les pide. No queda claro si todo el equipo del camión está contratado por la ciudad o sólo el chofer, mientras que el resto del equipo trabaja en otro esquema. ¿Por qué a veces pasa un camión con parabrisas del Che Guevara y horas después otro pintado con los colores oficiales de la ciudad y con todo el equipo uniformado? Para muchos civiles, en cuanto la basura cae en el camión, el problema está resuelto. Y muchos de los operadores también prefieren esta parcial invisibilidad. 

De hecho, opacas son también las historias de algunos de los personajes involucrados, en particular las de la dirigencia, algunas de las cuales dan para serie policíaca. Quizá algunos todavía recuerden la mañana de 1987 en la que Rafael Gutiérrez, el “zar de la basura”, amaneció asesinado en Iztapalapa. En 1962, Gutiérrez había empleado el apoyo político de su padrino, entonces jefe de oficina de limpia, para desplazar al líder del basurero de Santa Cruz Meyehualco, Agustín Padilla. Desde entonces, Gutiérrez recibía toda la basura reciclable de los trabajadores del basurero, que organizó en una Unión de Pepenadores del DDF, y negociaba su venta personalmente. Las ganancias se dividían parejo entre él y su padrino, Benjamín Carpio, hasta que Carpio perdió su posición política y Gutiérrez aprovechó la ocasión para deshacerse de él. Para entonces, el “zar” ya había ocupado varios puestos políticos con el PRI, una diputación incluida, y tenía contactos en los lugares que importan. En el basurero, mientras tanto, Gutiérrez patrocinaba fiestas y viajes a Acapulco, organizaba rifas navideñas, apoyó la creación de una liga de fútbol, construyó una capilla. No es claro quién lo asesinó, si bien su viuda Guillermina Gutiérrez se adjudicó el crimen alegando que Rafael había violado a su hermana. Actualmente, Guillermina tiene a cargo la planta de Santa Catarina. 

Al inscribir las siluetas de las bolsas en el piso de la ciudad, “Garbage Walk” pretendía registrar la rápida saturación de un espacio público carente de un servicio de limpia. En el contexto de la huelga, apuntaba a dimensionar la importancia de un trabajo demasiado invisibilizado por la sociedad, un trabajo que es considerado sucio, poco digno, y sin embargo absolutamente esencial en el día a día de una ciudad como Londres o la Ciudad de México. Un trabajo mal remunerado para quien lo trabaja diario, y sin embargo millonario para quien lo dirige o aprovecha. La pieza señalaba también la complicidad de una sociedad que, en este rubro, prefiere hacerse de la vista gorda, no moverle nada al asunto, mantener las cosas como son, sean como sean, con tal de que alguien aleje la basura todos los días de enfrente de la casa. Sugería Ehrenberg en “Garbage Walk” que quizá por ahí había que buscar el crimen, así como a su perpetrador.     

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Parque, basurero, huerto https://arquine.com/parque-basurero-huerto/ Tue, 19 May 2020 07:09:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/parque-basurero-huerto/ Más que nunca es evidente la necesidad de cambiar nuestras prácticas de producción, consumo y desecho.

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La cuarentena –se ha repetido ya lo suficiente– ha dejado claras muchas de las tendencias, divisiones, desigualdades y privilegios que ya existían desde antes y que ahora se han intensificado o han quedado al desnudo, como las ropas nuevas del emperador. Los que pueden, se han resguardado en casas y dependen ahora más que nunca de sistemas de entrega a domicilio de todo tipo de productos. Dependen también de sistemas de extracción de los residuos y la basura que estos productos y sus empaques dejan tras ser consumidos. Encerrados, ahora es más fácil que nunca olvidarse del hecho de que alguien tiene que llevarse esos residuos y que esos residuos van a parar a algún sitio, donde en algunos casos se quedarán años. Aunque para muchos sectores de la ciudad ya lo era, sin salir de casa se nos ha facilitado el ni siquiera preguntarnos qué pasa con toda la basura que tiramos, esa basura que alguien más se lleva y que termina en algún lugar dentro o fuera de la ciudad.

Hace tres años, en 2017, el barrio Las Águilas al suroeste de la Ciudad de México vivió una breve conmoción cuando se corrió la voz de que una parte del Parque Japón usada como corralón sería convertida en basurero (más específicamente, un centro de recolección y transferencia). Las Águilas es un barrio tan desigual que podría tomarse como ejemplo de la realidad urbana en México: de un lado barrancas marginales, del otro fraccionamientos con seguridad privada o casas grandes. La gente del barrio con cierto poder adquisitivo o mediático rápidamente se alzó en contra de esta decisión delegacional, entre otras cosas con miedo a que los precios de sus propiedades bajaran. Puesto que muchos contaban con acceso a medios de comunicación, pronto se habló al respecto en el radio, se publicaron columnas de opinión y finalmente se logró echar para atrás la (pésima) decisión política de volver un parque un basurero. A media disputa, sin embargo, un grupo pequeño de vecinos más jóvenes circuló en redes sociales una tercera opción que la delegación ni siquiera acusó de recibida y que los vecinos con mayor voz consideraron a lo mucho una fantasía juvenil. La idea era convertir esa sección del parque en un jardín y huerto comunitario que utilizara basura orgánica recaudada por la gente del propio barrio como composta. La propuesta decía que podría encontrarse la manera de involucrar a las escuelas públicas y privadas que abundan en el barrio para que los estudiantes se encargaran del huerto en cada una de sus etapas, aprendiendo así a sembrar y cultivar a partir de los desechos mismos. El producto podía ser repartido, utilizado en las escuelas o vendido para recaudar fondos para el propio jardín. La propuesta concluía que este lugar podría ser un espacio comunitario capaz de permitir el diálogo entre sectores sociales altamente segregados en un barrio como Las Águilas.

Esta “tercera vía” resultaba llamativa porque planteaba que detrás de la recolección y disposición de la basura existe un problema de visibilidad que es político. En primer lugar sugería la importancia de darle visibilidad a nuestros desechos, normalmente olvidados por los ciudadanos a partir del momento en que entran al bote de basura, reutilizándolos en este caso para sembrar y cultivar. Pero en otro nivel reconocía que si los vecinos de Las Águilas podían detener esta iniciativa política era porque algunos de ellos tenían poder adquisitivo, visibilidad mediática y acceso a la esfera pública, mientras que los centros de recolección y transferencia de basura estarían a la fuerza en algún lugar de la ciudad y ese lugar muy probablemente terminaría por ser alguna zona cuyos vecinos no contaran con las mismas condiciones de reclamo. De fondo estaba entonces algo similar a lo que Jacques Rancière llamó alguna vez la “distribución de lo sensible”.

Según Rancière, una sociedad determina quién puede participar en la polis a través de un reparto sensorial que nos permite escuchar a ciertas voces y ver a ciertos actores, mientras que otra parte de la población —“la parte sin parte” dice Rancière— queda al margen de este espacio sensorial permitido y, por lo mismo, sus voces no pueden ser oídas ni sus cuerpos vistos como parte integral o meritoria de la comunidad política. La propuesta del huerto comunitario criticaba justo esto. Si bien tenía sentido que los vecinos de Las Águilas reclamaran en contra de la transformación de una sección del parque en basurero, por otro lado la solución no podía ser simple y sencillamente empujar ese basurero a otra parte de la ciudad con menor visibilidad política y “lavarse las manos”, olvidándose del asunto de a dónde se va y enfrente de quién se deposita toda esa basura que se produce en el barrio. Frente a la magnitud del problema, el huerto comunitario era evidentemente una propuesta modesta, pero interesante. Más que una solución definitiva, aprovechaba la coyuntura para imaginarse otra relación sensorial con los desechos que producimos, así como un espacio comunitario que pudiera fungir como punto de encuentros sociales que hoy no suceden y que permitirían a esa comunidad ver, oír, pensar y decir diferente. Como diría Donna Haraway, lo urgente hoy es la composta, re-componer nuestras relaciones sociales, humanas y entre especies.

Tres años después, desechada la idea del basurero, siguen ahí el parque y el espacio desaprovechado del corralón. Por lo mismo, al menos en potencia, sigue en pie la posibilidad del jardín comunitario. Más que nunca es evidente la necesidad de cambiar nuestras prácticas de producción, consumo y desecho. Y ciertamente es todavía una realidad que seguir el trayecto de la basura en la ciudad de México poco a poco nos va llevando, escala por escala, de aquellos sectores que pueden consumir productos y desechar basura a aquellas zonas urbanas y suburbanas a donde esa basura va a parar y en donde residen las partes sin parte más excluidas en el reparto actual de lo escuchable, lo visible y lo decible en la comunidad.  

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