Resultados de búsqueda para la etiqueta [Urbanismo feminista ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 02 Jan 2023 14:14:04 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 Dibujar futuros. Conversación con Mi Calle, Nuestra Calle https://arquine.com/dibujar-futuros-conversacion-con-mi-calle-nuestra-calle/ Fri, 25 Nov 2022 06:05:13 +0000 https://arquine.com/?p=72464 Mi Calle, Nuestra Calle es un colectivo que propone una intersección entre la investigación etnográfica y el arte para llevar a cabo intervenciones participativas con perspectiva feminista, con el fin de hablar sobre derechos humanos en las comunidades con las que trabajan.

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Fotografías: Vanessa Flores para Coolhuntermx

 

Mi Calle, Nuestra Calle es un colectivo que propone una intersección entre la investigación etnográfica y el arte para llevar a cabo intervenciones participativas con perspectiva feminista, con el fin de hablar sobre derechos humanos en las comunidades con las que trabajan. Recientemente, participaron en el evento Diseña Mexicana, presentado por Coolhuntermx y donde se reunieron diversas disciplinas. Para Sophia Arrazola y Jesica Bastida, fundadoras del proyecto, este encuentro abre un espacio necesario en las disciplinas del diseño y la arquitectura, espacios más visibles para hombres. “La verdad salí muy inspirada al ver que existen otros proyectos dirigidos y fundados por mujeres jóvenes en el contexto adverso en el que nosotras comenzamos”, piensa Sophia Arrazola. Las semejanzas que encontraron con otros proyectos también les ayudaron, como menciona Jessica Bastidas, les ayudaron a establecer alianzas que fortalecen al proyecto.

Christian Mendoza: ¿Su trabajo cómo va respondiendo a escalas tan diversas que van desde un bordado hasta una intervención en el espacio público?

Sophia Arrazola: Las intervenciones tácticas en el espacio público y los bordados son resultado de procesos de investigación. Nosotros no necesariamente nos especializamos en hacer bordado, o en hacer murales. Más bien, estas intervenciones son resultado de una investigación elaborada que se hizo mediante un proceso comunitario. Ahí, nosotros no tenemos tanto control. Nuestra intención es que sea la comunidad la que decida la forma de la pieza en la que termina cada proceso. Al inicio de las investigaciones, siempre preguntamos cuál será el producto final. En términos de escala, lo más importante para nosotras es el proceso de vinculación comunitaria (uno de nuestros fuertes). Todos los datos que se generan desde la planeación previa a esa investigación, como el proceso para ponernos de acuerdo y organizar a las mujeres alrededor de una actividad concreta, pasan por identificar a las personas clave que inciden en la problemática de las mujeres. De hecho, se empieza por investigar el contexto. Antes de hacer preguntas, tocamos puertas en los vecindarios para, posteriormente, tener una puesta en escena en la que cada rol puede expresar esas problemáticas y cómo son experimentadas por las autoridades, las mujeres o las líderes comunitarias. O, incluso, los hombres que tienen que ver con estos procesos. Entre todos estos actores se define la escala. 

Jesica Bastida: Muchas de nuestras investigaciones tienen que ver con quienes habitan las comunidades. Identificamos sus canales de comunicación, replicamos estos canales para tener encuentros o uno a uno o mediante carteles en el espacio público que les atraigan. Ya que se identifican los canales de comunicación con las mismas vecinas (ya que, generalmente, trabajamos con comunidades de mujeres) nos damos cuenta que ellas tienen sus propias redes comunicativas. A partir de reconocer sus saberes y su liderazgo es que empezamos a extender estas ramificaciones. Las mismas mujeres toman el espacio para convocar a otros actores de la comunidad para poder atender los puntos que son de su interés. 

SA: Se trata de saber cuáles las grietas a nivel comunitario para problematizarlas. Ir a la profundidad para preguntar por qué se cree que sucede lo que sucede y cuál es el cambio que se quiere buscar colectivamente. Para nosotras, la sororidad es un valor que nos mueve bastante porque, al final, se trata de perseguir objetivos comunes. Mucho de nuestro trabajo con actores clave implican que empaticemos; que nos sentemos en una mesa ya sea física o virtual. Desde los contextos, miradas e intereses de quienes participan, se tiene la oportunidad de escuchar al otro desde la empatía para darnos cuenta que compartimos un dolor y, por ende, un anhelo que también se comparte. Una vez lograda esa vinculación, los distintos actores se abren muchísimo a la posibilidad de actuar en lo colectivo. Mi Calle Nuestra Calle está inspirado en el dicho de “mi casa es tu casa”, pero también establece una relación que va del pensamiento individual a la acción colectiva. 

CM: Pensando que su práctica puede definirse como diseño, ¿cómo se relacionan ante ideas que señalan que el diseño debe culminar en un objeto utilitario y acabado?

SA: Creo que debemos reconocer que el diseño está enmarcado en un contexto capitalista, un sistema que es completamente intrínseco al patriarcado. Desde nuestra perspectiva, todo el diseño es una forma de pensar, un proceso, no un resultado. Es una perspectiva que no es necesariamente “novedosa”: más bien es una perspectiva no-capitalista del diseño. Lo vemos como un medio, no como un fin. Son muchas herramientas que se combinan de distintas formas para facilitar procesos de pensamiento colectivo. 

JB: Nosotras, como una laboratoria comunitaria feminista, también tenemos un enfoque de estudios de futuros, los cuales nos permiten identificar cuál es el anhelo de la comunidad. Una vez que hemos realizado el vínculo, llevamos a cabo algunos talleres donde trabajamos sobre derechos humanos con una perspectiva del derecho a la ciudad para que todos podamos tener las bases de cuáles son los derechos básicos que tenemos. Una vez que tenemos una base hipotética respecto a un estado de bienestar, nos preguntamos algo que va más allá: ¿cuál es el futuro que preferimos? Para identificarlo, generamos un prototipo, un objeto especulativo que puede ayudar a que la comunidad se comunique, ya sea mediante murales participativos o los bordados, algún objeto que permita visualizar ese universo hipotético donde están las ideas y los anhelos. 

Sophie: Como decía, creo que el diseño se puede ver depende de los lentes que traigas puestos. Los nuestros son unos lentes con perspectiva feminista y de los derechos humanos. Así, el diseño pasa de ser algo utilitario (es decir, que se puede vender) a ser una herramienta para que la gente viva mejor. Como decía un gran diseñador que se llama Roland Shakespear, si el diseño no sirve para que la gente viva mejor entonces no sirve para nada. 

CM: ¿Cómo se aproximan al espacio público, tomando en cuenta a las comunidades con las que trabajan?

SA: Nosotras hicimos un proyecto bastante grande en Azcapotzalco que estaba referido a la experiencia de las mujeres en el espacio público a partir de la pandemia. Azcapotzalco es una de las alcaldías con los índices de violencia de género más altos en toda la Ciudad de México. Para nosotros, significó un lugar de hallazgos muy interesantes. Por ejemplo, el factor del tiempo de las mujeres en relación a las tareas de cuidado: incrementaron de una manera sin precedente. Este factor modificó la movilidad y, en eso, entra el espacio público. Hicimos un análisis de cuánto tiempo necesitan las mujeres para desplazarse, lo que está muy relacionado a sus actividades cotidianas que, a su vez, está completamente imbricado a la desigualdad de género. Todo esto se vincula tanto al espacio privado como al público. Todo esto fue una gran escuela para nosotros ya que nosotras venimos de la academia, cuyas metodologías de investigación son más estrictas y estábamos muy enfocadas en dispositivos narrativos, como los murales, que pueden llegar a verse espectaculares. Sin embargo, nosotras tuvimos que cuestionarnos muchas cosas. Los murales pueden verse muy bien, pero, mientras las mujeres no conozcan sus derechos, los futuros que se van a imaginar están muy distantes. 

JB: En la academia aprendimos que no hay que sesgar las investigaciones y que en el análisis etnográfico meramente hay que preguntarle a una mujer qué piensa del futuro. Pero si esta mujer en cuestión piensa que es normal que ella tiene que cargar con todo el cuidado, ¿qué nos hace pensar que en el futuro se libera de eso? Al contrario: en ese futuro hay más tecnología y ya. Pero si cuestionamos cuáles son los roles que se están ejerciendo como mujer; cómo estoy usando el espacio para transportarme de un lado al otro; cómo estoy llevando a cabo una tarea de cuidado o, más bien, cómo estoy disfrutando ese espacio porque es también mi derecho, entonces creo que surge la oportunidad de tener otro aprendizaje y de implementar otros procesos. 

SB: Tenemos que hacer formación de ciudadanía, por lo que se trata de conocer primero nuestros derechos y que reconozcamos que no están dados. Han sido las feministas de los últimos 100 años quienes han hecho más cambios en la humanidad. Los derechos para las mujeres no aparecieron con una varita mágica: los adquirimos. Y si te pones a pensar, los derechos de primera generación ya los perdimos, como el derecho a la salud, a la alimentación o a la educación. ¿Cuántos países en Latinoamérica están en la línea de pobreza y no tienen derecho a nada de esto? Por esto, creo que el diseño tiene un poder transformador y creador, y desde ese lugar conlleva una enorme responsabilidad ética. Todo objeto, antes de que sea pensado, contiene un nivel de responsabilidad sobre el que cada quien debe preguntarse. Creo que hay preguntas esenciales. Por ejemplo: ¿a quién va a beneficiar esto?

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Urbanas: De peatonas a caminantes de la ciudad https://arquine.com/urbanas-de-peatonas-a-caminantes-de-la-ciudad/ Fri, 14 Oct 2022 14:00:49 +0000 https://arquine.com/?p=70076 Para caminar libremente por las calles de la ciudad no sólo bastan banquetas amplias, iluminación y rampas. Estaremos de acuerdo que la infraestructura no lo es todo para sentirnos seguras en las calles. Sin embargo, sí facilitan nuestra visibilidad y sobre todo ser visibles, que la gente nos vea haciendo uso y apropiación del espacio público.

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A tan poco tiempo de conmemorar otro día mundial de las personas caminantes peatones, un artículo de la revista Obras revela que el 40% de las vialidades de las alcaldías Xochimilco y Milpa Alta no tienen banquetas. Pese a que la ley de movilidad determina construir calle completa integrando diseño universal en las calles de las alcaldías de la Ciudad de México.

La única alcaldía que registra más de 1400 manzanas con rampas en vialidades es Benito Juárez, frente a Milpa Alta con tan solo 2 de sus manzanas con esta infraestructura. Por otro lado, se celebra que tenemos una Ciudad más integradora e inclusiva. Al menos eso escuchamos cuando de la ciudad central se habla, pero este gran territorio reserva muchas desigualdades que conviene priorizar.

La ciudad es un espacio de relaciones sociales y disputas expresadas en forma material e inmaterial. La forma de movilidad en la que la transitamos determina nuestra experiencia y relación con la urbe. Como peatona, la experiencia es más cuestionable. A pesar de ser “prioridad” en la escala de movilidad, continúa siendo la forma más vulnerable de transitar, porque significa caminar sin escudos, dependiendo únicamente del cuerpo para llegar de un punto a otro.

Ahora bien, si lo vemos desde perspectiva de género, debemos entender que toda esta vulnerabilidad crece aún más cuando la ciudad se ha basado en priorizar la esfera productiva, en donde prevalecen las labores estereotipadas, vinculadas al rol masculino. Esto genera más sensación de peligro y negación, a quienes no pertenecemos al estereotipo de poder, dentro de lo masculino: mujeres, niños, adultos mayores y una gran diversidad de personas que salen de este rol.

La falta de enfoque de género en la planeación de la ciudad, no sólo no permite entender las diferentes experiencias de uso, sino que motiva a experiencias inseguras y promueve delimitaciones del espacio en todo momento. Es decir, saber a dónde debes dirigirte y los lugares que debes evitar, sobre todo cuando eres mujer.

Experiencias Urbanas mx

Salir a la calle, aún hoy en día, en espacios conocidos y desconocidos, en distintos horarios es un ejercicio de valentía y resistencia. En Urbanas Mx es una de las acciones que más disfrutamos. Caminar la Ciudad de México nos llena de energía, calma y sentido. Sin embargo, para hacer esta actividad se requiere de gestión de horarios, compañía y la sensación de peligro que en muchos casos, es constante.

Ser caminante me ha ayudado a entender contextos, procesos, grupos de personas, espacios y hasta a mí misma. Al ser una mujer que camina tanto de día como de noche para regresar a casa me ha revelado que aún hoy me apresuro a entrar a un espacio con más personas o evito quedarme sola en algún lugar.

Mirelle Granillo

En mis primeros recorridos como peatona, alrededor de los 10 años, viví mis primeras experiencias de acoso: un niño de mi edad, en la calle me mando besos en forma de burla, y me seguía en su bici. Recuerdo que el miedo me invadía en todo el cuerpo, además sentía invasión y ganas de llorar. Con el tiempo “aprendí” que estas actitudes en la calle eran, ¿normales?

Citlalli Rivera

Vivir en el Centro Histórico de la Ciudad de México, puede ser percibido para muchos como algo peligroso o exótico según sea la mirada; indigentes y sus “casas” provisionales, uno y otro borracho perdido, tiraderos de basura en alguna esquina, y los olores nauseabundos mezclados, entre grasa de garnacha, humo de carros, y agua encharcada que más bien parece cultivo de algún laboratorio científico.

Sheila Espinosa

Caminar por las calles del Centro Histórico, implica siempre descubrir algo diferente y darte cuenta que constantemente hacen intervenciones poco planeadas. Esta es la 4ta. vez que se cambian los pisos, pero no se atiende el problema de la basura o la iluminación. En esta zona, las calles no se entienden sin comercio informal. No ubicamos las calles por una nomenclatura clara y visible, sino por lo que se vende, y así las calles van quedando sin nombre, sin historia, ni memoria.

Ser peatona en la ciudad significa varios retos englobados en uno:

  • Sortear primero el miedo, a veces inculcado en el imaginario colectivo como mecanismo de control: no vayas por ahí, asaltan, en esa calle le quitaron la bolsa a tal o cual,…
  • Reclamar nuestro derecho a la ciudad empieza desde tomar la bolsa a disfrutar la Ciudad, no siendo desafiante.
  • Usar los espacios al caminar; es otro ejercicio de ciudadanía.

Los peligros existen y son reales y caminar como forma de apropiación es parte de ejercer nuestro derecho a la ciudad (Pérez, 2013).

De peatona a caminante

En UrbanasMx queremos que las mujeres seamos caminantes de la Ciudad, no peatonas, ¿Cuál es la diferencia? Ser peatona implica transitar y esquivar todos los obstáculos, y llegar a un destino fijo. Ser caminante lleva todo un cúmulo de experiencias: disfrute, placer, seguridad, recreación y exploración; porque las calles lo permiten e invitan a más que solo transitar.

Ser una caminante en la Ciudad, debería permitir contemplar espacios, tomar el tiempo para hacer paradas, caminar a la deriva y ¡vivir la ciudad! sin miedo, sin evitar puntos y sin reservas, ejerciendo nuestro derecho a la libertad.

Es necesario romper mediante el diseño del espacio público las rutinas de la esfera productiva y reproductiva. Generar desde la interseccionalidad espacios que involucren irrumpir en las esferas propias y comunitarias. Con este breve principio, se promueve la calidad de vida para todas las personas.

Para caminar libremente por las calles de la ciudad no sólo bastan banquetas amplias, iluminación y rampas. Estaremos de acuerdo que la infraestructura no lo es todo para sentirnos seguras en las calles. Sin embargo, sí facilitan nuestra visibilidad y sobre todo ser visibles, que la gente nos vea haciendo uso y apropiación del espacio público.

Las intervenciones no deben enfocarse en qué lugares nos permitirán tener más servicios y comercios, o dónde la gente gastará más. La importancia debe venir de la cohesión y participación de las personas que habitamos la ciudad y las condiciones en las que vivimos en el día a día.

La relevancia de la ciudad y sus espacios existe por la relación de estos dos elementos: Peatona/Peatón-Ciudad y no es posible sin ninguno. Sigue siendo un reto adecuar las condiciones urbanas a un real enfoque de género y para todas las personas en todas las condiciones.

Necesitamos calles con señalética adecuada. Así como programas continuos de mejora que vayan más allá que sólo el cambio de pavimentos. Se necesita incorporar infraestructura adecuada que te permita recorrer integrando las distintas formas de movilidad. Acciones mínimas como botes de basura, luminarias adecuadas, nomenclatura clara, entre otras cuestiones. Y sobre todo la valoración de los múltiples actores que confluimos y las distintas necesidades que tenemos a la hora de caminar y disfrutar de la calle.

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Una ciudad propia https://arquine.com/una-ciudad-propia/ Tue, 25 May 2021 06:24:27 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/una-ciudad-propia/ Un cuerpo recorre una ciudad. Lo que mira, lo que toca, lo que huele y lo que compra pueden ser acontecimientos narrativos. Puede existir una relación intensa y estrecha entre la subjetividad del paseante y el exterior del paisaje urbano.

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Un cuerpo recorre una ciudad. Lo que mira, lo que toca, lo que huele y lo que compra pueden ser acontecimientos narrativos. Puede existir una relación intensa y estrecha entre la subjetividad del paseante y el exterior del paisaje urbano. Al menos, para Clarissa Dalloway, la ciudad es el espacio donde se estructura el flujo de su conciencia, donde se vuelve ella misma en términos que rebasan las resoluciones de la autoestima. En la ciudad, casi de manera fenomenológica, Clarissa Dalloway puede experimentar el ritmo tanto de sus pasos como de sus pensamientos. A decir de Sergio Fernández, la protagonista de La señora Dalloway (1925), segunda novela de Virginia Woolf:

Camina por las calles de una ciudad a la que ama porque el suyo es un amor por todo, comunal, recíproco a la vez, pues las cosas (Londres, los ómnibus, algún aeroplano que se escurre por las nubes; los parques, Bond Street, una tienda de guantes que se hacen “casi perfectos”); las cosas, digo, la aman tanto a ella como a la vida en general […]

Pareciera que la aceptación es mutua: la ciudad da hospitalidad al cuerpo y el cuerpo asimila, de manera jubilosa, las sensaciones de las calles. Pero, si le hacemos algunas preguntas a la trama de La señora Dalloway, aparecen algunas particularidades que separan a la novela de cualquier juicio totalizante. Clarissa Dalloway es una mujer de clase alta, casada, que recorre una ciudad que experimenta a través de su propia subjetividad, que no es la de nadie más. Virginia Woolf no habla a nombre de las multitudes que habitan y transitan las ciudades, habla sobre una mujer que puede apreciar la textura de un par de guantes. Sin afirmar que la propia autora se confunde con el personaje que construyó, tanto la noción urbana de la novela como la que aparece en Una habitación propia (1929), probablemente el ensayo más famoso de la autora, pueden ayudar a seguir estableciendo diferencias. En el ensayo, la autora afirma que lo único que una mujer necesita para escribir ficción es “dinero y una habitación propia”, como si una mujer, cualquier mujer, pudiera habitar la ciudad con la misma facilidad con que su Clarissa Dalloway experimentó el azoro ante las tecnologías de la modernidad (los aeroplanos, los ómnibus) y los aparadores de ropa. Por supuesto, la mujer que inventó Woolf para nada es superficial, pero ésta es la diferencia que puede ayudarnos a contrastar la experiencia inglesa ante la que proponen otras narrativas. Solemos pensar en términos de universalidad cuando nos referimos a obras canónicas de la literatura, pero la ciudad de La señora Dalloway es específicamente Londres y Clarissa Dalloway fue uno de los avatares tanto de la literatura moderna como de una capital europea. Sin embargo, otras ciudades han sido narradas y otras mujeres las han recorrido, con la misma complejidad con que Clarissa vivió sus calles inglesas.

 “Mis recuerdos, creo, tomaron la forma de la ciudad. Son desordenados, me crecen sin ningún control”, declara Susana, personaje principal de Pánico o peligro (1983), novela de María Luisa Puga. En las dos décadas anteriores a la publicación de esta novela, la aparición de la Ciudad de México rompió con algunos códigos de la literatura mexicana, ya que no sólo la ciudad y sus posibles descripciones renovaron el panorama de las letras, sino que el despertar sexual fue consustancial al de la experiencia urbana. Pareciera que la narrativa nacional migró del campo a la ciudad. En obras como Gazapo (1965) de Gustavo Sainz o De perfil (1966) de José Agustín, el rock and roll, las drogas y los automóviles son algunos de los signos que definen, además del paisaje, a la experiencia urbana. También la mirada masculina fue un factor importante.  En algún momento, se consideró revolucionario que muchachos jóvenes se emanciparan de las expectativas de la clase media y la clase alta (a la que sus familias pertenecían) y pudieran sumergirse en la contracultura mexicana para ingerir psicotrópicos y descubrir su promiscuidad; una en la que, incluso, podían maltratar físicamente a sus amantes. Si los hombres adolescentes de Gustavo Sáinz y José Agustín perseguían “la expansión de la conciencia”, para Susana la militancia política, la intención de formar una familia o de hacerse de una carrera profesional que sea mínimamente glamurosa no está entre sus aspiraciones. En Pánico y peligro escuchamos el testimonio de Susana, secretaria que vive en la colonia Roma y que ha pasado su infancia, adolescencia y adultez en el perímetro que marcan sus recorridos de su casa al trabajo. Sus amigas de la infancia, a las que se mantiene unida en las distintas etapas de su vida, comienzan a tener inquietudes que comienzan a dirigir su vida cotidiana. Lourdes se inclina hacia el trabajo editorial y el compromiso político, intereses que ocasionalmente la hacen una persona más bien condescendiente hacia sus compañeras, ya que ellas no son lo suficientemente letradas para comprender la realidad de su momento histórico. Por otro lado, Socorro se convierte en actriz y su éxito le genera un ascenso económico que la separa no sólo de sus amigas, sino de aquellas calles pobladas por la clase trabajadora que habita la colonia Roma y las zonas adyacentes. Finalmente, para Lola el matrimonio y la formación de una familia representa su máxima realización. Proveniente de una familia numerosa (y a veces abusiva), casarse implica tener una casa propia y una estabilidad, así como un alejamiento de sus padres y hermanos. 

Al contrario de Clarissa Dalloway, Susana no siente amor por las cosas. Para Lourdes, ella es una “pasmada”, alguien que simplemente deja que los días pasen sin que tenga alguna motivación más allá de la rutina laboral. Pero las peculiaridades de su personalidad son más profundas que una mera pasividad. Ella misma lo admite: siente rabia a quienes experimentan arraigo por sus trabajos o por las circunstancias políticas. Pareciera que su introspección sólo se cultiva a través de la ciudad, porque ella la mira con mayor intensidad y entendimiento que cualquiera de sus amigas. La Ciudad de México es también su memoria: es el sitio donde sus padres fallecieron; donde ella experimentó el placer del sexo. En la ciudad, Susana experimenta una conciencia sobre cuerpo y sobre su vida interior. También es el sitio en el que la muerte multitudinaria se vuelve una posibilidad. El acontecimiento de Pánico o peligro no es el contacto de la piel con unos guantes de seda, sino el momento en el que Susana mira en el periódico Alarma! los rostros de los asesinados en la Plaza de las Tres Culturas, o la tarde en que, mirando por su ventana, miró cómo policías amagaron a dos jóvenes en la calle para subirlos a una patrulla. Lourdes le intentó explicar que eso sucedía casi siempre, dada la naturaleza represiva del régimen, pero la interpretación de Susana no fue tan intelectual. Para ella, la muerte se apropiaba de la ciudad: “A la mañana siguiente, al salir a la calle, nada era igual. Ya no creía en lo que veía. Sentía que detrás había algo que había estado sucediendo siempre.” 

Si Susana miró la ciudad a través de la muerte traída por la represión gubernamental, Lola habitó una ciudad destruida por el terremoto de 1985, algo que cifró su vida imaginaria y personal. En la película que lleva el mismo nombre, dirigida por María Novaro y estrenada en 1989, lo primero que vemos es una larga secuencia de un traslado en la que Lola lleva a su hija Ana a una fiesta infantil. Vemos un edificio derrumbado que, en una de sus paredes, tiene un letrero pintado que reza “¡México sigue de pie!” Vemos también la Calzada de Tlalpan, por donde pasa la línea 2 del Metro: la rutina de los capitalinos continúa, aun cuando el paisaje tenga todavía los estragos de un desastre natural. Lola es una madre soltera que, como sucedió con los hombres de la contracultura de los 60, se niega a vivir bajo los parámetros de su madre, una mujer de clase media y madre soltera también. Vive sola y sostiene su economía y la de su hija con la actividad precaria de vender ropa en un puesto ambulante. Según Geoffrey Kantaris en su artículo “Género y violencia en películas de la Ciudad de México”, la óptica de María Novaro “sobre la Ciudad de México carece totalmente de cosmética” ya que la cinta “se niega a cualquier clase de iconografía”. Si en El Milusos (1981) de Roberto G. Rivera, la historia de un hombre campesino que busca trabajo en la capital ofrece la oportunidad de filmar Paseo de la Reforma y la Avenida Juárez, en Lola vemos gimnasios, fondas y patios de conjuntos habitacionales que se conectan a las calles. María Novaro no define la ciudad a través de elementos reconocibles sino de una ruina que provoca que se confunda el afuera y el adentro. Como apunta Kantaris, la directora filmó un parque público con primeros planos, una estrategia que responde más a los interiores, mientras que el departamento de Lola, además de estar decorado por una fotografía de una playa que ocupa toda una pared, se filma como si fuera un paisaje, lo que “acentúa la sensación de confinamiento de los personajes en los intersticios urbanos”. 

Podría decirse que este confinamiento tiene diversas aristas. La ciudad se encuentra en ruinas, lo que vuelve imposible sentir amor por las cosas: por un paisaje moderno y populoso. Por otro lado, los departamentos que habitan Lola y su círculo más cercano son minúsculos. Pero la condición de mujer del personaje enrarece todavía más las posibilidades que pudo haber ofrecido la ciudad. Mientras que los hombres adolescentes de la narrativa producida en los sesenta podían apropiarse no sólo de las calles sino de su propia sexualidad, Lola, además de ser mujer, es madre. Su mismo novio, el padre de Ana, puede irse a una gira con su banda de rock and roll y a Lola sólo le queda una precariedad económica que la expone a peligros que ella asimila para poder sobrevivir. En una escena, la descubren robando comida y golosinas en el supermercado. Para evitar una denuncia, Lola tiene relaciones sexuales con el gerente de la sucursal, algo que se nos narra entre dos planos: mientras la madre “paga” sus alimentos en el automóvil del individuo, su hija se queda sola en el departamento ingiriendo altas dosis de azúcar frente a la televisión. 

Pero la perspectiva de María Novaro no es moralista. Para ella, la violencia no está en que una madre sea negligente con su hija. Todo lo contrario, la directora buscó oponerse a las representaciones maternales del cine mexicano, las cuales siempre colocan a esta figura familiar en un sitio casi infantilizado. Kantaris menciona que:

La violencia en la película es muy indirecta, y como tal se diferencia de muchas películas latinoamericanas recientes: aquí la violencia es la de la policía que embarga la mercancía de los vendedores callejeros; o la violencia de la pobreza que induce a Lola a robar comida de un supermercado y a prostituirse con el gerente cuando la pillan para evitar que llame a la policía; o se da en forma del constante acoso sexual.

“Eso parece un tren, los columpios como las casitas de lejos, eso es como Tenochtitlán”, le dice su hija a Lola hacia el final de la cinta. Ambas están sentadas en una barda desde la que parecen mirar toda la Ciudad de México. Hasta aquí, se han resumido dos narrativas escritas y dirigidas por mujeres que narran la experiencia urbana de dos mujeres, una en la que los cuerpos que recorren la ciudad se funden y se vuelven la misma cosa. Pero la clase social a la que pertenece Lola y Susana, así como las zonas de la ciudad que habitan, son algunos aspectos que particularizan la forma en la que transitan y se apropian de una capital. Ambos ejemplos no sólo se contraponen a las narrativas de una parte del canon narrativo occidental, sino que también pueden funcionar como alternativas a las perspectivas totalizantes que buscan definir a la ciudad desde una sola estética y una ideología única. 

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Feminist City: una visión de la urbano desde la “geografía de lo más cercano” https://arquine.com/feminist-city-leslie-kern/ Tue, 11 Aug 2020 06:37:22 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/feminist-city-leslie-kern/ Feminist City es un espacio narrativo crítico de la experiencia de ser mujer en las ciudades a través de lo que se denomina “geografía de lo más cercano”, desde la segregación e invisibilización de las mujeres a participar en la toma de decisiones para planear la ciudad.

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Foto : Simon Robben

 

Era casi media noche, un viernes o sábado, había salido con el grupo de “amigos” (todos ellos hombres) con lo que solía estar a los 15 años, por razones que no recuerdo -o que tal vez no quiero recordar- tuve que regresar sola a casa en transporte público. En Metro Pantitilán tomé la salida errónea, de pronto me vi afuera de la estación y con el sonido de las puertas cerrando detrás de mí. Caminé confundida unos metros y un hombre, no mucho mayor que yo, se acercó a preguntar la hora, “No traigo reloj”, le dije mientras le mostraba mi muñeca vacía; como si no hubiera escuchado volvió a hacer exactamente la misma pregunta, “¿qué hora traes?”, al tiempo que acercaba su hombro al mío y el peso de su cuerpo se hacía presente de manera intimidante. De pronto una pareja de adultos mayores se acercó y escuché un “Erika, vente”, la señora me tomó del brazo como regañándome y mi primer interlocutor se alejó, pasaron varios segundos en donde no dije nada, hasta que el señor me preguntó por mi destino. Me regañaron como si hubieran sido mis papás, pero escoltaron mi camino para tomar una combi. Llegué a casa en silencio a pensar en mi estupidez, porque, ¿quién más podría ser culpable de lo que había pasado?

Historias como esta hay muchas, prácticamente todas hemos estado expuestas como mujeres a alguna forma de violencia en la ciudad, incluso de aquello que hemos normalizado y que a la luz de los movimientos feministas se ha ido visibilizando poco a poco. La permanente exposición de nuestros cuerpos a la violencia en el espacio público hace pensar a algunas que nuestra presencia en él es incómoda o fuera de lugar. ¿Es esto cierto? Quizá esta haya sido una de las múltiples preguntas detonantes para que la Dra. Kern escribiera Feminist City. Claiming Space in a Man-made World y nos mostrara, a través de un análisis de la geografía de los cuerpos en las ciudades, lo que experimentamos (y normalizamos) de la vida en ellas.

 

 

Feminist City es un espacio narrativo crítico de la experiencia de ser mujer en las ciudades a través de lo que se denomina “geografía de lo más cercano”, desde la segregación e invisibilización de las mujeres a participar en la toma de decisiones para planear la ciudad, el diseño de esta desde la experiencia masculina para facilitar los roles de género, pasando por la esterotipación de las mujeres en lo urbano, la complejidad de ser madre y el trabajo de reproductivo en las calles, lo que significa la amistad entre mujeres para el cuidado colectivo; los baños públicos como problema; el valor y la dificultad de disfrutar, como mujer, la soledad en la ciudad; las complejidades de ser indígena, negra, lesbiana, hombre trans en lo público; las estrategias de activismo feminista para partipar en movimientos; la socialización del miedo como estrategia de cuidado, entre otros. 

Lo anterior, detalladamente sustentado en estudios académicos de otras mujeres, investigación hemerográfica y bibliográfica de acontecimientos vinculados a los fenómenos que aborda y, por su puesto, experiencias personales que nos son narradas en primera persona lo que permite, a su vez, dibujar una biografía del tránsito de Kern hacia el feminismo que nos presenta en sus páginas.

El recorrido de la autora por la literatura académica y hemerográfica es además un paratexto para mostrarnos lo que han dicho otras mujeres sobre nuestra participación en las ciudades, sobre caminar en las calles o sobre nuestros cuerpos en lo público algo que, no está de más decirlo, es relevante cuando se trata de un trabajo expuesto desde el feminismo: reivindicar el trabajo de las mujeres en campos especializados y que normalmente suele pasar inadvertido. 

 

¿De qué hay que ser críticos ante esta lectura?

Como toda lectura es necesario reconocer el contexto, mi visión como latinoamericana me obliga a buscar vínculos con los que sucede en la región. Gran parte de las experiencias que Kern nos comenta tienen lugar en Canadá, Reino Unido o Estados Unidos, las menos en otras ciudades europeas pues, entre otras cosas, son referentes relevantes para los movimientos feministas globales en el último siglo, sin embargo, requiere una lectura crítica sobre lo que enfrentamos en América Latina al respecto.

Las ciudades han evolucionado distinto y en América Latina hemos tenido algunos fenómenos que han impactado la forma de concebir lo urbano, por ejemplo, la participación de las mujeres en los procesos migratorios en sudamérica, los movimientos de las Madres de Mayo en Argentina o las mujeres en búsqueda de sus desaparecidos en la dictadura chilena, sin dejar de lado el fenómeno actual, transversal en la región, en defensa de la libertad de los derechos reproductivos de las mujeres, justicia laboral, visibilización de labores de cuidado, entre otros. Punto para Kern es que en innumerables ocasiones es autocrítica de su propia visión y lo hace patente al asumir su postura de mujer, cis y blanca frente a lo que aborda. 

 

 

Posdata

He querido hablar en otros contextos sobre esto, pero arpovecharé la lectura de Kern para colocarlo aquí a manera de comentario para tema de discusión. En la academia latinoamericana se suele ser muy rígido con el estilo narrativo de la famosa “escritura académica”, colocamos como signo de estatus aquello que es menos legible porque aparenta complejidad y esta, a su vez, cierta “cientificidad” a lo que leemos; también se premia el borrar la existencia del narrador / investigador discursivamente, por lo que las narrativas en primera persona son casi exclusivas de investigación etnográfica y desconfiamos cuando las leemos en otras áreas académicas. Sin embargo, por alguna razón (tengo varias hipótesis), muchas mujeres académicas que he leído suelen tener una narrativa fluida, de suma de experiencias (propias y colectivas) y siempre con la posibilidad de adherir lectores no especializados, pienso Jacobs, Muxí, Rolnik y ahora Kern. 

Reconozco que a este comentario es necesario agregar algunos “peros”, sin embargo es un buen momento, también, para cuestionarnos los valores de la narrativa académica como la conocemos y, quizá, sea posible hacerlo desde el feminismo (este último guiño es para mis alumnas y alumnos de Periodismo).

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La importancia de ligar la vida cotidiana al espacio público https://arquine.com/la-importancia-de-ligar-la-vida-cotidiana-al-espacio-publico/ Thu, 20 Sep 2018 14:00:03 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-importancia-de-ligar-la-vida-cotidiana-al-espacio-publico/ Las experiencias que conforman nuestro acercamiento al ámbito de lo público determinan las relaciones que establecemos con el otro y con el mundo que nos rodea. El resultado de estos constructos individuales, personales y sociales, promueven una relación dinámica en el plano de los espacios que habitamos y también adquieren una fuerte influencia en cómo construimos las ciudades.

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Las experiencias que conforman nuestro acercamiento al ámbito de lo público determinan las relaciones que establecemos con el otro y con el mundo que nos rodea. El resultado de estos constructos individuales, personales y sociales, promueven una relación dinámica en el plano de los espacios que habitamos y también adquieren una fuerte influencia en cómo construimos las ciudades.

De esta manera, los vínculos que se tejen en el escenario del espacio público parten de asumir estas construcciones como verdades, ya que provienen del reflejo de experiencias previas e ideologías a las que otorgamos fundamento. Para efectuar dichas certezas en los distintos espacios que ocupamos cotidianamente, hemos de afirmar que la primera manifestación consciente que se nos revela del habitar parte de asumir que “el primer espacio que todo sujeto social habita es su propio cuerpo y este, a su vez, está conformado por dos componentes generales esenciales: el primero su capacidad motora, la que le permite la visibilidad, el acceso y el desplazamiento por los espacios construidos, y el segundo componente son los sentimientos, elemento importante para comprender cómo los humanos ejercemos significado en los espacios” (Lindón, 2009)

En el caso del espacio público, estas premisas sobre el diálogo que se entabla desde la individualidad con el concepto de lo público y su materialización en términos urbanos son filtrados por variables materiales e inmateriales. Por un lado, la planificación de las ciudades mediante el diseño urbano imparte ideologías y materializa el pensamiento hegemónico en donde algunas necesidades suelen ser descartadas. Y, por otro lado, los constructos culturales y sociales que entran en juego en estos escenarios son definidos por la edad, el idioma, la religión, la raza, el estatus social, situación migratoria, inclinación sexual y el género. Se afirma entonces que la construcción del espacio publico se da a través de diversas subjetividades, convirtiéndose en un espacio de juego entre identidad y memoria.

Los modelos de ciudad que han primado hasta ahora han sido antropocéntricos y androcéntricos, manteniendo al espacio urbano sujeto a regulaciones que normalizan la forma en la que experimentamos la ciudad. Dichas políticas sobre lo público han defendido heteronormatividades y fuertes ideales capitalistas que desconocen, innegablemente, a poblaciones ilegitimadas y minorías diversas como sujetos de decisión y de libre participación en estas.

Producto de estas inercias en la participación de una construcción social e histórica íntegra, ha sido necesaria la inclusión de la perspectiva de género al análisis teórico/práctico para accionar búsquedas de entornos urbanos que segregan y así poder emprender acciones transversales. Aunque cada vez toma más fuerza la inclusión de esta perspectiva como categoría de análisis en los procesos de planeación urbana, existen quienes se oponen a integrarla como una categoría legítima, que en su defensa lleva más de treinta años consolidándose e instaurando nuevos métodos para pensar la ciudad. “La hipótesis temeraria de admitir entre los arquitectos y urbanistas la ausencia de lectura de género, es una de las mayores faltas en la teoría del conocimiento arquitectónico de este siglo” (Hernández, 1998)

Si atribuimos esta multiplicidad de percepciones al espacio público, es de suma importancia identificar los procesos en los que se destina un carácter al espacio y se desdice su neutralidad y cómo hemos de recuperar la dimensión simbólica a la que se refería Borja cuando establece la importancia del espacio urbano en la construcción de referencia, del sentido del lugar, de intercambio, encuentro y expresión ciudadana. 

 

La dimensión social del espacio público

“La calidad del espacio público se podrá evaluar sobre todo por la intensidad y la calidad de las relaciones sociales que facilita, por su capacidad para generar mixturas de grupos y comportamientos, por su cualidad de estimular la identificación simbólica, la expresión y la integración cultural” (Borja J.  2003).

La declaración sobre la muerte de las ciudades encontró en el espacio público el principal síntoma de disfuncionalidad urbana y cívica, evidenciándose el manejo de éste como mecanismo de disociación social. Por un lado, la definición jurídica sobre el sometimiento del espacio se plantea dentro de límites fácilmente corruptibles que se alejan de las necesidades reales de quienes lo habitarán cotidianamente. Mientras que la naturaleza sobre la que se construye realmente el concepto de lo público se otorga al uso colectivo como espacio de reconocimiento ciudadano. “Desde la dimensión sociocultural, el espacio público es un lugar de relación e identificación, de contacto entre las personas, de animación urbana y a veces de expresión comunitaria ” (Borja J. 2003).

Fue gracias el despertar de algunas disciplinas, y mayormente por el papel que tuvieron las movilizaciones ciudadanas, que se puso sobre la mesa el desfase entre estas dos definiciones, corroborando las negativas secuelas del urbanismo desarrollista y funcionalista. Producto de herencias y realidades urbanas donde las relaciones se vieron fundamentadas en la movilidad, centralidad y el desarrollo de áreas mono funcionales, la consolidación de conflictos en términos de distancias territoriales sometieron a una crisis formal y simbólica al espacio público; a lo que Borja llama las grandes operaciones homogéneas que suman varios perjuicios: la segregación, la homogenización social y el debilitamiento del espacio público.

 

El retorno al Espacio Público

“El espacio público de la calle nunca ha sido pre-otorgado (…) ha sido siempre el resultado de una demanda social, negociación y conquista”

 (Cita sobre cita. La ciudad conquistada. Borja, J.)

La crítica ciudadana ha sido fundamental en estos procesos de colonización sobre los órdenes dominantes que han relegado otras participaciones en la gestión de las ciudades. Entender que la planificación urbana no es neutral, y que atiende a ideologías e intereses sobre las formas de uso de estos espacios, genera el reconocimiento de perversos procesos de exclusión determinantes en la lucha por consolidar tres de los mayores logros para repensar nuestras ciudades. Por un lado, devolverle el valor al espacio público como “lugar” permite resaltar la importancia del diálogo sobre las distintas escalas urbanas, las conquistas sobre la participación de las comunidades en la gestión y construcción de ciudades para todos, al igual que la necesaria inclusión de administraciones locales; y por último, la restitución del ciudadano como sujeto de política urbana. “la ciudadanía se conquista en el espacio público” (Borja J. 2003)

Disponer de la vida cotidiana como punto de partida en los procesos de urbanización, supuso desde la segunda mitad del siglo XX un cambio tremendo en la forma de pensar las ciudades. Estudios como los de Jan Gehl y su énfasis en Life Between Buildings y la planificación basada en la escala humana, se establece como referente de sumo protagonismo y revisión, al afirmar que “una idea fundamental es que la vida cotidiana, las situaciones corrientes y los espacios donde se despliega la vida diaria es donde se debe centrar la atención y el esfuerzo” (Gehl J. 2013). Al igual que las distintas redes de espacios y relaciones que fomenta el Urbanismo Feminista partiendo de una base interseccional, donde la vida de las personas está en el centro de la discusión y la cotidianidad imparte relaciones esenciales de proximidad, diversidad, autonomía, vitalidad y representatividad en el espacio público (Colectiv Punt6). “La incorporación de la perspectiva de género en el urbanismo trata de paliar las consecuencias que se derivan de este hecho, definiendo estrategias de intervención que fomenten ciudades inclusivas” (María Novas, 2014)

El análisis sobre el espacio público debe partir de la diversidad de las personas, para identificar las oportunidades o exclusiones que este pueda estar generando. Y es allí donde la perspectiva de género interseccional se convierte en una categoría de análisis indispensable para el urbanismo contemporáneo. Parte de fundamentos teóricos del feminismo y amplía su visión interseccional para quebrantar los privilegios sobre el uso del espacio público y su respectiva experiencia urbana. Lo que permite posicionar la diversidad y la importancia de ligar la vida cotidiana al espacio urbano como punto de partida en la planificación de nuestras ciudades.


BIBLIOGRAFÍA
  • BORJA J. (2003) «La ciudad conquistada» Alianza. España
  • LINDÓN, A. (2009). «La construcción socio-espacial de la ciudad: sujeto cuerpo y el sujeto sentimiento» Universidad Autónoma de México. México
  • HERNÁNDEZ PEZZI, Carlos. (1998). «La ciudad compartida. El género de la arquitectura». Madrid: Consejo Superior de los Arquitectos de España.
  • NOVAS, M. (2014). «Arquitectura y género: una reflexión teórica», Trabajo fin de máster para la obtención del título de: Máster Universitario en Investigación Aplicada en Estudios Feministas, de Género y Ciudadanía. Instituto Universitario de Estudios Feministas y de Género. España
  • GEHL J. (2013). «La humanización del espacio Urbano: La vida entre los edificios» Estudios Universitarios de Arquitectura. Barcelona
  • COLECTIU PUNT6. (2014) «Espacios para la vida cotidiana» Auditoría de Calidad Urbana con perspectiva de Género. Barcelona
  • SOLÀ – MORALES M. (2008) «De cosas urbanas» Editorial Gustavo Gilli. Barcelona
  • DALSGAARD A. (2013) «The Human Scale» Signe Byrge Sørensen Documentary Dinamarca
  • LAU T. (2015) «Life Between Buildings» Realdania Productions

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Cotidianidad sobre políticas públicas. Conversación con Blanca Valdivia https://arquine.com/cotidianidad-sobre-politicas-publicas-conversacion-con-blanca-valdivia/ Fri, 09 Jun 2017 19:09:48 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/cotidianidad-sobre-politicas-publicas-conversacion-con-blanca-valdivia/ El trabajo del colectivo punt6 invita a repensar los espacios domésticos, comunitarios y públicos desde una perspectiva feminista y cómo través de los espacios se puede transformar la sociedad para hacerla más justa

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s-Dinamización-Comunitaria-Calle-Punt-6-700x500_cProcesos de trabajo del Colectivo Punt6 | Fuente punt6.org

 

Hay varias ciudades que existen al margen de las normativas y políticas públicas. Esas otras ciudades tensan las formas en las que se tendría que vivir la ciudad. Blanca Valdivia es integrante del colectivo catalán Punt 6, un grupo de urbanistas y arquitectas que buscan hacer visibles aquellas interacciones entre habitantes de la ciudad que usualmente son pasadas por alto. “Somos una cooperativa de mujeres urbanistas, sociólogas y arquitectas que llevamos trabajando desde 2004. Durante todos estos años hemos trabajado para repensar los espacios domésticos, comunitarios y públicos desde una perspectiva feminista porque pensamos que a través de los espacios se puede transformar la sociedad para hacerla más justa”, nos dijo en entrevista.

Para ahondar más en la práctica del colectivo, convino abordar las maneras en cómo el feminismo, como postura humanística, convive con la arquitectura, cuyo trabajo suele inclinarse hacia la tecnocracia. “Para nosotras, el cruce entre la arquitectura y el humanismo es algo tan natural y tan obvio. La ciudad es el soporte físico de las personas, pero cómo están configuradas las ciudades determina cómo vivimos. No vivimos como queremos sino como podemos. La forma de las ciudades, la forma de las calles, cómo es el transporte público, si lo hay o no lo hay, si hay más coches o menos coches, si las casas son más verticales, si las ciudades son de más baja densidad o no lo son, todo eso va a determinar cómo vivimos. Es muy obvia la relación entre la sociedad y la forma urbana. Por lo tanto, la sociología, el urbanismo y la arquitectura se tienen que relacionar de la misma manera”. Punt 6 propone que las formas de habitar el espacio urbano no son homogéneas. “En el colectivo consideramos que las personas no somos iguales y que por eso se tiene que pensar desde la diversidad de las personas. No son lo mismo mujeres y hombres, no es lo mismo ser una persona con diversidad funcional que un niño, que una persona enferma, que una persona mayor, que una persona con una identidad sexual no normativa. Todas estas variables van a determinar nuestra manera de vivir la ciudad, van a determinar los ingresos que tenemos y las actividades que hacemos en la ciudad. Por lo tanto, se tiene que pensar cómo se hacen las ciudades. Muchas veces, desde una perspectiva capitalista con las que hasta ahora se han hecho las ciudades, se intentan hacer estándares con el mismo mobiliario que diseñe el mismo tipo de ciudad para todas las del mundo, cuando tenemos diferentes maneras de habitar y de vivir y no sólo por cada ciudad sino también por cada barrio y por cada persona. Nosotras vamos un poco más al detalle, a intentar que las ciudades se adapten a las personas. Nadie se tendría que adaptar a las ciudades, sino que las ciudades se tendrían que adaptar a sus habitantes”.

Captura de pantalla 2017-06-09 a las 2.04.57 p.m.Procesos de trabajo del Colectivo Punt6 | Fuente punt6.org

 

Puntualmente, el aporte del feminismo a la forma en la que pensamos las ciudades es, según Blanca, la posibilidad de traer de nuevo la diversidad. “Lo que el feminismo nos aporta es la posibilidad de abrir la perspectiva del sujeto blanco, heterosexual, hombre, con coche hacia toda la diversidad, además de darle su justo valor a los cuidados. No todos somos siempre sujetos productivos y son imprescindibles los cuidados para poder desarrollar la ciudad, como son los cuidados afectivos y que no son valorados en la forma de planear la ciudad. Es también imprescindible tener en cuenta que las mujeres somos sexualizadas en la sociedad, y esto condiciona nuestra experiencia de ciudad a partir de nuestra percepción de seguridad. Todo esto es el aporte que hace el feminismo al urbanismo. Además, se busca romper con las fórmulas mágicas, con el nosotros tenemos la solución y hacer un trabajo más de preguntar a la gente qué es lo que quiere, de adaptarnos a los contextos y de no intentar aplicar modelos en todos los sitios sino de adaptarnos a cada contexto, a cada persona, a cada ciudad”.

Valdivia ahonda: “a nosotros no nos gusta poner ejemplos paradigmáticos. Se ha hecho urbanismo feminista, planeación con perspectiva de género, proyectos piloto en temas sobre movilidad y seguridad. Pero, ¿eso sería aplicable a la Ciudad de México, a Barcelona? Seguramente no. En cada ciudad es diferente. Hay que pensar en específico. Las experiencias están bien para ver qué se ha hecho, pero no para tomarlas como ejemplos totalmente exportables. Como viven los vieneses no tiene nada que ver a como viven en Barcelona o en Ciudad de México. Cómo se organiza la gente en México no tiene nada que ver con cómo se organizan en Viena, porque, además, en Viena la gente no se organiza socialmente. No tienen un capital social que sí que tienen en la Ciudad de México. Por la necesidad seguramente”.

s-Dinamización-Comunitaria-Actividades-Punt-6-1024x575-700x500_cProcesos de trabajo del Colectivo Punt6 | Fuente punt6.org

 

Las normativas urbanas tendrían que responder a cada forma específica de habitar la ciudad. Pero son varias las decisiones que resultan sintomáticas de que se privilegia a la economía sobre la vivencia. “Nos parece bien que haya normativas, pero lo que pensamos es que esas normativas tiene que frenar al capital. Tal vez no sea el caso de México, pero en Barcelona tenemos una mercantilización del espacio público muy fuerte, con terrazas que ocupan el 80% de las calles sin que la gente pueda pasar. Tenemos muchas calles que son de por sí accesibles pero con terrazas que lo impiden. Para eso están las normativas: para intentar que las calles puedan ser de la gente. Las normativas deben favorecer a las personas, favorecer a los de abajo. Muchas veces es al revés. Las normas se usan para favorecer los intereses privados en vez de intentar equilibrar los poderes. El capitalismo nos enseña que la dependencia es un valor negativo y nosotras siempre hacemos hincapié en que la dependencia es algo innato a las personas, todos hemos sido dependientes cuando hemos sido pequeños y vamos a volver a serlo cuando seamos mayores. Somos dependientes del entorno natural, somos dependientes de otras personas. Esa es una concepción que tenemos que tener en cuenta a la hora de pensar en el entorno y a la hora de pensar en la ciudad. La dependencia en relación a los demás y al entorno”. Valdivia considera que esto no se comprende gracias a una separación física entre quienes ejercen el poder y las calles. “Muchas veces los tecnócratas viven en rascacielos, no pasean por los barrios, no caminan. Existe una distancia física entre ellos y las ciudades. Habría que romper esa distancia física para que puedan empaparse y tener las mismas vivencias de todos, aunque sea por un día”

¿Cuáles es el plan de trabajo de Punt 6? “En el colectivo, lo que defendemos es que siempre exista una participación de las personas con las que vamos a trabajar. Que haya, de menos, un diagnóstico que siempre sea participado. Que este diagnóstico también sea con perspectiva de género, porque si no es con perspectiva de género es ciego a esa problemática. Si no aplicas la perspectiva de género, terminas escuchando a los que más gritan, a los que más tiempo tienen o a los que más poder tienen, que normalmente no suelen ser las mujeres. Igualmente, se tiene que hablar desde la vida cotidiana porque si no se habla de la vida cotidiana esta se invisibiliza y se habla del trabajo, del ocio y del deporte pero no se habla de los cuidados, de qué implica hacer la compra o qué implica llevar a los niños y a las niñas al colegio. Esas necesidades cotidianas son las que más tendrían que generar ciudad. Lo que sucede es que esas se resuelven sí o sí. Tú a los chicos los tienes que llevar al colegio. Si los llevas por un camino que es accesible: estupendo. Si tienes un camino que no es accesible, que es inseguro, que está contaminado: pues los vas a llevar igual. Esas necesidades las vas a resolver aunque no lo tengas bien resuelto. Además, tradicionalmente, no están pagadas y por eso se considera que no son una actividad. Y encima, hasta el día de hoy, las siguen llevando a cabo en su mayoría mujeres. Trabajar desde la vida cotidiana es muy importante para darle valor a estas cosas. También, se requiere pensar en el espacio público desde el detalle: que una banqueta sea accesible, que haya bancos, que haya sombra, que haya sitio para guarecernos cuando está lloviendo, que haya papeleras, que haya juegos infantiles, que haya pasos de cebra. Se dice que los bancos son un elemento de socialización pero nosotras planteamos que son imprescindibles para la movilidad, porque en esta ciudad también transitan personas mayores, mujeres embarazadas, etcétera. Si una persona así tiene que hacer un recorrido corto de 10 minutos lo puede hacer porque puede detenerse para descansar. Pero si no tiene ese banco en su recorrido no puede hacerlo y, por lo tanto, su derecho a la ciudad está negado. Pensemos en toda la gente que no vemos en la ciudad. Esa gente se está quedando en su casa porque no puede caminar en nuestras ciudades”.

s-Dinamización-Comunitaria-Mapa-Punt-6-1024x768-700x500_cProcesos de trabajo del Colectivo Punt6 | Fuente punt6.org

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