Resultados de búsqueda para la etiqueta [traza urbana ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 22 Oct 2024 17:08:28 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La traza del pentapichichi. Encuentro núm. 2: Sánchez vs. Sánchez (y una breve anécdota sobre un ratón) https://arquine.com/la-traza-del-pentapichichi-encuentro-num-2-sanchez-vs-sanchez-y-una-breve-anecdota-sobre-un-raton/ Tue, 22 Oct 2024 16:04:05 +0000 https://arquine.com/?p=93650 Todo se lo debo a la Jardín Balbuena (mi manager) y a la Virgen de Guadalupe Parafraseando a Raúl El Ratón Macías Diría que todo empezó por Eugéne Adrien Roland Georges Garros, quien fue el primer piloto en cruzar el Mar Mediterráneo sin escalas, y que formó parte del escuadrón francés en la Primera Guerra […]

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Todo se lo debo a la Jardín Balbuena (mi manager) y a la Virgen de Guadalupe
Parafraseando a Raúl El Ratón Macías

Diría que todo empezó por Eugéne Adrien Roland Georges Garros, quien fue el primer piloto en cruzar el Mar Mediterráneo sin escalas, y que formó parte del escuadrón francés en la Primera Guerra Mundial cayendo en combate en 1918. El estadio y el torneo de tenis en llevan su nombre en honor a las hazañas realizadas en la aviación. Esta es la primera aproximación de la colonia Jardín Balbuena con el deporte, cuando Roland Garros estableció un récord de altura en su aeronave Bleriot al volar en los antiguos llanos de Balbuena. Después de ese capítulo de la aviación vendría el Casino Obrero, hoy Deportivo Venustiano Carranza, de Juan Segura (1929), que junto con espacios recreativos, gimnasio, biblioteca, teatro al aire libre, cine, alberca, guardería infantil, unidad médica, jardines, pistas y campos deportivos (algunas edificaciones siguen en pie) detonarían con el paso del tiempo esta historia deportiva. Lo demás es consolidación de una colonia diseñada por los arquitectos Félix Sánchez, Raúl Izquierdo, A. Sánchez Tagle, Juan Becerra y Manuel Bernal, bajo la dirección del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas (BNHUOP).

Vista desde aeroplano del Casino Obrero o Centro Social y Deportivo para Trabajadores en Balbuena (hoy Deportivo Venustiano Carranza) de Juan Segura, 1929 y llanos de Balbuena, imagen recuperada de https://grandescasasdemexico.blogspot.com/2021/10/casa-de-don-vicente-g-almada-y-eloisa.html

Pero esa historia deportiva, para mí, posiblemente empieza con un anécdota, no con los recuerdos que uno lee en libros especializados. Esta anécdota (que se repitió en varias ocasiones) es la de una plática con un personaje entre los 12 y los 17 años de edad en la plaza donde se encontraban el cuarto de bombeo de la Unidad Habitacional donde vivía, la Corazones de Manzana y que era el espacio articulador entre los que vivíamos en los departamentos de esa unidad habitacional y los que vivían en casa propia, en el retorno no. 5 de Lázaro Pavia, una plaza como el espacio de unión entre la vivienda unifamiliar y la plurifamiliar.

Plaza con las tradicionales bancas, arriates y jardineras de concreto que eran el espacio deportivo de los fines de semana para jugar a lo único que sabíamos jugar constantemente en esa época: al futbol (después llegaría la patineta); la primera vez que se nos acercó este personaje, yo fui el receptor de sus palabras, estaba jugando de portero en un encuentro entre los que vivíamos del lado poniente de la unidad contra los del lado oriente. Lo vi de reojo, estaba muy atento a lo que sucedía en el partido y en una pausa, de esas que se dan cuando el balón se va muy lejos y el portero no tiene que ir por este porque no tuvo incidencia en la jugada, me dijo, “te prometo que voy a mandar a construir unas canchas para que puedan jugar al fútbol como se debe, sin obstáculos —en referencia a los postes, jardineras y animales de concreto, en especial una tortuga que con el paso del tiempo fue perdiendo su caparazón de concreto a base de martillazos del equipo contrario— para que puedan potencializar su talento”.

En ese momento tomé las palabras como una doble promesa que sabía que no iba a llegar, la de la construcción de las canchas y la de detonar mi talento como futbolista. No puedo mentir, yo era bueno, pero no como para dedicarme al futbol profesional. Con el paso del tiempo todos los fines de semana, y entre semana cuando eran vacaciones de invierno, semana santa o verano se repitió esta escena con otros de mis amigos. Veíamos a este personaje, vestido en ese momento para nosotros muy elegante, con guayabera, pantalones de vestir, zapatos bien boleados, bigote y de baja estatura, que justificaba su sobrenombre, sosteniendo siempre un periódico deportivo en sus manos y repitiendo esas palabras. Esta anécdota terminó en la conversación del desayuno de los domingos en donde mi familia acostumbraba a ir a desayunar, ya sea en el Vips del Retorno núm. 2 de Fray Servando Teresa de Mier o en el Sanborns cruzando la avenida (junto al gran centro cívico que conformaba en su momento la Delegación Venustiano Carranza).

Le conté a mis padres sobre esto y a lo lejos vi al personaje, lo señalé y mi padre, muy sonriente (casi con un sarcasmo por la ignorancia de no saber yo quien era), me dijo: “ese personaje al que tú te refieres es una leyenda, es Raúl El Ratón Macías”, a lo cual se soltó toda una plática sobre su carrera: boxeador mexicano; campeón mundial de peso gallo de la Asociación Mundial de Boxeo y medallista olímpico de bronce en los Juegos Panamericanos de 1951 y en los VI Juegos Centroamericanos y del Caribe; con 43 combates totales (41 de las cuales 25 fueron vía knockout) y 2 derrotas, 1 también por la misma vía; los 24 años de edad se retiró ante 17 mil espectadores en la Arena México (confirmo, en ese lejano 1990, ese nivel de trayectoria era para una leyenda).

Con el paso del tiempo fueron mayores los encuentros por las calles de la colonia o en los desayunos del domingo y con esa referencia me veía obligado a que cada vez que me lo encontraba lo saludaba con una reverencia con la cabeza y un buenas tardes que significaba que yo sabía quién era él: iba a tomar café y a leer su periódico deportivo por las tardes y vivía en una casa (bien diseñada por cierto, algo de la arquitectura rescatable de la colonia de la cual no he podido encontrar información) muy cerca de donde jugábamos. La última vez que lo salude fue en un restaurante que puso sobre Francisco del Paso y Troncoso al que asistíamos a ver las peleas de Julio César Chávez en aquella época. 

Si la memoria no me falla, esta vista recuperada con fecha de diciembre del 2021 de google maps era la casa de Raul “el ratón” Macias en la colonia Jardín Balbuena.

Todo esto lo cuento porque siempre ha estado presente esta pregunta de ¿cómo tomé la decisión de estudiar arquitectura cuando estaba rodeado de tanto deporte? O, mejor dicho, ¿cómo la colonia Jardín Balbuena, con el paso de Rolando Garros, Juan Segura o Raúl El Ratón Macías, conformó mi pensamiento urbano-arquitectónico y su vínculo deportivo? Y creo que con esta pequeña anécdota y recuerdo de mis breves acercamientos con El Ratón, esa referencia-reverencia empieza a establecer una claridad entre esta vinculación entre la ciudad, el cuerpo y el deporte urbano, y la manera en que moldeó mi visión sobre esta trilogía.

En esta vinculación siempre ha rondado el apellido Sánchez en el común de los que habitamos y habitábamos en la Jardín Balbuena. El primero, el más conocido, el futbolista por sus logros a nivel profesional y el segundo, el detonador de que sucedieran tantas prácticas espaciales a nivel de deporte, cultura, música, arquitectura y diseño gráfico en la colonia.

 

Sánchez, Hugo

Imaginemos ahora que tienes como vecino a Hugo Sánchez Márquez, Hugol, El Pentapichichi, El Niño de Oro, o simplemente Hugo, el mejor futbolista mexicano de la historia al cual podemos poner al mismo nivel hoy en día que a Cristiano Ronaldo o Lionel Messi. Sé que la historia del futbol mexicano no lo ha tratado con el respeto y valor que se merece, pero ese es un tema solo deportivo a discutir, lo que me interesa es entender cómo la colonia Jardín Balbuena, desde su traza, detonó un nivel de jugador con las características de Hugo Sánchez. Nacido el 11 de julio de 1958, hijo de Héctor Sánchez, también futbolista (Club Atlante y Club Asturias) y mecánico automotriz de profesión, hermano de Héctor, Horacio (también futbolistas) e Hilda (voleibolista), vivió la mayor parte de su infancia en la colonia Jardín Balbuena (en la calle o algún retorno de Genaro García), en una casa de dos niveles con un patio frontal y área para estacionamiento, ventanales a media altura en la planta baja y de piso a techo en la planta alta con un cerramiento superior como pretil para la azotea: una casa como muchas otras de la colonia, nada fuera de lo común, diría yo, con más construcción que arquitectura.

Cursó su educación básica en la escuela primaria Estados Unidos de América que se encuentra dentro de la Unidad Habitacional John F. Kennedy, diseñada por Mario Pani y Agustín Landa. De ahí donde estudiaba a su casa no se hacen más de 15 minutos caminando, pero sí pasa por una serie de parques, plazas, áreas verdes y deportivas que le permitían empezar a practicar futbol, además de las serie de cerradas, retornos, andadores peatonales y bolsas de estacionamiento que conectaban con las áreas verdes de toda la colonia, lo que facilitaba el juego en muchas de sus calles, ese juego callejero que se da con la imaginación con un par de piedras como portería y con una extensión mental que te da a pensar que estas en un gran estadio. La traza de la colonia, como un facilitador de la vida pública de un niño, que por referencia de su padre empezó a practicar un deporte, el futbol.

Casa de Hugo Sánchez Márquez en la colonia Jardín Balbuena via google maps, recuperada de https://www.heraldodeportes.com.mx/futbol/2024/4/4/esta-es-la-casa-en-la-jardin-balbuena-donde-vivio-hugo-sanchez-legendario-futbolistamexicano-69298.html

Sánchez, Felix (sin olvidar a Raúl Izquierdo, A. Sánchez Tagle, Juan Becerra y Manuel Bernal)

Felix Sánchez Baylon nació en Chihuahua en 1915, y a la edad de 23 años entró a la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM, graduándose con mención honorífica en 1942. Ocupó, entre muchos otros puestos, el de Jefe del Departamento de Estudios de Proyectos del Banco Nacional Hipotecario, donde desarrolló, antes de la traza de la Jardín Balbuena, conjuntos de vivienda como las unidades Modelo, Insurgentes, Barrientos, Tlalnepantla y Unidad Esperanza.

Con un proceso de investigación y diseño que duró aproximadamente tres años, de 1949 a 1952 (cuando iniciaron las obras de construcción) a la edad de 37 años, Félix Sánchez, junto con Raúl Izquierdo, A. Sánchez Tagle, Juan Becerra y Manuel Bernal desarrollaron una propuesta para la colonia Jardín Balbuena en 250 hectáreas, para 42 mil habitantes (8,400 familias) con una densidad calculada en 200 habitantes por hectárea, dividida en 17 súper manzanas autosuficientes (con servicios, jardines, comercios y escuelas de nivel básico), con vivienda unifamiliar en lotes particulares y edificios de departamentos que en un inicio eran de 10 niveles y que tuvieron que ver una reducción en su altura entre 4 y 6 niveles por temas de mecánica de suelos, más un centro cívico que estaría muy cerca del Parque Balbuena (hoy subdividido por la avenida Fray Servando Teresa de Mier, por el Jardín Chiapas y el Parque de los Periodistas Ilustres) que desarrollarían después Juan José Díaz Infante, Enrique de la Mora y Eduard Echeverría entre 1973 y 1975, con el edificio sede de la hoy alcaldía Venustiano Carranza, más el edifico de servicios para correos, fiscalía, juzgados, registro civil, ministerio público (hoy en día ese edificio se encuentra por completo deteriorado por los asentamientos irregulares del terreno, la falta o la falla de las juntas constructivas y el nulo mantenimiento que perdió la totalidad de la celosía de barro que tenía casi 135 metros de longitud), cine, un DIF y a una cuadra de ese centro cívico la Parroquia de Nuestra Señora Aparecida de Brasil.

El trazo de la colonia se distingue por sus vialidades, que se clasifican en tres: vialidades primarias, vialidades secundarías y vialidades peatonales que permitía la generación de retornos y andadores para una movilidad peatonal a lo largo de toda la colonia que hoy ha dejado de existir por temas de inseguridad donde los vecinos han optado por cerrar esos componentes mediante enrejados, cortando toda la continuidad y conectividad en la colonia.

Destaca:

1. El trazo en “S” de la calle de Genaro García, el gesto formal que conecta al norte con la calle de Cecilio Robelo con la manzana no. 2, 3 y 4, con dirección hacia la colonia Moctezuma y al sur, con el remate de la manzana 17 y la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhiuca, que termina junto a lo que hoy es el antiguo Velódromo Olímpico para las olimpiadas de 1968 diseñado por los arquitectos Jorge, Ignacio y Andrés Escalante y Legarreta junto con el diseño de pista de Herbert Schurmann (otra referencia deportiva más para la colonia) y de ahí a la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhiuca en la Alcaldía Iztacalco, gestionada por el cómico Jesús Martínez Palillo como alternativa por un lado a la Ciudad de los Deportes sobre avenida Insurgentes y como afrenta al “regente de hierro” o al “dictador de las calles”, Ernesto P. Uruchurtu, y al presidente Ruiz Cortines, esa Ciudad Deportiva fue la materialización de un deseo ciudadano, como menciona José Antonio García Ayala.

De poniente a oriente: 

2. La calle de Cecilio Robelo, calle paralela a la Calzada Ignacio Zaragoza. Inicia en el Eje 2 Oriente Eduardo Molina a cuatro cuadras del Mercado de la Merced de Enrique del Moral (1957), en el hoy Deportivo Venustiano Carranza y remata con una bolsa de estacionamiento y la Plaza Cívica de Cecilio Robelo en el Centro Urbano Jardín Balbuena, Unidad 3, junto a la Escuela Primaria Estado de Israel. En esa unidad vivían mis abuelos maternos y me cuenta mi padre que el recuerda una estela que conmemora el tema del Aeródromo de la Balbuena hoy al parecer demolida.

3. La Avenida del Taller que inicia también en el Eje 2 Oriente Eduardo Molina (parte del antiguo Albarradon de Nezahualcóyotl, donde se separaban las aguas dulces de las aguas saladas del oriente) junto al Deportivo Lázaro Cárdenas rematando con el Parque Galindo y Villa que se conforma por el espacio de área verde residual conformado por el Circuito Interior que a esa altura lleva el mismo nombre del parque, Jesús G. y Villa.

De norte a sur:

4. La calle de Lázaro Pavia, que inicia al norte entre el Deportivo Venustiano Carranza y el bloque 1 de la Unidad Habitacional John F. Kennedy, cruzando por Fray Servando Teresa de Mier hasta el extremo sur en Av. del Taller, junto a la Escuela Primaria Luis Cabrera, que se convierte en la calle de Aconchi que remata con la de Agiabampo. Toca la parte posterior del centro cívico con un ¿¿¡¡sanborns!!??, el Centro Cultural Venustiano Carranza (antes Cine Venustiano Carranza, uno de los pocos cines de gran formato que quedan en la ciudad), DIF, Centro de Maestros Ermilio Abreu Gómez, Cruz Roja y un avión McDonnell Douglas DC9-14 de Aerocaribe que desde octubre de 2005 está en la explanada de la alcaldía y funciona como la Biblioteca Virtual Tlatoani para que no se nos olvide que ahí estuvo el primer Aeródromo de la Ciudad de México.

5. La calle de Nicolás León que corre paralela a Francisco del Paso y Troncoso y acompañando a todo lo largo a la Unidad Habitacional John F. Kennedy, inicia al norte con Fray Servando Teresa de Mier, exactamente donde está el JFK skatepark en el bajo puente y remata en Av. del Taller.

6. La diagonal de Fernando Iglesias Calderón que va de sur-poniente a nororiente desde el Eje 3 Sur (Av. Morelos) dividiendo a la primera parte de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixiuhca hasta la Av. Fray Servando Teresa de Mier rematando con la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús y San Felipe Neri. En su corte con la Ciudad Deportiva divide al poniente al Estadio de Beisbol Fray Nano donde jugaban antiguamente los Diablos Rojos del México antes de su mudanza al Estadio Alfredo Harp Helu ya en la Alcaldía Iztacalco, diseñado por FGP Atelier (Francisco Gonzalez Pulido) y Taller ADG (Alonso de Garay) y del lado oriente una fuente seca que dio origen al skatepark de La Fuente (y la historia del skateboarding en la ciudad de la cual ya he hablado en otras ocasiones) junto con otras áreas deportivas.

La traza del pentapichichi dió origen a grandes deportistas como los futbolistas Enrique Borja y Raúl Jiménez, luchadores profesionales como los Hermanos Dinamita, Carmelo Reyes González Cien Caras y sus hermanos Máscara Año 2000 y Universo 2000 y Ray Mendoza, José Díaz Velazqueña y sus hijos, “Los Villanos”, además de grandes músicos como Armando Vega Gil, de Botellita de Jérez, Sergio Meza de Neón, Austin TV, Las Ultrasónicas, los Camiches, entre muchos otros más, pero esa historia, la de la música y la del diseño gráfico, tiene más que ver con los trabajadores de las Artes Gráficas y sus familiares dentro de la Unidad Habitacional John F. Kennedy, para quienes fue construida.

A los Sánchez, a Raúl El Ratón Macías y a todos esos antiguos amigos y vecinos con los que me tocó compartir infancia y futbol en los corazones de manzana.

Este texto forma parte del proyecto de investigación de “Ciudad, cuerpo y deporte urbano” del Sistema Nacional de Creadores de Arte en Arquitectura (diseño arquitectónico). 

colonia Jardín Balbuena, delimitación territorial, vialidades y Unidad JFK; la traza del pentapichichi elaboración de Anónima arquitectura.

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Bhendi Bazaar, Bombay: Inquietudes sobre el valor cultural de habitar y la pulcritud del progreso inmobiliario https://arquine.com/bhendi-bazaar-bombay-inquietudes-sobre-el-valor-cultural-de-habitar-y-la-pulcritud-del-progreso-inmobiliario/ Fri, 07 Jun 2024 17:48:52 +0000 https://arquine.com/?p=90840 Acompáñenme, queridas y queridos lectores, al año 2013. Lugar Bombay, Maharastra, India. Ya en otras ocasiones he compartido con ustedes algunos relatos y reflexiones sobre los espacios experimentados en aquel viaje. Hoy toca volver, específicamente al sector dentro de esa enorme ciudad conocido como Bhendi Bazaar. Imagine usted una trama urbana cuyo grano es complejo, […]

El cargo Bhendi Bazaar, Bombay: Inquietudes sobre el valor cultural de habitar y la pulcritud del progreso inmobiliario apareció primero en Arquine.

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Acompáñenme, queridas y queridos lectores, al año 2013. Lugar Bombay, Maharastra, India. Ya en otras ocasiones he compartido con ustedes algunos relatos y reflexiones sobre los espacios experimentados en aquel viaje. Hoy toca volver, específicamente al sector dentro de esa enorme ciudad conocido como Bhendi Bazaar.

Imagine usted una trama urbana cuyo grano es complejo, compuesto de sobreposiciones de trazos que obedecen a urbanizaciones independientes, que se van ligando con avenidas vehiculares en las que se prioriza la idea original, el flujo de vehículos, pero donde la realidad de polarizaciones socioeconómicas invita más bien al uso masivo de motocicletas.

El barrio no niega su origen de asentamiento obrero, construido aún bajo el gobierno colonial británico, pero la evolución permanente de las ciudades y la dinámica de sus habitantes le fueron transformando en un mercado que daba servicio a los colonos y que, ahora, es parte de la vida cultural de la mayoría musulmana. Actualmente la zona se encuentra, hay que señalarlo, entre las recomendaciones turísticas de la ciudad. En esa trama de capas sobrepuestas, una mezquita rompe el grano urbano con su dimensión y estructura, las calles internas tienen otra vida, otra dinámica, donde el comercio y la apropiación de la vía como espacio de tránsito peatonal, confrontan la velocidad de los vehículos. La comunidad ha vertido en el templo una gran cantidad de recursos: aquí se mueve mucho dinero y la fe de la gente lo aboca al espacio donde se hermana con su energía cósmica.

La arquitectura del lugar presenta una estructura general que oscila entre los dos y los cinco niveles, basada en marcos rígidos de concreto que se terminan en una piel cuya expresión combina el orden funcionalista con acentos decorativos que nos refieren a la tradición indomusulmana y culmina con tejados a cuatro aguas. Como ustedes pueden observar, el clima de una ciudad en latitud tropical, cobijada por una gran bahía, no es amable con este sistema constructivo si no se le da un mantenimiento constante, cosa que los inquilinos no siempre tienen posibilidad de hacer, o no tienen la prioridad de hacerlo, porque rentan su vivienda y consideran que es responsabilidad del propietario.

Así, las imágenes que comparto nos presentan una polaridad extraordinariamente interesante, tanto en las dinámicas espaciales del habitar, como en las sociales derivadas de dichos espacios.

Todo el valor cultural antes narrado se enfrenta, desde 2014, a una posible transformación radical. Como parte de la actividad del foro Holcim, a los participantes se nos presentó, en una audiencia privada, el proyecto por parte de arquitectos e inmobiliarios, para la reconversión de la zona. Desde un punto de vista estratégico y financiero, la nueva configuración urbana en grandes torres, que duplican, triplican o cuadruplican la escala actual, incluye a los habitantes actuales, al menos en idea, y utilizan la densidad vertical que multiplica de manera exponencial los metros cuadrados rentables de la edificación para hacer un buen negocio de inversión.

Así dicho, no suena tan mal. Ahora nos presentan la maqueta del proyecto, que comparto en imágenes, así como los planos generales proyectados en una pantalla (de esto no capturé fotografías para intercambiar con ustedes). La maqueta, como pueden ver, nos plantea la utopía del downtown americano, perfectamente coherente en la cultura financiera-urbana de Estados Unidos: vertical y preponderante en el paisaje, con una traza vial regular y “limpia”, en el que la dinámica peatonal de las calles mercado, como existen en el barrio actual, deja espacio a unos cuantos autos que parecieran circular tranquilamente por la vía, sin saturación de tránsito.

La venta de este imaginario parece convencer a la comunidad, al menos así nos lo transmitieron los equipos profesionales que nos invitaron a la presentación, un tanto sorprendidos porque la mayoría de los asistentes del foro cuestionamos seriamente el idealismo del modelo, confrontado con la riqueza socioeconómica y sociocultural de la realidad. Enamorados (tanto profesionales como comunitarios) por los escenarios ultraelitistas que han ido proliferando en otros países del continente asiático, derivados del exceso de ingresos por venta de hidrocarburos y que han sido promovidos hasta el cansancio por los instrumentos mediáticos de la globalidad, la actitud crítica que el otro grupo de profesionales, aquellos que asistimos a un foro cuya temática principal es la búsqueda de alternativas sostenibles y sustentables, parece ridícula, exagerada, desproporcionada.

Ustedes, estimadas lectoras y lectores, tendrán su propia opinión con puntos a favor o en contra, basados en su propia experiencia de vida.

La mía indica que, de hacerse la propuesta (aún no parece, según revisito la zona por imágenes satelitales, haber iniciado), las nuevas estructuras sociales, urbanas y arquitectónicas irán desplazando sin remedio a la población que, por generaciones, ha construido una identidad local inapelable. Se encarecerán los servicios, se restringirán los comercios callejeros y la gentrificación provocará una migración hacia otros territorios.

El progreso entendido solo desde la perspectiva de la pulcritud financiera, habrá recolonizado la colonia. Por otra parte, la inacción acentuará el proceso lento y paciente con el que el clima patina las edificaciones, con el peligro de convertirlas en ruinas inservibles y riesgosas. ¿Cómo se puede entonces evolucionar? ¿Cuáles son las otras alternativas? ¿Cómo se puede potenciar la riquísima dinámica de intercambio social y mercantil que ha dado personalidad y patrimonio al barrio y, al mismo, tiempo volver a dignificar la arquitectura preexistente que da grano y escala a la trama urbana?

Si, el bello idealismo siempre se enfrenta a la realidad, no importa si este visualiza solo la parte sublime de la interacción social, o la perfección técnico estética de la novedad urbano-arquitectónica. Las sociedades y los espacios se transforman de manera constante. Bhendi Bazaar no inició como un barrio mercantil, evolucionó en él, y su proyección y transformación futura son una incógnita que depende de múltiples factores y posturas. Cada vez que tomamos una decisión, el universo nos presenta miles de alternativas nuevas, situación que siempre debe darnos esperanza, pero ¿seremos capaces un día de entender los impactos sistémicos cuando las decisiones se toman por esquemas prejuiciados, predefinidos, y que solo aportan soluciones superficiales al complejo y orgánico fenómeno del habitar?

Sigamos caminando, sigamos charlando, sigamos compartiendo.

El cargo Bhendi Bazaar, Bombay: Inquietudes sobre el valor cultural de habitar y la pulcritud del progreso inmobiliario apareció primero en Arquine.

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Partituras https://arquine.com/partituras/ Mon, 22 Apr 2024 15:18:09 +0000 https://arquine.com/?p=89319 Desde el Neolítico, con la aparición de la agricultura y el establecimiento de las primeras comunidades humanas sedentarias, hasta nuestros días, trazar líneas que definen y delimitan territorios y terrenos, sea directamente sobre el suelo o con mapas, planos o títulos de propiedad como intermediarios, ha tenido una influencia mayor en la forma de las construcciones que ocuparán esos sitios.

El cargo Partituras apareció primero en Arquine.

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El domingo 14 de octubre de 1973, el New York Times publicó una nota cuyo título podría traducirse así: “Compradores de ‘rebanadas’ gozan de un día de campo en la venta de terrenos de la ciudad”. Firmado por Dan Carlinsky, el texto inicia con esta declaración: “estando los precios en bienes raíces como están, es sorprendente que uno pueda adueñarse de un pequeño jardín por un módico pago”. El artículo relata las subastas que el gobierno de la ciudad de Nueva York organizaba cada mes en el Hotel Roosevelt para ofrecer terrenos que tenía de sobra y en propiedad. Entre estos lotes, algunos eran rebanadas sobrantes en el reparto de una manzana en propiedad privada:

Con dimensiones de un pie de ancho por cien de largo [continúa Carlinksy] la mayoría de estas rebanadas parecen no servir para otra cosa que tender ropa en línea recta o almacenar espaguetis, pero a veces hay gente que tiene buenas razones para querer una parcela en particular y hacen que los precios de la subasta lleguen a los cientos de dólares, con la esperanza de revender el terreno a algún vecino y obtener una ganancia. El precio base, sin embargo, es de 25 dólares.

Más adelante, Carlinsky nombra a uno de los compradores, quien asistió a la subasta del 5 de octubre y planeaba volver a la del martes 16:

Gordon Matta-Clark, un artista de 28 años del SoHo, salió con cinco pedazos de Nueva York —cuatro en Queens y uno en Staten Island—, todos por menos de 100 dólares. “Obtuve más de lo que esperaba y por eso estoy muy contento”, dijo el señor Matta-Clark, quien pretende usar las propiedades en obras de arte que creará en los próximos meses. Las obras tendrán tres partes: un documento escrito sobre el pedazo de terreno, incluidas las dimensiones exactas y su localización, y quizá una lista de las plantas que crecen en el sitio; una fotografía a escala real del lugar; y el sitio mismo. Las dos primeras partes se expondrán en una galería, y los coleccionistas podrán comprarlas. “Tuve que comprar lotes pequeños porque son manejables: puedo colgar fotografías de ellos en la galería”, explicó el artista. “Tengo una pieza que mide 1 pie por 95 pies de largo. La fotografía medirá lo mismo. Estará colgada en una pared larga.”

Por lo que cuenta Carlinsky, Matta-Clark tenía muy claro lo que iba a hacer con sus propiedades desde el momento mismo en que se convirtió en terrateniente de la ciudad de Nueva York. Poco después, en una entrevista con Liza Bear, publicada en diciembre de 1974, Matta-Clark dijo que su mayor interés al comprar los lotes fue que estaban clasificados como “inaccesibles”, y agregó: “Comprarlos fue mi propia toma de posición sobre la extrañeza que representan las líneas de demarcación de las propiedades ya existentes. La propiedad es tan omnipresente que la noción que cada quien tiene de ella está determinada por el factor de uso.” [1] La obra resultante tuvo numerosos nombres, todos a partir de juegos de palabras con el concepto de real estate: Fake Estates, Reality Positions, Reality Properties.

En su ensayo “L’invention partagée”, la filósofa Sylviane Agacinski revisa la idea de “casa” tal y como la planteó el también filósofo Emmanuel Lévinas. “La existencia humana es impensable”, escribe Agacinski, “antes de cualquier posibilidad de retiro a un espacio separado”. Para Lévinas la casa es eso que abre —y cierra, al mismo tiempo— esa posibilidad de retiro. “El trazo de límites o fronteras”, sigue Agacinski, “permite la distinción entre el adentro y el afuera, el interior y el exterior, y condiciona la posibilidad, para la existencia, de separarse, de retirarse o, como diría Lévinas, recogerse, designando así la instauración de una relación de intimidad consigo mismo”. [2] En otro texto, reunido con ensayos de distintos autores que reflexionan sobre las relaciones entre la arquitectura y la deconstrucción, y relacionando en particular la -tectura y la escritura, Agacinski escribe que hay que pensarlas a ambas como una separación, una brecha: “El reparto”, Agacinski usa la palabra francesa partition, que también significa partitura, sucede “primero en varios sentidos, ya que el campo en el que aparece la arquitectura no es una página en blanco ni un fondo prearquitectónico: ya es arquitectura ahí mismo, tejido ya tramado, texto ya escrito en el cual el constructor, cual intérprete de un concierto, no incluye jamás otra cosa que cadencias.” [3]

En 1873, Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc, arquitecto y padre de la restauración moderna —aunque ningún restaurador de hoy se tomaría las libertades interpretativas que aquel se dio a sí mismo—, publicó el libro Histoire d’une maison. [4] La historia empieza con una idea que tiene M. Paul, de 16 años: construir una casa de campo para su hermana. En el segundo capítulo, un primo le ayuda a Paul a “traducir sobre el papel el resultado de nuestras meditaciones”, por lo que, al final de dicho capítulo, veremos los planos de la casa. Más adelante, esos planos sufrirán algunas modificaciones y Paul tomará un curso práctico de construcción. Llegamos entonces al capítulo VII: “Implantación de la casa y operaciones sobre el terreno”. El primo le explica a Paul cómo, una vez desarrollada y definida su idea en unos planos sobre papel, estos se acotan con el fin de trazar sus ejes sobre el terreno y dar inicio a la construcción de la casa. El capítulo viene acompañado de un dibujo en el que, como si viera desde la perspectiva de un dron imaginario, Viollet-le-Duc muestra a un grupo de trabajadores que dispone una retícula ortogonal de hilos que reparten virtualmente el espacio como anticipación de los muros que vendrán. Colocados casi de la misma manera en que lo hacían, se ha dicho, los agrimensores egipcios cinco mil años antes de nuestra era, y como se sigue haciendo actualmente —150 años después del dibujo—, esos hilos no sólo son parte de la historia de una casa, ya sea la que nos cuenta Viollet-le-Duc o la de la casa en general, como idea y modelo que reparte la extensión entre lo próximo y lo distante, lo íntimo y lo ajeno. Esos hilos también son parte de una historia de ciudades y procesos coloniales, de repartos y apropiaciones en los que algunos se fueron quedando con todo y muchos otros se quedaron fuera, en todos los sentidos.

En su ensayo “Apropiación, subdivisión, abstracción: una historia política de la retícula urbana”, del que publicamos una versión resumida en el número 107 de Arquine, [5] Pier Vittorio Aureli traza la historia de la retícula urbana desde sus orígenes neolíticos, no en las ciudades, sino en la organización de los campos de los primeras poblaciones sedentarias, y en la transformación del desplante circular al rectangular de sus construcciones, hasta el entramado contemporáneo, que va más allá de la traza de las ciudades y se extiende por territorios, continentes y, en última instancia, el planeta entero, cuadriculándolo con calles y avenidas, pero también con meridianos e infraestructuras, entre otros sistemas. Y, sobre todo, con líneas que —dibujadas en mapas o descritas en documentos legales— acotan la superficie terrestre, y muchas veces también el mundo subterráneo y el aire por encima, determinando derechos de uso y propiedad sin que quienes ahí habitan o habitaron por generaciones tengan mucho que decir al respecto. Para Aureli, “los tan debatidos muros fronterizos, que pretenden impedir que la gente se mueva a través de naciones o territorios, son sólo una de las consecuencias del sistema entero de subdivisión que organiza nuestro mundo urbano y […] se basa en el régimen de propiedad.” Aureli concluye afirmando que entender y reimaginar el potencial de la retícula —traza y articulación de ciudades y Estados enteros— abre la posibilidad de intentar otras formas de relacionarnos con la tierra (y con la Tierra) más allá de “la lógica excluyente de la propiedad privada” que, a pesar de la tendencia de algunos a pensarla como condición eterna de la humanidad, tiene una historia moderna de apenas 5 siglos —los del colonialismo— o, si se quiere extender hasta el Neolítico, de 10 mil años, dejándonos una herencia de al menos 190 mil años de otras formas humanas posibles para estar en el mundo y habitarlo. [6]

P.S.
En el número 107 de la revista Arquine presentamos, además varios edificios de reciente construcción en la Ciudad de México, París y Los Ángeles. Estas dos últimas ciudades comparten con la primera, en distinto grado y de diversa manera, ciertos trazos. Son, pues, proyectos que responden a lo mismo que la gran mayoría de los edificios construidos en entornos urbanos: un sitio definido con precisión por una traza urbana —o el choque de varias—, además de otras condicionantes como normas, reglamentos y contrato; desde municipales hasta de seguridad, pasando por consultores y certificaciones. En el espacio así dibujado, de arriba a abajo, como en aquellos famosos dibujos de Hugh Ferris para Nueva York, parece que sólo queda —como apuntó Agacinski— entender que el diseño arquitectónico no es otra cosa que cadencias, como el paso para atrás de Mies van der Rohe en el Seagram, que inventó una plaza al mismo tiempo que logró salvar al prisma abstracto de la amenaza babilónica.

 

Notas:

1. Las citas provienen de Stephen Walker, “Gordon Matta-Clark: Drawing on Architecture”, en Grey Room, núm. 18, 2004, 108–131.

2. Sylviane Agacinski, Volume. Philosophies et politiques de l’architecture, Éditions Galilée, París, 1992.

3. Sylviane Agacinski, “Tecture, écriture”, en Mesure pour Mesure. Architecture et Philosophie, Cahiers du CCI, Editions du Centre Pompidou/CCI, París, 1987.

4. Viollet-le-Duc, Histoire d’une maison, Bibliothèque d’éducation et de récreation, J. Hetzel et Cie., París, 1873.

5. Próximamente lo publicaremos en editorial Arquine como parte de un libro.

6. Esa es la hipótesis central del libro de David Graeber y David Wengrow, The Dawn of Everything. A New History of Humanity, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2021.

 

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Trazas de la especulación posrevolucionaria https://arquine.com/trazas-especulacion-revolucionaria/ Thu, 29 Jul 2021 13:33:37 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/trazas-especulacion-revolucionaria/ Las políticas de planificación urbana implementadas por los gobiernos posrevolucionarios mexicanos entre las décadas de 1920-1940, verifican los esfuerzos por impulsar un nuevo pacto político-social orientado al crecimiento de la economía nacional, basado en el reacomodo de las ciudades, la construcción de infraestructura y la redistribución de la tierra.

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Las políticas de planificación urbana implementadas por los gobiernos posrevolucionarios mexicanos entre las décadas de 1920-1940, verifican los esfuerzos por impulsar un nuevo pacto político-social orientado al crecimiento de la economía nacional, basado en el reacomodo de las ciudades, la construcción de infraestructura y la redistribución de la tierra. El discurso de la descentralización —la piedra clave de este nuevo lenguaje progresista y transformador— condenaba con pasión ideológica el hacinamiento de las vecindades en el centro, y la insalubridad presente en los barrios marginales del este y el norte de la ciudad, producto de la agresiva expansión territorial y demográfica de la ciudad posrevolucionaria. Así el dinámico paisaje urbano de la época, estableció de inmediato relaciones instrumentales con el nuevo poder y su lenguaje institucional, que vistos en conjunto —y en ese momento histórico y cronológico en particular— conforman una sola entidad y son parte del mismo proceso. 

Estas relaciones abstractas entre el gobierno, el territorio y la industria establecidas a través del lenguaje, revelan la formación de un inminente proceso especulativo en un momento histórico marcado por la desregulación, la falta de control gubernamental y una inédita asimetría económica entre gobierno e industria, todo esto mientras seguían en curso los reacomodos de las fuerzas vivas de la revolución. Estas relaciones establecidas informalmente entre el nuevo poder y el nuevo dinero, pusieron en evidencia la necesidad de actualizar de fondo el viejo capitalismo mexicano, un régimen semi-feudal basado exclusivamente en la propiedad de la tierra, la agricultura y la subordinación absoluta a un régimen oligárquico que ya no existía. Esto también sirvió para reconfigurar el tono del discurso público, especialmente el dirigido al pueblo, con el que el nuevo gobierno había suscrito un endeble pacto de estabilidad. Así que los gobernantes revolucionarios, ni conservadores, ni socialistas, ni radicales y más bien pragmáticos, expresaron abiertamente en sus discursos públicos una gran simpatía por los menos favorecidos, mientras promovieron la actividad empresarial en reuniones y documentos privados.[1]

Las divergencias existentes entre el ambicioso programa social anunciado por el nuevo estado mexicano, junto con sus limitaciones económicas y los rituales formales impuestos por el aún frágil ambiente social, inauguraron una forma oblicua de comunicación entre el nuevo estado, y la no tan nueva oligarquía para obtener beneficios mutuos sin suspicacias. Profuso en eufemismos y reverencias, crearon un metalenguaje que formalmente subordina el interés particular al general, pero informalmente se usaba para realizar inversiones garantizadas a cambio de “ayuda moral”, “facilidades” o “intermediaciones” para llevar a cabo los proyectos inmobiliarios sin contratiempos.[2] Al evaluar la insostenibilidad de un programa de desarrollo de infraestructura en una ciudad que cuadruplicó su población en un lapso de dos décadas, el gobierno le dió alegremente la bienvenida a la “familia revolucionaria” a industriales, banqueros, comerciantes y ex-hacendados, cuyas decisiones influyeron fuertemente en la forma y dirección que toma el desarrollo habitacional de la Ciudad de México en los años posteriores, ofreciendo una rápida rentabilidad y nuevas áreas de expansión a partir de la imaginación de una ciudad sin límites.

Sin embargo, ese breve “laissez faire” otorgado por el gobierno a los especuladores, había convertido a la capital en una ciudad “de parches”[3] según el arquitecto Carlos Contreras, quien sostenía que el proceso de expansión de la ciudad necesitaba revisarse. En el inédito programa de planificación de la Ciudad de México presentado en la “Conferencia Internacional de Planeación de Ciudad y Regional” en Nueva York de 1925, Contreras estableció por primera vez las pautas para la nueva disciplina del urbanismo, especulando científicamente sobre el futuro de la ciudad con el fin de atender los problemas prioritarios del momento, y con mucha precisión anticipar los ulteriores.[4] Destacan principalmente el plan de ordenamiento urbano de las industrias en el norte de la ciudad, el control del crecimiento, la conectividad metropolitana y la creación de nuevos barrios residenciales diferenciados.

 

Planificación de La Ciudad de México. Estudio de Trazo, Carlos Contreras y Justino Fernández, 1938. Plano. Archivo Carlos Contreras.

 

Por otra parte, algo fascinante estaba sucediendo en la academia: el número de arquitectos jóvenes que cuestionaron su formación clásica creció dramáticamente, agrupándose para buscar una nueva relevancia en su trabajo profesional. Esta situación fue aprovechada por Contreras, que rápidamente los incorporó a la Asociación Nacional de Planificación de la República en 1927.[5] Con el auspicio de esta organización —fondeada casi en su totalidad por la industria de la construcción y acreditada por el gobierno— y la férrea dirección de Contreras, se editó la revista “Planificación” para crear un comité del Plan Regional de la Ciudad de México y sus alrededores, con el fin de racionalizar la formulación de políticas urbanas y difundirlas de la mano de los desarrolladores, quienes ejecutaban toda la obra nueva de la ciudad.

Los “promotores de vivienda” o “desarrolladores” representaron en adelante a la nueva industria de la construcción, conformada por los propietarios de la tierra, políticos, jueces, banqueros, arquitectos e ingenieros que con la fuerza del grupo —y su renovada influencia en el gobierno a través del monopolio de la regulación— pudieron implementar unilateralmente políticas que resultaron tanto efectivas en la práctica como lucrativas para sus propias inversiones inmobiliarias. Por ejemplo, fueron ellos mismos los que determinaron que “al menos el 60% de la población vivía en condiciones miserables e insalubres”[6]  y fueron sus propios estudios los que establecieron que los alrededores de la ciudad eran burdas subdivisiones y colonias invadidas, sin servicios básicos y a la merced de “especuladores inmobiliarios”.[7]

La revisión del entorno construido entre 1920-1940, examina con precisión el significado de la revolución como una idea abierta, a partir de la delimitación igualmente abierta y flexible de las nuevas fronteras de la ciudad, establecidas orgánicamente por los espíritus peregrinos de los especuladores y su dinero prestado, y no por sus caudillos e ideólogos, esos que exigían vivienda para todos y sostenían que la tierra era de quién la trabaja. Pero donde el Estado veía pobreza, abandono y miseria —una imagen que fácilmente se podía contrastar con las abandonadas haciendas de la vieja oligarquía porfirista que rodeaban la ciudad— los promotores veían campos de experimentación arquitectónica, fundados sobre una narrativa abstracta del el futuro y lo inevitable. 

Esta pulsión instigada por las promesas de tierra en los términos que establecía la especulación económica y el auge de la industria, no veía otra cosa que potencial en el crecimiento. Si la tierra es para quien la trabaja, la tierra disponible era para ellos. Este proceso alternativo de redistribución territorial, dejó evidencias indelebles en el territorio de las negociaciones entre el Estado y la industria, que para entonces ya participaba en todos los aspectos de la edificación: desde la expropiación de tierras y fraccionamiento de lotes, hasta la comercialización de casas y proveeduría de maquinaria y fabricación de materiales.[8] La especulación institucionalizada del periodo, se consolidó en la nueva periferia urbana trazada por los desarrolladores inmobiliarios en el norte, y reorganizó con gran éxito a todas las fuerzas sueltas de la Revolución Mexicana en un solo objetivo, la vivienda para todos, que también era un ideal revolucionario.

 

Colonia Obrera, 1936. Fotografía Aérea. Acervo Histórico Fondo Aerografico Fundación ICA.

En la década de 1920, la subdivisión de tierras en la periferia se intensificó ante la fuerte demanda de vivienda, impulsado por el lenguaje optimista de la constitución de 1917 y su retórica social, que también contemplaba el fraccionamiento de tierras para la dotación de vivienda. Este esquema predominó en colonias nuevas y populares como la Obrera,[9] y marcó el inicio de la construcción de un nuevo paisaje urbano posrevolucionario fragmentado. En su apuro por desarrollar terrenos baratos, dividirlos y comercializarlos, algunos promotores de vivienda de colonias altamente densificadas y dirigidas a las poblaciones más pobres, “omitieron” con frecuencia la prestación de servicios urbanos básicos como la pavimentación de las calles, el saneamiento, el suministro de agua y la instalación de alumbrado público, sin preocuparse por la más mínima higiene y salud pública. 

Este patrón de comercialización, había sido un fenómeno común en la consolidación de “la tradición especulativa” de la época, cuyo motor era la rentabilidad pura y la mínima inversión. Sin embargo, para 1932 la situación macroeconómica de México era deplorable, con un gobierno endeudado y en condiciones precarias, dada “la aguda deflación monetaria, la inestabilidad internacional de nuestro intercambio de bienes y la desaparición total del crédito, aparejados con el aumento del desempleo y el déficit,”[10] que obligaron a la inevitable regulación del mercado por parte del gobierno, así como de la emergencia de nuevas propuestas de desarrollo urbano barato para las crecientes masas de obreros, maestros, electricistas, burócratas y agremiados que de a poco, iban incorporándose al aparato estatal, frente a la realidad de una industria nacional disminuida. Fue en estas coyunturas transnacionales, en donde se eligió optar por la experimentación con nuevos materiales y la tecnología para el desarrollo masivo de vivienda, influyendo en la reconfiguración simbólica de las aspiraciones materiales de sus nuevos habitantes, vía la publicidad y la propaganda. Con promesas de “diseño urbano europeo” y “residencias estilo americano junto al bosque” para los ricos, y “calles pavimentadas con casas que duran para siempre” para los pobres, se promovía la “justicia social” del también recientemente creado nacionalismo revolucionario.[11]

 

 

A mediados de los años 20s y los 30s, se desarrollaron nuevos esquemas para la comercialización de bienes raíces —terrenos urbanizados, subdivisiones residenciales tipo lote, esquemas de pago bancario y la construcción de casas en serie para la venta— aparejados del surgimiento de la clase media trabajadora, ávida de mostrar su nuevo estatus a través de la segregación espacial y el diseño diferenciado. La arquitectura de esta manera comunicaba la dirección de la revolución, y registraba la cultura que la produjo, proporcionando conexiones visibles entre esa cultura emergente y sus manifestaciones en la producción arquitectónica de la época, alentando la construcción de nuevas colonias modernas en la ciudad —La Industrial, Vallejo, Estrella, Tepeyac— que revelaban el potencial económico y social de la especulación a través del objeto arquitectónico —la casa— y no solamente el valor potencial futuro del terreno, que en todos los casos tendía a subir. Al transitar del simple negocio del fraccionamiento de la tierra al de la urbanización, desarrollo y promoción de colonias enteras, el cemento se convirtió en el material idóneo para la especulación posrevolucionaria. Por apegarse a la lógica industrial de estos años y responder eficientemente a las demandas de crecimiento en la construcción, el cemento se convirtió en sinónimo de economía, firmeza y rapidez en las obras. Sin embargo, su acogimiento y popularidad no fueron inmediatos; el comité promotor del uso de Cemento Portland fue apenas creado en 1923 por varios agentes de la industria de la construcción, con el fin de promover el uso intensivo de este material. 

Uno de los personajes que encarna el espíritu de esta época, fue Federico Sánchez Fogarty, quien entiende con perspicacia el valor de las relaciones, la propaganda, las asociaciones estratégicas y el poder de la fuerza gremial, así como la función instrumental del relato posrevolucionario, que buscaba inaugurar una etapa y símbolos nuevos en el país. Por estos motivos, decidió otorgarle un valor de culto al cemento mediante dos revistas patrocinadas por la industria, que se publicaron entre 1929 y 1932: “Cemento”, con una circulación mensual de 12.000 ejemplares en todo el país, que proporcionó los medios para que tanto los no especialistas como los profesionales de la construcción adoptaran el material como parte del ideario del nuevo nacionalismo revolucionario, y “Tolteca”, que no sólo impulsó el uso del material constructivo y la marca, sino que se convirtió en la promotora oficial de un nuevo estilo arquitectónico de fuente europea y estadounidense: el estilo internacional o arquitectura funcionalista, donde “el concreto es la letra y verbo de la arquitectura contemporánea.”[12]  

Estas publicaciones destacan por sus portadas diseñadas por el artista Jorge González Camarena y por la promoción de concursos de arte y diseño de la misma fábrica, con premios otorgados a proyectos que ofrecían los mejores usos comerciales de los mismos. Algunos participantes de estas convocatorias fueron los artistas Juan O’ Gorman, Rufino Tamayo y Carlos Tejada, y fotógrafos como Manuel y Lola Álvarez Bravo y Agustín Jiménez, sentando las bases del modernismo y nacionalismo posteriores.  

 

Portada de Revista Cemento Num. 29, Mayo de 1929. Facultad de Arquitectura UNAM.

La ciudad por otra parte continuaría su crecimiento horizontal, mientras el estado fomentaba las inversiones de capital y establecía fábricas en la periferia. Por su parte, la banca de inversión privada a través de créditos, financiaban empresas y emprendedores para la adquisición masiva de casas y terrenos baratos. El sistema para entonces funcionaba con precisión maquínica, y esa estabilidad permitió abrir debates necesarios en otros frentes, como qué otros estilos podían representar mejor la identidad del México revolucionario que se quería construir. Como ya sabemos, se impuso finalmente aquél que se expresa “…de manera directa, racional, sin el peso muerto de las formas tradicionales y la ornamentación pesada.”[13]

El reconocimiento de los cambios sociales y tecnológicos debido a la revolución industrial —inherentes al funcionalismo— fue significativo para este periodo. Eso implicó una nueva concepción de la construcción masiva, que se corresponde inevitablemente a la nueva tecnología de la época, la economía y el programa arquitectónico basado en las realidades locales. En México, las exhortaciones funcionalistas encontraron una amplia audiencia para enfrentar el desafío del crecimiento poblacional, y se adoptó con entusiasmo el credo de Le Corbusier de que “la casa era una máquina para vivir”, que también ofrecía una forma económica y eficiente de ejecutar la arquitectura para el desarrollo capitalista. Una muestra de esto último es que en 1932, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, por medio de su empresa “Muestrario de la Construcción Moderna” y bajo el encargo del gobierno, abrió un concurso dirigido a arquitectos e ingenieros del Distrito Federal para el proyecto y construcción de la casa obrera mínima, un prototipo de costo bajo que “en una planta de 54 m2 satisficiera las necesidades de habitar de las familias en cuestión.”[14] 

 

Casas de Obreros en Balbuena, Abril 1934. Fotografía. Museo Archivo de la Fotografía.

El concurso planteaba analizar las condiciones de vivienda de la población asalariada de la época, y proponer mejoras que dignifiquen los espacios domésticos de estos usuarios. El primer lugar del concurso lo ganó Juan Legarreta y Justino Fernández, el segundo lugar le correspondió a Enrique Yánez y el tercero a Augusto Pérez Palacios y Carlos Tarditti. Juan O’Gorman, obtuvo una mención al presentar un proyecto para un multifamiliar —muy adelantado a su época— que era una tipología que anticipa el nacimiento de otra época, una en donde sería el Estado y no los industriales, quien se encargaría de seguir impulsando la revolucionaria idea de dotar de vivienda digna, a todos los mexicanos.

La relevancia del discurso especulativo en la conformación de la ciudad de México —y el lenguaje social moderno que acompañó su desarrollo industrial— sirve para explicar mejor la relación histórica entre su producción arquitectónica, sus abruptos cambios de rumbo, el abandono táctico de zonas enteras de la ciudad y la explotación intensiva de otras, su papel en la consolidación del poder estatal y sus seculares asociaciones estratégicas con el capital privado —que aún persiste y opera con gran eficiencia y sigilo— estableciendo linajes directos con estos procesos históricos de expansión y contracción urbana. Por otra parte, también da cuenta de la accidentada relación entre lo rural y lo urbano en la CDMX —que aún persiste—, y su revisión historiográfica recupera el criterio sobre la que se dibujaron las trazas de nuestra ciudad, mientras se revitaliza en el discurso actual la vieja promesa de una vida mejor al norte de la ciudad, redibujando un límite perdido de la mano de otros artífices, en un contexto parecido.


Notas:

1. Carta de William Johnston. a Álvaro Obregón acerca del apoyo de la “International Association of Machinists” para construir vivienda para trabajadores en México y ejercer “el derecho a la libertad y equidad dado por Dios” en estos tiempos de ajuste Universal. 26 de Febrero de 1922. Archivo General de la Nación.

2. Carta del Empresario Bruno García Lozano a Álvaro Obregón para solicitarle “Ayuda moral” para su empresa “Casas de Cemento Armado S.A.” 21 de Octubre de 1922 y Respuesta afirmativa de Álvaro Obregón para iniciar con los trabajos de la compañía, 10 de Noviembre de 1922. Archivo General de la Nación.

3. Escudero, Alejandrina. 2004. “Carlos Contreras: La Ciudad Deseada”. Bitácora Arquitectura 12.

4. Report on the International Town Planning Conference.1925: Part I: 36-37, New York.

5. “Comité del plano regional de la ciudad de méxico y sus alrededores” publicado en Planificación 7, Marzo de 1928. p.21-23. Facultad de Arquitectura UNAM.

6. Álvarez Montes, Gerardo, Concepción J Vargas, and Enrique Ayala Alonso. 2017. La Construcción De La Ciudad De México, Siglos XIX Y XX. Ciudad de México: Universidad Autónoma Metropolitana.

7. ibidem.

8. Cruz Muñoz, Fermín Alí. 2015. Configuración Espacial De La Industria En La Ciudad De México. Ciudad de México: Colegio de México.

9. Herrera, María Eugenia. 2015. El Territorio Excluido: Historia Y Patrimonio De Las Colonias Al Norte Del Río De La La Piedad. Ciudad de México: Palabra de Clío.

10. Olsen, Patrice Elizabeth. 2008. Artifacts Of Revolution. Lanham: Rowman & Littlefield.

11. Ayala Alonso, Enrique, and Gerardo Álvarez Montes. 2013. El Espacio Habitacional En La Arquitectura Moderna. Ciudad de México: Universidad Autónoma metropolitana.

12. Leidenberger, Georg. 2012. “Tres Revistas Mexicanas De Arquitectura. Portavoces De La Modernidad, 1923-1950”. Anales Del Instituto De Investigaciones Estéticas 34 (101): 109. doi:10.22201/iie.18703062e.2012.101.2430.

13. Olsen, Patrice Elizabeth. 2008. Artifacts Of Revolution. Lanham: Rowman & Littlefield.

14. Yepes Rodríguez, Jorge Oscar. 2016. “Juan Legarreta: Vivienda Obrera Mexicana Posrevolucionaria”. Bitácora Arquitectura, no. 32: 27. doi:10.22201/fa.14058901p.2016.32.56189.


*Este ensayo, publicado en el número 95 de Arquine, se escribió con base en la investigación realizada y el archivo compilado para la exposición “Industriales: Trazas de la especulación posrevolucionaria”, realizada en Proyector en Marzo de 2019) en colaboración con Fundación ICA.

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