Resultados de búsqueda para la etiqueta [Silencio ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:22:52 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Instalación del silencio https://arquine.com/instalacion-del-silencio/ Wed, 05 Jul 2017 19:07:57 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/instalacion-del-silencio/ Doug Wheeler consigue alterar la estructura y la configuración de una sala de museo con el fin de controlar la experiencia visual y acústica con su PSAD Synthetic Desert III (1971), que monta actualmente y por primera vez en el Museo Guggenheim de Nueva York. Se trata de una instalación inmersiva, en la que el ruido se minimiza y se genera la sensación de infinito.

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Doug Wheeler consigue alterar la estructura y la configuración de una sala de museo con el fin de controlar la experiencia visual y acústica con su PSAD Synthetic Desert III (1971), que monta actualmente y por primera vez en el Museo Guggenheim de Nueva York. Se trata de una instalación inmersiva en la que el ruido se minimiza y se genera la sensación de infinito. Wheeler inició este proyecto después de conocer el desierto de Mojave, entre California y el norte de Arizona, a finales de los años sesenta. Según él, la sensación de inmensidad, vacío y silencio la experimentó por primera vez en el desierto, donde no podía escuchar ningún sonido reconocible por no tener civilización en muchos kilómetros de distancia.

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Aunque su trabajo parte de su experiencia en un entorno natural, su instalación es puramente abstracta. Para poder verla sólo hay una opción(*): llegar al museo y pedir hora para poder vivir diez minutos en este espacio hermético donde el no ruido se hace realidad. La experiencia inicia al despojarte de los zapatos y pertenencias, para cruzar tres puertas que te llevan a la parte no pública del museo. Cruzada la última puerta, se accede a una sala grande de color gris suave, con una iluminación muy tenue, que recuerda a los primeros o los últimos rayos del sol, pero cuya temperatura de color es más bien fría. Se trata de un espacio grande, de 6 metros de ancho, 17 de largo y 8 de alto, cubierto de prismas piramidales de espuma de media densidad también de color gris en casi toda su superficie, uno de los muros y parte del techo. Al centro del espacio se accede por una ligera rampa ascendente, que lleva a una plataforma rectangular donde el usuario puede sentarse, estirarse, o colocarse como desee, mientras mira y escucha el vacío.

Diez minutos de silencio que inician al cruzar la frontera entre el ruido del exterior y la nada del interior. Dentro de este espacio, los actos y movimientos del ser humano cobran una nueva dimensión, convirtiéndose en sonido. Desde los nueve pasos que hay que dar con los pies descalzos sobre la alfombra hasta llegar al centro de la instalación, el roce entre los pies y el suelo acompaña al visitante, más que con el tacto, con el ritmo marcado del andar: la respiración propia y de la gente que entra, el cambio de posición, el crujir de rodillas cuando las personas se sientan o se acuestan… Las cinco personas que pueden entrar al mismo tiempo tratan de quedarse inmóviles una vez encuentran la posición en la que se quedarán durante estos minutos de aislamiento. En ese momento, pareciera que las ideas y pensamientos de las personas que se encuentran en el espacio podrían iniciar un diálogo en cualquier momento.

Se dice que el ser humano no está preparado para estar más de cuarenta minutos en absoluto silencio, pero los diez minutos que ofrece el Museo Guggenheim dan para poder perderte en la imaginación, la abstracción del espacio, la fragmentación de colores y la luz en el infinito. Viviendo en una sociedad llena de estímulos visuales y auditivos, este tiempo, aunque limitado, es un verdadero placer.

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*(La opción de comprar entradas anticipadas para estar veinte minutos se agotó a los pocos días).


 

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Silencio https://arquine.com/silencio/ Sat, 05 Mar 2016 06:10:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/silencio/ Para Luis Villoro, el intento de mostrar el mundo tal como es vivido conduce la palabra a su negación y, en el límite, al silencio. Ese silencio acompaña al lenguaje como su trasfondo, o mejor, como su trama, que Villoro equipara al vacío que separa y enlaza las masas arquitectónicas.

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En 1996 la  Universidad Autónoma Metropolitana y Verdehalago editaron tres libritos, por su pequeño tamaño: poco más de 6 centímetros de ancho y 10 de alto, de Luis Villoro. Se trataba de una serie sobre el silencio y algo más.

En uno, La significación del silencio, Villoro explicaba que “cuando los griegos quisieron definir al hombre, lo llamaron zoon lógon éjon; lo que, en su acepción primitiva, no significa «animal racional» sino «animal provisto de la palabra.» El silencio que ahí describió era una forma del habla y, por tanto, significaba. “Desde la piedra burda con que erige sus edificios —dice— hasta el sutil ademán de la danza, todo podrá servirle de signo para nuevos lenguajes.” El lenguaje nos dice lo común de las cosas y, de algún modo, elimina su singularidad. Esa silla deja de ser sólo esa cuando ya es una instancia más de la silla. La poesía intenta devolverle al mundo o, más bien, a cada cosa y situación del mundo, su singularidad en la palabra: “el intento de mostrar el mundo tal como es vivido” conduce la palabra a su negación y, en el límite, al silencio. Ese silencio “acompaña al lenguaje como su trasfondo, o mejor, como su trama” —que Villoro equipara al “vacío que separa y enlaza las masas arquitectónicas.”

El segundo librito también habla del silencio: Una filosofía del silencio: la filosofía de la India. Al explicar que la filosofía griega es ante todo visual, Villoro afirma que “decir de alguien que es un «teórico» vale tanto como llamarle un «mirón» que anda metido a curiosear todas las cosas.» La filosofía griega es de normas y de formas, de palabras y de ideas. La india, en cambio, es una filosofía de lo encubierto, de lo informe y del silencio. “Al nombrar las cosas, las separo y defino; la palabra saca al ente de su anonimato y lo muestra; a la vez, lo determina. Por su parte la forma permite que unos entes se destaquen frente a otros, establece lindes entre las cosas.” Para la filosofía india, el continuo del ser sólo puede ser nombrado sin nombre, entendido sin forma. Silencio.

El tercer libro es el doble de grueso de los otros dos. Su título es La Mezquita Azul: una experiencia de lo otro pero Habla también, de algún modo, del silencio y de nuestro empeño en no callar, sobre aquello de lo que no podemos hablar. Se divide en tres partes. La primera da cuenta de una experiencia: la visita a la Mezquita Azul, construida en el siglo diecisiete por el sultán Ahmed. Villoro describe la arquitectura como un pasaje y el espacio como un gran signo y una experiencia en la que el yo se disuelve. La segunda parte intenta analizar esa experiencia o, más bien, la dificultad que presenta al análisis: hay, dice, “una inadecuación entre la fluidez y la homogeneidad de lo vivido y la fragmentación y heterogeneidad a que se le somete al tratar de analizarlo con conceptos.” También en la segunda parte al análisis sigue una crítica de la experiencia, la única que “puede suministrarnos una aprehensión directa, sin intermediarios, de la realidad,” pero que, a su vez, en esa singularidad, se queda aislada si no se abre en la interpretación. Esa diferencia se hace patente, por ejemplo, en el conocimiento estético, en la distancia que se abre pero también se tensa entre la sensación, la sensibilidad y el sentido. Al análisis y la crítica sigue la justificación: la interpretación que ilumina la experiencia.

La tercera parte llena apenas cinco de esas pequeñas páginas. Regresa a la experiencia para mostrar que si, para entenderla, hay que pensarla, hay también que, de algún modo, perderla. “No hay maravillas ni esplendores para el pensamiento,” dice. Lo que la razón le hace a una experiencia extraordinaria, agrega, es “quitarle su carácter disruptivo para poder asimilarla.” El pensamiento profana esa experiencia de lo otro —de lo sagrado, pues. Y es lo único que puede hacer: “su empeño paradójico ha sido convertir en razonable lo indecible. ¿Pero en qué otra forma —concluye— podría la razón dar testimonio de aquello que la rebasa?”

Villoro nació en Barcelona el 3 de noviembre de 1922 y murió en la ciudad de México el 5 de marzo del 2014.

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