Resultados de búsqueda para la etiqueta [Saskia Sassen ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Wed, 01 Nov 2023 15:50:15 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 Casas vacías https://arquine.com/casas-vacias/ Tue, 25 Jun 2019 14:30:29 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/casas-vacias/ Una casa vacía significa muchas cosas, pero una casa vacía en un centro urbano es un fracaso para la ciudad.

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Aparece una fotografía del interior de una casa. En la escena oscura se ve algo que alguna vez fue un papel tapiz, unas cortinas percudidas dejan entrar un poco de luz a la habitación, mientras que algunos muebles y el piso se ven invadidos por vida silvestre que da cuenta del abandono del inmueble. La casa podría estar en medio del bosque y formar parte de una película de catástrofe nuclear donde sus habitantes tuvieron que huir intempestivamente para refugiarse en otro lado. Saskia Sassen está al frente y nos muestra esta imagen. Una casa vacía en un sector bien ubicado de Londres, una de las ciudades más caras del mundo. ¿Qué hace una casa vacía en Londres? ¿Qué haría una casa vacía en alguna zona central de cualquier ciudad del mundo? 

Parece fuera de toda lógica que hubiese una casa vacía en un lugar bien ubicado, si una de las principales demandas de la vida en las ciudades es el de la vivienda, especialmente aquella bien ubicada. Entonces, ¿por qué una casa vacía?

Las personas son complicadas, explica Sassen[1] frente a varias decenas de espectadores, para cierto tipo de desarrollo inmobiliario el que haya o no habitantes es menos relevante, porque su proceso de valorización no es el pago de la gente sobre su uso al interior, sino sobre lo que sucede fuera de ella: mejoramiento de infraestructura, equipamiento, el crecimiento o consolidación de zonas de trabajo, transporte, servicios, espacio público. La afirmación de Sassen es cada vez más clara; para que gente habite un inmueble el propietario debe invertir y hacer adecuaciones, también dar mantenimiento, vigilar que los inquilinos hagan un uso ‘adecuado’ del inmueble y que sean confiables y puntuales pagadores. La casa vacía, de pronto, parece una inversión menos arriesgada.

No todas las casas vacías, por supuesto, están en el anterior esquema. Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo, en México el 20% de la vivienda construida está vacía (más que Argentina y El Salvador con 18% y Ecuador con el 14%).[2] Una casa sin habitantes puede significar una segunda vivienda, fenómeno común en las zonas turísticas donde los dueños habitan el lugar únicamente para vacacionar y el resto del año está inhabitada. También existe la vivienda en rotación, es decir, una vivienda vacía de forma temporal porque se encuentra en proceso de venta o renta. Quitando estos dos fenómenos en el análisis, nos quedamos con vivienda subutilizada. 

En México el fenómeno se ha disparado por la localización, la inseguridad y la deficiencia de las viviendas de interés social que se crearon durante los noventa y dos miles con una política de financiarización de vivienda social del gobierno federal. En el mapa de abajo es posible visualizar esta ubicación de vivienda abandonada (en rojo) en la zona norte de la ZMVM donde hubo una inversión fuerte de vivienda social. Sin embargo, también es posible ver datos entre el 10 y 12% del stock de vivienda vacía en las delegaciones Benito Juárez, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo, es decir, zonas accesibles en transporte, dentro de los centros de trabajo y con un rico equipamiento e infraestructura; pero están vacíos.

La paradoja existe: por un lado tenemos una oferta de vivienda ya construida pero sin habitar; y por el otro un déficit habitacional creciente. ¿Por qué los propietarios no ponen en renta la vivienda vacía y con ello disminuir un poco el déficit de vivienda que existe en nuestras ciudades? Sassen vuelve, las personas son complicadas.

Según Andrés Blanco, especialista del BID, lo anterior se da porque la tradición jurídica de nuestros países no es eficiente para el propietario, lo que hace que el proceso de reposición de un inmueble cuando el inquilino no paga sea complejo. En Perú, por ejemplo, este proceso puede demorar hasta cuatro años, lo que implica una pérdida de dinero para el propietario. Según la visión del BID el marco jurídico estaría desincentivando la creación de vivienda en arrendamiento y promoviendo la subutilización de vivienda construida. 

En Ciudad de México un acalorado debate se llevó a cabo por un artículo en la Ley Constitucional de Derechos Humanos y su Garantías de la Ciudad de México, donde se expresaba que para evitar que los desalojos forzosos violaran los DDHH, entendiendo desalojo forzoso, con un carácter ilegal y arbitrario, debía llevarse a cabo a través de un debido proceso. Lo que entendieron otros, incluyendo líderes de opinión, es que esto permitía una carta blanca para la okupación con K; lo cierto es que se trataba de una ley que defendía, como he dicho, un debido proceso: no serían cancelados los desalojos como se expresó incluso en los medios, sino que debían llevarse a cabo bajo un proceso que salvaguardara los derechos de otros.

Para atenuar lo anterior, los fenómenos de okupación, con K, en México son complejos. Las formas en las que se ha urbanizado gran parte de nuestras ciudades ha sido de la mano de una maquinaria que ha sido efectiva, donde detrás hay personajes que capitalizan la necesidad de habitar de algunos grupos, un capital humano para invadir, entre ellos grupos vulnerables que problematizan y politizan los desalojos más profundamente. Los okupas mexicanos tienen un lenguaje que han sabido capitalizar. Es decir, sí hay algo a lo que los propietarios deben temer, aunque no están aterrizando sus temores correctamente. 

En estos escenarios el Estado participa –cuando está presente– como regulador del mercado, en este caso de la oferta de vivienda. En diversos países, incluyendo algunos de América Latina como Brasil y Colombia, existen impuestos para la subutilización de predios que buscan el incremento del valor para desarrollarlos, es decir, especulación. En Brasil, el IPTU (Imposto sobre a Propriedade Predial e Territorial Urbana) con tasa progresiva, obliga al propietario a desarrollarlo para evitar el pago de impuesto, de esta manera el Estado desincentiva la especulación y provoca el desarrollo en la zona.

Hay otras formas de ocupación a las que somos más permisivos, pero su impacto en las ciudades es también violento. Mientras que otras grandes ciudades han colocado medidas para aminorar los impactos negativos de Airbnb, la nuestra ha permitido su crecimiento e incentivando que el desarrollo inmobiliario cambie inversión de vivienda a edificios de Airbnb en las zonas con mejor equipamiento e infraestructura. 

Los actores son diversos, pero en el caso de nuestro país la participación del Estado ha sido poco efectiva; por un lado no ha sido capaz de proveer de vivienda con condiciones mínimas para su habitabilidad a los estratos más bajos de la población y, por otro, tampoco ha participado en el control del mercado inmobiliario para aminorar sus efectos en la segregación y desigualidad en términos de vivienda y acceso a la ciudad.

Una casa vacía significa muchas cosas, pero una casa vacía en un centro urbano es un fracaso para la ciudad.


Notas

1. Esta plática se llevó a cabo el pasado 31 de mayo como parte de las actividades de la Coalición por la Transformación Urbana de WRI.

2. Blanco, Frentes y Muñoz (2014), Busco casa en arriendo, Banco Interamericano de Desarrollo, Washington, DC. 

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¿Hablan las ciudades? https://arquine.com/hablan-las-ciudades/ Wed, 30 Jan 2019 16:36:05 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/hablan-las-ciudades/ Si la ciudad tiene un discurso, ¿cómo puede verse o sonar? ¿Qué lenguaje habla? ¿Cómo se nos vuelve legible a quienes hablamos otro lenguaje y cuya voz es una cacofonía?

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Presentado por:


El discurso es un elemento fundacional en las teorías sobre la democracia y lo político. Como concepto ha expandido y contraído, al mismo tiempo, su significado. Pero, hasta donde puedo decir, y hasta donde otros me han dicho, aún no se ha expandido suficiente para incluir el concepto de que la ciudad podría tener un discurso. Argumentar, como lo hago en este ensayo, que las ciudades tienen un discurso, sin importar que sea distinto al de los ciudadanos y de las corporaciones, es de muchas maneras una cuestión transversal tanto para la ley como para el urbanismo. No está presente en ninguno de esos cuerpos de estudio, y eso especialmente en tanto no confino la noción de discurso a la de gobierno urbano, ni construyo el contenido del discurso de la ciudad en los términos que nos indica la ley. Por lo tanto, esta investigación requiere expandir el terreno analítico para examinar el concepto de cada uno: el discurso y la ciudad.

Las ciudades son sistemas complejos, pero siempre son sistemas incompletos. En esa condición reposa la posibilidad de hacer —hacer lo urbano, lo político, lo cívico. La ciudad no es la única con esas características, pero son una parte necesaria del ADN de lo urbano —lo que corresponde a las ciudades. Cada ciudad es distinta y también lo es cada disciplina que la estudia. Sin embargo, si se trata de un estudio de lo urbano, deber. lidiar con esos rasgos distintivos: lo incompleto, la complejidad y la posibilidad de hacer. Esos rasgos toman formatos urbanos que pueden variar enormemente a lo largo del tiempo y el espacio.

Dada tal diversidad, la investigación urbana no necesita reconocer las versiones destiladas, abstractas, de estos tres conceptos centrales —complejidad, lo incompleto y el hacer. Más bien, los investigadores e intérpretes de lo urbano usan o invocan los conceptos de sus disciplinas o de su imaginación y los rasgos concretos de las ciudades que observan. Pero esos tres rasgos abstractos están presentes si se trata realmente de lo urbano y no simplemente de un terreno densamente construido de un tipo específico —interminables hileras de casas, de oficinas o de fábricas. Por tanto, una vasta franja de casas suburbanas no son una ciudad, sino terreno construido, del mismo modo que lo son los lotes de oficinas. Si queremos que el concepto de ciudad funcione analíticamente, debemos discriminar conceptualmente. Aquí uso estos rasgos de las ciudades para involucrarme en una investigación experimental. Argumentaré que hay acontecimientos y condiciones que nos dicen algo sobre la capacidad de las ciudades para responder sistámicamente —para respondernos.

Permítanme ofrecer un esbozo inicial de lo que quiero decir con un ejemplo simple: un auto, construido para correr a altas velocidades, deja la carretera y entra a la ciudad. Llega a una zona con tráfico, compuesta no sólo de autos sino de gente que desborda por todas partes. De pronto, el auto está paralizado. Construido para la velocidad, su movilidad se ha detenido. La ciudad habló. La primera aproximación es pensar tal discurso como una capacidad urbana. El término capacidad ya está bien establecido. Pero calificarlo como capacidad urbana es poco usual. Lo introduzco para atrapar la mezcla elusiva de espacio, gente y actividades particulares, en especial el comercio y lo cívico. Este término captura los aspectos sociales y físicos de la ciudad. Entendida así, la noción de capacidad urbana funciona como una frontera analítica —ni simplemente espacio urbano ni simplemente gente. Es su combinación bajo condiciones específicas, en escenarios consistentes, confrontando potenciales y asaltos particulares que pueden generar discursos.

Esas capacidades urbanas se hacen visibles en una variedad de situaciones y formas. En ese hacerse visibles se convierten en una forma de discurso. Es imposible hacerle justicia a todos los aspectos de ese proceso en un ensayo tan corto, así que me limitaré a los bloques básicos de la construcción del argumento. Primero, la ciudad como un sistema complejo e incompleto que permite actuar y que le ha dado a las urbes su larga vida; la combinación de esos dos aspectos ha permitido que éstas sobrevivan a sistemas que son más poderosos, pero también más formales y cerrados —Estados nacionales, reinos, firmas financieras. El otro es la mezcla de diversas capacidades urbanas que pueden concebirse como actos del discurso y que señalan a su vez la noción más amplia de que las ciudades tienen un discurso, aunque sea informal y no suela reconocérsele como tal.

La racionalidad sustancial que subyace a esta investigación sobre la ciudad y el discurso reposa en dos cuestiones. Primero el hecho de que la ciudad es aún un espacio clave para las prácticas materiales de la libertad, incluyendo las anárquicas y contradictorias, y un espacio donde quienes no tienen poder pueden crear discurso, presencia, una política. El otro es que estos aspectos de la ciudad están amenazados por una variedad de procesos agudos que desorganizan a las ciudades, sin importar lo densas y urbanas que parezcan; estas amenazas incluyen extremas formas de desigualdad y privatización, nuevos tipos de violencia urbana, guerra asimétrica y sistemas masivos de vigilancia. Pero para ver esto tambén hay que tomarse tiempo para escuchar y, tal vez, entender el discurso de la ciudad, y quizá hayamos olvidado cómo escuchar, por no decir cómo entender. A continuación exploro algunos actos que reflejan el habla de la ciudad.

 

Tácticas analáticas

Al hacer este tipo de meditación experimental, me veo a mí misma con la necesidad de involucrarme en lo que me parece que son tácticas analíticas. El método limita demasiado. Una de esas tácticas es operar a la sombra de explicaciones poderosas. Éstas deben tomarse con seriedad, pero son peligrosas. Mi primer paso es preguntar qué oscurece con precisión ese tipo de explicación, a causa de la poderosa luz que arroja sobre algunos aspectos del tema. Al explorar la noción de que las ciudades hablan, no puedo quedarme en las poderosas explicaciones que nos dicen qué es la ciudad. El discurso de la ciudad ocurre en una zona medianera: no es la ciudad simplemente como orden social o material. Es una capacidad urbana elusiva, que no es por completo material ni totalmente visible. Una segunda táctica analítica, que en parte deriva de la primera, es la necesidad de desestabilizar de manera activa los significados establecidos. Al hacer eso nos permitimos ver o entender lo que no está contenido en las narrativas centrales que explican una época o que organizan un campo académico, y necesitamos hacerlo especialmente en una época de rápidas transformaciones. Por tanto, la noción misma de que la ciudad habla implica desestabilizar la noción de que la ciudad es una condición evidente marcada por la densidad, la materialidad, las multitudes y sus múltiples interacciones. La facticidad abrumadora de la ciudad necesita desestabilizarse. Me interesa recuperar la posibilidad de que un despliegue interactivo de gente, empresas, infraestructuras, edificios, proyectos, imaginarios y más, sobre un terreno confinado, produzca algo parecido al discurso: resistencia, potenciales mejorados, en resumen, que la ciudad nos responde.

 

Complejidad y lo incompleto: la posibilidad de actuar

Las ciudades son uno de los sitios claves donde las normas y las identidades se construyen. Han sido ese tipo de sitios en varias épocas y en varios lugares, bajo muy diversas condiciones. Así, incluso si las ciudades han sido desde siempre hogar para el racismo, para odio religioso o expulsión de pobres, han demostrado a lo largo de la historia una capacidad para clasificar los conflictos mediante el comercio y la actividad cívica. Esto contrasta con la historia del Estado nacional moderno, que ha tendido a militarizar los conflictos. Las condiciones que permiten a las ciudades construir normas e identidades, y transformar conflictos en una civilidad fortalecida varían a lo largo del tiempo y el espacio. El cambio de época, en nuestro deslizamiento a lo global, suele ser fuente de nuevos tipos de capacidades urbanas. Hoy, dada la globalización y la digitalización —y todos los elementos específicos que la permiten— muchas de estas condiciones han vuelto a cambiar. La globalización y la digitalización producen dislocaciones y desestabilizan los órdenes institucionales existentes, que van más allá de las ciudades. Pero la desproporcionada concertación y agudeza de estas nuevas dinámicas en las ciudades, en especial en las globales, fuerza la necesidad de confeccionar nuevos tipos de respuestas y de innovar, especialmente de parte tanto de los más poderosos como de los menos aventajados, aunque sea por razones muy diferentes. Algunas de esas normas e identidades justifican el poder extremo y la desigualdad. Algunas reflejan innovación bajo presión: como lo muestra mucho de lo que pasa en los barrios de inmi‑ grantes o en las barriadas de las megaciudades. Mientras las transformaciones estratégicas tienen formas bien perfiladas y se concentran en las ciudades globales, algunas también se llevan a cabo —además de difundirse— en ciudades que no son centros de poder ni desigualdad extremas.

Las ciudades no son siempre los sitios clave para la construcción de nuevas normas y de identidades o de innovaciones institucionales. Por ejemplo, en Europa y en buena parte del hemisferio occidental, desde 1930 y hasta los años setenta, la fábrica y el gobierno fueron sitios estratégicos para la innovación mediante el contrato social y con la creación de una clase trabajadora y media fuertes, basadas en la producción y el consumo en masa. Mi propia lectura de la ciudad fordista corresponde de muchas maneras a la noción de Max Weber de que la ciudad moderna no es un espacio de innovación, a diferencia de las ciudades medievales  en Europa. La escala estratégica bajo el fordismo es nacional; en ella, las ciudades pierden su significado. Pero me separo de Weber en que, históricamente, la gran fábrica fordista y las minas fueron sitios de innovación: la construcción de una clase trabajadora moderna y del proyecto sindicalista. En resumen, no es siempre la ciudad el sitio para construir normas e identidades.

En nuestra era global, las ciudades resurgen como sitios estratégicos para el intercambio cultural e institucional. Las condiciones que hoy hacen de algunas ciudades sitios estratégicos son básicamente dos, y ambas atrapan transformaciones mayores que desestabilizan sistemas más viejos para organizar el territorio y la política. Una de ellas es el cambio de escala de los territorios estratégicos que articulan al nuevo sistema político‑económico y, por tanto, al menos algunos aspectos del poder. La otra es el debilitamiento de lo nacional como contenedor de procesos sociales debido a la variedad de dinámicas que abarcan la globalización y la digitalización. Las consecuencias para las ciudades de estas dos condiciones son muchas; lo que importa aquí es que éstas emergen como sitios estratégicos para grandes procesos económicos y para nuevos tipos de actores políticos, incluyendo procesos y actores no urbanos. Una distinción importante para mi examen se presenta entre espacios ritualizados que reconocemos como tales y espacios que, o bien no se han ritualizado o no podemos reconocer como tales. Mucho de lo que experimentamos como urbanidad en las tradiciones occidentales europeas es un conjunto de prácticas y condiciones que se han refinado y ritualizado a lo largo del tiempo y a través del espacio. Por tanto, en nuestra tradición europea, en parte imaginada, el paseo no es cualquier caminata y la piazza no es cualquier plaza. Ambos tienen genealogías de significado y rituales, ambos contribuyen a construir un dominio público mediante la ritualización. A través del tiempo, y también del espacio, la historia nos ofrece vistazos de muy distintos tipos de espacio, uno menos ritualizado y con menos códigos inscritos —si es que alguno los tiene. Es un espacio para hacer, a cargo de quienes no tienen acceso a los instrumentos establecidos.

He trabajado en la recuperación conceptual de ese tipo de espacio y lo he llamado la «calle global». Es un espacio con menos o ninguna práctica ritualizada o códigos que la sociedad más amplia pueda reconocer. Es rudo, y con facilidad se le considera «incivilizado». La ciudad, y en especial la calle, es un espacio donde quienes no tienen poder pueden hacer la historia, de maneras imposibles en áreas rurales. Eso no significa que es el único espacio, y ciertamente crítico. Al hacerse visibles, presentes unos ante otros, pueden alterar su característica falta de poder. Esto permite distinguir entre distintos tipos de carencia de poder. Ésta no es simplemente un estado absoluto que puede aplanarse con el término de ausencia de poder. En ciertas condiciones, la falta de poder puede resultar compleja, y lo que quiero decir con esto es que contiene la posibilidad de construir lo político, lo cívico y la historia. Esto nos enfrenta al hecho de que hay una diferencia entre la falta de poder y la invisibilidad/impotencia.

Muchos movimientos de protesta que hemos visto en el Medio Oriente y en el norte de África, en Europa, en los Estados Unidos y en otros lugares son de ese tipo: quienes protestan puede que no hayan ganado poder, aún carecen de poder, pero están haciendo historia y política. Esto me lleva a una segunda distinción, que contiene una crítica de la noción común de que si algo bueno les sucede a quienes les falta poder, ello marca su empoderamiento. Reconocer que la falta de poder puede convertirse en algo complejo abre un espacio conceptual para la propuesta de que quienes carecen de poder pueden hacer historia, incluso si no se empoderan y, por tanto, su trabajo tiene consecuencias incluso si no se hace visible con rapidez, y pueda tardar, de hecho, generaciones en hacerlo. En otro lugar he interpretado varias historiografías como indicadores de que el marco temporal de las historias construidas por quienes carecen de poder tiende a ser mucho más largo que el de las historias construidas por aquellos que lo detentan.

 

Capacidades urbanas: preceden al discurso y lo hacen legible

Si la ciudad tiene un discurso, ¿cómo puede verse o sonar? ¿Qué lenguaje habla? ¿Cómo se nos vuelve legible a quienes hablamos otro lenguaje y cuya voz es una cacofonía?

Un primer, pequeño paso, es plantear que el discurso de la ciudad es su capacidad de alterar, de dar forma, de provocar, de invitar, todos en pos de la lógica que busca mejorar o proteger la complejidad y lo incompleto de la ciudad. Permítanme elaborar sobre esto de un modo un tanto exagerado, por el bien de la claridad, y argumentar que enfocarnos sólo en la facticidad de la ciudad no es suficiente para entender la cuestión de si ésta tiene un habla.

La cuestión del habla de la ciudad no puede reducirse a la facticidad incluso si requiere que se la reconozca y que se abran los ojos con una mirada. Es decir, hemos aplanado la facticidad de la ciudad, cuando debiéramos haber hecho visibles sus diferenciaciones para poder trabajar de manera analítica. Esa manera de aplanar no nos ayuda a ver cómo la facticidad interactúa con las acciones de la gente o que hay una construcción ahí, una construcción colectiva entre el espacio urbano y la gente. Por ejemplo, la hora pico en la ciudad es un proceso en el que chocamos unos con otros, se arranca un botón aquí y allá, nos paramos en el pie de otro. Pero sabemos que ninguna de esas acciones es personal en el centro de la ciudad a hora pico, a diferencia de un barrio donde esto se consideraría como provocaciones.

Lo que hace que eso sea posible es el código tácito inscrito en ese tipo de espacio/tiempo —no un lugar per se, sino el espacio que se constituye por la gente en el centro de la ciudad a hora pico. Necesitamos nombrar esa capacidad que resulta un producto colectivo que emerge de la intersección de tiempo/espacio/gente/prácticas rutinarias. Pienso en eso como una capacidad urbana —el carácter central de la urbe se produce mediante ambientes construidos, las prácticas rutinarias de la gente y un código inscrito y compartido. Permite una serie de interacciones complejas y de secuencias y, al hacerlo, moviliza un significado específico.

No sólo el resultado del trabajo mismo de hacer lo público y hacer lo político en un espacio urbano es lo que constituye lo característico de la ciudad. En las ciudades podemos ver la producción de nuevos sujetos e identidades que no serían posibles, por ejemplo, en zonas rurales o en un país entero. Hay cierto tipo de hechura‑pública en obra que puede perturbar las narrativas establecidas y, por tanto, hacer legible lo local y lo silenciado incluso en órdenes visuales que buscan purificar el espacio urbano. Un ejemplo es la temprana gentrificación sofisticada en Manhattan —un orden visual completamente nuevo que no podría, por un momento, hacer invisibles a los desamparados que produjo. Un segundo ejemplo es el vendedor callejero inmigrante en Wall Street que alimenta al ejecutivo financiero de alto nivel que va de prisa, alterando el paisaje visual corporativo con el fuerte olor de las salchichas fritas. Veo estos ejemplos en una ciudad que nos responde, alterando el resultado buscado con órdenes visuales elegantes.

En el otro extremo, la sociabilidad de una ciudad puede hacer salir y subrayar la urbanidad de un sujeto, y situar y diluir significantes más locales o más esenciales; la necesidad de nuevas solidaridades cuando las ciudades se confrontan con grandes riesgos hacen que esto salga a flote. En mi investigación, encuentro que los componentes clave de lo que caracteriza a la ciudades han sido confeccionados por el difícil trabajo de ir más allá de los conflictos y del racismo que pueden marcar una época. De este tipo de dialéctica surge la urbanidad abierta que históricamente hizo de las ciudades europeas espacios para una ciudadanía expandida. De manera más general, los movimientos que comprometen a grupos dispares con una variedad de reclamos pueden unirse sin importar cuán diversas sean sus políticas. La interdependencia real vivida a diario en la ciudad hace posible tal unión —si el agua, la electricidad o el transporte falla en una ciudad, afecta a todos independientemente de sus diferencias sociales o políticas. Tal unión sería poco probable e innecesaria en el espacio político nacional dada la menor interdependencia mutua y, en general, en un espacio más abstracto. Esos ordenamientos parciales que vemos en las ciudades pueden agregarse al ADN del civismo en la ciudad: alimentan la construcción del sujeto urbano, más que la de un sujeto basado en lo religioso, lo étnico o la clase. Ésos son algunos de los factores que hacen de las ciudades un espacio de gran complejidad y diversidad.

Las grandes ciudades en la intersección de vastas migraciones y expulsiones fueron y son espacios con la capacidad de acomodar enorme diversidad de grupos. Ese acomodo suele ser el resultado de desarrollar más profundamente la ciudadía —sea eso o segregaciones espaciales que desurbanizan una ciudad. Hay que notar que, cuando tienen éxito, tales ciudades permiten un tipo de coexistencia pacífica por largos periodos. La coexistencia no significa respeto mutuo y equidad: mi preocupación es con aspectos construidos y las restricciones de las ciudades que producen esa capacidad para la interdependencia, incluso si hay diferencias mayores en religión, política, clase o más. Pienso en las capacidades urbanas más relacionadas con las capacidades infraestructurales o subterráneas, cuyos resultados se conforman en parte por la necesidad de mantener un sistema complejo marcado por enormes diversidades y lo incompleto. Eso le da su habla a las ciudades. Tal vez los casos más familiares y claros son periodos de coexistencia pacífica en ciudades con definidas diferencias religiosas; eso hace visible que el conflicto no es necesariamente inherente a tales diferencias.

No son sólo los casos famosos de Augsburgo o la España morisca, con su muy admirada coexistencia de muy diversas religiones, prosperidad colectiva y liderazgos ilustrados. También es el caso del viejo bazar de Jerusalén como espacio de coexistencia comercial y religiosa a lo largo de los siglos. Baghdad prosperó como ciudad poli‑rreligiosa bajo el califato abasí, alrededor del año 800, e incluso bajo el extremadamente brutal liderazgo de Saddam Hussein era una ciudad donde las minorías religiosas, como las comunidades cris‑ tianas y judías, generalmente antiguas de varios siglos, vivían en relativa paz. Pero la historia nos enseña que esa capacidad puede destruirse y se ha destruido comúnmente. La destrucción ha inevitablemente conllevado una desurbanización y la formación de guetos en el espacio urbano. Por tanto, en marcado contraste con periodos anteriores, Baghdad es hoy una ciudad donde la purificación étnica y la intolerancia son el «régimen» de facto, catapultado por la desastrosa e injustificada invasión de los Estados Unidos. Éstos y otros muchos casos históricos muestran que un evento particularmente exógeno, de hecho desurbanizador, puede repentinamente posicionar de nuevo diferencias religiosas o étnicas como agentes de conflicto. Los mismos individuos pueden experimentar y representar ese cambio. La lógica sistémica del Bagdad de Hussein era la indiferencia hacia minorías como los cristianos los judíos, no una cuestión de tolerancia por parte de los residentes o de un liderazgo ilustrado.

Mi argumento es que la indiferencia sistémica puede en muchos casos funcionar como un tipo de capacidad urbana subterránea en obra: una civilidad que no depende de la tolerancia de los ciudadanos o de líderes ilustrados, sino que es resultado de interdependencias e interacciones en la vida física y económica de la ciudad. Al contrario, su quiebra se hace visible como un colapso, en conflictos letales y limpiezas étnicas que desorganizan la ciu‑ dad y violentan la capacidad urbana.

Versiones de capacidades urbanas se pueden encontrar en una serie de casos, algunos más elusivos que otros. Uno de estos concierne a la cuestión de la repetición, una característica básica del entorno construido en las ciudades y, en general, de nuestros mundos económico y técnico. Con todo, en la ciudad la repetición se convierte en la construcción activa de la multiplicación y la iteración. Más aún, los escenarios urbanos de hecho perturban el significado de la repetición. Hay mucha repetición en cualquier ciudad, pero siempre se le toma por lo específico, las condiciones a lo largo de diferentes espacios urbanos. Un autobús, una cabina telefónica, un edificio de apartamentos o de oficinas, incluso si se repiten estandarizados a lo largo de la ciudad, tendrán distintos significados y utilidades a lo largo de los diversos tipos de espacios de la urbe. Ello hace visible cómo la diversidad de los ambientes urbanos remarca incluso los objetos más estandarizados y los hace parte de ese barrio, ese espacio público, ese centro de la ciudad.

En un nivel más complejo, los barrios de la misma ciudad pueden tener distintas auras, sonidos, olores, coreografías del modo en cómo la gente se mueve en ellos, así como quién es bienvenido y quién no. En breve, la repetición en la ciudad puede ser muy distinta de la repetición mecánica en una línea de montaje o de la reproducción de un gráfico. Quiero ir un paso más allá y plantear que en cada instancia vemos una capacidad que me gustaría entender como discurso. Una forma del discurso más confusa es la construcción de la presencia. En mi propia obra he desarrollado las nociones de «hacerse presente» para rescatar un actor, un evento del silencio de la ausencia, de la invisibilidad, el desalojo virtual/representativo de la pertenencia a la ciudad.

Me interesa en especial entender cómo se hacen presentes tanto a sí mismos, como a otros similares a ellos y a quienes son diferentes, los grupos y los «proyectos» en riesgo de invisibilidad debido a los prejuicios sociales y a los miedos. Lo que quiero entender es una característica muy especial. Es la posibilidad de construir una presencia donde hay silencio y ausencia. Una variante de ese hacerse presente es el terrain vague, un espacio subutilizado o abandonado que yace olvidado entre estructuras masivas y proyectos en construcción. No es único a nuestra época —bajo otros arreglos, y con particularidades distintas, también existió en el pasado. Pienso que ese espacio intermedio y elusivo es esencial para la experiencia de la vida urbana, y que le proporciona legibilidad a las transiciones, así como la incomodidad de configuraciones espaciales específicas. Podemos encontrar el terrain vague aun en la más densa de las ciudades. Con su marca visual como espacio subutilizado, normalmente está cargado con memorias de otros órdenes visuales, con presencias del pasado, perturbando su significado actual como espacio sin uso. Está cargado precisamente porque no se utiliza. En tanto memorias, esos espacios se vuelven parte de la «interioridad» de la ciudad, de su presente, pero es la hechura de una interioridad lo que está fuera de la lógica dominante y de sus demarcaciones espaciales guiadas por el beneficio económico. Son los suelos vacíos los que permiten a los residentes que se sientan rebasados por su ciudad, conectarse con ella mediante la memoria en una época de cambios rápidos, un espacio vacío pue‑ de llenarse de recuerdos. Y es ahí donde los activistas y los artistas encuentran el espacio para sus proyectos. Eso es una construcción de la presencia que es un acto del discurso.

 

Fuerzas desurbanizadoras

Dada su complejidad e incompletud, históricamente las ciudades han demostrado tener una capacidad para sobrevivir los levantamientos, en parte mediante la respuesta que da y en parte limitando las tendencias desurbanizadoras. Pero nunca triunfan por completo. El poder, sea en forma de las élites, las políticas gubernamentales o la innovación en el entorno construido, puede borrar el habla de la ciudad. Lo vemos en el desarrollo de mega‑construcciones, autopistas que atraviesan la ciudad, la extrema gentrificación, para gente de altos ingresos, que privatiza el espacio urbano, la proliferación de vastas concentraciones de edificios residenciales en altura de baja calidad y sin centros comerciales o lugares de trabajo, entre otros. Todas esas son parte de las corrien‑ tes desurbanizadoras actuales.

En nuestro tiempo los significados estables se vuelven inestables. La ciudad grande y compleja, con su diversidad, es una nueva zona fronteriza. Ello es especialmente cierto en la ciudad global, definida por su formación parcial dentro de una red de otras ciudades, más allá de sus límites. Los actores de diferentes mundos se encuentran ahí, pero sin reglas claras de compromiso. Donde estaba la frontera histórica en los extremos de los imperios coloniales, hoy se encuentran grandes complejos de ciudades. Por ejemplo, mucho del trabajo de las firmas locales para impulsar la desregulación, privatización y nuevas políticas fiscales y monetarias, toma forma y se concreta en ciudades globales. Es el modo en que las firmas globales construyen el equivalente al viejo fuerte militar de la frontera histórica: su red de fuertes es el entorno regulador que necesitan una ciudad tras otra, a lo largo y ancho del mundo, para asegurar el espacio global de sus operaciones. Es una arremetida formidable contra la ciudad y sus capacidades para asegurar la ciudadía.

En mi investigación sobre la época actual, he examinado especialmente tres tipos de desarrollos que pueden desorganizar la ciudad. Uno es el crecimiento intenso de desigualdades de distinto tipo que puede generar expulsiones radicales —de hogares y barrios o de estilos de vida de las clases medias—. Estas tendencias tienen forma particularmente aguda y visible en las ciudades, con sus espacios de lujo y de pobreza expandidos. El segundo es la construcción de nuevas ciudades enteras, incluyendo ciudades inteligentes que suelen construirse como negocio para obtener ganancias; hay más de seiscientas nuevas ciudades en construcción o en planeación. Una preocupación particular es el uso extremo de sistemas inteligentes cerrados para controlar edificios enteros. Dada la acelerada obsolescencia de la tecnología, ello podría acortar la vida de una amplia zona de esas nuevas ciudades. Un reto, a mi parecer, es la necesidad de urbanizar esas tecno‑ logías para que puedan contribuir a la urbanidad de esas áreas. El tercer proyecto concierne a los sistemas de vigilancia a gran escala que en la actualidad están en desarrollo en países como los Estados Unidos, Alemania o el Reino Unido. Más adelante atiendo este aspecto con más detalle.

En julio de 2010 el Washington Post publicó los hallazgos de una investigación de dos años, «Top Secret America», en tres partes. En la configuración de esa «América ultrasecreta» participan 1,271 organizaciones gubernamentales y 1,931 compañías privadas, que en conjunto emplean un estimado de 854 mil personas con autorización de alta seguridad —casi 150% la cantidad de gente que vive en Washington D.C.— incluyendo 265 mil contratistas privados. Ellos trabajan en programas relacionados con el contra‑terrorismo, la seguridad interna y la inteligencia. Hay cerca de diez mil sitios en los que se lleva a cabo ese trabajo a lo largo de los Estados Unidos. De esos edificios, cuatro mil están en la zona de Washington D.C., y ocupan más de un millón y medio de metros cuadrados —el equivalente a casi tres veces el Pentágono o veinte veces el edificio del Capitolio. En esos edificios se alojan poderosas computadoras que recolectan gran cantidad de información mediante la intervención de teléfonos, satélites y otros equipos de vigilancia que monitorean personas y lugares tanto dentro como fuera del territorio de los Estados Unidos. Cada día, la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) por sí sola intercepta y almacena 1,700 millones de correos electrónicos, mensajes instantáneos, direcciones IP, llamadas telefónicas y otros bits de comunicación; una pequeña proporción de todo eso se clasifica y resguarda en setenta bases de datos diferentes. Mucha de esa información llegará a las decenas de miles de reportes ultrasecretos producidos por analistas cada año; pero sólo un puñado de individuos tienen acceso a ellos y el volumen es tan grande que muchos jamás serán leídos. Ese aparato de vigilancia está ahí para nuestra «seguridad».

Para nuestra seguridad somos vigilados; es decir, todos hemos sido constituidos como sospechosos, para nuestra propia seguridad. Eso me lleva a preguntarme si bajo esas condiciones nosotros, los ciudadanos, no somos sino nuevos colonizados. Las ciudades, con su diversidad y su anarquía, con sus capacidades incluidas para responder a las tendencias desurbanizadoras, se convierten en espacio estratégico para combatir el hecho de que todos seamos reducidos al carácter de sospechosos. La acuidad es el único espacio en el que cierto tipo de convergencia estructural puede desarrollarse, bajo la separación y el racismo visible y familiar, y trabajar en un nivel social para unir a gente de muy diversas comunidades con el propósito de combatir la vigilancia apabullante. Ese potencial no cae ya hecho del cielo, necesita construirse con trabajo duro. Pero las ciudades diversas y complejas son un sitio clave para tal construcción.

 

Conclusión

¿Por qué importa el hecho de que reconozcamos las capacidades urbanas y la posibilidad de que eso sea un modo de hablar, con todo el peso que evoca ese concepto? Importa porque esas capacidades son propiedades sistémicas dirigidas a asegurar la ciudadía, es decir, un espacio complejo que prospera con la diversidad y tiende a clasificar el conflicto en un civismo fortalecido.

Más aún, esas capacidades se constituyen como híbridos —mezclas de la física material y social de la ciudad. Esa interdependencia implica una transformación continua tanto de lo material como de lo social, con periodos de estabilidad y continuidad y otros de levantamiento, como el actual que se inició en los años ochenta. El proyecto no trata de antropomorfizar la ciudad. Se trata de entender una dinámica sistémica que tiene la capacidad de combatir lo que destruye su ADN, para repetirlo: un ADN que es propicio para la ciudadía y su diversidad. En el extremo, la ciudad permite a los que carecen de poder hacer historia y así producir una diferencia crítica, entre la simple carencia de poder y una forma compleja en la que entran en juego el hecho de hacerse presente así como la historia.

Pero hay límites a las capacidades de la ciudad, e históricamente vemos tanto la capacidad de las ciudades para sobrevivir sistemas formalmente más cerrados y rígidos como fuerzas poderosas que desorganizan las ciudades. Entre estas fuerzas desurbanizadoras en la época actual están las formas extremas de desigualdad, la privatización del espacio urbano con diversas formas de expulsión y la rápida expansión de la vigilancia masiva de los ciudadanos en las democracias más «avanzadas» del mundo. Esas fuerzas callan el habla de la ciudad y destruyen sus capacidades urbanas.


Este texto se publicó en el libro Habla Ciudad, con motivo de la primera edición del Festival de Arquitectura y Ciudad MEXTRÓPOLI. Aparta la fecha y acompáñanos a vivir la ciudad extraordinaria en su próxima edición que tendrá lugar del 09 al 12 de marzo de 2019. 

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Gente https://arquine.com/gente/ Thu, 17 May 2018 21:56:18 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/gente/ '¿De quién es la ciudad? Las ciudades son sistemas complejos pero incompletos que no pueden ser controlados del todo. Es esa mezcla de complejidad e incompletud lo que da a las ciudades su larga vida a lo largo de periodos históricos enormemente diversos' –Saskia Sassen

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¿De quién es la ciudad? Las ciudades son sistemas complejos pero incompletos que no pueden ser controlados del todo. Es esa mezcla de complejidad e incompletud lo que da a las ciudades su larga vida a lo largo de periodos históricos enormemente diversos. Durante siglos y a través de distintas geografías, las ciudades han sobrevivido a sistemas más poderosos pero cerrados. Londres, Beijing, El Cairo, Nueva York, Johannesburgo o Bangkok, para mencionar sólo algunas, han sobrevivido a múltiples tipos de regímenes y firmas. Una consecuencia clave de esa mezcla de lo complejo y lo incompleto es que las ciudades han sido, desde hace mucho, espacios en los que aquellos desprovistos de poder han sido capaces de hacer una historia, una cultura, una economía local. En buena medida, es en las ciudades donde quienes no tienen poder han dejado su huella —cultural, económica, social— incluso si casi sólo en sus barrios; eventualmente, cada una de esas huellas puede extenderse a una zona urbana más amplia como “comida étnica”, música, terapias y más. Esto quiere decir que también los barrios más modestos de las ciudades, que usualmente representan la mayor parte de los espacios y la gente de la ciudad, han sobrevivido a esos sistemas mucho más poderosos.

Nada de eso podría ocurrir en un complejo de oficinas, sin importar cuán grande o cuán denso; esos espacios controlados de manera privada, en donde trabajadores con salarios bajos pueden trabajar pero no hacer nada. Esto también señala que la densidad per se ya no basta para marcar lo urbano —así fue durante muchos siglos—. Ni aquellos sin poder pueden movilizarse en nuestras plantaciones y minas cada vez más militarizadas y que en el pasado eran espacios donde los trabajadores desprovistos de poder podían ganar complejidad, aún así, por la mera concentración de su número.

Hoy, la posibilidad de ganar complejidad en la propia falta de poder y dejar una huella histórica puede ocurrir en nuestras grandes, desordenadas y en algo anárquicas ciudades. Ningún poder puede controlar totalmente la filigrana de la diversidad de gente y de compromisos en las ciudades. En esa combinación de complejidad e incompletud también descansa la posibilidad para aquellos desprovistos de poder de afirmar sus reclamos. Como lo expresa la legendaria proclama de los pobres en lucha en las ciudades latinoamericanas: “estamos presentes”, no pedimos dinero, sólo les hacemos saber que esta también es nuestra ciudad.

Finalmente, en mi lectura, la frontera ya no está en los bordes del imperio, como era el caso con las fronteras históricas. ¿Por qué? Porque la mayor parte de la tierra en el mundo menos desarrollado es propiedad de corporaciones nacionales y extranjeras y gobiernos. (1) Una manera de pensar la frontera es como un espacio donde los actores de diferentes mundos tienen encuentros para los que no hay reglas preestablecidas. En las viejas fronteras históricas, esto llevaba ya fuera a la negociación con los pueblos indígenas o, más comúnmente, a su persecución, opresión e incluso exterminio. El espacio de la frontera que son hoy las grandes y mezcladas ciudades ofrece más opciones a aquellos desprovistos de poder. En principio, los poderosos no quieren ser molestados por los pobres y lo logran abandonándolos a sus propios recursos. En algunas ciudades (en Estados Unidos y Brasil, por ejemplo) hay extrema violencia policiaca y, sin embargo, esto puede volverse un asunto público, lo que acaso sea un primer paso en caminos más largos para ganar por lo menos algunos derechos. Es en las ciudades donde muchas luchas en torno a reivindicaciones han tenido y tienen lugar. Y, a la larga, estas luchas han tenido un éxito parcial.

Pero esta posibilidad de complejidad en la ausencia de poder —la capacidad de hacer una historia, una cultura y mucho más— se ve hoy amenazada por el surgimiento de desarrollos corporativos y la privatización del espacio urbano. En lo que suele ser un proceso invisible, una gran cantidad de propiedades de precios elevados están siendo compradas por inversionistas nacionales o extranjeros. Por lo general, la única huella de ese cambio de propiedad es que los edificios quedan vacíos —muchos están subutilizados—. Lo que nos lleva a preguntarnos por la utilidad de este tipo de compras. En otro texto he examinado esto en detalle. Brevemente, de mediados de 2014 a mediados de 2015, se invirtieron más de un trillón de dólares en bienes inmobiliarios en sólo cien ciudades a lo largo de Estados Unidos, Europa y Asia. Eso excluye propiedades con un valor menor a cinco millones de dólares e inversiones en nuevos edificios.(2) Esas 100 ciudades, calificadas por su nivel de inversión en bienes inmuebles, representan 10% de la población mundial, pero 30% del PIB mundial (el resultado económico total) y 76% de la inversión en bienes inmuebles a nivel mundial. Así que la riqueza se está concentrando, claramente, en un selecto grupo de áreas urbanas. Otra señal preocupante es que los bienes inmuebles a nivel mundial equivalen a unos 217 trillones de dólares, según Savills, una de los principales firmas expertas en bienes inmobiliarios. Esto representa 60% del valor de todos los activos globales, incluyendo acciones, bonos y oro; excluye instrumentos que no se consideran activos, como los derivados, que representan la mayor parte del valor de las altas finanzas y que alcanzaron más de mil billones de dólares en 2016. En ese momento, el PIB mundial era inferior a 200 billones de dólares.

La segunda gran tendencia negativa para las ciudades es la guerra asimétrica —en la que el enemigo es un combatiente irregular o simplemente un solitario que está enojado y disparará a la gente o los arrollará con un camión—. Esto amenaza la esencia de la urbanidad.

En conclusión, los mayores perdedores de estas dos amenazas a las ciudades son los que carecen de poder, que es, de nuevo, la mayoría de la población en la mayoría de las ciudades.

 


 

(1) Sassen, Saskia. Expulsiones: Brutalidad y complejidad en la economía global, Katz Editores, 2015, capítulo 2; theguardian.com; www.huffingtonpost.com)

(2) Véase theguardian.com ; theconversation.com

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La ciudad compleja pero incompleta | Conversación con Saskia Sassen https://arquine.com/compleja-pero-incompleta-conversacion-con-saskia-sassen/ Mon, 05 Oct 2015 14:29:05 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/compleja-pero-incompleta-conversacion-con-saskia-sassen/ Existe una diferencia muy importante entre la ciudad como sistema complejo con una enorme diversidad,muchas aperturas; es decir, incompleto pero complejo, en comparación con la noción de que “si es denso, es ciudad”. La densidad no es suficiente para marcar lo que es específico en la ciudad.

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Antonio Martínez [AM]: ¿Cómo debe entenderse la ciudad, como una unidad monolítica o como pactos que se suceden de manera constante?

Saskia Sassen [SS]: Para mí existe una diferencia muy importante entre la ciudad como sistema complejo con una enorme diversidad,muchas aperturas; es decir, incompleto pero complejo, en comparación con la noción de que “si es denso, es ciudad”. La densidad no es suficiente para marcar lo que es específico en la ciudad. Esa es una distinción que se ha perdido un poco; se piensa que si es denso es ciudad. Un parque de oficinas privado puede ser densísimo, más que su centro histórico, pero no es ciudad. Cualquiera podría decir, “¿cuál es la importancia de esa diferencia?” La historia nos muestra que las ciudades han logrado sobrevivir a sistemas formales mucho más poderosos y cerrados: grandes empresas, gobiernos con enorme poder, reyes, etc. Sistemas finitos; en cambio, la ciudad sigue. La ciudad porque es compleja e incompleta, y puede seguirre inventándose.

AM: Las ciudades, o el sistema que las rige, están transitando a una privatización de lo público, ¿cómo entender esto?

SS: Cierto que la implantación de una lógica neoliberal, donde se privilegia a ciertos actores y lógicas de crecimiento, es un factor importante. Ahora lo que vemos es una manifestación muy específica de esta crisis: la ausencia de otras modalidades productivas de inversión en un contexto donde hay una acumulación de capital enorme, su concentración. Por ejemplo, algunas instituciones financieras han invertido en tierras en África, Rusia o Ucrania, no porque iban a volverse granjeros, sino porque es una buena inversión. La ciudad se vuelve una opción muy interesante para la inversión. No me preocupa que el capital sea extranjero o nacional, sino que sea de una escala que a menudo conlleve a apropiarse de toda una serie de espacios urbanos que se transforman en un megaproyecto privado, lo cual significa que allí no importa si hay densidad, en realidad se desurbaniza el espacio urbano. Es muy difícil entender cuándo una densidad es urbana y cuándo en realidad se desurbaniza. Va a ser una pelea grande, no va a ser fácil; a mí lo que me preocupa es que algunas ciudades se van a volver básicamente privadas. Yo creo que ciudades como México, São Paulo o Mumbai, son imposibles de privatizar porque la fuerza de su población es enorme. Manhattan sí, no Nueva York, Manhattan, pese a sus barrios pobres, es susceptible de privatización.

AM: Has lanzado una provocación: la ciudad como una estructura que puede permitir la resistencia de la vigilancia masiva.

SS: Es la lógica del gobierno; y yo me pregunto, ¿quién gana con esto? Son las compañías técnicas las que ganan. Imagínate un café e imagínate que allí hay un terrorista potencial, las señales están tan mezcladas, no se va a saber quién es quién. La lógica del sistema es que cuando identifican a alguien que es peligroso, vuelven a sus datos para ver con quiénes están conectados estos individuos. Si ése es un tipo que está, por ejemplo, en Manhattan, será imposible saber quién: ¡somos todos! Habrá intersecciones entre todos. Me causa gracia como la ciudad, con su anarquismo y sus multitudes, puede hasta descolocar este sistema, que es más rígido y más poderoso que un café lleno de gente. Me gusta pensar en el espacio urbano como una multiplicidad de capacidades que también tenemos que movilizar. Nosotros como hacedores que podemos cambiar las cosas.

AM: Hablando de movilización, parece que hoy existen apps para todo. Eso que Evgeny Morozov ha llamado “solucionismo”, ¿cómo darle sentido concreto a la apropiación urbana y tecnológica?

SS: Los que te quieren vender la solución a todo vía apps, sólo están vendiendo un producto. Ya sabemos los límites de esa solución, cuando te fijas en las apps es todo consumo, no esnecesariamente que te movilicen. Debemos empezar con los barrios pobres y cómo podemos ayudarlos. La “emergency nanny” (nana de emergencia), o sea, las personas que están todo el tiempo en el barrio se convierten en los factores para superar las emergencias, y eso moviliza al vecindario porque saben y se asumen colectivamente.

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Las mujeres y el campo expandido de la arquitectura https://arquine.com/las-mujeres-y-el-campo-expandido-de-la-arquitectura/ Tue, 10 Sep 2013 17:25:16 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/las-mujeres-y-el-campo-expandido-de-la-arquitectura/ Muchas mujeres encontraron maneras de abordar la disciplina de una manera expandida. Para comprender el rol que las mujeres han jugado en la arquitectura, debemos entender que para sortear los múltiples obstáculos a su paso las mujeres a menudo encontraron espacios no tradicionales para la práctica.

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A mediados del siglo XIX, Pamela Ann Cunningham (1816-1875) lideró la campaña que rescató la casa de George Washington del olvido y el deterioro. Se convirtió así en la fundadora del movimiento de preservación y restauración arquitectónica en Estados Unidos. Sin embargo, Cunningham generalmente es una anécdota secundaria en la historia de los movimientos de restauración arquitectónica—una mujer con demasiado tiempo entre las manos que se obsesionó con la historia. Cunningham es un precedente interesante en la historia de las mujeres en la arquitectura del continente americano. Como ella, muchas mujeres encontraron maneras de abordar la disciplina de una manera expandida. En otras palabras, para comprender el rol que las mujeres han jugado en la arquitectura, debemos entender que para sortear los múltiples obstáculos a su paso (familia, prejuicios, educación, etc.) las mujeres a menudo encontraron espacios no tradicionales para la práctica. Propongo que a de los múltiples ejemplos de mujeres que practicaron la arquitectura de manera convencional, debemos sumar a muchas mujeres que encontraron otras maneras de aproximarse a la disciplina, y que al hacerlo contribuyeron a la expansión del campo de la teoría y la práctica.

Lina Bo Bardi y Ray Eames fueron incansables coleccionistas de objetos, y su aproximación a la profesión va muy ligada a esta afición—Denise Scott Brown también es parte de este grupo. Visitas a las casas de Bo y Eames, y fotografías de Scott Brownconfirman una imagen muy distante de la impecable casa moderna. La casa de vidrio de Lina Bo es una vitrina para un sinnúmero de objetos y tereques que pululan, trepan las paredes, y espían a los turistas desde las ventanas (figuras 1, 2). Este eclecticismo y apertura a la diferencia es parte también de sus proyectos—desde las rampas del SESC Pompeia hasta el carácter juguetón de las sillas Eames, hasta el sentido del humor presente en tantas obras de V&SB—la obra de estas mujeres va muy distante del modernismo canónico del cual provienen, y al cual nunca sintieron la necesidad de rendir cuentas. Bo operó también como editora de la revista Habitat (figura 3), continuando su experiencia en Domus, y como curadora de “Bahia en Ibirapuera,” en la V Bienal de São Paulo (1959, con Martin Gonçalves). Da la casualidad que estas tres mujeres son también famosas por ser parte de una dupla, un equipo marido-mujer que les dio acceso a la práctica—una realidad problemática cuya crítica queda para otro día.

Otro ejemplo importante en el contexto de la práctica expandida es el de las escritoras como Ada Louise Huxtable y Marina Waisman(figura 4). Huxtable ha sido descrita como la inventora de la crítica arquitectónica: “… inventó una nueva profesión,” diría el editorial del New York Times cuando lo dejó en 1981. Podría decirse también que Waisman fundó la crítica arquitectónica en América Latina: fue la editora de las revistas Summa y Summarios y escribió varios libros difundidos para el público hispanoparlante (figura 5). Y yo me pregunto, ¿es coincidencia, que tanto en inglés como en español (disculpas para mis colegas brasileñas), la crítica arquitectónica del continente halla sido fundada por mujeres? ¿Será tal vez que la crítica, relegada bajo la práctica, fue un espacio más fácil de ocupar y en donde operar con relativa independencia? Desde sus respectivos puestos, y de maneras totalmente diferentes, Huxtable y Waisman hicieron una labor de crítica directa, difícil, y certera—cada una con un criterio propio de lo que la arquitectura tenía que ser y hacer. Jane Jacobs y Saskia Sassen son ejemplos de crítica de la ciudad. Hay muchos más.

Finalmente, quiero mencionar en el campo de la práctica a las arquitectas olvidadas. Aquí hay muchos ejemplos, desde Marion Mahony, una de las primeras mujeres en recibir un diploma de arquitecta (1894) y la primera persona en ser contratada por Frank Lloyd Wright, a Itala Fulvia Villa y Natalie de Blois. De Blois, recientemente fallecida, ha tenido un breve relapso en las noticias. Su papel relegado en SOM, como parte del equipo de diseño junto a Gordon Bunshaft, pone en evidencia el lado escondido de la profesión.

El caso de Villa es más oscuro aún. Fue parte del Grupo Austral y practicó la arquitectura en Argentina desde fines de los 1930—es ella quien le envía información gráfica a Jorge Ferrari Hardoy, trabajando en Paris con Le Corbusier para el Plan de Buenos Aires. Posteriormente la encontramos haciendo un estudio para un “gigantesco plan de villas populares en el Bajo Flores” en 1945 (Liernur, La Red Austral, p. 275). Luego se pierde de vista. No es la única—revisando archivos en Buenos Aires, me encuentro con muchas arquitectas graduadas en la primera mitad del siglo XX (figura 6). Estas mujeres nos recuerdan que la arquitectura no es necesariamente una labor unitaria, es un trabajo en equipo que siempre mejora con colaboración y la conversación. El Howard Roark de las películas lo único que logra es prolongar el mito de que debemos hacerlo todo, y a solas. Es una fantasía en la que nadie gana.

A todas estas mujeres les tenemos una deuda pendiente, no por ser mujeres, si no porque los obstáculos que tuvieron que enfrentar pueden ayudarnos a comprender y cambiar los problemas de la práctica contemporánea. No se trata sólo de elaborar listas de mujeres que han ejercido la profesión. Aunque estas listas ayudan, es importante comprender que a través de su lucha, las mujeres han expandido el campo de la práctica. Desde la preservación histórica, a la crítica arquitectónica y el coleccionismo bordeando en la curadoría, y finalizando con los aspectos más pragmáticos de la práctica: el caso es que las mujeres en la arquitectura americana no sólo están presentes, si no que son inescapables: una vez que comenzamos a verlas están por todas partes. Nos queda la responsabilidad de escribir sus historias, para recordar que siempre han hemos estado aquí. Las mujeres siempre hemos sido parte del diseño, construcción, y discusión del entorno. Comprender esta práctica expandida significa también comprender mejor nuestra disciplina.

 

Links de interés

La reciente iniciativa del grupo Women in Design para que el premio Pritzker reconozca la labor de Denise Scott Brown (omitida del premio el año que su socio y esposo Robert Venturi lo ganó) ha sido reorientada al grupo Design for Equality. Aunque el Pritzker decidió ignorar la petición, el movimiento ha generado muchas conversaciones sobre el problema de la mujer en la arquitectura. El Architectural League NY está recordando su exhibición y publicación de 1977 sobre el tema. El MoMA ha planeado una exhibición sobre mujeres modernas y el diseño para el 2014, que viene a complementar una publicación anterior sobre mujeres artistas. El grupo travesía es una plataforma establecida para diseminar el diseño latinoamericano, uno de sus proyectos incluye investigación sobre mujeres arquitectas de Latinoamérica. Hay más proyectos en camino. ¿Tal vez el próximo sea organizado por alguien que lea este artículo?

figura 1[Figura 1] Lina Bo, Casa de Vidrio. Detalle.

figura 2[Figura 2] Lina Bo, Casa de Vidrio. Detalle.

figura 3[Figura 3] Lina Bo, Revista Habitat.

figura 4[Figura 4] Marina Waisman, “Córdoba y su Arquitectura” Revista Summa 1973.

figura 5[Figura 5] Marina Waisman, ed. Revista Summarios.

figura 6[Figura 6] “Nuevos graduados egresados de la Escuela de Arquitectura,” Revista Nuestra Arquitectura (Buenos Aires, 1939).

Todas las imágenes cortesía de la autora.

*Ana María León es arquitecta y candidata doctoral en MIT

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Ciudad y frontera https://arquine.com/ciudad-y-frontera/ Fri, 19 Apr 2013 00:39:04 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ciudad-y-frontera/ Conversación con la socióloga Saskia Sassen, especialista en planeamiento urbano por la Universidad de Columbia y profesora invitada en la Escuela de Economía de Londres.

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Saskia Sassen (La Haya, 1949) es socióloga, especialista en planeamiento urbano por la Universidad de Columbia. Actualmente es profesora invitada en la Escuela de Economía de Londres. Fue conocida internacionalmente a partir de La ciudad global (1991), primer libro de los once que ha publicado hasta la fecha. Su investigación está centrada en la globalización (su dimensión social, económica y política), la inmigración, las ciudades globales (ciudades y terrorismo), las nuevas tecnologías y los cambios en el estado liberal derivados de las actuales condiciones transnacionales.

La noción es que una ciudad compleja, rica, tiene una capacidad de sobrevivir a cataclismos; pero la manera que la sobrevive es que se reinventa.

Lo que a mi me preocupa es que cuando pones demasiada tecnología, que no es interactiva, que todo viene sujeto a un control externo. Eso puede ser catastrófico, tendríamos edificios que se volverían obsoletos en ocho años. Esos son las amenazas, pero la cuestión de la ciudad es esa complejidad y el hecho de ser incompleta y no toda cerrada. Estos grandes sistemas tecnológicos son cerrados.

No sólo hay amenazas al espacio público. Hay amenazas a la complejidad de la ciudad y hay la necesidad de proteger esa complejidad. No es simplemente proteger espacio público, hay que hacer lo público que es una ciudad, porque todo espacio de la ciudad tiene una dimensión pública.

En el siglo pasado, la frontera del sistema, venía marcada por el encuentro de dos sociedades, dos estilos de vida, para las cuales no existían reglas de encuentro. Hoy en día ese espacio de frontera ya no existe, donde está, es en el centro de las grandes ciudades.

Para mi la arquitectura es un actor muy importante, por un lado construye desastres, pero los arquitectos son también quienes pueden combinar una serie de conocimientos. La arquitectura es una ‘form of kwnoledge’; no es simplemente construcción.

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The Global City https://arquine.com/the-global-cit/ Fri, 08 Mar 2013 16:41:14 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/the-global-cit/ Las grandes ciudades se convierten en lugares estratégicos, no solamente para el capital global, sino también para el trabajo de los emigrantes y para la constitución de comunidades e identidades translocales.

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La ciudad global: una introducción al concepto y su historia

Las grandes ciudades se convierten en lugares estratégicos, no solamente para el capital global, sino también para el trabajo de los emigrantes y para la constitución de comunidades e  identidades translocales. En este sentido, las ciudades llegan a ser el foro de actividades “culturales”. Esta apertura política y económica transnacional da lugar a nuevas reivindicaciones y a unos derechos, en particular a un derecho sobre el lugar. Esto podría por último acabar desembocando en unas formas de ciudadanía nuevas.

Las ciudades jugarán un papel esencial. Asistimos tal vez a la emergencia de un nuevo tipo de política transnacional basada en la ciudad. La emigración, por poner un ejemplo, es uno de los fenómenos principales sobre los que se fundan una nueva economía política y unas estrategias translocales. Se trata de uno de los procesos más arraigados en las grandes ciudades, en la medida que es allí donde se encuentran la mayoría de inmigrados en los EE.UU., Japón y Europa. Veo ahí un elemento constitutivo de la mundialización, aunque no sea habitualmente reconocido como tal. Pero esta situación que abre las posibilidades de unificación más allá de las fronteras puede igualmente dar lugar a conflictos urbanos. El capital global y la nueva fuerza de trabajo de los inmigrantes son dos actores decisivos, cada uno de ellos determina una unión transnacional y pueden oponerse en la ciudad global. Estos asuntos necesitarían de aproximaciones distintas a los estudios habituales de las élites políticas, los partidos políticos locales, las asociaciones vecinales, las comunidades de inmigrantes, etc. Se podrían, pues, pensar las implicaciones políticas de este espacio transnacional, a partir de las nuevas reivindicaciones a las que da lugar. La ciudad se ha convertido en el soporte de nuevas exigencias: las del capital global, para el que tiene un valor instrumental, y las de las poblaciones desfavorecidas, a menudo tan internacionales como el capital.

A partir de la “desnacionalización” del espacio urbano y de sus nuevas demandas podemos preguntarnos a quién pertenece la ciudad. Es un espacio que está físicamente centralizado y a la vez es transterritorial, puesto que enlaza puntos geográficamente alejados pero intensamente conectados unos con otros. Si las grandes ciudades engloban los sectores clave del capital global y al conjunto creciente de desfavorecidos – los inmigrantes, las mujeres explotadas, las minorías en general y, en las megalópolis de los países en vías de desarrollo, los enormes barrios de chabolas –, se concibe que se han convertido en el campo de todos los conflictos y contradicciones. A partir de aquí pueden ser pensadas como los lugares donde se manifiestan las contradicciones de la globalización del capital (incluso si no se puede reducir la ciudad a esta dinámica).

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Como conclusión, el análisis de la globalización por medio del concepto de ciudad global conduce a insistir más en las componentes estratégicas de la economía mundializada que en las dinámicas de homogeneización más vastas y difusas, generalmente asociadas a la mundialización del consumo. Esto permite tener en cuenta y reformular las cuestiones de poder y desigualdad entre los sectores y los espacios urbanos. Esta aproximación abre también un interrogante sobre los temas de gestión, soporte y de financiación de la economía global.

En segundo lugar, el concepto de ciudad global hace hincapié en la economía en red, en función de las actividades que se encuentran en ella: las finanzas y los servicios especializados, los nuevos sectores multimedia y las telecomunicaciones. Estas actividades se caracterizan por las conexiones transnacionales y por un reparto de especialidades entre las ciudades, más que por la competencia internacional en sí. En el caso de las finanzas globales y de los servicios especializados proveedores de las firmas y los mercados globales -asesoramientos fiscales, contables, crediticios, en telecomunicaciones- nos encontramos sin duda ante un sistema sin fronteras, integrado en un grupo de ciudades de diferentes países. Es, de hecho, un sistema global. En resumen, y volviendo de nuevo a la dinámica transnacional y en red de las ciudades globales, se entiende la intensidad creciente de las transacciones en los demás dominios -político, cultural, social, criminal-.

Las ciudades globales del planeta son el terreno donde se actualizan localmente una multiplicidad de procesos mundializantes. Son estas realizaciones locales las que constituyen lo esencial de la globalización. Reencontrar el lugar significa reencontrar la pluralidad de registros del paisaje. La gran ciudad actual se ha convertido en el lugar estratégico de todo tipo de nuevas operaciones —políticas,  económicas, “culturales”, subjetivas—, uno de los nodos donde tanto los favorecidos como los excluidos formulan nuevas reivindicaciones, y donde éstas se constituyen y encuentran su expresión concreta.

Saskia Sassen, conferencista de MEXTRÓPOLI 2015

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