Resultados de búsqueda para la etiqueta [Mapas de ciudad ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Sat, 09 Mar 2024 04:15:33 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Ciudad imperdonable: el caso 
‘Mataviejitas’ https://arquine.com/ciudad-imperdonable-el-caso-mataviejitas/ Mon, 04 Sep 2023 04:17:14 +0000 https://arquine.com/?p=82580 
‘La Dama del Silencio: El caso Mataviejitas’ (2023), es un documental en el que en cosa de dos horas la cineasta María José Cuevas trata de darle sentido a uno de los capítulos más conocidos de la criminalidad chilanga: el de Juana Barraza Samperio, feminicida serial de adultas mayores, infame por disfrazarse de enfermera y funcionaria pública de la tercera edad para cometer sus crímenes, y por su afición a la lucha libre.

El cargo Ciudad imperdonable: el caso 
‘Mataviejitas’ apareció primero en Arquine.

]]>
Puntitos sobre un mapa. Agujas en el pajar del Distrito Federal. Cabecitas de alfiler que —aunque de colores— representan cabecitas blancas. Clavadas encima de un mapa, las chinchetas señalan el perfil geográfico de las escenas del crimen: ubicaciones en las se hallaron los cuerpos de múltiples mujeres mayores, estranguladas por diversos medios y, aunque distribuidas sin ton ni son por varias delegaciones (hoy alcaldías), demasiado cercanas en el tiempo.

Así se veía un mapa de la Ciudad de México colgado en las paredes de alguno de los policías de diverso rango que trataron de encontrar a la persona responsable de la muerte de numerosas ancianas: entre 1997 y 2006, más de 32 incidentes, casi todos ellos archivados ahora. Como vestigio de esa injusticia, un croquis tomado de la Guía Roji del DF (el uso de Google Maps todavía no se generalizaba) se recrea en los primeros minutos de La Dama del Silencio: El caso Mataviejitas (2023), documental en el que en cosa de dos horas la cineasta María José Cuevas trata de darle sentido a uno de los capítulos más conocidos de la criminalidad chilanga: el de Juana Barraza Samperio, feminicida serial de adultas mayores, infame por disfrazarse de enfermera y funcionaria pública de la tercera edad para cometer sus crímenes, y por su afición a la lucha libre.

La representación cartográfica de la ciudad es sólo uno de los recursos visuales del largometraje. Inscrita en el auge del true crime —género de no ficción caracterizado por un análisis pormenorizado de los hechos y protagonistas de crímenes célebres, sobre todo aquellos perpetrados por asesinos seriales—, La Dama del Silencio no sólo se apoya en fuentes puramente documentales como oficios, retratos hablados, periódicos, fotografías, videograbaciones o entrevistas; también echa mano de utilería vistosa  —desde máscaras hasta un cuadrilátero de lucha libre— o actrices para representar a las involucradas en el caso. Tanto el diseño sonoro como la música, preparada por Enrico Chapela, resaltan la cualidad artificiosa (que no ficticia) del documental. Apoyada por la cinematografía de Axel Pedraza y la edición de Valeria Valenzuela, Cuevas va narrando con planos medios a los entrevistados, sentados en habitaciones iluminadas de manera intimista (si no es que dramática); encuadres artísticos en departamentos o estaciones de metro; hasta planos generales y cenitales de la ciudad a vuelo de dron. De tal forma se trata de dar sentido al caso Mataviejitas, un “hito” de la nota roja mexicana por la edad de las víctimas y la saña con que estas fueron asfixiadas con cables, bufandas, corbatas, ligas, cuerdas o hasta un estetoscopio (es perturbadora la escena en la que una de las detectives muestra, cual trofeo de caza, una media autografiada por Barraza).

Resulta fascinante cómo el documental delinea diferentes visiones de la ciudad. En primer lugar, la de la asesina, quien a partir de su entendimiento de la calle desarrolló un método para ejecutar sus crímenes: localizaba a sus víctimas en colonias populares del poniente de la ciudad, pues ella vivía en la parte oriental, en Ixtapaluca (Estado de México); socializaba con ellas en jardines, malecones, glorietas y otros espacios públicos aprovechándose del tiempo libre y la soledad de muchas ancianas; y luego, tras cultivar un poco de intimidad, se metía en sus domicilios, ubicados en las cercanías de estaciones del metro o grandes vialidades, casi siempre a seis cuadras de distancia. Antes de matar, se aseguraba de correr en sentido contrario al flujo automovilístico, además de que conocía las rutas de patrullaje de la policía para asegurarse de que, al escapar de la escena del crimen, cualquier testigo o autoridad se vieran obstaculizados. En las entrevistas del documental, se hace una descripción de este procedimiento por los exfuncionarios y agentes encargados del caso, como el secretario de seguridad de ese entonces, Bernardo Bátiz; el fiscal de homicidios Guillermo Sayas; o el secretario de seguridad pública Gabriel Regino. Este último llega a decir que, al señalar los crímenes con chinchetas, “el mapa estaba hablando”. De cierta manera, también lo hacía la ciudad. 

A eso hay que sumar las declaraciones de numerosos vecinos y familiares de las mujeres asesinadas, periodistas, policías de barrio y académicos. De los testimonios es posible entrever experiencias contrapuestas del DF como espacio: el adentro de los lugares donde uno vive contra el afuera de las colonias lejanas; la movilidad de “los viejitos” frente a la de los criminales (ensamblada por rutas de escape, al cobijo del anonimato citadino) o la de los policías (con sus propias señas y nombres para la ciudad, o hasta códigos sonoros como las sirenas para coordinarse). ¿Quiénes son los dueños de la ciudad? ¿Los policías, los hombres, o quienes puedan usar la fuerza?

La pregunta viene al caso por uno de los asuntos que más preocuparon a la opinión pública y las autoridades: el género de quien mató a las ancianas. La figura del asesino serial, exportada de la criminología anglosajona, había sido siempre la de un varón blanco, fortachón, con aire de genio enloquecido; un preconcepto que se vio destruido cuando se descubrió, primero, que no era el sino la mataviejitas (por eso se omite el artículo definido en el título del documental), y que esta asesina mexicana era todo menos lo que se entiende por una mujer occidentalizada: corpulenta, de rasgos hombrunos, soltera, sin estudios, Juana Barraza sumaba a su lista de “desviaciones” la afición por la lucha libre, deporte y arte escénica que practicaba y en la que usaba el alias de La Dama del Silencio.

La historiadora y especialista en estudios de medios Susana Vargas Cervantes (quien también aparece entrevistada en el documental), escribió sobre este caso un libro que arroja más luz sobre la problemática manera en que se ha representado el crimen y a los victimarios a lo largo de la historia de México: The Little Old Lady Killer: The Sensationalized Crimes of Mexico’s First Female Serial Killer (New York University Press, 2019). La autora describe cómo la aparición del asesino serial, subespecie del flâneur con su andar y dominio transversales de la urbe, se tomó como un síntoma de la entrada en modernidad del Distrito Federal. Que un género como el true crime tenga su encarnación chilanga es también un síntoma, cuando no un daño colateral, de la lógica cosmopolita adaptada a México. No resulta casual que las autoridades llegaran a contactar a un inspector francés, Phillipe Dussaix, para ayudar a encontrar al Mataviejitas; y valga recordar que por esas fechas el gobierno capitalino también le pidió consejos para reducir la criminalidad al exalcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani (quien, sea dicho de paso, terminó convertido en perrito faldero y despechado de Donald Trump y la alt-right gringa).

Tanto en The Little Old Lady Killer como en La Dama del Silencio, es posible ver una ciudad que, al tener a su primera asesina serial, satisfacía cierto aspiracionismo cosmopolita: tanto en sus estándares de seguridad como en la forma de representar el crimen. En el libro y el documental se recuerdan algunos de los métodos que se usaron para ubicar y entender a la asesina: la frenología retrógrada y racista del programa Caramex (que se suponía ayudaba a identificar a los criminales por sus rasgos corporales y, de manera increíble, sigue vigente aún hoy); análisis neurológicos y psicológicos de ética dudosa; o la construcción mediática del caso, convertida por igual en acicate para el morbo y el golpeteo político. Al mismo tiempo, el caso sirvió para reubicar presencias femeninas extrañas a la lógica cosmopolita mediante el acoso a trabajadoras sexuales, la comunidad trans y a mujeres no hegemónicas, todas ellas bajo sospecha. Eso por no hablar de cómo el revuelo causado por la Mataviejitas produjo indignación a nivel nacional mientras se silenciaba el holocausto de mujeres en Ciudad Juárez o el Estado de México. 

A pesar de todo, los siete años de asesinatos culminaron con la captura casi accidental de Juana Barraza en enero de 2006. Ni la frenología ni la intensa campaña de anuncios y retratos hablados lograron lo que sí una puerta entreabierta y la suerte (buena o mala, nunca se sabe) de Joel López, quien llegó temprano de su trabajo para encontrar muerta a Ana María de los Reyes Alfaro, su casera de 89 años (hasta ahora, la única víctima plenamente reconocida). Tras una breve persecución en la que participaron unos policías que andaban por el rumbo, Barraza fue arrestada y sentenciada poco después a 759 años de prisión por 16 homicidios. La condena en sí misma expresa todo un entendimiento del criminal y la víctima en el DF a principios de este siglo: es la pena más larga registrada en la historia del crimen mexicano y pesa sobre una mujer; cuando fue dictada, el feminicidio no se concebía, ni mucho menos calificaba, como crimen. Sin embargo, a la fecha hay varios cabos sin atar, el más notorio (y uno de los que mejor señala el documental de Cuevas), es el encarcelamiento injustificado de una de las primeras sospechosas, Araceli Vázquez, quien desde 2004 cumple una condena desproporcionada a pesar de que se ha comprobado con creces su inocencia. 

Esto de los cabos sueltos está en la paradoja (y, algunos diríamos, la miseria) del true crime. Siguiendo a Mike Hale, este subgénero es contradictorio pues su atractivo proviene de la manera en que representa “lo que en verdad sucedió”, no obstante que la mayoría de las veces deja más preguntas que respuestas (en contraste, por ejemplo, con los circuitos cerrados de la novela de detectives). La prolijidad de recursos documentales y la distancia temporal con respecto al circo mediático imbuyen a la no ficción de un estatuto de realidad que, sin embargo, se revela elusivo en sus conclusiones. A pesar de entrar en la dinámica espectacular del true crime, La Dama del Silencio se desmarca de dar conclusiones y sus hallazgos son, más bien, preguntas para el espectador. Como la revelación que ocurre en uno de los momentos climáticos del documental: aunque la luchadora conocida como La Dama del Silencio existió, nunca pisó la lona de un ring profesional; esto no impidió que la asesina se creara un personaje del pancracio para sí misma. Botines, leotardo rosa con brillantina, antifaz de mariposa, cinturón de campeona en la división de peso completo, todo falso excepto la máscara que encubre otra máscara: ni siquiera su familia parecía conocer a la verdadera Juana Barraza.

Lo más probable es que nunca se logren resolver los acertijos del caso Mataviejitas, mismo que desde hace casi dos décadas ha inspirado toda clase de obras: la novela Asesina íntima, de Bernardo Esquinca (2021) y su llamativa portada firmada por el Dr. Alderete; una crónica en D.F. confidencial, de J. M. Servín (2010); o una canción —de pésimo gusto— de Amadititita (2010); productos culturales que muestran la conflictiva manera en que se conciben y, si acaso, resuelven los misterios en la Ciudad de México. La Dama del Silencio, por lo menos, termina haciendo énfasis en lo que siempre queda aún más pendiente que la resolución del crimen: la dignidad de las víctimas. Antes de que los créditos técnicos del documental den comienzo, aparecen los nombres de las 46 mujeres cuya memoria está inscrita, aún hoy, en los puntos ciegos de la ciudad.

 

El cargo Ciudad imperdonable: el caso 
‘Mataviejitas’ apareció primero en Arquine.

]]>
El mapa como discurso https://arquine.com/el-mapa-como-discurso/ Tue, 06 Jul 2021 13:31:39 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-mapa-como-discurso/ Un dilema constante en los estudios urbanos está en la representación del espacio que tiene que ver, otra vez, con esquemas normativos con los que se constituyó la representación espacial como concepto y como objeto. Desde el punto de vista de varios autores, los mapas son discursos de representación y dominio o, al menos, así fue como surgieron y buena parte de su reproducción se ha dado en esta línea. 

El cargo El mapa como discurso apareció primero en Arquine.

]]>

 

El simulacro no es lo que oculta la verdad, es la verdad la que oculta que no hay verdad, el simulacro es verdadero

Jean Baudrillard 

 

Un dilema constante en los estudios urbanos está en la representación del espacio que tiene que ver, otra vez, con esquemas normativos con los que se constituyó la representación espacial como concepto y como objeto. Desde el punto de vista de varios autores, entre ellos Montoya, los mapas son discursos de representación y dominio o, al menos, así fue como surgieron y buena parte de su reproducción se ha dado en esta línea. 

En teoría, el objetivo de contar con mapas fue el de tener instrumentos de medición y orientación para definir rutas y recorridos, así como trazar y delimitar lugares, sin embargo, nos dice Montoya, de este objetivo totalmente pragmático surgió de manera paralela otra función: “configuración de lo real” (2007), es decir, una función que alberga una abstracción cargada de símbolos, que “supone ir a lo emergente y a las relaciones y territorios que se están creando” (Piedrahita, 2018); el mapa no es el territorio, pero sí influye sobre él.

Este intento de “configurar lo real” con su carga simbólica ha perpetuado pensamientos hegemónicos sobre las nociones de espacio y territorio[1] que siguen vigentes hasta nuestros días. En el griego clásico, siglo VI a.C, Anaximandro realizó un mapa que representaba el mundo de forma circular con un centro en el Mar Egeo, rodeado todo el resto del mundo terrestre por el océano, esta representación, claramente responde a un pensamiento político que colocaba a Grecia en el centro del mundo (Montoya, 2007, pág. 158).

La representación cartográfica que hoy conocemos del mundo, la representación de Mercator, que adquirió popularidad en los siglos XVII y XVIII ya con las colonias europeas consolidadas en América Latina (el “nuevo continente”), tiene un enfoque similar a la cartografía de Anaximandro para Grecia. Si bien el mapa de Mercator era un mapa que funcionaba predominantemente como GPS analógico para los viajes marítimos (el cual había sido distorsionado justamente para poder servir en este contexto (De Régules, 2003)), comenzó a reproducirse y utilizarse para básicamente cualquier representación de la tierra y, siglos después, seguimos mirando el mundo con una distorsión tal que, “casualmente”, nos presenta al norte global considerablemente más grande de lo que es en realidad, así como el centro ubicado en Europa. 

En este contexto, ¿qué sucede en Ciudad de México con las representaciones espaciales del territorio? 

Primero es necesario reconocer la ambivalencia territorial de la Ciudad de México; por un lado el límite político-administrativo que se reconoce como un territorio con 16 alcaldías y que, al mismo tiempo, tiene una relación permanente e intrínseca con su periferia a la que a veces niega y otras no, pero justo esa negación hace importante entender el vínculo de todos los municipios conurbados del Estado de México y uno del Estado de Hidalgo con el territorio político de la Ciudad de México. 

Y por otro, el discurso de megalópolis que incluso trasciende fronteras en donde la “megaciudad” de los 22 millones de habitantes se hace presente como un conglomerado homogéneo y que no implica esta división administrativa a la que, internamente como habitantes, estamos habituados a escuchar y reconocer. 

Mike Davis (2014) en Planeta de ciudades miseria hace una referencia sobre los asentamientos en Iztapalapa y Nezahualcóyotl como pertenecientes a la mega urbe que considera Ciudad de México, su análisis parece no haber requerido esta diferencia político-administrativa, pero que hubiese hecho saltar a cualquier académico nacional por lo que esta diferencia implica no solo en términos de gestión pública, si no también simbólicos. 

Para los estudios urbanos y para la planificación urbana, la representación territorial a través de los límites político-administrativos es moneda de cambio para hacer más “eficiente”[2] la lectura y definición de la administración a diferentes escalas territoriales. Esta representación institucional, determinada a través de los límites municipales, es predominantemente fragmentadora porque niega o acepta, a discreción, fenómenos que van más allá de los territorios configurados, especialmente cuando hablamos de zonas metropolitanas. La información que tenemos de esos territorios está configurada justamente así y nos obliga a tener una lectura desde este enfoque, limitando las interpretaciones de una ciudad con la complejidad que nos ofrece la metrópoli de la Ciudad de México.

Derivado de lo anterior, surge el cuestionamiento sobre los instrumentos institucionales para representar el espacio y la búsqueda de mecanismos que sean críticos ante estas formas de representación del espacio. John Harley, considerado por algunos como el padre de la cartografía crítica, toma un posicionamiento respecto de las visiones objetivistas de la representación espacial:

El punto de partida de Harley es justamente el distanciamiento del pensamiento positivista, racionalista y objetivista; propiciando un cambio de enfoque en la historiografía convencional que dirige a la cartografía hacia una ruptura con esa epistemología univocal para considerar el mapa como una «construcción social», ubicando al cartógrafo en el contexto de su época, como un miembro de la sociedad en sentido amplio. (Montoya, 2007, pág. 163)

La visión de Harley, siguiendo también el trabajo de Guattari y Deleuze, es el de reconocer al cartógrafo como un sujeto social y al mapa como una construcción social y que los instrumentos de representación y el resultado que de todo esto deriva no es neutro, ni imparcial (Harley, 2001) (Piedrahita, 2018).

Es decir, es necesario hacer contralecturas de las representaciones tradicionales, cuestionar qué es lo que implica para un habitante asumirse ciudadano de un territorio determinado, asumirlo desde la lectura sociodemográfica institucional o entender el cómo vive su ciudad a partir de representaciones de la percepción (Lynch, 1998): ¿es habitante solo quien tiene residencia en un espacio?, ¿las personas que “solo” trabajan o estudian la Ciudad de México no son habitantes?, ¿cómo abordar su participación ciudadana en las lecturas de lo espacial? 

Beatriz Piccolotto (2004) nos dice que “mapear significaba conocer, domesticar, someter, conquistar, controlar, contradecir el orden de la naturaleza. En los mapas se producía un territorio limitado y continuo sobre una naturaleza discontinua e ilimitada”, en más de una ocasión he escuchado a colegas funcionarios, consultores urbanos y académicos decir algo así como “aquello que no se puede medir no existe”, añado a esta frase que aquello que no se puede mapear tampoco existe para la planificación urbana como la conocemos hoy porque, desde el rigor de la intervención, no tendría razón de ser un fenómeno urbano que no puede identificarse espacialmente. Los mapas, entonces, se convierten en un instrumento obligado. ¿Cómo darle la vuelta a esta obligatoriedad que parte de lo normativo para representar la complejidad de los fenómenos urbanos?

 


Notas:

 

  1. Aquí se retoma la propuesta de López y Ramírez  para la noción de territorio: “es mucho más concreta y particular que la de espacio, refiere a una dimensión de la superficie terrestre, y por último, alude a una adscripción política, que no tiene la de espacio” (López & Ramírez, 2015, pág. 37).
  2. Esto se pone en tela de juicio por diversas problemáticas resultado de esta representación, por ejemplo, en México existe un problema permanente respecto a la definición de los límites territoriales municipales, resultado de procesos históricos y políticos que no han logrado resolverse y que, incluso con esas discrepancias, los municipios continúan administrando territorios con todas las limitaciones que ello conlleva. 

 


Trabajos citados

Lynch, K. (1998). La imagen de la ciudad. Barcelona: Gustavo Gili.

Davis, M. (2014). Planeta de ciudades miseria. Madrid: Akal.

De Régules, S. (2003). El mundo no es como lo pintan: mentiras y verdades de un mapa. ¿Cómo ves?(39).

Harley, J. (2001). The new nature of maps: essays in the history of cartography. Baltimore: The Johns Hopkins University Press.

Montoya, V. (2007). El mapa de lo invisible. Silencios y gramática del poder en la cartografía. Universitas Humanística(63), 155-179.

Piccolotto, B. (2004). Decifrando mapas: sobre o conceito de “território” e suas vinculaçoes com a cartografia. 193-234.

Piedrahita, C. L. (2018). La cartografía: enfoque crítico y experimentación metodológica para el estudio de las realidades sociales. En P. V. Claudia Luz Piedrahita Echandía, Indocilidad reflexiva (págs. 123-132). CLACSO.

El cargo El mapa como discurso apareció primero en Arquine.

]]>
Mapas e historias. Conversación con Jimena Hogrebe https://arquine.com/mapas-e-historias-conversacion-con-jimena-hogrebe/ Tue, 08 Jun 2021 13:19:29 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/mapas-e-historias-conversacion-con-jimena-hogrebe/ Como becaria en el programa para Jóvenes Creadores del Fonca, primero, y del Sistema Nacional de Creadores, después, Jimena Hogrebe desarrolló el proyecto Geografías narrativas, en el que investigó mediante mapas la relación que se establece entre relatos —ya se trate de crónicas supuestamente históricas o narraciones supuestamente ficticias— y los espacios de la ciudad donde tienen lugar.

El cargo Mapas e historias. Conversación con Jimena Hogrebe apareció primero en Arquine.

]]>

 

Como becaria en el programa para Jóvenes Creadores del Fonca, primero, y del Sistema Nacional de Creadores, después, Jimena Hogrebe desarrolló el proyecto Geografías narrativas, en el que investigó mediante mapas la relación que se establece entre relatos —ya se trate de crónicas supuestamente históricas narraciones supuestamente ficticias— y los espacios de la ciudad donde tienen lugar. ¿Cómo surgió el interés por los mapas, el territorio y las ficciones?

Tiene algo de autobiográfico. Quería estudiar Letras y terminé en Arquitectura por la historia de un libro: un amigo de mi hermana me contó que trabajaba en un proyecto a partir de un texto de Salman Rushdie. La idea me fascinó: encontré otra posibilidad en los libros y decidí que iba a estudiar arquitectura. Durante la carrera olvidé la literatura, pero en la maestría la retomé con una perspectiva de arquitecta. Encontré fascinante la relación porque me di cuenta que yo construía mapas a través de libros. En Londres hice el experimento de mapear una novela, y empecé a entender que la ciudad estaba hecha de capas, las cuales se relacionan y forman una amalgama de historias que vivo cuando recorro la ciudad. Entendí que como había aprendi- do arquitectura, a través de formas, no era la manera indicada para mí. Me interesa es saber qué pasa en esas formas. Se pueden estudiar el mapa y el territorio y las historias por separado, pero no hay mapa sin territorio y no hay territorio sin alguna narración del territorio, así como tampoco hay historias sin espacios.

 

¿Qué historias tienen más sentido al contar la historia de esta ciudad?

Empecé el proyecto hace cinco años un poco perdida. Compré antologías de crónicas, compendios de crónicas que alguien pensó eran importantes, ordenadas por año de publicación o por año en el que sucedió lo narrado. Algunas antologías tienen introducciones que explican quién es el cronista. Así fui conociendo a los personajes. Una antología con la que trabajé es México D.F. Lectura para paseantes, de Rubén Gallo. También La ciudad que nos inventa de Héctor de Mauleón. Decidí trabajar en Coyoacán por las crónicas de Jorge Ibargüengoitia. Pocas crónicas las leía enteras, sino en fregmentos colocados en la ciudad.

 

¿Qué capas se suman a la cartografía actual de la ciudad con este trabajo?

En la primera parte de mi trabajo, propuse una especie de metodología para explorar la ciudad a través de sus crónicas. Lo que hice fue leer la crónica e ir apuntando cada lugar en el orden en que se mencionaba y copiando las citas referentes a esos lugares. Después, con el mapa de la crónica en mano, iba al lugar. Trataba de comparar lo que ocurría en la crónica con lo que pasa ahora y escribirlo. En el mapa está la cita original y luego reinterpretada con lo que yo vi, usando las mismas palabras. Es un plagio o interpretación. También propuse una simbología para indicar que el sitio se conservaba igual o había sido transformado o desaparecido. Eso permitía ir viendo cómo había cambiado cada lugar. Había lugares mencionados en siete crónicas, por lo que podías ver siete momentos; otros se mencionan únicamente en una.

 

¿De qué manera determinas lo que quieres leer y ver en la ciudad?

En general, incluyo todo lo que menciona un lugar. Si la crónica no menciona un lugar de la ciudad, la descarto, porque lo que me interesa es ubicarla en el territorio. Ese es mi único criterio. Sin ser una experta, viendo la historia de las crónicas es interesante el papel del cronista a lo largo de la historia. Antes de la fundación de la Ciudad de México hay crónicas de Tenochtitlán. Luego, los conquistadores comenzaron a hacer crónica desde el poder. Hernán Cortés habla maravillado de la ciudad prehispánica, pero al fin y al cabo es el conquistador. Bernal Díaz del Castillo, quien era parte del ejército de Hernán Cortés, narra desde la visión militar. Esas primeras crónicas son desde la visión del conquistador, del misionero, del poder que está destruyendo una civili- zación y construyendo otra. En el siglo XIX las crónicas son más cotidianas, más burguesas, más europeizadas al tratar sobre cómo México es igual de impresionante que una ciudad europea. En el siglo XX, si vemos a alguien como Carlos Monsiváis, la crónica voltea a ver a las minorías y le da voz a otro tipo de realidades.

 

¿Cómo estos distintos puntos de vista han dado sentido a una ciudad que solemos ver a través de una historia ya establecida y más o menos canónica de la arquitectura y el urbanismo en México?

Este trabajo definitivamente ha cambiado mi visión de la ciudad. Tal vez yo tenía una visión más estática de la ciudad. La entendía como monumentos, calles, edificios famosos y otros no tanto. Al incorporar estas narrativas, me he dado cuenta que hay dos ciudades: una objetiva y otra subjetiva. Cada uno va construyendo una ciudad. Como arquitecta, me parece muy importante tomar en cuenta más cosas que las que se supone tomamos en cuenta. Por otro lado, mis recorridos por la ciudad son diferentes. Ahora van apareciendo esos fragmentos de lecturas, citas y frases que se construyeron en mi cabeza a través de los libros. No sólo veo lo que está sino también lo que he leído e imagino. Así la experiencia de la ciudad resulta enriquecida, es más que su tránsito. Si paseo con alguien le puedo contar las coasas que he aprendido. Se vuelve una especie de conocimiento común, tal vez comunitario. Yo no tenía esa perspectiva de la ciudad.

 

 

En tu experiencia profesional y docente, ¿has utilizado esta metodología para leer la ciudad de otro modo?

En la academia todavía no. Los ejercicios han sido ex- haustivos, implican lecturas, transcripciones y recorridos. No me he sentado a pensar cómo se puede hacer de esto una metodología para las clases. Lo que sí he tratado es incorporar la narrativa a mis procesos de diseño. Cuando hago un proyecto intento narrar lo que yo me imagino del proyecto, más allá de los dibujos. Claramente hago dibujos y planos ejecutivos, pero siempre acompaño el proyecto con una narración, porque me parece que es un lenguaje más cercano que los dibujos, al tiempo que permite mayor complejidad y muchas más capas que un dibujo estático. En el concurso para la FICA de 2016, en vez de una memoria descriptiva escribí una historia de alguien que visitaba la FICA y lo que iba encontrando mientras caminaba.

 

Cuando pasas de la crónica a la ficción,¿hubo algún cambio en la manera cómo ves la ciudad?

Las crónicas de la Ciudad de México tienen su parte de ficción. Pero fue distinto porque el formato de trabajo que propuse con las crónicas queda abierto: si se vuelven a escribir crónicas de un lugar del que ya hice el mapa, se pueden ir sumando. Son mapeos que no terminan. En cambio, la novela es como un mundo en sí misma. Lo que hice fue un mapa por cada novela, que es finito. La novela es lo que es y no va a crecer.

 

¿Crees que lo que ocurre con la novela tenga relación con lo que sucede con la obra arquitectónica, la cual es fija, mientras que la crónica tiene que ver con la ciudad al ser algo que va cambiando y que va sumando distintas historias?

Creo que la arquitectura debe ser modificable. Entiendo que hay un momento de la obra en que queda como el autor la quiso, pero al final la arquitectura es para vivirla. Si no puedo colgar un cuadro o mover un muro…, tal vez las modificaciones que se le puedan hacer sean menores que las que se pueden hacer en la ciudad, tal vez las arquitecturas no cambian —aunque es casi imposible que no cambien con el tiempo. En conclusión, no veo la arquitectura como algo cerrado. Y uno de los grandes problemas de la arquitectura es que se piensa como algo cerrado. Además de la cuestión del autor o de los autores, a la arquitectura le pasa el tiempo. Aunque otros autores no la toquen, el tiempo siempre la va a tocar.

 


Fotografía: Rafael Gamo.

El cargo Mapas e historias. Conversación con Jimena Hogrebe apareció primero en Arquine.

]]>
La ciudad en los tiempos del cólera https://arquine.com/la-ciudad-en-los-tiempos-del-colera/ Mon, 06 Apr 2020 14:24:46 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-ciudad-en-los-tiempos-del-colera/ Los mapas que registraban el progreso del cólera en el siglo XIX sirvieron para tomar decisiones que afectarían la conformación social, urbana y arquitectónica de las ciudades en la segunda mitad del siglo XIX.

El cargo La ciudad en los tiempos del cólera apareció primero en Arquine.

]]>

Progreso del cólera espasmódico. Amariah Brigham, 1832. David Rumsey Map Collection, Stanford University Libraries.

 

«En 1830, en la primavera, el cólera irrumpió por segunda vez en Rusia; en 1831, con los primeros calores, ganó San Petersburgo y Polonia, en julio, Hungría y Prusia. El 31 de agosto, reventó en Berlín, el 14 de septiembre en Viena y, en fin, en febrero, en Londres. Era poco probable que el azote perdonara a Francia. Era prudente, por tanto, no esperar hasta que se declarara la epidemia en París para tomar precauciones y medidas. “En secreto, la autoridad municipal había creado comisiones sanitarias por distrito y por barrio; previendo la organización de un gran número de puestos médicos, pero el servicio hospitalario no podía prestarse a un desarrollo considerable sin que la opinión pública lo supiera y se alarmara, sin tener que disponer de créditos importantes que tan sólo votarlos hubiera causado temor. Tras muchas negociaciones, el Consejo General decidió, el 22 de febrero, que la administración consagraría cien camas disponibles en el hospital de Beaujon y otras tantas en Saint-Antoine, y que prepararía en otros establecimientos, ahí donde fuera posible, salas con camas suplementarias.” No se previó que pronto serían desbordadas.»

Ese es el recuento que el historiador Gabriel Vauthier publicó en la Revue d´Hisoire du XIX sìecle en 1929. La pandemia de cólera había iniciado en la India a mediados de la segunda década del siglo XIX y tardaría diez años en llegar a China. De ahí el avance fue más rápido, hacia Japón, Irán y Rusia en 1830. El 27 de marzo murió el primer infectado por cólera en París. El 18 de abril los infectados rebasaban los veinte mil y 700 muertos. Entre marzo y octubre, murieron 18,402 personas tan sólo en París. Vauthier apunta que los más golpeados por la enfermedad eran los pobres y, en general, las partes más insalubres de la ciudad. Mucha gente, incluidos médicos, pensaban que el mal se propagaba por el aire. Vauthier cita archivos de la época: “No se puede tener idea del olor desagradable que se experimenta al entrar en esas recámaras de apenas unos cuantos pies cuadrados, selladas y que no reciben más que un aire impuro.” François Delaporte cuenta en su libro Enfermedad y civilización: el cólera en París, 1832, que “a diferencia de las clases trabajadoras, las clases privilegiadas no dudaban de que la epidemia fuera real. Mejor informados que la gente del pueblo, los ricos habían seguido el progreso de la enfermedad por un tiempo.” Delaporte dice que el primer reflejo de la burguesía fue abandonar la ciudad. Tenían un doble temor: a la enfermedad y a las revueltas populares.

 

Ese mismo año, 1832, el cólera cruzó el Atlántico. Llegó de Irlanda a Canadá y de ahí pasó a Nueva York y otras ciudades del noreste de los Estados Unidos. John B. Osborne cuenta cómo las ciudades de Montreal, Filadelfia y Nueva York se prepararon para evitar o controlar la pandemia. Explica que en ambos lados del Atlántico, la comunidad científica se dividía entre quienes pensaban que el cólera se extendía por contagio o si era producto de condiciones ambientales como la suciedad y el aire contaminado. Los partidarios de la teoría del contagio estudiaban la cronología y las rutas como se había extendido el mal. Sus contrincantes apuntaban a la manera como la enfermedad surgía de golpe en un barrio entero y al hecho de que el personal médico que atendía a los enfermos raramente enfermaba. Osborne cita al historiador Erwin H. Ackernecht quien “sugería que los regímenes autoritarios que ponían énfasis en el interés de la comunidad y el Estado suscribían la tesis del contagio, con el corolario de la cuarentena, mientras los regímenes más liberales, con su énfasis en la primacía de la libertad individual, eran contrarios a la idea del contagio y se enfocaban en la importancia de una reforma sanitaria.” El comité médico que lideraba las acciones contra la epidemia en Filadelfia apostó por la idea de que la enfermedad era producto del entorno, basándose, dice Osborne, en una “lectura selectiva de las opiniones médicas en Europa y en los antiguos textos hipocráticos.” Entre otras cosas recomendaban excluir de la dieta diaria ciertos alimentos provenientes del mar, carne de puerco poco cocida, y no excederse en el uso de cebollas, melones y pepinos. Suponían que la pobreza, el miedo y una predisposición general eran las causas principales para enfermar de cólera.

En Montreal la lucha contra el cólera fue parte de otra lucha, entre los partidos inglés y francés. La idea de implementar una cuarentena resonaba con tintes políticos y era vistos por unos como una forma de represión. Limitar la entrada de irlandeses —quienes sí eran el vector de transmisión— era visto como una estrategia política, pues éstos eran aliados de los franceses en su oposición a los ingleses. A Nueva York el cólera llegó el 24 de junio de 1832. Un mes después, “el 28 de julio, en tanto la enfermedad se extendía por la ciudad y el número de víctimas aumentaba, la Junta de Salud autorizó la remoción de individuos de distritos densamente poblados o infectados, a expensas del erario.” Cada día la Junta anunciaba el creciente número de muertos ante un auditorio también cada día mayor. Para septiembre, en Nueva York se contaban 2,782 muertos, contra sólo 935 en Filadelfia y 1,904 en Montreal —aunque estimados extraoficiales contaban más de cuatro mil muertos en esta última ciudad. Sin dejar de pensar en la suciedad del ambiente como causa de la enfermedad, la Junta Médica de Filadelfia presumía la abundancia de agua limpia —bombeada desde el ríoi Schuylkill— para beber y lavar las calles. Hoy sabemos que la abundancia de agua limpia para beber era la causa de la diferencia de casos entre las tres ciudades.

A la Ciudad de México el cólera llegó un año después, en 1833. Entró por Tampico, proveniente de Nueva Orleans y Nueva York, y por Yucatán, desde la Habana. Mucho se ha citado la descripción que hizo Guillermo Prieto años después:

«Lo que dejó imborrable impresión en mi espíritu fue la terrible invasión del cólera en aquel año. Las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de alguno que corría en pos de auxilios; las banderolas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad, de médicos, sacerdotes y casas de caridad; las boticas apretadas de gente; los templos con las puertas abiertas de par en par con ml luces en los altares, la gente arrodillada con los brazos en cruz y derramando lágrimas.»

Prieto dice que “el pánico había invadido los ánimos”, que se habían prohibido algunos alimentos —incluyendo los chiles rellenos—, que las casas se fumigaban y se regaban con vinagre y cloruro. Víctor Tovar y Patricia Bustamante cuentan que en ese entonces se estableció una Junta Municipal de Sanidad y en cada una de las 244 manzanas de la ciudad se nombró un encargado de atender enfermos, reportar defunciones y autorizar medicamentos. Según ha estudiado Maria del Pilar Velasco, en 1833 se registraron 6,165 defunciones a causa del cólera en la Ciudad de México —que contaba entonces con unos 130 mil habitantes, contra 250 mil en Nueva York. Velasco apunta que “a partir de la epidemia de cólera de 1833 comenzaron a implementarse medidas sanitarias (introducción de drenaje, alcantarillado y agua potable, construcción de cañerías e instrumentación de un sistema de recolección de los excrementos que se arrojaban en las acequias), pero con diferencias, es decir, preponderantemente en aquellos barrios en los que los habitantes contaban con medios económicos suficientes para subsidiarlos. El resultado previsible fue una diferencia social más clara y más marcada. Se hacen evidentes las disparidades económicas entre barrios.”

La expansión del cólera por el mundo y en diversas ciudades fue registrada minuciosamente en varios mapas. En su libro Mapping Society, The Spatial Dimensions of Social Cartography, Laura Vaughan explica que “el uso de mapas para registrar la enfermedad era particularmente común en la ciencia médica temprana, cuando, antes de los trabajos de Pasteur en 1850 —que encontraría las causas biológicas de la enfermedad— las causas ambientales eran el foco de la investigación. Un estudio ha encontrado al menos 53 mapas del cólera publicados hasta 1832.” En un mapa de la ciudad de Leeds, publicado en el Report on the Sanitary Conditions of the Labouring Population of Great Britain, de 1842, Edwin Chadwick incluía datos sobre casos individuales de enfermedad (cólera con puntos rojos y enfermedades respiratorias en negro); datos sobre niveles de pobreza, en gradaciones de color, y las calles con falta de limpieza. Y aunque fallaban al determinar la causa precisa de la enfermedad, ese tipo de mapas sirvieron para tomar decisiones que afectarían la conformación social, urbana y arquitectónica de las ciudades en la segunda mitad del siglo XIX.

El cargo La ciudad en los tiempos del cólera apareció primero en Arquine.

]]>
Tenochtitlan al rescate de la Ciudad de México. Conversación con Barbara E. Mundy https://arquine.com/tenochtitlan-ciudad-de-mexico/ Tue, 03 Sep 2019 08:00:33 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/tenochtitlan-ciudad-de-mexico/ En 2018 Grano de Sal publicó un libro escrito por la investigadora y profesora Barbara E. Mundy que habla sobre el mito de la muerte de la ciudad prehispánica y cómo es que sobrevive en medio de esta ciudad que pretende ser moderna.

El cargo Tenochtitlan al rescate de la Ciudad de México. Conversación con Barbara E. Mundy apareció primero en Arquine.

]]>
En 2018 Grano de Sal, editorial encabezada por Tomás Granados, publicó un libro escrito por la investigadora y profesora Barbara E. Mundy que habla sobre el mito de la muerte de la ciudad prehispánica y cómo es que sobrevive en medio de esta ciudad que pretende ser moderna. Su historia, sus vestigios, su historia a través de mapas. Un libro apasionante para los que les gusta conocer cada calle y gesto de esta ciudad que un día estuvo rodeada de agua. 

 

La historia de una periodista

Esta es la historia de una periodista gringa que trabajaba para Vanity Fair, pero su mente, en lugar de pensar en súper modelos o en los últimos diseños del verano,  pensaba en el misionero franciscano nacido en el reino de León en 1499, el hombre que para muchos sería el hispanohablante más docto en la lengua náhuatl: Bernardino de Sahagún. 

La periodista se llama Barbara E. Mundy y está sentada en una mesa de la librería más socorrida para entrevistas a escritores en toda la ciudad, la Rosario Castellanos. Habla con otras personas. Su acento es notoriamente extranjero, pero su conocimiento sobre la historia de esta ciudad pocos chilangos lo poseen. “Son la esperanza de México.” La voz es de Mundy y a lo que se refiere es a las chinampas. A los canastos de cañas sobre los cuales se sembraron las semillas de esta megaurbe en la que hoy vivimos. “Al momento de la conquista Tenochtitlan era uno de los conjuntos urbanos más grandes del mundo. Había alrededor de 150 mil habitantes. Más los que vivían en los alrededores, quizá sumaban medio millón. Entonces, el enorme éxito urbano que existía aquí tiene mucho que ver con la agricultura.” 

Barbara vive en Nueva York. Su primer libro fue The maping of New Spain. Indiginous cartography and the maps of Relaciones Geográficas. Barbara llegó a esta ciudad justo antes del terremoto del 85. Felipe II envío una encuesta con 50 preguntas a la Nueva España para saciar su curiosidad acerca de estas tierras. “Las respuestas fueron escritas por los corregidores locales, había una pregunta que abría la posibilidad de que se colara la voz indígena, la pregunta diez, que pide una pintura. Los españoles no sabían pintar como los mexicas, entonces piden que venga un tlacuiloques para hacer la pintura. Entonces tenemos en los mapas un vistazo profundo a lo que fueron las diferentes comunidades y su manera de imaginar su territorio. Ese fue mi primer libro sobre la cartografía indígena de la nueva España.”  

Ella nació en San Francisco, en donde los terremotos también son cosa cotidiana. “Sahagún era español y aunque sabía mucho de la cultura mexica, tiene una postura hostil a sus fuentes directas. El gran problema con las fuentes de la gran ciudad de Tenochtitlan es que están escritas por hombres que eran hostiles a la cultura mexica. Es como un problema de periodismo. Si tenemos distintos puntos de vista, ¿cómo podemos llegar a la verdad? ¿Cómo acercarnos a la realidad con esas pocas fuentes  que son escritas por esos hombres que tenían un prejuicio enorme contra los habitantes de esta ciudad? Nació como un problema de fuentes de periodismo. Entonces decidí, por mi interés en Sahagún, regresar a México. Encontré un grupo de mapas hechos en 1580, parte de una encuesta real hecha por Felipe II, quien quería saber sobre los templos enormes de las Américas.”

 

La ciudad que crean los habitantes

“Las ciudades grandes son el enorme éxito de los seres humanos.  Sabemos que es difícil vivir juntos, en la casa, el barrio, la ciudad. Y para lograr vivir juntos una cantidad de personas así para mí es el triunfo de la civilización.”

Michel De Certau es uno de los pilares del pensamiento de Barbara y una de las tantas teorías que menciona en el libro habla de caminar las ciudades: “Habla de dos modos de conocer la ciudad; una, la ciudad imaginaria. Esa que existe en los planos urbanos, los planes a futuro. La ciudad de la cartografía, donde se ve un esquema, un boceto de la ciudad. Pero otra manera de conocer la ciudad es la de andar por sus calles. De Certau dice que cada persona que habita crea su propia ciudad, por sus caminos. Entonces, para mí fue una idea poderosa en pensar que la ciudad está hecha por las acciones de los habitantes.”

“Me llama mucho la atención la presencia indígena en las calles de la ciudad, en el tejido urbano durante el siglo XVI, esa era la historia negada de una ciudad porque, como sabemos, algunas fuentes dicen que se aniquila la ciudad y que se funda una ciudad española. Pero es un mito. La ciudad que existía era una ciudad indígena. Hoy existe una ciudad con muchas dificultades, como todas, pero la diferencia es que esta ciudad tiene muchos recursos. Las chinampas, por ejemplo, poseen una tecnología indígena, que pueden ser el futuro de México, porque estamos pensando en formas sostenibles de vivir en la Tierra.”

 

Altépetl/ciudad: el difrasismo de Barbara

Le pido a Barbara que me describa la Ciudad de México que ella camina. Me  confiesa que al llegar a la Ciudad de México, lo primero que hace, es ir al transporte público más famoso de esta ciudad. “Para conocer la Ciudad de México tienes que conocer el metro.” Le gusta ir por las entrañas chilangas para recibir su masaje y su sauna, dice entre risas. Le gusta luego ir al Zócalo: “La cultura está viva ahí, no es una ciudad de fantasmas. En el Zócalo se ven los danzantes y su reconocimiento al pasado mexica, los ambulantes, las abuelas que entran a la catedral, los turistas.” 

Su siguiente punto es el convento de San Francisco. “Porque era otro centro de poder, porque los franciscanos querían establecer otra utopía. Y de ahí paso al sur, hacia donde estaba el gran tianguis de la Ciudad de México. Casi todos los cronistas hablan del tianguis de Tlatelolco, pero existía en Tenochtitlan otro mercado de las mismas proporciones, veinte por ciento más grande que la plancha del Zócalo.” Un mercado al que Barbara le dedica una parte sustanciosa de su libro, en donde nos muestra mapas que son testimonio de cómo el tianguis estaba conectado con la región de chinampas. Fue llamado tianguis de san Juan, por estar cerca del barrio de san Juan Moyotlán, uno de los cuatro que fueron base de la fundación de Tenochtitlan. 

“Los olores se vinculan con memorias y espacios. Y es que es imposible romper esa relación entre el olor y el lugar. Depende la época, pero a veces, aquí en la Condesa, para mí huele como a aguas negras. En el tiempo de inundaciones. Si pasas por la estación de la Merced en el momento en que las puertas se abren, te llega el aroma a cebolla. Se puede pensar en una cartografía aromática de la ciudad.” 

En La Muerte de Tenochtitlan, vida de la Ciudad de México, Barbara explica qué es un altépetl, esa concepción mexica de comunidad, tan distinta a la de ciudad que tienen los occidentales: no se trataba sólo de un conjunto de personas conviviendo. Un altépetl, es el medio ambiente ideal en donde sus habitantes prosperan. “La gente siempre tiene deseos de salir adelante. Lo que me llama la atención es que de la gente que conozco de la Ciudad de México, muchos tienen esperanza en ella. Hay un amor por la ciudad profundísimo. Se nota mucho la conexión que los habitantes tienen con su ciudad. Aunque enfrente problemas, sí. Para mí es el corazón del altépetl, es esa idea de la ciudad. 

Pero también, un altépetl es una organización hecha comunidad, que cuenta con antepasados comunes y que puede contar con un futuro común, eso es súper importante; la idea de un futuro común.  

“Hay maneras de pensar en la ciudad que construyeron los mexicas, no como un mito, pero sí con un vistazo a las tecnologías  que usaron ellos, para ver la manera de manejar las cuestiones del agua. Y podemos encontrar otras posibilidades para que sobreviva la ciudad. Nosotros vivimos en el triunfo mexica, porque ahora la historia de México es la historia de los mexicas. Ellos han borrado todas las otras historias que existían. La ciudad de México es la más importante del país, tiene que ver con su herencia de eje central  de la historia de México, y esa es la victoria de los mexicas.” 

En su obra menciona la relación que existía entre los tlatoanis y el espacio público, en donde dejaban sus obras como testimonio de su mandato.  Le pregunto por la relación actual entre gobernantes y ciudad. Lo primero que brota es una carcajada ante la incomodidad de la pregunta. “No soy experta en política. Pero los alcaldes de la ciudad tienen mucho poder en hacer obras públicas y tiene recursos enormes. Mi consejo para ellos sería  darle una mirada a la historia de la ciudad. Porque los gobernantes indígenas sabían que para sobrevivir como gobernantes, tenían que abastecer la ciudad con agua suficiente y comida. Todos sus esfuerzos, incluso en el siglo XVI, eran de crear y conducir los esfuerzos ciudadanos a esas dos metas: comida y agua. Eso es lo básico. Y también el transporte. Tenían un sistema de transporte bastante bueno gracias al agua y era su responsabilidad (de los tlatoanis) mantener el sistema de transporte limpio y eficiente. Y todos los recursos estaban destinados a agua, comida y transporte.

Le pregunto un difrasismo, que es el modo en el que los hablantes del náhuatl armaban algunos de sus conceptos y palabras, para la ciudad de México en pleno siglo XXI, luego de un rato me responde: Altépetl/Ciudad: “Porque combina palabra en náhuatl y español, aunque son el mismo término, cada uno tiene conceptos diferentes, y contiene la posibilidad de tener una ciudad altépetl una ciudad que es moderna. Una ciudad que puede mantenerse y sobrevivir con base en chinampas pero necesita ser una ciudad vinculada con las otras grandes ciudades del mundo. Y eso es México, una ciudad tan importante en el mundo.

“La gente para sobrevivir en la ciudad necesitaa una ideología de convivencia y eso proporcionarán los líderes.”

El cargo Tenochtitlan al rescate de la Ciudad de México. Conversación con Barbara E. Mundy apareció primero en Arquine.

]]>
¿Dónde están los Airbnb’s en la Ciudad de México? https://arquine.com/donde-estan-los-airbnbs-en-la-ciudad-de-mexico/ Wed, 05 Jun 2019 08:00:05 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/donde-estan-los-airbnbs-en-la-ciudad-de-mexico/ Actualmente se contabilizan casi 18,000 estancias de AirBnb en la Ciudad de México, que suman en total 31,633 camas disponibles. Las tres alcaldías con mayor presencia de alojamientos en la plataforma son Cuauhtémoc, Benito Juárez y Miguel Hidalgo.

El cargo ¿Dónde están los Airbnb’s en la Ciudad de México? apareció primero en Arquine.

]]>
En la siguiente publicación voy a realizar una descripción básica sobre la distribución espacial de los alojamientos de Airbnb en la Ciudad de México. Por años fue difícil dimensionar la oferta de habitaciones, departamentos o casas dentro de la plataforma. Sin embargo, la sospecha era que había un crecimiento importante, principalmente en colonias centrales como la Condesa, la Roma y otras zonas donde hay presencia de servicios y atracciones como museos, teatros, restaurantes o bares. Actualmente se contabilizan casi 18,000(1) estancias que suman en total 31,633 camas disponibles. Las tres alcaldías con mayor presencia de alojamientos en la plataforma son Cuauhtémoc, Benito Juárez y Miguel Hidalgo.

Distribución de alojamientos por alcaldía

 

Del sexto lugar hacia abajo los porcentajes comienzan a parecerse entre sí. Sin aplicar ningún modelo de análisis espacial (todavía) podemos hablar de una concentración de alojamientos en las alcaldías que se caracterizan por aglomerar y aglomerar: empleos y mejores ingresos, desarrollos inmobiliarios y rentas costosas, bicicletas y scooters; y un largo etcétera. Sin embargo, el análisis a nivel alcaldía generaliza la distribución de alojamientos a todo el polígono, por ejemplo, ahora sabemos que hay un gran número en la alcaldía Miguel Hidalgo, pero no en la misma proporción entre las colonias Polanco y Nueva Argentina —ambas dentro de la alcaldía. Por lo tanto vale la pena acercarse un poco más para identificar a una escala menor aquellas colonias con mayor presencia de anfitriones.

Como lo mencione al inicio, la sospecha era que colonias como la Condesa o la Roma figuraban como los lugares con mayor número de alojamientos. Estuve cerca. En el siguiente cuadro se muestra las quince colonias principales. La colonia Roma Norte es el primer lugar con 8.5% de alojamientos del total ubicado dentro de la CDMX.

Distribución de alojamientos por Colonia

 

El mapa de arriba es un cartograma que ha deformado la geometría de las colonias de la Ciudad de México con base en el número de hospedajes que hay dentro de cada polígono. Es interesante la distribución geográfica que de manera general forma un corredor desde la zona de Coyoacán atravesando por las alcaldías de Benito Juárez y Cuauhtémoc para luego girar al oeste hacia Polanco. Si bien espacialmente hay un patrón que se debe estudiar con mayor profundidad, estoy sorprendido por el ritmo de crecimiento registrado desde 2009 hasta la fecha. En aquel año únicamente había registrados 9 alojamientos en toda la CDMX, actualmente casi 18,000.

 

En el mapagif, de color rojo habitaciones con precio de 500 a 1000 pesos, de color naranja de 1001 a 1500, amarillo de 1501 a 2000, azul claro 2001 a 5000 y azul obscuro mayor a 5000 pesos.

 

Los datos que se han liberado por parte de Inside Airbnb me han vuelto loco, sobretodo porque hice una solicitud de está información hace tres años y hoy me di cuenta que habían sido liberados, por eso la emoción por comenzar a describir y analizar los datos. A reserva de verificar la información, de ésta base de datos deben salir muchas investigaciones, tesis y artículos. No sólo contiene información geográfica sino sobre el tipo de inmueble, los cuartos disponibles, las reglas de hospedaje. Es decir, lo tiene todo.


Para descargar la base: http://insideairbnb.com/get-the-data.html

1.Con base en datos de Inside Airbnb

El cargo ¿Dónde están los Airbnb’s en la Ciudad de México? apareció primero en Arquine.

]]>
Mapas de la ciudad https://arquine.com/mapas-de-ciudad/ Mon, 18 Jun 2012 13:27:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/mapas-de-ciudad/ Caminar como una herramienta crítica, como una manera obvia de mirar el paisaje y como forma de emergencia de cierto tipo de arte y arquitectura. Deambular por las calles es un modo de construir relatos, orientaciones para viajar por la ciudad y sus mapas.

El cargo Mapas de la ciudad apareció primero en Arquine.

]]>

El caminar es una apertura el mundo. A veces, uno vuelve de la caminata transformado, más inclinado a disfrutar del tiempo que a someterse a la urgencia que prevalece en nuestras existencias contemporáneas. El caminar es un rodeo para reencontrarse con uno mismo… Caminar es un método tranquilo de reencantamiento del tiempo y el espacio.

David Le Breton. Elogio del caminar

por Diana Ortiz / @rojoalizarina + Juan José Kochen @kochenjj

Desde la segunda mitad del siglo 20, el concepto pragmático de recorrer la ciudad se ha modificado hasta llegar a ser “un instrumento estético capaz de describir y modificar espacios, lugares que deberían comprenderse y llenarse de significados, más que proyectarse y llenarse de cosas” (1). Es así, a través de prácticas tangentes a la arquitectura, que surgen aproximaciones al entorno construido, a esta complejidad del uso de la acera, a esta sucesión constante de miradas.

Caminar como una herramienta crítica, como una manera obvia de mirar el paisaje y como forma de emergencia de cierto tipo de arte y arquitectura. Deambular por las calles es un modo de construir relatos, orientaciones para viajar por la ciudad y sus mapas. Mapas bajo coordenadas imaginarias -como aquellas trazadas por Julie Mehretu-  que permiten reunir puntos dispersos en un espacio fracturado. Al caminar se logran establecer puentes entre espacios desarticulados para conducir hacia una lectura urbana personal. Como un citámbulo, definido por su actitud de interés y apropiación en la ciudad que habita y asó para poder sobrevivir entre sus abismos sociales y físicos, culturales y económicos.

Los recorridos por la ciudad son el elemento generador de planos y mapas para dibujar las calles, manzanas, plazas y formas de su mismo trazo. Más allá de la deriva situacionista de Guy Debord y Henry Lefebvre, The Naked City -una práctica de ‘vagabundeo’ experimental por las calles elevado a la construcción de una psicogeografía subjetiva de la ciudad- o la figura del flâneur parisino invocado por Charles Baudelaire y recuperado por Walter Benjamin en su crítica a la ilustración y la modernidad, salir a recorrer las calles de una gran ciudad y perderse en ellas genera patrones personales de dirección. Lo que se deja de ver al transitar por la ciudad, ya sea en automóvil o bajo rutinas apremiantes de angosturas peatonales, sólo se puede identificar a nivel de banqueta; aquí está lo invisible de la ciudades.

Clara Nubiola se propuso hacer una boligrafía de ciudad, cada lunes recibía unas coordenadas en Barcelona que le enviaba Bside Books, y así comenzaba a caminar, con un punto de origen pero sin una ruta trazada y sin otro objetivo que el de ir registrando en su libreta los paisajes, las personas, las conversaciones, las comidas y los espacios. Se trata de un recorrido que dibujó lo que sentía, traduciendo la ciudad a esas boligrafías hechas a partir de observar y recorrer. Después enviaba las hojas con las que Bside Books editó un libro –presentado el año pasado– con diez mapas de la ciudad: La guía de las rutas inciertas; “un evocador recorrido por Barcelona… A veces se nos olvida caminar con todos los sentidos atentos”. Este libro recientemente se volvió un concurso de rutas inciertas como parte de Los vacíos urbanos.

Con otro sentido y no muy lejos de esa fecha, se realizó un Tour Gastronómico, en el que 90 personas recorrieron el centro de Zapopan durante ocho horas. Enrique Reyes creó rutas, investigando sitios que le hablan de tradición y de historia, organizando con los dueños de estos lugares que un día fijado tengan listos una serie de “probetes”, así las personas que forman el tour pueden paladear esto que les sirve para evidenciar la ‘línea cronológica’ de la conformación del barrio; y, de prueba en prueba, van caminando la ciudad. Se trató de un mapa invisible con anotaciones y comentarios de los que participan a través de diversas redes sociales. Este proyecto urbano es similar al reciente Corredor Cultural Roma-Condesa promovido por Ana Elena Mallet, y que en su octava edición organizó rutas gastronómicas e históricas, así como una serie de actividades artísticas y culturales en distintas sedes de ambas colonias.

La acuciante necesidad de recuperar las calles como experiencia sensorial en espacios públicos vivos –otro ejemplo es Jane’s Walk que comenzó hace cinco años en Toronto y ha organizado más de 600 caminatas en 85 ciudades y 19 países– es motivo de reflexión para cambiar la cotidianidad de la vida en la ciudad y crear mapas tangibles o intangibles que sugieran nuevas formas de apropiación ciudadana.


(1)  Careri, Francesco (2009), El andar como práctica estética, Walkscapes, Gustavo Gili, Barcelona, P. 27


El cargo Mapas de la ciudad apareció primero en Arquine.

]]>