Resultados de búsqueda para la etiqueta [Librerías ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Wed, 11 Sep 2024 20:17:55 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Punto y Coma https://arquine.com/obra/punto-y-coma/ Wed, 11 Sep 2024 20:17:55 +0000 https://arquine.com/?post_type=obra&p=92900 Una librería y centro cultural en la ciudad de Querétaro (México) diseñado por Verduzco Guerra Arquitectos, este espacio busca desencadenar interacciones espontáneas y favorecer una red de intercambio de conocimiento colaborativo en un proyecto comercial de reciclaje urbano.

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Este proyecto es una librería y centro cultural que busca desencadenar interacciones espontáneas y favorecer una red de intercambio de conocimiento colaborativo.  

Ubicado en Álamos 43, dentro de un proyecto comercial de reciclaje urbano en la ciudad de Querétaro (México), el proyecto aprovecha la preexistencia arquitectónica del antiguo condominio, y desarrolla un recorrido fluido y sin puertas. El diseño se destaca por el uso de muros curvos, lo que invita a los usuarios a explorar y recorre con libertad cada rincón del espacio, creando así una experiencia dinámica y acogedora.  

Una larga mesa de exhibición, con un gesto lineal simple, unifica el recorrido y crea un circuito que promueve una experiencia continua de descubrimiento. El espacio incluye diversos rincones adaptados a diferentes necesidades: desde áreas abiertas para el descanso y la convivencia, hasta espacios íntimos ideales para la lectura y la reflexión. Por ejemplo, el Espacio Reflexivo, que es un área de uso indefinido que logra una atmósfera íntima para las distintas actividades del centro cultural.  

En la parte posterior del local se encuentra un área colaborativa que ofrece tres modalidades distintas de trabajo: una mesa central azul, un booth con mesas individuales y un largo escritorio con vistas a un pequeño patio.  

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Una casa roja, una librería roja https://arquine.com/obra/una-casa-roja-una-libreria-roja/ Sun, 12 Nov 2023 17:04:21 +0000 https://arquine.com/?post_type=obra&p=85017 Una casa de chapa de color rojizo es una pequeña librería y biblioteca que se limitan al mínimo, controlando y filtrando la incidencia del sol directo para aprovechar la luz difusa. Al ingresar, parece el el interior de la bodega de algún barco que va en su búsqueda en altamar. 

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Una casita roja, un dibujo muy parecido al de la infancia, parecido a alguna bodega en medio de un campo. Un edificación que se puede imaginar en muchos mundos. Es un ícono que transporta y recuerda al hogar, que invita a disfrutarla desde dentro. 

Su estructura se configura con pequeñas piezas de madera de una única dimensión. Un tipo de construcción de entramado liviano y de bajo impacto la cual fue materializada por una sola persona. Esto fue determinante en el diseño de las piezas las que deberían ser fácilmente manipulables, livianas pero resistentes. Dos tipos de unidades estructurales las cuales se fabrican en el suelo para luego ser montadas: una funciona como columna, otra como cabriada; ambas materializadas con listones de pino de 2 × 2. Una vez ensambladas son soporte tanto del cerramiento como de los anaqueles.

En el exterior la chapa de color rojizo se coloca de forma horizontal eliminando la necesidad de colocar cenefas y elementos de cierre. A su vez las cabriadas truncas se articulan con la chapa curvada configurando una cámara de aire ventilada en todo el desarrollo de la cumbrera mejorando considerablemente las condiciones de aislación térmica del recinto. Las aberturas se resuelven con ventanas recicladas y por tratarse de una pequeña librería y biblioteca se limitan al mínimo, controlando y filtrando la incidencia del sol directo, y ubicando, para aprovechar la luz difusa, un ventanal de mayor superficie hacia el sur. A su vez estos vanos se ubican de manera estratégica para direccionar las visuales y evitar cruzar miradas con viviendas vecinas configurando un espacio de carácter introspectivo. Al ingresar, parece el el interior de la bodega de algún barco que va en su búsqueda en altamar. 

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Luvina y la Vecindad https://arquine.com/luvina-y-la-vecindad/ Tue, 16 May 2023 14:54:09 +0000 https://arquine.com/?p=78653 Mi primera vez en Luvina fue por accidente. Había ido a conocer las Torres del Parque, los famosos multifamiliares que Rogelio Salmona construyó entre la antigua plaza de toros y la Macarena, un barrio empinado al oriente de la ciudad que se ha ido gentrificando poco a poco. Frente a las Torres, tras una cortina […]

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Mi primera vez en Luvina fue por accidente. Había ido a conocer las Torres del Parque, los famosos multifamiliares que Rogelio Salmona construyó entre la antigua plaza de toros y la Macarena, un barrio empinado al oriente de la ciudad que se ha ido gentrificando poco a poco. Frente a las Torres, tras una cortina de lluvia que azotaba furiosamente la Carrera 5, estaba Luvina. Tanto el café como la librería los atendía un señor ya grande, si no mal recuerdo con el pelo largo y canoso amarrado en una cola. El señor daba vueltas por las mesas, desperdigadas entre estantes y columnas de libros. Conversaba y reía con la clientela, que en su mayoría parecía ser regular, conocida. Por lo menos ese era el trato que el señor le daba. 

Volví un tiempo después a Luvina y ahí estaba todavía el señor, que se acercó a nuestra mesa. Conocía todas las editoriales independientes locales y me mostró un par de libros de un escritor de la primera mitad del siglo XX, José Antonio Osorio Lizarazo. Uno era la ya mítica novela de ciencia ficción Barranquilla 2132. El otro, publicado por Laguna Libros, era su primera novela, titulada La casa de vecindad (1930). Esa tarde salí de Luvina con ambos. Un tiempo después, me enteré en redes que la librería había cerrado sus puertas. 

Curiosamente, La casa de vecindad es el diario de un tipógrafo cincuentón desempleado. A causa de la introducción de los linotipos en los años 20, su oficio de toda la vida ha desaparecido. Encima, los precios de esa Bogotá en plena modernización se han disparado, en especial la renta. “¡Pero qué precios!” recalca el hombre “¡Es imposible vivir”. Orillado, no le queda más que alquilar un cuarto en una vecindad en el barrio de Los Mártires. Odia la vecindad, sus chismes, sus pleitos, su alcoholismo, las condiciones de vida que se soportan ahí en general. Dice en repetidas ocasiones que la vecindad está maldita, condenada. Y si, en las primeras páginas, él confía en que aquel descenso al inframundo bogotano no es sino una escala temporal, un accidente, conforme pasa el tiempo el hombre comienza a sospechar que la maldición de la vecindad ya se ha posado sobre él también. 

El hombre vuelve a su diario –esas páginas que nosotros leemos– en busca de un refugio, un espacio donde exteriorizar la frustración y encontrar una suerte de compañía. Porque, sobre todas las cosas, el tipógrafo se siente solo, abandonado, escupido por un mundo que ya no lo quiere ni lo reconoce. El problema es que el diario, al cual acude como un escape de la realidad, es en realidad un laberinto donde nuestro tipógrafo se va perdiendo, enredado en su propia narrativa de lo que está pasando. Por momentos, la escritura le revela una salida a su soledad, como cuando se le aparece fugazmente la idea del socialismo, que él mismo rápidamente descarta. En su lugar, el hombre se obsesiona por cuidar a su joven vecina, una madre soltera que no quiere sus atenciones: “¿Y quién me dice a mí que usted no es igual a los demás hombres y que al fin procurará cobrarme, como todos, estos servicios de apariencia desinteresada? ¡Todos son iguales! ¡Todos son iguales, señor! Y no quiero ir rodando de uno a otro”. Pero él insiste en que sus intenciones son “puras,” las de un padre cuidador. Nunca reconoce su violencia o su egoísmo.   

La novela de Lizarazo se trata de la caída de un hombre maduro en las grietas de una Bogotá que, de pronto, se ha vuelto irreconocible. Una ciudad que ha perdido sus espacios de siempre, sus formas, en las que ya nadie se sabe tu nombre o tu historia y en la que conviven cotidianamente las más diversas realidades. En suma, una ciudad moderna. Para nuestro tipógrafo, demasiado maduro como para ajustar, estos cambios se viven con un profundo desentendimiento y una paralizante confusión. Poco a poco, el hombre va descendiendo a los submundos que la nueva dinámica ha fabricado por toda la ciudad, a la par de sus nuevos y relucientes edificios: vecindades, callejones, prostíbulos, casas de empeño… El diario se convierte, de pronto, en la única posibilidad de dejar rastro de este proceso de lenta y exasperante desintegración. 

No podía no pensar en Luvina. No podía no pensar que cerró, que el señor se fue, con su canosa cola de caballo y su pesada memoria de librero curtido, a quién sabe qué desconocidas partes de esa ciudad “incoherente y fatal”, en palabras del tipógrafo. ¿Era una casualidad o por qué el señor me había colocado aquel libro en las manos? Por fortuna el espacio se volvió otra librería, pero aun así duele que Luvina no exista más y que no quede mucho rastro, como tantos otros espacios que, tercos en su resistencia durante años, un día ya no aparecen en esa esquina en donde deberían estar.  

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Cien años de Shakespeare and Company https://arquine.com/cien-anos-de-shakespeare-and-company/ Tue, 19 Nov 2019 08:00:26 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/cien-anos-de-shakespeare-and-company/ El 19 de noviembre de 1919 Sylvia Beach abrió la librería Shakespeare and Company en París, una de las más conocidas e importantes librerías para la literatura inglesa de la primera mitad del siglo XX.

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“La primera vez que entré en la librería estaba muy intimidado y no llevaba suficiente dinero para suscribirme a la biblioteca circulante. Ella me dijo que ya le daría el depósito cualquier día en que me fuera cómodo y me extendió una tarjeta de suscriptor y me dijo que podía llevarme los libros que quisiera.” Eso escribió en los años cincuenta Ernest Hemingway, contando su estancia en París en los años veinte del siglo pasado. Ella era Sylvia Beach, la dueña de Shakespeare and Company, librería y biblioteca de préstamo que abrió sus puertas hace cien años. “Tenía las piernas bonitas y era amable y alegre y se interesaba en las conversaciones; le gustaba bromear y contar chistes,” según Hemingway. Beach nació el 14 de marzo de 1887 en Baltimore, Maryland. “Tenía unos 14 años cuando papá llevó a toda la familia a vivir a París”, escribió Beach en sus memorias, publicadas en 1959. Tres años después regresaron a vivir a Princeton, pero volvían a pasar algunas semanas o meses incluso en Francia cada que les era posible. “Teníamos una verdadera pasión por Francia”, dijo Bleach.

En 1917 ella y su hermana, Cyprian, volvieron a París para estudiar. “Un día en la Biblioteca Nacional —cuenta Beach— me di cuenta que una revista se podía comprar en la librería A.Monnier, en el 7 de la calle del Odéon.” Adrienne Monnier había nacido en París en 1892. El 15 de noviembre de 1915, usando el dinero que su padre le dio y que él había recibido como compensación por un accidente, abrió La Maison des Amis des Livres. Desde el primer día que se conocieron, Beach y Monnier hablaron de su pasión compartida: los libros. Beach pensó en abrir una sucursal de la librería de Monnier en Nueva York, pero al final decidió abrir una con libros en inglés en París. Monnier le avisó de un local vacío, una antigua lavandería ahora en renta, a la vuelta de la calle del Odéon, en el número 8 de la calle Dupuytren. “Al poco tiempo —escribe Beach—, mi madre en Princeton recibió un cable mío que decía simplemente: «Abro una librería en París. Por favor envía dinero,» y me envió todos sus ahorros.” Empezó la compra de libros —la mayoría de segunda mano en librerías parisinas— y los arreglos del local. No se planteó una fecha para abrir. “Finalmente llegó el día en el que todos los libros que pude comprar estaban en los estantes y uno podía caminar sin tropezarse con escaleras y latas de pintura. Shakespeare and Company abrió sus puertas. Era el 19 de noviembre de 1919.”

Beach había previsto que el préstamos de libros en inglés en París tendría más éxito que su venta. “Por eso conseguí todo lo que me gustaba para poderlo compartir con otros.” Los suscriptores, tras dejar un depósito, podían llevarse hasta dos libros a la vez, aunque había excepciones como Hemingway o James Joyce, que según Beach se llevaba docenas de libros y los tenía en su casa por años. Cada miembro tenía una pequeña tarjeta de identidad, “tan buena como un pasaporte”, dice Beach que le contaron. Entre los primeros suscriptores estuvo André Gide y, recién llegados de Londres, Ezra Pound y su esposa, Dorothy Shakespear. También Gertrude Stein y Alice B. Toklas, Walter Benjamin, William Carlos Williams o Paul Valery fueron algunos de los muchos escritores y artistas que se volvieron habituales de la librería de Beach. El verano de 1920 entró a la librería el que sin duda sería el más importante miembro del club de lectura: James Joyce.

Prueba del Ulises con correcciones de Joyce.

 

Beach admiraba la obra de Joyce y pronto se volvió su amiga y confidente. Cuando Joyce le contó sobre los problemas para encontrar un editor para la obra que estaba a punto de terminar, el Ulises. “Sin desanimarme por la falta de capital, de experiencia y de todo el resto de requisitos de un editor, me lancé con el Ulises,” escribió Beach, quien instruyó al impresor de darle a Joyce todas las pruebas que pidiera para hacer correcciones. El 2 de febrero de 1922, el día que Joyce cumplía 40 años, Beach tocó a la puerta de su casa llevando el primer ejemplar impreso del Ulises como regalo. “Sorprendentemente, dice Beach, en la tierra de Rabelais, Ulises fue casi demasiado atrevido para la Francia de los años veinte.” En Inglaterra y en los Estados Unidos el libro fue considerado obsceno y prohibido. En sus memorias Beach reproduce una carta de George Bernard Shaw diciendo que el Ulises le parecía “un registro repugnante de una asquerosa fase de la civilización, pero un registro verdadero.” La relación de Beach y Joyce y Shakespeare and Company duraría casi dos décadas y sería incluso de algún modo el detonador del cierre de la librería en 1941, durante la ocupación Nazi: 

Un oficial alemán de alto rango, quien había bajado de un enorme coche militar gris, se detuvo a ver una copia de Finnegans Wake en la vitrina. Entró y, hablando un inglés perfecto, dijo que quería comprarla. “No esta en venta.” “¿Por qué no?” Es mi última copia, dije. La estaba guardando. ¿Para quién? Para mí. Estaba enojado. Estaba muy interesado en el trabajo de Joyce, dijo. Me mantuve firme. En cuanto salió, quité el Finnegans Wake de la vitrina y lo guardé en un lugar seguro.

Un par de semanas después el mismo oficial regresó a la librería. ¿Dónde está el Finnegans Wake? Lo guardé. Temblando de rabia dijo: “Vendremos a confiscar todos sus bienes hoy mismo.” “De acuerdo”. Se fue de ahí.

Beach vació por completo la librería en dos horas —libros, libreros y hasta lámparas. “¿Vinieron los alemanes a confiscar los bienes de Shakespeare and Company? Si así fue, no encontraron la tienda.” Pero al poco tiempo fueron en búsqueda de la propietaria, que estuvo seis meses recluida en un campo. Pese a las recomendaciones de muchos amigos, Sylvia Beach permaneció en París, junto con Adrienne Monnier. El día de la liberación de la ciudad oyó que alguien gritaba su nombre en la calle. Era Hemingway. Beach murió en París en 1962.

En agosto de 1946 llegó a París otro estadounidense, George Whitman. Tenía 33 años y tras haber servido en el ejército se había inscrito en la Sorbona. Cinco años después, en 1951, abrió una librería en París. Beach era una de las visitas habituales a la librería de Whitman, quien era su gran admirador. En 1964 Whitman le cambió de nombre a su librería, recuperando a manera de homenaje el de Shakespeare and Company. No sería el único homenaje que Whitman haría a la famosa librera y editora. Su hija, quien hoy dirige Shakespeare and Company, se llama Sylvia Beach Whitman.

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Adoptar la librería (o conseguir una) https://arquine.com/adoptar-la-libreria-o-conseguir-una/ Tue, 16 Feb 2016 06:16:53 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/adoptar-la-libreria-o-conseguir-una/ Hay quien afirma que la bondad de una ciudad se puede medir por la cantidad de librerías que existan en ella. Esto lleva, otra vez, al problema de fondo: ¿Cómo se está educando a las nuevas generaciones? ¿Con X-boxes, chats y basura televisiva o con la costumbre de los buenos libros? La pregunta remite, directamente, a la salud integral de la ciudad.

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Hay quien afirma que la bondad de una ciudad se puede medir por la cantidad de librerías que existan en ella. A Guadalajara no le va muy bien en este sentido. Es bien conocido el bajísimo índice de lectura que prevalece en nuestro país. Y la imparable avalancha de la televisión en todos sus formatos, y de las pantallas en general, que aleja cada vez más a los jóvenes de la costumbre de frecuentar los libros.

Habría, sin embargo, que matizar. Muchos jóvenes se acercan a la lectura, y a la escritura para el caso, a través de las comunicaciones cibernéticas. La calidad de este acercamiento es difícil de ponderar. Conversando con uno de los más importantes críticos literarios de México, éste concordaba en que con la lectura de un texto de valía en la pantalla (de la computadora, de kindle, del teléfono, etc.) se pierde, digamos, un cuarenta por ciento de su impacto, de su efectividad. Por otro lado, los libros se siguen vendiendo; el problema es que la mayoría de ellos es basura, o poco menos.

Sorprendentemente, en Guadalajara existe una respetable cantidad de librerías de viejo en el centro de la ciudad y alrededores. Su misma presencia y funcionamiento indican que algo se mueve. Una excursión por algunas de ellas es, además de algo muy divertido, sumamente interesante, y barato. Debería haber un catálogo de estos beneméritos (casi todos) establecimientos, para información general.

Otro caso es el de las librerías, digamos, formales, que venden libros nuevos. No son muchas, cada vez parecen ser menos. Y son importantísimas. Resultan ser unas especies de antenas que captan las novedades del tiempo, traen indispensables noticias a través de ciertos libros, guardan en sus inventarios verdaderos tesoros capaces de mejorar, a veces de cambiar la vida del lector. Esta posibilidad, que cada buena librería guarda, las convierte en algo inapreciable para cada barrio de la ciudad.

Se habla de barrios: ¿cuántas librerías hay en los extensos entornos cubiertos por los llamados “cotos”? Posiblemente cero. De precisar el dato, sería muy revelador del estado de la cultura en las clases medias tapatías. Pero los barrios son otra cosa. No porque en ellos exista forzosamente una librería: por la posibilidad misma de que exista. De que sea acogida, frecuentada, mantenida por la comunidad. Recordemos cómo, en los mejores casos del pasado, librerías como la de Fortino Jaime o la Font se convirtieron, a través de las tertulias que allí se sostenían, en verdaderos focos de irradiación cultural e intelectual.

En la colonia Americana, por ejemplo, hay al menos dos librerías muy celebrables. Una se llama “Elegante Vagancia”, y es una joya. Está en la esquina suroriente de López Cotilla y Colonias, alojada en una buena casa de Ignacio Díaz Morales. La otra es la librería Siglo XXI, ubicada sobre la misma calle de López Cotilla, entre Robles Gil y Argentina, banqueta norte. Contribuyen fuertemente a la habitabilidad, a la civilización del barrio, a su posibilidad de tener gentes mejores, más inteligentes, más simpáticas y más pendientes de la buena marcha de la vida colectiva.

Todo esto lleva, otra vez, al problema de fondo: ¿Cómo se está educando a las nuevas generaciones? ¿Con X-boxes, chats y basura televisiva o con la costumbre de los buenos libros? La pregunta remite, directamente, a la salud integral de la ciudad.

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