Resultados de búsqueda para la etiqueta [enfermedad ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 24 Feb 2023 03:11:55 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 Nan Goldin: ciudades al margen https://arquine.com/nan-goldin-ciudades-al-margen/ Fri, 10 Jun 2022 16:01:14 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/nan-goldin-ciudades-al-margen/ El Museo Tamayo presenta una exposición con trabajos de Nan Goldin en los que puede leerse una tensión entre el cuerpo y la ciudad, entre lo doméstico y lo urbano. La ciudad que captó la fotógrafa, donde lo íntimo y lo colectivo se difuminan (donde la desnudez puede compartirse en calles o en bares) está al margen del paisaje que solemos pensar como funcional.

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Recientemente, fue inaugurada en el Museo Tamayo la exposición Nan Goldin, la cual reúne dos piezas de la fotógrafa homónima estadounidense: “The Other Side” y “Memory Lost”, ambas instalaciones en video que muestran dispositivas del vastísimo archivo de la artista y que corresponden a dos proyectos fotográficos. La primera presentación se desprende de una de sus publicaciones más tempranas en la que recopila los espacios íntimos y colectivos de las comunidades LGBTQ de Boston, mientras que la segunda es un trabajo reciente que documenta la vivencia personal de Nan Goldin durante la crisis de los opioides en Estados Unidos. En ambas obras (y en casi toda la producción de la fotógrafa) puede leerse una tensión entre el cuerpo y la ciudad, entre lo doméstico y lo urbano. “Nan Goldin proviene de una familia muy conservadora. Ella vivía en Washington, en un suburbio”, comenta Andrea Valencia, curadora de la muestra, en entrevista con Arquine. “Escapa a la ciudad para poder ser ella misma. Ahí es donde se encuentra con la comunidad drag. Creo que la ciudad también le dio identidad a las personas que retrata, sujetos que estaban explorando una identidad de género distinta”. 

En ambas series, la presencia de las diversidades sexuales es una constante, aún cuando “Memory Lost” tenga como punto de partida a la misma Goldin en un proceso en el que capturó su propia dependencia a un opiáceo que ha causado estragos en su país. La domesticidad de las llamadas “familias elegidas”, donde personas racializadas y transgénero habitaban comunalmente espacios que ponían en cuestión ideas normativas sobre la vivienda y sobre las estructuras familiares, así como las escenas nocturnas y los paisajes urbanos, construyen una memoria personal de dos enfermedades: la epidemia del SIDA y la adicción a la oxicodona, la cual fue padecida por la fotógrafa como consecuencia de lo que se ha llamado la epidemia de los fármacos. Andrea Valencia apunta: “Ella ha explicado que hay un cambio en los sujetos que retrata. Al principio, entre los 70 y 80, las personas sentían que lo podían todo. De ahí, también surgieron adicciones. A finales de los 80 e inicios de los 90, varios de sus amigos comienzan a morir. La actitud de los sujetos se transforma: de la libertad y la exploración adoptan una actitud casi de supervivencia. Es muy sutil esa transición”.

 

El aumento de la epidemia del SIDA es una motivación para Goldin por retratar e inmortalizar las vidas de sus sujetos. Como documentalista de los espacios íntimos de su comunidad, el trabajo de Nan Goldin también puede interpretarse como una crónica de ciertas periferias urbanas. Las imágenes de las camas destendidas donde parejas reposan o los espejos donde drag queens se transforman mantienen relación con otros espacios que no son privados, como los bares donde se celebraban pasarelas drag o las calles que recibían los desfiles del orgullo. A esta frontera borrosa entre lo interior y lo exterior, se le puede añadir la enfermedad del SIDA, un aspecto que, como señala Andrea Valencia, modificó cómo estos cuerpos miraban a la cámara y ocupaban sus espacios. En su ensayo Brining AIDS Home: Urban and Domestic Queer Spaces in the work of Nan Goldin and David Wojnarowicz, Emilie Morin y James Boaden comentan que en el trabajo de Nan Goldin los límites entre los sitios privados y los públicos se desestabiliza. Los autores mencionan que sus imágenes “representan las tensiones entre lo público y lo privado” contrastando “sitios seguros”, como lo es una casa, con sitios llenos del peligro llenos de muerte.

Los autores parten de las “domesticidades alternativas”, concepto planteado por Brent Pilkey para desarrollar la idea de que las comunidades sexuales, sobre todo cuando han sido marginalizadas de alguna manera de espacios legitimados por la planeación urbana o la arquitectura, “subvierten prácticas espaciales hegemónicas y ensanchan las perspectivas sobre la vivienda como un sitio constituido, habitado y activado por cuerpos cuya expresión de género y sexo concuerden”. ¿Los espacios domésticos y las ciudades, entonces, validan formas afectivas y sexuales de relacionarse demeritando otras? Hay normas espaciales y normas identitarias. En su ensayo “Bodies-Cities”, la filósofa Elizabeth Grosz explica que las relaciones entre el cuerpo y la ciudad son contingentes: la ciudad se piensa a través del cuerpo, y el cuerpo se “urbaniza” para expresarse según las maneras metropolitanas, las cuales suelen entenderse como un centro al cual es deseable asimilarse. “La ciudad es uno de los elementos cruciales para la producción social del cuerpo sexuado”, apunta Grosz. “La ciudad orienta y organiza la familia, el sexo y las relaciones sociales en la medida en que la ciudad distingue, en la vida cultural, distinciones entre lo público y lo privado, dividiendo y definiendo geográficamente las posiciones y los sitios que ocupan individuos y grupos”. Las personas retratadas por Goldin pertenecen a un colectivo cuyas prácticas espaciales se distinguen de aquello que la ciudad suele gestionar: la familia como unidad social y el consumo como forma de relacionarse. La ciudad que captó la fotógrafa, donde lo íntimo y lo colectivo queda difuminado (donde la desnudez puede compartirse en calles o en bares) está al margen del paisaje que solemos pensar como funcional.“Pero no es el caso de Nan Goldin. Ella decía: ‘esta es mi familia, esta es mi fiesta’”.

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La ciudad apestada https://arquine.com/la-ciudad-apestada/ Mon, 24 Feb 2020 15:25:20 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-ciudad-apestada/ El coronavirus llegó a Europa. El País reporta que en el norte de Italia "50 mil personas han sido confinadas en 11 municipios que se consideran los principales focos del contagio." La nota agrega que tres grandes ciudades —Turín, Milán y Venecia— "han tenido que suspender su vida normal".

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El coronavirus llegó a Europa. El País reporta que en el norte de Italia “50 mil personas han sido confinadas en 11 municipios que se consideran los principales focos del contagio.” La nota agrega que tres grandes ciudades —Turín, Milán y Venecia— “han tenido que suspender su vida normal cancelando la actividad escolar, cerrando bares, teatros, discotecas y anulando ferias o el carnaval más famoso del mundo.” Precisamente en el carnaval de Venecia —suponiendo que siga siendo “el más famoso del mundo”—, una de las máscaras más vistas es Il Dottore della peste, el doctor de la peste. El traje se empezó a usar a mediados del siglo XVII. Según explica un artículo del Journal of the History of Medicine and Allied Sciences:

Atribuyendo la enfermedad a vapores corruptos, los médicos se protegían utilizando trajes de piel, con grandes anteojos de cristal y un largo pico que contenía especias aromáticas, empleando también una vara para dar instrucciones. Intentaban contrarrestar los miasmas con recetas para artículos como arañas y sapos para absorber el aire, “viento embotellado”, baños de orina, purgantes, estimulantes y, por supuesto, sangrado. La serenidad y la alegría se consideraron particularmente deseables, y se advirtió a los pacientes que no pensaran en la muerte sino que solo contemplaran el oro, la plata y otras cosas que confortan el corazón.

En su curso Los anormales, Michel Foucault habló de “la ciudad apestada”, contrastando el modelo de expulsión de individuos que se utilizaba, por ejemplo, para controlar la lepra, con el de reclusión de poblaciones, que servía en el caso de la peste. “Creo —dice Foucault— que la sustitución, como modelo de control, de la exclusión del leproso por la inclusión del apestado es uno de los grandes fenómenos que se produjeron en el siglo XVIII.” Foucault explica entonces cómo operaba el modelo re inclusión o reclusión de los apestados:

Desde luego, se circunscribía —y verdaderamente se aliaba— un territorio determinado: el de una ciudad, eventualmente el de una ciudad y sus arrabales, que quedaba configurado como un territorio cerrado. Empero, con la excepción de esta analogía, la práctica concerniente a la peste era muy diferente de la referida a la lepra. Puesto que ese territorio no era el territorio confuso hacia el que se expulsaba a la población de la que había que purificarse, sino que se lo hacía objeto de un análisis fino y detallado, un relajamiento minucioso.

Foucault subraya en su explicación la manera como el control de la enfermedad se hacía mediante un control territorial, marcando y demarcando cada espacio, desde casas particulares hasta barrios y regiones enteras. Cómo todo y todos eran sometidos a incesante escrutinio, observados, revisados. “Al comienzo de la cuarentena, todos los ciudadanos que se encontraban en la ciudad tenían que dar su nombre. Sus nombres se escribían en una serie de registros. […] Y los inspectores tenían que pasar todos los días delante de cada casa, detenerse y llamar.” La gran diferencia, según Foucault, es que “en tanto la lepra exige distancia, la peste, por sumarte, implica una especie de aproximación cada vez más fina del poder en relación con los individuos, una observación cada vez más constante, cada vez más insistente.” Contrario a la lepra, la peste implica “una descomposición de la individualidad” y “el momento en que se cancela cualquier regularidad de la ciudad.”

 

Las imágenes de ciudades chinas casi vacías, recorridas sólo por médicos, policías o trabajadores de limpieza enmascarados, de un barco varado en puerto con todos sus pasajeros en cuarentena y de ciudades italianas que suspenden hasta el carnaval más famoso del mundo, muestran que, pese a la capacidad de la ciencia para aislar el genoma del virus en cortísimo tiempo o del gobierno chino para construir un hospital en diez días, algunas cosas funcionan aún casi como en el siglo XVII.

 

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El virus de los otros https://arquine.com/el-virus-de-los-otros/ Fri, 19 Jan 2018 18:29:07 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-virus-de-los-otros/ La enfermedad rompe la armonía de la ciudad: se convierte en una anomalía a la que hay que erradicar, al alterar la pulcritud de los espacios públicos por aquello que no corresponda a lo que normalmente se encuentra ahí. Y sucede que la enfermedad tiene el rostro de una población específica: aquellos que, generalmente, son excluidos.

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Estanterías vacías en un supermercado de la Ciudad de México durante la epidemia de influenza AH1N1. Fotografía: Eneas De Troya. Licencia CC BY 2.0. Wikipedia

 

En el año 2009, el Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, y el médico y secretario de salud, José Armando Ahued, tomaron la decisión de suspender las actividades públicas del entonces Distrito Federal por alerta epidemiológica. Tal como lo reporta Arturo Páramo para Excélsior, “los casos reportados en hospitales del sur de la ciudad eran de una rara especie de gripe que se resistía al tratamiento con los antivirales de rutina. Cultivos de la cepa fueron enviados a los laboratorios en Canadá y Estados Unidos al tiempo que en la Ciudad de México se multiplicaban los casos de esa gripe fulminante”. Gracias a las medidas que se accionaron, cuerpos de enfermería trabajaron a un lado de la milicia, las escuelas capitalinas fueron desalojadas y en los transportes públicos aparecieron los tapabocas y los desinfectantes. En el mismo texto de Páramo, una memoria retrospectiva de los sucesos, se encuentra señalado que poco más de 1200 personas murieron por la influenza AH1N1. En un panorama mucho más general, Ahued le declara al periodista que la ciudad atraviesa una crisis: “Más que administrar la actual la salud de los capitalinos, avizora que hay que prepararse para la debacle que se avecina”. Y esa visión no tiene únicamente un fundamento biológico. La obesidad y el riesgo que implica para los mexicanos su propia actividad sexual se encuentran espoleados por idiosincrasias culturales y educativas. Mientras ambos síntomas incrementan sus índices, existen los esfuerzos por evitar que arribe la educación sexual a las escuelas o por sostener con presupuestos o espacios dignos a las actividades deportivas, ya no digamos en lo que respecta únicamente al ámbito escolar: las áreas para hacer ejercicio son expropiadas para que así cumplan con otras agendas.

 

Misa para rogar por el fin de la epidemia. Fotografía: Eneas De Troya. Licencia CC BY 2.0. Wikipedia

 

Pero, aparte de estas tensiones eternas entre las iniciativas públicas y las consciencias que reprueban la repartición de preservativos, se construye otra significación que resulta, algunas veces, mucho más activa que los debates meramente informativos sobre la enfermedad en los ámbitos urbanos. Cada epidemia trae consigo un relato, una ficción colectiva que, en sí misma, no se opone a una construcción de verdad sino que termina funcionando precisamente como una definición de la realidad. En las crónicas neoyorkinas que se pueden leer sobre los primeros años del SIDA, se narra cómo los doctores, para atender a ésos enfermos, no usaban únicamente las batas reglamentarias sino que se aproximaban usando un traje casi de astronauta. Los hospitales modificaron sus funciones espaciales con el fin de que ingresara aquello que aún era desconocido y que tenía la forma de una decrepitud que, aún para el personal médico, acostumbrado a las violencias del cuerpo humano, no podía asimilar tan fácilmente. De la misma manera, los espacios fueron tomados por la pulsión del SIDA. Primero se dijo que se esparcía a través de los retretes y, en los momentos más cruentos, surgió el terror ante la proximidad. Estar a un lado de alguien contagiado era estar en presencia de la enfermedad misma. Tal vez sea por esto que la enfermedad pone en crisis a los espacios públicos y a la civilidad que albergan. Si te era indiferente tu vecino de asiento en el autobús, la evidencia de un sarcoma sobre su piel puede provocarte pánico. De la misma manera, durante el brote de sífilis londinense a principios del siglo XIX, las prostitutas fueron la encarnación del virus y no sus meros huéspedes, al borde de que, hoy por hoy, los índices de prostitución citadina son tomados en cuenta también en las esferas de la salud pública. Desde otro extremo histórico, el antisemitismo en la época fascista tuvo su explicación biológica, lo mismo que el racismo contemporáneo estadounidense. La frenología y la microbiología proveyeron de los sustentos “objetivos” que aceleraron la segregación espacial de ambas poblaciones, lo que trajo como consecuencia la suspensión de lo público en los espacios urbanos, antes de que el periodo neoliberal propusiera a los centros comerciales como un dispositivo discriminador.

 

La plaga de Florencia en 1348, tal y como se describe en el Decamerón (‘Il decameron’) de Boccaccio . Grabado de Luigi Sabatelli

 

El relato ideológico sobre la enfermedad permite expandir nuestras nociones mismas sobre lo que es la enfermedad. Si un virus es una alteración sobre la armonía de la salud, una diferencia a la que hay que erradicar, la pulcritud de los espacios públicos puede verse alterada por aquello que no corresponda a lo que normalmente se encuentra ahí. Las noticias sobre migrantes que son atacados por hablar español en tiendas, en parques o en medios de transporte, nos permiten intuir que, para cierta nacionalidad, el lenguaje es un virus, un síntoma que intoxica los espacios. La influenza que vació la ciudad no estuvo exenta de sus teorías conspirativas, aunque ese cuidarse de las calles actualmente permanece. Después de la gripe, para la ciudad comenzó la paranoia ante otra alerta de salud pública: el narcotráfico.

 

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