Resultados de búsqueda para la etiqueta [Bifo ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:22:41 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La lenta cancelación del futuro https://arquine.com/la-lenta-cancelacion-del-futuro/ Tue, 30 May 2017 19:04:14 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-lenta-cancelacion-del-futuro/ Con ciudades como las que vivimos, amenazadas por la contingencia ambiental, la falta de recursos básicos como el agua, la creciente desigualdad  o el problema de la exclusión social  , nos enfrentamos no sólo a un reto económico y político sino también arquitectónico y espacial. Como arquitectos es nuestra obligación crear proyectos que pongan en cuestión aquellos modelos ideológicos injustos de los que somos conscientes que no funcionan.

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El llamado progreso, el desarrollo expansionista, el predominio de lo humano sobre el mundo natural y otras tantas teorías que nos podamos imaginar, son en realidad construcciones. Por ello, influyen en el medio y en la vida de los seres vivos, humanos y no humanos, que habitan un territorio. Una idea es primero una construcción ideológica, para luego definirse como espacial, material y social. Así, por ejemplo, podemos entender que la creación de carreteras, autopistas, puentes, presas, la destrucción de ecosistemas, la multiplicación de estaciones de gas, la explotación de recursos para conseguir materiales, etc. ponen de manifiesto que el auge del automóvil durante el siglo XX no sólo fue debido a la multiplicación de los mismos, sino que ésta se apoyó en la transformación económica de toda una nación — o de varias — que dirigió todo su forma de ser hacia ese camino. Volviendo al caso del automóvil como una de las forma de expresión del siglo pasado, veremos, además, que no sólo fue gracias a la necesaria elaboración de una nueva infraestructura y de una cultura que apoyara todo ese desarrollo — desde la construcción de carreteras y autopistas a la industria del caucho para los neumáticos — , sino que implicó la necesidad de elaborar un discurso que sustentara dichas ideas y que las diera a conocer.

Así, las autopistas de Estados Unidos son impensables sin un mensaje propagandístico que vinculara la construcción de carreteras con la del propio país. La expansión de modelos suburbanos y el ideal de individualidad de aquel país no eran sino la perfecta expresión tanto física como simbólica de su modelo capitalista. La transformación que la llegada del automovil y el apoyo a la movilidad particular tuvieron sobre la vida, fueron sólo una parte de un plan que veía en el progreso la forma de vencer, por fin, a la carga del pasado: atrás quedaba el mundo rural y se abrazaba el territorio de lo urbano, más rápido, más veloz y más potente.

1--q0DNqozUlNp4ujX3xZ5_gConstrucción de la carretera Panamericana

 

Como EUA, México anduvo en la misma dirección y sufrió, desde directrices políticas marcadas por el propio Estado, todo un plan de remodelación: carreteras, viviendas e infraestructuras que habrían de introducir al país en la consabida modernidad. Como apunta Cristina Rivera Garza en su reciente libro Había mucha neblina o humo o no se qué, no se pueden entender el llamado milagro mexicano o la llegada del turismo al país sin construcciones como la Carretera Panamericana. Concebida como un eje que vertebra el país de norte a sur y que conecta México con todo el resto del continente, su desarrollo está ligado de forma directa a esa tan deseada transformación económica que permitiera a país abandonar el místico y empobrecido mundo rural. Toda ese cambio es analizado por Rivera Garza desde la figura de Juan Rulfo — que aparece más como excusa para trazar las propias ideas de la autora que como tema en sí — y, en particular, a partir de los textos del propio escritor mexicano. Rulfo vivió en su propio cuerpo ese cambio territorio, pues llegó a trabajar en la fábrica de llantas de Goodrich-Euzkadi, en la elaboración de guías turísticas, en la Comisión del Papaloapan y en el Instituto Indigenista; todos trabajos que, de una u otra manera, serán esenciales para entender los cambios sufridos por el país en aquel momento. Para ello, Rivera Garza compara la figura de Rulfo es con el Angelus Novus de Walter Benjamin, el Ángel de la Historia cuyo “rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”

La preocupación de Rulfo en su obra será entonces, y de acuerdo a Rivera Garza, la de dar cuenta de ese mundo rural e indígena que desaparece bajo la avasalladora acción del progreso. Sus textos, por ello, no intentarán dar cuenta de la Historia (así, con mayúscula) de México, como sí hacía la literatura hasta entonces, sino que se va a centrar en contar la precaria vida de aquellos que han quedado excluidos de la misma. Esa es la razón de que en la obra del mexicano habiten seres fantasmales que se mueven en mundos completamente muertos. A ellos, nos parece decir, sólo les pertenece eso: los escombros del proceso, la nada.

Más allá de cualquier polémica que haya suscitado la publicación del libro, es cierto que la lectura de Rivera Garza permite establecer paralelismos con la propia contemporaneidad, que, para la escritora mexicana, pasa por establecer un acercamiento a la cultura indígena — por otra parte, uno de los temas que más le interesó a Juan Rulfo en textos y fotografías — así como a la explotación laboral y a la mala gestión de los recursos de la tierra existentes hoy en día. Con esa misma lectura, Irmgard Emmelhainz se aventura en un muy buen texto aparecido en e-flux hace poco — Fog or Smoke? Colonial Blindness and the Closure of Representation — con una lectura postcolonial y referida al cambio climático que haría aún vigente, y más allá de lo literario, una lectura de Juan Rulfo en su conjunto. En cualquier caso, la preocupación que puede abrir para nosotros, arquitectos, no es tan distante. Dado que el doble vinculo que proponen estas lecturas de la modernidad — de progreso y amenaza al mismo tiempo — aún puede establecerse como vigente y dado que las políticas e ideologías que se están construyendo hoy tienen repercusiones arquitectónicas y espaciales muy concretas en las que participa de forma directa el diseño, podemos pararnos a reflexionar sobre cómo las actuales políticas medioambientales, económicas y sociales dan forma a nuestro territorio, y establecer entonces si son justas o no, a fin de apuntar dónde se encuentran hoy los excluidos de la Historia.

El recientemente fallecido Mark Fisher, en una conversación que sostuvo con el pensador italiano Franco Bifo Berardi publicada en 2013 en la revistaFrieze, comenta reiteradamente que nos enfrentamos a la “lenta cancelación del futuro”, consecuencia de la expansión del neoliberalismo desde finales de la década de los 70 del siglo pasado. De igual manera, Marina Garcés apuntaba en el reciente MEXTRÓPOLI 2017, que el acceso al futuro es imposible, al menos a la vista de cómo el planeta que habitamos está siendo sobreexplotado y de cómo la desigualdad y la precariedad de la vida crece más y más cada día. Por tanto, todos nosotros corremos el riesgo de quedar fuera del tiempo. Ello puede derivar en un movimiento hedonista que hace del presente el único destino posible y en que las continuas descripciones de la Ciudad de México como un “nuevo Berlín” esquematizan esa línea de pensamiento: el futuro no importa, la vida ha de disfrutarse sólo en el ahora a través con buena comida, buena moda, buena música y buenas fiestas. Sin embargo, esta forma de ver las cosas no lleva a cambiar nada, suspende el problema, si no es que lo agrava. Sin acceso al futuro, estamos a un pequeño paso de caer presas de ese mundo muerto que ya había avanzado Rulfo.

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Frente a esa posibilidad, tanto Garcés como Bifo y Fisher se plantean cómo recuperar el control de nuestro futuro perdido: es necesario reorganizar la acción colectiva y la solidaridad política. Es decir, es necesario actuar, definir un nuevo marco de lo común y afectar directamente a las políticas que se están produciendo hoy en día. Con ciudades como las que vivimos, amenazadas por la contingencia ambiental, la falta de recursos básicos como el agua, la creciente desigualdad — como muestra El País con los muros que dividen y separan las zonas privilegiadas de las marginadas — o el problema de la exclusión social — o la expulsión, como afirma Saskia Sassen en uno de sus últimos libros —, nos situamos no sólo frente a un reto económico y político sino también arquitectónico y espacial, pues la forma y la arquitectura que hoy aparecen en nuestras ciudades no es sino la materialización de las visiones –con sus faltas y sus fallas– de determinadas políticas. Como sociedad en general, y como arquitectos en particular, nuestra obligación debe de pasar por crear proyectos que pongan en cuestión modelos ideológicos injustos que ya somos conscientes que no funcionan. Dicho de otro modo, frente a tanta estética hará falta más ética. Decidir qué modelo de futuro queremos es una decisión ideológica que se está tomando hoy en día, con o sin nosotros. De nosotros depende si queremos dirigirla en alguna línea política de cambio concreto o si, como muchas veces nos pasa, sólo nos preocuparemos por hacer diseños meramente estéticos, es decir, diseños que sólo suplan nuestro hedonismo presente y que nos alejen, como al Angelus Novus, irremediablemente lejos de los problemas.






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El mundo es una plaza (comercial) https://arquine.com/el-mundo-es-una-plaza-comercial/ Mon, 22 Aug 2016 15:53:20 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-mundo-es-una-plaza-comercial/ Hoy, cada vez más, los centros comerciales atraen al exterior a sus entrañas: pistas de ski y de patinaje, juegos mecánicos, áreas verdes, lagos, fauna y flora exótica. Todo el mundo cabe en la plaza comercial, lo que recuerda al ímpetu imperialista de los 'glass houses' decimonónicos, que buscaban conservar especies provenientes de todo el globo.

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“El mundo es una plaza” suena a precepto clásico —lo es—. En gran medida, las ciudades de la antiguedad (re)afirmaban su identidad a través de la congregación, el intercambio y el reconocimiento mutuo que tenía lugar en espacios abiertos. Abiertos no sólo en el sentido arquitectónico-urbano, sino también si entendemos la plaza como aquel foro donde lo común se abre, donde la cosa pública (la res-pública) se anuncia. Así, desde su origen, estos espacios abiertos han permitido la definición de lo político; ya sea a partir de encuentros ciudadanos, transacciones comerciales o simplemente por medio de la negociación de las pasiones humanas, en sus tantas manifestaciones.

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La plaza es producto mismo de las necesidades de una vida compartida y como espacio histórico es médula de la (r)evolución de las civilizaciones. En la plaza confirmamos la pertenencia a un mismo mundo —entendido éste como “la proyección de patrones significativos hacia el espacio envolvente de la experiencia vivida, y la existencia de un código compartido cuya clave yace en las formas de vida en comunidad”, según Franco ‘Bifo’ Berardi**—.

El término de plaza proviene del griego platea que refiere a una vía sujeta de ser atravesada, una calle con frecuencia ancha donde pueden convivir muchas personas, un escenario de tránsito y contacto. Plaza remite también a lugar (place en francés y en inglés) y guarda algunos vínculos con el término patio –punto de encuentro al centro de una construcción—. Siguiendo las descripción de mundo de Bifo, la plaza es el sitio donde se negocian los valores, lo “verdadero”, los códigos por medio de los cuales damos sentido a esas experiencias compartidas.

La piazza italiana es tal vez el prototipo de plaza pública, mas toda ciudad tiene su(s) plaza(s), e inclusive en poblados menores la plaza resulta fundamental para la supervivencia del grupo e incluso la conservación del habitat. Cuando uno llega a una gran plaza —la Plaza di Popolo en Roma, la Plaza de la Revolución en la Habana, Taksim en Turquía, Plaza de la Constitución en México— el paisaje urbano se distiende, la vida de las avenidas precedentes desemboca sobre la plancha como un afluente cargado de memoria, memoria encarnada, como si el resto de la ciudad también confluyera en la plaza, eco de nuestros pasos, o como si la historia flotara en la forma de un fantasma sobre ese terreno abierto, una voz que nos llama a volver los sentidos sobre la vida en la ciudad y escuchar el murmullo de todas las generaciones que nos preceden, las que nos sucederán.

Hoy en día la plaza ha adquirido un cariz particular: la plaza pública se convierte en una plaza primordialmente comercial. Los grandes espacios abiertos no bastan en nuestra economía política postindustrial, urbana, de mercado, y hemos recurrido a los lugares confinados como complemento de la comunión.  A partir de lo expuesto hasta el momento, en la plaza comercial no tenemos sólo una arquitectura del consumo, sino también una identidad vinculada a ese sitio de transacciones, un cuerpo de valores que identifican a una colectividad, directa o indirectamente. En ocasiones me parece que aquella apertura de las plazas tradicionales se ha replegado en la configuración de  puntos de encuentro cerrados (en lo arquitectónico y en lo social).

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La plaza de antaño era pública por naturaleza, la plaza contemporánea es privada por imposición. A diferencia de la plaza pública (donde lo común se expresa), el centro comercial es el templo de lo individual, el sitio donde vamos a satisfacer nuestros caprichos personales. Sobre lo anterior, siendo un espacio privado, en esta plaza no se negocian derechos, se aceptan reglas de particulares. Southdale Center, el primer mall cerrado y climatizado de Estados Unidos, inaugurado en 1956, estableció la pauta para la posterior explosión del centro comercial como ícono de la vida en sociedad, vigente hasta nuestro capitalismo tardío. La misma noción de aclimatar el lugar sugiere un condicionamiento (del espacio, del cuerpo y de la mente).

La arquitectura de la plaza ha evolucionado, pero su función no sólo se ha mantenido, sino que se ha expandido a otras áreas de la vida en sociedad. En un inicio, la arquitectura del centro comercial reflejó un principio de diseño novedoso atado a tendencias de moda (y modernidad); un modo de vida de temporada.  Estos anhelos de novedad han inspirado la creación de espacios de fantasía, como el Schwabylon de Munich o el Helicoide de Caracas; y lo que es tan vez más significativo,  la transformación de sitios históricos en malls, como Las arenas de Barcelona y el Schloss Arkaden en Braunschweig. Tal vez el City Outlet de Bad Munstereifel, un pueblo alemán en el olvido que fue convertido en centro comercial (cada casa un local), es la metáfora a pequeña escala de este mundo mall en el que hoy vivimos.

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Cada vez más los centros comerciales atraen al exterior a sus entrañas: pistas de ski y de patinaje, juegos mecánicos, áreas verdes, lagos, fauna y flora exótica. Todo el mundo cabe en la plaza comercial, lo que recuerda al ímpetu imperialista de los glass houses decimonónicos, que buscaban conservar especies provenientes de todo el globo.

El mundo migró (de menos como idea) al interior de la plaza comercial, lo que significa que hoy el mundo se define en gran medida en los confines del mall. Si el mundo antes fue la plaza pública y hoy el mundo es la plaza comercial, así como el mall captura la intemperie al interior de sus galerías, también percibimos el movimiento inverso: la lógica del centro comercial contamina los espacios públicos. La plaza comercial extiende sus tentáculos a la calle, el jardín, las avenidas, el hogar. Anuncios que nos bombardean por doquier y nos recuerdan que hoy el dominio público pertenece a marcas privadas, sellos de vida sin los cuales perdemos el rostro, el nombre, la memoria. Tal vez los centros comerciales en abandono (ver el proyecto http://deadmalls.com)  sean una imagen apropiada para definir una identidad en crisis, una imaginación desierta. En este sentido, quizás más que arquitecturas del consumo, las plazas comerciales son arquitecturas de la desolación.

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* Este artículo surge de una visita a la exposición World of Malls: Architectures of Consumption (https://www.pinakothek.de/en/exhibitions/world-of-malls-architectures-of-consumption) exhibiéndose en la Pinakothek der Moderne (https://www.pinakothek.de/en) de Munich.

** Franco ‘Bifo’ Berardi (2015). Malinche and the End of the World. En The Internet is Dead. e-flux journal. Berlín: Sternberg Press.






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La Arquitectura como símbolo https://arquine.com/la-arquitectura-como-simbolo/ Fri, 12 Aug 2016 15:37:24 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-arquitectura-como-simbolo/ Actualmente carecemos de arquitectos que tengan la importancia universal que gozaron aquellos del movimiento moderno. La imagen del arquitecto maestro –aquel que fija tendencias, del cual aprendemos al revisar su obra y que nos conmueve su quehacer– está hoy corroída. Causa de esto es que nadie puede producir nada —mucho menos arquitectura— al ritmo con el cual se crea y vende información en el mercado de los medios de comunicación: fuentes de proliferación esquizofrénica de información

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Actualmente carecemos de arquitectos que tengan la importancia universal que gozaron aquellos del movimiento moderno: Le Corbusier, Mies van der Rohe y un amplio etcétera. La imagen del arquitecto maestro, aquel que fija tendencias, del cual aprendemos al revisar su obra y que nos conmueve su quehacer está hoy corroída. Causa de esto es que nadie puede producir nada —mucho menos arquitectura— al ritmo con el cual se crea y vende información en el mercado de los medios —vistos aquí como fuentes de proliferación esquizofrénica de información, tanto de arquitectura como de cualquier otro tema. Lugares en la red y medios en general difunden diariamente las ultimas novedades y necesitan estar actualizados constantemente; cualquier cosa que no se publique al día ha alcanzado su fecha de caducidad. El ayer es el sinónimo de obsolescencia; no hay nada que aprender del ayer porque hoy hay algo nuevo. Lo nuevo lleva implícita una mejora que tiende a seducirnos. Estamos en la época de la información o, más bien, de la semioinflación: “ese tipo de inflación que tiene lugar en el campo de la información, de la comprensión del significado y de los afectos” —citando a Bifo Berardi, un ávido crítico de esta producción acelerada.

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Esto se traduce en el hecho de que cada vez hace falta crear más productos, más signos, más abundancia y más información, para obtener la misma cantidad de significado —o menos—, que se manifiesta en la multiplicación de información vacía en materia o aspiración de aliento duradero. Hecha para el consumo inmediato. Información casi insignificante que nos abruma con su abundancia.

Un evento sucedido recientemente es un buen caso de estudio que ejemplifica todo lo mencionado: en enero de este año, se demolió el Teatro Nacional de Danza de Holanda, en La Haya, la primera construcción de Rem Koolhaas, realizada en 1987. Se dice que él es de los arquitectos más influyentes de nuestros tiempos y que de la escuela que encabezó durante el último cuarto del siglo pasado han surgido varios otros iconos de la arquitectura actúales: los Baby Rems —de Zaha Hadid a Bjarke Ingels. Y por su trayectoria de creación en materia artística y literaria en torno a la arquitectura, también se ha atribuido al holandés el título del gran teórico de la arquitectura contemporánea. La recepción del premio Pritzker en el año 2000, lo posicionó a la vanguardia de un naciente siglo con hambre de ídolos. Consagrado como un ícono de la arquitectura a nivel mundial, ¿cómo es posible que hoy se haya demolido su primera obra? Llama la atención que esto sucedió sin oposición y sin aviso al mismo autor —Koolhaas fue notificado que su obra sería remplaza una vez que había iniciado su desmantelamiento.

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Tal escena pone en evidencia que la arquitectura es víctima de esa semioinflacion. Los edificios relegan su valor de uso frente su valor de mercado que, a su vez, ha sido superado por su valor de símbolo, de lo que representan dentro de un sistema de producción acelerada de signos de consumo —véase el Efecto Guggenheim. El gobierno municipal de La Haya —donde ya no está la primera obra de Koolhaas— dijo que su demolición se debió a que se busca remplazarla por otro edifico que compita con la Sydney Opera House, o sea, un nuevo símbolo que por sí solo le genere plusvalía al lugar donde está emplazado y que sea primera plana en los medios que traten temas culturales. “Cuando la gente ve ese edificio, no ve a Rem, lo que ven es un edifico posmoderno”, se apunto desde el gobierno. Pese a su autor, el edificio no tuvo el mismo valor simbólico de sus demás edificaciones, pues no fue sujeto de difusión mediática al ser inaugurado; por esta razón carece de fama y representa poco sacrifico que sea remplazado.

Los medios al servicio de los sistemas de consumo crean iconos, sean edificios o arquitectos, que son susceptibles de ser sustituidos. Ningún ícono contemporáneo es duradero o confiable y su obsolescencia suele llegar repentinamente. El reciente giro que se ha dado al voltear la mirada a la arquitectura de enfoque social puede que represente otra faceta del mismo patrón. La arquitectura —llamada por el propio Koolhaas como el arte más lento— merece llevar nuestros afectos y aspiraciones de forma duradera para lograr ser trascendente. Aquel que proponga una alternativa para la arquitectura, que logre librarla de esta crisis y que la saque de la lógica de construcción de símbolos de consumo, será el auténtico gran teórico de la arquitectura contemporánea.

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