Resultados de búsqueda para la etiqueta [banquetas ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:27:53 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 Buenas banquetas, mejor seguridad https://arquine.com/buenas-banquetas-mejor-seguridad/ Mon, 29 Apr 2019 11:48:35 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/buenas-banquetas-mejor-seguridad/ Para la ciudad es indispensable que las banquetas puedan encontrar mejores condiciones físicas y encontrar su lugar como la primera muestra de urbanidad en la urbe.

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La inicial herramienta de convivencia ciudadana es la banqueta. Constituye el ámbito físico sobre el que cualquier ciudadano tiene, o debiera tener, plena potestad para hacer de ella buen uso. Medio de comunicación, herramienta básica de la marcha a pie y de la interacción vecinal: no por humildes y utilitarias dejan de guardar buena parte de la dignidad cívica.

Es bien conocida la teoría de la ventana rota: un desperfecto de este tipo en una casa genera a su vez mayores perjuicios por vandalismo e incuria, males que se van extendiendo a las fincas contiguas y eventualmente al vecindario. La incuria es como una infección que amenaza siempre con seguir avanzando. Su remedio está en el cuidado continuado, en la colaboración de todos por mantener una ciudad segura y digna.

Las ciudades son el escenario de una cotidiana pugna entre el deterioro y la renovación, entre la decadencia y la adecuada conservación de todos sus elementos. Es así que se podría hablar del síntoma de la banqueta rota: una señal de que el deterioro gana terreno, de que el desgaste normal o el provocado avanzan. Es el inicio de un proceso que, de no revertirse, redundará en mayores perjuicios para todo el ámbito citadino.

Es bien sabido que el deterioro del contexto urbano, su eventual desorden y falta de coherencia producen un efecto general de permisividad y de insolidaridad ante las necesidades comunitarias. Mayores espacios para la inseguridad.

Se puede observar, como una constante, que en las ciudades mejor desarrolladas se guardan siempre, para las banquetas, los máximos cuidados. Su superficie es homogénea y favorable a la marcha, sus proporciones generosas, sus materiales resistentes y de sencillo mantenimiento, su aspecto es agradable, facilitan en todo lo posible el tránsito de personas con incapacidad, carriolas, etcétera. Los cruces con los arroyos vehiculares guardan en todo lo posible las mismas condiciones de seguridad, con lo que tanto conductores de vehículos de motor como ciudadanía en general prestan a ellos toda la atención necesaria.

Es conocido el hecho de que en Guadalajara estamos lejos de mantener las cualidades mencionadas para nuestras banquetas. En demasiados casos su estado es deficiente y los efectos perniciosos de este hecho, como los apuntados más arriba, cunden lamentablemente.

Pero para cada banqueta debiera existir un responsable solidario con las autoridades municipales: el propietario u ocupante de cada finca alineada con la vía pública. Construyendo una conciencia de la propia dignidad, y la que para la ciudad es indispensable, las banquetas pueden encontrar mejores condiciones físicas, y encontrar su lugar como la primera muestra de urbanidad en la urbe.

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Del buen uso de las banquetas https://arquine.com/del-buen-uso-de-las-banquetas/ Thu, 07 Mar 2019 14:00:52 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/del-buen-uso-de-las-banquetas/ En la banqueta ideal sólo se camina; nadie se sienta a leer un libro o se recuesta a mirar los árboles, nadie juega, nadie repara una silla rota, propia o de algún vecino. La banqueta ideal deberá quedar vacía de nuevo cuando el peatón pase de largo.

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El 4 de octubre de 1993 el gobierno de la ciudad de Seattle dictó una ordenanza para asegurar que las aceras se mantuvieran libres para caminar en la que se prohibía, dentro de ciertas áreas comerciales, sentarse o recostarse sobre una banqueta pública entre las 7 de la mañana y las 9 de la noche. Sólo se permitiría excepcionalmente en el caso de una emergencia médica, de requerir usar silla de ruedas, de tener permiso para un establecimiento comercial, de participar en un desfile, un festival o una manifestación, o de sentarse en una banca existente, pública o privada. El reglamento fue impugnado al poco tiempo por asociaciones para la defensa de los sin techo (homeless), de los derechos humanos y por un músico callejero. Para ellos la ordenanza, en apariencia neutral y genérica, estaba dirigida, implícitamente, a aquellos cuya presencia en la calle resultaba molesta. La demanda que presentaron reclamaba que la ordenanza era una violación a la garantía de debido proceso —tras una primera advertencia, quien estuviera sentado o recostado en la banqueta recibiría una multa—, al derecho de protección igualitaria y a la primera enmienda, pues limitaba la libertad de expresión —la jurisprudencia en los Estados Unidos protege la libertad de expresión no sólo mediante palabras, sean habladas o escritas, sino también con la actividad no verbal suficientemente significativa. Tres años después la corte rechazó la apelación, considerando que ninguno de esos derechos era violado y, de paso, que la ordenanza no hacía sino salvaguardar el uso lógico, natural, de una banqueta, afirmando que por algo se llama sidewalk y no sideseat o sidebed.

 

En su libro Sidewalks: conflict and negotiation over public space, Anastasia Loukaitou-Sideris y Renia Ehrenfeucht se refieren al caso de la ordenanza prohibiendo sentarse o acostarse en las banquetas en Seattle para explicar que “en el debate sobre los usos apropiados del espacio público que pueden preceder a una ordenanza, ciertos actores tienen más poder que otros y sus voces se escuchan con más fuerza.” También afirman que “el acceso a espacios públicos —como las banquetas— es también un mecanismo mediante el cual los habitantes afirman su derecho a participar en sociedad.” O, en el caso contrario, la segregación de espacios públicos, como las banquetas, es un mecanismo mediante el cual a ciertas personas se les niega o restringe su derecho a participar en sociedad.

En algunas ciudades del Renacimiento, las personas de menor jerarquía debían bajarse de las banquetas para cederle el paso a las de mayor rango en caso de que éstas no circularan a media calle en un carruaje o sobre un caballo. Hasta bien entrado el siglo pasado esa costumbre se mantuvo en algunas ciudades de los Estados Unidos en las que los afroamericanos debían bajar al arroyo y quitarse al sombrero cuando pasara una persona blanca. Incluso en nuestros días, en ciudades como Jacksonville, Florida, según un estudio de la organización no gubernamental ProPublica, 55% de las multas a peatones las reciben afroamericanos, aunque sólo representan el 29% de la población de esa ciudad. Revisando el uso de las banquetas en Las Vegas, Evelyn Blumenberg y Renia Ehrenfeucht dicen que ignorar o hacer que se cumplan de manera selectiva los reglamentos para calles y banquetas puede ser parte de la estrategia general que usan los gobiernos de algunas ciudades para contener el comportamiento desordenado concentrándolo geográficamente en ciertas zonas. Por supuesto cabe preguntarse qué se considera como comportamiento desordenado.

 

En tanto espacio público, la banqueta se imagina como incluyente y plural pero en realidad opera como el espacio ideal donde el orden público se manifiesta. O, más que como espacio ideal: ideológico. En su conocido ensayo “El espacio público como ideología,” Manuel Delgado explica cómo la idea de espacio público deriva de la noción ilustrada de un consenso democrático, “de acuerdo con el ideal de una sociedad culta formada por personas privadas iguales y libres que, siguiendo el modelo del burgués librepensador, establecen entre sí un concierto racional, en el sentido de que hacen un uso público de su raciocinio en orden a un control pragmático de la verdad.” Ese espacio es por tanto normativo, “conformado y determinado por ese «deber ser» en torno al cual se articulan todo tipo de prácticas sociales y políticas, que exigen de ese marco que se convierta en lo que se supone que es.”

Concebido de esa manera, el espacio público no deja lugar ni a la diferencia y ni a la alteridad, y busca evitar alteraciones que perturben el deber ser del ciudadano ideal. Así, al parecer hay actos poco o nada civiles, demostraciones de poca o nula urbanidad como sentarse o tirarse en la banqueta o, también, correr, jugar, protestar y festejar, comprar o, peor, vender sin disponer de algún local que abra a la banqueta. Sea por costumbre o cuando ésta se vuelve reglamento o ley, el espacio público se ordena y sus usos se normalizan en beneficio ni siquiera de personas específicas sino de una lógica, la del dominio, y una función: la circulación. Citando de nuevo a Delgado, “se dramatiza la ilusión ciudadanista, que funcionaría como un mecanismo a través del cual la clase dominante consigue que no aparezcan como evidentes las contradicciones que lo sostienen, al tiempo que obtiene también la aprobación de la clase dominada al valerse de un instrumento —el sistema político— capaz de convencer a los dominados de su neutralidad.”

 

Podemos ver cómo opera esa apariencia de neutralidad de estrategias de dominio y exclusión en la banqueta en el discurso mismo que se supone la defiende y enaltece: el del respeto al peatón. El peatón es a fin de cuentas una figura normalizada y controlada del ocupante de la calle. Si desde el siglo XVI y con mucha mayor fuerza con la aparición del automóvil la calle se dividió en dos campos, el mayor para la circulación idealmente ininterrumpida de vehículos y el residual para las personas de a pie, ya en el siglo XX el espacio de la banqueta se destinó cada vez más para un tipo de actividad específica, el de quienes usan su propio cuerpo como medio de transporte: los peatones.

En su libro Rights of passage, sidewalks and the regulation of public flow, Nicholas Blomley define esa concepción de la banqueta y sus usuarios ideales como pedestrianismo. El pedestrianismo, dice, “deriva del humanismo cívico en tres puntos. Primero, está menos interesado en las dimensiones directamente éticas o políticas del espacio público que en preocupaciones más funcionales, principalmente el flujo, la distribución y la circulación, presentándose en apariencia como apolítico.” En segundo lugar, “el pedestrianismo es no-humanista en tanto que no toma a la persona como su foco principal, sino que se interesa en los cuerpos y las cosas y sus interrelaciones.” Tercero, “si la banqueta es pública, es entendiéndola como de propiedad pública, en donde el estado actúa como gestor, buscando el bienestar colectivo y el bien público.” Esto último podría parecer no sólo aceptable sino beneficioso, pero si, como apunta Delgado, la ideología del espacio público presupone un sujeto idéntico y abstracto, lo hace excluyendo cualquier demostración de diferencia y alteridad e imponiendo a todos dicho modelo dominante. Es por eso que Blomley dice que el pedestrianismo es un medio gracias al cual la banqueta puede ser “purificada” y “despolitizada.”

 

En nuestros días, cuando se piensa en el buen uso de las banquetas es desde esas lógicas de exclusión y dominio donde sólo un usuario normalizado es aceptable: el peatón. Las excepciones son también normalizadas: sentarse sólo se permite, como lo estipulaba la ordenanza de la ciudad de Seattle, si es en una terraza —esto es, bajo un acuerdo comercial— o en la parada de autobús: momentáneamente. El espacio de las banquetas se vuelve así un campo de batalla donde los peatones exigen ser respetados y, explícita o implícitamente, condenan muchas veces cualquier otra forma de ocupación del espacio distinta al caminar a la desaparición. Pocas veces al pensar en el buen uso de las banquetas y el privilegio del peatón se busca realmente multiplicar el espacio de la acera, reduciendo y restringiendo el espacio ocupado para la circulación y el estacionamiento de automóviles. Para muchos, en la banqueta ideal sólo se camina; nadie se sienta a leer un libro o se recuesta a mirar las nubes, nadie juega, nadie repara una silla rota, propia o de algún vecino. La banqueta ideal deberá quedar vacía de nuevo cuando el peatón pase de largo.

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Otro texto sobre banquetas https://arquine.com/otro-texto-sobre-banquetas/ Tue, 14 Aug 2018 14:00:52 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/otro-texto-sobre-banquetas/ ¿Valen la pena los volados o cualquier otro alarde estructural, los picos para que nadie se siente, las cubetas con varillas para apartar una calle, los tubos a media banqueta, las rampas de estacionamiento que sobresalen de los edificios, los pisos resbalosos en espacios públicos y todos esos elementos de diseño que anuncian una posible tragedia?

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“¿Quieres que te maten para que me mates de una vez?”

Dos Hogares

A plena luz del día, frente a decenas de paseantes, la pierna de la tía de un amigo era perforada por el pico de una jardinera con la que se tropezó. 

Inesperado y sangriento, el accidente resultó en una ida al hospital y la cancelación de la comida que teníamos planeada. ¿De quién sería la culpa, contra quien quejarse, cómo evitarlo; por qué hablar al respecto? Cualquiera de estos cuestionamientos puede hacer eco en el vacío trágico donde el azar es indisociable del destino. Lo fútil de la existencia se manifiesta de maneras insospechadas como las películas de Destino Final nos demostraron a lo largo de 5 ediciones. Sin embargo, el absurdo como explicación no basta. Todo en arquitectura y urbanismo pierde sentido cuando alguien inocente resulta lastimado. Por ello, hagamos otro texto de banquetas, porque a pesar de todos los que ya existen, de las dependencias encargadas de esos asuntos, las ONG, los “reyes”, los superhéroes y las teorías al respecto; las calles y todo lo que sucede en ellas siguen siendo una cuestión de vida o muerte cuando deberían ser algo que funcione sin más, como los árbitros en el fútbol. Hablar de peatones y temas de aparente sentido común es síntoma de una problemática estructural en donde un ciudadano en un día normal puede terminar desangrado en la vía pública, en una situación casi medieval, por una decisión de diseño.  

En un recuento rápido de eventos similares y mucho más violentos, me viene a la cabeza el bebé de cinco meses que murió cuando cayó en una coladera de aguas negras en el cruce de Río Churubusco y la calzada Ignacio Zaragoza en Septiembre de 2015; el motociclista de 25 años que perdió la vida al incrustar la llanta delantera de su vehículo dentro de un registro abierto de una empresa telefónica sobre Periférico en julio de este año; un niño de 9 años que cayó en otro registro telefónico abierto en fechas similares en Iztapalapa; el joven de 22 años que murió aplastado por una marquesina en la calle José María Tornel en la San Miguel Chapultepec en Agosto de 2015; un conocido mío que se rompió las costillas al caer en otra coladera cerca del Cine de Arte Reforma a finales del año pasado y un largo etcétera de casos similares. Son todos episodios lamentables que me provocan un vértigo terrible al ver una losa colgada de una trabe a la manera de José Villagrán García en la Facultad de Arquitectura de Ciudad Universitaria o cualquier obstáculo de baja altura contra el cual podría tropezar y quedar atravesado como brocheta. El porqué de una decisión arquitectónica o urbana frente a las repercusiones que podría tener cobra mayor relevancia en estas circunstancias y sobre todo invita a insistir como parámetro de diseño y gobernanza en el derecho que todos los habitantes deberían tener a no morir de manera evitable, indignante y publicable en los periódicos sensacionalistas.  

¿Valen la pena los volados o cualquier otro alarde estructural, los picos para que nadie se siente, las cubetas con varillas para apartar una calle, los tubos a media banqueta, las rampas de estacionamiento que sobresalen de los edificios, los pisos resbalosos en espacios públicos y todos esos elementos de diseño que anuncian una posible tragedia?

Me quedo pensando en las imágenes de las trampas de bambú en la guerra de Vietnam y la pierna de la tía de mi amigo picada por una jardinera como las que veo por toda la ciudad y me queda claro que hay muchos temas por discutir en el futuro pero las banquetas y la posibilidad de morir en una de ellas compite con cualquier otra problemática. En un país con poca iluminación nocturna, un fuerte grado de consumo de alcohol y pocas facilidades para personas con capacidades distintas, incluso una jardinera de placa de acero es un arma en potencia.“Casi matarse”, es una expresión demasiado común en nuestro lenguaje cotidiano. Basta tomar como termómetro de nuestra disciplina las primeras planas de las notas negras donde abundan atropellados, trabajadores accidentados, vehículos destrozados e historias como las de las coladeras para intuir que las discusiones de la prensa regular pueden estar muy lejos de la vida cotidiana. 

Sería hermoso no tener que hablar de banquetas y espacio público imaginando que es algo que podríamos dar por sentado. Sin embargo, aun con todos los esfuerzos, son los desastres que se han normalizado. Vale la pena mirar nuestro entorno con detenimiento e integrarlo con mayor énfasis en las actividades de diseño, o inclusive a través de un movimiento como el polémico “poder antigandalla” y los “supercivicos” o la nota “Mil maneras de morir (como peatón) en la Ciudad de México” de local.mx y la convocatoria que hacen de fotos de potenciales accidentes. En el acto de diseñar y construir una barda con botellas rotas o una banqueta sin rampas (para hablar de lo menos) incluyendo la omisión de no reparar las coladeras, se inscribe la vida de tantos accidentados y el potencial de ver sangre derramada.  

¿Existen los culpables, las maneras de evitarlo y la necesidad de hablar al respecto?

Me parece que sí. Para ello podemos comenzar por hacer evidente lo que la cotidianidad ha vuelto invisible y actuar.

 

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Moverse en la ciudad, estar en la ciudad https://arquine.com/moverse-en-la-ciudad-estar-en-la-ciudad/ Mon, 13 Aug 2018 14:00:23 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/moverse-en-la-ciudad-estar-en-la-ciudad/ Las banquetas tienen más que ver con las plazas que con los arroyos vehiculares que usualmente las bordean. Las tendencias de la movilidad gradualmente deberán ser racionalizadas y el peatón recobrará la vigencia como el actor fundamental que da vida y sentido a la ciudad.

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Es algo vital, se sabe, para un organismo: es la misma circulación de la sangre, del oxígeno y los nutrientes esenciales que aseguren su supervivencia. Por su misma naturaleza, la ciudad es el sitio de los intercambios: de contacto humano, de servicios y mercancías, de aprovisionamiento y de libre tránsito para realizar todas estas actividades. De allí la distinción entre los espacios privados y toda la red necesaria de espacios públicos para la movilidad de la población.

Sin embargo, la urgencia que debe ser cotidianamente atendida del libre flujo por los tejidos citadinos, y el gradual y acentuado aumento de esta función por los medios automotores tiende a nublar otro de los objetivos, y el más importante, de los espacios públicos: estar en la ciudad, convivir con otros ciudadanos, apropiarse individualmente de los ámbitos comunes. Esta sencilla operación la realiza cada peatón que ejerce su soberanía esencial sobre la ciudad.

La urbe, sus espacios comunes, no son solamente las vialidades que permiten la circulación. Van mucho más allá: cada banqueta, rinconada, plaza o plazuela, jardín o parque, es un componente integral del sistema que permite la vida comunitaria. Los tiempos que corren, con su preeminencia del tráfico automotor, el mismo volumen de su presencia, el alto impacto que causa, tienden a hacer olvidar que todos los espacios públicos, incluida la tantas veces saturada trama de vías automotrices, tienen un dueño insustituible: cada habitante de la ciudad.

Pero la confusión persiste, y la población, ante el intenso embate del tráfico rodado, de los espacios destinados al automóvil, tiende a replegarse y a ejercer una menor primacía en los entornos que le pertenecen. De allí la imperiosa necesidad de no perder de vista este hecho, de ejercer el derecho y la responsabilidad para mantener una habitabilidad razonable en los ámbitos comunes. De incrementar esa presencia, de hacer de la calle, de sus banquetas, de todo espacio abierto, lugares inviolables y respetados.

Con la inercia negativa de la invasión de los autos en el espacio público, y de las banquetas en particular, se iniciaron una plausible serie de acciones para lograr su respeto y preservación. Las banquetas no son solamente franjas de tránsito peatonal: son el acceso natural a viviendas y todo tipo de fincas, y sobre todo, son lugares de encuentro e intercambio entre vecinos o transeúntes. Son lugares que, como afortunadamente sucede en muchos rumbos citadinos, deben de propiciar la estancia y la cotidiana afirmación de una sana habitabilidad.

Se ha dicho que las banquetas tienen más que ver con las plazas que con los arroyos vehiculares que usualmente las bordean. Las tendencias de la movilidad gradualmente deberán ser racionalizadas; de esta manera el peatón recobrará la vigencia como el actor fundamental que da vida y sentido a la ciudad.

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Ciudad peatonal https://arquine.com/ciudad-peatonal/ Tue, 11 Feb 2014 17:16:18 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ciudad-peatonal/ Cualquier colonia mejora con la transformación de sus banquetas. Hay una gran diferencia en la experiencia urbana entre un barrio con banquetas ordenadas y un barrio en donde los autos se estacionan sobre las aceras o estas son continuamente interrumpidas por los garajes y los desniveles. De tal forma que una buena casa empieza por tener una buena banqueta.

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La Ciudad de México es de los peatones. Es verdad ya que un 29% de los viajes a diario que se realizan son a pie según la encuesta origen-destino 2006. El chilang@ sorpresivamente es como el europe@, un urbanita de a pie. Los viajes peatonales representan un 20% en Londres; 28% en Viena y 30% en Madrid y Berlín. Deseables los altos porcentajes de 34% en Oslo o Barcelona con un sorprendente 46%. Los datos de las ciudades norteamericanas en contraparte hablan de una sociedad que se aleja de lo peatonal: 6% en Vancouver; 5% en Toronto y también en Sacramento (datos de The EPOMM Modal Split Tool un proyecto de la UE).

Invertir en el peatón en nuestra ciudad es por tanto una política pública que hace sentido porque ya somos peatones. En los últimos meses hemos visto cuadrillas en el Distrito Federal por doquier, quitando miles de metros de las banquetas que eran aptas para un entrenamiento de campo traviesa por irregulares, rotas, desniveladas. Estos trabajadores rápidamente están reemplazándolas por banquetas para las personas: planas, niveladas y continuas. Los peatones les damos las gracias.

Un vistazo al trabajo de las delegaciones capitalinas es necesario para conocer y reconocer su trabajo. Desafortunadamente no todos los gobiernos delegacionales muestran información en su página web sobre esta trascendental acción. La Delegación Benito Juárez ha hecho recientemente un magnífico trabajo en la colonia Nápoles. La Delegación Álvaro Obregón está en este momento mejorando las banquetas en la colonia Florida. La Delegación Cuauhtémoc tiene mejor información en su sitio web. Reporta trabajo de banquetas y guarniciones por colonia. Además dice exigir al constructor que debe tener conocimiento de los sitios de disposición final autorizados por las autoridades competentes, procurando generar lo mínimo de residuos de la construcción, por lo que es necesario definir el manejo y uso que se les dará. Detalla el caso de la Doctores en la que el año pasado completó 5,084.86 metros cuadrados de nuevas banquetas y 1,183.71 metros lineales de guarniciones.

De la obra hay que pasar al análisis del diseño. Ciudades como Nueva York, en donde se reporta un 13% de viajes no motorizados que palidece ante el 30% del Distrito Federal, ha emprendido acciones que también consideran la calidad y la experiencia peatonal. El Departamento de Transporte de la ciudad de Nueva York ha publicado manuales y guías para tener mejores banquetas. Todos están disponibles aquí.

Busquemos que en las ciudades mexicanas que emprenden la transformación de sus banquetas se enaltezca la experiencia peatonal. Los peatones, además de banquetas uniformes, necesitamos que éstas estén acompañadas de árboles, bancas, luminarias, cestos de basura y quizá, por ahí, una pieza de arte.

Cualquier colonia mejora con la transformación de sus banquetas. Esta simple acción puede activar el mercado de vivienda en un barrio determinado ya que simplemente hace el entorno urbano más agradable y por ende, más deseable para vivir en él. Hay una gran diferencia en la experiencia urbana entre un barrio con banquetas ordenadas y un barrio en donde los autos se estacionan sobre las aceras o estas son continuamente interrumpidas por los garajes y los desniveles. De tal forma que una buena casa empieza por tener una buena banqueta.

La banqueta es y será la experiencia urbana genuina, el lugar de encuentro causal y el espacio a donde todos vamos. ¡Hagamos más y mejores banquetas!

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MEXTRÓPOLI Primer Festival Internacional de Arquitectura y Ciudad sienta sus bases en 15 años de experiencia, consolidados desde el Congreso Arquine, transformado hoy para posicionarse en la ciudad de México como el más importante y diverso escenario para concentrar, exponer, activar y promover la cultura desde la arquitectura, en alianza estratégica con el Gobierno de la Ciudad de México. Contribuye al fomento de más de 30 actividades académicas, culturales y turísticas desarrolladas principalmente en el Centro Histórico bajo diferentes formatos y en distintos escenarios.

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Anti-ciudad https://arquine.com/anti-ciudad/ Thu, 02 May 2013 21:39:40 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/anti-ciudad/ En la ciudad de México, la cantidad de obstáculos y estímulos que podemos encontrar a nuestro paso y la elevada incomodidad de la calzada, tanto material como espacialmente, causada por apropiación de sus espacios de manera más o menos informal, convierten sus banquetas en toda una aventura, incluso dolorosa, para unos pies advenedizos.

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El manifiesto del blog Caminar Anarquistaque escribe y edita el fotógrafo Francisco Navamuel, dice en su uno de sus puntos: “Caminar es gratis”. Este pensamiento enlaza con el aparecido también en un artículo de Enrique Fraguas publicado en El País: “Andar es un acto aparentemente inútil e improductivo, en términos mercantilistas. No genera gasto ni consumo y da pie, nunca mejor dicho, al pensamiento y a cierta forma de resistencia. (…) caminar se revela como un acto de reflexión y de subversión en un mundo saturado de consumo y dióxido de carbono”. Pensadores como Charles Baudelaire o Walter Benjamin, grupos como los situacionistas o artistas individuales como Sophie Calle, Vito Acconci o Richard Long convirtieron el acto de caminar en un medio para relacionarse con el territorio más allá de criterios productivos económicamente.

El origen de esta práctica está muy estudiado y podría ubicarse en Europa en figuras como la del flâneur: un caminante urbano dedicado a callejear sin rumbo ni objetivo pero con mirada atenta a lo que se encuentra. Sin embargo, Europa ya no es lo que era, el espacio urbano en sus ciudades se ha regularizado y acomodado tanto que el paseante ha terminado sustituido por el “voyeur de escaparates. Un consumidor ávido por mezclarse entre la multitud y los maniquís” (2). El mundo de hoy no admite el paseo improductivo y supone que si caminamos lo hacemos dirigiéndonos siempre algún lugar donde tengas algo que hacer. Caminar a la deriva se torna, entonces, en un acto cuestionable desde estructuras poco amantes de la espontaneidad. De entre los paseantes urbanos descritos anteriormente, pudiera destacarse figura del artista —arquitecto de formación— Francis Alÿs. Este artista/paseante belga, que reusa ser descrito como flâneur, ha hecho de ciudad de México su principal laboratorio, defiendo sus paseos —o sus anti-paseos— como su método de trabajo y acercamiento al espacio a fin de exponerse y chocar con la ciudad y lo espontaneo que sucede en ella. Chocar es referido aquí de manera literal, pues la ciudad de México resulta un espacio extremadamente duro para desplazarse por sus calles. Lo es de manera especial para el turista o visitante acostumbrado a las suaves condiciones de las ciudades europeas. La enorme cantidad de obstáculos y estímulos que podemos encontrar a nuestro paso y la incomodidad de la calzada, tanto material como espacialmente, por la ocupación y apropiación de sus espacios de manera más o menos informal, convierten sus banquetas en toda una aventura, incluso dolorosa, para unos pies advenedizos. Se entiende entonces la fascinación que pudo sentir Francis Alÿs, como paseante europeo, ante la espontaneidad de este nuevo mundo, una ciudad “poco segura para el turista occidental, acostumbrado a la tranquilidad y confort de los bulevares o centros comerciales” (3).

Tanto es así que podríamos definir la ciudad de México como anti-comoda, al menos para el peatón y lo es porque, desde tiempo atrás, las políticas urbanas han ido dirigidas a favorecer casi de manera exclusiva el uso del transporte rodado. Sirvan de ejemplo las estadísticas elaboradas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2007 de los sistemas de desplazamiento utilizados en la Zona Metropolitana: 72.1% de los viajes se realizan en transporte público, 20.7% en automóvil particular, 6.2% en taxi, y un magro 1% en bicicleta (4). Suma 100. ¿Dónde queda el peatón? A razón de estas estadísticas  no existe. Y en tal caso, ¿por qué preocuparnos de su figura entonces? Se entiende, más si cabe, que el territorio sea tan agresivo y disfuncional para desplazarse a pie, tanto para personas sanas como, en especial, para todas aquellas de movilidad reducida.

El peatón desconocido, debe enfrentarse de manera diaria a una ciudad llena de obstáculos: aceras en mal estado, invadidas por coches, llenas de baches y agujeros donde perder un pie; ausencia de semáforos que indiquen al peatón cuando tiene que cruzar; alcantarillas con enormes agujeros sin tapar; pesados maceteros o cabinas telefónicas que crecen por doquier cortándonos el paso, bordillos insalvables o ruinosos pasos de cebra. Una ciudad más pensada para el coche, con calzadas enormes y circundada por un segundo piso que aplasta los edificios adyacentes bajo el predominio del automóvil  No es que el diseño se haya utilizado para reducir al peatón, o quizás sí, pero casi parece más que lo que acontece es una la falta total de diseño que a apartado por completo al peatón.

Pareciera que todo espacio de la ciudad es anti-peatón y, al tiempo, la calle se vive y lucha intensamente: ambulantes, personas que venden productos cargados con un megáfono, cubetas o piedras que ‘reservan’ el espacio de estacionamiento, personas haciendo cola para entrar a los bancos. He ahí la paradoja: el lugar del anti-paseo contiene un espacio urbano de enorme potencial, la calle, donde reside el “animal público”. En este contexto de lleno intenso, pocos centímetros suponen la diferencia entre pasar o no pasar, ubicarte o no hacerlo, sea en forma de escalones, peldaños, agujeros, sillas, maceteros, parquímetros o artefactos móviles donde vender zumos por decir algunos. Pasear por ciudad de México se convierte en un estar presente, de hacerse fuerte por reivindicar este deambular, luchando constantemente contra lo que nos obstruye en el camino.

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Notas:

1) Diario El País. “Una vuelta a las andadas” 

2) AZNAR, Ramiro. “El largo poema del caminar”. En el blog Walkscapes Zuera.

3) LÓPEZ, Irene. “Construir caminando: Francis Alÿs y el paseo urbano”. En el blog Martina Deren.

4) DÍAZ, Rodrigo. “El peatón invisible”. En el blog Ciudad Pedestre.

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Al peatón desconocido https://arquine.com/al-peatondesconocido/ Thu, 02 May 2013 15:06:09 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/al-peatondesconocido/ ¿Será que, además de seguir presionando a los servidores públicos, habríamos los peatones de organizar una especie de boicot contra los establecimientos que no sólo no facilitan el acceso a peatones y ciclistas sino que, con sus prácticas de prioridad al automovilista, hacen más difícil el uso equitativo del espacio público?

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Dos fotos que tomé con unas horas de diferencia muestran, cada una en su tipo, especies de monumentos al peatón desconocido. La primera, una de las estructuras que el gobierno capitalino construyó el sexenio pasado en la glorieta del Metro Insurgentes para sustituir los anuncios espectaculares —mal vistos por la mayoría— por un espacio a la vez público y de publicidad, algo así como nuestro times square. En principio no veo nada de malo en la publicidad —a menos que lo malo, siendo radicales, sea el sistema del libre mercado entero. Entiendo que la publicidad seduce e induce, pero no creo que sea la maligna máquina de controlar voluntades que algunos denuncian. Siendo así, a la publicidad sólo le pediría producir bellas imágenes —a veces lo logra, como como aquí o acá, por sólo poner dos ejemplos— y, en el caso de publicidad en la ciudad, que se sume a lo público —como pura imagen o como espacio. en el caso de la Glorieta de Insurgentes, un par de cilindros con pantallas luminosas que presentan filmes publicitarios podría haber servido, además de para darle vida a ese espacio —que, de hecho, ya tenía suficiente, sólo que de ese tipo de vida que muchos no quieren ver— y para que, a cambio del espacio publicitario, se les exigiera a las compañías que lo administran mejorar el espacio público. ése era el objetivo. pero no se si por haberse quedado inacabadas —otra obra entregada a medias— o por que así se planeó, los cilindros sólo tienen pantallas en la mitad de su superficie. la otra mitad es la estructura desnuda. lo curioso —y esto es un eufemismo— es que la publicidad está sólo dirigida hacia la calle que rodea a la glorieta, es decir, hacia los autos. pareciera que los peatones son, si acaso, consumidores de segunda que, además de banquetas en pésimo estado o la ausencia de pasos peatonales pintados en las calles —y, cuando los hay, poco o nada respetados por los automovilistas—, no tienen derecho a la publicidad.

La siguiente foto es un caso que se repite todos los días en todas partes de la ciudad: un comercio —o cualquier otro tipo de edificio— que, a falta de lugares de estacionamiento —¿cómo se mide eso: la falta de lugares para estacionarse?— ocupa la banqueta, abusando. De nuevo el peatón no es considerado como cliente potencia y es, además de ciudadano de segunda, un consumidor de segunda o, tal vez, como se le considera un consumidor de segunda se le trata como ciudadano de segunda. en este caso es una tienda de muebles para baño en la delegación Benito Juárez, en la esquina de azores y división del norte —una delegación en la que el delegado, Jorge Romero Herrera, se empeña en presumir sus  acciones contra los ambulantes que ocupan ilegalmente el espacio público, pero, por omisión o, peor, complicidad, protege a los comerciantes establecidos que ocupan ilegalmente el espacio púbico.

Pero más allá de mi obsesión con este delegado incompetente, esta foto revela, en una condición mucho más común que la de la Glorieta de Insurgentes, el mismo desprecio por el peatón, quien además de sufrir el constante abuso de los automovilistas, es prácticamente negado por el mercado —sea la publicidad o los negocios—, lo que en una sociedad de consumo quiere decir, simplemente, que no existe. ¿Será que, además de seguir presionando a los servidores públicos de distintos niveles para que hagan valer la supuesta prioridad del peatón sobre otras formas de movilidad —y de simple estar: no todo se mide en flujos y velocidades—, habríamos los peatones —y los ciclistas— de organizar una especie de boicot contra los establecimientos que no sólo no facilitan el acceso a peatones y ciclistas sino que, con sus prácticas de prioridad al automovilista, hacen más difícil el uso equitativo del espacio público?

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Banquetas https://arquine.com/banquetas/ Thu, 21 Mar 2013 18:41:53 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/banquetas/ La arquitectura, salvo raros ejemplos, es lo que se desplanta del suelo, con una vocación más o menos declarada de alcanzar el cielo. Del suelo hablamos poco.

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Los humanos solemos mirar hacia adelante o hacia el costado. Para que miremos al suelo o al cielo tiene que suceder algo extraordinario. La arquitectura, salvo raros ejemplos —como túneles y tumbas—, es lo que se desplanta del suelo, con una vocación más o menos declarada de alcanzar el cielo. Del suelo hablamos poco: lo hacen los campesinos, porque de la tierra depende su suerte; los ingenieros, porque los cimientos son relevantes para erigir lo demás; los geólogos, porque necesitan estudiar o arrancarle algo a la tierra. Los niños chiquitos y los animales viven en el suelo, tal vez por eso no hablan o viceversa.

Las banquetas (o aceras o veredas) son un invento reciente, de la Europa del siglo 19. Mejor dicho, en ese tiempo se reinventan, porque los romanos ya las conocían y Pompeya muestra esas cebras peatonales, en forma de pilares, por donde se atravesaban aquellas calles, que eran auténticos lodazales donde confluían los desagües domésticos y toda la inmundicia imaginable. En los inicios de la modernidad se vuelve a separar vehículos de peatones, todo un emblema de civismo. Sin embargo, en las ciudades europeas donde pervive la planta medieval, el peatón sigue conviviendo, primero con el carruaje y luego con el coche, y la ausencia de banquetas sigue predominando en los centros históricos de Roma, Florencia, Ámsterdam o de cualquier pueblo medieval.

En pocas ciudades contemporáneas pervive el cuidado de la banqueta y más escasas son aquellas que cuentan con normativas y reglamentos; prueba deplorable del abandono abrupto de toda convivencia, con el ritmo lento que la pautaba, en favor del vértigo automovilístico y la desconfianza hacia el prójimo. Las banquetas de Río de Janeiro son una excepción deslumbrante. Bueno, las de las zonas históricas de la ciudad. Lo notable de sus diseños en mosaico, con claras reminiscencias de los de Lisboa, estriba en cómo el caos de sus elementos compone un orden amable y fantasioso.

Si el lema de la bandera y del estado brasileño es “Ordem e Progresso” (consigna tomada del positivista Comte, y como todo emblema, más deseo que realidad), las banquetas de Río componen un orden que no refleja ningún progreso, sino el desorden ancestral apenas controlado para poder funcionar y disfrutar. Las más célebres son las que diseñó Burle Marx en el malecón de Copacabana. El oleaje plano que componen no sólo alude al mar que delimitan, sino que propone un ritmo al caminante, donde la sensualidad de la curva asume un cariz hipnótico, como de cadencia arcaica y ligera a la vez. Su misma abstracción compone a veces figuras de pájaros y otros bichos, pero predomina la pura geometría que concentra y relaja en su alternancia de teselas negras y blancas esculpidas por el picapedrero.

Las planchas de hierro forjado —donde se esconden tuberías y  cableados— constelan las banquetas con anagramas indescifrables de los bárbaros modernos que llegaron no se sabe bien de dónde. Estos fósiles caídos del cielo irrumpen como cuerpos extraños que amenazan la perfección imperfecta del mosaico. Como un statement contra el dominio de la simetría. Si caminar es un signo de civilización, ya que somos la única especie capaz de caminar sin meta ni propósito, al encuentro del otro o de uno mismo, la ausencia de banquetas (y de tantos otros emblemas de convivencia civilizada) en los desarrollos anti-urbanos de nuestras megalópolis, señala la entrada triunfal al universo del aislamiento y la soledad… en esta era de las comunicaciones a granel.

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