Resultados de búsqueda para la etiqueta [arquitectura natural ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Thu, 07 Mar 2024 15:08:55 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 Tensión: lecciones desde el universo desantropocéntrico https://arquine.com/espacios-tension-lecciones-desde-el-universo-desantropocentrico/ Wed, 06 Mar 2024 22:00:28 +0000 https://arquine.com/?p=88245 Centremos nuestra atención, por un momento, en un producto específico, siempre sorprendente y apasionante: la trama que, con su seda pegajosa, tejen las arañas.

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Me parece que ya comenté con ustedes, estimadas y estimados lectores, que llega esa etapa en la que los hijos, ya adultos, al conversar con nosotros, nos generan un nuevo estrato de aprendizaje, ya que su visión fresca y evolucionada de la vida abre ventanas al conocimiento que antes no imaginábamos.

En este caso, me refiero a la visión desantropocentrista que, en su perspectiva ya profesional de la literatura fantástica, ha compartido conmigo José María, mi hijo. En su discernimiento me ha permitido abordar el análisis de la naturaleza, no desde la óptica de mi conocimiento personal, sino desde aquel que producen los otros habitantes no humanos de nuestro planeta.

A esto se le suman los recuerdos de algunas reflexiones hechas con mi padre, a partir de la observancia de la naturaleza, o de otras personas amigas queridas, con quienes he compartido momentos de construcción intelectual basados en la sabiduría propia de la biodiversidad.

Hoy concentro la reflexión en un producto específico, siempre sorprendente y apasionante: la trama que, con su seda pegajosa, tejen las arañas.

Habrá cientos de miles de patrones, que cada espécimen arácnido en el conocimiento acumulado por su código genético, que se diferencian entre sí. Desde el muy estereotipado, gráficamente plano, compuesto por tensores radiales ligados con otros concéntricos, que ofrecen una trama de perfecta geometría, hasta redes colectivas de alta complejidad, conocidas quizá sólo por biólogos expertos.

Para el caso que nos refiere, tomaré dos ejemplos que, justamente, salen del estereotipo y ofrecen una geometría diferente. No podré compartir el nombre específico de la especie que produce uno u otro ejemplo, ya que desconozco el dato, pero quizá alguna o alguno de ustedes, estimados lectores, sepa arrojar algo más de luz al respecto y nos lo pueda comunicar tras observar las imágenes que acompañan el texto.

Entrando en materia, el primer ejemplo es un descubrimiento personal, bastante reciente, del diciembre del año que acaba de terminar. En el jardín de la casa que fuera de mis padres, en el municipio de Jiutepec (Morelos), la aparición de las telas que tejen las arañas siempre ha sido motivo casi de celebración en cuanto a su expresión geométrica se refiere; no así en cuanto a su existencia, pues algunos miembros de la familia tienden a sentir cierta aprensión por estos peculiares arácnidos. Sin embargo, la forma encontrada en los días pasados era inédita para mis ojos.

Un pequeñísimo individuo, que tardé varios días en encontrar, pues en un inicio sólo se apreciaba su obra, había dejado (cerca de la base de unas matas de chiles silvestres) una estructura maravillosa, entre trampa de caza y habitáculo. La construcción toma la geometría de doble cuenco o vasija semiesférica, superior e inferior, armada con un intrincado tejido cuyo patrón geométrico no he acabado de comprender dada la cantidad de hilos que lo componen. Para cada cuenco, largos tensores se proyectaban hasta las ramas, tanto de las matas de chiles, como de las otras plantas circundantes, con múltiples refuerzos que aportaban estabilidad y resistencia a la red.

El doble cuenco era capaz de capturar no sólo insectos desapercibidos de cierta dimensión, que ofrecerían sustento a la arañita autora, también atrapaba las pequeñas hojas y ramas que caían de tanto en tanto, desde un tabachín que se alza por encima de matas y plantas en ese punto del jardín. Dependiendo de qué lado esté la luz, la arquitectura de nuestra pequeña amiga se hace más o menos perceptible por lo que, para fotografiarla, había que buscar los puntos de mayor visibilidad.

Un par de días después, descubrí dos estructuras más, similares, aunque no idénticas. La diferencia principal, además de que no fueron hechas por el mismo individuo, era el sitio. Las condiciones cambian de manera inevitable a sólo un par de metros de distancia. No son las mismas plantas, no las cubre la misma luz, y entonces la estructura se adapta, se ajusta —no conceptualmente, pues siguen siendo el sistema de cuencos narrados—, pero sí de forma geométrica, ya que los segmentos de esfera, producto de la forma final, varían de manera considerable. La variación, entonces, no proviene de la inspiración racionalista que busca originalidad en la obra, sino del instinto creativo de quien construye a partir del entorno y las condiciones que le rodean: sabia naturaleza.

El segundo ejemplo es un descubrimiento de mi hijo Pablo. Yo lo había percibido de reojo, pero no presté suficiente atención hasta que él me lo hizo notar. Hacíamos una ruta ciclística él, Alonso, otro de mis hijos, y yo. La ruta pasa por el incipiente cauce del río Apatlaco, que tiene su nacimiento en el Parque Barranca de Chapultepec, de Cuernavaca (Morelos). Ese punto se encuentra ya fuera del parque, en el municipio de Atlacomulco, y hay un intento bastante digno de parque urbano, que deambula junto al cauce, en cuyas orillas crecen vetustos ahuehuetes, sólidos bambúes y cientos de otras plantas. Así, durante unos minutos, uno sale de la vía donde reina el automóvil y entra a un pequeño entorno híbrido, en el que la mancha urbana pareciera desaparecer; sólo en ilusión, porque las colindancias con lotes privados se encuentran a unos metros.

Ahí, en un punto específico del parquecito lineal, de repente Pablo nos dirige con voz de asombro a Alo y a mí un “¿¿¡¡Ya vieron eso!!??” Y es que, ligando ramas entre ahuehuetes y bambúes, se extendía un complejo manto, una inmensa red de tela que cientos de arácnidos habían construido en colectivo, pues es simplemente imposible que un solo individuo llegara a conseguir los varios metros y el volumen de ese tejido sorprendente.

Las fotos compartidas no harán suficiente justicia, y tristemente nos permiten ver algo del evento constructivo y su entorno, pero no a los individuos que cazan y habitan en él. La enorme red se apoya en incontables puntos que van de los troncos a las ramas, a los tallos, a las ramas otra vez, tensando el espectacular lienzo, cuya forma ondulante genera bellas catenarias, en ocasiones acentuadas por el peso de las hojas que han sido atrapadas por esta formidable trampa. A la sombra, puede pasar desapercibida hasta cierto punto, lo cual quiere decir que el follaje de los ahuehuetes y bambúes es un aliado indispensable para que el colectivo de arañas elija ese punto como logística de su hábitat. Pero cuando algunos rayos de sol llegan a penetrar la compleja urdimbre de ramas, entonces se manifiesta esta ciudad-telaraña como una sutil veladura blancogris. Un breve estremecimiento recorre mi cuerpo al recordarle, y otro al pensar que —un mes después, en la siguiente visita— esta gran urbe a escala insecto había desaparecido por completo.

¿Sería una fumigación masiva de los jardines que colindan con el naciente río Apatlaco? ¿Una lluvia torrencial? ¿O una parvada de aves que detectó la abundancia de nutriente y arrasó con toda la población de arañas? Al final su efímera existencia no le impide ser una lección extraordinaria del nivel de complejidad arquitectónica y constructiva al que pueden llegar otros protagonistas cohabitadores del planeta, a quienes el Antropoceno invisibiliza, discrimina e, incluso, considera como plaga, y que evolucionan a mucho mayor velocidad que quienes, a la fuerza, nos hemos autoasignado con injusticia el papel de protagonistas  en este bello cuento que llamamos vida.

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Melipona, un enjambre en forma y función https://arquine.com/melipona-un-enjambre-en-forma-y-funcion/ Thu, 19 Aug 2021 14:20:55 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/melipona-un-enjambre-en-forma-y-funcion/ Las abejas meliponas saben perfectamente, que el hexágono es la forma geométrica más eficiente para construir un espacio interior, con relación a sus ángulos y superficie, cosa que la mayoría de los arquitectos e ingenieros titulados, no sabemos hoy día (quizá, en otro tiempo menos pretencioso sí se sabía).

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Víctor es el maestro. Nosotros, que ostentamos un título que avala nuestra maestría, somos solo aprendices, pues de esto, no sabemos nada. Aunque si nos ponemos socráticos, el saber conlleva el inevitable reconocimiento de que, en realidad, no se sabe. Así y en este laberinto sobre el término, quien más presume de conocedor, suele ser el más ignorante.

Retomo: Víctor es el maestro, el aula, es una bóveda donde una infinitud de tonos esmeralda, grises, cafés y ocres, producto de la rica biodiversidad del bosque de galería veracruzano, contiene un calor húmedo que se combina con el sonido del río para dar un ambiente propicio al aprendizaje.

Mis compañeros de clase, son Raúl de Villafranca y Juan Casillas, y es gracias a Raúl que estamos tomando el brevísimo curso. Tocaba por casualidad en nuestro trabajo de campo para preparar el curso de Verano 2021, que el Maestro Víctor tenía que subdividir las colmenas del nuevo proyecto de producción de miel melipona que ha emprendido el buen Raúl.

Empieza la clase y Víctor nos habla de este peculiar insecto, no como un objeto del reino animal digno de un estudio biológico, sino como un sujeto que cohabita con él en el territorio. La abeja melipona es varias veces más pequeña que la abeja común o europea, a vista de un ojo urbanita, podría pasar más como una mosca que como una abeja. También produce unas veinte veces menos miel que su familiar más reconocida, pues a sus 1.5 litros anuales de miel, hay que confrontar los 30 de su pariente con mayor tamaño. Sin embargo, su producto es 50 vece más proteínico y además contiene otros elementos medicinales propicios para el ser humano. Estas cualidades además, claro, de ser la abeja endémica de la américa tropical, hicieron que los mayas la consideraran un sujeto sagrado dentro de su universo ideológico.

Pero no solo los mayas. En general, los pueblos originarios de esta región de nuestro continente, continúan celebrando tanto la personalidad de esta especie, como su colaboratividad en la polinización de los cultivos locales.

Víctor nos enseña que, a diferencia de su pariente común, esta especie no tiene aguijón, así que cuando ve amenazada su colmena, no “pica”, pero si “muerde” aferrándose al enemigo hasta la muerte si es necesario. Por ello y antes de empezar el proceso, Víctor se coloca bajo su gorra, una fina red que impide al insecto penetrar a la zona de la cara, protegiendo nariz, ojos y orejas.

A partir de ahí, nos platica la composición social de la colmena, la diferente concepción que él tiene del término “abeja reina” como no jerárquico, al que le asigna la mentalidad occidental, y más bien colaborativo, ya que es la responsable de procrear y producir no solo otras abejas, sino también otras reinas no para la sucesión del trono, más bien para la generación y multiplicación de comunidades. Nos platica de la convivencia pacífica con otras especies, a menos que éstas amenacen la subsistencia colectiva, y por supuesto, de su organización férrea de defensa si esto llega a suceder, mucho más compleja de lo que nosotros, pobres flores de asfalto, llegamos a percibir a simple vista.

Luego, Víctor nos empieza a hablar de la arquitectura. No de los cajoncitos armados con madera tropical (es la que les gusta) que a dispuesto Raúl en su terreno para su proyecto. Víctor nos habla de la arquitectura melipona. La boca tubular de cera, como tipología característica de un acceso, el espacio interior colectivo, que, en un contexto natural, provee la oquedad de una caoba, o cualquier otro árbol endémico, y en uno artificial el propio cajoncito de madera como los de Raúl. El complejo sistema de almacenaje, a partir de una sucesión de recipientes en cera, cuya forma de bóvedas elípticas las hace ineludiblemente identificables para la función que ostentan y que van adosándose unas a otras, conforme la producción va aumentando.

Finalmente, una gran cúpula (a escala de la melipona claro) que a simple vista pareciera solamente la acumulación de hojas secas formando un pequeño montículo (a escala humana claro), contiene otro sistema complejo ahora de habitáculos construidos a partir de perfectos hexágonos extruidos, que se abren y cierran a gusto del habitante individuo.

Las meliponas saben perfectamente, que el hexágono es la forma geométrica más eficiente para construir un espacio interior, con relación a sus ángulos y superficie, cosa que la mayoría de los arquitectos e ingenieros titulados, no sabemos hoy día (quizá, en otro tiempo menos pretencioso sí se sabía). También saben, que los segmentos abovedados a partir de elipses en revolución, generan la forma más adecuada por capacidad y resistencia estructural, para contener un líquido utilizando solo una delgadísima membrana constructiva, y me pregunto por qué no lo saben la mayoría de los arquitectos e ingenieros titulados.

Algún colega con intención auténtica por defender la dignidad de estas profesiones, podrá saltar indignado ante mi reflexión, para citar obras de Wright como la casa Hana que usa el módulo hexagonal, o la doble curvatura del cascarón de concreto que en Ronchamp, Le Corbusier utilizó para resolver con muy poco material una cubierta que libraba un claro representativo, o los segmentos que Utzon utilizó para las bóvedas acústicas en Sídney. Y sus citas son correctas, pero ni Utzon, ni Wright ni Charles Edouard, con sus virtudes y sus defectos, representan al común denominador de los constructores con título universitario.

Y es cierto, en nuestra profesión, hay personajes lúcidos capaces de entender que la “forma sigue siempre a la función” en un mundo orgánico (que no mecánico), como sentenció Louis Sullivan en sus charlas de Kindergarden, para hablar de la responsabilidad que tenía el diseñador de un rascacielos para ir modificando la expresión de la fachada conforme la altura iba modificando por lógica su uso. Pero nuevamente, y tristemente, ante la enorme responsabilidad que conlleva tener un título que avala la capacidad para configurar y construir espacios habitables, no es el común denominador.

El común denominador es formar profesionales que sapan como limpiar un terreno (aunque le término “limpiar” conlleva destruir el hábitat de las meliponas y otros habitantes del sitio), que crea que el arte es una ocurrencia de inspiración momentánea, que obedezca a las necesidades de la tendencia del mercado y que hay que conseguir suelo barato para venderlo caro.

Mientras tanto, la piel curtida de las manos maestras de Víctor, que con todo cuidado desmembraban las capas arquitectónicas edificadas por las meliponas, para colaborar con ellas en la subdivisión de la colmena y su multiplicación, gozan de la inmunidad que el conocimiento y el trabajo colaborativo le han suministrado: a él casi no lo muerden las abejas, y le permiten incluso extraer parte de su producto en pago a sus servicios. No hay humos adormecedores, ni químicos industriales que le faciliten hacer su labor. Solo la enseñanza recibida por su padre, su paciencia, y su diálogo cotidiano con las abejas que sí, aunque nos parezca increíble a los urbanitas, le reconocen generación tras generación.

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Oropéndola de Moctezuma (Psarocolius-montezuma). Estructuras a tensión habitables https://arquine.com/oropendola-de-moctezuma-psarocolius-montezuma-estructuras-a-tension-habitables/ Wed, 16 Jun 2021 14:03:04 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/oropendola-de-moctezuma-psarocolius-montezuma-estructuras-a-tension-habitables/ La oropéndola de Moctezuma es una especie de ave no sólo capaz de producir un espacio habitable que ondula pendularmente durante el arrullo de la brisa, con alta capacidad de transmisión de cargas a tensión, sino de ubicarla en la orientación más protegida con respecto a los vientos tormentosos.

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Mientras surca el cielo, el color amarillo de la cola resalta contra el resto del plumaje, que combina cafés y negros. Su vuelo es rápido, como el de otras aves medianas; un par de aleteos combinando con segundos donde el planear pareciera un ejercicio de tensión plástica, más que una forma de transportarse en el espacio.

La especie habita a lo largo de prácticamente toda la costa del golfo, y buena parte del caribe. Yo la descubrí gracias a la primera visita que hice con Raúl de Villafranca y Lalo Beristain a Filobobos. A partir de ahí, cada vez que regreso a las regiones veracruzanas cercanas a la costa, uno de mis principales ejercicios de contemplación visual es encontrarla, ya sea en individual o en grupo.

El encuentro no deja de tener un fuerte contenido de la deformación profesional que, como arquitecto, me lleva a analizar todas las formas de construir un hábitat, además de la inherente fascinación personal sobre todos los seres vivos que componen la naturaleza de nuestro planeta, fascinación inyectada consciente e inconscientemente por mis padres durante mi infancia.

¿Cuál es entonces, se preguntarán ya los amables lectores de esta sección, el objeto específico que focaliza la atención arquitectónica en una especie de aves? Bueno, la respuesta es más que obvia: su nido.

Todos los nidos tienen cualidades peculiares, pero este en particular llega a materializar una capacidad de síntesis entre forma, función y estructuración, digna de ser estudiada. Y, sin embargo, el ejercicio no queda ahí, pues el objeto habitable “nido”, puede ser un evento individual y aislado en un solo árbol, o convertirse en un ejercicio de habitación colectiva en otro, eso depende de la escala de la estructura arbórea donde se construya.

El sujeto habitable, pues en un universo des antropocéntrico nada es objetivo, todos los elementos son sujetos esenciales del sistema, es un tejido alargado que se sujeta a la rama del árbol, y se va abombando hacia la base formando una bolsa con una sola oquedad hacia el centro de ésta, por donde se accede al interior. La urdimbre textil, realizada con hierba seca perfectamente seleccionada por las Oropéndolas, se tensa en la medida en que el peso de los habitantes (adultos, huevos, crías) va incrementando, de tal forma que se vuelve más resistente cuando está ocupado, que cuando no lo está. Por supuesto, tiene sus límites.

En los eventos analizados en la última visita, que incluyen una bella Pochota bicentenaria donde se da toda una ciudad colgante a partir de estas habitaciones, y un Jiote (Bursera Simaruba) de dimensiones medianas para un árbol, donde una familia decidió tener un entorno más privado, llama la atención el cómo en ambos casos se evade la sección norte del ramaje. Los nidos tienden a ubicarse haca el sur oriente, sur y sur poniente. Sin ser una regla contundente, el hecho de que los meteoros que más pueden afectar la estabilidad y permanencia de la construcción sean los popularmente llamados “Norte” —tormentas cuyos vientos intensos y fríos provenientes de dicha orientación, impactan la región en determinada época del año— nos da ya una idea de que hay algo más en la forma en que construye y distribuye sus habitaciones esta especie, que la pura necesidad inmediata.

Desde una perspectiva antropocentrista, racionalista, y por lo tanto denigratoria de cualquier otro tipo de conocimiento que no se derive de esta muy puntual perspectiva (incluyendo claro está, el conocimiento generado dentro de nuestra misma especie, de otros sistemas culturales no considerados “racionales” por este fragmento ideológico) diríamos que es un tema de instinto, no de inteligencia y mucho menos, de sabiduría. Pero en los últimos tiempos, viendo cómo toda nuestra ciencia racionalista y el conocimiento derivado de ella, nos acerca veloz e inexorablemente al cisma bioclimático del planeta, he de tomar pese a las críticas que esto conlleve, justamente una visión contraria.

 

Así pues, la sabiduría de esta especie de aves no sólo es capaz de producir un espacio habitable que ondula pendularmente durante el arrullo de la brisa, con alta capacidad de transmisión de cargas a tensión. Además, es capaz de ubicarla en la orientación más protegida con respecto a los vientos tormentosos que puedan amenazar la construcción, de generar a través de un solo elemento integral estructura, fachada, sistema de ventilación, cobijo térmico y sensación de resguardo. Súmele el que dicho elemento es biodegradable, y que sus habitantes, sin el lastre que implica el apego a las cosas, son capaces de sustituirle cuando ha terminado su vida útil.

Nuestra especie ha sido capaz de generar estructuras similares a lo largo de su historia, con el mismo sentido integral y la misma capacidad de desapego, entendiendo los procesos de cambio como parte del universo en permanente transformación. Pero cuando al igual que en un ecosistema, en la generación de conocimiento se condena la diversidad y se apuesta por visiones únicas, la viabilidad del proceso cultural que así actúa tiende a entrar en una crisis cuyo peligro de mantenerse, es llegar a la extinción. Habrá que aprender a aprender nuevamente.

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Espacios: el árbol-cosmos habitante https://arquine.com/espacios-el-arbol-cosmos-habitante/ Wed, 14 Apr 2021 13:20:47 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/espacios-el-arbol-cosmos-habitante/ En un árbol todo funciona como un gran sistema. Y encima el espacio entre el follaje y el piso se convierte en un refugio de memorias, ese lugar que, dice Kahan, todo edificio quiere ser en esencia. El sitio donde nos reunimos a compartir universos de diversidad.

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“Schools began with a man under a tree who did not know he was a teacher, sharing his realization with a few others who did not know they were students.”

Louis I. Kahan

 

En el registro de estas reflexiones, como podrán notar quienes hayan seguido las publicaciones, he intentado pasar, un tanto cuanto visceralmente, por diferentes manifestaciones espaciales, que incluyen, desde luego, aquellas no derivadas de la intervención humana. 

En este sentido, una de las espacialidades  que más poderosas reflexiones genera es el árbol.

Macrocosmos y microcosmos a la vez, el ser vivo al que denominamos árbol es individuo habitando y a la vez, hábitat de cientos de sistemas vivos a múltiples escalas, desde microorganismos hasta colonias completas de vertebrados pasando por infinidad de insectos.

Hoy recupero una publicación hecha en mi página de Facebook, donde narro las cualidades de un árbol particular, presente desde mi infancia y con quien he tenido multitud de momentos, donde el aprendizaje sobre el espacio, primero de forma inconsciente y luego de forma consciente, nunca a cesado.

El árbol es un hule, está en el actual predio de la casa que mis padres adquirieron hacia 1978 para crear un refugio familiar en la Colonia Parres del Municipio de Jiutepec, Morelos. Originalmente el terreno era colindante al de la casa, y como todo era un entorno rural —ahora está conurbado— sólo nos dividía una barda de tecorral —sistema de bardas de piedra sin junteo, que difícilmente sobrepasan el metro de altura, con las que los campesinos mexicanos subdividen sus parcelas— que mi hermano y yo traspasábamos continuamente, para ir a jugar a Tarzán junto con los amigos locales, ya que las dimensiones del coloso vegetal correspondían perfectamente con las descripciones que hacía Burroughs de los gigantes tropicales africanos, al menos para nuestra mente infantil.

El majestuoso árbol estuvo ahí antes que los predios fueran tales, al menos unos doscientos años, probablemente sembrado por una mano campesina, ya que no es endémico de la región, y ahí permanece una vez unidos los lotes.

El espacio transita entre las sinuosas raíces que fungen a la vez como cimiento de la maravillosa estructura, como red de alimentación y, en sus intersticios tanto exteriores como subterráneos, cual una ciudad compleja e interminable para un sinfín de micro ecosistemas. Es posible estudiar sus patrones formales aun no teniendo una geometría regular o simétrica. El estudio de dichos patrones tendría que compararse después analíticamente con otros sistemas de flujos que nos permitan establecer las relaciones entre la visión holística y sus fractales.

El tronco es un ejemplo de adiciones, pues el Hule usa como estrategia para subsistir al paso del tiempo, generar nuevas raíces que cuelgan de las ramas hasta encontrar piso fértil —para nosotros, de niños, eran como lianas donde colgarse, comprobando empíricamente la resistencia a la tensión de las fibras… todo es un juego—, donde se asientan y engrosan hasta formar parte del tronco.

Las ramas son un universo de estructuras en cantiléver cuya proporción bien estudiada nos da un cálculo estructural perfecto… y donde habitan también otro sinfín de microcosmos muchos de los cuales tienen a su vez, su propio sistema estructural, como hormigueros, panales, nidos arácnidos o de aves.

Todo funciona como un gran sistema… y encima el espacio entre el follaje y el piso se convierte en un refugio de memorias… ese lugar que, dice Kahan, todo edificio quiere ser en esencia. El sitio donde nos reunimos a compartir universos de diversidad.

Hoy, mis clases de secundaria sobre biología me sería más útiles para entender la arquitectura y su geometría… pero en ese momento yo no comprendía que todo está conectado. ¿Y si replanteamos las escuelas?

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Cada vez que nos salimos del centro es un avance. Conversación con Jorge Wagensberg https://arquine.com/cada-vez-que-nos-salimos-del-centro-es-un-avance/ Mon, 13 Jun 2011 17:51:43 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/cada-vez-que-nos-salimos-del-centro-es-un-avance/ La arquitectura natural es la que ocurre por selección natural, cuando la solución es antes que el problema. Cuando no hay un cerebro que está resolviendo algo, dijo Jorge Wagensberg en esta conversación.

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Javier Barreiro (JB): En la arquitectura y en la cultura en general sigue habiendo cierta confusión a la hora de distinguir entre lo natural y lo cultural. En tu artículo “La arquitectura natural” (Arquine 55) planteas ese problema de una manera que podría leerse como un dualismo. ¿Puedes aclararar tu postura?

Jorge Wagensberg (JW): La arquitectura natural es la que ocurre por selección natural, cuando la solución es antes que el problema. Cuando no hay un cerebro que está resolviendo algo, la ventaja tiene una desventaja, y es que necesitas millones de años para encontrar soluciones. Pero tiene una ventaja, y es que la selección natural sólo conserva los éxitos y elimina los fracasos. La arquitectura cultural, en cambio, puede buscar ideas, no soluciones, que luego tiene que desarrollar con su capacidad cognitiva. Y también puede encontrar soluciones en la naturaleza. No quiero decir que la naturaleza sea inteligente ni sabia, ni siquiera que sea la solución única, pero es una alternativa a tener en cuenta.

JB: ¿Cómo es que la especie humana desarrolló esa aptitud que la diferenciaría del resto de lo natural? ¿Lo cultural no es parte de lo natural?

JW: Lo cultural es un logro de lo natural. Emerge la cultura y la capacidad cognitiva por selección natural, pero luego inventa un área nueva. Lo mismo se puede decir de lo natural respecto a lo inerte. Por ejemplo, ¿por qué las estrellas son redondas y no cúbicas? Esto ni siquiera es por selección natural, es por selección fundamental. La vida se adquiere por selección fundamental y lo cultural por selección natural. La frontera entre lo natural y lo cultural está en el cerebro cognitivo, en la capacidad de trazar un plan, de anticipar la incertidumbre.

JB: ¿La diferencia no está en la capacidad de pensamiento abstracto y simbólico, de lenguaje articulado, en la capacidad de almacenar información y transmitirla de una cierta manera?

JW: Hay muchas inteligencias. La inteligencia O es la de una piedra. La inteligencia 1 va de una bacteria a una hormiga, que es procesar, anticipar lo que ya ha ocurrido, lo que está grabado. Un calamar no tiene ninguna ventaja importante sobre una hormiga. En cambio entre un pulpo y un calamar ya hay un salto brutal, que es fallar un plan A contra un plan B; pero entre un calamar y un perro vuelve a haber una distancia enorme: el perro tiene sobre el calamar que administra intestinos. Pero no puedes encontrar una vaca que no alivie sus intestinos sobre una alfombra persa. En cambio, un perro sí. Y después de la administración de instintos, viene justamente el símbolo, lo abstracto, la capacidad cognitiva.

JB: Pero esa manera de ordenar lo existente, siempre con el homo sapiens en el centro, ¿no se convierte en el dogma del antropocentrismo? Digo esto, sin dejar, claro, de reconocer lo específico humano.

JW: Cada vez que quitamos al ser humano del centro conseguimos un avance. No hay más que mirar la historia. Pero lo que no podemos evitar es ser el centro del pensamiento, porque pensamos nosotros, no piensa una piedra. Pero justamente el ejercicio que tenemos que hacer es barrernos del centro.

JB: ¿Por qué hay esa resistencia, es como un resabio teológico?

JW: Yo creo que es muy difícil sacarse como referencia cuando somos la referencia. Es decir, el cerebro es el centro del cerebro y por eso el yo es difícil sacarlo de adentro. Uno de los saltos importantes es la autoconciencia, el darse cuenta de que yo soy yo. Pero una vez sabes que tú eres tú, el problema de la objetividad es sacarte de en medio. Por ejemplo, Copérnico, respecto de Ptolomeo, el gran avance es haber sacado el planeta Tierra como centro del universo. El gran salto de Darwin fue sacar a la especie humana como centro de las especies biológicas, porque es una especie como cualquier otra. Freud sacó el inconsciente humano como centro de la conciencia. Es decir, cada vez que le damos una patada al yo, al ser humano como centro, damos un salto. La Revolución Francesa sacó del centro a la aristocracia y a la iglesia; el marxismo sacó del centro a la burguesía.

JB: Otro equívoco recurrente es la confusión entre naturaleza y paisaje. ¿Cómo se dirime en la ciencia la diferencia entre paisaje, como mirada sobre el entorno (cultural), y naturaleza, que sería lo dado (fundamental), pero de la que sin embargo formamos parte?

JW: Muy buena pregunta. La arquitectura consiste en crear la superficie que distingue el dentro del fuera, y el paisaje es el fuera. La física siempre empieza por definir el sistema de una manera irregular: sea éste el sistema y sea éste el entorno o paisaje el resto del universo. De manera que el sistema más el paisaje es la totalidad del universo.

JB: Y en el caso de un hormiguero, ¿por qué sería más natural que un rascacielos? ¿Lo que hace que algo sea artificial o cultural es el simple hecho de que es o no un producto humano?

JW: La clave está de nuevo en la selección natural y en la selección cultural. Un hormiguero nunca innova; si hay una novedad es porque se ha convertido en otro tipo de hormiguero. En cambio, un ser humano es capaz de encontrar algo no previsto, de plantear el problema primero y luego la solución. En el hormiguero la solución va por delante del problema. Si la incertidumbre te crea una situación nueva, un hormiguero o tiene la solución ó desaparece.

JB: ¿O sea contempla una gama de respuestas limitada?

JW: Las tiene que tener anticipadamente. Mientras que los humanos somos capaces de encontrar soluciones nuevas. Es la diferencia entre un ordenador y nosotros. Un ordenador tampoco tiene plan B. Un hormiguero es como una computadora, el cerebro de una hormiga está programado. Si por azar adopta una solución no prevista, esa hormiga no es capaz de enseñárselo a su prole. Cultural es el conocimiento transmitido por vía no genética. Además de los humanos, pueden hacerlo los chimpancés; también los elefantes, ciertos pájaros…

JB: En este sentido, ¿cómo funciona la relación entre lo funcional y lo formal?

JW: Últimamente, me he convencido de que lo bello no tiene porqué ser útil. Hay la belleza de lo inútil. Pero, al contrario, también hay una belleza intrínseca a lo útil. Todos los usos tienen una cierta belleza. Yo tengo un aforismo que dice: la ética es la estética del comportamiento.

JB: Pero siento que el dualismo sigue muy arraigado y termina siendo moralista. Creer, por ejemplo, que la vida y la muerte son cosas opuestas. Para un biólogo resulta obvia su falsedad: la muerte es parte del ciclo vital y ni siquiera un momento muy relevante…

JW: No, claro. Yo he llegado a la conclusión de a dónde ire cuando muera… A donde estaba antes de nacer. Un lugar donde no tienes que debatir si eres bueno o malo; algo muy alejado de la estética y de la ética.

JB: También tiene que ver con el culto de la individualidad que hemos construido los humanos, y que nos parece una conquista, pero eso trae aparejado un montón de angustias… La desaparición, la incapacidad de aceptar que uno forma parte de un ciclo más grande y que lo importante es el ciclo, no yo…

JW: Eso sólo tiene consecuencias malas para la colectividad… Hay esa definición de la vida como una enfermedad mortal de transmisión sexual. Bromas aparte, sólo se muere lo que está vivo, claro. Pero sí, no admitimos desaparecer… Tienes razón, está ligado a que no logramos apartarnos del centro. Y para superar eso tienes que salirte y mirarte desde afuera.

Fotos: Lourdes Grobet

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