Resultados de búsqueda para la etiqueta [zonas arqueológicas ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 23 Jul 2024 15:39:55 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (II): Ranas https://arquine.com/cultura-serrana-la-otra-escala-del-horizonte-clasico-ii-ranas/ Tue, 23 Jul 2024 15:39:55 +0000 https://arquine.com/?p=91925 Tras la imborrable experiencia de la visita a la Zona Arqueológica de Toluquilla (en la Sierra Gorda de Querétaro), publicada anteriormente, el grupo de estudiantes de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana, mi colega, la Maestra Pilar Álvarez López y yo, volvemos al autobús para dirigirnos ahora a Ranas. La sinuosa autopista nos hace percibir el […]

El cargo Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (II): Ranas apareció primero en Arquine.

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Tras la imborrable experiencia de la visita a la Zona Arqueológica de Toluquilla (en la Sierra Gorda de Querétaro), publicada anteriormente, el grupo de estudiantes de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana, mi colega, la Maestra Pilar Álvarez López y yo, volvemos al autobús para dirigirnos ahora a Ranas. La sinuosa autopista nos hace percibir el trayecto más largo de lo que es, pero finalmente comenzamos a atravesar la población de San Joaquín, pequeña ciudad que colinda con la Zona Arqueológica que visitaremos.

En el artículo publicado en el número 77 de Arqueología Mexicana, ya citado en la entrega anterior, la arqueóloga Elizabeth Mejía Pérez Campos y su colega Alberto Herrera Muñoz, nos platican que, justamente la cercanía de San Joaquín ha provocado que el estudio de este sitio no sea tan preciso como su par de Toluquilla, ya que durante la primera mitad del siglo XX Ranas estuvo sujeta por los pobladores de San Joaquín a un ejercicio de extracción de piedra para ser reutilizada como material de construcción, lo cual alteró de forma irreversible las ruinas, y un alto deterioro y derrumbes de ciertas construcciones.

Con todo, el trabajo arqueológico realizado desde la década de los 80 del siglo pasado ha podido revelar que la Zona Arqueológica de Ranas es de dimensiones significativamente mayores que la de Toluquilla, por lo que se deduce que este asentamiento habría sido, en su tiempo, la ciudad hegemónica de la Cultura Serrana, tanto en lo político, como en lo económico.

Al igual que Toluquilla, la escarpada orografía de la sierra obliga a una estrategia que requiere el terraceo de las cúspides de los cerros para generar plataformas donde construir las edificaciones principales. A diferencia de Toluquilla, sin embargo, aquí son dos mesetas las ocupadas, generando trayectos lineales de norte a sur en una de ellas, mientras que en la otra la dirección tiende a una orientación noroeste a sureste. La parte visitable que nos ofrece hoy día a visitantes el INAH, es la segunda, mientras que la primera sólo tiene actividad de investigación arqueológica.

El acceso a los espacios visitables se hace por un terreno ejidal, en el que uno puede prescindir del transporte, en nuestro caso, el autobús. Este terreno conecta con un camino que transita al lado de la montaña, a mano izquierda según avanzamos: por entre la colina aparece un primer basamento piramidal, mientras que, a la derecha, la cañada desciende con profundidad hacia la incertidumbre, ya que el follaje nos impide ver el fondo.

Pronto nos damos cuenta de que ese primer volumen, que está algunos metros por encima del nivel del camino, corresponde al remate de una de las puntas de un juego de pelota, al cual accedemos casi sin darnos cuenta. En este espacio, podemos percibir el deterioro producto de la utilización de piedra que ejercieron los pobladores locales durante la primera mitad del siglo pasado, como ya se ha comentado algunos párrafos antes. El juego tiene, en su dimensión longitudinal, una orientación oriente-poniente. El parapeto norte está completo y contiene el espacio con claridad, pero el parapeto sur que daría la configuración lineal al recinto ceremonial prácticamente ha desaparecido. Solo un leve montículo y algunos árboles nos dan la idea de cómo habría sido el volumen.

Desde el centro del juego de pelota, el remate poniente corresponde al basamento piramidal antes narrado. Es un remate visual, ya que este se encuentra varios metros fuera y es posible que no fuera la vista original, ya que se pueden apreciar otros basamentos más bajos en altura, que configuran una secuela de terrazas ascendientes y que, seguramente vistos completos en su momento, obstruirían parcial o totalmente al actual remate.

Hacia el lado oriente, el juego remata en lo que pareciera ser hoy día un montículo natural, dado que la arquitectura está cubierta en su totalidad por vegetación y no ha sido desmontada. Es muy probable que, según lo que podemos observar, fuera de mayor altura, y que, por el mismo saqueo de piedra sufrido en el sitio, sólo quede un fragmento. Aun así, su presencia nos permite subir a percibir desde otra altura la calidad de este espacio. Desde la cúspide del montículo descrito podemos observar con más claridad la trayectoria este-oeste del espacio, así como la primera terraza con la que la ciudad irá acondicionando la topografía del sitio, notablemente más escarpada al poniente, para acondicionar los elementos urbano-ceremoniales. También podemos observar cómo la arquitectura del juego de pelota utiliza el volumen hacia el interior como paramento de acotación y uso del ritual ceremonial y, hacia el exterior, como muro de contención para adecuarse a la pronunciada pendiente que desciende hacia el norte.

Esto también, estimadas y estimados lectores, nos permite percibir lo angosta que resulta la meseta de la montaña, y la complejidad que tuvieron los serranos para ajustar la ciudad a dichas condiciones.

Ahora viene la toma de decisión: ¿tomar la dirección poniente primero para visualizar esa sección de ciudad que “trepa” por la topografía, hasta la culminación urbana de dicho eje, o tomar la dirección oriente, en donde la pendiente es más regular, hacia donde indica la señalética un segundo conjunto de juego de pelota?

Por logística de movimiento, decidimos ir primero hacia el este, en busca del segundo juego de pelota. La ruta nos presenta,entre árboles, un muro escalonado que se interrumpe a la mitad para dejar paso a unas escalinatas. En segundo plano, otro volumen piramidal remata la perspectiva.

Al ascender por la escalinata, el segundo volumen piramidal se vuelve un parapeto inexpugnable. Hacia el norte, nos marca una perspectiva que se funde con el bosque. Hacia el sur, nos lleva a una plaza que se encuentra metro más abajo. Al descender a ella, volteo para registrar la imagen de las escalinatas que nos comunicaron entre plataformas, misma que nos permite ver el diestro manejo de los serranos para manejar la diferencia de niveles entre un punto y otro.

Ahora el registro fotográfico es desde la esquina sur de esta plaza, cuya vista nos enmarca el volumen piramidal que ha sido hasta ahora el protagonista de esta sección de recorrido. Este pareciera ligarse en dirección oriente a un paramento longitudinal. Aunque, si se fijan bien, existe (entre el juego de luz y sombras que nos brinda la naturaleza del lugar) una pequeña abertura que indica un paso entre las dos estructuras descritas. Esa pequeña grieta asciende otra vez por cerca de un metro y nos da acceso al segundo juego de pelota. Desde el punto donde se nos abre esta perspectiva, podemos ver en diagonal el espacio ceremonial, mientras que, al voltear, observamos la plaza anterior, delimitada por unas intrigantes bases pétreas que cimentarían en su tiempo dos edificaciones, una semicircular (¿influencia huasteca acaso?) y otra rectangular. Estas edificaciones al sur del juego de pelota se suman a otras que encontraremos más adelante al norte y que, en términos del arquitecto Louis Kahn, definirían claramente la relación entre el espacio servido (el juego) y los espacios servidores (los volúmenes externos que le rodean). Los grandes maestros como Kahn no inventan estos conceptos, son capaces de verlos por mediodel ejercicio analítico de todas las arquitecturas pertenecientes a todas las culturas que han dejado registro de nuestra estancia en este planeta.

Accedemos al centro del espacio ceremonial del juego, nos centramos al eje que nos muestra al día de hoy, una asimetría entre el paramento norte, más alto, y el sur más bajo. No sabemos si esto es producto del desarrollo entre el espacio servido y los servidores, donde los que se encuentran al norte están en una cota topográfica más alta que los del sur, o a la degradación del sitio ante la acción pragmática de quienes usaron piedras de las ruinas para construir otras cosas durante el siglo pasado. Yo me inclinaría a una combinación entre ambas circunstancias.

El eje, a su vez, nos muestra un remate que parece ser solamente la cortina de vegetación del bosque que rodea al sitio, pero, al acercarnos a ese punto, descubrimos los cimientos de un temascal, que nos narra la importancia ritual de quien participa en este peculiar juego mesoamericano.

Al norte del Temascal, se configura otra plaza cuya geometría queda determinada por un muro bajo de contención, que marca la diferencia de nivel entre la plaza y una terraza superior, a la que se accede por unas curiosas escaleras semicirculares en la esquina, y donde, en segundo plano, aparece un basamento piramidal que forma de manera parcial el paramento norte del juego de pelota y,  por otra, da inicio al juego de espacios servidores de esta sección de la zona arqueológica.

A partir de aquí, las imágenes les mostrarán una secuela de espacios y plataformas que les conectan, así como de vistas al paisaje desde este lado. Entendiendo que no son plazas, sino configuraciones interiores conectadas por una senda, y que hoy en día la ausencia de volumen (puesto que sólo quedan los cimientos y terrazas) nos permite percibir la espacialidad de forma muy distinta a la original, dejo a la imaginación de ustedes, lectores, cómo sería el tránsito entre espacios.

De regreso al primer juego de pelota, ahora nos preparamos para la parte final de la visita, donde, según narramos al inicio de esta segunda entrega, la zona va a comenzar un ascenso hacia el poniente por una secuela de plataformas terraceadas que tomen los desniveles.

La imagen nos ubica en el punto más occidental del primer juego de pelota que nos enfrenta a un primer basamento cuyas escalinatas desembocan a una plataforma. Al fondo se manifiesta aquel volumen piramidal que vimos al inicio de la visita, ahora como un claro protagonista. Su presencia es contundente, demuestra una clara jerarquía en la composición urbana. Sin embargo, esta no es la culminación del recorrido, es tan solo su primer elemento. Desde su plaza elevada volvemos a ver en el nivel anterior, el juego y la secuela volumétrica que le configura al norte. Al rodear el predominante volumen que protagoniza esta plataforma, se nos presenta una senda ascendente y, al fondo, otros paramentos imponentes que anuncian nuevas edificaciones.

Estas edificaciones arman una interesante combinación de terrazas acotadas por templos, que son, al mismo tiempo, un volumen configurador de plazas y muro de contención para la siguiente terraza en el ascenso hacia la cima del cerro.

En estas plazas encontraremos otra vez esas escalinatas, ya sea en cuartos de círculo, o boleadas en las esquinas como las que narramos en Toluquilla. Las plazas van creciendo en dimensión conforme ascendemos, demostrando que, hacia la cota más alta, se va uno acercando al espacio más importante de esta sección de ciudad. Ningún volumen es demasiado alto, y la escala permanece en esa dimensión acogedora que también apreciábamos en Toluquilla. La monumentalidad está en la suma de elementos, no en cada uno en sí.

Esta sección, menos deteriorada que las anteriormente visitadas de Ranas, nos da más una idea más clara de la complejidad y refinamiento de la ciudad, y validan la interpretación arqueológica de que sería, probablemente, el espacio urbano de mayor importancia político-económica de la región. Cada sección está configurada con cuidado y marca una pausa en el escarpado ascenso, lo que nos permite encontrar y desencontrar la cúspide.

Al llegar a ella, un último volumen piramidal se eleva para convertirse en centro y focalización de la meseta. Frente a él, un extraño basamento girado parece interponerse en la secuencia natural de la escalinata que permite subir a la cima del edificio principal, en donde se encontraría el templo ¿Qué circunstancia ceremonial, qué sobreposición constructiva en el metabolismo de crecimiento de este espacio, a lo largo de los siglos, llevó a la existencia aparentemente contradictoria de estos dos elementos? Es la duda que rodea la belleza narrativa de toda ruina. Rodear el elemento descrito en este párrafo nos da una clara experiencia de culminación. Tras él ya no hay vestigios, ya no hay más sendas, ya no queda más que el bosque y el paisaje en la meseta del cerro, nivelada por los constructores de la cultura serrana. Nos permite descansar y respirar antes de despedirnos de la Zona Arqueológica de Ranas.

Si el ascenso nos permite percibir las plazas y sus volúmenes como un juego de encuentros y desencuentros, el descenso nos permite observar con otra perspectiva y cómo se van sucediendo los espacios en la compleja topografía y los elementos tectónicos que los configuran. Así, hasta llegar otra vez al punto de inicio, al juego de pelota 1, conector hoy de la ruta sugerida por el INAH, pero cuya función original en el rito de la ciudad, no debió ser esa.

Al final, todo vestigio de nuestra forma de habitar el planeta nos permite reflexionar sobre la inutilidad de las certezas absolutas, sobre la transformación continua y la evolución constante de la vida y del universo que la acoge y, desde luego, sobre la belleza de experimentarla en pasado, presente y futuro, de forma simultánea. 

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Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (I): Toluquilla https://arquine.com/cultura-serrana-la-otra-escala-del-horizonte-clasico-i-toluquilla/ Tue, 16 Jul 2024 17:46:41 +0000 https://arquine.com/?p=91734 El título “Cultura serrana” puede tener un muy amplio rango de focalizaciones, dependiendo de la región del planeta en que se aplique. Pero si acotamos la cultura serrana, dentro del horizonte Clásico Tardío de Mesoamérica, y la ubicamos en la región que los mexicanos denominamos como Sierra Gorda de Querétaro, estamos hablando de uno de […]

El cargo Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (I): Toluquilla apareció primero en Arquine.

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El título “Cultura serrana” puede tener un muy amplio rango de focalizaciones, dependiendo de la región del planeta en que se aplique. Pero si acotamos la cultura serrana, dentro del horizonte Clásico Tardío de Mesoamérica, y la ubicamos en la región que los mexicanos denominamos como Sierra Gorda de Querétaro, estamos hablando de uno de los fenómenos culturales, más interesantes y menos promocionados de nuestro pasado.

Empecemos, para aquellas y aquellos lectores que no están familiarizados con esa geografía, explicando algo sobre este territorio. La Sierra Gorda de Querétaro es una región que se distingue por su intrincada orografía. Es parte de la cordillera que denominamos como Sierra Madre Oriental, sistema que recorre el oriente del país de norte a sur, dividiendo las costas del Golfo de México del Altiplano Central. Aunque la mayor parte de la Sierra Gorda se ubica en el estado de Querétaro, al ser solo una sección de la Sierra Madre Oriental, se liga al norte con la HuastecaPotosina; al este, con el estado de Guanajuato; y, al suroriente, con el estado de Hidalgo, porque los sistemas geográficos son indiferentes a las divisiones políticas que hacemos los humanos.

La configuración orográfica de la Sierra Gorda nos regala, según la vertiente, espacios con climas desérticos, bosques de coníferas, entornos de selva baja caducifolia y selva siempre verde, que se entrelazan los unos con los otros. Este paisaje nos regala picos de hasta 3 milímetros sobre el nivel del mar, con cañadas profundas que tocan los 700 metros, por lo que ustedes podrán imaginar lo que hay ahí: pendientes escarpadas, cientos de sistemas de arroyos y ríos, y parajes naturales surrealistamente bellos.

Una buena parte de la sierra, está considerada en la actualidad como reserva de la biósfera, localidades específicas y sus templos están en la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, y forman parte del Programa de Pueblos Mágicos. Pero hoy no hablaremos de esto, más que como un referente introductorio para que ustedes se interesen un poco más sobre la región, si es que no la conocen aún.

La exploración arqueológica de la Sierra Gorda inició a mediados del siglo XIX, a partir de la expansión minera industrial, y a finales del mismo siglo, aparecieron ya los primeros levantamientos de las dos acrópolis que comentaremos en esta reflexión: Ranas y Toluquilla. Se reconoce al ingeniero Primer Pawell como el responsable de los primeros planos de estas zonas arqueológicas (si gustan profundizar en este tema, recomiendo lean el número 77 de la revista Arqueología Mexicana, dedicado al análisis de la Sierra Gorda).

Aunque la Sierra Gorda presenta evidencias actividad de ocupación desde hace 4 mil años, es entre el siglo VI y el X de nuestra era, que las poblaciones sedentarias llegan a su mayor desarrollo socioeconómico y sociocultural, a partir del aprovechamiento de los valles para la agricultura, y de los yacimientos mineros, en especial, el del cinabrio, en las montañas, para el comercio de este mineral. Es en este período cuando surgen las ciudades ya mencionadas, y hoy denominadas como Ranas y Toluquilla, ubicadas hacia el sur de la Sierra Gorda, en zona húmeda, pero muy cerca de donde el sistema montañoso separa la vertiente que derrama al golfo, de la más seca que da al altiplano central.

Lo primero que impone en este viaje, es el trayecto que va introduciéndonos desde los valles queretanos, y comienza a trepar por la imponente sierra. La carretera inicia su serpenteo y el acenso nos regala vistas espectaculares al borde de acantilados cada vez más profundos. Una bifurcación en el camino nos permite elegir entre continuar hacia la ciudad de Jalpan, incrustada en el corazón de la reserva de la biósfera y uno de los sitios declarados como patrimonio de la humanidad, o derivar hacia la población de San Joaquín, al borde de la cual se encuentra Ranas, o unos pocos kilómetros más al sur este de esta localidad, Toluquilla. Es importante que, para comprender más allá de las imágenes lo intrincado de este territorio, nuestros querides lectores visualicen que, en línea recta, no son más de 5 kilómetros lo que separa a una zona arqueológica de la otra, pero esa distancia se triplica en el contorno con que la carretera tiene que ir rodeando las empinadas pendientes de la montaña.

Así, nuestra expedición —integrada por estudiantes de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana, mi colega Pilar Álvarez y yo— llega por decisión logística a Toluquilla, ya que es la zona arqueológica más alejada de un centro urbano actual y, por lo mismo, la que ha sufrido una menor cantidad de saqueo gracias a su aislamiento. El nombre deriva del náhuatl tolloa refiere a la acción de jorobarse, con lo que, sumado al sufijo castellano illa, implicaría entender este vocablo como “Cerro Jorobado” o “Jorobadillo”, según nos cuenta la página oficial del sitio.

Ahora bien, la tradición interpretativa de la arquitectura prehispánica, y en especial aquella referente al Horizonte Clásico, se ha focalizado en las grandes urbes cuya dimensión es monumental, y que nos refiere a grandes ejes urbanos que integran el paisaje, el cosmos y la arquitectura ceremonial. Y en Toluquilla, queridas y queridos amigos, encontraremos los templos, el eje urbano, el paisaje y el cosmos, pero no la escala monumental. Es esta la primera gran sorpresa del sitio.

Para llegar al sitio, el autobús que nos trasladaba tuvo que dejarnos al borde de la carretera, donde un camino rural se interna en el bosque para comenzar el ascenso a la zona a pie. El camino ha sido adaptado, con bastante sensibilidad, por trabajadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quienes acondicionaron la Zona Arqueológica para ser visitada. Mientras el bosque comienza a envolvernos, a través de la ruta se van filtrando algunas vistas hacia el paisaje serrano, mientras a ritmo constante, el zigzagueo ascendente por el cerro nos permite llegar a la pequeña sección donde baños y taquilla, dan acceso al visitante al sitio propiamente dicho.

Pasado el trámite de registrar al grupo, se ingresa a la sección visitable de la ciudad en la cota más baja con relación a su traza y la topografía, ubicada en la parte norte del cerro. La estructura urbana se compone en forma lineal, siguiendo la meseta del cerro, terraceada en tres plataformas consecutivas de acuerdo a las posibilidades que da la topografía, aunque solo dos están habilitadas para el turismo. La composición urbana, como dije, es lineal, pero la calle no es recta: ondula con ligereza sobre su eje y, en dicha ondulación, va configurando los estratos de cada sección.

La brecha que parte de la puerta de acceso a la zona nos permite visualizar unos volúmenes construidos en piedra laja de la región, seguramente obtenidos del mismo terraceo que implicó habilitar el espacio de las tres secciones de la acrópolis. Rodeando estos volúmenes, hay una grieta entre dos de ellos que nos introduce a una pequeña plaza triangular. Son cinco las construcciones que configuran este espacio, que se convierte en un vestíbulo urbano. No son muy altas, ni muy grandes, pero se organizan radialmente con respecto a una sexta generando dos diagonales: la primera conduce al suroeste y nos lleva de nuevo al bosque; la segunda conduce al sureste, y nos prepara una sorpresa. Y es que al trascender esa diagonal se abre una nueva plazoleta que ahora, nos presenta la perspectiva lineal y regular de un juego de pelota.

El juego de pelota es la primera manifestación clara del eje urbano norte-sur. La perspectiva del especio ceremonial es rematada por un basamento piramidal que sostendría un templo en su cúspide. El basamento presenta todas las cualidades tipológicas del lenguaje característico del horizonte clásico: la escalinata centrada y acotada por alfardas a sus costados, las plataformas que arman la pirámide en tres secciones donde, las dos superiores, presentan la composición en talud para la base, y en forma de tablero para la culminación superior. Ahora me permito señalar dos situaciones peculiares de este volumen. La primera, es que no está ordenado de manera simétrica con el eje del juego de pelota, se desfasa ligeramente al poniente o a la derecha en relación a la vista que comparto. Esto permite alcanzar a ver en segundo plano, la senda que continúa tangente hacia el resto de la ciudad, ascendente y zigzagueante. La segunda es que la base del volumen piramidal, se convierte en una gran terraza que lo liga al volumen superior poniente del juego de pelota. Sensible sutileza en la configuración del espacio.

Conforme recorremos el espacio, se va haciendo más evidente aquello que les comenté en el párrafo anterior. También podemos observar la aparición en segundo plano de otro volumen fragmentado, en segundo plano al poniente del juego de pelota, lo cual nos habla de ciertas actividades a desarrollar en esa zona, de seguro de carácter ceremonial y vinculadas con la mística del juego.

Hacia la otra esquina del volumen piramidal, al este, hay tres peraltes que nos marcan la ruta a seguir (acentuado ahora por la señalética del INAH). Parece la opción más amable para continuar sin duda. Tomamos así la dirección que nos marca esa pequeña escalinata, que continúa en una senda cuya pendiente es ascendente hacia el sur. Antes, volteamos para ver la perspectiva del juego de pelota, contraria a la que hasta ahora habíamos percibido, lo que permite apreciar la diferencia jerárquica entre una punta y otra en el alargado espacio. Es evidente el acento focal hacia el sur, con el basamento piramidal como protagonista, mientras que, hacia el norte, el espacio se diluye en los requiebros de los volúmenes que nos dieron acceso a la ciudad en un inicio.

La senda ascendente termina fundiéndose con la plataforma del basamento que hemos dejado atrás, conformado ahora una terraza donde la espalda del basamento, y la de un nuevo volumen que emerge en el recorrido, marcará en una plazoleta el inicio de la zona habitacional. Al continuar el camino, pasamos a un lado de dicho volumen para entrar a otro espacio aplazolado, de mayores dimensiones que el anterior, al que se vierten diversas configuraciones de vivienda, cuyas variables no son tan evidentes en lo general, pero sí en los detalles compositivos particulares. Quizá no sea fácil verlo, si no se tiene un ojo educado para ello. El espacio público se vuelve un ejercicio de alternativas al recorrido lineal: un volumen bajo circular bifurca la plaza hacia dos pequeñas escalinatas, ambas culminan en una nueva plaza. Todo es de pequeñas dimensiones. Otra vez volteamos al lado opuesto, y vemos una puerta con su dintel de piedra, señalada por otra escalinata. 

Las viviendas corresponden a los pobladores de alta jerarquía, construidas con sólidos muros de piedra laja como los templos. Las techumbres, originalmente de guano y entramado de madera, han desaparecido por la acción del tiempo. Las plazas se transforman en callejuelas, tanto aquella que sigue la línea del eje original, como las que, entre volúmenes, conducen a otros espacios secundarios antes de morir en el bosque. Cada casa tiene una plataforma cuya altura varía entre una y otra, armando un pequeño laberinto de escalinatas y poyos. Solo la continuidad del eje nos permite mantener la dirección.

Al final, la narrativa que comparto engaña, como engaña la experiencia del recorrido, pues pareciera que hablo de una trama urbana de dimensiones significativas, cuando en realidad son unas decenas de metros lo que toma atravesar este conglomerado habitacional. Pero, al igual que sucede en los jardines bonsáis japoneses, lo que construye la memoria del espacio tiempo no es la longitud del recorrido, sino la cantidad de experiencias que provee.

Salimos de esta sección a un descampado. Narran los arqueólogos que aquí fue plantada hace poco una magueyera, y para ello fueron desalojados los restos de piedra laja que constituían ruinas de otras construcciones. Sería la parte más alterada por la contemporaneidad de la Zona Arqueológica. Este breve respiro no hace desagradable la percepción del sitio, nos reencuentra con la naturaleza que ha vuelto a apropiarse de lo que alguna vez fue ciudad. Pero si mantenemos la vista de norte a sur, reencontraremos la ruta acotada nuevamente por fragmentos de construcciones olvidadas y, al fondo, entre ruinas y árboles, una masa pétrea que contiene la visual.

Antes de continuar a lo largo del eje, hacia donde dicha masa pétrea nos atrae como un imán, volvemos a hacer el ejercicio de voltear para ver lo ya recorrido y percibir los patrones habitacionales desde una óptica contraria.

Avanzamos hacia el sur, pasamos entre los segmentos de muro que en algún momento configuraron una secuencia de volúmenes y plazas por entre las cuales pasa la senda, hasta el punto donde ésta, desciende a un espacio de mayor amplitud, no muy grande, porque nada es monumental aquí, pero significativamente desahogado comparado con la percepción que nos dejó la zona habitacional. Es el segundo juego de pelota de la ciudad.

En este juego de pelota, encontramos un patrón parecido al primero, pero interpretado de forma distinta. Ahora es el acceso el que no coincide con la simetría del eje, cargándose hacia la parte poniente del espacio, a su derecha en la perspectiva de la imagen compartida. En cambio, el volumen del basamento piramidal que otrora soportara al templo, sí se compone con los parapetos del juego de pelota, en una relación simétrica. Por otra parte, vuelve a generarse la polarización de jerarquías, donde el remate sur del espacio adquiere mucha más relevancia, que la perspectiva norte, hacia la cual observamos la senda por la que llegamos y la fragmentación de volúmenes de menor dimensión que la contienen.

El recorrido por la ciudad continúa al rodear el basamento piramidal del segundo juego de pelota, pero esa sección, que según el esquema de reconstrucción encontrado en la página del INAH que refieren a este sitio, presentaría otra zona habitacional y dos juegos de pelota más. Esta zona es inaccesible a los visitantes, por lo que toca regresar. Durante el retorno sí podemos, sin embargo,  tomar hacia la parte poniente del segundo juego de pelota, para encontrar los cimientos de otras edificaciones que arman un peculiar conjunto que corre en paralelo al juego de pelota. De aquí, lo más destacable es el patrón de algunas escalinatas, boleadas en las esquinas. Este patrón lo reencontraremos en mayor número cuando visitemos la Zona Arqueológica de Ranas, misma que será narrada en una segunda entrega de este relato de viaje por la cultura serrana.

Siguiendo la senda de vuelta, ondulante en el eje principal, hacia el punto donde accedimos a esta visita en un principio, la secuencia de perspectivas (ahora de sur a norte) nos regala nuevas sensaciones espaciales de este diminuto, pero intensamente expresivo centro urbano ceremonial. Ya no narro las sensaciones del regreso, sólo les comparto las imágenes para que ustedes construyan su propia percepción.

 

Pero no me despido, que seguirá en breve la narrativa de Ranas. También tiene lo suyo.

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