Resultados de búsqueda para la etiqueta [Zona Rosa ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:36:35 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 Eno Tokio https://arquine.com/obra/eno-tokio/ Wed, 23 Feb 2022 07:00:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/eno-tokio/ El tamaño estrecho del local obligaba a pensar en maneras eficientes para la distribución de los comensales y servicios. Barras con bancos abatibles al interior, mesas y bancos desmontables al exterior dotan de flexibilidad el uso del espacio.

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 El restaurante Eno Tokio reafirma su idea de “crear comunidad” con un restaurante íntimo, sencillo y en el aire nostálgico de una arqueología moderna que fue escarbada desde las capas de materiales hasta los acabados originales que formaron parte de la arquitectura del local. Ahora, el sitio nos brinda un discreto vistazo al México del pasado. Eno Tokio se localiza en la Zona Rosa, una de las partes más turísticas de la Ciudad de México. Todos los entusiastas de esta zona atisbamos con nostalgia el pasado modernista a través de guiños y pistas que nos dan algunas de las edificaciones de esa parte de la colonia Juárez, tan próxima a la cambiante avenida Paseo de la Reforma.

El espacio sumergido en pesadas capas de materiales, pinturas y estucos es lo que más destaca a primera visita. Desnudarlo de sus elementos excedentes fue la primicia del diseño, con el fin de traslucir techos y muros, limpiando y respetando la huella del tiempo. Debajo de una capa de piso deficiente, se encontraba, indemne, el piso original de cemento hidráulico, que dio lugar al concepto del proyecto, por su aire de otros tiempos y su una gama en colores blanco y terracota. La madera en las cancelerías, las barras, los bancos y los muebles otorgan al conjunto calidez y consistencia fusionando todos los elementos encontrados. El tamaño estrecho del local obligaba a pensar en maneras eficientes para la distribución de los comensales y servicios. Barras con bancos abatibles al interior, mesas y bancos desmontables al exterior dotan de flexibilidad el uso del espacio.

El baño de planta triangular y una barra que deja ver el área de preparación resuelve el tema de los servicios. “Somos obsesivamente detallistas”, dicta la filosofía de los restaurantes Eno, frase que el diseño pretende adoptar utilizando el menor número de materiales nuevos enfatizando el detalle y cuidado, que una arqueología moderna de diseño requiere. Así, se conserva ese minúsculo fragmento de interiorismo del pasado de la Ciudad de México que intenta tejer, aunque sea por un instante, la idea de comunidad y de esparcimiento que tuvo la zona en su esplendor. Desnudar, limpiar, conservar y reutilizar fueron los lineamientos que dieron lugar a un restaurante íntimo y sencillo, con muy pocos elementos que crean una atmósfera muy personal.

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El prestigio de la Zona Rosa https://arquine.com/prestigio-zona-rosa/ Mon, 08 Nov 2021 14:57:36 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/prestigio-zona-rosa/ No se podría asegurar que las intenciones detrás de una gran pantalla que atravesará Génova sean las de borrar aquello que define a la Zona Rosa como un lugar donde, desde la segunda mitad del siglo XX, son estimulados los sentidos constantemente. Puede ser que detrás de este proyecto no haya ninguna agenda particularmente ideológica, mas que la de hacer uso de algún presupuesto millonario. Aún así, las consecuencias serán las del desplazamiento de las economías y los afectos que hoy son acogidos por la Zona Rosa. 

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Lo único que hace unos días presentó Sandra Cuevas, alcaldesa de la Cuauhtémoc, en la Ciudad de México, fue una animación de una obra propuesta. Sin embargo, la respuesta fue contundente y desaprobatoria: el proyecto no era más que un parque de diversiones que desplazaría, de manera simbólica o real, a la economía del sitio donde se instalará la ambiciosa “atracción”, o bien, era dispendio de recursos que podrían destinarse a otros problemas. A veces se toma con reservas la reacción de los vecinos de alguna colonia, sobre todo cuando los interesados en llevar a cabo ciertos proyectos son funcionarios públicos. Intervenir esta ciudad casi siempre implica enfrentarse a quienes usan las calles, lo cual puede imposibilitar que las cosas se hagan. Pero la propuesta que imagina la alcaldesa en la calle Génova está en un barrio que ni siquiera se nombra con la nomenclatura de la delegación donde se encuentra. Como lo describe José Joaquín Blanco, “con sólo cruzar Insurgentes se ganaban ciertas libertades: la Zona Rosa”. Tal vez la naturaleza de este barrio pueda dar algunas pistas de por qué la oposición a la propuesta de la alcaldesa no es mera rabieta vecinal.

En un texto titulado “Sueño de una tarde en la Zona Rosa”, José Joaquín Blanco hace algunos apuntes de la historia de un lugar que, en su momento, fue una “zona casi roja”. Las primeras tiendas de diseño de moda y mobiliario, las galerías de arte y los happenings callejeros le daban un aire cosmopolita que la volvió una suerte de centro donde estudiantes desempleados discutían las últimas películas de arte  y turistas buscaban las mejores artesanías. La Zona Rosa fue el sitio donde José Luis Cuevas le daba primeras planas a las páginas culturales con sus “murales efímeros” y, también, donde José José empezó a cantar como crooner de jazz en restaurantes sofisticados. También, comenzó a considerarse el lugar de ligue para hombres homosexuales, de ahí que a veces fuera una parte de la ciudad que se consideraba como peligrosa y pervertida. Aunque el cronista menciona esto con alguna reticencia. Para el autor, “el prestigio de la Zona Rosa transiguraba a los ligadores, los extendía como pavorreales, los espigaba como garzas desdeñosas, de modo que era más lo que pretendían lucir que ligar. Puras miradas de supuestos guapísimos que se repelían entre sí”. Esta cualidad de ser más una hoguera de las vanidades que un sitio donde los deseos podían saciarse tuvo su culminación en el Bar El 9. 

Regentado por el francés Henri Donnadieu, el centro nocturno se hizo famoso primero por su música y después por su libertad sexual. En algunas de las fotografías, se ven a los curadores Olivier Debroise y Guillermo Santamarina, al artista Felipe Ehrenberg y al escritor Luis González de Alba encontrándose en la pista de baile. Pareciera un lugar de refinamiento y desafectos donde, sí, probablemente hombres podían irse a casa con otros hombres pero también donde se podía alardear del cosmopolitismo que cada cliente pudiera tener. José Joaquín Blanco critica este sesgo de clase, pero otros textos establecen la necesaria distancia histórica que nos permite afirmar que la Zona Rosa fue un sitio de vanguardia tanto por sus tiendas como por sus prácticas sexuales y de recreación.  Las drogas y la promiscuidad convivían con el coleccionismo de arte y las proyecciones de cine europeo. Hasta que, escribe el cronista, “el ghetto se diversificaría con los años, gracias al metro”. Prosigue: “Su función de refugio y centro de reunión homosexuales, en aquellos tiempos modesta y provinciana, fue recuperada, multiplicada, agigantada por el propio metro”, lo que ocasionaría aquello que la clase media y alta llamaría la “decadencia” de la Zona Rosa. 

Si antes era un barrio aislado, el metro hizo que la Zona Rosa se abriera por completo a la ciudad. El espectro de la diferencia sexual se amplió, y no sólo hombres homosexuales pueden ligar en sus bares. También, oficinistas se sumaron al tránsito, al igual que el comercio ambulante, tanto el tradicional como el que es instalado por la población transexual o de trabajadores sexuales para enfrentar sus propias crisis económicas. El barrio nunca fue abandonado, sólo se hizo más grande de lo que era en los sesenta, y aquello que lo volvía representativo para algunas clases sociales ahora queda rebasado por toda una ciudad que también cabe en sus calles. “Sumérgete en la experiencia más ambiciosa e innovadora de toda América Latina”, dice el video con el que se presentó el llamado “túnel audiovisual”. “Transpórtate en una mágica experiencia, única y de vanguardia, que hará despertar todos tus sentidos: 4 mil metros cuadrados de pantallas led de alta tecnología en un espacio altamente calificado por su seguridad y control sanitario”. 

Para el sociólogo Richard Senett, los estímulos sensoriales que puede albergar una sociedad no son necesariamente activados por la planeación urbana, mucho menos por los monumentos, ya que por lo general ambos son mediados por el poder. El comercio legal o ilegal y las sexualidades de una ciudad, que van desde el tráfico de especias hasta las zonas de tolerancia para la prostitución, son algunas de las formas en las que una ciudad demuestra que es habitada por cuerpos que circulan, pero que también tienen deseos y rasgos que los definen, muy aparte de las narrativas monumentales. Si bien Senett revisa la vida de las ciudades en el siglo XVIII o en la Antigüedad, esta tesis puede adaptarse a la Zona Rosa. ¿Por qué justamente ahí se necesita un espectáculo de luces y sonido para “despertar los sentidos”? ¿No acaso Zona Rosa es estimulante por sí misma? No se podría asegurar que las intenciones detrás de una gran pantalla que atravesará Génova sean las de borrar aquello que define a la Zona Rosa como un lugar donde, desde la segunda mitad del siglo XX, son estimulados los sentidos constantemente. Puede ser que detrás de este proyecto no haya ninguna agenda particularmente ideológica, mas que la de hacer uso de algún presupuesto millonario. Aún así, las consecuencias serán las del desplazamiento de las economías y los afectos que hoy son acogidos por la Zona Rosa. 

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El túnel del tiempo en Zona Rosa https://arquine.com/el-tunel-del-tiempo-en-zona-rosa/ Mon, 01 Nov 2021 15:48:47 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-tunel-del-tiempo-en-zona-rosa/ La recurrente intención de “rescatar” a la Zona Rosa porque "ya no es lo que era" es un discurso que tiene “un poco una cuestión de clase y una cuestión meramente urbanística.” El recién propuesto túnel del tiempo audiovisual en realidad se suma a los discursos y acciones de quienes llevan años, décadas, intentando regresar a "tiempos mejores" borrando y excluyendo a quienes hoy la ocupan.

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“Debe haber gratificación instantánea; sobre todo, uno debe ser capaz de comprar sensaciones y estatus; la experiencia y los productos deben estar a la venta.” Eso lo escribió Ada Louise Huxtable en su artículo “Living With the Fake, and Liking It”, publicado en el New York Times hace 24 años, en 1997, donde hablaba, entre otras cosas, del trabajo de Jon Jerde, el arquitecto que diseñó la Fremont Street experience, en Las Vegas, “envolviendo al paseante nocturno —dice Huxtable— en un show de luz y sonido generado por computadora”.

Hace unos días, Sandra Cuevas, alcaldesa de la Cuauhtémoc, presentó un ambicioso proyecto para intervenir la calle Génova, en la Zona Rosa, con un “túnel audiovisual” que “busca recrear una experiencia como la de Freemont Street, en Las Vegas”, según reporta la prensa. Y aunque el proyecto de Jerde haya sido inaugurado el 14 de diciembre de 1997, el video que compartió la alcaldesa califica la intervención, a inaugurarse el 14 de febrero del 2022, como única y de vanguardia:

El más extraordinario proyecto que la alcaldía Cuauhtémoc trae para ti. La seducción y la magia te envolverán. Ubicado en una de las zonas más emblemáticas y de mayor trascendencia cultural: la Zona Rosa. Un corazón latiente para alcanzar su máximo potencial turístico te ofrece la más novedosa experiencia para dar impulso a diversos sectores económicos. Sumérgete en la experiencia más ambiciosa e innovadora de toda América Latina. Transpórtate en una mágica experiencia, única y de vanguardia, que hará despertar todos tus sentidos: el Corredor turístico y tecnológico en calle Génova. 4 mil metros cuadrados de pantallas led de alta tecnología en un espacio altamente calificado por su seguridad y control sanitario. Será un atractivo espectáculo audiovisual que incita a la aventura.

Por supuesto no es la primera vez que se quiere “recuperar” esta parte de la Ciudad de México con intervenciones “únicas y de vanguardia” que, al mismo tiempo, se inspiran en casos quizá poco estudiados por quienes los han propuesto. Desde el absurdo Corredor Cultural Chapultepec en el 2015 —mejor conocido como Shopultepec—, hasta el intento de transformar la Glorieta de Insurgentes en nuestro Times Square, en el 2012, por mencionar un par. De este último cabe recordar la manera como presentó la idea el entonces secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda de la ciudad, Felipe Leal, con un tono menos exaltado pero similares aspiraciones a las con que hoy se presume el túnel audiovisual:

La idea es tener un punto de concentración como pasa en muchas urbes del mundo, lo que pasa en Times Square en Nueva York, lo que pasa en Shibuya en Tokio, lo que pasa en Picadilly Circus en Londres. Son puntos de alta concentración de publicidad con nuevos recursos tecnológicos, con pantallas, con elementos lumínicos para avivar mucho y que esté concentrada la publicidad en un punto y tengamos después una serie de pausas.

La timesquerización de la Glorieta de Insurgentes fue un fiasco, como seguramente hubiera sido Shopultepec si la oposición ciudadana no hubiera detenido el proyecto. No es difícil imaginar cuál pueda ser el resultado del túnel tecno-audiovisual de la alcaldesa Cuevas. Pero más allá de lo que se pueda decir de los modos y las aspiraciones que estas intervenciones, propuestas o ejecutadas, han compartido, hay que remarcar la intención común de rescatar la Zona Rosa de una decadencia que no sólo es visible en lo construido sino en quienes la visitan. Porque cada vez que se habla de revivir la Zona Rosa se cierran los ojos y se invisibiliza a quienes desde hace mucho y todavía hoy, pandemia mediante, viven y ocupan sus calles. Como apuntó Jose Ignacio Lanzagorta en una entrevista con Christian Mendoza, la recurrente intención de “rescatar” a la Zona Rosa porque ya no es lo que era es un discurso que tiene “un poco una cuestión de clase y una cuestión meramente urbanística.” ¿Qué tanto comparte la idea de convertir a la calle de Génova en una “experiencia audiovisual” con la violencia excluyente ejercida contra la Tianguis Disidente que se instala en esa misma zona?

Si en su propia mitología Cuevas, José Luis Cuevas, se proclamó inventor de la Zona Rosa, ahora Cuevas, Sandra Cuevas, quiere reinventarla con su túnel del tiempo audiovisual que en realidad se suma a los discursos y acciones de quienes llevan años, décadas, intentando regresar a tiempos mejores borrando y excluyendo a quienes hoy la ocupan.

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“La noche soy yo.” Conversación con Henri Donnadieu. https://arquine.com/la-noche-soy-yo/ Fri, 19 Jul 2019 13:00:43 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-noche-soy-yo/ Fue en Europa donde Henri Donnadieu terminó un doctorado en Ciencias Políticas, intentó ser catedrático de Derecho Romano en Australia y una carrera como funcionario en Nueva Zelanda. Llegó a México en 1976, dice él, como refugiado del colonialismo francés.

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Fue en Europa donde Henri Donnadieu terminó un doctorado en Ciencias Políticas, intentó ser catedrático de Derecho Romano en Australia y una carrera como funcionario en Nueva Zelanda. Llegó a México en 1976, dice él, como refugiado del colonialismo francés. Aquí comenzó a vivir en el Hotel María Isabel del Paseo de la Reforma –obra de Mario Pani–, y este escenario de refinamiento moderno fue experimentado a la par de otra ciudad que se vivía al margen de las aspiraciones, siempre rectas y heterosexuales, de la clase media: la ciudad del Sanborns, franquicia que, durante mucho tiempo, fue usada como sitio de ligue para hombres homosexuales. “De manera inconsciente abrí El 9. Normalmente, de acuerdo a los principios de la época, las autoridades me debieron clausurar en seguida, pero no llegaron y El 9 duró más de 13 años”, recordó Donnadieu en su entrevista para Arquine.

Pero, ¿por qué una revista de arquitectura y ciudad tendría que acercarse al fundador del primer bar gay de la capital mexicana? Si para Nueva York el Stonewall Inn es un rasgo de identidad urbana y política, la Ciudad de México tuvo, en la Zona Rosa en general y en el Disco Bar El 9 en particular, un sitio de efervescencia para el arte y el sexo, y su relevancia está contextualizada por un país que, durante años de represión cruenta, también buscó la fiesta. Los bares también hacen ciudad, y suelen tener un mayor significado político cuando son recintos tomados por las “otredades”: los travestis y los homosexuales “hombres-hombres”, los artistas, las it girls, etc. En los archivos fotográficos que Guillermo Osorno recogió para su crónica Tengo que morir todas las noches: una crónica de los ochenta, el underground y la cultura gay (Debate, 2014) hay registros del curador Olivier Debroise en la pista de baile, así como de jóvenes luciendo atuendos new romantic. “Hice mi tesis con grandes personajes de la literatura Mundial, como el Premio Nobel de Literatura André Malraux, que en ese momento era el Secretario de Cultura de Francia. Y la conclusión de mi tesis fue: para que la cultura llegara a la gente, había que darles diversión. Y en El 9 fue al revés: para que la diversión perdurara, había que ponerle cultura”.

¿Y cuál fue la dosis cultural del antro? “Fuimos los primeros en difundir en México el rock de la movida española. En El 9 empezaron todos los grupos de rock, com Las Insólitas Imágenes de la Aurora, ahora Caifanes, y también Café Tacvba. Fue el primer lugar que dio oportunidad a los grupos de punk, el primer lugar donde se bailó slam…, había también actividades culturales, como murales efímeros, cine clubs. El autor más famoso que pasó por los murales de El 9 fue Mathias Goeritz, que cerró el ciclo de los murales efímeros. El penúltimo mural, que se llamó El cinturón latinoamericano, estuvo a cargo de Juan José Gurrola. El primer mural lo hizo un arquitecto famoso en México que se llama Diego Mathai”, declaró Donnadieu.

Henri Donnadieu fue un anfitrión-provocador. Las puertas de El 9 estuvieron abiertas para toda clase de manifestaciones, aunque estaban cuidadosamente programadas por su principal socio, quien también dio sus propios aportes a los múltiples eventos que ahí se dieron. “El 9 duró 13 años, y operó de lunes a domingo. Tenía que dar día tras día la programación, preparar todo; inclusive abrí una compañía de teatro que se llamó La Kitsch Company, que tuvo mucho éxito. Yo escribía guiones, dirigía. Era demasiado trabajo. Mi lema era: la noche soy yo, y tengo que morir todas las noches para renacer al día siguiente”. Asimismo, este anfitrión se mantuvo informado con el fin de que su lugar permaneciera a la vanguardia: “El 9 se hizo famoso, sobre todo, por la música. Yo viajaba a Londres o Berlín para comprar discos. En Nueva York tenía un estudio, yo iba y venía. Fueron años maravillosos. Para mí, ir a Nueva York era como ir a Monterrey. En la época se ganaba mucho dinero, ahora sería imposible”. Con sus respectivas distancias, El 9 también fabricó, como The Factory de Andy Warhol, otros sucesos culturales que trascendieron la temporalidad de la noche. “El bar publicó dos revistas. Esas revistas son muy importantes hoy en día, porque son históricas. Se llamaron Bajo la regla rota y La pus moderna. Esas revistas marcaron el nacimiento de la cultura en México, y ese ha sido un fenómeno que prosigue hasta hoy en día, encabezado por Guillermo Fadanelli, quien fue hijo de El 9.”

20 años después, Henri Donnadieu volvió con el libro La noche soy yo (Planeta, 2019) y con una nueva versión de El 9, ahora en la calle de Amberes. “Hubo dos jóvenes que me vinieron a buscar, eran sobrinos nietos de mi socio y gran amigo Manolo Fernández y me hicieron una propuesta de reabrir El 9. Me costó mucho trabajo, porque era empezar a dar otra imagen a un lugar en la calle de Amberes. Los primeros meses fueron muy difíciles. Ahora sólo abrimos de miércoles a sábado. Un año después tenemos clientela cada vez más importante, pero tengo que preparar eventos, porque somos muy distintos a los otros lugares, que son de cervezas baratas y donde circula mucha droga. Aquí me llega un público joven y no tan joven: la invitación de El 9 está dirigida a generaciones opuestas porque tiene que ser un punto de fusión generacional. La gente mayor de 40 años es excluida y también se quiere divertir. Pero otra vez se está creando una mezcla interesante, otra vez hay mujeres guapas, otra vez llega mucho hetero, y para mí es lo primordial, que convivamos formando lo que yo llamo una malla de la noche, porque si tienes un solo gueto resulta muy aburrido y no aprendemos de nada. Aunque El 9 de Amberes no tiene la intención de trascender como su antecesor, porque la época ha cambiado mucho: la información ahora está encima de ti, te llega directa.”

Ciertamente, la vida nocturna es otra en la Zona Rosa. Tal vez ya no sea posible el surgimiento de una escena underground, y actualmente los bares gay ya son recomendados en guías de estilo de vida. Pero, ¿por qué permanece la figura de Henri Donnadieu? Mírenlo posar en una de sus sillas-zapatilla: “Este año se han retomado a quienes yo llamo los históricos. A mí me incluyeron y estoy sumamente agradecido, pero siempre recalco que quienes lucharon duro fueron Juan Jacobo Hernández, Fernando Esquivel, Monsiváis, Tito Vasconcelos. Yo tengo mi trinchera, pero no me considero activista como el resto de ellos. La época del sida me tocó de lleno. Perdí a toda mi familia de la vida. De hecho, en el libro, hago un homenaje a quienes consideraba mis hijos de la vida, gente extraordinaria. No me quedó nadie. Las estadísticas que tiene el gobierno por los muertos del SIDA, si bien no sé desde qué año comenzaron a tomarse, no corresponden con la realidad, al igual que no corresponden las cifras del temblor.”

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Las identidades necesitan la ciudad. Conversación con José Ignacio Lanzagorta https://arquine.com/las-identidades-necesitan-la-ciudad-conversacion-con-jose-ignacio-lanzagorta/ Thu, 18 Aug 2016 17:12:15 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/las-identidades-necesitan-la-ciudad-conversacion-con-jose-ignacio-lanzagorta/ ¿Cómo se definió la ‪Zona Rosa‬ de la Ciudad de México? ¿Cuál es su estado actual? ¿Qué significa para la ciudad? Hoy en ‪'Ciudades Paralelas'‬ exploramos ese área de la mano del antropólogo y politólogo José Ignacio Lanzagorta, abordando la manera la la que se construyen los espacios urbanos según ciertas prácticas afectivas.

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Ciudades Paralelas es el inicio de una serie de entrevistas y reflexiones en torno a las formas marginalizadas de habitar la ciudad, formas que existen a pesar de los discursos unificadores que buscan volverla para una clase única de urbanita: la ciudad de las mujeres, la ciudad de los peatones, la ciudad de los que no tienen un techo y la ciudad de los afectos distintos serán algunos de los segmentos que buscamos abordar. Iniciamos con esta pregunta: ¿se puede hablar de que las políticas públicas de la ciudad son incluyentes o representativas de una comunidad que rebasa los límites de la marcha LGBTTTI anual y de las demandas que esta misma plantea?; ¿a quiénes dejan de discriminar las legislaciones que combaten la discriminación?; ¿quiénes no están en ese “público” que presuponen las políticas públicas incluyentes? Pensando la relación unívoca que las políticas públicas pretendieron establecer entre la ciudad y la comunidad gay, en Arquine publicaremos textos que nos permitirán diluir, desde todas las aristas que nos sean posibles, parte de su andamiaje. El diálogo se establecerá a partir de las diferencias, de las múltiples maneras de vivir lo gay en la ciudad. Esperamos que esta primera exploración nos permita fragmentar la visión construida en torno a lo urbano por parte de quienes toman decisiones y de quienes se conforman como una oligarquía.

 


 

José Ignacio Lanzagorta es antropólogo y politólogo. Actualmente estudia la Zona Rosa. Tomando como punto de partida este espacio emblemático para la vida nocturna de la ciudad —que no solamente alberga vida gay—, abordamos la manera como se construyen los espacios urbanos según ciertas prácticas afectivas. “Las identidades necesitan de lo urbano”, nos dice Lanzagorta en esta adición a Ciudades paralelas.

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Suele pasar que los trabajos académicos inician por un interés personal. ¿Por qué abordar Zona Rosa?

Precisamente es una pregunta muy personal. Me gusta mucho la Ciudad de México y la estudio. Como antropólogo urbano me dedico a recorrer esta ciudad y desde luego tengo una especie de fetiche por las cuestiones patrimoniales, antiguas, etcétera. Mi vida siempre ha girado alrededor del Centro Histórico y otros enclaves, sobre todo coloniales. Por azares del destino, a la hora de plantear una investigación de antropología, me encontré con varios problemas. Por ejemplo, el Centro Histórico está saturado de investigación, tanto de México como de otros países. Fernando Carrión menciona que es un objeto de deseo. Él se refiere a una cosa de mercado, de política pública y también de la investigación académica. Tomando un curso de historia de género, decidí pensar la Ciudad de México en términos de problemas de género. Y el primer lugar que me vino a la mente fue la Zona Rosa. La frecuento… O bueno, la frecuentaba. Ya no soy mucho de salir a antros y a bares, pero tuve una temporada en la que sí y ese era el sitio que concentraba la oferta que a mí me interesaba. Zona Rosa despertó un interés enorme en mí, era salirme de las cuestiones del patrimonio para irme a algo que no había sido explorado por mí al menos en términos académicos. Ya planteé el proyecto de investigación, pero falta todavía un largo recorrido de etnografía, de archivo, de revistas…

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Mencionaste patrimonio, y Zona Rosa es considerada por muchos como tal. ¿Crees que sea técnicamente correcto pensarla así? Esta clase de sitios que albergan a una comunidad en específico –llamémosle guetos-, ¿pueden ser tomados como patrimonio?

¿El gueto como patrimonio? ¿La Zona Rosa puede ser nuestro Chueca, nuestro Greenwich Village? Hay muchos elementos por los que sí y hay muchos por los que no. Zona Rosa tiene una trayectoria muy particular que, claramente, cita y referencia a los otros grandes barrios gay de Occidente. Pero, de entrada, para hacer un discurso de lo patrimonial necesitas una retórica. Stonewall, por ejemplo, tiene la retórica: ahí surgió una lucha, un enfrentamiento con la policía. Nosotros no tenemos un relato así. Carlos Monsiváis lo construyó a partir de la fiesta de los 41, un evento que ocurrió en el Porfiriato, y no se asoció esa fiesta a un espacio urbano como tal. Aunque, míticamente, está la casa en la Colonia Tabacalera, no dijimos que hubiera un gueto o un espacio donde se dieran estas transgresiones. Décadas más adelante, sí hay toda una movida que decirle gay o transexual la reduce. Nombrémosla transgresora, en términos sexuales. Esa movida estuvo muy vinculada al mundo intelectual, contestatario de la época, como Salvador Novo y compañía. Otra vez vemos una ausencia de lo urbano, de un anclaje como tal. Tiene sus diferentes territorios, zonas que no se vuelven de gueto pero sí de apropiaciones, donde intervinieron actores críticos al régimen, como escritores, pintores, siempre en una onda muy bohemia. Vemos espacios marginales en el Centro Histórico, como Garibaldi, específicamente. Zona Rosa, después, se vuelve el lugar que puede darle cabida a una expresión global y cosmopolita de una identidad homosexual en desarrollo que es, puntualmente, la identidad gay. Esto habla de muchas particularidades. Mientras que en París, en Madrid, en Nueva York, en San Francisco sí podemos hablar de una concentración de espacios o barrios dedicados a transgresiones sexuales, en la Ciudad de México empieza una concentración a finales de los años setenta que no suspende otro tipo de sociabilidades en el resto de la ciudad. Se puede decir que son espacios deprimidos, con una baja densidad habitacional, pero céntricos y con una buena infraestructura urbana que después son apropiados por grupos marginales y que por eso se vuelven un gueto… Pero en la Ciudad de México esa definición no es del todo clara. En los años sesenta, cuando empiezan a surgir los primeros barecitos gays, como El Safari, también se está vinculando a toda una nueva generación de intelectuales transgresores: Cuevas, Monsiváis, Carlos Fuentes, Gonzalo Martre, quien escribe justamente una novela sobre El Safari. En fin, los que se autodenominaban “La Mafia”. En ese momento, la Zona Rosa está en ebullición. Es un lugar con tantas ocupaciones tan intensas. Asisten burgueses, asisten bohemios, asiste la poca escena hippie. Es el centro cosmopolita de la Ciudad de México, claramente de clases medias y altas. Aunque si tú vas a preguntar a las clases altas, te la ponen como la zona en la que ellos se metían en problemas por estar ahí. Si preguntas a los hippies, te dirán que era una zona súper snob. Estas fragmentaciones continúan toda la década de los setenta hasta principios de los ochenta. Agarras una revista Tiempo Libre de 1982 y te encuentras que gran parte de la oferta nocturna estaba en la Zona Rosa. Claro, después del 85 hay una dispersión en toda la ciudad y una de las ocupaciones que se quedan ahí es, justamente, la actividad gay. Pero sigue habiendo varios núcleos fuera y dentro de la ciudad de bares gay, como el Spartacus en Ciudad Nezahualcoyotl, que existe desde principios del proyecto de Neza. Es bastante interesante, porque decir que Ciudad Neza es marginal podría ponerse en duda. Tiene un proyecto que no es para nada improvisado y tiene su bar gay que hasta la fecha sigue —me parece es el más antiguo de la ciudad. Alrededor del Parque Hundido, a finales de los setenta y principios de los ochenta, se concentraba una serie de bares, y no solo eso: ligue en la calle y sexo en parques públicos. Era otra zona fuerte en concentración. Decir que Zona Rosa es una más es injusto, porque empieza una concentración muy fuerte, pero no se sostiene o no se justifica como gueto, y la cosa fundamental que la distingue de perímetros que sí son guetos es que no es un lugar de vivienda. Gays y lesbianas y trans no se van a vivir a la Zona Rosa. De entrada, la Zona Rosa no está bien adecuada para vivir. Hay muy poca gente viviendo ahí, desde que existe. Y esa es otra: en esa lógica que la busca como una zona patrimonial por sus casas porfirianas… Lo que hoy llamamos Zona Rosa es posrevolucionario, de los años veinte. Se construye con un estilo nostálgico del porfiriato y las construcciones se ven más viejas de lo que son. La idea de que fuera una zona habitacional parece que nunca ha cuajado del todo. Ciertamente se habitaba más en la Zona Rosa en los años sesenta, pero después del terremoto se deshabitó.

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Si no se puede hablar de gueto, y tampoco de patrimonio, ¿por qué existe una iniciativa por rescatar la Zona Rosa?

Es interesante el discurso de rescate. Se habla del rescate desde la década de los setenta. ¡Es impresionante! La están rescatando desde entonces. Empieza a existir un discurso de patrimonio oficialista desde hace poco. En el gobierno de Ebrard trataron de hacerla barrio mágico en ese programa de barrios mágicos que no funcionó para nada. Decretaron 15 barrios mágicos en la ciudad y la Zona Rosa era uno de ellos, el menos parecido a los otros. Casi todos eran antiguos pueblos coloniales que se tragó la ciudad. Este y Santa María La Ribera eran los únicos del siglo XIX que se consideraron barrios mágicos. Hay varios discursos patrimonializantes que ya no van por el lado de lo gay, que van por este lado de hablar de los días en los que se concentró la intelectualidad de la generación de La Ruptura en los años sesenta. Es una repetición constante que la encuentras desde Vicente Leñero , que lo escribió como tal en esa década, hasta una columna de Guadalupe Loaeza que habla de las mansiones porfirianas en el abandono y que ahora son boutiques y restaurantes y escuelas de idiomas. Un discurso de nostalgia muy fuerte y en eso son muy ilustrativos textos como los de Loaeza. Alimentan un imaginario de la ciudad que se construye y se apropia. No es nada raro escuchar que la Zona Rosa en particular ya no es lo que era, que ahora es de puro table y lugares gays y lugares decadentes, y que tuvo tiempos de gloria, tiempos que estaban absolutamente vinculados a un discurso cosmpolita. Todo el mundo habla de diseñadores que vinieron de París. La galerías de arte, por supuesto, juegan un papel muy importante en el discurso de Zona Rosa como patrimonio. Esa nostalgia por esa Zona Rosa que fue la de Carlos Fuentes, de la columna de Agustín Barrios Gómez llamada Ensalada Popof, donde hablaba de todo el chisme sobre las élites que iban a la Zona Rosa, es lo que ciertamente impulsa muchos de los proyectos de recuperación. Es un poco una cuestión de clase y una cuestión meramente urbanística. Después del terremoto hubo un deterioro durísimo no solo en la Zona Rosa, pero también en toda la región. Desde que empieza el Bando 2 con su intento de redensificar las zonas centrales, la Zona Rosa es un problema. A pesar de que hay un deterioro en sus edificaciones y en su densidad habitacional, no decaen sus actividades económicas, sigue estando muy viva. Incluso en los noventa, quizá la peor década para el Centro Histórico, para la Doctores, la Roma, para esos días la Zona Rosa seguía viva. Sí se había dispersado la vida nocturna, pero seguía concentrando un montón, y no solo de antros gays. Siguen sobreviviendo restaurantes de su época de gloria, como el Bellinghausen, que hasta la fecha ahí sigue.

Creo que la Zona Rosa en los noventa cumple una serie de demandas urbanas que no distingue de clases sociales. El ambiente gay de esa década es importante. Si tú eras un hombre gay en la Ciudad de México, probablemente tu mejor oferta de cualquier cosa –ligue, cerveza- estaba en la Zona Rosa, sin importar si eras proletario, clase media, lo que fuera. Desde luego, ibas a encontrar diferentes lugares con diferentes precios, pero ahí es a donde ibas. A los mejor encontrabas el Spartacus en Neza, pero vamos, eran sitios bastante más aislados. También si eras un hombre heterosexual casado y con hijos buscando algunas aventura, la ibas a encontrar la Zona Rosa.

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Podrías decir que, como lugar de reunión, ¿la Zona Rosa ha perdido significados? ¿O qué nuevas “funcionalidades” ha adquirido?

Siempre depende de muchas cosas cómo ocupas la ciudad, depende de muchas identidades: edad, género, orientación sexual, todo. Ahora, sin duda, es un espacio juvenil. Aunque hay oferta: yo si quiero ir a la Zona Rosa, puedo encontrar. También depende de eso, tu relación con la ciudad depende también de tu estado civil. Si yo fuera soltero, regreso a la Zona Rosa como consumidor, no como investigador. ¡Es muy probable! O bueno, a practicar sociabilidades de soltero…

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En otra conversación, Guillermo Santamarina nos mencionó que era un lugar un tanto discriminatorio…

Ahí yo me peleo con gran parte del canon de investigación sobre las prácticas urbanas, sobre todo de los hombres gay. Se ha vuelto una especie de lugar común decir –es un lugar común muy sustentado, pero lugar común al fin- decir que la identidad gay es clasista, la del hombre blanco con ciertos gustos y ciertas capacidades de consumo, y que el antro gay es el espacio por excelencia dedicado a ese nicho, y todos los demás que no embonen en eso van a ser marginados de alguna u otra manera. En mi experiencia como antropólogo, y no solo durante esta investigación –también hice una investigación sobre la Glorieta de Insurgentes-, veo que hay un montón de identidades de clases sociales, de perfiles étnicos –esa palabra, en el contexto mexicano, es complicadísima-, de gente que se asume o que se describe como gay y que no son hombres blancos, ricos y que ni siquiera se visten como en la televisión. Zona Rosa ahorita tiene una oferta muy grande. Hay cabida para muchos cuerpos, muchas vidas, muchas edades. Justo te estaba diciendo que es un espacio juvenil, pero hay un par de bares donde puede ir un hombre de 50 años y sentirse perfectamente a gusto. Hay bares para lesbianas, para chavitos… Alguna vez Tito Vasconcelos, en los noventa, tuvo uno que era de tardeada, y estaba hecho para menores de edad. El lugar abría a las cuatro de la tarde y cerraba a las nueve, diez de la noche. No servía alcohol. Y era para que asistieran estudiantes y servían refresquitos. No había una discriminación tan intensa por clase social. Bajaron mucho los precios de los antros. Había uno en la esquina de Amberes y Reforma, el más caro y que hace diez años cobraba algo así como 200 pesos el cover, para ese mismo lugar ahora cuesta 40 pesos. Sigue siendo un cover, sigue siendo prohibitivo para mucha gente, sobre todo para los más jóvenes, pero ese es el precio caro ahorita, el fresa. Antes, los chavos de la Glorieta era una especie de marcha, al estilo madrileño, y se iban a parar afuera del bar, a veces no consumían, a veces sí, pero el chiste era ligarse a alguien que les pagara la bebida. En el ambiente, se les llama muy feo: chichifos. El punto es que por supuesto que hay discriminación de clase, de raza, de tipo físico, en el ligue, en el acceso a ciertos lugares, en cómo te sientes en diferentes antros, pero hay antros donde eso es más intenso o menos intenso. Muchos antropólogos, cronistas y demás van a pararse al antro donde está ocurriendo esa discriminación y no se paran en donde no. Negar que existen prácticas discriminatorias, agresivas y fuertes, no lo vamos a negar, pero dárselas a todo el carisma de la zona es no ver mucho de lo que sí está ocurriendo ahí. Hay, por ejemplo, un lugar que existe desde 2007 un bar dedicado a los famosos osos. Es un espacio donde caben cuerpos gordos, ¡y qué maravilla! Bueno, te metes a la discusión y es de todos los días leer “pues los osos no son hombres gordos, son en realidad hombres fornidos y peludos”. Hay un tipo ideal de hombre oso, a pesar de que en México solo podrías encontrar a tres. Y no importa, a pesar de que no hay ese tipo ideal de oso, llegas a El Nicho –así se llama el bar- y encuentras a hombres, sí, con un sobrepeso tremendo, a veces no tan tremendo, generalmente lampiños, no musculosos, están en un lugar donde se sienten bien y no son mal mirados por tener sobrepeso. Y no solo: conseguirán un hombre ligue. Y no solo eso: a los hombres delgados y maravillosos y con cuerpos perfectos que les gustan los hombres con sobrepeso, ahí los van a encontrar. A lo que voy es que la oferta está muy diversificada, aunque ya lo estaba desde antes. Aunque ahora está diversificada por esta expansión del mercado sobre consumidores gays. David Harvey dice que una de las pocas ventajas de esta etapa del capitalismo es la pulverización de mercados en la que con tal de sacarles rentas a cualquier tipo de prácticas de consumo vas a reconocerles derechos. A base de eso, hemos logrado que más gente quepa en la Zona Rosa, no solo los hombres blancos que escuchan a Madonna y que pueden ir a viajar a hacer shopping en Estados Unidos. Ya hasta hay una pulquería gay. Digo, podría verse con sospecha. ¿Es pulquería en el sentido popular o pulquería en el sentido de apropiaciones hipsters? Hasta donde me he asomado, es una sucursal de los cabaretitos y es para gente muy joven. Una de las maravillas es que, al cargar un estigma, en este caso la diferencia sexual, todas las otras diferencias se diluyen o son menos importantes. Hay una normalización de la identidad gay, en particular, se empiezan a volver importantes las diferencias.

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Entonces, si Zona Rosa no es la única que encierra la diferencia sexual, ¿de qué manera una comunidad articula en la ciudad de México sus necesidades de lo público?

Aquí hay un gran problema y creo que estamos en un momento de transición. A medida que la orientación sexual transgresora se vuelve aceptada, entran las regulaciones y las ideas sobre los espacios públicos y los privados para vivir esa orientación sexual. Y estamos viviendo un momento de transición, largo, y que lleva 15 años ocurriendo, que se refiere a esta organización de lo público y lo privado. Si tú tienes una orientación sexual distinta a la hegemónica, tu necesidad no es urbana, es una necesidad sexual. Esa necesidad se va a traducir en términos de requerimientos espaciales, de donde puedo vivir esta diferencia. Si estás en un pueblito chiquito donde las únicas tres personas que comparten tu orientación no te lo van a decir y tú no te vas a enterar, será muy difícil. La ciudad resuelve muchos problemas espaciales gracias al anonimato. Si bien, no he comparado otras ciudades, pienso que la Ciudad de México es particularmente intensa es en el ejercicio de transgresiones sexuales en el espacio público, y se hicieron ciertos hábitos de ligue y encuentro que tuvieron anclajes de 40 años. Estoy hablando, justamente, de la llamada “Esquina Mágica”, que aparece en la novela de Luis Zapata, El vampiro de la colonia Roma, que estaba en Insurgentes y Baja California y que era todo un corredor que iba desde ahí hasta la Glorieta, y ahí se paraban los hombres a ligar. Se paraba uno, esperaba que llegara otro, y el encuentro se concretaba a partir de las miradas. Muchas veces, la relación sexual ocurría en una callecita oscura, en algún arbusto, en parques públicos. Como la famosa “Esquina Mágica”, había varios sitios en la ciudad, y siguen existiendo. Hay unos que son, o fueron, muy sabidos, como el “Caminito Verde” en la UNAM, que no solamente era para relaciones homosexuales. Además, están otros hábitos muy enraizados en las culturas urbanas homosexuales que son los baños de ciertos restaurantes, y en el caso de México son los Sanborns. Con la aparición del antro inicia una práctica que se sigue remitiendo a la necesidad de encuentros sexuales. El bar empieza, en Occidente, con el concepto del cuarto oscuro. El bar debe tener una parte donde los hombres deben tener una relación. Estuvo El Taller, uno de los bares más viejos que hubo en la Zona Rosa, tenía un sótano oscuro. Ahora quedan pocos porque, al irse regulando estas separaciones entre lo público y lo privado, un bar con cuarto oscuro es considerado de mal gusto y te expones a que te lo clausuren. Queda en la Ciudad de México uno. La Casita es otra cosa: cuartos oscuros completos, no es un bar que tenga atrás un cuarto oscuro. En ese tipo de lugares, se ha notado un cambio en la exposición que tienen en la oferta de la ciudad, y tiene que ver con el cambio de los discursos de aceptación de ciertas prácticas. La Casita, y muchos otros lugares –había más, particularmente concentrados en la Cuauhtémoc-, eran eso, casas, espacios… Ante la dificultad de concretar una relación sexual, estos espacios cubrían esa demanda. En otros lugares, como Europa o Canadá, estaban los famosos saunas, espacios más ordenados, como lo fue Sodome, el primer sauna que abre en la CDMX con toda la formalidad de un sauna europeo, donde justamente estaba ordenada la sexualidad: entras, pagas, dejas tu ropa en un casillero… Es como un Disneylandia del sexo gay. En La Casita no funciona así, y había otros, muy efímeros, que tenían nombres como El Fuck. Y era una casa, oscura, con las ventanas tapiadas, y haces lo que tú quieras.

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Hablas de cómo el espacio público se usa según los discursos. ¿Qué papel crees que juegan las apps de ligue?

Es la parte que menos tengo explorada, tengo salvo hipótesis. Grindr y similares llegan a eliminar la variable espacial aunque también te permiten encontrar gente como tú. Ya no tienes que salir a buscarlos a la “Esquina Mágica”, a los bares, a La Casita. Ya están en el teléfono, y desde ahí puedes concretar el lugar de encuentro. Lo que he visto en términos estadísticos, la presencia de las apps subió la cantidad de relaciones sexuales. Al quitarle la necesidad de espacios, tal vez el sexo se vuelve más fácil. Yo creo que la tecnología no suple las calles. La transgresión sexual no es solamente la necesidad de una relación sexual en específico. Involucra muchas identidades, y esas son muchas y muy volátiles. Si vas a ejercer una identidad, lo primero que necesitas es gente como tú. Para eso necesitas algo que no sea Grindr, que se remite solamente al sexo. En un encuentro de Grindr, normalmente no necesita que caiga bien la persona con la que un hombre está teniendo el encuentro, ni siquiera necesita saber su nombre. A la hora de incorporar una identidad, necesitas que te caigan bien, hablar, compartir códigos, el joteo. Todo eso requiere de la ciudad. Cuando surge una nueva tecnología, tiendo a pensar en catástrofe. Dentro de la normalización de la diferencia sexual, ¿se acabarán las identidades, y dejarán de permearse? Me preguntaba si tener una relación homosexual sería tan normal, que la tienes solamente con gente de tu clase social. Parece que no. Parece que todavía necesitamos eso: derivar diferentes sexualidades. Creo que hay 400 identidades gay distinta, y la ciudad genera los espacios paa albergarlas. Y menos si todavía tienes embates de la Iglesia diciéndote que estás mal. Si tienes todavía eso encima, necesitas agarrar a tu gente y encarar a quien te está representando cualquier tipo de opresión.

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¿Piensas que la Ciudad de México es pública en términos de afectividad?

Claramente si hay una pareja lésbica u homosexual en la Cuauhtémoc que en otra delegación. Gente de clases sociales medias o altas creen que hay más homofobia en zonas más populares, y se atreven menos a mostrar sus identidades sexuales. No es claro si eso es cierto. En la Zona Rosa a mí me ha tocado ver expresiones homofóbicas muy evidentes. En la Glorieta era cosa de estar sentado una hora para que alguien le gritara a algo, sobre todo a alguien trans. Vi en Génova que un automovilista gritara “pinches putos” a una pareja tomada de la mano. Digo, es el peor lugar para hacerlo. En seguida tuvo una rechifla de toda la zona. Puede ser algo exclusivamente anecdótico. Hay otras zonas privilegiadas, como Coyoacán, que permite ese tipo de transgresiones. Eso en cuanto a lo gay. Me parece que hay zonas que por alguna razón se vuelven seguras para expresar diferencias sexuales, y la Zona Rosa por excelencia lo es, pero creo que esa seguridad no se divide a partir de clases sociales o de colonias. Es probable que en las inmediaciones del Spartacus sea posible. Hay una zona de antros gay en Izcalli, que es una pequeña Zona Rosa, donde hay vida gay. Son espacios más pequeños, por supuesto, pero me parece que ahí es más seguro. Por el contrario, habría que ver Polanco, que se supone es cosmopolita, zona de esparcimiento para las clases altas de la ciudad, tiene sus antros gay. Aunque los antros gay de Polanco todavía están en lugares relativamente ocultos. El objetivo es que no te vean entrar. Creo que no es tan común ver expresiones homoeróticas en Polanco, y son muy malmiradas. Incluso, los mismos gays, muy fresitas, consideran que es de mal gusto exprsar afectos de manera pública. ¿Hay un sesgo económico? La distancia económica entre la Condesa y Polanco es prácticamente nula, y en la Condesa sí se puede. Pero sí hay segregación, pero si se puede ver que hay necesidad de delimitar espacios para hacer públicas cosas que en otros lados no lo son, pero es muy dinámico. No podemos reconocer, ni siquiera en la historia, una línea recta que marque de menos a más el reconocimiento de estas afectividades. Hay etapas donde es menos fácil expresarse, y hay etapas en las que es más fácil. Creo que venimos de una, de mediados del siglo XX, donde no se podía nada. Creo que en la Zona Rosa, si ves a un par de afeminados, arreglados al estilo queer, y que sean muy morenos, nadie les va a decir nada. Y lo mismo si los vieras güeros, bajándose de un BMW, y que se mandan un beso, tampoco. Poder expresar en estas áreas transgresiones sexuales no está tamizado por clases sociales. Mucha gente dice que sí, pero yo creo que no.

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Las comunidades de lo etéreo. Conversación con Guillermo Santamarina https://arquine.com/las-comunidades-de-lo-etereo-conversacion-con-guillermo-santamarina/ Wed, 03 Aug 2016 17:11:26 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/las-comunidades-de-lo-etereo-conversacion-con-guillermo-santamarina/ Ciudades Paralelas es el inicio de una serie de entrevistas y reflexiones en torno a las formas marginalizadas de habitar la ciudad, formas que existen a pesar de los discursos unificadores que buscan volverla para una clase única de urbanita: la ciudad de las mujeres, la ciudad de los peatones, la ciudad de los que no tienen un techo y la ciudad de los afectos distintos serán algunos de los segmentos que buscamos abordar. Iniciamos con esta pregunta: ¿se puede hablar de que las políticas públicas de la ciudad son incluyentes?

El cargo Las comunidades de lo etéreo. Conversación con Guillermo Santamarina apareció primero en Arquine.

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Día Internacional del Orgullo LGTB. Centro Histórico, Ciudad de México Día Internacional del Orgullo LGTB. Centro Histórico, Ciudad de México

Ciudades Paralelas es el inicio de una serie de entrevistas y reflexiones en torno a  las formas marginalizadas de habitar la ciudad, formas que existen a pesar de los discursos unificadores que buscan volverla para una clase única de urbanita: la ciudad de las mujeres, la ciudad de los peatones, la ciudad de los que no tienen un techo y la ciudad de los afectos distintos serán algunos de los segmentos que buscamos abordar. Iniciamos con esta pregunta: ¿se puede hablar de que las políticas públicas de la ciudad son incluyentes o representativas de una comunidad que rebasa los límites de la marcha LGBTTTI anual y de las demandas que esta misma plantea?; ¿a quiénes dejan de discriminar las legislaciones que combaten la discriminación?; ¿quiénes no están en ese “público” que presuponen las políticas públicas incluyentes? Pensando la relación unívoca que las políticas públicas pretendieron establecer entre la ciudad y la comunidad gay, en Arquine publicaremos textos que nos permitirán diluir, desde todas las aristas que nos sean posibles, parte de su andamiaje. El diálogo se establecerá a partir de las diferencias, de las múltiples maneras de vivir lo gay en la ciudad. Esperamos que esta primera exploración nos permita fragmentar la visión construida en torno a lo urbano por parte de quienes toman decisiones y de quienes se conforman como una oligarquía


Este año se inauguró la muestra Punchis Punchis Punchis Pum Pum Punchis Punchis Punchis del artista Manuel Solano, curada por Guillermo Santamarina, quien trabaja en el Museo de Arte Carrillo Gil. Previo a las celebraciones del Orgullo Gay en la Ciudad México, en un contexto en el que se discuten políticas públicas, Santamarina trae al discurso institucional una práctica artística centrada en el SIDA, una realidad negada por la misma comunidad que meses más tarde desfilaría en la ciudad. En esta conversación, Santamarina narra algunos puntos de su carrera en que las instituciones mexicanas incluyeron, gracias a su práctica curatorial, algunas circunstancias concernientes a la epidemia, además de abordar las segmentaciones y diferencias que tendrían que existir en un colectivo.

love-song-annie-lennoxManuel Solano

Christian Mendoza [CM]: Desde tu identidad y desde tu práctica curatorial, ¿cómo has trabajado los discursos de lo gay?

Guillermo Santamarina [GS]: Sí me han interesado y he trabajado mucho en relación con eso, pero fusiono mucho lo que son temas actuales. Me interesa muchísimo darle la oportunidad a lo que pueden ser estas formas de comunicación y de participación a partir del presente. Desde 1981, lo que me ha interesado es el arte contemporáneo como un desarrollo de ideas y de posiciones que también expresan una condición, un fenómeno. Hablar del pasado también lo he hecho, me interesa traerlo pero no de la misma manera en que las instituciones, sobre todo en México, traducen el pasado. Esa traducción sin una condición con el presente la siento súper aburrida, además de falsa. Sin embargo, esa traducción en diálogo con el presente, puede ser afortunada. Creo que, en mi caso, soy también obsesivo con los apuntes del presente hacia algo que puede ser una especulación o una ilusión, quizá muy utópica, sin serlo abiertamente.

CM: ¿Qué clase de espacios culturales existían para lo gay en la Ciudad de México?

No estábamos del todo desprovistos. No había muchos, la ciudad era más pequeña, pero los espacios sí existían. Estoy hablando de los museos. Aunque faltaba más, y hacía falta un acento en el presente. Con eso fue que empecé a trabajar, y tal vez por eso mi trabajo tuvo cierta repercusión. De alguna manera, era un portavoz entre la institución y procesos del presente –búsqueda formal, búsqueda de estéticas distintas–. La fuerza de lo que en ese momento era el discurso posmoderno, la fuerza de lo que sucedía en la experimentación… Todas esas cuestiones que exigían espacios y contextos. Yo trabajaba en instituciones donde podían facilitarse cierto tipo de espacios –finalmente, eran cubos blancos–, mientras me encontraba en otros contextos a donde llevaba la experiencia, a un contexto muy preciso que generara un diálogo fuera del cubo blanco. Hicimos cosas en muchos lugares que no eran galerías, espacios que estaban enfocados en un uso muy específico o que lo tuvieron: hoteles, casas desocupadas. Había una crisis de la economía, en las que hubo cuestiones históricas muy agudas, como el zapatismo. Montamos una experiencia en un hospital de principios de siglo XX, hasta que el lugar no fue lo suficientemente ascéptico. Se trabajaron muchas piezas con la idea de lo que era la medicina y la terapia. En otra ocasión, abordamos el contexto de un edificio que en su historia albergaba fricciones y paradojas: había sido una casa de una familia aristocrática, un prostíbulo, una oficina de recaudación de impuestos y un centro de detención. Ahí construimos una experiencia en relación con la inmaterialidad y las ambigüedades. La muestra se llamó Ummagumma. El edificio estaba lleno de fantasmas, impuestos y los que ya vivían ahí. Era la total inmaterialidad, la indefinición total.

La primera exposición que hago para sitio específico es un homenaje a Joseph Beuys, un homenaje muy especial. En realidad de lo que yo quería hablar era sobre espiritualidad acorde a las ideas estéticas de Beuys, conectada la enfermedad, acorde a Beuys y acorde al momento, uno de los momentos más críticos [1988] de la plaga. Uno de los artistas que estaba preparando una pieza en relación con esto mismo, ni siquiera pudo llegar porque ya estaba desahuciado, una pieza hermosísima sobre esa circunstancia. La exposición se disparó a partir de la circunstancia de que Rubén Bautista no llegara y que sucedieran tantas situaciones alrededor de su vida. Un año después, quizá, murió, en un momento especial de lo que fue su enfermedad. Eso concentró mucha atención en el discurso de la exposición, además de lo que fue trabajar con ciertos materiales, referidos a lo vivo y a lo muerto. La muestra estuvo en el convento del Desierto de Los Leones, y la hice con Gabriel Orozco. A partir de esa exposición, de los ejercicios de espacio específico o de los programas para instituciones, siempre hubo una anotación al respecto, sobre cómo iba evolucionando esa situación histórica. El SIDA era ineludible, lo tenía que hacer. No solo por un compromiso ético o político, sino por el hecho de que estaba totalmente imbuido en la circunstancia. Se estaban muriendo mis amigos, se estaban muriendo personas muy cercanas a mí. El hecho de que esas mismas personas fueran artistas, que estuvieran viviendo la crisis y que participaran en las muestras colectivas, era una manera de confirmar ese interés. En ciertos momentos, el tema también fue abandonado, para priorizar otros signos que resultaban también importantes dentro de la definición de lo gay, de ser gay en México. Hace rato te hablaba de lo que sucedió en El Chopo, pero hay otros momentos. En una exposición me interesó mucho esta frontera entre lo público y la defensa de la intimidad, la inevitable fuga de lo que es tu intimidad. Esa muestra fue muy interesante, cargada hacia lo poético: desnudarse hasta un punto, llegar a exhibirte en el espacio público pero todavía con la defensa de tu privacidad; de lo que podías, de lo que debías y de lo que permitías. Me estoy tratando de acordar del título de la exposición, me dieron la oportunidad de trabajar en algo que se llamó Casona 2, un espacio que era de la Secretaría de Hacienda, no era una galería convencional. Era una casa, y trabajamos un par de años. Cerca de esa, monté otra en el Centro Cultural Santo Domingo, que dependía del INBA y estuvo pensada en un momento de enorme crisis en el SIDA. La cocuré con un artista que se llamó Armando Sariñana, quien se defendió durante mucho tiempo de publicar que era seropositivo, pero de alguna manera, en esa exposición, lo declaró. La exposición contó con muchos artistas que ya habían muerto. Más que de la obra, quisimos hablar de su huella.

CM: Si bien, Manuel Solano contaba con un lugar en el arte, la inclusión de una obra como la suya en un museo, ¿qué implicaciones tuvo en tu práctica curatorial?

Estos enfoques se perdieron hace unos años en la creencia o en el presupuesto –prejuicio, tal vez- de que en esta etapa de supuesta sinceridad ya no era necesario abrir en este tipo de circunstancias de la intimidad, de la vida privada, de la experiencia de una comunidad que fue atacada, sumamente lesionada por el SIDA. Al entrar en este siglo, se fue perdiendo lo que se había estado haciendo con mucho vigor e intensidad entre los años ochenta y principios de nuestras décadas. Aquellos artistas que fueron víctimas de la epidemia se fueron perdiendo, pero no solo fueron ellos. Ahora, el feminismo se mira de una manera demasiado general, al igual que lo queer. El tema de lo queer rebasó lo que era un enforque muy pertinente. Lo queer, ahora, es demasiado ambiguo y demasiado abierto. Y en el discurso de lo queer no entra la relación arte-SIDA.  Al menos, eso es lo que he notado en los programas de exposiciones en Nueva York, en San Francisco, en ciertas ciudades que son centros de arte. Aunque, tal vez por eso no hay discursos, porque cada vez hay menos centro de arte y cada vez más especulación mercantil. En ese sentido, no entra todavía en ese canal de la industria del arte no entra ese discurso, más allá de Mapplethorpe, quien si se sigue vendiendo con ese discurso, menos que Keith Haring, quien también se perdió.

561546Julio Galán

CM: ¿A qué crees que se deba esta falta de inclusión?

No sé qué haya sucedido. Si preguntas por uno de nuestros artistas que estaría más cercano a lo que sería un discurso paralelo a la circunstancia histórica del SIDA, es Julio Galán, y nadie lo conoce, ni siquiera la comunidad gay. Hace años hubo una exposición en San Ildefonso, una muestra muy grande y muy importante, y no tuvo repercusión, no fue trascendente sobre todo para la comunidad gay. Siento que los museos y los discursos curatoriales, sobre todo en las instituciones mexicanas, no han encontrado los valores como tampoco los compromisos en relación con lo que es ese fenómeno y esa comunidad. Y tampoco sucede con otras poblaciones, como los ciegos. En el Carrillo Gil hemos intentado, de alguna manera, reconocer ampliamente lo que es la práctica del arte hoy. Desde los valores del mismo trabajo; de las cualidades ligadas a la destreza manual, el manejo de técnicas, la estructuración narrativa se busca reconocer realidades que sean importantes para distintos sectores, entre ellos, si se puede hablar de sector, lo que es el arte fuera de la Ciudad de México. El Carrillo Gil es el único museo que está presentando nuevos valores, nuevos artistas. Ningún otro museo, tampoco está atendiendo lo que podría denominarse el arte de la comunidad homosexual. Aunque me molesta la categoría, sigue siendo un tema y un compromiso. A excepción de El Chopo. La muestra Archivos desclosetados la vi con una aportación importante pero que causó mucha polémica porque se sintió marginada una comunidad muy grande, la de los artistas gay, enfocados a una estética homoerótica. Es una comunidad muy celosa. Cuando yo hice mi exposición ahí, coqueteaba con muchas cosas: con una historiografía y una genealogía de lo sublime, de la redención, entendido desde el mito hasta Madonna. Mi exposición fue este momento de elevación. Pero además de lo abstracto, también albergó otros momentos ligados a lo personal y a lo íntimo. Fue ahí por primera vez a Manuel Solano en el momento más crítico de su enfermedad. Hubo dos enfoques: su pintura y una pieza oral, un texto leído. Solano era de los momentos más conmovedores de la exposición. Para él, estaba representando el momento sublime. Simplemente, el hecho de volver a la pintura, estaba significando a la persona de Solano. Esa exposición no fue comprendida, no fue lo suficientemente estimada por la misma comunidad que vio que no estaba representado el homoerotismo. Estaban representados otros valores que tendrían que serles significativos a esta comunidad. Y esta incomodidad de que no se encontrara la falocracia provocó que la exposición no gustara. Tiene que haber muchos enfoques. No estamos encajonados ni en la party, ni en los deseos, ni en la teoría…

banderaArchivos desclosetados | Imagen: Fondo I, CAMeNA/UACM.

CM: Por lo general, se suele hablar de la circunstancia del SIDA a partir de Estados Unidos…

En México la toma de consciencia fue muy veloz, y afortunadamente también los dispositivos de medicina se encontraban accesibles. Bueno, a comparación de otras partes del mundo, aquí fue expedito. Se pudo de alguna manera controlar en la medida en que estaba sucediendo. Pero la asimilación no fue así. Incluso, hoy sigue siendo tabú. Era necesario, sin llegar a un activismo recalcitrante, mantener este pronunciamiento en la medida de lo posible. Porque siempre he sido así: prefiero conciliar una conmoción. No busco sacudir, busco la empatía.

CM: ¿De qué manera se vivía la vida pública gay?

Vivíamos en guetos. A finales de los noventa, todavía manteníamos una condición muy marginal. Nos tardamos mucho para comenzar a concebir lo público. Y no tanto por los activismos, aquello sucedió por la frecuencia en la información, y por ciertas necesidades de la comunidad, que también me parecen falsas y un poco aterradoras porque han generado otro tipo de estigmatizaciones. Como la necesidad de la apertura de lo que es ser homosexual. Las estigmatizaciones no surgen a partir de la información, sino de lo que es el cliché y el lugar común. Ahora resulta que todos somos queer as folk. En la ciudad, fue rotunda y desbordada la apertura, una apertura que yo considero muy estereotipada. En esta apertura, podemos pensar en matrimonio igualitario pero no en SIDA. Por ejemplo, en una oficina puedes ser muy gay mientras seas muy chistoso, muy de las bromas, pero en realidad no quieren conocer tu vida: quieren conocer al clown. Dentro de la comunidad gay, existe también esa diferencia, y puede ser aberrante, atroz. Puedes ser parte de una comunidad mientras te comportes igual que los demás, y si no, eres un marginado de los marginados. Y esa doble marginalidad ha generado mucha esquizofrenia.

Tengo-que-morir-todas-las-noches--Foto-3Imagen vía Museo Universitario del Chopo UNAM

CM: ¿A qué clase de guetos te refieres?

A las muchas comunidades. A las comunidades que seguían siendo como logias secretas, muy tiradas al clóset. Estaban los que habían sido amigos de Barragán: arquitectos sibaritas que se reunían a mirar pornografía, pero sin perder jamás el estilo. Admiraban más, por una cuestión estética, las nalgas del modelo en la revista Blue Boy. En algunas ocasiones me llevaban ahí, y me repudiaron porque, curiosamente, yo era demasiado repudiado como para estar ahí. A esos no te los encontrabas en los bares. Esos se reunían en casas de señores super elegantes. Luego estaban las diferencias dentro del bar El Nueve: los que ya habían salido del clóset, los que ya habían ingresado al activismo porque habían estado en el Village o en San Francisco. Eran todo eso dentro del bar, y quizá en los baños, pero no había más. Eran sumamente cerrados, públicamente closeteros. Te los podías encontrar en la calle y no te saludaban. La otra generación, los que se atrevían más, fueron los más golpeados durante la crisis. Y existíamos los que estábamos totalmente locos, los que éramos incontrolables. Nos juntábamos sin discriminar nuestras amistades, que podían ser mujeres heterosexuales que venían con nosotros, muchos amigos bisexuales, y muy metidos en lo que fue una estética que no entraba tan fácil en el arreglo de los gays: estos eran punks. Éramos una bandita que jugábamos con lo ambiguo de la sexualidad, tirando a ser asexuales. Nos toleraban en El Nueve. Pero también nos corrían, y nos podían golpear. A mí me llegaron a golpear, porque nos portábamos mal. Estábamos totalmente drogados, consumíamos muchísimo. El lugar más interesante de la ciudad era El Nueve. Pero nos odiaban. Decían, “¡saquen a los punks!” Muchas veces se iban los gays porque nosotros tomábamos el lugar. Y terminábamos a los botellazos, o siempre terminaba alguien en el piso, vomitando. Había personajes entrañables y maravillosos que vivían ahí, totalmente gays pero que podían besarse con un heterosexual. Todo eso existe hoy, todavía están por ahí esos personajes, pero te puedo decir que todos los guetos no tienen cara, acabamos siendo todos marginados por la imagen actual del gay. Son personajes que ni siquiera van a la marcha, personajes por los que ni siquiera cruza por su cabeza casarse y que no se visten de la manera en que visten todos. Son una estética distinta. Sigue ahí, pero cada día más marginal. No tenemos ni siquiera un lugar a donde ir. Si vas a un bar gay es insoportable. Siempre son multitudes. ¿Por qué no un lugar donde puedas estar sentado, donde puedas conversar, donde puedas escuchar otro tipo de música? ¿Por qué todos al Marrakech? Si vas, debes estar hasta tu madre. Tal vez pudiera decirse que la ciudad está tan cargada a los estereotipos que las comunidades de lo distinto y lo diferente perdieron su lugar. Hay más lugares de reunión para cierta comunidad.

CM: ¿Cómo era tu persona cuando asistías al Nueve?

Siempre he sido de la misma manera. Mi apodo me lo pusieron unos punks, amigos míos, que tocaban en El Nueve. Me dijeron “¿y tú qué onda con esos trajecitos?” Yo no andaba de chamarra de cuero ni con los pantalones negros. Yo me vestía de trajes vintage, de los 40 y 60, la corbatita y camisa blanca, sin traer nada más encima, quizá un pin pero nada más. Un look más relacionado con el new wave o Roxy Music. Entonces, me dijeron “¿tú qué onda con ese pinche traje y esas pinches corbatas? Pareces Tin Larín”.

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