Resultados de búsqueda para la etiqueta [Zócalo . ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 19 May 2023 19:41:54 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 El Zócalo: un mundo https://arquine.com/el-zocalo-un-mundo/ Fri, 19 May 2023 18:40:04 +0000 https://arquine.com/?p=78758 El Zócalo de la capital es un gran vacío físico, rodeado de edificios que, en conjunto, representan dos formas de poder: la iglesia y el gobierno. Más que hablar de los símbolos que moran en esta plaza, podríamos hablar de esta tensión física entre el barroco y la planicie.

El cargo El Zócalo: un mundo apareció primero en Arquine.

]]>
El Zócalo de la capital es un gran vacío físico, rodeado de edificios que, en conjunto, representan dos formas de poder: la iglesia y el gobierno. Más que hablar de los símbolos que moran en esta plaza, podríamos hablar de esta tensión física entre el barroco y la planicie; entre un perímetro cuadrado que recibe a todas las manifestaciones y un centro que afianza el oficialismo (con exposiciones dedicadas a las fuerzas armadas, por ejemplo). Hemos aceptado la afirmación que las plazas públicas son un símbolo, al borde de que intelectos como el de Carlos Monsiváis, hicieron que la identidad y el espacio del Zócalo fueran uno mismo. En esa gran monumentalización del vacío se puede escrutar la historia de un país, siempre contradictoria y dolorosa. “Ningún mexicano prescinde del Zócalo, so pena de sentirse sólo cosmopolita o ni siquiera local”, dijo. “No aludo a las vanidades chovinistas o a los nacionalismos, sino a un sentimiento más complejo: el acceso a las visiones panorámicas del pasado y a las soledades muy concurridas del presente”. Desde que Octavio Paz propusiera a la figura del laberinto para reflexionar sobre la ontología de la nación, en el pensamiento mexicano permeó una idea: los sucesos siempre son símbolos que aparecen en algún escenario espacial, al borde de que este Nobel de literatura llegó a afirmar que la matanza del 2 de octubre era una forma del inconsciente prehispánico encarnando en uno de los lugares fundamentales para la conquista española. 

Estos han sido años donde se han intentado gestionar los símbolos. Las bardas de contención que se colocaron frente a Palacio Nacional en la primera marcha feminista realizada después de los momentos más cruentos de la pandemia fueron un punto de partida muy productivo para hablar sobre la resignificación de los monumentos a partir de pintas, consignas y memoriales efímeros. También, la llamada Glorieta de Colón (donde se encontraba una estatua de Cristóbal Colón, el almirante que inició la historia de extractivismo y genocidio en el continente americano) hizo las veces de un foro de discusión pública sobre cómo recordamos el pasado colonial. Incluso, algunas de estas líneas fueron proveídas por quienes, de hecho, pueden decidir colocar o retirar estatuas; es decir, por las autoridades públicas. Y las autoridades (y sus tomas de decisiones) también han sido miradas bajo nociones que buscan simbolizar sus capacidades y agencias, porque se ha creído que interpretar es una cualidad intelectual, un instrumento que puede arrojar lecturas más imbricadas sobre el panorama. Por eso, algunos se atreven a proponer lo “mesiánico” como una metáfora pertinente para describir la política actual. 

“Hoy es un momento en que el proyecto de interpretación es en gran medida reaccionario, asfixiante.” Esto lo escribió Susan Sontag en 1964, en un ensayo titulado “Contra la interpretación”. “Interpretar es empobrecer, agotar el mundo, para establecer un mundo sombrío lleno de ‘significados’. Es momento de convertir al mundo en este mundo”. El Zócalo es un gran vacío donde es posible que el poder pueda ejercer lo que le corresponde, al grado de arrogarse el derecho a gestionar los símbolos (los significados, en palabras de Sontag) que se encuentran colocados en los espacios que habitamos. Es el poder el que puede provocar las discusiones sólo con la intención de dificultarlas. ¿Necesitamos “música de calidad” en los conciertos gratuitos del Zócalo? ¿Una gran mayoría que quiere estar en el concierto de su artista favorito está siendo atacada por una élite abstracta y con un rostro cada vez más difuso (o bien, un rostro que puede ser el propio en las circunstancias adecuadas)? Sin embargo, mientras estamos considerando algunas nociones sobre entretenimiento, Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, dijo en un reciente TikTok“ ¡Vamos a volver a llenar el Zócalo de la Ciudad de México!”. Tal vez sea momento de hacer que el mundo sea mundo, y de decir que un espacio medular para la vida cotidiana de la Ciudad de México está siendo instrumentalizado.

El cargo El Zócalo: un mundo apareció primero en Arquine.

]]>
Zócalo: plancha, gancho, jab y uppercut. De ocupaciones y apropiaciones deportivas https://arquine.com/zocalo-plancha-gancho-jab-y-uppercut-de-ocupaciones-y-apropiaciones-deportivas/ Wed, 03 Aug 2022 06:30:32 +0000 https://arquine.com/?p=66512 El nombre del Zócalo —Plaza de la Constitución, Plaza de armas, Plaza principal, Plaza mayor y Plaza del palacio— se debe a la base de una columna para un monumento conmemorativo por la Independencia de México, jamás construido, resultado de un concurso convocado en 1843 por Antonio López de Santa Ana y que ganó Lorenzo de la Hidalga. La plancha del zócalo ha sido escenario para la manifestación política, la social, el reclamo, la queja, la festividad y el grito, el concierto y el festival, la feria cultural, el performance involuntario, el evento deportivo y recreativo como la pista de hielo y la verbena navideña.

El cargo Zócalo: plancha, gancho, jab y uppercut. De ocupaciones y apropiaciones deportivas apareció primero en Arquine.

]]>
Todo se lo debemos a nuestros alcaldes y a la virgencita de Guadalupe

paráfrasis de Raúl, el ratón Macias

 

En esta esquina: “hacer la Ciudad de México la más deportiva” de Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno de la Ciudad de México 2018-2024 

Y en esta otra: “es un deporte extremo el ser alcade”, Miguel Ángel Mancera, ex Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, 2012-2018, en Habitat 3, Quito, Ecuador.

 

1. Casas nuevas de Moctezuma (Palacio Nacional), 2. Columna de Lorenzo de la Hidalga (concurso para la Plaza Mayor), 3. El Parían, el mercado de la Ciudad de México por Diego García Conde, 1765, 4. Zócalo durante la intervención americana por Pedro Gualdi, 1848. 5. Proyecto de remodelación del zócalo, 1999, 6. y 7. Zócalo 1930 a 1950, 8. Zócalo, vista actual, 9. Feria de las Culturas Amigas, 2016, 10. la “revancha”, México vs. Alemania: 1986 y 1998 en el 2017, 11 y 12. Homeless World Cup 2018, 13. Pista de Hielo, 14. FIFA Fan Fest 2010, 15. Función de Box 2017, 16. WRC Rally 2017, 17. F1, Fórmula 1 Show Run 2015, 18. NBA 3x, “las retas” 2014, 19. NFL Fan Fest 2017, 20. Home Run Derby 2015, 21 y 22. Spencer Tunick 2007, 23 y 24. Clase Masiva de Box 2022.

 

Recuerdo que, de niños, cuando jugábamos en alguna de las plazas de la unidad habitacional donde vivía, siempre se acercaba un señor a detener nuestro partido de futbol para prometernos la construcción de una instalación deportiva adecuada en la colonia para que desarrolláramos nuestras habilidades deportivas y no anduviéramos tropezándonos entre jardineras, bancas, registros y juegos de concreto. A ese mismo señor nos lo encontrábamos los domingos cuando íbamos a desayunar en familia en la barra de un restaurante de la colonia tomando café en la barra. Los domingos que iba a desayunar con la familia, mi papá lo saludaba con una reverencia que indicaba un respeto superior al con que saludaba a otros vecinos. Al preguntarle quién era, nos respondía con entusiasmo: ¡es Raul, “el ratón” Macías Guevara, un boxeador profesional quien obtuvo en 1955 el campeonato mundial de peso gallo de la Asociación Nacional de Boxeo (ANB), en su historial cuenta con 41 victorias, 25 por la vía del nocaut y sólo 2 derrotas!.

Raul “el ratón” Macías era nuestro vecino en la colonia Jardín Balbuena. Nunca construyó esa instalación deportiva, pero sí abrió un restaurante bar que cuando alcanzamos la mayoría de edad, visitábamos para ver las peleas de Julio César Chávez. El box era parte de la vida pública de la ciudad y se convirtió en algo habitual verlo y comentarlo como evento deportivo y no como espectáculo.

  1. El sábado 18 de junio de 2022 se llevó a cabo una clase masiva de box en la Plaza de la Constitución. Entre sus objetivos, de acuerdo a la página web del Gobierno de la Ciudad de México y el Instituto de Deporte, está incentivar la actividad física —salud en tu vida, salud para tu bienestar— y establecer un nuevo Récord Guinness de la mayor clase de boxeo en el mundo —el récord anterior lo tenía la ciudad de Moscú con tres mil participantes en el 2017. Y uno más, de mayor profundidad como estrategia de comunicación en palabras de la Jefa de Gobierno de la ciudad es “hacer la Ciudad de México la mas deportiva del país y del mundo”. Pero, ¿qué significa hacer a la Ciudad de México la más deportiva? Más allá del slogan y del programa social pienso en tres respuestas básicas posibles: Contar con una buena calidad del aire para poder salir a hacer ejercicio. Durante esta administración la concentración de ozono alcanzó un registro máximo de 155 partes por billón de concentración de residuos, debido al sistema de alta presión sobre el centro del país que ocasiona poca ventilación en el Valle de México, la alta radiación solar y temperaturas superiores a los 29°C que favorecieron la producción y acumulación de contaminantes. Entre las recomendaciones de la Coordinación Ejecutiva de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe) se encuentran las de evitar hacer actividades cívicas, culturales y de recreo, así como evitar hacer ejercicio al aire libre entre las 13:00 y 19:00 horas y se recomienda posponer los eventos al aire libre, deportivos, culturales o espectáculos masivos, programados entre las 13:00 y las 19:00 horas. Casi una contradicción entre la recomendación y la estrategia deportiva desde la administración. Agregaría también eliminar la receta del gimnasio urbano en áreas residuales dejadas por las vialidades primarias donde sólo se puede respirar contaminantes y dejar copiar y pegar una solución solo porque resulta fácil hacerla.
  2. Contar con buenos equipamientos e infraestructura deportiva en la ciudad, desde el módulo deportivo, el mobiliario en el parque hasta el centro deportivo, y
  3. Contar con instructores deportivos certificados dentro de las instalaciones escolares y equipamientos de la ciudad, la promoción del día a día.

En resumen: un buen contexto, buenas arquitecturas* y una vinculación gobierno-sociedad dispuestos a trabajar en conjunto la relación ambiental-deportiva.

Ese sábado, el zócalo de la Ciudad de México se convirtió en un gran gimnasio urbano donde 14,299 cuerpos, rompiendo el Récord Guinness, realizaron 30 ejercicios con duración de un minuto cada uno, divididos en cinco bloques con combinaciones de jabs, rectos, bendings, uppers, ganchos, saltos y pasos. Casi como una réplica pero en movimiento de los cuerpos desnudos y estáticos de Spencer Tunick en mayo del 2007, cuando se reunieron 18,000 personas.

 

“Es un deporte extremo el ser alcade”, Miguel Angel Mancera, ex Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, 2012-2018, en Habitat 3, Quito, Ecuador.

Cuerpos, números y metros cuadrados

El zócalo tiene una distancia de paramento norte a paramento sur de 192 metros y de paramento oriente a paramento poniente de 240, con un área aproximada de 46,080.00 metros cuadrados. Si contamos esas mismas distancias pero restando las vialidades, sólo considerando la plancha estamos hablando de una superficie de 21,600.00 metros cuadrados con dimensiones de 160 por 135 metros. 

Si relacionamos cuerpos, dimensiones y espacio necesario podíamos hablar de una máxima ocupación de 6 personas por metro cuadrado (para eventos masivos y/o manifestaciones) y una máxima ocupación de 1 persona por metro cuadrado haciendo estiramientos de sus extremidades, cuerpos en movimiento o ejercitándose. La cifra con lo que se rompió el récord es bastante coherente con lo experimentado ese día.

 

Zócalo, base, plaza y plancha para concurso

El nombre del Zócalo —Plaza de la Constitución, Plaza de armas, Plaza principal, Plaza mayor y Plaza del palacio— se debe a la base de una columna para un monumento conmemorativo por la Independencia de México, jamás construido, resultado de un concurso convocado en 1843 por Antonio López de Santa Ana y que ganó Lorenzo de la Hidalga. 

En Marzo de 1999 fue fallado el concurso para su remodelación a favor de Cecilia Cortés, Ernesto Betancourt y Juan Carlos Tello, quienes proponían la cancelación de la circulación vial frente a Catedral y Palacio Nacional, así como la incorporación de un grupo de jacarandas plantadas en paralelo al Portal de Mercaderes. 

En el 2018 se realizó un nuevo concurso para su remodelación, que ganaron la oficina de Lucio Muniai y Fundamental. Se realizó una ampliación en un 10% de la superficie del Zócalo para mejorar las condiciones para peatones, cruces seguros, cambios de pavimentos y un sistema para poder anclarse a la plancha sin perforarla que puede soportar las estructuras utilizadas para eventos o instalaciones.

La plancha del zócalo ha sido escenario para la manifestación política, la social, el reclamo, la queja, la festividad y el grito, el concierto y el festival, la feria cultural, el performance involuntario, el evento deportivo y recreativo como la pista de hielo y la verbena navideña.

 

Arena, cancha y otras pistas deportivas

El zócalo desde su última intervención es gimnasio urbano hasta arena de box, un 1º de abril de 2017, cuando la Ciudad de México fue la “capital del deporte”, pasando por cancha de básquetbol con el torneo de tercias NBA 3x, “las retas” un 24 de septiembre de 2014, diamante de béisbol un 14 de junio de 2015 con el Home Run Derby de la Liga Mexicana de Béisbol, pista de carreras un 27 de junio de 2015 con el F1, Fórmula 1 Show Run y el Campeonato del Mundo de Rallyes de la FIA con el WRC Rally el 9 de marzo de  2017, cancha de fútbol americano un 18 y 19 de noviembre de 2017 con el NFL Fan Fest, cancha de fútbol soccer un 9 de julio de 2017 con un par de partidos amistosos de “revancha” entre México vs. Alemania rememorando los mundiales de 1986 y 1998, la edición no. 16 del  Homeless World Cup del 13 al 18 de noviembre de 2018 y el FIFA Fan Fest con motivo del mundial de Sudáfrica 2010, pista para atletismo para diferentes ediciones del Maratón y Medio Maratón Internacional de la Ciudad de México entre muchas otras actividades deportivas como el juego de pelota prehispánico mexica “Tlachtli” el 28 de agosto del 2021.

El sábado 18 de junio de 2022 ocupamos y nos apropiamos del zócalo, calentamos, entrenamos, boxeamos y rompimos un récord pero quién sabe qué respiramos.

El cargo Zócalo: plancha, gancho, jab y uppercut. De ocupaciones y apropiaciones deportivas apareció primero en Arquine.

]]>
Zócalo pintado https://arquine.com/zocalo-pintado/ Wed, 27 Jan 2021 15:03:51 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/zocalo-pintado/ Recientemente se presento la extensión peatonal de parte del Zócalo de la Ciudad de México. La estrategia, según es contada por el mismo Gobierno de la Ciudad, no sólo consistió en devolverle espacio a los caminantes. La repavimentación fue acompañada por la ornamentación: un patrón pintado y la instalación de macetas y mobiliario urbano.

El cargo Zócalo pintado apareció primero en Arquine.

]]>

Madrid y París: dos ejemplos de ciudades peatonalizadas. Los carriles para automóviles se han transformado en calles y, si acaso, se siembran árboles en las zonas que ya pueden transitarse a pie, como sucedió en el caso parisino. Las noticias internacionales colocan estas decisiones urbanas como ejemplos a seguir y parecieran guiarse bajo la premisa de que la gente necesita más espacio para caminar por una ciudad que visita o la ciudad en la que vive. Esta estrategia puede conllevar una dosis de espectacularidad. Recientemente, se presento la extensión peatonal de parte del Zócalo de la Ciudad de México. La estrategia, según es contada por el mismo Gobierno de la Ciudad, no sólo consistió en devolverle espacio a los caminantes. La repavimentación fue acompañada por la ornamentación: un patrón pintado y la instalación de macetas y mobiliario urbano; una inversión que representa 7.5 millones de pesos y una superficie 2,963 metros cuadrados. El acceso al Zócalo está controlado aunque no es recomendable acudir. Aún así, visitantes y personas que deben transitar por ese espacio por razones laborales siguen arribando al Zócalo, por lo que el aumento del espacio público resulta más que pertinente: más sitio para caminar implica menos aglomeración. La intervención se realizó mediante la aplicación de pintura y de la instalación de mobiliario urbano. 

¿Se trata de obstáculos para la circulación, escenografías fotogénicas? Las aportaciones y las limitantes de esta estrategia pueden mirarse desde aristas diferentes. En su artículo “Urbanismo para la negociación”, el crítico Xavier Monteys, refiriéndose a Barcelona, comenta que la pintura decorativa en los cruces peatonales no es más que “ruido”, una contaminación visual que interrumpe la negociación entre peatones y automovilistas. Para el Zócalo, tal vez eliminar el tránsito para vehículos hubiera sido una opción para obviar la pintura sobre el pavimento.

La pintura como ornamentación ha tenido apariciones que se han juzgado como exitosas. El estudio Snøhetta fue el encargado de duplicar el espacio para peatones de la avenida Times Square, planteando plazas que aumentaron el tamaño de los circuitos para el paso de la gente. Aunque no todo fue pavimento para el paseante. También hubo pintura y piezas de mobiliario urbano cuya funcionalidad fue lapidariamente descrita por Fran Lebowitz en el documental Pretend it’s a city: “No hay nada más necesario que bancas largas en una zona altamente transitada”. Por otro lado, los estudios Topotek 1, BIG Architects y Superflex diseñaron espacio peatonal en Nørrebrogadeen, un barrio en Copenague. Para Superkilen, un proyecto definido como un parque, la pintura fue todavía más fundamental que el pavimento. Lo que vuelve monumental a su diseño es la gran área de pintura rosa que puede apreciarse en fotografías aéreas. 

¿Qué es lo que enfatiza la pintura o, también podría decirse, lo que está cubriendo? Las intervenciones en Times Square o Superkilen pueden entenderse como capas nuevas a labores de mejoramiento —y también de una probable gentrificación— que han sido sostenidas por diversas gestiones gubernamentales. El perfeccionamiento de sitios de interés turístico no ha durado sólo el periodo de una alcaldía y “una mano de pintura” es asimilada con relativa facilidad por una ciudadanía acostumbrada a entender ciertos espacios como sitios de interés turístico. En México la pintura puede revestir contextos más complejos, como ocurrió en el Macromural de Pachuca, una iniciativa con la que Comex, junto al Ayuntamiento de Pachuca, dio una nueva fachada a un asentamiento irregular con altos índices de crimen. 

En lo que respecta al Zócalo, el cuestionamiento es más o menos similar. En Carne y piedra: El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, el sociólogo Richard Sennett esboza algunas ideas sobre la pertinencia de los estímulos sensoriales para la ciudad. Si la percepción de lo urbano se modifica a partir de intervenciones que la vuelvan algo más que calles y muros, se ofrecen mayores posibilidades para que sus habitantes puedan apropiársela no sólo desde actividades programáticas, como el desplazamiento de un sitio a otro. Una ciudad que se mire de maneras diversas produce subjetividades más complejas. Pero sucede que el Zócalo ya tiene los suficientes estímulos. El colorido de los grafitis que dejan las manifestaciones feministas —menos monocromáticas que otras causas que dejan su huella en las calles—, las cuadrillas de bailadores de break dance que ocupan casi todos los parques del centro o la paleta del comercio ambulante son algunas de las capas que vuelven cuestionable el uso de la pintura en un sitio con los estímulos visuales suficientes.

Además, aquella pintura delimita no sólo el camino de los peatones sino también el sitio de las bancas, las plantas y los paraguas. Lebowitz podrá oponerse a que una banca obstaculice la libre circulación de un peatón que asume que siempre va de prisa, sin embargo, es posible que una banca sirva a alguien que lleva muchas bolsas y que para continuar su camino necesita un descanso. Visto así la intervención en el Zócalo puede resultar un tanto tímida, ya que predetermina que las bancas son para el esparcimiento o el ocio y sólo pueden ser ocupadas dentro de un perímetro limitado. Más mobiliario y más dispositivos que puedan dar sombra tal vez sean mejor ayuda para quien no sólo necesita caminar por donde el camino lo indica. ¿Podemos imaginar una plaza que, en su totalidad, facilite no sólo la circulación sino también el descanso, un descanso que no esté constreñido por las lógicas de los parques y que simplemente ofrezca una banca a quien necesite sentarse en cualquier lugar?

El cargo Zócalo pintado apareció primero en Arquine.

]]>
¿Cuántos caben en la plaza? https://arquine.com/cuantos-caben-en-la-plaza/ Tue, 06 Oct 2020 06:30:55 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/cuantos-caben-en-la-plaza/ De repente aparece de nuevo en nuestras vidas el espacio público. Se conquista y defiende su dominio y se mide el poderío de las ideas en función de su capacidad. Nos preguntamos, ¿cuántos caben en la plaza?, tratando de validar las propias ideas, las que nacen y se defienden ahí en el espacio público. La respuesta es contundente: en la plaza debemos caber todos.  

El cargo ¿Cuántos caben en la plaza? apareció primero en Arquine.

]]>
 

Spencer Tunick, 18 mil personas desnudas en el Zócalo, 6 de mayo 2007.

 

Habrá aún asambleas en las plazas públicas

y movimientos en los que no teníais pensado intervenir.

André Breton, Primer manifiesto surrealista

 

En la época de los encuentros virtuales, de los influencers y los algoritmos que aglomeran a propios y ajenos en torno a likes y reconocimientos faciales; en un mundo amenazado por el dominio mercantil de la inteligencia artificial, nos enfrascamos en discutir cuántos manifestantes llenan una plaza pública y comparar poderíos políticos con base en el aforo del espacio público. En la época del distanciamiento social hacemos matemáticas de cuántas personas caben, codo con codo, en un metro cuadrado de plaza con tal de declarar victoria absoluta sobre la última ocupación total de la plaza de la que se tenga memoria en el colectivo social.

Son tiempos en los que, forzadamente, hemos mantenido distancia el uno del otro y resguardados en nuestros espacios domésticos hemos evitado los actos colectivos. Hemos olvidado los estadios, los teatros y hasta los museos cuidando nuestra salud física y arriesgando nuestra salud mental. Atemorizados por el enemigo microscópico, hemos dejado de lado la participación colectiva en la construcción de una identidad social.

Es así que, como válvula de escape, la posibilidad de tomar la plaza vuelve a llenar el imaginario colectivo y finalmente derrama el ansia participativa trasformada en la toma del espacio público, ese que teníamos olvidado.

“Así es como desde la Ilustración y hasta la fecha, aunque de manera disciplinaria, el espacio público tanto como la plaza pública se conciben como el ámbito de las manifestaciones sociales, lugar de expresión, de la libre elección, tránsito, reconocimiento y tolerancia, de acceso colectivo y como posesión colectiva o bien de la nación, en síntesis, espacio para la democracia en su buen desarrollo”, comenta Georgina Isabel Campos Cortés en su texto “El origen de la plaza pública en México: usos y funciones sociales”, dando en el clavo y recordándonos la enorme importancia de esa plancha de concreto cuyo valor simbólico supera por mucho a sus casi cincuenta mil metros cuadrados.

Aunque, como ha sucedido en días recientes, momentáneamente recordamos el valor y uso de la plaza, recaemos fácilmente en la amnesia olvidando el valor del espacio público y somos, en conjunto como sociedad, incapaces de definirlo. Manipulados por los intereses mercantilistas nos atrevemos a llamar a los mercados “plazas comerciales” y le atribuimos los mismos valores de la plaza pública al pasear con nuestras familias por los pasillos de lo que no es más que un almacén de mercancías a la venta.

Cuando Felipe Leal acuñó, hace apenas unos lustros, el concepto de Autoridad del Espacio Público, elevándolo casi a nivel de secretaría de gobierno dentro de uno de los gobiernos de “izquierda” de la capital de nuestro país, no logró del todo demostrar la trascendencia urbana y política de lo ideado. A empellones y golpes de estrategias políticas logró reimaginar esa plaza que ahora responde a los movimientos clave de la expresión social y democrática del país. Recuperó la Plaza de la República, concebida por Porfirio Díaz como sede del poder legislativo y apropiada por los sindicatos obreros del priisimo insertándola una vez más en el diálogo con el entramado urbano. Consolidó une eje peatonal desde el Monumento a la Revolución hasta la Plaza de la Constitución uniendo simbólicamente hitos urbanos de la narrativa histórica del México moderno y, de manera paralela, logró acrecentar el espacio público dando cabida a manifestaciones como las que hemos visto en últimas fechas. Una visión urbana que multiplicó las posibilidades democráticas de nuestra ciudad, construyendo el espacio público de la nación por excelencia.

Con la idea de una “autoridad del espacio público” se abrió la puerta a entender que el urbanismo, el planeado y estudiado, hace a nuestras ciudades democráticas y que el espacio de todos es el camino a una mejor ciudad. La planeación de la plaza pública, desde la técnica espacial, la política urbana y el pensamiento histórico, como posibilidades para mejorar las elecciones del individuo.

Estos días, encerrados en casa, comenzamos a soñar como una pequeña terraza, un balcón más o una habitación donde poner el home offfice pueden hacer más llevadera nuestra vida en cautiverio. Asustados por un virus de volatilidad planetaria olvidamos el espacio público hasta que nuestras filias y fobias, esas que los algoritmos y la inteligencia artificial nos presentan día a día en nuestras pantallas, nos provocan salir a expresar nuestros sentires políticos y es así como de repente aparece de nuevo en nuestras vidas el espacio público. Se conquista y defiende su dominio y se mide el poderío de las ideas en función de su capacidad. Nos preguntamos, ¿cuántos caben en la plaza?, tratando de validar las propias ideas, las que nacen y se defienden ahí en el espacio público. La respuesta es contundente: en la plaza debemos caber todos.  

El cargo ¿Cuántos caben en la plaza? apareció primero en Arquine.

]]>
Proyectar el Zócalo: de la plaza orgánica a la plaza neoliberal https://arquine.com/proyectar-el-zocalo-de-la-plaza-organica-a-la-plaza-neoliberal/ Tue, 24 Oct 2017 16:48:13 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/proyectar-el-zocalo-de-la-plaza-organica-a-la-plaza-neoliberal/ El Zócalo de Mancera es muy parecido al de Uruchurtu: la intervención más aparatosa que ha sufrido la plaza mayor de la Ciudad de México en sesenta años nos la dejó más o menos igual. Las sutilezas hay que mirarlas en el espíritu de los tiempos, en la proyección, usos y sentidos que ambos gobernantes querían marcar para el espacio: conviene repasar la relación y posición que juega esta plaza con respecto al poder político, la ciudad y consigo misma. Tal vez es que así las diferencias entre el Zócalo de Mancera y el de Uruchurtu emerjan de formas más evidentes.

El cargo Proyectar el Zócalo: de la plaza orgánica a la plaza neoliberal apareció primero en Arquine.

]]>
 

El Zócalo de Mancera es muy parecido al de Uruchurtu… materialmente. La severa plancha del segundo consistía en un adoquín y la del primero consiste en un concreto hidráulico con rieles y perforaciones. Tal vez la diferencia más visible es que el de Mancera tiene muy ligeramente más espacio para los peatones que el de Uruchurtu. En esencia, la intervención más aparatosa que ha sufrido la plaza mayor de la ciudad de México en sesenta años nos la dejó más o menos igual. Las sutilezas de la distinción, sin embargo, hay que mirarlas más bien en el espíritu de los tiempos, en la proyección, usos y sentidos que ambos gobernantes querían marcar para el espacio que concentra o ha concentrado material y simbólicamente el poder del Estado, de la Iglesia y del mercado así como la representación de la nación. Conviene repasar la relación y posición que juega esta plaza con respecto al poder político, la ciudad y consigo misma. Tal vez es que así las diferencias entre el Zócalo de Mancera y el de Uruchurtu emerjan de formas más evidentes.

La plaza orgánica: la plaza mayor en función de la ciudad

La apariencia, usos y sentidos del Zócalo son un problema moderno; uno que aparece hacia finales del siglo XVIII. Antes que eso, su presencia en la ciudad podría estar determinada por su función orgánica en la urbe. Es decir, se precisaba la existencia de una plaza mayor para dar sentido, orientación y coherencia ideológica a la estructura de la ciudad, pero la plaza no representaba un problema urbanístico en sí mismo o al menos no como lo entendemos hoy en día. En cambio, ese sería, tal vez, el de la plaza mayor de esa sociedad religiosa compuesta de las corporaciones, los estamentos y las cofradías. Lo que la plaza proyecta en el espacio de la ciudad no es más que un lugar regulador en ese cuerpo místico.

En la titánica empresa urbanística del imperio español en el continente americano en el siglo XVI, la fundación de una ciudad implicaba una serie de procesos jurídicos que eran materializados en una plaza central como una suerte de punto de arranque. En esta lectura, la plaza no era tanto una proyección del poder del estado como, más fundamentalmente, un principio espacializador que lo incluye como parte de un todo. Así, la plaza mayor era ese dispositivo urbano que establecía un referente central; congregaba las autoridades civiles y las religiosas en él; daba una sede visible, práctica y controlable al tianguis; sentaba un formato para el crecimiento urbano formal a partir de manzanas en la traza de damero. Seguir o no el patrón que nace de la plaza mayor era la diferencia entre ser ciudad y ser barrio. No más que eso, pero no menos.

Vista de la plaza mayor, Cristóbal de Villalpando. 1695. Óleo sobre tela. Colección James Methuen-Campbell

 

La plaza mayor virreinal, en esta lectura, funciona solo en relación con la idea de la ciudad entera. Salvo embellecimientos discretos como dotar algún conjunto de fuentes o la ejecución de sentencias en la picota, la lectura de mensajes o la regulación del orden público en general, no habría mucho más margen para pensarla como un lugar en sí misma. No hay mucho margen en ella para la expresión vanidosa del poder o para la representación de alguna idea de colectivo o nación. No tenía que ser una plaza bella, tenía que ser una plaza funcional dentro del amplio contexto de la ciudad. Por ello es que los problemas de la plaza mayor son en ella, no de ella. Y el problema por excelencia en –no de– la plaza mayor de la capital virreinal fue la de organizar la intensa actividad comercial que ahí ocurría: equilibrar, contener y regular la función orgánica que en ella estaba fallando.

El mercado del Parián, que dominó la parte poniente del cuadro por un período de casi 170 años, concentró buena parte de las discusiones, remodelaciones e incluso representaciones de la plaza mayor. La presencia de negocios y vendedores no regulados, de productos de contrabando, de libreros eran parte de los problemas por resolver. Dotar al mercado de un edificio aún en detrimento del espacio de la plaza mayor no podría resultar un escándalo, como de hecho, parecían no serlo las condiciones fuera de él.

En su Historia, usos y abusos del Zócalo (Revista Nexos, noviembre 2013), Gustavo Gómez Peltier cita al cronista Francisco Solano, quien en 1777 describe así a la plaza mayor: “lo desigual del empedrado, el lodo en tiempo de lluvias, los caños que la atravesaban, las montañas de basura, excrementos de gente ordinaria y muchachos, cáscaras y otros estorbos, la hacían de difícil andar. Había un beque o secretas que despedían intolerable hedor […] de noche se quedaban a dormir los puesteros bajo los jacales de tejamanil y allí se albergaban muchos perros que se alborotaban y, a más de ruido que hacían, se abalanzaban a la gente que se acercaba.” Esto lo dice, cuando las ideas modernas de la Ilustración y su correlato urbanista comienzan a llegar a la Nueva España. Tocaba descomponer ya ese cuerpo místico para selectivamente atender sus partes por separado. Los problemas de la plaza mayor comenzarían a ser no solo en ella, sino también de ella.

Los proyectos de la plaza moderna: entre el espacio público, la centralidad y la monumentalidad

Como golpe de péndulo, la plaza mayor se convirtió en un problema en sí misma a finales del siglo XVIII. Y, de pronto, tiene que satisfacer con la misma vitalidad sus nuevas y viejas funciones. El mercado del Parián, edificado en 1678, seguía operando mientras que para la parte oriente de la plaza se consideró, finalmente, establecer la proyección ya no de la ciudad, sino del poder que la gobernaba. Esculturas de reyes, columnas de la independencia, paseos elegantes. Un muy largo camino de 150 años de proyectos cambiantes que se plantearon y se implementaron a veces a medias con montones de modificaciones y discusiones, comenzó cuando el virrey Juan Vicente Güémez Pacheco, recordado mejor por su título nobiliario como conde de Revillagigedo, decidió nivelar la plaza y, más adelante dar espacio a un redondel que incluiría a su centro una escultura ecuestre de del rey Carlos IV; la que más tarde el virrey siguiente mandaría hacer en bronce, bajo la mano de Manuel Tolsá. Si bien la representación del rey de España en la plaza mayor de México no era una novedad, esta vez lo sería desde la monumentalidad y la pulcritud, no desde la mera indicación del rey en turno.

Las obras en la plaza mayor bajo el conde de Revillagigedo y nos dieron, además, el descubrimiento de la Piedra del Sol, la Coatlicue y la que fue llamada piedra de Tizoc. La modernidad trajo consigo la valoración de los ídolos y las labranzas del mundo conquistado 300 años atrás como tesoros y reliquias para ser exhibidas. Más aún, sobre ellas, encontradas en el corazón de la ciudad, se empezó a construir lo que Benedict Anderson analiza como una comunidad imaginada separada de la metrópoli peninsular. Si la plaza mayor de la Ciudad de México luciría más como un espacio político que como un órgano vivo de la ciudad, paradójicamente comenzaba a configurarse entre la sociedad criolla que no era un rey de España el que más deseaban que quedara ahí proyectado.

Este entendimiento moderno de la plaza mayor como espacio de proyección política quedó aún más evidenciado algunas décadas más adelante, cuando ya iniciado el movimiento de Independencia, desde España se les mandó renombrar a estos espacios en diferentes ciudades como “Plaza de la Constitución”. Es decir, de conservar su nombre orgánico como “Plaza Mayor” o funcional como “Plaza de Armas” (también en alusión al principio jurídico de ésta), ahora su nombre debía aludir a un sentido no urbano, sino político. Ante la espera de generar monumentos y paseos, la lealtad al documento que restablecía la monarquía en España luego de la invasión napoleónica debía ser expresado nominalmente en el espacio originario de la ciudad. Así como hoy en día los cambios físicos de la nueva plaza son menores, en 1812 el cambio mismo de nombre implicó un nuevo proyecto, una nueva forma de entender la plaza mayor de la ciudad. Antes que a reyes concretos, las plazas principales del Imperio debían rendir homenaje a la primera constitución escrita que estaría por encima de estos.

Mexico se independizó y en la efervescencia de estos proyectos modernistas, el entusiasmo de la plaza por la plaza misma como espacio de centralidad llevó a que el gobierno de Antonio López de Santa Anna tomara la decisión de demoler el Parián para siempre en 1843. Regular la actividad comercial ya había dejado de ser una prioridad y función primordial de la plaza mayor, sobre todo en el contexto de una ciudad cada vez más grande. El Parián impedía el aprovechamiento de todo el espacio para la nueva finalidad central y, además, no favorecía los preceptos higienistas que acompañaron el discurso moderno. El comercio no debía ser expulsado del primer cuadro, sino regresar a los portales del poniente, dejando cada costado de la plaza mayor a alguna potente representación de poderes civiles locales y nacionales, religiosos y económicos.

Si el marqués de Branciforte quería un Carlos IV monumental y los partidarios de la restauración la renombraron como Plaza de la Constitución, Santa Anna quería para la plaza mayor una monumental columna de la Independencia al centro. La historia ha sido recordada recientemente: se celebró un concurso en el que, sin importar el ganador, Santa Anna asignó el proyecto al arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Así, comenzaron las obras de un monumento a la victoria alada para las que De la Hidalga solo alcanzó a construir el zócalo: la invasión estadounidense interrumpió tanto las obras como al gobierno que las financiaba. Al centro de la Plaza de la Constitución quedó, entonces, un zócalo abandonado por alrededor de 30 años, al que se le colocó lo mismo una farola que posteriormente un kiosco para quedar enterrado para (casi) siempre. Los violentos vaivenes de la vida política mexicana del siglo XIX evitaban que un poder estable pudiera proyectar su magnificencia a través de la monumentalidad en este espacio.

Además de las dificultades para representar al poder del Estado en un contexto político convulso, la modernidad trajo consigo también otras formas de relacionarse con el espacio público, con la calle. La plaza ya no significa transacción, juicio, proclamación o procesión, sino también descanso, convivencia y disfrute. La plaza mayor, con el zócalo de un monumento, debía convertirse en ese espacio público moderno por excelencia.

Y entonces en vez de monumentos se proyectaron kioscos, jardines, paseos. En el gobierno de Maximiliano, el alcalde de la ciudad, Ignacio Trigueros, impulsó un proyecto en el que se dejaba descubierto el zócalo de Lorenzo de la Hidalga y se le rodeaba de jardineras con bancas. El “Paseo del Zócalo”, lo llamaban. Al norte, frente la Catedral, se encontraba el arbolado Paseo de las Cadenas que G. Rodríguez en México y sus alrededores (1856) lo inmortalizó en una litografía donde lo representa en una noche de luna. El éxito de la plaza mayor de la Ciudad de México como punto de encuentro y ocio y su referencia a ella como el “Paseo del Zócalo” no solo la despojó -aunque no oficialmente- del frío y lejano nombre como “Plaza de la Constitución”, sino que logró que el término “zócalo” se convirtiera en la nueva forma de nombrar y concebir las plazas mayores de las ciudades del país.

Las cadenas en una noche de luna, litografía de G. Rodríguez en el libro México y sus alrededores, 1856

 

Proyecto para la Plaza Principal de México, 1866. Fototeca de la Coordinación Nacional de Monumentos  Históricos, INAH

 

El Porfiriato consolidó esta plaza que no proyecta poder político, sino solo esparcimiento. Díaz se engolosinó mostrando la capacidad constructiva de su régimen en obra pública, infraestructuras de comunicación, monumentos, plazas y edificios en cualquier otro lado. No necesitó del Zócalo para proyectar magnificencia y, al contrario, prefirió la sociabilidad aburguesada de una plaza mayor ajardinada. De este período nos llegaron las imágenes del kiosco que fue instalado sobre el zócalo, el arbolado que obstruye la vista de la Catedral Metropolitana, la instalación de europeizantes pabellones de madera. Y, fundamentalmente, el lado poniente de la plaza nuevamente vuelve a concebirse dentro de una funcionalidad urbana: la estación de tranvía. En la modernidad, la plaza mayor se problematiza como un espacio en sí misma, pero no pierde una centralidad funcional. El péndulo volvería de nuevo hacia la plaza de proyección política tan solo unos años después.

La plaza revolucionaria: proyectar para el Estado y la Nación

Aunque se encuentra aún dentro del paradigma de la modernidad, los proyectos sobre el Zócalo se vuelven a transformar con la Revolución Mexicana. Probablemente son las ideas de la renovación del Estado mexicano y su rompimiento con las formas aristocráticas del Porfiriato las que retoman el impulso de la proyección del poder en la plaza mayor de la ciudad, que de tanto ocio y esparcimiento, hasta perdió su nombre político. La vegetación parece haber sido el primer blanco de las tensiones.

En 1916 y, al parecer no sin polémica, se despojó al Zócalo de todo su arbolado. El argumento fue, nuevamente, el de la monumentalidad: aún en la incipiente reconfiguración de un estado anticlerical, la Catedral Metropolitana -y, aún en este tiempo, no tanto así el Sagrario- debían lucir sin obstrucción de plantas y pabellones. Se retiró el tranvía, pues tanto ajetreo no era tampoco apropiado para el aspecto grandilocuente que se deseaba ahora para la plaza. Y, además, debían mostrarse con más orgullo el Palacio Nacional y los edificios del gobierno de la ciudad que, aún desde el Porfiriato, habían iniciado obras para renovarlos y aumentarles niveles. Aunque nacieran del régimen anterior, estas obras no suponían ningún conflicto en el interés de mostrar grandeza del Estado. Al contrario, fueron modificándose y ampliándose aún entrada la década de 1920 para lucir como los vemos hoy en día.

Como en tiempos de Santa Anna o de Cuauhtémoc Cárdenas, se hizo también un concurso en 1916. Y, como en ambos casos, el proyecto ganador no pudo ser implementado, pero el ejercicio sirvió para marcar los lineamientos sociales, culturales y políticos en los que era concebida la nueva plaza mayor. Así como tomó algunas décadas convertir el zócalo de la plaza monumental de Santa Anna a la plaza de esparcimiento de Porfirio Díaz, tomó nuevamente unas tres décadas irla despojando de todo hasta convertirse en la plancha de asfalto que todos conocemos. Los proyectos de 1916 mostraban una plaza con pocas jardineras, compuestas principalmente de arbustos, ninguna vegetación elevada, monumentos dirigidos no a reyes, no a la Independencia sino a ese concepto tan central del proceso posrevolucionario: la Patria.

El Zócalo se convirtió formalmente en una plaza cívica y, como tal, sirve a la Nación, no a la ciudad. Sin el tranvía, sin el Parián, sin los pabellones, el Zócalo quedó extirpado del cuerpo místico urbano para formar parte de uno inmaterial. Uno de los proyectos participantes del concurso de 1916, de Ituarte Arquitectos, aún proponía un kiosco, pero esta vez no al centro, sino hacia el poniente, donde desemboca la calle de Madero. No era fácil desprenderse de la plaza del ocio. Ese kiosco nunca se colocó, aunque una fotografía de los años 20 muestra uno temporal, de madera, al norte del jardín.

El resultado final fue anticlimático. En el afán de mantener la monumentalidad, el área ajardinada quedó reducida a un pequeño cuadro frente a la Catedral Metropolitana. Por un tiempo se engalanó con los cuatro pegasos que hoy se encuentran frente al palacio de Bellas Artes, pero aún estos fueron encontrados como inapropiados para la plaza monumental y eventualmente retirados. El resto del enorme espacio entre los edificios circundantes e incluso de buena parte de las plazas adyacentes como la plaza Seminario y la plaza del Marqués (o Empedradillo) fue destinado principalmente a espacio para la circulación vehicular. Lo que fue el antiguo Paseo del Zócalo quedó como un insolado jardín aislado por un asfixiante espacio gris ocupado por una flotilla de buses y automóviles que comenzó a crecer.

La monumentalidad se volvió iconoclasta: se trataba de producir el espacio más imponente, más avasallador a cualquier costo. En la fototeca del INAH se encuentra una fotografía-proyecto de este período, la década de 1920, que propone destruir la fachada del Sagrario Metropolitano para construir sobre ella una réplica de la fachada de la Catedral Metropolitana, de modo que la vista fuera la de un solo edificio catedralicio de tres torres con simetría a partir de la torre oriente de la actual Catedral. Este proyecto, evidentemente, no se concretó. En cambio, el ánimo destructor a cambio de monumentalidad se materializó con la apertura de la Avenida 20 de Noviembre en la década de 1930. Se arrasó con la mitad del templo del ex convento de San Bernardo, algunas casas palaciegas y otros edificios con tal de brindar justamente a estos nuevos vehículos automotores, una vista monumental de la Catedral Metropolitana en su camino hacia el Zócalo desde el sur de la ciudad. “20 de noviembre” se llamó la avenida: la plaza como gran monumento debía celebrar a la nación.<

El momento y proyecto más extremo que ha experimentado la plaza mayor de la Ciudad de México ocurrió, finalmente, en 1955. La corrosión de esta etapa iniciada con la Revolución Mexicana de limpiar el espacio para dejar lucir la sobrecogedora expresión de su vacío alcanzó su máxima expresión cuando el regente Ernesto P. Uruchurtu tomó la decisión de eliminar toda jardinera, mantener el flujo de vehículos siguiendo más o menos la traza de las calles que desembocan en la plaza, dejar una plancha de adoquín y sembrar en su centro un mástil para levantar una enorme bandera de México. La plaza cívica en su expresión más minimalista, más severa y, sobre todo, más dispuesta a dar cabida al pueblo.

El Zócalo de Uruchurtu no se distingue mucho de las grandes plazas cívicas que se construyeron bajo regímenes totalitarios en el siglo XX, tanto de corte fascista como de corte socialista. Hablamos de un período de la historia en la que un gran número de países se organizaron en torno a grandes aparatos estatales que orquestaron diferentes sentimientos nacionalistas o, bien, de respaldo popular a los regímenes. Y, en el caso del Estado mexicano, su matriz totalitaria se articuló a partir de ese gran sistema corporativo coordinado por el Partido Revolucionario Institucional. El Zócalo se convirtió en la plaza para congregar al pueblo, entendido como la nación, alineada por y para el Estado. El vacío debía ser tan grande como la capacidad del Estado de llenarlo por un pueblo conducido, disciplinado y ordenado a través de festividades que solo las autoridades podían marcar. El día del informe presidencial, la noche del 15 de septiembre, los desfiles militares del 16 de septiembre y del 20 de noviembre y, por supuesto, el Día del Trabajo: magno festival del corporativismo nacional.

El Zócalo de 1955 ha sido, hasta la fecha, el aspecto más estable que ha tenido la plaza en los últimos 220 años. A lo largo de 60 años, son pocas las modificaciones que se han hecho. Sin embargo, el proyecto nacional, político y cultural que le dio esta fachada se fue extinguiendo sin registrar cambios materiales en la plaza. El Estado fue desincorporando y privatizando buena parte de sus empresas, la democracia electoral fue llegando a México. De ser un espacio vetado para la protesta social -los sindicatos que no eran afines al aparato coordinado por la CTM debían escoger otros espacios de protesta como, por ejemplo, la Glorieta de los Insurgentes-, a partir de 1988 el Zócalo empieza a mostrar las primeras expresiones populares no alineadas a un Estado totalitario. Fue ahí donde Cuauhtémoc Cárdenas, disidente del PRI y candidato de la izquierda contra el oficialista Carlos Salinas de Gortari reunió a todo su movimiento a reclamar lo que pareció a todas luces un robo electoral. Se abrió el espacio más contemporáneo de nuestra plaza mayor: el de espacio de protesta.

La plaza democrática, global y patrimonial: ¿un paréntesis?

Sin registrar mayores cambios en su fisonomía desde 1955, a lo largo de la década de 1990 el Zócalo fue dejando de ser solo la plaza oficialista y se fue convirtiendo en el destino de las marchas de protesta contra la autoridad. Pero también se fue fortaleciendo como punto central de un objeto relativamente nuevo en la Ciudad de México: el “centro histórico” como “Patrimonio de la Humanidad”. Anteriormente, las leyes mexicanas contaban con la patrimonialización de los inmuebles y los monumentos. Sin embargo, desde 1980 se decretó toda el área que la Ciudad de México ocupó hasta finales del siglo XVIII como un “centro histórico”. Ocho años más tarde, esto se convirtió en un compromiso con la UNESCO. Además de la centralidad política y social que el Zócalo seguía significando y, más en este nuevo capítulo de la larga transición a la democracia, había que agregar el énfasis en una visión patrimonializadora y turística. A pesar de que los cambios en la plaza no han llegado del todo hasta la fecha, no nos equivocamos al pensar que estas transformaciones de significado supondrían un correlato material en el Zócalo.

El primer gobierno electo del Distrito Federal (en 1997), por ejemplo, sí tuvo la intención de renovar la plaza. En un espíritu más deliberativo, acorde tal vez a la efervescencia democrática de las múltiples reformas de este tiempo, empezando por la que contribuyó a que un gobierno de izquierda y de partido distinto al del gobierno federal llegara la ciudad, Cuauhtémoc Cárdenas, el Jefe de Gobierno, convocó a un concurso para la remodelación del Zócalo. Participaron más de 200 proyectos. Ahí anduvo uno de Alberto Kalach y otro de Teodoro González de León entre los finalistas. El jurado no dejó de ser un club de Toby de arquitectos y notables mexicanos y extranjeros, pero un jurado al fin, un comité que debía discutir aciertos y errores de proyectos concretos, los valores y principios que privilegiaba alguno sobre otros; un jurado que debía decidir la forma y uso de un espacio tan crucial para el estado mexicano y para los visitantes del centro histórico.

El proyecto ganador perteneció a un equipo encabezado por Ernesto Betancourt, Cecilia Cortés y Juan Carlos Tello. El fallo fue dado en 1999. Su idea del Zócalo no es muy distinta a los valores que, 20 años después, supuestamente tratamos de construir hoy también: peatonalización y áreas de descanso para el aprovechamiento de la plaza sin perder la apreciación monumental, así como mantener la capacidad del espacio para albergar grandes aglomeraciones con distintos fines. El proyecto buscaba integrar como un solo espacio la Plaza de la Constitución, la plaza de Seminario, la plaza del Marqués (o de Empedradillo), la calle República de Guatemala en la parte trasera de la Catedral, así como crear una nueva plaza del Volador frente a la Suprema Corte de Justicia. Ello exigía cerrar los pasos vehiculares frente a Catedral y Palacio Nacional, así como el tramo al sur entre 20 de Noviembre y Pino Suárez y el último tramo de esta calle entre Venustiano Carranza y el Zócalo. Solo dejaría paso vehicular al flujo que, desembocando a la plaza desde 20 de Noviembre, doblaría a la izquierda y continuaría al norte hacia República de Brasil frente al portal de Mercaderes y el Monte de Piedad. Para separar esta vía vehicular de todo el conjunto peatonal proponían hacer un largo paseo lineal de jacarandas, acompañado por bancas y otros dispositivos, que iría desde la altura de 16 de Septiembre hasta República de Guatemala.

Diseño de planta del proyecto ganador del concurso de 1999. Imagen tomada de Adriá, Miquel “Concurso Zócalo. Cinco propuestas para la Plaza de la Revolución”, Revista Arquine No.8, Ciudad de México, 1999

 

El plan de Betancourt et al podía satisfacer todas las demandas de una plaza democrática y patrimonial, de un espacio cívico y de protesta, de un punto de esparcimiento turístico y de contemplación monumental. Consistía en un proyecto inteligente que incorporaba los usos modernistas que la plaza mayor seguía demandando y atendía sus nuevas funciones como espacio global. A su vez, si el Zócalo de 1920 daba preponderancia espacial a la novedad del automóvil, el proyecto de 1999 le ponía fin a este encantamiento y devolvía la mayor superficie de la plaza a los peatones. “Recuperar virtudes y desterrar vicios”, escribió el propio Betancourt en la defensa de su proyecto.

A la vista de todos está que el plan nunca fue llevado a cabo. A los pocos días Cuauhtémoc Cárdenas dejó su gobierno para perseguir, sin éxito, la Presidencia de la República en 2000. Ni el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ni el de Marcelo Ebrard, ni el de Miguel Ángel Mancera tomaron este proyecto.

Con el correr de los gobiernos de izquierda en la Ciudad de México, así como la primera alternancia en el gobierno federal con el Partido Acción Nacional, el Zócalo continuó con su vocación de protesta, de manifestación de lo público, de espacio democrático. Sorprendentemente, la campaña presidencial de Vicente Fox, quien se convirtió en Presidente de México en 2000 tuvo un notable evento en el Zócalo siendo que tradicionalmente su partido solía usar la sede del Ángel de la Independencia para sus manifestaciones. Y de hecho, así lo hizo para celebrar días más adelante su victoria. Sin embargo, el PAN, habituado a identificar el Zócalo como un espacio dominado por su contrincante histórico, el PRI, finalmente tuvo acceso simbólico y real a la plaza. Un año más tarde, una caravana del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que viajó desde Chiapas hasta la Ciudad de México, también ocupó el Zócalo para celebrar ahí un gran mitin contra el Estado mexicano y el gobierno de Vicente Fox. Es decir, por un tiempo, el de la transición democrática, el Zócalo pudo ser esa auténtica tribuna de lo público. No está claro que las autoridades lo sigan concibiendo así.

La plaza neoliberal: el Zócalo es un salón de eventos

Llegamos pues a la intervención de 2017. ¿Por qué desoye la administración actual el concurso de 1999? Lo primero que habría que apuntar es que el gobierno de la ciudad no atendió su propio planteamiento de ampliar significativamente el área peatonal. En enero de 2014, el Jefe de Gobierno anunció que había instruido a sus dependencias pertinentes presentar opciones para remodelar el Zócalo. Señaló que lo haría en concordancia con la “visión” de su administración, en la que se debía dar una mayor preponderancia al peatón. Incluso llegó a mencionar la posibilidad de hacer peatonal la totalidad de la superficie, superando así la propuesta ganadora del concurso.

El proyecto de 1999, por supuesto, pertenece a otra administración y los gobernantes prefieren dejar un legado propio. Sin embargo, llama la atención que el espíritu de estos tiempos no parecen ser muy distintos a los de entonces. El Zócalo ha seguido siendo un punto fundamental de protesta y una particularmente álgida en los movimientos magisteriales, así como las relacionadas con la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. Sin embargo, recientemente, el gobierno de la ciudad ha tenido un mayor cuidado en que las protestas no tengan ya acceso al Zócalo. El último intento de los maestros de la CNTE por montar un campamento en la plaza fue impedido. En otras protestas con destino final en el Zócalo se han montado operativos que impiden el paso al primer cuadro de la ciudad. A esto hay que agregar que, desde el gobierno federal, el acceso al Zócalo para la fiesta del 15 de septiembre cuenta con una mayor vigilancia que nunca. Eso, sin contar, las decenas de camiones provenientes de diferentes partes del Estado de México que se asientan en las calles aledañas al Zócalo. Volvió el control de la plaza.

Este control reforzado parece tener relación con algo que comenzó a suceder también con la llegada de los gobiernos democráticos: el uso del Zócalo para la celebración de grandes eventos como conciertos masivos, exposiciones itinerantes, ferias empresariales, festivales de diferente tipos. En los últimos años, hemos notado una mayor frecuencia de estos eventos. La plaza rara vez está vacía y, los eventos se han privilegiado sobre cualquier otra expresión; especialmente la protesta.

La reciente intervención en el Zócalo parecería menor, pero en realidad significa mucho. Con una inversión de 150 millones de pesos, cambió el adoquín de la plancha por un concreto hidráulico capaz de soportal el peso de algunas estructuras. Se incrementó ligeramente la superficie peatonal, se trabajó en obras de drenaje y cableado y, sobre la plaza, se adicionaron algunos rieles y canales que permiten instalar con facilidad gradas, escenarios u otras edificaciones temporales. Queda así la vocación de la plaza neoliberal: la de vaciar y llenar para funciones de entretenimiento y consumo. Y el Estado, más que ejercer un control político como antaño, lo hace a través del mercado, a través de contratos con los privados que ofrecerán estos espectáculos o eventos. Bajo esta concepción, el gobierno no es más que el agente publirrelacionista de un salón de eventos; el gobierno de la ciudad no hace más que explotar el Zócalo como un recurso en una zona de alta valoración patrimonial… como hacen los privados con los inmuebles. Para no abaratar este recurso, es necesario despojarlo de los usos que no permiten aprovecharlo al máximo.

En las obras de remodelación del Zócalo en los últimos meses pasó algo que uno supondría insólito: ¡encontraron el zócalo! ¡El zócalo mismo que le dio nombre! Desde la lógica de lo patrimonial, lo esperable hubiera sido un cambio en el proyecto para dejar a la vista el hallazgo aunque fuera a través de ventanas arqueológicas. Eso hubiera tenido sentido, al menos, en el Zócalo patrimonial de hace 20 años. Y tal vez también en el actual. Pero el actual gobierno parece implacable en su gestión por y para una “marca ciudad”, la marca “CDMX”, que en su perfil comercial incluye ser la sede de “los grandes eventos”. Aún así, parece que no está dicho todo sobre la relación en la que tiempo y espacio han de moldear la plaza mayor de la Ciudad de México. Sólo queda esperar que siguientes administraciones retomen el ánimo deliberativo de los concursos y proyecten un espacio… más democrático. Es lo que a este tiempo toca.

 


 

Algunas referencias que contribuyeron a construir este texto a través de datos históricos y análisis

Betancourt, Ernesto, 2000, “La Ciudad de México hacia el siglo XXI: el rojo y el negro. Algunas consideraciones sobre el proyecto del Zócalo”, Bitácora Arquitectura. Ciudad de México: UNAM. 2000, No. 3

INBA, Instituto Mora y SCHP, 2004, Entre portales, palacios y jardines. El Zócalo de la Ciudad de México, 1840-1935. Memoria de exposición celebrada en Palacio Nacional. Ciudad de México: Conacyt, Conaculta e Instituto Mora.

Melé, Patrice, La producción del patrimonio urbano, Ciudad de México: CIESAS.

Monnet, Jerome, 1995, Usos e imágenes del centro histórico de la Ciudad de México. Ciudad de México: DDF.

Wilder, Kathrin. 2005, La plaza mayor ¿centro de la metrópoli? Etnografía del zócalo de la Ciudad de México, Mexico: UAM-Azcapotzalco, Cultura Universitaria, Serie de ensayo 80.

El cargo Proyectar el Zócalo: de la plaza orgánica a la plaza neoliberal apareció primero en Arquine.

]]>
El Zócalo borrado https://arquine.com/el-zocalo-borrado/ Thu, 14 Sep 2017 15:48:00 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-zocalo-borrado/ El gobierno de la Ciudad de México decidió, al fin, intervenir la Plaza de la Constitución, en medio de una gran opacidad y hermetismo respecto de los alcances del proyecto y la inversión requerida. ¿Es una virtud o una oportunidad perdida?

El cargo El Zócalo borrado apareció primero en Arquine.

]]>
No sé de inicio si es una virtud o un gran defecto: el gobierno de la Ciudad de México decidió, al fin, intervenir la Plaza de la Constitución, en medio de una gran opacidad y hermetismo respecto de los alcances del proyecto y la inversión requerida. Después de la muy anunciada “reinauguración” del Zócalo capitalino, me detengo frente a los portales del costado poniente donde se ubican las joyerías y, viendo hacía la plaza, no alcanzo a apreciar apenas alguna diferencia entre el resultado y lo que hemos estado acostumbrados a ver y experimentar como la Plaza Mayor de México. ¿Es una virtud o una oportunidad perdida?

Los mismos autos dando vueltas en carrusel alrededor de una inmensa plancha de concreto, los mismos peatones sorteando a esos mismos autos en los ángulos de la plaza, la misma jardinería raquítica, las mismas carpas plastificadas. Me pregunto si habré leído bien la noticia que anunciaba la reapertura del Zócalo. Cruzo la avenida asfaltada cuando me lo permite el flujo continuo de autos, principalmente taxis, que emplean la plaza como una glorieta, girando en sentido contrario a las manecillas del reloj buscando un cliente circulando en sentido contrario, muy escasos como para recordarnos las plazas provincianas con hombres y mujeres circulando en ambos sentidos para ligar una mirada furtiva. Ya en la plancha (que lleva anhelando varios sexenios sin conseguir cambiar sus letras para convertirse en plaza), noto que ahora las nuevas losas de concreto se han teñido de un pálido color rosa, supongo que los palafreneros del sistema han querido complacer al regente en turno, sabiendo que su régimen ha mostrado preferencia por ese color. Apenas se alcanza a percibir la diferencia y alcanza un pálido e indefinido tono amoratado. Se han colocado unas placas con textura y de color grafito para que los invidentes encuentren su camino al circundar la plaza y, en el mejor de los casos, llegar a las entradas del metro. Lástima que nada les alerta ante la posibilidad de tropezar con obstáculos y cables y cuerdas que sujetan las carpas. No importa, no hay ningún invidente en el sitio con ánimo de andar dando vueltas a una plancha de concreto sin ton ni son, por señalizada que esté, sabiendo que es mejor caminar por una animada y segura banqueta a seguir sin rumbo guías táctiles, respuesta de funcionario de escritorio que sólo ven lo que el jefe les ha dicho que vea.

Confieso que mi interés es más bien arqueológico. Vi publicado que se había encontrado el basamento, el zócalo que le da nombre a este inmenso espacio y a muchas plazas del país. El rastro de la construcción sobre la que Lorenzo de la Hidalga edificaría el primer ensayo de columna de la Independencia me atraía y era el verdadero motivo de mi visita. Examino milímetro a milímetro en torno al asta bandera para encontrar algún registro o marca de la existencia del zócalo original y originario. Nada. Ni una marca. Ni una placa. Mucho menos una ventana arqueológica que nos refresque la memoria y nos reconcilie con el pasado. Sólo concreto, carpas, coladeras y visitantes indiferentes. ¿Quién habrá tomado la decisión de borrar el vestigio? De la Plaza de la Constitución hay multiples proyectos para su rehabilitación. El último fue resultado de un concurso nacional en 1999. Luis Barragán se ocupó de una propuesta. Ramírez Vázquez, Enrique de la Mora y Teodoro González de León hicieron lo propio. Nada, tampoco. Ni la menor referencia a ninguno de ellos, ninguna restricción a los autos, ninguna ventaja al peatón, ninguna banca, fuentes, vegetación, ninguna piedra noble para marcar ejes o dar escala y decoro. Nada. Más bien pareciera que decidieron cambiar el piso para que cada vez que al usuario del Palacio Nacional se le ocurra estacionar los autos de sus invitados y escoltas en la plancha lo hagan sin preocuparse por dañar el suelo. O sus neumáticos.

Camino hacia la Catedral Metropolitana y la ilusión se desvanece. El autor desconocido de esta obra invisible —cemento y metros y metros cuadrados de desnudez estéril— me desengaña. Quedo pasmado al aproximarme a Catedral. A los pies del mejor tesoro colonial se levantan cinco postes de acero que soportan horrorosas lámparas, supongo para iluminar la fachada de noche. A partir de ahora nadie podrá ver o fotografiar esa fachada sin la obstrucción de unos fierros ya hoy avejentados. Me pregunto en que pensaban los señores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, quienes debieron aprobar tales adefesios. Hasta ese momento había pensado que la intención de los restauradores era pasar desapercibidos, hacer el menor ruido posible, pero esos grotescos postes me desengañan y me convencen de que era mejor la neutralidad gris anterior a esta obra innecesaria, redundante y rosada.

La apuesta por un inútil anonimato no deja dudas. No es una virtud. La intervención se nota demasiado y aunque no debía verse termina imponiendo su ausencia no por sus aciertos sino por su torpeza, por el despilfarro igualmente estéril y decorativo. No sé cuánto dinero haya invertido el Gobierno de la Ciudad de México en esto, pero cualquier cifra es demasiado en relación al resultado. Mejor no haber hecho nada. Entre el afán de los gobernantes por verter concreto a cambio de votos y la incapacidad histórica del Instituto que aparentemente le tutela, el INAH, el resultado es una plancha de feria, sin identidad, fea y con luminarias anticuadas que no iluminan y no dejan ver. Las autoridades responsables no se conformaron únicamente con borrar el Zócalo: además lo presumen.

El cargo El Zócalo borrado apareció primero en Arquine.

]]>
Concurso Zócalo https://arquine.com/concurso-zocalo/ Mon, 12 Jun 2017 14:40:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/concurso-zocalo/ En 1999 se presentaron el proyecto ganador y el segundo y tercer lugar seleccionados entre 15 finalistas del concurso para rehabilitar el Zócalo de la Ciudad de México, en el que se entregaron 180 propuestas.

El cargo Concurso Zócalo apareció primero en Arquine.

]]>
Texto publicado en el número 8 de la revista Arquine, verano de 1999 | #Arquine20Años

Cinco propuestas para la Plaza de la Constitución

concursoZ01

Quince proyectos seleccionados, entre los 180 presentados, por Jose Luis Cuevas, Andrés Lira, José Luis Martínez y los arquitectos Carlos Ortega, Félix Sánchez y Eduardo Terrazas, pasaron a la final. El jurado, reunido en los últimos días de marzo, se complementó con Manuel DaCosta-Lobo, Fumihiko Maki y Rogelio Salmona.

Excluyendo algunas propuestas —con fuentes, surtidores, pirámides de cristal sobre el Templo Mayor y esquemáticos dibujos sobre el pavimento— que cuesta entender cuáles fueron sus virtudes para llegar a finalistas, se decantan preguntas y respuestas comunes entre los participantes de esta última etapa. Quedará por saber si estas coincidencias proceden de unas bases de concurso que inducían a la mesura o de las preferencias del primer jurado. Como preveíamos, los concursantes han vertido prudentemente sus ideas sobre este maravilloso vacío urbano “inundándolo, plantando árboles —jacarandas—, hallando sus ejes y enfatizando su carga simbólica.

concursoz02

Prácticamente todas las composiciones, más que propuestas o estrategias, restringen o anulan la circulación vial delante de la Catedral y el Palacio Nacional, canalizando la circulación procedente de la avenida 20 de Noviembre por el lado derecho hasta la calle 5 de Mayo. En algunos casos, la calle Madre se peatonaliza antes de llegar a la plaza. Casi todos compartimentos la intervención, bien sea con una doble franja arbolada poniente o paralizando el frente de los lados de Catedral. El recurso obvio y casi siempre inútil de dibujar en planta un nuevo pavimento haciendo gala de composiciones geométricas, espirales áureas o reticulares, está presente en buena parte de los proyectos. Eventualmente unos postes de iluminación, esferas, columnas o astas, rigidizan la retícula de la plancha pavimentada en un banal intento por reordenar. Algunas propuestas alteran la horizontalidad de la placa pavimentada continua actual o inventan topografías arbitrarias. La relación con el Templo Mayor genera dos posiciones antagónicas: unos apuestan por la continuidad del plano de fachada existente y cubren o corrigen unas ruinas que no debieron perder su condición subterránea; otros abren los valiosos restos arqueológicos a la plaza lateral de la Catedral, generando un nuevo y digno acceso al Templo mayor. Todos liberan la Catedral de su reja circundante.

Entre los proyectos exhibidos cabe destacar, a pesar de su ingenua confianza en la tecnología, el de Miguel Hierro, Emmanuel Ramírez y Diego Ricalde, por sus plataformas móviles capaces de adaptarse a los distintos usos posibles, que se desplazan o levantan. Es una de las pocas propuestas que no pierde la unidad visual actual y que no incorpora arbolado. La propuesta de Miguel Angel Junco, Alejandro Hernández y Daniel López quizá sea la más poética de todas las seleccionadas, donde un espejo de agua variable según las horas del día sugiere una nueva y sutil topografía —similar a la del segundo premio, ,pero más coherente al unir agua y curvas de nivel— entre las recorridas jacarandás del lado poniente, la retícula del pavimento que se tridimensionaliza con lámparas y un Templo Mayor tapado en beneficio de la continuidad del plano de fachada.

Teodoro González de León propuso lo que siempre dijo se debía hacer en el Zócalo y que casi todos secundaron: repavimentación y doble hilera de jacarandas del lado poniente y alrededor de la Catedral. Este proyecto, que quedó en tercer lugar, redibuja el pavimento teniendo en cuenta las pautas competitivas de sus límites y las fachadas de los edificios circundantes, cerrando el frente del Templo Mayor con una celosía que da continuidad tangente al plano de fachada. Un contundente trazo barroco, más obvio que necesario, une las puertas de Catedral, Ayuntamiento y Palacio Nacional con un cambio de pavimento.

La sugerente propuesta de Alberto Kalach, José María Buendía, Felipe Buendía, Patricio Lavalle, Adriana León y Armando Oliver, quedó en segundo lugar. Sin perder la limpieza visual de la plaza, aparece todo el repertorio común de jacarandas del lado poniente, leve modificación topográfica, punteado de nuevas luminarias sobre un dinámico dibujo del pavimento y acceso sumido al Templo Mayor. Se trata de una intervención mínima y exquisitamente arquitectónica desde la representación, la elección del mobiliario urbano y el diseño de los pocos elementos que se incorporan como el puente-puerta al Templo Mayor y los espejos de agua que rememoran la antigua Acequia Real.

concursoZ03

El proyecto ganador, liderado por Cecilia Cortés y Ernesto Betancourt junto con Juan Carlos Tello (con la colaboración de Patricia Aguerrebere y un grupo de estudiantes del Taller Max Cetto de la UNAM), tiene como mayor virtud la sutileza de su intervención. Está estructurado a partir de las habituales jacarandas junto a unas columnas de 20 metros, circundantes a las fachadas sur y poniente, aptas para desplegar emblemas y luminarias festivas. Unos postes sonoros del lado nororiente acompañan el nuevo acceso sumido al Templo Mayor, en una serena composición. Un plano inclinado abocado al asta de la bandera patria y una plaza hundida separan la circulación vial de la plaza, física y visualmente.

 

El cargo Concurso Zócalo apareció primero en Arquine.

]]>
¿Necesita el Zócalo un concurso? https://arquine.com/necesita-concurso-zocalo-cdmx/ Mon, 12 Jun 2017 14:12:36 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/necesita-concurso-zocalo-cdmx/ El Zócalo debe ser un soporte vivo de actividades urbanas. Necesita intervenciones que sean fruto de trabajo desarrollado entre vecinos, políticos, economistas, ingenieros y arquitectos.

El cargo ¿Necesita el Zócalo un concurso? apareció primero en Arquine.

]]>
Texto publicado en el número 7 de la revista Arquine, primavera de 1999 | #Arquine20Años Zócalo_de_la_Ciudad_de_México

Desde estas páginas siempre hemos defendido la necesidad e importancia de los concursos, tanto restringidos o por invitación, como abiertos y anónimos. De estos últimos decíamos en Arquine 2, que requieren de mucho rigor desde la confección del programa hasta la elección del jurado, a sabiendas que un buen jurado es el aval de un buen concurso. El concurso abierto, decíamos, es una apuesta de riesgo y de transparencia democrática.

El concurso para la rehabilitación del Zócalo, en cambio, ha sido convocado a las carreras, sin el apoyo del Colegio de Arquitectos ni de organizaciones internacionales —el Centro Histórico de la Ciudad de México es Patrimonio de la Humanidad— restringiendo su alcance al ámbito nacional. Ese prevé que el concurso se desarrollará en dos fases: en la primera, los casi doscientos participantes serán valorados por un jurado local del que sólo la mitad está conformada por arquitectos. Una selección de las mejores ideas pasará a ser juzgada por arquitectos renombre internacional junto con los miembros del jurado anterior. De los tres notables arquitectos que se incorporan a esta fase, liberándose de la fatiga de ver todos los trabajos —con el riesgo de que se hayan descartado los mejores— sólo dos han confirmado su participación: Maki y Salmona.

Todo hace pensar que estamos ante prisas electoralistas —la urgencia por dejar algo impactante, de hecho— cuando los problemas de la ciudad son infinitos e infinitas las propuestas lúcidas y consistentes que se podrían sugerir. Más allá de cuestionarnos si tenemos políticos que miren hacia el futuro, cabe preguntarnos si los arquitectos lo hacemos: hasta ahora hemos sido incapaces de dar respuestas al importante tema tipológico de la vivienda popular, habiendo sido excluidos de los procesos decisiones; los promotores de los grandes centros comerciales prescinden de todo asesoramiento arquitectónico, salvo a la hora final de añadir alguna moldura —a gran escala, eso sí— de las nuevas fachadas; así como en materia de diseño urbano, los cruces entre eje, sus áreas residuales capaces de conformar plazas, accesos a estacionamientos, áreas de recreo y demás espacios nuevos —en el hipotético caso de que se plantearan— son adjudicados a los ingenieros.

Pero queda ademas preguntarnos, ¿necesita el Zócalo un concurso? Más grande que la Grand Place de Bruslas, más ordenada que la Plaza Roja de Moscú y más compacta que Tiananmen de Beijing, el Zócalo de la Ciudad de México es una de las mejores grandes plazas urbanas del mundo. Obviamente necesita no sólo reparaciones, como toda la ciudad, sino mejoras que atiendan a las circulaciones, estacionamiento de camiones turísticos, y tengan capacidad de respuesta a las varias actividades que alberga a lo largo del año, como festividades, manifestaciones y áreas lúdico-turísticas en terrazas de cafeterías, restaurantes y andadores. Necesita intervenciones que sean fruto de trabajo desarrollado entre vecinos, políticos, economistas, ingenieros y arquitectos.

El Zócalo debe ser un soporte vivo de actividades urbanas. En lugar de verter ideas vanidosas e inspiradas para este maravilloso vacío urbano, inundándolo, hallando sus ejes, enfatizando su carga simbólica (o demás intentos de dudosa recuperación histórica), la intelligenzia arquitectónica del país, en un acto de complicidad fatua y estéril con el poder, hace gala de su inutilidad social y, quizás cegada por la ilusión de participar, dé muestras brillantes y elocuentes de maquillaje urbano.

Los resultados del concurso se publicaron en el siguiente número de la revista, verano de 1999, y pueden verse aquí.

El cargo ¿Necesita el Zócalo un concurso? apareció primero en Arquine.

]]>
Una plaza son personas en una plaza https://arquine.com/una-plaza-son-personas-en-una-plaza/ Wed, 11 Jun 2014 02:15:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/una-plaza-son-personas-en-una-plaza/ En 1843 se convocó en ciudad de México un concurso para levantar en el centro de su plaza principal una columna gigante a los Héroes de la Independencia. Empezaron las obras pero la columna nunca se llegó a terminar. Solamente concluyeron su pedestal, así que durante años lo único que estuvo allí fue el zócalo del monumento. Los transeúntes de la época comenzaron a llamar zócalo a toda la plaza. Esta historia nos recuerda tenazmente que cualquier construcción en la plaza es temporal y que los verdaderos protagonistas son sus ciudadanos: Una plaza son personas en una plaza

El cargo Una plaza son personas en una plaza apareció primero en Arquine.

]]>

El Zócalo

Arquitectura: Alberto Odériz (http://www.albertooderiz.com/)
Construcción
: Lucía Villers (luciavillers.com)
Colaboradores: Alejandro Palafox y Pamela Hernández

Fotografía: Alberto Odériz

Ubicación: Zócalo de ciudad de México
Tipo: Intervención urbana
Fecha: Mayo 2014  (17 de mayo al 1º de Junio, 2014)

alberto_odériz_zócalo_08

El origen del Zócalo

En 1843 se convocó en ciudad de México un concurso para levantar en el centro de su plaza principal una columna gigante a los Héroes de la Independencia. Empezaron las obras pero la columna nunca se llegó a terminar. Solamente concluyeron su pedestal,  así que durante años lo único que estuvo allí fue el zócalo del monumento. Los transeúntes de la época comenzaron a llamar zócalo a toda la plaza.

A lo largo de su historia la plaza ha cambiado de nombre (Plaza de Armas, Plaza Mayor, Plaza Principal, Plaza de Palacio o Plaza de la Constitución), de símbolos y de usos (plaza de toros, mercado, desfiles, procesiones). Sin embargo, el nombre que le puso la gente a partir de ese pedestal anónimo, inconcluso, se ha mantenido hasta nuestros días.

Esta historia sobre el origen del Zócalo nos recuerda tenazmente que cualquier construcción en la plaza es temporal y que los verdaderos protagonistas son sus ciudadanos. Con motivo de la Feria de las Culturas 2014 en lugar de construir un monumento (todo significado y ningún uso)  se propone un zócalo para que las personas estén en él (todo uso y ningún significado). Un pequeño foro de 20 metros de diámetro levantado con el material pétreo más barato del mercado (tabicón de 24x12x7cm) y pensando para recuperarlo una vez finalice la feria.

alberto_odériz_zócalo_03

Al Zócalo todo llega y luego se va

Porque no es la primera vez que el Zócalo es la sede de una feria. Tampoco será la última. Cada mes, cada semana, cada día, la principal plaza de ciudad de México recibe eventos y visitantes nuevos. Podríamos decir incluso que esa es su cualidad principal por encima de otras: es el lugar que acoge. Acoge ferias, monumentos, celebraciones, marchas, conciertos y pistas de hielo.  Pero sobre todas las cosas el Zócalo acoge a las personas.

La instalación “el zócalo” pretende participar de la plaza como lugar de encuentro,  cuyo significado está siempre en construcción y no es otro que la suma colectiva de todas las personas que la recorren: los niños que juegan con los papalotes, los turistas que la visitan, los políticos que dan discursos, las parejas que se enamoran en ella, los ciudadanos que conmemoran aniversarios y, también, que se manifiestan cuando no están de acuerdo con las injusticias.

Dijo Julio Cortázar en su poema que  “un puente es un hombre cruzando un puente” y  podríamos afirmar también que “una plaza son personas en una plaza”.

Una plaza son personas en una plaza

alberto_odériz_zócalo_15alberto_odériz_zócalo_18alberto_odériz_zócalo_14 alberto_odériz_zócalo_13 alberto_odériz_zócalo_12 alberto_odériz_zócalo_10 alberto_odériz_zócalo_07 alberto_odériz_zócalo_06 alberto_odériz_zócalo_01alberto_odériz_zócalo_17 alberto_odériz_zócalo_09 alberto_odériz_zócalo_16alberto_odériz_zócalo_19

El cargo Una plaza son personas en una plaza apareció primero en Arquine.

]]>
La modernización y las protestas https://arquine.com/la-modernizacion-y-las-protestas/ Sat, 14 Sep 2013 15:07:59 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-modernizacion-y-las-protestas/ A las 2 de la tarde el doctor Mondragón dio a los maestros un par de horas para retirarse. Pasadas las 4 las ‘fuerzas del orden’ iniciaron el operativo para ‘recuperar nuestra plaza’ y así podamos todos conmemorar orgullosos los días patrios, que no de otra cosa se trataba: que te hagan perder un vuelo pasa, pero que te impidan sumar tu voz al ‘vivan los héroes que nos dieron patria’ es ir demasiado lejos.

El cargo La modernización y las protestas apareció primero en Arquine.

]]>
Viernes 13 —de esos que en las películas de terror son los peores— al cinco para las 11 hora local —estoy en Chihuahua y el aire acondicionado de mi cuarto no funciona; ya se siente el calor. En lo que termino de preparar una plática leo noticias en la red.  Leo que las 12 del día, hora del DF, es el límite fijado por la Secretaría de Gobernación a los maestros para desalojar el Zócalo. También leo sobre Marshal Berman, el autor de Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad, que murió el pasado 11 de septiembre —a los 12 años del ataque al WTC de Nueva York y 40 del golpe de estado en Chile. Pensaba escribir algo sobre el concurso para la curaduría de la participación mexicana en la Bienal de Venecia, pero ya dije casi todo lo que tenía que decir y la mezcla de noticias —Berman y la CNTE— me hicieron cambiar de opinión. O tal vez sea culpa del maldito calor en este cuarto donde, por sabia decisión del arquitecto, no se puede abrir la ventana.

Berman al inicio de su famoso libro hablaba de la modernidad como esa promesa —incumplida dirá después Habermas— de aventura, poder, gozo, crecimiento y transformación de nosotros mismos y del mundo, pero que por otro lado es también una amenaza de destruir todo lo que tenemos, sabemos y somos. La modernidad, como una etapa histórica y cultural, se desdoblaba para Berman en dos: la modernización: el empuje casi ciego hacia el crecimiento y el cambio continuo, y el modernismo: la respuesta intelectual y artística a tal impulso. Para Berman la crisis de la modernidad se debe a que la modernización va sola sin que ningún modernismo crítico le haga frente. Y no es que el modernismo pueda contener o transformar la modernización, pero el intento se hacía.

Al mismo tiempo que escribo lo anterior —ya pasaron 20 minutos: son las 12:15 en el DF— leo que los maestros iniciaron el retiro de suplantón —curiosa palabra que, con tintes negativos, califica las protestas en México: no ocupamos, no nos indignamos, no nos rebelamos: nos plantamos, como vegetales inertes que sólo estorban: mala hierba. Y leo también los, hasta ahora, 36 comentarios de los lectores. La mayoría aplaude el retiro, lamenta la tibieza de las autoridades o simplemente insulta: seudomaestros, nacos, hasta que sacaron a esos animales del zócalo, se hubieran quedado para que los sacaran a golpes. La furia de los imbéciles —leo también en un texto publicado en Letras Libres.

A la queja por la mala educación se suma ahora el repudio a los bloqueos. La clase media —esa borrosa entelequia mexicana— repudia sobre todo el atentado a la libertad de tránsito que suponen las acciones de los maestros —aunque habría que acotar: la limitación del libre tránsito sobre todo en automóvil particular.

Vuelvo a Berman. En un video. Éste cuenta una anécdota sobre Le Corbusier. En un bello pasaje —dice Berman— el arquitecto recuerda con nostalgia el tiempo cuando podía caminar por las calles, a medio arroyo, contrario a esos días —los suyos pero también los nuestros— en que la calle se ha vuelto territorio exclusivo del auto. Le Corbusier, sigue Berman, se pregunta qué podemos hacer. La respuesta: si no podemos vencer al auto seamos uno con él y así mata a la calle sustituyéndola por autopistas. Le Corbusier, concluye Berman, es probablemente el más grande metafísico de la autopista. Que la calle muera implica la muerte —o la condena— de todo lo que no sea pura circulación y de todo lo que se oponga al simple flujo: vendedores y maestros que protestan, pero también peatones y niños que juegan, bicicletas, perros y hasta pelotas. La nueva calle es de todos, siempre y cuando vayan en coche.

12:49. Algunos maestros ya dejan el Zócalo, se van al Monumento a la Revolución. Otros, menos, se quedan, resisten —más allá de lo que pensemos de su posición y sus reclamos, lo suyo es una forma de resistencia. Se resisten al movimiento —¿no es eso, el movimiento, el sustento ideológico del presente sexenio? Estorban, dicen unos, el cambio y la modernización —en el sentido que le daba Berman. No quieren ver que para que el país realmente avance necesitamos buenos maestros, calificados, evaluados, dispuestos a educar bien a nuestros niños, que sin duda son el futuro de México. Y también estorban el libre tránsito: la máxima libertad de cualquier ciudadano del mundo moderno: moverse en su coche —aunque pueda llegar en el mismo tiempo o hasta más rápido de otra manera. Esos maestros —seudomaestros, les dicen— sólo quieren defender sus mezquinos intereses —su puesto y el derecho de heredarlo— y no piensan en el bien común —la educación y el uso del auto, no se si en ese orden. No entienden que para mejorar sólo necesitamos evaluar a los maestros y contratar a los mejores —si no son suficientes siempre podremos importarlos de Finlandia. No aceptan que la ciudad es de todos, pero especialmente de nosotros, sea ese nosotros los automovilistas, o los que tenemos que llegar al aeropuerto a riesgo de perder el vuelo, o los que sí trabajamos para poder pagar las colegiaturas de nuestros niños —¡qué horror pensar que los termine educando en una escuela pública uno de esos! Atrás, afuera con los otros.

Y vuelvo a Berman: ¡cómo nos hace falta el modernismo para pensar críticamente esa modernización que nunca podrá cumplir, así: sola, todo lo que promete, pues ya sabemos qué se llevó el viento: todo lo sólido ya disuelto!

P.S. Son las 5:47 pm hora del DF. Mi cuarto sigue sin aire acondicionado pero hace menos calor o ya me acostumbré. Afuera, en una tienda de botas que veo desde mi ventana que no abre, suena a todo volumen Selena, en paz descanse. A las 2 de la tarde el doctor Mondragón —que inevitablemente me hace pensar en aquella banda de la movida madrileña— dio a los maestros un par de horas para retirarse. Pasadas las cuatro las fuerzas del orden iniciaron el operativo para recuperar nuestra plaza y así podamos todos conmemorar orgullosos los días patrios, que no de otra cosa se trataba: que te hagan perder un vuelo pasa, pero que te impidan sumar tu voz al vivan los héroes que nos dieron patria es ir demasiado lejos. Tal vez por el morbo leo algunos de los, hasta ahora, 65 comentarios de los lectores a la nota del Reforma sobre la toma del Zócalo por la Policía Federal: lo hubieran hecho desde el primer día, ya se fueron los indios, gorilas, analfabetos, primitivos, que se regresen a ese estado de progreso y bienestar que es Oaxaca y no regresen más. La sintaxis de muchos de esos comentarios no permite presumir que  los lectores se ejerciten en la lectura más de la que ellos suponen hacen los maestros. Pero ya estamos en paz. A partir del lunes, bueno: martes —respetemos las fiestas— la educación pública en México será otra cosa y el Zócalo volverá a ser una de las plazas más bellas del mundo. Así sea.

zocalo

Fuente imagen: CNN México

El cargo La modernización y las protestas apareció primero en Arquine.

]]>