Resultados de búsqueda para la etiqueta [viajes ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Sat, 26 Nov 2022 01:56:06 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Un afuera inagotable https://arquine.com/un-afuera-inagotable/ Thu, 03 Jun 2021 13:00:48 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/un-afuera-inagotable/ Sólo afuera es inagotable porque solo ahí soy más que yo mismo, porque afuera está el otro; quitando limites, borrando fronteras. Viajar es precisamente ir al otro, intentando comprenderlo. Sólo ahí, en la comunicación real, habrá una comunidad “más universal que las que trazan fronteras contra otro.”

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A Marcela García

 

No hay centros, solo afueras.

Las afueras son el territorio de lo humano.

Josep María Esquirol 1

 

Sobre el margen del lago más profundo de Centroamérica, compuesto por 3 volcanes, incontables cerros y once pueblos nombrados como santos, comencé estas líneas. El lago lleva por nombre Atitlán, que proviene del náhuatl y significa: entre las aguas. Al transitar entre sus pueblos, hurgué también entre mi geografía mental y el centro que alberga mis pensamientos para preguntarme:

¿Por qué la necesidad de viajar aún en medio de una pandemia? Aunque adquirí el virus hace más de 6 meses, todos conocemos cuales siguen siendo los riesgos. Sea por necesidad de justificar o por encontrar la cualidad ética de mi desplazamiento, encontré en mis aguas los siguientes pensamientos:

Entre algunas de las diferencias de ser turista y viajero —dice Byung-Chul Han—, es que el turista no está estrictamente “en camino”, porque el camino para el turista es meramente un trámite que no requiere atención ni narración: el turista “despoja a los espacios intermedios de cualquier semántica” 2. Además, su llegada es un falso encuentro hacia lo otro, puesto que viajan con todo lo que son para reproducirlo a donde vayan, mientras que el viajero salta de su cerco para ser más que el mismo.

Comencé justificando mi viaje desde ese otro espacio: el camino que es también un lugar posibilitado de nuevos sentidos; un espacio no sólo físico, sino inteligible. Ir en camino a otro lugar, es también saber trasladarse a un nuevo pensamiento, habitar su recorrido y unir lo separado. 

A medida que las redes y la virtualidad absorben el mundo construido, este parece perder su cualidad hasta agotarse. Quienes viajamos y hacemos partícipes a la atención, es innegable la continua y creciente similitud de los lugares: a mayor “desarrollo”, mayor estandarización del espacio: mismas políticas, palabras, estrategias urbanas. Mismas arquitecturas. A mayor tecnología, mayor relatividad de las distancias y por ende, la disolución de la aventura y la diferencia. Todo es posible en un clic, todo se reduce, todo cabe en algoritmos.

Ya a escala inmediata, la pandemia ha transformado también nuestro amor hacia el afuera. Ya no se considera ni se piensa igual la inmediatez de exponernos más allá de “nuestras” casas. Sustituida nuestra posición, se habla incansablemente de un reinventar y coexistir en el adentro, pero ¿dentro de qué? puesto que no está volcada la atención y la consideración propiamente a un espacio y su re-significación existencial, sino a la extensión de la virtualidad que se hace en él.  Estamos de pronto en un mundo en que la espera y a la distancia se anulan, acaso existen en la lentitud de la infraestructura y en la espera que pone todo en blanco tras la caída de una señal. Cuando la señal vuelve; traga la sala, la recamara o la barra de la cocina, se hace presente en aparatos que yacen en el muro, en el escritorio, en el cajón o sobre la cama, vuelve todo tiempo productivo y a todo lo expone a un mundo sin interior.

La mediación tecnológica hoy penetra y organiza también a eso que llamamos bienes esenciales, y que habitan en otros interiores: organiza la salud, la educación, la distribución de los vienen y alimentos; de pronto nada parece estar fuera del margen digital. 

Aunado a ello, nuestros territorios se quedan sin agua y se incendian sus bosques sin control, mueren los animales y se secan los cultivos; menos los que pertenecen a empresas extranjeras como la producción de berries y aguacates, que tienen un verdor inigualable en medio de un desierto por sequías. Pueblos sin agua para que empresas extranjeras puedan producir agroindustria que se exporta a otros lugares, refresqueras y embotelladoras que deciden donde se distribuye la vida, extractivismo y neo-colonialismo creciente, sin límites ni fronteras. 

Como en la Matrix de las hermanas Wachowski: el afuera se vuelve de a poco tuberías y electricidad, mugre y aceite, amenaza y oscuridad. A donde vayas, el mismo peligro. El afuera se vuelve el patio necesario para las piezas de otro mundo que se está construyendo sobre el nuestro. Estamos frente a un régimen de la indeterminación virtual. 

Al tiempo le hace falta de pronto su asidero donde transformarse, un espacio donde se demore, donde mutar, el tiempo se ve obligado a ser de pronto un flujo interminable. Comenzamos a habitar como turistas la propia vida: sin atención ni narración que nos salve. 

Este pequeño texto, tiene por intención hacer ver el afuera que existe más allá de las narrativas dominantes apocalípticas. Se trata, no solo de com-probar que ese afuera aún existe, sino también, cuáles son sus valores y fundamentos para asegurarnos que tengan cabida en nuestras vidas.

 

 

El desierto que ampara

En un desierto contigo,

mis días fluirían apacibles;

yo dormiría sin temores

sobre las rocas escarpadas

Antoine de Bertín 3

 

En su libro La resistencia Intima, Josep María Esquirol dedica un breve capítulo a hablar del desierto como lugar de sentido, pero ¿por qué hablar de fecundidad en un lugar que parece vacío?

Nos dice: “El amparo, solo tiene sentido en el desierto. (…) es precisamente en medio de la planicie desértica donde el rostro del otro aparece como tal pidiendo acogida. (…) Sobre una planicie, imploran cobijo y suplican palabra. En el desierto la palabra es una tienda.” 4

El desierto de Josep, es la posibilidad de sentirnos entre nosotros sin límites, sin propiedad, sin pertenencia, desnudos de posesiones, precarios. Humanos. Sin cercos, sin interrupciones, queda el otro como tienda y su tienda no tiene puertas.

Un viaje, una huida, un trasladarse a lo que no soy, ni tengo —a lo que no poseo—, me descubre en el otro, frágil y necesitado, real. 

En la película Nomadland, Fern, una mujer que vive en una furgoneta, visita una comunidad en el desierto para aprender su forma de vivir; sin trabajos fijos ni lugar establecido, un lugar sin cercos donde todos son bienvenidos a formar parte de una comunidad que no se establece, que se reúne solo temporalmente. Los gestos de Fern son evidentes: reparte su poca comida y regala sus pertenencias a los desconocidos, y en su diminuta entrega, se abre en palabra y gesto a esos otros que se convertirán de a poco en relaciones afectivas.

Como escribió Edmond Jabès en, El libro de la hospitalidad: “Aquel que carece de lugar —decía un sabio— hace, de su deseo de tener uno, su verdadero lugar”

Es el deseo de pertenecer y no la pertenecía, el que hace sentirnos acompañados. Vivir el desierto, el desamparo, es necesario para entendernos necesitados de los otros, y poder, también, aprender a entregar todo lo que tenemos más allá de nuestra propia precariedad.

En mi viaje a Guatelama, conocí a Rudy Bamaca, un joven mexicano de Chiapas cuyas dificultades y desigualdades en nuestro país le orillaron a emigrar al país vecino en busca de trabajo. Desamparado de su tierra, de su hogar y de parte de su familia, Rody me abrió su vida por el simple gesto de ser un ser descolado; me ofreció su morada para no gastar en hospedaje y me invitó a mostrarme la capital con sus ojos y experiencia. Al caminar por sus calles, me señaló su lugar favorito de comida al que va cuando le alcanza el dinero. Antes de despedirme, le dejé lo suficiente para que pudiera comer en el lugar. Hoy, estoy a la espera de un pequeño paquete que, con mucha dificultad y orgullo, me ha enviado como sorpresa. El desierto y el desamparo son lugares donde engendrar otra familia, allí donde vamos desnudos o a desnudarnos de lo que creemos que es nuestro. 

Rudy sabe que nuestras palabras compartidas fueron tiendas que nos salvan en lugares desconocidos, allí donde no podemos dominar y conquistar, sino apenas extendernos brevemente.

“En el desierto uno se vuelve otro: aquel que conoce el peso del cielo y la sed de la tierra; aquel que ha aprendido a cantar con su propia soledad (y con la de los otros)” —Edmond Jabès 5

 

 

La palabra que (me) salva

 

El turista consume su vida, el viajero la escribe. Todo viaje es relato.

Marc Augé 6

 

Al principio de este texto, mencioné que para Han la diferencia de un viajero y un turista es su capacidad narrativa y semántica. El Poeta colombiano Santiago Gamboa, es un eco a este pensamiento: “En el fondo todo es escritura. La diferencia entre un viajero y un turista es sólo lo que escribe.”

Pero además de aquello que se escribe, es lo que se dice, es lo que el teórico Michel Onfray, nombra como verbo: cristalizar una versión. En su libro: Teoría del viaje, nos dice:

“Para que cobre sentido, el viaje gana con su paso por un trabajo de fijación, de comprensión. Lo que no entra dentro de una forma nítida y precisa se diluye, se va, se esparce. (Como la memoria) se ejerce, se solicita, ella procura ser, si no, perece, muere, se seca.” 7

Aunque fijar significa también dejar afuera lo que no cabe en un sentido, aceptarnos como humanos es también ser conscientes de lo poco que podemos abarcar, y que sin un hilo conductor, la vida se escapa sin cauce y sentido.

Sin la narración, todo quedaría en la indefinición y en el ruido de la vida. Puede que en cambio, lo que quede fuera, algún día se hable en otro lugar, enlace otro tema, brote en otro texto. Viaje la palabra y la vivencia como el cuerpo en un autobús. 

Decir es importante porque el decir es ya un camino del viaje. Y el regreso, también nos lleva a nuevos lugares, brotan ríos y se escurren entre nuestra geografía mental, llenan el lago y reverdece sus límites.

Sólo afuera es inagotable porque solo ahí soy más que yo mismo, porque afuera está el otro; quitando limites, borrando fronteras. Viajar es precisamente ir al otro, intentando comprenderlo. Sólo ahí, en la comunicación real, habrá una comunidad “más universal que las que trazan fronteras contra otro.”

Cada frontera, nos dice Chantal Maillard, es un combate, es violencia, “y sin embargo, las dos partes del muro son el mismo muro”. Si miráramos el muro más que los lados que genera, quizás entenderíamos que sin añadiduras, sin cercos, somos lo mismo. 

Tal vez narrar se tenga que hacer mirando cada muro del mundo, y como decía Derridá: descubrir que solo tengo una lengua, (y) no es la mía. 

 

 

Más allá de la hospitalidad, la muerte que viene:

A vivir hay que aprender toda la vida y, cosa que quizá te extrañará más, toda la vida hay que aprender a morir.

Anneo Séneca 8

 

A través de un habitar el desierto común, del salir afuera, brota el amparo y la resistencia, que lucha contra lo más radical y verdaderamente inevitable de nuestras vidas: la muerte.

Salir afuera definitivamente es perder la diferencia y reconocernos en lo único que compartimos sin escapatoria.

El viaje nos acerca a la muerte, no como resignación, sino como sentido, ¿para qué he de imponerme en un lugar donde yo he de perecer?, y más aún ¿Por qué querría ser yo  un mundo vacio, donde me puedo llenar de otros, ser otros, pensarme otros, amar otros?, el viaje enseña a morir de a poco y a transformarnos en lo que realmente somos: parte de la vida que se vive en nosotros.

Terminando mi viaje por Guatemala, escribí buscando dar sentido a lo que no ha de volver, las palabras fueron tienda ante la desnudes de mi sentido:

Mirando hacia atrás,

la niebla desciende desde los volcanes

hasta borrar la carretera. 

Des-aparecido el camino recorrido,

me despido.

Adiós vida. 

Sé, que sobre tus más bellos caminos

—como el de hoy—

también irá cayendo,

ligero,

el blanco que todo lo anuda.

Sólo irán quedando los espasmos

de haber recorrido lo impensable;

y estas palabras,

que confirman que algo se ha ido ya.

Viajo,

porque asido a la ventana,

—donde todo se mueve—

entiendo que la vida debe ser tomada como un paisaje:

Nada nos ata,

todo es infinitamente nuevo,

todo está llegando, 

todo yéndose,

todo respira;

hasta llegar la niebla,

hasta borrar los límites.

 

Siempre afuera:

Si todo lo reconociéramos como afuera y nada como centro, podríamos tejer una red de afueras, de tiendas, de refugios, que serían amplios espacios de convivencia. Puede que la anarquía no coincida con el caos, sino más bien con el ayuntamiento.

Josep María Esquirol

 

Si como, dice Josep, la anarquía coincide con el ayuntamiento, con la unión, es necesario juntar, juntarlo todo, no en datos ni en estadísticas, no en transporte ni en control, no en economías ni en productividad, sino en cuerpo, mundo y palabra, en gesto y sentimiento de vulnerabilidad compartida. No vivir en la acumulación, derogar los partidos que nos parten en cada elección, dejar de elegir, unirnos en bondad y generosidad, dar todo lo que creemos nuestro, para que nada quede en cercos, para que todo sea un afuera inagotable.

 


  1. Esquirol, Josep María (2018). La penúltima bondad. Acantilado
  2. Han, Byung-Chul (2017). El aroma del tiempo. Herder.
  3. Pau, Antonio (2019). Manuel de Escatología. Trotta.
  4. Esquirol, Josep María (2015). La resistencia intima. Acantilado.
  5. Jabès, Edmond (2014), El libro de la hospitalidad. Trotta.
  6. Augé, Marc (2003), El tiempo en ruinas, Gedisa.
  7. Onfray, Michel (2016). La teoría del viaje. Poética de la geografía. Taurus.
  8. Séneca, Anneo (1986). Cartas a Lucilio. Gredos.

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El viaje de Eisenman y Colin Rowe https://arquine.com/el-viaje-de-eisenman-y-colin-rowe/ Tue, 05 Nov 2019 07:16:56 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-viaje-de-eisenman-y-colin-rowe/ Para Peter Eisenman, los dos viajes que hizo acompañando a Colin Rowe fueron su verdadera educación de arquitecto. Una educación que luego debió profundizar al tiempo que se rebeló contra ella.

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“Si no hubiera sido por Colin Rowe, no sería lo que soy hoy en día.”

Peter Eisenman

Eisenman escribió eso casi al final de un texto que se publicó en la revista Perspecta en el 2008. Rowe, que había nacido en Rotherham, Inglaterra, en 1920, murió el 5 de noviembre de 1999. El texto de Eisenman se titula The Last Grand Tourist: Travels with Colin Rowe jugando con la idea del Grand Tour, el largo viaje que en el siglo XVII y hasta finales del XIX emprendían los jóvenes aristócratas del norte de Europa para completar su educación. “La idea del grand tour en arquitectura es una tradición inglesa, si no europea”, escribe Eisenman, “en él un viajero con mayor edad y experiencia inicia a un joven en los esplendores del sur de Europa.” El viaje a la cuna de la arquitectura clásica se volvió parte fundamental de la educación de un arquitecto, agrega Eisenman, aclarando que sus viajes con Colin Rowe fueron parte, más bien, de una “educación accidental.” Rowe era doce años mayor que Eisenman y enseñaba en Cambridge cuando éste llegó ahí con una beca tras un viaje frustrado que empezó y terminó en París casi el mismo día. Rowe había estudiado con el historiador Rudolf Wittkower y tras sus pasos había escrito y publicado en 1947 —a los 27 años, la misma edad que tenía Eisenman cuando conoce a Rowe— “Las matemáticas de la villa ideal”, un ensayo en el que relacionaba la lógica compositiva de las villas palladianas con las de Le Corbusier. Eisenman escribe que en sus primeros encuentros, cuando visitaba a Rowe en su apartamento, éste sacaba de su librero tratados en los que le mostraba planos de edificios del Renacimiento.

“Aprendí a entender las sutilezas de estos planos, cómo constituyen la esencia de lo que es arquitectónico, de lo que se ha vuelto persistente en la arquitectura. No analizábamos su función sino más bien las relaciones arquitectónicas en esos planos. Eso construyó la base de nuestro viaje.”

El viaje lo empezaron en Holanda, porque Eisenman tenía interés por las obras de De Stijl. Siguieron por Alemania y Mies, luego Suiza y lo que ahí había construido Le Corbusier y llegaron a Italia. En Como, frente a la Casa del Fascio de Terragni, Eisenman tuvo lo que Rowe calificó como una revelación. Siguieron a Milán y entonces Rowe se hizo cargo del viaje y de sus enseñanzas. Arquitectura renacentista y manierista. Prohibido el barroco. Eisenman escribe que sacaba transparencias pero no dibujaba.

“Aprender a ver requiere algo más que tomar transparencias o hacer dibujos. Mi lección más importante de arquitectura fue la primera vez que vi una villa palladiana. No recuerdo cuál era, en algún lugar del Veneto. Hacía calor. Más de 35 grados y muy húmedo. Colin dijo, «siéntate frente a esa fachada hasta que puedas decirme algo que no puedas ver. No quiero que me hables del rusticado, ni de la proporción de las ventanas. No quiero que me hables de la simetría ni de esas cosas de las que habla Wittkower. Quiero que me digas algo que esté implícito en la fachada.» Recuerdo ese momento como si fuera ayer. Así fue como Colin empezó a enseñarme a ver como arquitecto. Cualquiera puede ver las relaciones de una ventana con un muro, ¿pero puede cualquiera ver la tensión en su borde, el hecho de que las ventanas venecianas se empujan fuera del centro para crear un espacio en blanco, un vacío entre las ventanas que actúa como energía negativa? Esas ideas no se encuentran en los libros. Se encuentran al ver arquitectura.”

Eisenman describe cómo siguieron el viaje a Venecia, luego a Verona y Padua; no a Florencia porque primero había que ver Roma, pero sí hasta Nápoles. Rowe era implacable en su itinerario. Doce horas diarias de lecciones, dice Eisenman. De Italia siguió Francia. En París estuvieron frente al número 35 de la rue de Sevres, el estudio de Le Corbusier. Toca, dijo Rowe. ¿Qué le voy a decir?, preguntó Eisenman. Anda, toca, repitió Rowe. Eisenman se quedó viendo la puerta. No, le dijo a Rowe, no sabría qué hacer. Y dieron media vuelta sin haber tocado la puerta. Después de ese primer viaje, Rowe y Eisenman harían otro más en 1962.

“Haber tenido como mentor a uno de los tres grandes historiadores y críticos de la segunda mitad del siglo XX —los otros dos eran Banham y Tafuri— fue la experiencia más intensa que he tenido. El tiempo que pasé con Rowe fue mi educación como arquitecto. En esos dos años y dos viajes, recibí una educación que sería imposible obtener de otra manera. Continué profundizando esa educación al mismo tiempo que me rebelaba contra ella.”

Eisenman cuenta que al siguiente verano de su segundo viaje con Rowe se casó. El viaje de bodas fue en coche, por Italia, repitiendo parte del itinerario que había hecho con Rowe. En un camino cerca de Cortona, un pequeño MG verde se paró detrás del auto en el que viajaban Eisenman y su esposa. “Liz, no lo vas a creer, Colin Rowe acaba de estacionarse detrás de nosotros.” Y sí, dice Eisenman, era Rowe con su nuevo acompañante y aprendiz: Alvin Boyarsky, quien luego sería director de la Architectural Association en uno de los mejores momentos de esa escuela.

“Si no hubiera sido por Colin Rowe, no sería lo que soy hoy en día. Pero también, si no hubiera escapado de Rowe, no sería lo que soy hoy en día.”

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Sobre el estado actual del Grand Tour https://arquine.com/sobre-el-estado-actual-del-grand-tour/ Thu, 24 Aug 2017 16:00:31 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/sobre-el-estado-actual-del-grand-tour/ ¿Por qué viajar? Ante esta situación de globalización – en su mayoría precaria – ¿cual es el papel del estudiante de intercambio académico, del viajero en el Grand Tour? ¿Cuál será la función actual de este sistema, en el cual viajan estudiantes de todos los países a todo el mundo?

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La imagen superior es un dibujo de Charles-Edouard Jeanneret, el joven que posteriormente sería Le Corbusier; pionero de la arquitectura moderna, de los lentes negros de pasta gruesa y de las plantas libres. Al terminar la escuela en su pueblo originario, un maestro suyo lo convenció de viajar a distintas partes de Europa con el fin de ampliar su visión y conocimientos sobre el mundo. El dibujo consiste en un apunte hecho en uno de sus viajes, en este caso al norte de Italia. Aquellos viajes de Le Corbusier son una muestra de las ultimas instancias de lo que se conoció desde el siglo XVII hasta el XIX como el Grand Tour.

La tradición aristocrática del Grand Tour consistía en viajar. Los jóvenes de la nobleza y de familias pudientes del norte de Europa y posteriormente de Norte América emprendían rumbo a Francia, Italia, Grecia, Alemania y demás durante varios meses o años, con un itinerario establecido cuyo propósito era ir en busca de las raíces de la cultura occidental. Dicha practica – característicamente burguesa y símbolo de estatus social – tenia otros propósitos: era un rito de paso hacia la madurez adulta y una oportunidad para ampliar el espectro cultural de los viajeros así como una para triscar con la alta sociedad de diversos lugares. Una parada en alguna de las ruinas del Imperio Romano, así como el estudio cauteloso de la arquitectura neoclásica, renacentista y medieval – como se puede ver en el dibujo del joven Le Corbusier – eran practicas comunes en la costumbre romántica del Grand Tour; imprescindible para la formación arquitectónica o artística de aquel entonces. Los individuos que emprendían en dicho viaje gozaban de adiestramiento en las artes liberales y de la oportunidad de adquirir libros, obras de arte, artefactos culturales, instrumentos científicos y conocimiento no disponibles en su país de origen.

Esta tradición ilustrada se dejo de practicar como tal al surgir el turismo moderno pero, ¿realmente ha desaparecido? A pesar de que ya no existe dicha práctica de manera institucional, su esencia se mantiene de alguna forma, al menos en lo que le compete a las universidades que forman jóvenes arquitectos. Los programas de movilidad estudiantil, los intercambios académicos, y los servicios de becas o study abroad llenan de una manera u otra los huecos que solía ocupar el Grand Tour. El objetivo es el mismo, aprender y conocer sobre cosas de las que uno no puede en su lugar de origen, y también ¿por qué no? pasearse, turistear. Para cualquiera adentrado en la arquitectura o en cualquier otra forma de expresión cultural, el acto de viajar es un ejercicio activo.

A pesar de que el llamado Grand Tour en este sentido sigue vigente por la inquietud de conocer distintos lugares, las condiciones sociales que le dieron origen han ya expirado. Es decir, la función que cumplía el Grand Tour entre los siglos XVII y XIX es hoy obsoleta si la juzgamos bajo los mismos estándares. La globalización, las economías neoliberales, el internet y los mercados de información son la circunstancia actual. Ya no es necesario viajar como lo fue antes, pues con una conexión de banda ancha está disponible toda la información de la red; y con un mercado globalizado la tendencia es que en una esquina del mundo tanto como en la otra se consuma el mismo tipo de comida rápida, de moda, de dispositivos digitales, de entretenimiento, de referente culturales, etc. De la misma forma, los países mantienen fuertes contrastes económicos uno frente a otro y el panorama global económico, político y sociocultural es uno de desigualdades.

¿Por qué viajar? Ante esta situación de globalización – en su mayoría precaria – ¿cuál es el papel del estudiante de intercambio académico, del viajero en el Grand Tour? La condición actual exige una respuesta a estas preguntas mientras se viaja ¿Cuál será la función actual de este sistema, en el cual viajan estudiantes de todos los países a todo el mundo? Hoy pasa también lo contrario, una especie de anti-Grand Tour: los jóvenes de Europa viajan a países de Asia, África y Sudamérica, no para encontrar las raíces de la cultura occidental, sino para examinar de cerca sus resultados.

Lo ideal ante dicho contexto internacional podría ser, tal vez, lo que intentó hacer Le Corbusier. Es decir, desde la practica individual, subvertir esta condición en la medida de lo mayor posible. Le Corbusier es un buen ejemplo, pues en sus viajes comenzó su creciente interés por la arquitectura con la cual posteriormente propuso soluciones a los problemas de su época, que aunque son criticadas, tal vez hubieran sido inconcebibles sin aquel previo Grand Tour. Habría que romper con esquemas preestablecidos de viajar, para imaginar y vivir otras formas de viaje que sean vigentes hoy, otros destinos y otros fines. Esto tal vez implique experimentar, pulir, y reinventar la identidad individual para por fin hacer aquello sin lo cual el Grand Tour estaría incompleto: regresar.

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Mapamundi https://arquine.com/mapamundi/ Tue, 04 Jul 2017 04:20:20 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/mapamundi/ Mapamundi: "representación gráfica de la Tierra en un plano que, en la cartografía moderna, muestra el globo terrestre dividido en dos hemisferios proyectados." ¿Se puede escribir un mapamundi? ¿Dibujar, palabra por palabra, nombre tras nombre, la extensión del mundo real e imaginario? "Un mapa se despliega sobre una mesa o dentro de una cabeza y ya sea pensando o sobre papel ejerce la gran fuerza rotatoria que dan los viajes."

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Mapamundi: “representación gráfica de la Tierra en un plano que, en la cartografía moderna, muestra el globo terrestre dividido en dos hemisferios proyectados.” ¿Se puede escribir un mapamundi? ¿Dibujar, palabra por palabra, nombre tras nombre, la extensión del mundo real e imaginario? “Un mapa se despliega sobre una mesa o dentro de una cabeza y ya sea pensando o sobre papel ejerce la gran fuerza rotatoria que dan los viajes,” escribe Luis Pancorbo en su libro Mapamundi de lugares insólitos, míticos y verídicos. Un mapamundi escrito y no dibujado en una hoja amarillenta y arrugada que, como Ahab, guardamos en el armario y consultamos para con esa información elaborar conjeturas muy razonables y llegar a conclusiones casi certeras sobre el día más apropiado para dirigirnos a tal o cual punto. El día y la ruta. Pancorbo nos dice que el mundo no es un pañuelo, aunque así lo creamos hoy en tiempos de aviones y redes digitales. Y por eso, página tras página, nos presenta una lista de lugares, míticos y verídicos, que no cabrían en un mapa ni aunque tuviera el tamaño del imperio e intentara coincidir punto por punto con él.

Pancorbo nos cuenta de El Álamo, que en la mitología popular de Texas se recuerda por el toque militar a degüello ordenado por el general mexicano Antonio López de Santa Anna y también de Basora, que antes de la enésima guerra de Irak y sus secuelas era un oasis de mil y una noches. De Calistoga, estación termal del valle de Napa donde Robert Luis Stevenson pasó su luna de miel y de Dacia: el país ideal a donde le habrá gustado ir a Mircea Eliade. De Éfeso, donde murió San Juan a los 105 años y de Fargo, el de Steinbeck y de los Cohen. De Guernica, de Unamuno y de Picasso y de el Hades, donde Orfeo fue a buscar a Eurídice. De la Isla Negra de Neruda y la Ithaca a donde Ulises desea volver siempre. De Jauja, la fundada por Pizarro en 1534 y las otras. De Kabilia como la contó Camus y de López, la punta más occidental de la costa gabonesa. De La Mancha y de Manhattan y de Nod, lugar del Edén situado al este donde Caín construyó una ciudad a la que llamó como a su hijo: Enoch. De Ordos, que fue elegida en el 2001 para ser la capital de un emporio carbonífero pero eso se lo llevó el viento del desierto. De Petra y de Pompeya y de Qom, el Vaticano de los chistas de Irán. De Rarotonga, donde viven 14,153 personas y de Saba, un lugar arruinado y pretencioso de Yemen. De Tarso, donde nació Saulo, luego Pablo y luego San Pablo. De Utgard, el jardín exterior, aunque punto céntrico del cielo escandinavo y meta del viaje del dios Thor y de Venecia, la de Casanova. De Walden, donde vivió Henry David Thoreau y de Xanadú, que visitó Marco Polo y soñó Coleridge —o al revés. De Yomi-no-kuni, la tierra de la oscuridad y de la polución en el sintoísmo japonés, Z  la ciudad perdida ene l amazonas, el reino dorado y utópico en cuya busca partió Percy H. Fawcett hasta encontrar la muerte en el intento, en 1925.

Un libro que se puede leer a saltos, como quien pone a girar un globo terráqueo y señala con el dedo un punto pensándolo como destino de un próximo viaje real o de uno instantáneo e imaginario.

Luis Pancorbo, Mapamundi de lugares insólitos, míticos y verídicos, Fondo de Cultura Económica, México, 2015.

 

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