Resultados de búsqueda para la etiqueta [Urbanización ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 01 Dec 2023 17:18:58 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 Habiteé Urban Dorms https://arquine.com/obra/habitee-urban-dorms/ Fri, 16 Jul 2021 06:00:33 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/habitee-urban-dorms/ El proyecto termina impulsando la cohesión e inclusión social dentro y fuera de un área, resolviendo una necesidad a un servicio y proponiendo la estimulación de una zona ya transitada que pueda ser más amable con el transeúnte y construya nuevas dinámicas urbanas entre los estudiantes y la gente que habita la zona.

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Ante la oportunidad de construir un proyecto de residencias estudiantiles dentro de las inmediaciones de una universidad y bajo un concepto distinto, nace Habitee Urban Dorms.

Al encontrarse en un predio complicado por sus características físicas, con dimensiones variables de ancho y largo, la prioridad del proyecto fue la búsqueda de una buena orientación y proveer herramientas que facilitaran tanto la iluminación como la ventilación natural, así como el aprovechamiento de las alturas máximas permitidas.

De esta manera, al proyecto se le incrustan 3 patios de diferentes tamaños. El primero se utiliza para diferenciar un claro acceso; el segundo, para generar una circulación central dentro de dos alas de habitaciones; y el tercero, para dejar respirar al edificio de sus colindancias. El proyecto termina mirando hacia el norte, beneficiando a que todas las habitaciones no sean delimitadas por un muro opaco si no que sean permeadas por ventilación, luz natural y vistas.

El proyecto se compone de una planta baja donde el programa público abraza los patios creados generando diferentes sensaciones de serenidad y permite que la interacción entre los residentes sea obligada. Posteriormente el programa privado se ubica en los siguientes 4 niveles, rematando con un rooftop con vistas privilegiadas a la ciudad.

Las habitaciones se dividen en dos alas con las mismas proporciones en cada nivel, dando paso a dormitorios de similar tamaño y calidad de espacio, vinculados por un núcleo de circulación vertical perforado por una celosía de concreto que ventila e ilumina naturalmente el espacio público dentro de estos niveles, permitiendo una programación adecuada para los residentes.

La intención es promover la vida vertical en espacios internos y externos dentro del edificio, buscando la verticalidad desde la perspectiva que pueda generarse en el nivel, 0 elevando muros solidos de concreto expuestos y perforados solamente por el espacio que ocupan los pasillos que comunican las habitaciones, para rematar con un sombrero de acero que forma parte de la jardinera que delimita el rooftop y funciona como un barandal natural.

Así, el proyecto termina impulsando la cohesión e inclusión social dentro y fuera de un área, resolviendo una necesidad a un servicio y proponiendo la estimulación de una zona ya transitada que pueda ser más amable con el transeúnte y construya nuevas dinámicas urbanas entre los estudiantes y la gente que habita la zona.

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Brasilia y la frontera populista https://arquine.com/brasilia-y-la-frontera-populista/ Tue, 08 Dec 2020 01:59:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/brasilia-y-la-frontera-populista/ A fines de la década de 1950 Brasilia se presentaba como la encarnación de una nueva identidad nacional. Para comprender cómo funciona simbólicamente la ciudad, podemos mirar más allá de su reputación moderna a su breve pero fascinante prehistoria como campo de construcción.

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Publicado en colaboración con Places Journal

 

Fotografías de los campos de construcción que precedieron a la ciudad moderna.

Ceremonia de inauguración en el sitio de construcción de la nueva capital de Brasil, octubre de 1956, de la Revista Brasília No. 5 (1957). [Todas las imágenes son cortesía de Arquivo Público do Distrito Federal]

 

A fines de 1956, el presidente Juscelino Kubitschek asistió a la ceremonia de inauguración de la nueva capital que se había comprometido a construir en la meseta central de Brasil. En las fotos, está rodeado de funcionarios, periodistas, trabajadores de la construcción y líderes religiosos en un escenario improvisado debajo de una cruz monumental de madera sin pulir. La forma de cruz volvería a aparecer en el boceto de 1957 de Lucio Costa que se convirtió en el plan maestro de Brasilia, con sus dos ejes conectando simbólicamente al país. Famoso por su audacia y sencillez, el dibujo de Costa marcó la pauta de un proyecto de escala sin precedentes, y cuando Brasilia fue inaugurada como capital, solo tres años después, fue aclamada como una obra trascendente de arquitectura y planificación moderna. Pero entre los registros visuales de la construcción de Brasilia hay otra cruz, no menos importante, formada por la intersección de dos caminos de tierra que atraviesan una meseta vacía. Las fotografías aéreas muestran el plan de Costa siendo realizado por trabajadores en la frontera brasileña. Aunque rara vez se ven hoy en día, estas imágenes circularon ampliamente a fines de la década de 1950 como parte de un esfuerzo por situar a Brasilia como la encarnación de una nueva identidad nacional. Para comprender cómo funciona simbólicamente la ciudad, podemos mirar más allá de su reputación moderna a su breve pero fascinante prehistoria como campo de construcción.

Esa primera visita presidencial apareció en el número inaugural de la Revista Brasilia, una revista mensual que empleó a dos fotógrafos de tiempo completo y un equipo de periodistas para construir los mitos fundacionales sobre los que Kubitschek apostó el futuro de Brasil. Se distribuyeron unas 6,000 copias de cada número a las oficinas gubernamentales, bibliotecas y quioscos de todo el país, para conseguir el apoyo del público para el proyecto y justificar el gasto ante el Congreso. Otros 1,000 ejemplares circularon en el extranjero. La revista se publicó durante cinco años y su archivo es un tesoro increíblemente rico de las primeras representaciones de Brasilia. La ciudad es vista como un lugar de oportunidad y empresa heroica: los trabajadores migrantes llegan en autobuses, mueven pilas de materiales e inscriben nuevas carreteras y barracones en la tierra recién despejada. Las señales apuntan a monumentos sin construir. En los asentamientos al borde de la futura capital, los trabajadores se mezclan socialmente a través de las líneas de clase, unidos por un sentido de camaradería fronterizo. La inmensidad de la meseta enmarca a un país en proceso de reinventarse.

Arriba: el presidente Juscelino Kubitschek y Lucio Costa. Abajo a la izquierda: los ejes del plan de Costa inscritos como caminos de tierra. Abajo a la derecha: mapa que muestra la localización central de la nueva capital. Revista Brasilia, números 4, 6 y 8 (1957).

 

La idea de construir una ciudad capital para irradiar la soberanía brasileña sobre el vasto interior surgió por primera vez a fines del siglo XIX. Su eventual ubicación, en el estado de Goiás, fue profetizada por el sacerdote católico Joao Bosco, quien soñaba con “una Tierra Prometida, fluyendo leche y miel… de riqueza inconcebible”. [1] Después de la consolidación de la República Brasileña, sucesivos jefes de Estado volvieron al proyecto de desarrollo del interior, generalmente mediante la promoción de industrias extractivas o agrícolas específicas. El plan de Kubitschek era diferente, ya que se basaba únicamente en el poder estatal. Los mapas mostraban el futuro Distrito Federal en el centro de un país moderno, interconectado y unificado. Las distancias a las principales ciudades estaban marcadas, lo que significa que la nueva capital (a diferencia de la costa de Río de Janeiro) sería independiente, liberada de las limitaciones históricas, pero conectada a las diversas poblaciones del país. Kubitschek hizo campaña con la promesa de producir “cincuenta años de desarrollo en cinco” a través de inversiones públicas en infraestructura, y contrató a los destacados diseñadores modernos Oscar Niemeyer, Roberto Burle Marx y Lucio Costa para hacerlo realidad. Brasilia inició así un paradigma político y de planificación utilizado en muchos contextos poscoloniales, especialmente en las naciones africanas cuando obtuvieron la independencia. Entre 1962 y 1975, Nigeria, Botswana, Cote D’Ivoire, Tanzania, Zambia y Camerún construyeron nuevas capitales en su interior. Detrás de cada plan maestro formal ambicioso y cargado de símbolos estaban los trabajadores que le dieron vida e infundieron populismo en estas ciudades.

Aproximadamente 40,000 personas vivían en el lugar durante la primera fase de la construcción de Brasilia, en tres tipos de asentamientos que rodeaban el borde del Plan Piloto. Primero, hubo campamentos administrados por la Companhia Urbanizadora da Nova Capital, conocida como NOVACAP, respaldada por el estado. La residencia estaba restringida a los empleados estatales, que eran en su mayoría ingenieros, arquitectos y contratistas de clase media, que vivían en estructuras de madera de un solo piso a lo largo de las tramas de caminos de tierra. Se suponía que el asentamiento inicial, Vila Planalto, se despejaría para un espacio abierto después de la inauguración de la ciudad capital, pero aún se mantiene en pie. La arquitectura aquí se asemeja a las casas populares de poca altura diseñadas por Oscar Niemeyer y construidas en los vecindarios del norte del Plan Piloto, con techos inclinados invertidos, grandes patios, parcialmente con mosquiteros, y amplios patios delanteros. A medida que avanzaba el Plan Piloto, en lugar de construir más campamentos, NOVACAP alojó a sus empleados en los barrios de casas populares completados. El urbanismo incipiente fue un motivo frecuente en la Revista Brasília. A menudo contrastados con fotografías de la llanura abierta, estos barrios representaron el surgimiento de una domesticidad familiar en un territorio desconocido.

 

Viviendas en Candangolandia, un barrio auto-organizado pero formalizado, similar al Núcleo Bandeirante, 1958.

Calle residencial en el Núcleo Bandeirante, 1956.

Asentamientos informales a las faldas del Núcleo Bandeirante, 1969.

 

En segundo lugar estaban los campamentos que albergaban a la mayoría de la mano de obra, los trabajadores contratados. El gobierno poseía toda la tierra en el Distrito Federal, pero ciertas áreas fueron reservadas para el uso de empresas privadas, y las estructuras en estos campamentos fueron construidas y propiedad de los residentes. El asentamiento más grande, Núcleo Bandeirante, se organizó a lo largo de tres calles principales bordeadas de edificios de madera, metal corrugado y cualquier otro material que los residentes pudieran adquirir. Aquí el tejido urbano era más orgánico y menos ordenado que en Vila Planalto. El nombre original de Núcleo Bandeirante, Cidade Livre, o “ciudad libre”, señaló el acceso irrestricto que brindaba a los migrantes. Cualquiera podría mudarse a esta ciudad en auge y aprovechar los recursos que fluyen del gobierno federal. Cidade Livre se convirtió rápidamente en el corazón social de los campamentos de construcción, y luminarias como Kubitschek, Costa y Niemeyer realizaban frecuentes visitas nocturnas.[2]

A medida que se corrió la voz, llegaron trabajadores de todo Brasil, especialmente de los estados más pobres del norte.[3] Docenas de pequeñas comunidades ad hoc, el tercer tipo de asentamiento, surgieron cerca de los sitios de construcción, a lo largo de las orillas de los arroyos y en áreas despejadas del matorral, para albergar a los migrantes que trabajaban en empleos de bajos salarios que no podían permitirse vivir. en Núcleo Bandeirante. Estos sitios también fueron fuertemente documentados por fotógrafos de la Revista, para que el gobierno pudiera mostrar la movilidad económica generada por el proyecto (y callados los críticos escépticos del gasto). Casi todos estos campamentos informales fueron arrasados ​​cuando terminó el boom de la construcción; algunos fueron luego ahogados por la creación del lago Paranoa.

 

Pavimentando la plaza frente al Congreso Nacional, Revista Brasilia, número 39 (1960).

 

Los primeros números de Revista Brasília revelan una mediación entre la vida primitiva en la meseta y las ambiciones tecnológicas y culturales de la ciudad futura. Cientos de fotografías muestran campamentos sencillos e infraestructuras inacabadas cubiertas de polvo rojo. Sin embargo, también vemos estructuras de acero monumentales y los motivos de las fachadas de hormigón colado in situ de Niemeyer que pronto serán icónicas. Los diseños de la revista yuxtapusieron imágenes de ambas categorías, como para posicionar Brasilia como el sitio de una teleología del progreso comprimida espacial y temporalmente.

Otro tema constante en estas páginas es la relación entre los trabajadores y las obras maestras arquitectónicas que estaban construyendo, a menudo a mano. Fotos de hombres colocando barras de refuerzo en lo que se convertiría en el Salón de Asambleas del Congreso, vertiendo concreto en la plaza frente al futuro Palacio de Justicia y colocando baldosas en la Avenida Monumental implicaban que Brasilia no era un proyecto de y para élites, sino una colaboración en las clases estratificadas de Brasil. Se mostró a los trabajadores como participantes en un heroico proyecto nacional. Niemeyer observó que construir en un entorno informal y remoto, con trabajadores en gran parte inexpertos, en lugar de “industria pesada con sistemas de prefabricación”, le daba “una libertad plástica casi ilimitada”. Describió un Edén arquitectónico, libre de los límites impuestos por las ciudades, con sus industriales y burgueses, y sus regulaciones y actitudes modernas. Sin embargo, su búsqueda de los frutos del Edén dependía del respaldo de la burocracia brasileña y del cheque en blanco de Kubitschek.[4]

Residencia del presidente Kubitschek, Catetinho, Revista Brasilia, número 14 (1957).

Escuela de entrenamiento de trabajadores en Taguantinga, ca. 1958-60.

 

Si bien Brasilia es conocida hoy por sus monumentos atrevidos y formalmente experimentales, el esquema de diseño también incluyó muchos edificios comunes que no eran muy diferentes de los prototipos de los campamentos. La primera escuela primaria de Brasilia, diseñada por los arquitectos de NOVACAP en Candangolandia, y la residencia personal de Kubitschek, Catetinho, diseñada por Niemeyer, fueron estructuras de madera ensambladas en el estilo rápido y provisional común a los campamentos. (De hecho, los medios de comunicación destacaron el hecho de que Catetinho se construyó en diez días, para señalar la participación de Kubitschek en las incomodidades de la vida fronteriza).[5] Sin embargo, estos edificios compartían un lenguaje formal con las residencias de hormigón de poca altura del Plan Piloto, adaptando tropos modernos como pilotis y pasarelas exteriores elevadas a la arquitectura provisional.

A partir del segundo año, la contraportada de cada número de Revista Brasília presentaba un collage de imágenes de los primeros días de la construcción, superpuestas con un dibujo lineal de Costa o Niemeyer. En un collage típico, un trabajador migrante que caminaba por un camino polvoriento, con una bolsa al hombro, estaba superpuesto a una supermanzana residencial que se elevaba desde la meseta. Aquí se construyó la ideología que hizo posible Brasilia, el mito de un paisaje vacío reemplazado por una ciudad futurista, de la humanidad emergiendo de una existencia incierta y primitiva a la luz de la modernidad.

Izquierda: portada, Revista Brasilia, número 29 (1958). Derecha: Revista Brasilia, número 25 (1958)

 

El gobierno pretendía mostrar que Brasilia estaba creando una nueva clase de trabajadores emprendedores o pioneros modernos. Al principio, los medios nacionales utilizaron dos términos para describir a los constructores de la nueva capital. Bandeirante, refiriéndose a los primeros residentes del Distrito Federal (específicamente a los empleados de NOVACAP), se deriva de un antiguo nombre de los colonos portugueses que exploraron el interior. Candango comenzó como una palabra despectiva para los trabajadores itinerantes sin educación. Sin embargo, con el tiempo, a medida que el gobierno describía a estos trabajadores como esenciales para el proyecto de Brasilia, las connotaciones de la palabra se volvieron celebrativas. Los candangos eran símbolo de movilidad ascendente y progreso nacional. Al final, los periódicos usaban bandeirente y candango indistintamente para referirse a cualquiera que viviera en el Distrito Federal.[6]

Las frecuentes visitas de Kubitschek simbolizaban una utopía democrática en la que los pobres trabajaban y vivían junto a ingenieros, arquitectos y funcionarios públicos. La modernidad brasileña tuvo dos dimensiones: el progreso tecnológico, plasmado en la arquitectura de concreto de Niemeyer y las continuas autopistas de Costa; y la solidaridad nacional, representada por la imagen del heroico trabajador de la construcción. Aunque en realidad la ciudad estaba segregada por clases, entrevistas realizadas años después revelaron una nostalgia por el compañerismo de los años de la construcción. “No había alta sociedad”, observó un albañil. “Los ingenieros vivían en sus propios campamentos, [pero] lo inusual de Brasilia era que se veía que el ingeniero tenía la misma apariencia que el trabajador, vestido con pantalones casuales, botas y todo”.[7] Las fotos de Núcleo Bandeirante fueron las primeras imágenes de la vida en las calles de Brasilia que llegaron a un gran público. Las escenas urbanas informales pero enérgicas dieron expresión visual a la emoción colectiva y el espíritu de igualdad que Kubitschek esperaba codificar en la ciudad del futuro.

Núcleo Bandeirante y la creciente infraestructura de Brasilia, 1970.

 

Después de la inauguración de la capital, los campamentos desaparecieron de las páginas de la Revista Brasília, pero todavía estaban en la meseta. Neimeyer y Costa habían imaginado que los trabajadores vivirían dentro del Plan Piloto, para que los campamentos pudieran ser desmantelados, pero esas ambiciones sociales fueron derrotadas. Algunos trabajadores fueron expulsados ​​por la fuerza cuando el valle del río Paranoa se inundó para crear un lago para los 140,000 habitantes de la nueva capital. Otros, incluidos los que vivían en Núcleo Bandeirante, utilizaron la solidaridad que habían formado durante los años de construcción para organizar y resistir el desalojo. Sus casas se quedaron en su lugar, pero fueron exiliados del mito de Brasilia. Los campamentos de construcción que habían sido comercializados por el gobierno como una ciudad profética, antes de la ciudad, fueron reformulados como una plaga en el paisaje: la ciudad fuera de la ciudad.

Ahora protegidos por las reglas del patrimonio mundial de la UNESCO, los vecindarios que evolucionaron a partir de estos campamentos de construcción están restringidos a su huella original y están historizados con placas, murales y designaciones de hitos para los edificios de madera originales. Periféricos a la Brasilia moderna, son fragmentos estáticos, engullidos por la creciente infraestructura vial. En contraste, los barrios centrales del Plan Piloto son siempre contemporáneos y nuevos; sus monumentos surgen de la meseta como una colección de objetos modernos autónomos, una ruptura urbana con la historia. Los barrios de los trabajadores de la construcción no son más que unos años más antiguos que el centro de la ciudad, pero se los percibe de manera diferente, debido a su estructura original.

Sin embargo, el poder arquitectónico e ideológico de Brasilia depende de estos campamentos de construcción. Candangos construyó la ciudad y el mito del origen de la ciudad, su imaginario fronterizo. Esta es la historia de la que Brasilia emerge y contra la que se distingue como moderna.

Congreso Nacional, Revista Brasilia, números 35 (1960) y 28 (1959).


Notas:

  1. Citado en Ernesto Silva, Historia de Brasília: Um Sonho, Umea Esperaça, Uma Revalidate (Coordenada-Editora de Brasília, 1971), 34.
  2. Joao Almino, Free City (Dalkey Archive Press, 2013).
  3. Edson Béu, Expresso Brasilia: a Histtória Contada Pelos Candangos(Universidade de Brasília, 2012).
  4. Oscar Niemeyer, “Minha Experiencia em Brasília,” Arquitetura e Engenharia, July-August 1961, 22-24. Para más información sobre el surgimiento del formalismo de Neimeyer en relación con las condiciones de la industria de la construcción de Brasil, véase James Holston, The Modernist City: An Anthropological Critique of Brasília (University of Chicago Press, 1989).
  5. Catetinho, significa “Pequeño Catete,” referencia al palacio presidencial en Rio de Janeiro.
  6. Holston, 211.
  7. Grabado por Lins Ribeiro, 1980, en Programa de História Oral, Brasília, Arquivo Public do Distrito Federal, 2000. Las historias orales grabadas por el Archivo Federal indican un abrumador sentimiento de orgullo por parte de los trabajadores por participar en un proyecto que fue el centro de la atención del país.

Edificio administrativo, Núcleo Bandeirante, ca. 1956-60

Casas populares recién ocupadas, Revista Brasilia, número 26 (1958).


David Nunes Solomon es un diseñador arquitectónico, investigador y escritor que vive en California y Suiza.

Esta investigación no hubiera sido posible sin el generoso apoyo de la Fundación Haddad, a través del programa Harvard-Brazil Cities Research Grant del Centro David Rockefeller de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard. Una versión de este artículo se publicará a finales de este año en el Manifiesto No. 3.


Publicado con autorización de los editores y el autor.

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Fraccionar es poder https://arquine.com/fraccionar-es-poder/ Thu, 26 Nov 2020 03:05:29 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/fraccionar-es-poder/ ¿En qué momento la ciudad “extramuros” se convirtió en un símbolo de poder económico, cómo se fomentó su valor y cómo se logró convencer a los ciudadanos de poblar antiguas zonas rurales para convertirlas en parte de la ciudad?

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El fenómeno de la urbanización ha estado basado en la conversión infinita de las tierras que rodean a las ciudades en más mancha urbana. El crecimiento de la mancha urbana ha sido considerado señal de bienestar y el suburbio fue idealizado por los norteamericanos como señal de desarrollo de las clases medias. ¿En qué momento la ciudad “extramuros” se convirtió en un símbolo de poder económico, cómo se fomentó su valor y cómo se logró convencer a los ciudadanos de poblar antiguas zonas rurales para convertirlas en parte de la ciudad?

Una cómoda mancuerna, que hace cómplices a gobiernos y terratenientes, encontró la fórmula perfecta para urbanizar terrenos cuya vocación cambió de agrícola a urbana a golpe de billetes durante el porfiriato. La creciente población burguesa encontró una vía cómoda para cambiar su domicilio de las hacinadas calles del centro histórico a maravillosas villas con espíritu campirano a las orillas de la vieja ciudad. Nacían los fraccionamientos y con ellos el crecimiento rampante de nuestras ciudades.

El acuerdo era claro, la ciudad solventaba su crecimiento otorgando servicios a las nacientes áreas urbanas a cambio de rentas prediales mientras los empresarios urbanizadores, abuelos de actuales desarrolladores, convertían tierras agrarias de valores ínfimos en lucrativos lotes urbanos. Nacía la ciudad moderna, una fórmula cómoda entre poder económico y poder político. Una ecuación que en nuestro país encontraría deformaciones, variaciones y exageraciones en todas sus formas a lo largo de los años.

Desde las “colonias”, de las que ya hablé en un artículo pasado, hasta las ciudades satélite y los exclusivos enclaves con “lomas”, “bosque” y “jardines” como prefijo obligatorio. Nuestras ciudades, presas de la fragmentación como única posibilidad de desarrollo, han traído a nuestras áreas urbanas polarización, precarización y pobreza extrema.

Las tradicionales urbanizaciones en Ciudad de México como la Juárez o la Tabacalera vieron en el Porfiriato su origen. De la Lama y Basurto, prominentes empresarios fraccionadores, encontraron su mina de oro fraccionando los terrenos de antiguas haciendas de alcurnia al poniente de la Ciudad de México poniendo un claro ejemplo no sólo en ésta, sino en otras ciudades del país y así dando origen a la fórmula entre gobierno y empresarios para crear las nuevas ciudades.

Los arquitectos no han sido ajenos a este fenómeno, participando a lo largo de los años en la perversa fórmula. Basta citar a Barragán y sus secuaces en el fraccionamiento de los hostiles terrenos del Pedregal de San Angel y a Mario Pani y su sueño de crear una Ciudad Satélite a imagen y semejanza de las ciudades jardín ideadas un siglo antes de su intervención por los ingleses y para entonces ya probadas poco viables.

La fórmula era fácil, terrenos agrícolas de poco valor urbanizados prometían, y rendían, ganancias enormes. La promesa era la creación de un patrimonio, la compra de un lote no sólo ofrecía plusvalía sino también era el fruto para una prometedora herencia, el sueño de la propiedad privada de la parcela llevada a su máximo esplendor.

Hacía finales de los años 40 nació una receta, producto de la original, que servía principalmente al poder político dejando a los empresarios de un lado. El rápido crecimiento poblacional, fenómeno asociado al “milagro mexicano” y el hecho que las mayores oportunidades se daban en la ciudad, generó una enorme migración hacia las ciudades. Los asentamientos fruto de esta migración generaron áreas periféricas marginadas llenas de “paracaidistas” que a cambio de favores electorales crearon el caldo de cultivo ideal para fraguar las nuevas urbanizaciones. Desde los orígenes de Ciudad Neza, hoy el municipio más densamente poblado del país con más de 17,000 habitantes por kilómetro cuadrado, hasta la fórmula para programas enteros como el de “Solidaridad” pilar de la política social del Presidente Salinas y su origen en los asentamientos de Chalco. El botín había quedado repartido, los lucrativos fraccionamientos residenciales de clase media y alta de la mano de los empresarios, los precarios desarrollos urbanos periféricos fruto exclusivo de políticos y partidos.

Habría más que innovar, nuevos horizontes por explotar. Los reales de la primera transición democrática encontraron en el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) su mina. Bajo la promesa del Presidente Fox de otorgar “una casa para todos los mexicanos” el gobierno encontró una fórmula para volver a unir empresarios y políticos en la carrera fraccionadora del territorio. Créditos blandos, subiendo a los bancos en el esquema, permitían segmentar terrenos periféricos, prometiendo múltiplos enormes a los propietarios de esas tierras. Empresarios constructores buscaban fórmulas rápidas para construir casas y adelantar el fenómeno de la ocupación a lo que hasta ahora era norma: la invasión de los predios y tomando control sobre el crecimiento de la mancha urbana. La desastrosa fórmula nos dejó como herencia un cinturón de inequidad que ahora ahorca por igual a todas las ciudades del país.

En 2020, un fenómeno de casi 150 años, encuentra en una nueva ley un interesante contrapeso. Uno que podría transformar la manera de crecer de nuestras ciudades. La iniciativa de ley para el Infonavit que el actual gobierno presenta quita intermediarios del camino. Este proyecto legislativo contempla créditos para la adquisición de suelo, autoconstrucción, remodelación, reparación y ampliación, refinanciamiento de créditos, más créditos subsecuentes y acceso a créditos para derechohabientes sin relación laboral, todos sin intermediación alguna. Con esta idea quedan lejos los favores políticos de los precarios desarrollos periféricos de todas las ciudades del país otorgándoles de facto la “mayoría de edad” a los derechohabientes y rompiendo la compleja complicidad entre empresarios fraccionadores y el gobierno. La fórmula de paso le quita de tajo poder político a los partidos sobre el desarrollo urbano. Una transformación donde fraccionar ya no será poder. Ahora, quienes ejercen la profesión de la arquitectura tendrán que reflexionar que llama a la puerta una nueva forma de hacer ciudad.

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Espacios: Ciudades encontradas: Santa Fe de México y sus “colonias” https://arquine.com/ciudades-encontradas-santa-fe-de-mexico/ Wed, 04 Nov 2020 01:56:35 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ciudades-encontradas-santa-fe-de-mexico/ Las aún discriminadas zonas como Santa Fe pueblo y sus colonias, representan los organismos más abundantes de nuestra ciudad y, por lo mismo, la parte más representativa del sistema de vida urbana contemporáneo. No podemos seguir existiendo en la ignorancia de ello.

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Confrontando al término de “Ciudades perdidas”, de uso común en el medio arquitectónico y urbanístico desde mediados del siglo XX hasta no hace mucho, hoy comparto una serie de reflexiones derivadas de un trabajo, pausado pero consistente, en las colinas del poniente de la cuenca de México. Específicamente en la sierra conocida como “de las cruces”, donde habitan los pobladores del originalmente fundado por Vasco de Quiroga, Santa Fe de México.

Los patrones derivados de la urbanización acelerada que provocan los procesos de industrialización de una economía, se han registrado desde los cuadernos de Pugin o Schinkel, en el siglo XIX, hasta la fecha. Marx y Engels viajaron a Inglaterra para observar el impacto que dichos procesos en la nueva clase obrera, y de las impresiones vividas derivaron un pensamiento crítico que a la postre, resultó altamente trascendente para ofrecer visiones alternativas a la monolítica postura del capitalismo industrial. En mi ciudad, la de México, aunque con un breve antecedente durante el período al que denominamos Porfiriato, culminado con la primera revolución social del siglo XX en el mundo, la verdadera transformación industrial ocurre a partir de la Segunda Guerra Mundial, donde se aprovecha la circunstancia del protagonismo estadounidense en el conflicto, para desarrollar una economía de fabricación y maquila que ofreciera al poderoso país de nuestra colindancia norte, aquellos productos que, por desarrollar armamento, habían pasado a un segundo término de producción.

La masiva migración de pobladores rurales a la Capital del país, muy pronto dejó totalmente desbordado cualquier intento de planificación, que contrariamente a lo que la creencia popular generaliza, sí los hubo y no de escasa calidad. No es una problemática de nuestra ciudad, es un patrón de conducta social globalizado. Así, para denominar, no sin un alto dejo despectivo, a los crecimientos derivados de la necesidad de habitar por parte de los migrantes, se generaron términos como “cinturón de miseria”, “ciudades perdidas”, “crecimientos Informales”, etc.

Sin embargo, el conocimiento y estudio del fenómeno, nos avienta números imponentes: la dimensión de la mancha urbana derivada de esta manera de habitar es mucho mayor a la realizada por los procesos planificados. También es mayor la cantidad de pobladores que construyen su vida diaria, su cotidianeidad, sus esperanzas, a partir de estos espacios. La película entonces pasa de negativo a positivo. Los espacios planificados resultan ser pequeños enclaves “perdidos” en la inmensidad de la ciudad total.

Romper entonces los prejuicios —aquello que ya hemos juzgado sin darnos siquiera la oportunidad de conocerlo, de entenderlo, de vivirlo—: lo que denominamos como ajeno al sistema, a partir de adjetivos calificativos peyorativos, resulta ser el patrón común de la mayoría de la población. Lo normal, aunque no esté normado por la legalidad, si no por el consenso de quienes ahí conviven.

El urbanismo generado y la arquitectura construida en la mayoría del territorio de las ciudades contemporáneas, y en este caso, el ejemplo de Santa Fe y sus colonias, como las autodenominan sus propios habitantes, es un ejercicio de gestión, negociación continua, crecimiento metabólico, donde se mezcla la necesidad de la eficiencia ante la precariedad, con el capricho de quien lotificó observando una oportunidad. Donde la arquitectura creada coquetea entre la tradición popular de la autoconstrucción, la vernácula del maestro del oficio, y principios estéticos y teóricos generados por los grandes maestros.

La abstracción prismática de los volúmenes, que manifiestan claramente su sistema constructivo, con losas en voladizo formando marquesinas hacia la calle, que narran el crecimiento por etapas de cada espacio, no son ajenas a las visiones de Le Corbusier o Gropius en los años 20 del siglo pasado. Tampoco son ajenos los usos a la necesidad del espacio mixto, donde vivienda y comercio se entienden como un binomio simbiótico y necesario. Se lucha por la aparición eso sí, de equipamiento urbano, inexistente en su origen: escuelas, clínicas, espacios religiosos, parques. Se lucha también por infraestructura —que no es lo mismo que equipamiento, aunque la cultura política ya ha englobado en una sola palabra todo, para variar—: drenaje, luz, agua potable, telecomunicaciones. El desarrollo de la estructura formada por el espacio que es público y la necesidad en este caso de soluciones topográficas: las calles vehiculares, las calles escalera, los remanentes de la geometría urbana, las fronteras con una naturaleza que se niega a morir del todo, a pesar de la contaminación y el deterioro. Al final, el espacio es tan intenso como pueden serlo aquellos callejones vetustos de centros históricos hoy convertidos en consorcios turísticos, con sus casas apiladas y saturadas. Lo que realmente cambia es la falsa sensación de seguridad o inseguridad, lo que cambia es el prejuicio.

Al final, esa es la ciudad, un ente vivo, transformable y transformándose continuamente, donde se guarda como memoria, aquello que la colectividad considera un valor común, lo que es patrimonio de todos, y se modifica aquello que, si no evoluciona, se convierte en un foco de riesgo para los que habitan el espacio.

Nunca falta, como puede verse en las imágenes, la intervención ventajista derivada de la búsqueda clientelar política, que repentinamente pinta de uno o varios colores predeterminados, aquello que está más a la vista, aunque como también un buen observador podrá notar, no alcanza para todo ni para todos.

Las aún discriminadas zonas como Santa Fe pueblo y sus colonias, representan los organismos más abundantes de nuestra ciudad y, por lo mismo, la parte más representativa del sistema de vida urbana contemporáneo. No podemos seguir existiendo en la ignorancia de ello.

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Ciudad, salud y control https://arquine.com/ciudad-salud-y-control/ Tue, 24 Dec 2019 07:20:06 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ciudad-salud-y-control/ La administración de la salud ha sido un elemento diferencial para las clases sociales en las ciudades, pensar en cómo se adminsitra no es solo el proveer salud o evitar enferemedades, sino también la búsqueda de la mejora en la calidad de vida física y mental de los habitantes, problematizando también sus condiciones y elecciones de habitar.

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En la literatura académica e institucional encontramos repetidamente el dato sobre que en la última década la humanidad se ha convertido en una civilización predominamente urbana al tener a la mayoría de la población habitando en ciudades. El dato, más que esclarecedor paraciera no decir mucho, esto es porque pocas veces se ofrece un contexto sobre lo que significa la urbanización planetaria, es decir, explicar las causas y efectos de esta condición mundial en el habitar de los seres humanos.

La salud es una de esas muchas condiciones primordiales de los seres humanos en el planeta, es algo que ha estado latente en la historia de la humanidad y ha ido transformándose con las condiciones de la vida en comunidad a lo largo de su existencia en la tierra.

Las creencias primigenias de la humanidad sobre la salud estuvieron vinculadas con actos de fe, es decir, de una estrecha relación cuerpo-naturaleza, en donde la naturaleza era un ente superior que provocaba enfermedades y, bajo ciertas condiciones (ritos y rituales) proveía de curas frente a éstas y, por supuesto, salud. Creencias que y aunque poco efectivas, demostraron el interés temprano no solo por mantenerse sanos, sino también por evitar la enfermedad.

Más tarde, con los griegos, la figura de Esculapio (Asklepios), el dios de la salud, persistió durante mucho tiempo como recordatorio del interés de esta civilización por la salud. Pero habrán sido las hijas de éste quienes se convertirán en figuras trascendentales para comprender las ideas de salud de los griegos. Panacea, diosa de la curación e Hygea (de donde proviene la palabra higiene), diosa de la salud o del arte de estar sano. Ambas son reconocidas en uno de los textos hitos de la medicina occidental, los tratados hipocráticos, y tendrán un valor importante en la idea de salud griega, especialmente el de la higiene. Es, a través de Hipócrates, que la postura de Panacea e Hygea sentará las bases del pensamiento griego sobre la salud como fuente de riqueza. 

Las críticas sobre la postura de los griegos acerca de la salud están enmarcadas en la elitización, los esclavos no formaban parte de esto y no eran instruidos para administrar su salud, tampoco lo eran las mujeres puesto que la idea del “bien vivir” no reconocía la satistacción de las necesidades vitales, sino aquellas que fueran menos efímeras. Quizá es aquí donde se sientan las bases de la subestimación de las labores reproductivas realizada predominantemente por mujeres.

Para los romanos la visión de salud era más pragmática y menos romantizada, quizá, que la de los griegos. El trabajo era una fuente de salud, el excesivo cuidado del cuerpo era propio de lo femenino por lo que no se consideraba útil y aparece una nueva concepción sobre la salud que vincula a la mente con el cuerpo: “mente sana en cuerpo sano”. Sin embargo, la contribución más importante del imperio romano fue el sistema sanitario y las conducciones de agua. Desde el siglo III el sistema de cañerías y desagües estaban en las casas. Además de también incorporar hospitales y clínicas como un servicio público. Es decir, inició de manera estructural la relación del espacio -especialmente el público- con la salud. 

Durante la Edad Media, como casi todo el avance de conocimiento, quedó estancado. La Peste, o la Muerte negra habrá sido uno de los capítulos más devastadores de la humanidad y habrá dejado como marca para evitar las epidemias: cuarentena. 

Más tarde, en el siglo XIX las enfermedades urbanas comenzaron a llamar con mayor medida la atención de los intelectuales y mucho de ello tendrá que ver con el crecimiento poblacional de las ciudades y las condiciones de la clase obrera y del lumpen. Flora Tristán, pensadora francesa-peruana, escribió un texto (Promenades dans Londres, 1840) que relata la extrema pobreza del proletariado inglés, pero será en 1883 que The bitter cry of outcast London de Andrew Mearns cimbrara las mentes de la aristocracia de la época con un “desgarrador” relato sobre la forma de vida de los pobres en Londres, para contemplar desde otras perspectivas la salud en las sociedades urbanas:

El problema era la ciudad gigante en sí misma. Se percibía como fuente de múltiples males sociales, posibles decadencias biológicas y potenciales insurrecciones políticas. Desde 1880 a 1900, quizás hasta 1914, las clases medias estuvieron asustadas

Es ya en el siglo XX que comienzan a hacerse extensivas investigaciones relativas a la salud desde la antropología y la sociología, es decir, de comprender a profundidad la relación de los contextos y la salud, además de lo directamente biológico. Crece el interés en la relación existente entre la pobreza y la enfermedad y se hacen visibles las prácticas de higienización en las ciudades en crecimiento, donde se buscaba evitar la propagación de enfermedades infecciosas a través del orden y el separatismo.

En la serie The Nick, que relata la vida de un brillante doctor adicto a la cocaina en un hospital neoyorquino a inicios del siglo XX, es posible ver varias de estas problemáticas, dadas por la creciente migración de Europa y Asia a Estados Unidos, así como las políticas discriminatorias existentes para la atención de la salud a los migrantes en esa época y la importancia del ordenamiento territorial para la ubicación de la población en el territorio de acuerdo a su etnia y su nivel socioeconómico.

En la historia de la salud en las ciudades aparecen signos de control permanente de las élites sobre grupos o sectores menos favorecidos, esto hace que las soluciones que se ofrezcan sean soluciones que que discriminan o segregan y que provocan un desarrollo desigual en las ciudades esto, por supuesto, sumado a la desigualidad transversal existente en otros ámbitos.

La administración de la salud ha sido un elemento diferencial para las clases sociales en las ciudades, pensar en cómo se adminsitra no es solo el proveer salud o evitar enferemedades, sino también la búsqueda de la mejora en la calidad de vida física y mental de los habitantes, problematizando también sus condiciones y elecciones de habitar.

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Cosas de México: El Universal Ilustrado https://arquine.com/cosas-de-mexico-el-universal-ilustrado/ Tue, 12 Nov 2019 07:00:45 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/cosas-de-mexico-el-universal-ilustrado/ Fueron las infraestructuras de comunicación en general (vialidades, radio y teléfonos) y las redes viales muy en específico las que tras la Revolución en México se pensaron como los agentes ideales de la modernización política y económica también llamada “reconstrucción”.

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Una nueva sección aparece en 1923 entre las páginas semanales de la revista cultural de la ciudad de México El Universal Ilustrado. La sección, que dura hasta el 25, lleva el título de “Cosas de México” y consta de reportes sobre los “avances” que están sucediendo en la capital: obras públicas planeadas o ya en construcción, pavimentación de calles, nuevas regulaciones para los mercados, “mejoras” al servicio de limpia, implementación de nuevas bombas de agua potable, reorganización de la policía “montada” y otras cuestiones del estilo. Orientados hacia el futuro a través de un vocabulario que insiste en palabras como “proyecto”, “mejoras”, “reforma” o “novedad”, los títulos mismos de estos reportes presentan esta serie de acciones gubernamentales como los cimientos urbanos de un progreso posrevolucionario a punto de llegar. Y en efecto, antes o después de reportar sobre las obras o los planes y proyectos en concreto, los textos se preocupan por enmarcar estas noticias de tal forma que se entienda que México ha dejado atrás la Revolución y está ahora plenamente involucrado en un proyecto de reconstrucción nacional. En un artículo de 1923 titulado “La renovadora labor del presidente municipal de México”, por ejemplo, se enmarca el reportaje de la siguiente manera: 

La República entera ha entrado en un gran movimiento de progreso, favorecido e impulsado por la paz orgánica de que disfrutamos desde hace cerca de tres años. Lo destruido se reconstruye, y las conquistas democráticas se afianzan y se elevan. Todo crece, con una fuerza admirable y poderosa que nada será capaz de detener. (No. 304, 46)

De entre todas las “cosas de México” que se reportan, tal vez lo que aparece con mayor insistencia son los planes, proyectos y obras para pavimentar o construir nuevas calles y avenidas en la ciudad de México. Varios artículos hablan sobre los beneficios de la pavimentación e incluso entran en detalle sobre el proceso y la maquinaria que debe emplearse para transformar las antiguas calles en vías modernas. Pero, sobre todo, se insiste una y otra vez en la necesidad de que la red vial de la ciudad funcione como un “sistema circulatorio” de arterias que permitan la continua circulación y comunicación de todas las partes de la ciudad. Al reportar sobre el proyecto para la Calzada de Circunvalación, por ejemplo, se argumenta que “será la vía dinámica que rodee la ciudad de México, una nueva palpitación enorme y constante, que descongestionará a las otras vías” (No. 305, 47). 

La metáfora del sistema circulatorio en continua circulación para describir el ideal de una red vial no es ni nueva ni exclusiva a México, por supuesto, pero lo interesante es la forma como aparece en el contexto de reconstrucción nacional en específico. Y es que aparece ligada ya no tanto a la higiene y la teoría de los “miasmas” según la cual el aire, el agua y la gente debían circular de forma permanente para que la ciudad misma no se pudriera, sino más bien a cuestiones estrictamente económicas. En su discusión sobre la teoría urbana de la circulación en relación a la planeación, regulación y vigilancia de la vida de la ciudad que inicia desde el siglo XVI, Michael Foucault puede darnos una pista cuando argumenta que la gran tarea de la policía (en el sentido amplio de un gobierno que planea, regula y vigila la vida urbana) era asegurar tanto la comunicación como la circulación con el fin de expandir el comercio, el cual sucedía principalmente en la ciudad o entre ciudades. Esto pasaba por un proceso doble de producción espacial (los caminos) y control gubernamental sobre éstos. Por eso dice que “policiar y urbanizar son la misma cosa” (337) e insiste que el objetivo de la policía era incrementar, a través de un proceso de ordenamiento y control, las “fuerzas del estado”, incluyendo el comercio dentro del territorio, el creciente bienestar económico de la población y la riqueza del estado mismo. 

En efecto, en los artículos de “Cosas de México”, la importancia de que la ciudad cuente con un sistema circulatorio que permita la circulación constante de personas, bienes y mercancías, así como la comunicación efectiva de todas las partes de la ciudad, pasa por una reflexión sobre cómo reactivar el proceso económico en cada una de sus partes (inversión, producción, distribución, consumo) luego de años de inestabilidad política, violencia y estancamiento económico. Una red vial moderna que conecte el “cuerpo” urbano en su totalidad, que permita la circulación ininterrumpida de personas y mercancías, que acelere la actividad urbana y que, en términos amplios, haga más eficiente el proceso económico en su totalidad se piensa justamente como los cimientos infraestructurales de un progreso económico por venir. Otra sección de aquellos años, esta dedicada a las “iniciativas del tráfico”, ofrece la otra cara de la moneda al tratar sobre toda una serie de regulaciones para urbanizar los hábitos de la población: implementación de señales de tránsito, publicación de reglas sobre cómo y cuándo cruzar la calle o de dónde poner puestos callejeros, instrucciones sobre cómo bajarse y subirse del camión e incluso exhortaciones para que la gente obedezca a los agentes de tránsito. Todo esto, según los autores anónimos de los textos, es necesario ya que “somos en mayoría los mexicanos de un carácter rebelde e imperioso, no hay cosa que nos parezca más desagradable que obedecer” (No. 306, 52-3). 

Así que modernización espacial y control gubernamental aparecen en El Universal Ilustrado, como en la discusión de la policía de Foucault, estrechamente ligados. Otro artículo de la revista parte de esta misma conjunción para pensar ya no sólo en una red vial urbana sino en toda una red de carreteras: 

La construcción de carreteras asume pues importancia especial […] porque en muchísimos casos vendrán a suministrar el único medio de comunicación con sectores que de otra manera permanecerían alejados de la pulsación de la vida en el país. La construcción de carreteras en México resolverá prácticamente todos los problemas más importantes que han sido causa del estancamiento de gran parte de la República, por lo que se refiere al franco florecimiento comercial e industrial y quizás aún social. La resolución de la mayor parte de nuestras dificultades políticas también hallarían menos terreno en qué desarrollarse si buenas comunicaciones pusieran a un Gobierno serio en posición de ejercer su soberanía de manera más eficaz y con éxito militar más efectivo. (No. 446, 55)

En este artículo, la promesa de la red de carreteras de nuevo pasa por una vinculación estrecha entre lo político y lo económico, de tal forma que nos permite volver a Foucault y su noción del incremento de las fuerzas del estado en el contexto posrevolucionario de los veintes. Manuel Gómez Morín, en ese entonces a punto de asumir la dirección del recién creado Banco de México, declaraba que no existía tal cosa como un mercado interno en México, aunque el potencial para uno existía (en Meyer, 219). Pero la creación de este mercado interno era una cuestión tanto económica como política pues en principio pasaba, como sugiere el artículo aquí citado, por producir el territorio nacional mismo a través de la capacidad del estado de ejercer su soberanía y control sobre regiones que de otra manera permanecían económica, social y políticamente desvinculadas. La construcción de un sistema circulatorio de carreteras que comunicara efectivamente el territorio y permitiera la continua circulación de capitales, personas y mercancías se pensaba entonces como una forma de incrementar las fuerzas del frágil estado posrevolucionario en al menos dos sentidos. En primer lugar, porque en teoría produciría una economía activa e integrada, reactivaría el flujo de créditos e inversiones, desarrollaría regiones aisladas o “estancadas” y, en consecuencia, generaría ese mercado interno que ansiaba Gómez Morín. Pero en segundo lugar, la red de carreteras brindaría legitimidad política al nuevo régimen, y no sólo por demostrar su capacidad de acción o por estar a cargo de este desarrollo económico prometido, sino también en el sentido más evidente de ser capaz de controlar efectivamente el territorio, algo que por lo menos desde 1910 no sucedía y no terminaría por suceder sino hasta la década siguiente. 

Para los articulistas del Universal Ilustrado, igual que para burócratas como Gómez Morín, una cosa no podía suceder sin la otra. El control político (comandado desde el centro) permitiría el desarrollo económico nacional, mientras que el desarrollo económico facilitaría o legitimaría el control político del nuevo régimen. Pero ambos casos requerían la producción de un espacio nacional, y fueron justamente las infraestructuras de comunicación en general (vialidades, radio y teléfonos) y las redes viales muy en específico las que en el Universal Ilustrado y otras publicaciones de la época se pensaron como los agentes ideales de la modernización política y económica también llamada “reconstrucción”. 


Referencias:

Foucault, Michael. Seguridad, territorio, población, Buenos Aires: FCE, 2006. 

Meyer, Jean. “Revolution and Reconstruction in the 1920s”. En Leslie Bethell (ed.), Mexico Since Independence. New York: Cambridge UP, 1991. 

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Día mundial de las ciudades https://arquine.com/dia-mundial-de-las-ciudades/ Thu, 31 Oct 2019 15:08:59 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/dia-mundial-de-las-ciudades/ La Asamblea general de la ONU designó el 31 de octubre como el Día mundial de las ciudades. En el 2019 el tema es "Cambiar al mundo: innovaciones y mejor vida para las generaciones futuras".

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La Asamblea general de la ONU designó el 31 de octubre como el Día mundial de las ciudades. En su declaración, la ONU dice que este día “se espera promover el interés de la comunidad internacional en la urbanización global, empujando la cooperación entre países para aprovechar las oportunidades y estar a la altura de los retos de la urbanización, contribuyendo al desarrollo sostenible alrededor del mundo.”

El tema general del Día mundial de las ciudades es Mejores ciudades, mejor vida, y para el 2019 la ONU seleccionó como tema particular “Cambiar al mundo: innovaciones y mejor vida para las generaciones futuras” buscando “discutir cómo la urbanización puede utilizarse para lograr un desarrollo sustentable y buscando promover el interés de la comunidad internacional en implementar la Nueva agenda urbana.

La organización Ciudades y gobiernos locales unidos (CGLU) —cuyos orígenes se remontan a la Unión internacional de ciudades, establecida en 1913— “celebra el Día mundial de las ciudades recordando que la transformación necesaria que le hace falta a nuestro modelo de desarrollo sólo será posible si responde a los sueños y expectativas de las comunidades y si se asume la responsabilidad colectiva de ajustar y hacer sacrificios sobre una base justa, equitativa y sostenible.” CGLU también recuerda que en este día se celebra el Día internacional del derecho a la ciudad, anotando que consideran dicho derecho “una piedra angular para la igualdad y para garantizar la igualdad de acceso a los servicios básicos para todas y todos. Los gobiernos locales y regionales tienen un papel fundamental que desempeñar en la construcción de sociedades inclusivas y plurales, y se esfuerzan por contribuir a un cambio de paradigma para aplicar el concepto de ciudadanía al de vecinos, más allá de las fronteras e independientemente del origen.”

 

 

 

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Medios para un fin: nacimiento y caída del proyecto arquitectónico de la ciudad https://arquine.com/medios-para-un-fin-nacimiento-y-cada-del-proyecto-arquitectonico-de-la-ciudad/ Wed, 31 Jul 2019 12:10:44 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/medios-para-un-fin-nacimiento-y-cada-del-proyecto-arquitectonico-de-la-ciudad/ Nos hemos familiarizado con el mantra de que, en la actualidad, más de la mitad de la población mundial habita en ciudades. Sin embargo, no ha habido gran esfuerzo dentro de la comunidad arquitectónica para entender las razones de ser políticas y sociales de la urbanización.

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En años recientes, la ciudad se ha vuelto un tema popular para la cultura arquitectónica. Nos hemos familiarizado con el mantra de que, en la actualidad, más de la mitad de la población mundial habita en ciudades. Sin embargo, más allá de la visualización de la urbanización explosiva, no ha habido gran esfuerzo dentro de la comunidad arquitectónica para entender las razones de ser políticas y sociales de la urbanización. Construyendo sobre el legado de los pioneros de la investigación urbana como Robert Venturi y Denise Scott-Brown en Aprendiendo de Las Vegas y Rem Koolhaas en Delirious New York, muchos arquitectos han mapeado condiciones urbanas extremas sin entender cómo éstas eran resultado de intenciones políticas específicas ocultas tras el espectáculo de la urbanización desregulada —es decir, impulsada por el mercado.(1) A diferencia de otras ideologías políticas, la del mercado siempre se ha argumentado no como una idea sino como un “hecho”, como una condición objetiva. Asumir el caos urbano como un dato ha sido un problema para muchos argumentos sobre la ciudad propuestos por arquitectos. Nuestra falta de habilidad para darle forma a la ciudad se ha presentado como un hecho histórico inevitable.

La aparente informalidad de la ciudad del siglo XX tardío y la lógica política del urbanismo del laissez-faire estaban lejos de no ser algo planeado; más bien, eran el resultado de una voluntad política específica. La falla al entender esto ha hecho que que los arquitectos se queden, confortablemente, dentro de los límites de su profesión.(2) Entre más celebran los arquitectos la condición urbana como algo que no puede gobernarse más sostienen la coartada perfecta para retirarse de su mandato profesional, pretendiendo que su trabajo consiste en responder pragmáticamente a las demandas de sus clientes. Robert Venturi resumió esta situación con agudo cinismo cuando dijo que “el poder siempre decreciente del arquitecto y su creciente ineficiencia al darle forma al ambiente entero, tal vez pueda revertirse, irónicamente, al estrechar sus intereses y concentrarse en su trabajo.”(3).

En la última década, un nuevo discurso dominante ha emergido contra dicha posición, esta vez centrado en el arquitecto como activista. En especial desde la recesión económica del 2007, cuando los obstáculos del neoliberalismo se volvieron evidentes, una nueva generación de arquitectos ha abogado por una práctica más comprometida socialmente. Ellos entienden su posición como emancipada de la tarea tradicional de la arquitectura(4) —diseñar edificios— y con la misión de atacar problemas urgentes que están más allá de la arquitectura. Identificada como del “arquitecto-activista”, esta posición se construye de acercamientos a veces radicalmente distintos que no pueden resumirse racionalmente en un solo movimiento.(5) Sin embargo, un argumento recurrente de este tipo de prácticas afirma la creciente ineficiencia de la arquitectura para ofrecer respuestas a problemas sociales y políticos. Tal afirmación inevitablemente implica una crítica no sólo al estatus del diseño contemporáneo sino también a lo que ha sido la cultura arquitectónica a lo largo de su desarrollo histórico.

Aunque simpatizo más con las ambiciones sociales del arquitecto activista que con la celebración acrtíca de la ciudad como mero conglomerado de complejidades y contradicciones, pienso que ambas posturas subestiman —con buena o mala fe— el poder de la arquitectura en su formato tradicional —como una disciplina encargada de diseñar edificios— para influir en la realidad de nuestra condición urbana. Mi argumento es que la arquitectura ha tenido un papel decisivo en la formación de ideas, conceptos y paradigmas mediante los cuales la ciudad se ha desarrollado, primero en Occidente y después en una escala global. Me enfoco especialmente en las teorías y las estrategias de la arquitectura más que en la arquitectura en tanto edificios. Este enfoque en la teoría arquitectónica bajo la forma de tratados sobre la arquitectura está motivado por el hecho de que es, precisamente al presentarse como teoría o como estrategia independientemente de su realización, como la arquitectura se ha convertido en algo más que una mera práctica: un proyecto. Un proyecto es una estrategia en cuya base algo debe producirse o presentarse. El proyecto, por tanto, se dirige a una situación futura potencial, pero al hacerlo busca organizar los medios disponibles hacia un fin posible.

Mientras en la antigüedad no había diferencia entre el concepto y el edificio, desde el siglo XV la concepción, el momento del diseño, se volvió independiente del edificio mismo. Si ejercer el proyecto quiere decir proponer algo que no existe aun, ese acto de anticipación ha tomado la forma de todos esos medios —planos, dibujos, imágenes, textos— que son necesarios para construir la visión de una realidad futura.(6) Sin embargo, es exactamente en tanto anticipación de la realidad por venir que el proyecto es también la realidad misma. El proyecto es el sine qua non de la producción arquitectónica: da forma y reproduce un conocimiento compartido y, por tanto, colectivo que es irreductible a lo que se ha realizado en forma de edificios y objetos de diseño.(7)

El proyecto siempre ha sido un marco ambivalente. Siempre ha sido un acto tanto de emancipación como de dominio sobre una situación social y política dada. Dentro del proyecto, el acto de emancipación y la voluntad de dominar no pueden separarse. Sobre todo, la arquitectura en tanto conocimiento es vista aquí como un recurso estratégico mediante el cual las fuerzas en juego en el desarrollo de la ciudad se hacen visibles. Es exactamente cuando estas fuerzas se pueden entender críticamente cuando el proyecto arquitectónico ya no es sólo un medio para un fin sino también la posibilidad para desentrañar los medios de sus supuestos fines buscando un proyecto alternativo para la ciudad.


Notas:

1. Véase Rem Koolhaas, Delirious New York: A Retroactive Manifiesto for Manhattan (1978, Rotterdam: 010 Publishers, 1994), hay traducción al español Delirio de Nueva York: un manifiesto retroactivo para Manhattan, Gustavo Gili, 2004, y Robert Venturi, Denise Scott-Brown y Steven Izenour, Learning from Las Vegas, The Forgotten Symbolism of Architectural Form (Cambridge, MIT Presss, 1972, traducción al español Aprendiendo de Las Vegas, el simbolismo olvidado de la forma arquitectónica, Gustavo Gili, 2013 (9ª). La lista de obras influenciadas por estos dos libros pioneros es innumerable. Tal vez será suficiente mencionar dos: Rem Koolhaas, Stefano Boeri, Samford Kwinter, Nadia Tazi y Hans-Ulrich Obrist, Mutations (Barcelona, Atar, 2000) y Ricky Burdett y Deyan Sudjik, The Endless City: The Urban Age Project by de london School of Economics and Deutsche Bank’s Alfred Herrasen Society (Londres, Phaidon, 2010).

2. La idea de que las ciudades ya no se “planean” es una de las más grandes ilusiones que han cultivado los arquitectos en los últimos cuarenta años. Es cierto que la posibilidad de planear ciudades como un “proyecto” legible declinó con el auge de las políticas neoliberales en los años 80. Sin embargo, más que desaparecer de un golpe, la planeación se ha transformado en un lubricante usado por el Estado con el fin ideológico de demostrar su propia inferioridad de cara al mercado. Véase Contradicions in Neoliberal Planning, Tuna Tasan-Kok y Guy Baeten, editores, Viena, Springer, 2008.

3. Robert Venturi, Complexity and Contradiction in Architecture, 1996, Nueva York, Museo de Arte MOderno, 1997, hay traducción al español: Complejidad y contradicción en arquitectura, Gustavo Gili, 2014 (12ª)

4. Un lema repetido obsesivamente en estos días en el discurso arquitectónico. Véase Luca Guido, “To Go Beyond or Not to Be’ Unsolicited Architecture: An Interview with Ole Bouman,” en Architectural Design 79, número 1, enero-febrero 2009, 82-85.

5. Para un compendio de prácticas activistas surgidas en los últimos años, véase Nihat Awan, Tatjana Schneider y Jeremy Till, Spatial Agency: Other Ways of Doing Architecture, Londres, Routledge, 2011, y Did Someone Say Participate?: An Atlas of Spatial Practices, Markus Miessen y Shumon Basar, editores, Cambridge, MIT Press, 2006.

6. Sobre la categoría del “proyecto” véase Massimo Cacciari, “Project” en The Unpolitical: On the Radical Critique of Political Reason, editado por Alessandro Carrera, Nueva York, Fordham University Press, 2009, 122-145. He dedicado otros dos ensayos al tema del proyecto; véase Pier Vittori Aureli, “Redefining the Autonomy of Architecture: The Architectural Project and the Production of Subjectivity, en Harvard Design Magazine 35 (2012), 106-114 y “The Common and the Production of Architecture: Early Hypotheses”, en Common Ground, David Chipperfield, Kieran Long y Shumi Bose, editores, Venecia, Marsilio, 2012, 106-111.

7. “Proyecto” viene del latín projectum, que aproximadamente quiere decir “algo lanzado hacia adelante”; “producción” viene del latín producere, que quiere decir “sacar adelante”. Ambas palabras son similares a proficere, que quiere decir “ofrecer” o “sacar”.

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Circulación y urbanización https://arquine.com/circulacion-y-urbanizacion/ Mon, 11 Feb 2019 14:00:00 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/circulacion-y-urbanizacion/ Este libro nos ayuda a pensar, partiendo de los postulados de Cerdà, “la colusión entre lo técnico y lo gubernamental” como “el más legible registro del orden espacial que corresponde a la forma política emergente del liberalismo en el siglo XIX.”

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En 1628 William Harvey publicó su Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus. Según el historiador Thomas Wright, su teoría de la circulación de la sangre influyó por igual en economistas, poetas que en pensadores políticos. La dedicatoria misma del Motu Cordis al rey Carlos I de Inglaterra tiene implicaciones que van más allá de la metáfora:

«Ilustre príncipe: el corazón de los animales es el fundamento de su vida, el soberano de todo en ellos, el sol de su microcosmos, aquello de lo que todo crecimiento depende, de lo que todo poder procede. El Rey, de la misma manera, es el fundamento de su reino, el sol del mundo que lo rodea, el corazón de la república, la fuente de la que fluye todo poder, toda gracia.»

Así, según Harvey, el soberano no es la cabeza de su reino sino su corazón: lo que mantiene al estado vivo y en crecimiento es aquello que permite la circulación de aquello que lo alimenta. “El conocimiento de su corazón, por tanto —agrega Harvey en la dedicatoria, no sin doble sentido—, no será inútil al Príncipe, sirviéndole de ejemplo divino de sus funciones.”

En 1867 —el mismo año en el que Marx publicó el primer volumen de El Capital—, Ildefonso Cerdà, ingeniero de caminos, canales y puertos y autor del plan para el ensanche de Barcelona, publicó los dos primeros tomos de su Teoría general de la urbanización. En el aviso al lector que abre su libro, Cerdà escribe:

«Nacido en el primer tercio de este siglo, en un tiempo en que la sociedad española se manifestaba todavía bastante apegada a sus antiguos hábitos de quietismo, recuerdo la profunda impresión que en mí causó la aplicación del vapor a la industria que siendo yo todavía muy joven, vi, por vez primera, verificada en Barcelona.»

Cerdà habla luego de sus viajes en barco de vapor, confesando su sorpresa al ver que “el motor, el mecanismo, los objetos y el medio, todo se movía a la vez, dando por resultado final un sistema completo de movimiento y de locomoción.” Un viaje en locomotora de vapor por el sur de Francia en 1844, se suma a aquella experiencia anterior y entonces, “comparando tiempos con tiempos, costumbres con costumbres y elementos con elementos”, dice haber comprendido “que la aplicación del vapor como fuerza motriz señalaba para la humanidad el término de una época y el principio de otra.” Esa época que iniciaba entonces, dice, acabaría “por traernos una civilización nueva, vigorosa y fecunda, que vendrá a transformar radicalmente la manera de ser y de funcionar de la humanidad, así en el orden industrial, como en el económico, tanto en el político, como en el social, y que acabará por enseñorarse del orbe entero.”

En su libro recién publicado, Circulation and urbanization, Ross Exo Adams parte del pensamiento de Cerdà para estudiar esa transformación cuyas raíces preceden por varios siglos al ingeniero de puentes, caminos y puertos —de ahí viene la referencia a Harvey— y cuyos efectos rebasan los límites de cualquier ciudad —y de ahí la frase que aparece en el frontispicio del libro de Cerdà y con la que Adams inicia también su libro: Ruralizad lo urbano: urbanizad lo rural: Replete terram. En la misma introducción, Adams escribe:

«Cerdà buscó persuadir a a sus colegas de que había descubierto no un nuevo tipo de ciudad, sino un sistema para la co-organización de la vida y la infraestructura que no necesitaría de la ciudad en absoluto. En su lugar una trama sin bordes ni centros de circulación fluida y domesticidad administrada se extendería a lo largo de toda la Tierra acomodando una distribución calculada de población y de servicios.»

Los mismos neologismos que Cerdà usó en su libro y que hoy nos parecen de uso común —urbe y urbanización— explican esa ruptura de una tradición y la gestación de otra. “Con mucho mayor motivo que cualesquiera otros autores —escribió Cerdà—, me veo precisado a seguir esa racional costumbre, yo que voy a conducir al lector al estudio de una materia completamente nueva, intacta, virgen, en que, para ser todo nuevo, han debido serlo hasta las palabras que he tenido que buscar e inventar.” Para dar nombre al “mare-magnum de personas, de cosas, de intereses de todo género, de mil elementos diversos,” que aunque funcionen de modo independiente “se nota que están en relaciones constantes unos con otros,” no sirven palabras como ciudad, población, villa o aldea, y por tanto acude al latín urbs, “síncope de urbum o arado, que era el instrumento con que marcaban los romanos el recinto que había de ocupar una población, cuando iban a fundarla, lo cual prueba que urbs, denota y expresa todo cuanto pudiese comprenderse dentro del espacio circunscrito por el surco perimetral que abrían con el auxilio de bueyes sagrados.” La abertura del surco, continúa, urbanizaba el recinto y todo cuanto en él se contuviese.”

Adams hace de esa afirmación la hipótesis central de su estudio: “que lo urbano fue, de hecho, ‘inventado’” como “uno de los muchos proyectos y productos anónimos de la modernidad.” Al centro del trabajo de Adams hay, explica, “una investigación histórica de las relaciones entre circulación y poder.”

Adams expone que circulación y urbanización se implican en la teoría de Cerdà en un espacio que “gana resolución no tanto como una entidad formal sino, más bien, como un proceso espacial continuo y expansivo, gobernado por una nueva totalidad legal-administrativa.” El principal proceso que empuja a la urbanización, explica, es la circulación ilimitada y la comunicación universal. Algo que Cerdà califica con otro neologismo: vialidad. En su Teoría, Cerdà escribe que, al entrar a la ciudad, “las vías no siguen sin interrupción, como las rurales, sino que a cada momento las vemos interrumpidas e interceptadas en diversas figuras y direcciones.” Así, la ciudad tradicional no es sino un obstáculo a la circulación ininterrumpida, al flujo continuo de mercancías y personas que atraviesan el espacio rural. Un obstáculo que habrá que superar siguiendo la proclama inicial de su libro: ruralizar lo urbano y urbanizar lo rural. Eso implica, aclara Adams, “abandonar la categoría de ciudad y crear una nueva forma de existencia basada en un sistema organziado de cohabitación humana y de circulación.” La traza ochavada de la retícula del ensanche en Barcelona es un derivado lógico de esta manera de entender la ciudad:

«El diseño formal de la retícula era una inversión mínima en una “forma” que pudiera absorber todas las demás en su fría racionalidad. La retícula sería excedida por el proceso natural que su singularidad formal cultiva. Y, al ser expansible, la retícula era una forma que se disolvía en sí misma.»

Entre calle y calle, las intervías o manzanas, son el espacio destinado a la gestión y desarrollo de la vida privada y doméstica. Entre vialidades e intervías el espacio que antes pudimos haber entendido como político también desaparece para facilitar la administración del libre flujo de la circulación: “la vialidad experimentada dentro de la red de caminos, con sus líneas individualizadas de tráfico, los “nodos” especialmente diseñados y la remoción general de todo el conflicto resulta de hecho un producto de la propiedad privada,” dice Adams, no un efecto ni de la política y ni de lo público.

Del análisis de las ideas propuestas por Cerdà, Adams pasa a una arqueología de la circulación que nos lleva de la concepción del movimiento circular en la cosmovisión griega a las ideas sobre la tierra y el territorio de Carl Schmitt, pasando por Harvey y la circulación de la sangre, Copérnico y las órbitas planetarias, las ideas políticas de Giovanni Botero y Thomas Hobbes, la era de la circunnavegación y el comercio de alta mar y el pensamiento de los fisiócratas franceses y de los seguidores de Saint-Simon, entre otros. En esa historia, la ciudad pasa de ser una entidad definida y autónoma, cerrada en sí misma —literal y conceptualmente— a ser un nodo más en una red que teje el territorio del Estado y más: del mundo. 

A Portraiture of the City of Philadelphia in the Province of Pennsylvania, Thomas Holme

Plan de tráfico propuesto, patrón de movimiento, Louis Kahn.

 

Adams cierra su libro volviendo a Cerdà y a su “abandono del concepto de ciudad en favor del de urbe [como] un correlato técnico-espacial del dispositivo gubernamental diseñado para modular su expansión infinita.” Uno de los modelos que Cerdà estudió con más detenimiento para esto fue el de la ciudades coloniales, pero no particularmente las ciudades fundadas por los conquistadores españoles, sino el de la ciudad de Filadelfia, a partir del plan elaborado por William Penn y Thomas Holme en 1682 —54 años después de la publicación del tratado de Harvey. Al comparar el retrato “A Portraiture of the City of Philadelphia in the Province of Pennsylvania”— de Holme con el plan de tráfico propuesto, patrón de movimiento, dibujado por Louis Kahn en 1952, queda clara la elección de Cerdà y, como apunta Adams, las relaciones entre colonización, urbanización y circulación.

Cuando ya se ha vuelto un lugar común —y, por lo mismo, profundamente impensado— hablar del triunfo o la transformación de la ciudad, así como de sus crisis, el libro de Adams nos ayuda a pensar, partiendo de los postulados de Cerdà, “la colusión entre lo técnico y lo gubernamental” como “el más legible registro del orden espacial que corresponde a la forma política emergente del liberalismo en el siglo XIX” y a cuestionar por qué “aceptamos hoy tan fácilmente el ‘hecho’ de la ‘era urbana’ como nuestro destino colectivo, sin alcanzar a entender la auténtica profundidad de dicha proposición.”


Ross Exo Adams, Circulation and Urbanization, SAGE, Los Angeles, 2019.

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¿Hablan las ciudades? https://arquine.com/hablan-las-ciudades/ Wed, 30 Jan 2019 16:36:05 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/hablan-las-ciudades/ Si la ciudad tiene un discurso, ¿cómo puede verse o sonar? ¿Qué lenguaje habla? ¿Cómo se nos vuelve legible a quienes hablamos otro lenguaje y cuya voz es una cacofonía?

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El discurso es un elemento fundacional en las teorías sobre la democracia y lo político. Como concepto ha expandido y contraído, al mismo tiempo, su significado. Pero, hasta donde puedo decir, y hasta donde otros me han dicho, aún no se ha expandido suficiente para incluir el concepto de que la ciudad podría tener un discurso. Argumentar, como lo hago en este ensayo, que las ciudades tienen un discurso, sin importar que sea distinto al de los ciudadanos y de las corporaciones, es de muchas maneras una cuestión transversal tanto para la ley como para el urbanismo. No está presente en ninguno de esos cuerpos de estudio, y eso especialmente en tanto no confino la noción de discurso a la de gobierno urbano, ni construyo el contenido del discurso de la ciudad en los términos que nos indica la ley. Por lo tanto, esta investigación requiere expandir el terreno analítico para examinar el concepto de cada uno: el discurso y la ciudad.

Las ciudades son sistemas complejos, pero siempre son sistemas incompletos. En esa condición reposa la posibilidad de hacer —hacer lo urbano, lo político, lo cívico. La ciudad no es la única con esas características, pero son una parte necesaria del ADN de lo urbano —lo que corresponde a las ciudades. Cada ciudad es distinta y también lo es cada disciplina que la estudia. Sin embargo, si se trata de un estudio de lo urbano, deber. lidiar con esos rasgos distintivos: lo incompleto, la complejidad y la posibilidad de hacer. Esos rasgos toman formatos urbanos que pueden variar enormemente a lo largo del tiempo y el espacio.

Dada tal diversidad, la investigación urbana no necesita reconocer las versiones destiladas, abstractas, de estos tres conceptos centrales —complejidad, lo incompleto y el hacer. Más bien, los investigadores e intérpretes de lo urbano usan o invocan los conceptos de sus disciplinas o de su imaginación y los rasgos concretos de las ciudades que observan. Pero esos tres rasgos abstractos están presentes si se trata realmente de lo urbano y no simplemente de un terreno densamente construido de un tipo específico —interminables hileras de casas, de oficinas o de fábricas. Por tanto, una vasta franja de casas suburbanas no son una ciudad, sino terreno construido, del mismo modo que lo son los lotes de oficinas. Si queremos que el concepto de ciudad funcione analíticamente, debemos discriminar conceptualmente. Aquí uso estos rasgos de las ciudades para involucrarme en una investigación experimental. Argumentaré que hay acontecimientos y condiciones que nos dicen algo sobre la capacidad de las ciudades para responder sistámicamente —para respondernos.

Permítanme ofrecer un esbozo inicial de lo que quiero decir con un ejemplo simple: un auto, construido para correr a altas velocidades, deja la carretera y entra a la ciudad. Llega a una zona con tráfico, compuesta no sólo de autos sino de gente que desborda por todas partes. De pronto, el auto está paralizado. Construido para la velocidad, su movilidad se ha detenido. La ciudad habló. La primera aproximación es pensar tal discurso como una capacidad urbana. El término capacidad ya está bien establecido. Pero calificarlo como capacidad urbana es poco usual. Lo introduzco para atrapar la mezcla elusiva de espacio, gente y actividades particulares, en especial el comercio y lo cívico. Este término captura los aspectos sociales y físicos de la ciudad. Entendida así, la noción de capacidad urbana funciona como una frontera analítica —ni simplemente espacio urbano ni simplemente gente. Es su combinación bajo condiciones específicas, en escenarios consistentes, confrontando potenciales y asaltos particulares que pueden generar discursos.

Esas capacidades urbanas se hacen visibles en una variedad de situaciones y formas. En ese hacerse visibles se convierten en una forma de discurso. Es imposible hacerle justicia a todos los aspectos de ese proceso en un ensayo tan corto, así que me limitaré a los bloques básicos de la construcción del argumento. Primero, la ciudad como un sistema complejo e incompleto que permite actuar y que le ha dado a las urbes su larga vida; la combinación de esos dos aspectos ha permitido que éstas sobrevivan a sistemas que son más poderosos, pero también más formales y cerrados —Estados nacionales, reinos, firmas financieras. El otro es la mezcla de diversas capacidades urbanas que pueden concebirse como actos del discurso y que señalan a su vez la noción más amplia de que las ciudades tienen un discurso, aunque sea informal y no suela reconocérsele como tal.

La racionalidad sustancial que subyace a esta investigación sobre la ciudad y el discurso reposa en dos cuestiones. Primero el hecho de que la ciudad es aún un espacio clave para las prácticas materiales de la libertad, incluyendo las anárquicas y contradictorias, y un espacio donde quienes no tienen poder pueden crear discurso, presencia, una política. El otro es que estos aspectos de la ciudad están amenazados por una variedad de procesos agudos que desorganizan a las ciudades, sin importar lo densas y urbanas que parezcan; estas amenazas incluyen extremas formas de desigualdad y privatización, nuevos tipos de violencia urbana, guerra asimétrica y sistemas masivos de vigilancia. Pero para ver esto tambén hay que tomarse tiempo para escuchar y, tal vez, entender el discurso de la ciudad, y quizá hayamos olvidado cómo escuchar, por no decir cómo entender. A continuación exploro algunos actos que reflejan el habla de la ciudad.

 

Tácticas analáticas

Al hacer este tipo de meditación experimental, me veo a mí misma con la necesidad de involucrarme en lo que me parece que son tácticas analíticas. El método limita demasiado. Una de esas tácticas es operar a la sombra de explicaciones poderosas. Éstas deben tomarse con seriedad, pero son peligrosas. Mi primer paso es preguntar qué oscurece con precisión ese tipo de explicación, a causa de la poderosa luz que arroja sobre algunos aspectos del tema. Al explorar la noción de que las ciudades hablan, no puedo quedarme en las poderosas explicaciones que nos dicen qué es la ciudad. El discurso de la ciudad ocurre en una zona medianera: no es la ciudad simplemente como orden social o material. Es una capacidad urbana elusiva, que no es por completo material ni totalmente visible. Una segunda táctica analítica, que en parte deriva de la primera, es la necesidad de desestabilizar de manera activa los significados establecidos. Al hacer eso nos permitimos ver o entender lo que no está contenido en las narrativas centrales que explican una época o que organizan un campo académico, y necesitamos hacerlo especialmente en una época de rápidas transformaciones. Por tanto, la noción misma de que la ciudad habla implica desestabilizar la noción de que la ciudad es una condición evidente marcada por la densidad, la materialidad, las multitudes y sus múltiples interacciones. La facticidad abrumadora de la ciudad necesita desestabilizarse. Me interesa recuperar la posibilidad de que un despliegue interactivo de gente, empresas, infraestructuras, edificios, proyectos, imaginarios y más, sobre un terreno confinado, produzca algo parecido al discurso: resistencia, potenciales mejorados, en resumen, que la ciudad nos responde.

 

Complejidad y lo incompleto: la posibilidad de actuar

Las ciudades son uno de los sitios claves donde las normas y las identidades se construyen. Han sido ese tipo de sitios en varias épocas y en varios lugares, bajo muy diversas condiciones. Así, incluso si las ciudades han sido desde siempre hogar para el racismo, para odio religioso o expulsión de pobres, han demostrado a lo largo de la historia una capacidad para clasificar los conflictos mediante el comercio y la actividad cívica. Esto contrasta con la historia del Estado nacional moderno, que ha tendido a militarizar los conflictos. Las condiciones que permiten a las ciudades construir normas e identidades, y transformar conflictos en una civilidad fortalecida varían a lo largo del tiempo y el espacio. El cambio de época, en nuestro deslizamiento a lo global, suele ser fuente de nuevos tipos de capacidades urbanas. Hoy, dada la globalización y la digitalización —y todos los elementos específicos que la permiten— muchas de estas condiciones han vuelto a cambiar. La globalización y la digitalización producen dislocaciones y desestabilizan los órdenes institucionales existentes, que van más allá de las ciudades. Pero la desproporcionada concertación y agudeza de estas nuevas dinámicas en las ciudades, en especial en las globales, fuerza la necesidad de confeccionar nuevos tipos de respuestas y de innovar, especialmente de parte tanto de los más poderosos como de los menos aventajados, aunque sea por razones muy diferentes. Algunas de esas normas e identidades justifican el poder extremo y la desigualdad. Algunas reflejan innovación bajo presión: como lo muestra mucho de lo que pasa en los barrios de inmi‑ grantes o en las barriadas de las megaciudades. Mientras las transformaciones estratégicas tienen formas bien perfiladas y se concentran en las ciudades globales, algunas también se llevan a cabo —además de difundirse— en ciudades que no son centros de poder ni desigualdad extremas.

Las ciudades no son siempre los sitios clave para la construcción de nuevas normas y de identidades o de innovaciones institucionales. Por ejemplo, en Europa y en buena parte del hemisferio occidental, desde 1930 y hasta los años setenta, la fábrica y el gobierno fueron sitios estratégicos para la innovación mediante el contrato social y con la creación de una clase trabajadora y media fuertes, basadas en la producción y el consumo en masa. Mi propia lectura de la ciudad fordista corresponde de muchas maneras a la noción de Max Weber de que la ciudad moderna no es un espacio de innovación, a diferencia de las ciudades medievales  en Europa. La escala estratégica bajo el fordismo es nacional; en ella, las ciudades pierden su significado. Pero me separo de Weber en que, históricamente, la gran fábrica fordista y las minas fueron sitios de innovación: la construcción de una clase trabajadora moderna y del proyecto sindicalista. En resumen, no es siempre la ciudad el sitio para construir normas e identidades.

En nuestra era global, las ciudades resurgen como sitios estratégicos para el intercambio cultural e institucional. Las condiciones que hoy hacen de algunas ciudades sitios estratégicos son básicamente dos, y ambas atrapan transformaciones mayores que desestabilizan sistemas más viejos para organizar el territorio y la política. Una de ellas es el cambio de escala de los territorios estratégicos que articulan al nuevo sistema político‑económico y, por tanto, al menos algunos aspectos del poder. La otra es el debilitamiento de lo nacional como contenedor de procesos sociales debido a la variedad de dinámicas que abarcan la globalización y la digitalización. Las consecuencias para las ciudades de estas dos condiciones son muchas; lo que importa aquí es que éstas emergen como sitios estratégicos para grandes procesos económicos y para nuevos tipos de actores políticos, incluyendo procesos y actores no urbanos. Una distinción importante para mi examen se presenta entre espacios ritualizados que reconocemos como tales y espacios que, o bien no se han ritualizado o no podemos reconocer como tales. Mucho de lo que experimentamos como urbanidad en las tradiciones occidentales europeas es un conjunto de prácticas y condiciones que se han refinado y ritualizado a lo largo del tiempo y a través del espacio. Por tanto, en nuestra tradición europea, en parte imaginada, el paseo no es cualquier caminata y la piazza no es cualquier plaza. Ambos tienen genealogías de significado y rituales, ambos contribuyen a construir un dominio público mediante la ritualización. A través del tiempo, y también del espacio, la historia nos ofrece vistazos de muy distintos tipos de espacio, uno menos ritualizado y con menos códigos inscritos —si es que alguno los tiene. Es un espacio para hacer, a cargo de quienes no tienen acceso a los instrumentos establecidos.

He trabajado en la recuperación conceptual de ese tipo de espacio y lo he llamado la «calle global». Es un espacio con menos o ninguna práctica ritualizada o códigos que la sociedad más amplia pueda reconocer. Es rudo, y con facilidad se le considera «incivilizado». La ciudad, y en especial la calle, es un espacio donde quienes no tienen poder pueden hacer la historia, de maneras imposibles en áreas rurales. Eso no significa que es el único espacio, y ciertamente crítico. Al hacerse visibles, presentes unos ante otros, pueden alterar su característica falta de poder. Esto permite distinguir entre distintos tipos de carencia de poder. Ésta no es simplemente un estado absoluto que puede aplanarse con el término de ausencia de poder. En ciertas condiciones, la falta de poder puede resultar compleja, y lo que quiero decir con esto es que contiene la posibilidad de construir lo político, lo cívico y la historia. Esto nos enfrenta al hecho de que hay una diferencia entre la falta de poder y la invisibilidad/impotencia.

Muchos movimientos de protesta que hemos visto en el Medio Oriente y en el norte de África, en Europa, en los Estados Unidos y en otros lugares son de ese tipo: quienes protestan puede que no hayan ganado poder, aún carecen de poder, pero están haciendo historia y política. Esto me lleva a una segunda distinción, que contiene una crítica de la noción común de que si algo bueno les sucede a quienes les falta poder, ello marca su empoderamiento. Reconocer que la falta de poder puede convertirse en algo complejo abre un espacio conceptual para la propuesta de que quienes carecen de poder pueden hacer historia, incluso si no se empoderan y, por tanto, su trabajo tiene consecuencias incluso si no se hace visible con rapidez, y pueda tardar, de hecho, generaciones en hacerlo. En otro lugar he interpretado varias historiografías como indicadores de que el marco temporal de las historias construidas por quienes carecen de poder tiende a ser mucho más largo que el de las historias construidas por aquellos que lo detentan.

 

Capacidades urbanas: preceden al discurso y lo hacen legible

Si la ciudad tiene un discurso, ¿cómo puede verse o sonar? ¿Qué lenguaje habla? ¿Cómo se nos vuelve legible a quienes hablamos otro lenguaje y cuya voz es una cacofonía?

Un primer, pequeño paso, es plantear que el discurso de la ciudad es su capacidad de alterar, de dar forma, de provocar, de invitar, todos en pos de la lógica que busca mejorar o proteger la complejidad y lo incompleto de la ciudad. Permítanme elaborar sobre esto de un modo un tanto exagerado, por el bien de la claridad, y argumentar que enfocarnos sólo en la facticidad de la ciudad no es suficiente para entender la cuestión de si ésta tiene un habla.

La cuestión del habla de la ciudad no puede reducirse a la facticidad incluso si requiere que se la reconozca y que se abran los ojos con una mirada. Es decir, hemos aplanado la facticidad de la ciudad, cuando debiéramos haber hecho visibles sus diferenciaciones para poder trabajar de manera analítica. Esa manera de aplanar no nos ayuda a ver cómo la facticidad interactúa con las acciones de la gente o que hay una construcción ahí, una construcción colectiva entre el espacio urbano y la gente. Por ejemplo, la hora pico en la ciudad es un proceso en el que chocamos unos con otros, se arranca un botón aquí y allá, nos paramos en el pie de otro. Pero sabemos que ninguna de esas acciones es personal en el centro de la ciudad a hora pico, a diferencia de un barrio donde esto se consideraría como provocaciones.

Lo que hace que eso sea posible es el código tácito inscrito en ese tipo de espacio/tiempo —no un lugar per se, sino el espacio que se constituye por la gente en el centro de la ciudad a hora pico. Necesitamos nombrar esa capacidad que resulta un producto colectivo que emerge de la intersección de tiempo/espacio/gente/prácticas rutinarias. Pienso en eso como una capacidad urbana —el carácter central de la urbe se produce mediante ambientes construidos, las prácticas rutinarias de la gente y un código inscrito y compartido. Permite una serie de interacciones complejas y de secuencias y, al hacerlo, moviliza un significado específico.

No sólo el resultado del trabajo mismo de hacer lo público y hacer lo político en un espacio urbano es lo que constituye lo característico de la ciudad. En las ciudades podemos ver la producción de nuevos sujetos e identidades que no serían posibles, por ejemplo, en zonas rurales o en un país entero. Hay cierto tipo de hechura‑pública en obra que puede perturbar las narrativas establecidas y, por tanto, hacer legible lo local y lo silenciado incluso en órdenes visuales que buscan purificar el espacio urbano. Un ejemplo es la temprana gentrificación sofisticada en Manhattan —un orden visual completamente nuevo que no podría, por un momento, hacer invisibles a los desamparados que produjo. Un segundo ejemplo es el vendedor callejero inmigrante en Wall Street que alimenta al ejecutivo financiero de alto nivel que va de prisa, alterando el paisaje visual corporativo con el fuerte olor de las salchichas fritas. Veo estos ejemplos en una ciudad que nos responde, alterando el resultado buscado con órdenes visuales elegantes.

En el otro extremo, la sociabilidad de una ciudad puede hacer salir y subrayar la urbanidad de un sujeto, y situar y diluir significantes más locales o más esenciales; la necesidad de nuevas solidaridades cuando las ciudades se confrontan con grandes riesgos hacen que esto salga a flote. En mi investigación, encuentro que los componentes clave de lo que caracteriza a la ciudades han sido confeccionados por el difícil trabajo de ir más allá de los conflictos y del racismo que pueden marcar una época. De este tipo de dialéctica surge la urbanidad abierta que históricamente hizo de las ciudades europeas espacios para una ciudadanía expandida. De manera más general, los movimientos que comprometen a grupos dispares con una variedad de reclamos pueden unirse sin importar cuán diversas sean sus políticas. La interdependencia real vivida a diario en la ciudad hace posible tal unión —si el agua, la electricidad o el transporte falla en una ciudad, afecta a todos independientemente de sus diferencias sociales o políticas. Tal unión sería poco probable e innecesaria en el espacio político nacional dada la menor interdependencia mutua y, en general, en un espacio más abstracto. Esos ordenamientos parciales que vemos en las ciudades pueden agregarse al ADN del civismo en la ciudad: alimentan la construcción del sujeto urbano, más que la de un sujeto basado en lo religioso, lo étnico o la clase. Ésos son algunos de los factores que hacen de las ciudades un espacio de gran complejidad y diversidad.

Las grandes ciudades en la intersección de vastas migraciones y expulsiones fueron y son espacios con la capacidad de acomodar enorme diversidad de grupos. Ese acomodo suele ser el resultado de desarrollar más profundamente la ciudadía —sea eso o segregaciones espaciales que desurbanizan una ciudad. Hay que notar que, cuando tienen éxito, tales ciudades permiten un tipo de coexistencia pacífica por largos periodos. La coexistencia no significa respeto mutuo y equidad: mi preocupación es con aspectos construidos y las restricciones de las ciudades que producen esa capacidad para la interdependencia, incluso si hay diferencias mayores en religión, política, clase o más. Pienso en las capacidades urbanas más relacionadas con las capacidades infraestructurales o subterráneas, cuyos resultados se conforman en parte por la necesidad de mantener un sistema complejo marcado por enormes diversidades y lo incompleto. Eso le da su habla a las ciudades. Tal vez los casos más familiares y claros son periodos de coexistencia pacífica en ciudades con definidas diferencias religiosas; eso hace visible que el conflicto no es necesariamente inherente a tales diferencias.

No son sólo los casos famosos de Augsburgo o la España morisca, con su muy admirada coexistencia de muy diversas religiones, prosperidad colectiva y liderazgos ilustrados. También es el caso del viejo bazar de Jerusalén como espacio de coexistencia comercial y religiosa a lo largo de los siglos. Baghdad prosperó como ciudad poli‑rreligiosa bajo el califato abasí, alrededor del año 800, e incluso bajo el extremadamente brutal liderazgo de Saddam Hussein era una ciudad donde las minorías religiosas, como las comunidades cris‑ tianas y judías, generalmente antiguas de varios siglos, vivían en relativa paz. Pero la historia nos enseña que esa capacidad puede destruirse y se ha destruido comúnmente. La destrucción ha inevitablemente conllevado una desurbanización y la formación de guetos en el espacio urbano. Por tanto, en marcado contraste con periodos anteriores, Baghdad es hoy una ciudad donde la purificación étnica y la intolerancia son el «régimen» de facto, catapultado por la desastrosa e injustificada invasión de los Estados Unidos. Éstos y otros muchos casos históricos muestran que un evento particularmente exógeno, de hecho desurbanizador, puede repentinamente posicionar de nuevo diferencias religiosas o étnicas como agentes de conflicto. Los mismos individuos pueden experimentar y representar ese cambio. La lógica sistémica del Bagdad de Hussein era la indiferencia hacia minorías como los cristianos los judíos, no una cuestión de tolerancia por parte de los residentes o de un liderazgo ilustrado.

Mi argumento es que la indiferencia sistémica puede en muchos casos funcionar como un tipo de capacidad urbana subterránea en obra: una civilidad que no depende de la tolerancia de los ciudadanos o de líderes ilustrados, sino que es resultado de interdependencias e interacciones en la vida física y económica de la ciudad. Al contrario, su quiebra se hace visible como un colapso, en conflictos letales y limpiezas étnicas que desorganizan la ciu‑ dad y violentan la capacidad urbana.

Versiones de capacidades urbanas se pueden encontrar en una serie de casos, algunos más elusivos que otros. Uno de estos concierne a la cuestión de la repetición, una característica básica del entorno construido en las ciudades y, en general, de nuestros mundos económico y técnico. Con todo, en la ciudad la repetición se convierte en la construcción activa de la multiplicación y la iteración. Más aún, los escenarios urbanos de hecho perturban el significado de la repetición. Hay mucha repetición en cualquier ciudad, pero siempre se le toma por lo específico, las condiciones a lo largo de diferentes espacios urbanos. Un autobús, una cabina telefónica, un edificio de apartamentos o de oficinas, incluso si se repiten estandarizados a lo largo de la ciudad, tendrán distintos significados y utilidades a lo largo de los diversos tipos de espacios de la urbe. Ello hace visible cómo la diversidad de los ambientes urbanos remarca incluso los objetos más estandarizados y los hace parte de ese barrio, ese espacio público, ese centro de la ciudad.

En un nivel más complejo, los barrios de la misma ciudad pueden tener distintas auras, sonidos, olores, coreografías del modo en cómo la gente se mueve en ellos, así como quién es bienvenido y quién no. En breve, la repetición en la ciudad puede ser muy distinta de la repetición mecánica en una línea de montaje o de la reproducción de un gráfico. Quiero ir un paso más allá y plantear que en cada instancia vemos una capacidad que me gustaría entender como discurso. Una forma del discurso más confusa es la construcción de la presencia. En mi propia obra he desarrollado las nociones de «hacerse presente» para rescatar un actor, un evento del silencio de la ausencia, de la invisibilidad, el desalojo virtual/representativo de la pertenencia a la ciudad.

Me interesa en especial entender cómo se hacen presentes tanto a sí mismos, como a otros similares a ellos y a quienes son diferentes, los grupos y los «proyectos» en riesgo de invisibilidad debido a los prejuicios sociales y a los miedos. Lo que quiero entender es una característica muy especial. Es la posibilidad de construir una presencia donde hay silencio y ausencia. Una variante de ese hacerse presente es el terrain vague, un espacio subutilizado o abandonado que yace olvidado entre estructuras masivas y proyectos en construcción. No es único a nuestra época —bajo otros arreglos, y con particularidades distintas, también existió en el pasado. Pienso que ese espacio intermedio y elusivo es esencial para la experiencia de la vida urbana, y que le proporciona legibilidad a las transiciones, así como la incomodidad de configuraciones espaciales específicas. Podemos encontrar el terrain vague aun en la más densa de las ciudades. Con su marca visual como espacio subutilizado, normalmente está cargado con memorias de otros órdenes visuales, con presencias del pasado, perturbando su significado actual como espacio sin uso. Está cargado precisamente porque no se utiliza. En tanto memorias, esos espacios se vuelven parte de la «interioridad» de la ciudad, de su presente, pero es la hechura de una interioridad lo que está fuera de la lógica dominante y de sus demarcaciones espaciales guiadas por el beneficio económico. Son los suelos vacíos los que permiten a los residentes que se sientan rebasados por su ciudad, conectarse con ella mediante la memoria en una época de cambios rápidos, un espacio vacío pue‑ de llenarse de recuerdos. Y es ahí donde los activistas y los artistas encuentran el espacio para sus proyectos. Eso es una construcción de la presencia que es un acto del discurso.

 

Fuerzas desurbanizadoras

Dada su complejidad e incompletud, históricamente las ciudades han demostrado tener una capacidad para sobrevivir los levantamientos, en parte mediante la respuesta que da y en parte limitando las tendencias desurbanizadoras. Pero nunca triunfan por completo. El poder, sea en forma de las élites, las políticas gubernamentales o la innovación en el entorno construido, puede borrar el habla de la ciudad. Lo vemos en el desarrollo de mega‑construcciones, autopistas que atraviesan la ciudad, la extrema gentrificación, para gente de altos ingresos, que privatiza el espacio urbano, la proliferación de vastas concentraciones de edificios residenciales en altura de baja calidad y sin centros comerciales o lugares de trabajo, entre otros. Todas esas son parte de las corrien‑ tes desurbanizadoras actuales.

En nuestro tiempo los significados estables se vuelven inestables. La ciudad grande y compleja, con su diversidad, es una nueva zona fronteriza. Ello es especialmente cierto en la ciudad global, definida por su formación parcial dentro de una red de otras ciudades, más allá de sus límites. Los actores de diferentes mundos se encuentran ahí, pero sin reglas claras de compromiso. Donde estaba la frontera histórica en los extremos de los imperios coloniales, hoy se encuentran grandes complejos de ciudades. Por ejemplo, mucho del trabajo de las firmas locales para impulsar la desregulación, privatización y nuevas políticas fiscales y monetarias, toma forma y se concreta en ciudades globales. Es el modo en que las firmas globales construyen el equivalente al viejo fuerte militar de la frontera histórica: su red de fuertes es el entorno regulador que necesitan una ciudad tras otra, a lo largo y ancho del mundo, para asegurar el espacio global de sus operaciones. Es una arremetida formidable contra la ciudad y sus capacidades para asegurar la ciudadía.

En mi investigación sobre la época actual, he examinado especialmente tres tipos de desarrollos que pueden desorganizar la ciudad. Uno es el crecimiento intenso de desigualdades de distinto tipo que puede generar expulsiones radicales —de hogares y barrios o de estilos de vida de las clases medias—. Estas tendencias tienen forma particularmente aguda y visible en las ciudades, con sus espacios de lujo y de pobreza expandidos. El segundo es la construcción de nuevas ciudades enteras, incluyendo ciudades inteligentes que suelen construirse como negocio para obtener ganancias; hay más de seiscientas nuevas ciudades en construcción o en planeación. Una preocupación particular es el uso extremo de sistemas inteligentes cerrados para controlar edificios enteros. Dada la acelerada obsolescencia de la tecnología, ello podría acortar la vida de una amplia zona de esas nuevas ciudades. Un reto, a mi parecer, es la necesidad de urbanizar esas tecno‑ logías para que puedan contribuir a la urbanidad de esas áreas. El tercer proyecto concierne a los sistemas de vigilancia a gran escala que en la actualidad están en desarrollo en países como los Estados Unidos, Alemania o el Reino Unido. Más adelante atiendo este aspecto con más detalle.

En julio de 2010 el Washington Post publicó los hallazgos de una investigación de dos años, «Top Secret America», en tres partes. En la configuración de esa «América ultrasecreta» participan 1,271 organizaciones gubernamentales y 1,931 compañías privadas, que en conjunto emplean un estimado de 854 mil personas con autorización de alta seguridad —casi 150% la cantidad de gente que vive en Washington D.C.— incluyendo 265 mil contratistas privados. Ellos trabajan en programas relacionados con el contra‑terrorismo, la seguridad interna y la inteligencia. Hay cerca de diez mil sitios en los que se lleva a cabo ese trabajo a lo largo de los Estados Unidos. De esos edificios, cuatro mil están en la zona de Washington D.C., y ocupan más de un millón y medio de metros cuadrados —el equivalente a casi tres veces el Pentágono o veinte veces el edificio del Capitolio. En esos edificios se alojan poderosas computadoras que recolectan gran cantidad de información mediante la intervención de teléfonos, satélites y otros equipos de vigilancia que monitorean personas y lugares tanto dentro como fuera del territorio de los Estados Unidos. Cada día, la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) por sí sola intercepta y almacena 1,700 millones de correos electrónicos, mensajes instantáneos, direcciones IP, llamadas telefónicas y otros bits de comunicación; una pequeña proporción de todo eso se clasifica y resguarda en setenta bases de datos diferentes. Mucha de esa información llegará a las decenas de miles de reportes ultrasecretos producidos por analistas cada año; pero sólo un puñado de individuos tienen acceso a ellos y el volumen es tan grande que muchos jamás serán leídos. Ese aparato de vigilancia está ahí para nuestra «seguridad».

Para nuestra seguridad somos vigilados; es decir, todos hemos sido constituidos como sospechosos, para nuestra propia seguridad. Eso me lleva a preguntarme si bajo esas condiciones nosotros, los ciudadanos, no somos sino nuevos colonizados. Las ciudades, con su diversidad y su anarquía, con sus capacidades incluidas para responder a las tendencias desurbanizadoras, se convierten en espacio estratégico para combatir el hecho de que todos seamos reducidos al carácter de sospechosos. La acuidad es el único espacio en el que cierto tipo de convergencia estructural puede desarrollarse, bajo la separación y el racismo visible y familiar, y trabajar en un nivel social para unir a gente de muy diversas comunidades con el propósito de combatir la vigilancia apabullante. Ese potencial no cae ya hecho del cielo, necesita construirse con trabajo duro. Pero las ciudades diversas y complejas son un sitio clave para tal construcción.

 

Conclusión

¿Por qué importa el hecho de que reconozcamos las capacidades urbanas y la posibilidad de que eso sea un modo de hablar, con todo el peso que evoca ese concepto? Importa porque esas capacidades son propiedades sistémicas dirigidas a asegurar la ciudadía, es decir, un espacio complejo que prospera con la diversidad y tiende a clasificar el conflicto en un civismo fortalecido.

Más aún, esas capacidades se constituyen como híbridos —mezclas de la física material y social de la ciudad. Esa interdependencia implica una transformación continua tanto de lo material como de lo social, con periodos de estabilidad y continuidad y otros de levantamiento, como el actual que se inició en los años ochenta. El proyecto no trata de antropomorfizar la ciudad. Se trata de entender una dinámica sistémica que tiene la capacidad de combatir lo que destruye su ADN, para repetirlo: un ADN que es propicio para la ciudadía y su diversidad. En el extremo, la ciudad permite a los que carecen de poder hacer historia y así producir una diferencia crítica, entre la simple carencia de poder y una forma compleja en la que entran en juego el hecho de hacerse presente así como la historia.

Pero hay límites a las capacidades de la ciudad, e históricamente vemos tanto la capacidad de las ciudades para sobrevivir sistemas formalmente más cerrados y rígidos como fuerzas poderosas que desorganizan las ciudades. Entre estas fuerzas desurbanizadoras en la época actual están las formas extremas de desigualdad, la privatización del espacio urbano con diversas formas de expulsión y la rápida expansión de la vigilancia masiva de los ciudadanos en las democracias más «avanzadas» del mundo. Esas fuerzas callan el habla de la ciudad y destruyen sus capacidades urbanas.


Este texto se publicó en el libro Habla Ciudad, con motivo de la primera edición del Festival de Arquitectura y Ciudad MEXTRÓPOLI. Aparta la fecha y acompáñanos a vivir la ciudad extraordinaria en su próxima edición que tendrá lugar del 09 al 12 de marzo de 2019. 

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