Resultados de búsqueda para la etiqueta [Trabajo ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 04 Mar 2024 01:30:03 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 ¿De qué arquitecto hablamos hoy? https://arquine.com/de-que-arquitecto-hablamos/ Mon, 02 Oct 2023 16:16:17 +0000 https://arquine.com/?p=83437 ¿Puede un arquitecto pensado como “autor” o “creador” único, individual, que, por tanto, mantiene una jerarquía social dentro de su oficina —traducida materialmente en ingresos muy por arriba de los de su equipo de trabajo— presentar su trabajo como “incluyente” o “socialmente responsable”? ¿De qué tipo de arquitecto hablamos hoy? Y, sobre todo, ¿de qué tipo de personas relacionadas con concebir y hacer arquitectura deberíamos estar hablando hoy?

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Ser arquitecto, una profesión antiquísima, nos dicen. La segunda profesión más antigua, dijo burlonamente Serge Chermayeff en su ponencia presentada en un seminario organizado por la Asociación de Arquitectos de los Estados Unidos en 1964, en la que también participaron, entre otros, Bruno Zevi y Reyner Banham. Ninguno de los otros participantes estuvo de acuerdo con lo que sugirió Chermayeff en su ponencia titulada “Ideas sueltas sobre la condición arquitectónica”:

[los arquitectos] son peores que los vendedores ambulantes; los arquitectos son realmente como prostitutas, son la segunda profesión más antigua hoy en día, están parados en las esquinas esperando a que los recojan, y piensan que es bueno que los recoja gente con mucho dinero.

La comparación de Chermayeff, pese al sexismo y clasismo que hoy señalaríamos, tiene mucho de cierto, al menos para una parte del gremio, pese a la molestia de Zevi y Banham y de la parte del gremio a la que le queda el saco. Salvo que lo que la profesión —en el sentido moderno: un conjunto de conocimientos cuyo dominio exige una formación y cuyo ejercicio está regulado y, además, se ofrece a cambio de una retribución económica— de arquitecto quizá no ha tenido tan claros sus objetivos y los servicios que ofrece como la otra, la supuesta profesión más antigua.

En su libro Architect. The evolving story of a profession, Eleanor Jolliffe y Paul Crosby con un breve capítulo sobre “los antiguos”: egipcios, griegos y romanos. Para los egipcios, dicen, sólo los dioses, por intermediación del faraón, pueden disponer el sitio y trazo inicial de una edificación, siendo tarea del arquitecto supervisar la construcción de acuerdo a saberes resguardados en libros tenidos por secretos. Entre los griegos, según Jollliffe y Crosby, el arquitecto debía tener una formación amplia, con conocimientos diversos —como de hecho era también entre los egipcios, sería igual entre los romanos y pasaría a ser una de las características que la tradición atribuye al arquitecto—. “La arquitectura —afirman— era una ocupación para las clases altas, aunque se dieron algunos casos de quienes provenían de la clase de los artesanos.”

Stephen Parcell es más claro y preciso sobre el papel del arquitecto en Grecia en su libro Four Historical Defininitions of Architecture. “Los griegos —dice— no tenían una palabra que corresponda a lo que llamamos arquitectura.” Arquitecto designaba una posición entre los constructores “tekton inicialmente designaba a los carpinteros, después a los constructores en general”—, era el supervisor, el maestro de obras. La techné no era propiamente lo que hoy pensamos como arte: no se concebía como una creación, menos individual, sino como una transformación, y tanto el construir casas, como el pintar, cantar, bailar o entrenar caballos eran consideradas actividades parte de la techné. Según Parcell, el trabajo del arquitecto era el de un director, y se puede concebir de dos maneras opuestas: como alguien elegido por el grupo de constructores para coordinar el trabajo colectivo, o como quien, sin ser parte de ese grupo, los dirige para que ejecuten aquello que él concibió.

En el prefacio al libro The Architect, editado por Spiro Kostof, éste escribe que aunque, de diversas maneras, la humanidad se ha organizado a lo largo de la historia para producir el entorno construido, ese libro tratará de un personaje individualizado, que aunque se haya olvidado su nombre, se diferencia de aquella otra arquitectura anónima —la arquitectura sin arquitectos de Bernard Rudofsky—. Para Kostof, “a lo largo de los siglos, sólo una fracción del entorno construido ha sido afectada por la profesión arquitectónica: edificios especiales con una disposición y un refinamiento de la forma que estaba fuera de lo ordinario.” Y agrega: “tradicionalmente, por tanto, los arquitectos han estado asociados con los ricos y los poderosos. […] Esa asociación no siembre aseguró que los arquitectos tuvieran una posición destacada en la jerarquía social, pero bastó, al menos, para distinguirlos de las clases trabajadoras. No eran trabajadores, sino que dirigían a trabajadores.”

Pier Vittorio Aureli y Marson Korbi publicaron a inicios de este año en e-flux architecture “Base and Superstructure: A Vulgar Survey of Western Architecture”. Su intención era conectar la base —los modos de producción— y la superestructura —la ideología que los legitima— en la manera como se ha concebido el papel del arquitecto a lo largo de la historia:

El objetivo de este diagrama es sugerir cómo la tradición disciplinaria de la arquitectura no nace (sólo) de la imaginación de constructores, arquitectos y mecenas. Refleja la forma en que está organizada la sociedad, sus relaciones de poder y su división social del trabajo. Es por ello que hemos posicionado la figura del arquitecto como pináculo ideológico.

En su diagrama, Aureli y Korbi muestran cómo el papel del arquitecto ha sido concebido de distintas maneras a lo largo de la historia: constructor, maestro de obras, artista, intelectual, ingeniero, reformista, planificador, funcionario, estrella y, al llegar a nuestros días, trabajador precario.

En general, pese a las diferencias culturales, históricas y geográficas sobre el papel y la posición social del arquitecto, la definición de dicho papel y esa posición parece que se determina a partir de ciertas constantes: una relación con lo construido —“el arquitecto” sólo supervisa o también concibe—, una relación con el trabajo —“el arquitecto” es parte activa del grupo de personas que trabajan en la construcción o está aparte— y una relación con el poder —qué tanto “el arquitecto” impone o se somete a decisiones que implican ejercicio de poder—. Por supuesto, no hay un modelo único y universal, pero hay, eso sí, condiciones generales. Y, tomando en cuenta un sólo factor —el ingreso— ¿cuál es la diferencia objetiva entre una minoría que sigue concibiendo el papel del arquitecto como el de un artista o intelectual individual, y quienes trabajan para él? Puesto en números: ¿cuál es la diferencia que hace que uno —quien encabeza una oficina de arquitectura— tenga ingresos que multiplican por 10 o 15 los de aquellas personas que trabajan con o para él? [1] ¿Cuál es el modelo de arquitecto que hoy requiere la sociedad? ¿Puede un arquitecto pensado como “autor” o “creador” único, individual que, por tanto, mantiene una jerarquía social dentro de su oficina —traducida en lo material en ingresos muy por arriba de los de su equipo de trabajo— presentar su trabajo como “incluyente” o “socialmente responsable”? ¿De qué tipo de arquitecto hablamos hoy? Y, sobre todo, ¿de qué tipo de personas relacionadas con concebir y hacer arquitectura deberíamos estar hablando hoy?

 

Notas

1. Teniendo en cuenta el promedio de ingresos mensuales para personas que trabajan en los campos de la arquitectura, la planeación y el urbanismo de $7,260.00 pesos. 

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Arquitectxs de todos los días: números para analizar el oficio https://arquine.com/arquitectxs-de-todos-los-dias-numeros-para-analizar-el-oficio/ Sun, 01 Oct 2023 01:54:07 +0000 https://arquine.com/?p=83402 Como profesión y práctica, la arquitectura está en plena transformación e incluso efervescencia, pero el mundo de los grandes despachos, autores y teóricos es muy distinto al de las arquitectas y arquitectos de todos los días, profesionistas que experimentan la precariedad, la brecha salarial de género y la inmovilidad social.

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Instituido en México en 2004, el día del arquitecto se conmemora cada 1 de octubre, sumado a la lista de efemérides nacionales. La profesión y sus conversaciones que, pese a su gran impacto social y omnipresencia, siguen estando reservadas a los especialistas y profesionales —así como algunos historiadores o aficionados—. Como profesión y práctica, la arquitectura está en plena transformación e incluso efervescencia, pero el mundo de los grandes despachos, autores y teóricos es muy distinto al de las arquitectas y arquitectos de todos los días, profesionistas que experimentan la precariedad, la brecha salarial de género y la inmovilidad social.

Todo esto viene a propósito de la información que recabó el despacho Levy Holding en un documento que compartió el 27 de septiembre: “Día del Arquitecto. ¿Cómo se vive la profesión en México?” Esta organización, que se presenta como un “un grupo empresarial integral y autónomo enfocado al desarrollo inmobiliario”, retoma sobre todo información de Data México, portal de la Secretaría de Economía del gobierno de México, para el segundo trimestre de 2023.

De esa numeralia, bajo el rubro de “Arquitectos, Planificadores Urbanos y del Transporte”, se puede entresacar el siguiente perfil: la persona arquitecta tiene en promedio 38.9 años de edad y gana un salario mensual de $7,260 pesos. En este sentido, la cifra apenas y supera en 20% el monto del salario mínimo mensual, que en 2023 fue de $312.41 diarios en la Zona libre de la Frontera Norte ($9,000 pesos) y, en el resto del país, $207.44 (algo más de $6,000 pesos mensuales).

Sumado a esto, el profesionista arquitectónico trabaja 40.3 horas por semana (lo que equivale a 5.08 días), no muy lejos del promedio que puntúan los trabajadores mexicanos en la medición de la OCDE (41.15 horas), por cierto, la peor. Con un promedio de 16.6 años de escolaridad, y 23.1% de informalidad (es decir, freelanceo o trabajos sin prestaciones), podría decirse que la arquitectura como profesión comparte con muchas otras la vulnerabilidad e inestabilidad (también se reporta que 3.83% de los ocupados tienen un segundo trabajo).

Otros datos relevantes se refieren así en el comunicado: la fuerza laboral “fue de 147 mil personas en México, mientras que el salario promedio mensual registrado ascendió a $7,260 pesos.” El comunicado añade también que los mejores salarios se registraron en el norte del país (en estados como Baja California Sur, Durango y Sinaloa), mientras que el mayor número de profesionistas se concentró en la Ciudad de México, Jalisco y el Estado de México. También es notable la informalidad, que es de casi un cuarto de la fuerza laboral desde los 25 hasta los 54 años; y la mitad entre los menores de 24 años.

Estas cifras pueden matizarse desde la propia Data México, que incluye a los arquitectos en otro rubro, agrupados junto a “Ingenieros civiles, topógrafos y arquitectos” (en vez de planificadores urbanos y del transporte) con algunas variaciones importantes: 39.4 años de edad promedio (frente a 38.9), 248 mil ocupados (frente a 147 mil), $7.79 mil pesos de salario promedio (frente a $7.26 mil), y un incremento ligero en los días y horas laboradas (5.12 días y 41.4 horas semanales).

En la página “Compara Carreras” del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) se reúnen datos bajo el rubro de “Arquitectura y urbanismo”, con la licenciatura como límite principal para el nivel de estudios. Su información es la siguiente: 343,058 estudiantes (la decimotercera carrera con mayor demanda), con una mayoría de hombres (69%) y de mayores de 30 años de edad (77%). Tanto si se estudió en una universidad pública como privada, el IMCO mide el nivel de “inseguridad” en la inversión de manera muy similar. Sin embargo, las cifras de salarios promedio son algo más altas: entre mujeres, un salario de $21,661, y para hombres $22,974; y también cabe destacar la diferencia entre trabajadores formales ($24,419) e informales ($17,807). Por su lado, el Observatorio Laboral de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, en el primer trimestre de 2023, reporta las siguientes cifras: 266,090 profesionistas ocupados, con una proporción de 28% de mujeres y 72% de hombres; y un ingreso promedio mensual de $15,409 pesos, casi el doble de lo que reporta el gobierno mexicano.

Aunque la construcción y gestión de proyectos sigue siendo el sector mayoritario de ocupación (IMCO: 35.4%; Data Mexico: 54.43%), también es llamativa la presencia de arquitectos en servicios legales (Data México: 33.2%), y servicios diversos (IMCO: 26,3%), que incluyen trabajos en docencia e investigación, comercio o actividades políticas. Si esto indica una diversidad de quehaceres, no implica que en el futuro el trabajo del arquitecto se irá reduciendo en su tradicional práctica constructiva e infraestructural.

Como fuere, estas cifras indican menos una mejora de condiciones que su hermanamiento con la precariedad de otras profesiones. La opacidad de los salarios en las empresas, un problema estructural en México que ahonda la brecha de género, también es uno de los silencios que necesitan romperse en este oficio tan caracterizado por su diálogo entre interior y exterior, todo ello a la espera de otro día del arquitecto.

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Wohnregal https://arquine.com/obra/wohnregal-2/ Wed, 23 Mar 2022 07:00:44 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/wohnregal-2/ En el contexto de un proyecto de vivienda, se reapropia del ADN de "lo prefabricado" que ha llevado el enfoque de optimización a sus límites absolutos. Mientras aprovecha ese potencial, reinterpreta su apertura estructural para introducir un discurso que ha estado ausente en el enfoque de la prefabricación: la complejidad y variedad de los espacios.

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El “Wohnregal” es un edificio de 6 niveles en Berlín que abarca ateliers de vivienda o trabajo. Se construyó utilizando elementos prefabricados de concreto comunes en la construcción de naves industriales: pilares, vigas y techos TT (elementos de techo que incluyen dos vigas bajas). Detrás de la elección de esta técnica de construcción en serie estaba la ambición de unir dos desafíos aparentemente contradictorios que enfrenta el mercado de la vivienda en Berlín.

Por un lado, la prefabricación industrial ofrece los beneficios de las técnicas de construcción en serie como ahorro de costos y plazos de construcción más cortos.  El tiempo de construcción fué de 6 semanas siendo montaje in situ de la estructura completa del edificio (1 semana por nivel), pero contrarrestando las ideas preconcebidas de que la construcción en serie implica automáticamente una estandarización de la unidad habitable en sí misma. El “Wohnregal” al mismo tiempo ofrece una amplia gama de diferentes diseños de atelier para vivir y trabajar para una variedad cada vez mayor de estilos de vida urbanos.

La estructura de concreto prefabricado con sus techos TT facilita una luz libre de 13 m de fachada a fachada sin necesidad de paredes estructurales en el interior. Todas las paredes interiores están construidas con paneles de yeso, donde no hay necesidad de cálculos estructurales individuales para las paredes interiores, ya que se calculan como una carga superficial. Como resultado, los diseños de los planos pueden variar libremente de un piso a otro. Solo los dos núcleos mecánicos que son escaleras y elevador, así como las limitaciones exteriores, limitan su variedad. Los ateliers de vida como trabajo varían entre 35 y 110 metros cuadrados. Están orientados al este o al oeste, y algunos incluyen ambas orientaciones.

La escalera y el ascensor se sitúan a lo largo de la fachada norte. Una malla de acero inoxidable actúa como protección y a un costado se encuentran pequeños balcones exteriores cubiertos para cada unidad que ocupan las esquinas noreste y noroeste del edificio, ofreciendo vistas.

En el contexto de un proyecto de vivienda. Se reapropia del ADN de “lo prefabricado” que ha llevado el enfoque de optimización a sus límites absolutos. Mientras aprovecha ese potencial, reinterpreta su apertura estructural para introducir un discurso que ha estado ausente en el enfoque de la prefabricación: la complejidad y variedad de los espacios.


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La arquitectura como trabajo y los derechos laborales https://arquine.com/la-arquitectura-como-trabajo-y-los-derechos-laborales/ Thu, 23 Dec 2021 17:34:55 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-arquitectura-como-trabajo-y-los-derechos-laborales/ Cierta concepción de la arquitectura la piensa como algo que, al mismo tiempo que exige mucho trabajo, lo excede; como un suplemento al mero trabajo, instaurando una jerarquía entre los trabajadores de una oficina de arquitectura que, por supuesto, se traduce en los beneficios económicos recibidos.

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En estos días fue varias veces compartida por personas relacionadas con el gremio de la arquitectura una nota publicada por el New York Times titulada Architects are the Latest White-Collar Workers to Confront Bosses. El punto de partida era que, “empleados de la reconocida firma SHoP Architects anunciaron que buscan cambiar la fórmula de largas horas a cambio de pagos medianos dando un paso que es casi inaudito en su campo: conformar un sindicato.” El artículo, firmado por Noam Scheiber, inicia afirmando que, en la cultura popular, junto a quienes se dedican a la medicina y a las leyes, quienes trabajan en la arquitectura gozan de cierto prestigio. Lo que hacen se concibe más como una vocación —un llamado— que como un empleo convencional —suponiendo que nadie tiene la vocación de trabajar, digamos,  preparando declaraciones de impuestos ajenas. El pero, continúa Scheiber, es la diferencia en la paga entre quienes se dedican a la arquitectura y esas otras profesiones prestigiadas.

Resumiendo lo que expone la nota, en muchas oficinas de arquitectura, más en aquellas que se conciben como “propositivas” que en las que asumen un papel corporativo, las jornadas a veces son más largas que lo legalmente estipulado —sobre todo si se aproxima alguna entrega importante— y el pago por esas horas extra, si lo hay, tampoco es siempre lo que la ley exige. Ese tiempo y esfuerzo extra se supone que son parte de un compromiso particular no sólo con los empleadores sino con la profesión misma. Así es la arquitectura —aunque de hecho es un discurso que repiten muchas otras profesiones que se autodefinen como creativas.

En México y otros países sucede lo mismo que en los Estados Unidos. En realidad se trata de un enredo complejo con raíces que van hasta la formación de quienes se dedican a la arquitectura. Estudiar arquitectura es aceptar que se pasarán largas noches en vela terminando trabajosas tareas. Quienes enseñan arquitectura asumen muchas veces que ese modelo pedagógico con el que se formaron y que se repite generación tras generación, es el óptimo. Al salir de la escuela o desde los últimos semestres, conviene tener un empleo en una oficina de aceptable prestigio, aunque sea por un sueldo pequeño o incluso inexistente: es ahí, se repite sin reflexionarlo demasiado, que la verdadera formación empieza y, si no, al menos suma al currículum. A su vez, muchas de esas oficinas buscarán trabajo y reconocimiento entrando a concursos o presentando propuestas no siempre bien retribuidas —o, simplemente, sin ningún pago. Son apuestas en las que se invierte mucho tiempo y dinero y a las que se supone que todas las personas que colaboran en dichas oficinas deben sumarse con el mismo ímpetu y compromiso. Así es la arquitectura, dicen. El problema es cuando, además de una vocación, la arquitectura es además un empleo que debería servir para pagar las cuentas. También resulta problemático cuando llegan las retribuciones y recompensas, sean monetarias o “capital” social o “cultural” —el buscado prestigio, pues—, y no se distribuyen de manera equitativa entre todas las personas que invirtieron en la apuesta. El supuesto compromiso con el trabajo y la profesión —ese “ponerse la camiseta” del que se habla a veces— muchas veces no va acompañado del compromiso inverso: el reconocimiento de la colaboración.

En su libro A place for all people: Life, Architecture and the Fair Society, el recién fallecido Richard Rogers afirmó que la arquitectura es social no sólo por su impacto, sino por ser “inherentemente una actividad social, un ejercicio de colaboración”. Constantemente a lo largo del libro menciona quién diseñó qué en distintos proyectos. Pero el reconocimiento a sus colaboradores va más allá de nombrarlos. También explica que su oficina es propiedad de un fideicomiso para la caridad —Charitable Trust, una figura que también implica ciertos beneficios fiscales— en la que el sueldo más alto está limitado a ser máximo nueve veces el más bajo, mientras que el 75% de las utilidades son repartidas entre los empleados con una antigüedad mayor a dos años y el 20% se destinan a obras de caridad elegidas por cada trabajador. Que un arquitecto de los más reconocidos y premiados se detenga a explicar la operación financiera de su oficina es excepcional. La organización de Rogers Stirk Harbour + Partners, por muchas razones, es distinta a la de la la cooperativa de arquitectura Lacol, en Barcelona, con un modelo aún más horizontal y participativo —tanto en responsabilidades como beneficios—, o del Fideicomiso para beneficio de los empleados —Employee Benefit Trust— en que recientemente se convirtió la oficina de arquitectura fundada por Zaha Hadid, que en un comunicado afirmó: “las generaciones más jóvenes de arquitectas y arquitectos están exigiendo que nuestra profesión se vuelva más accesible e igualitaria.”

El problema, quizá, resida en cierta concepción de la arquitectura misma como algo que, al mismo tiempo que exige mucho trabajo, lo excede; como un suplemento al mero trabajo, pues. El arquitecto concibe antes de actuar, según explicó Boullée en el siglo XVIII, y aunque apuntaba a una diferencia entre el construir y la arquitectura, esa distinción quiere instalarse en el seno mismo de la arquitectura separando no sólo la concepción de su ejecución en dibujos y modelos, sino instaurando una jerarquía entre los trabajadores de una oficina de arquitectura que, por supuesto, se traduce en los beneficios económicos recibidos. Que nuevas generaciones de personas dedicadas a la arquitectura se reconozca en principio como trabajadores —aunque sea de cuello blanco— con la posibilidad, por tanto, de exigir sus derechos y terminar con malas prácticas —como bajos sueldos, horas extras sin paga o “becarios” también sin ninguna remuneración— ya implica repensar la manera como la arquitectura concibe el trabajo y se concibe a sí misma como un trabajo. Queda, hacia fuera de la disciplina y la profesión, repensar también la historia que separa y articula el trabajo de construir la arquitectura —no sólo edificios— del trabajo de concebirla. 

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La casa como espacio productivo https://arquine.com/la-casa-como-espacio-productivo/ Tue, 22 Dec 2020 14:46:35 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-casa-como-espacio-productivo/ La pandemia forzó a un sector de la sociedad a trasladar los espacios productivos al hogar, para algunos esto ha sido un gran impacto, la pregunta es ¿cómo equilibrar las actividades productivas, reproductivas y de descanso cuando estas se estan llevando a cabo en el mismo espacio? ¿Las viviendas deberán adaptarse para adecuar estas formas de habitar?

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En la literatura académica sobre la vivienda parece haber cierto conscenso sobre la función de esta, si bien esta terminología es diversa y abordada de manera multidisciplinaria, los puntos en común están vinculados a su función de resguardo, es decir, la capacidad para albergar a sus habitantes y protegerlos de la interperie y las inclemencias del clima, sin embargo, con el paso del tiempo se ha abonado a este debate, incluyendo variables que permitan dar una definición, si bien no más precisa, sí más rica sobre lo que es considerado vivienda y cómo participa en las dinámicas de los territorios, a través de elementos como su configuración, su características cualitativas y, por su puesto, su ubicación y relación con otros elementos.

En la historia de las ciudades, la vivienda ocupa un elemento central en su configuración, pues es esta la que provoca en esencia una de las características fundamentales de las ciudades: la concentración de personas. La vivienda representa la mayor parte del suelo de las ciudades, por tanto, el cómo pensamos su evolución, uso y aprovechamiento es el también, el cómo pensamos el funcionamiento de las urbes.

De acuerdo con Robert Braidwood, citado por Mumford (1961), la vivienda más primitiva de la que se tiene registro fue descubierta en Mesopotamia y se trataba de un agujero en el suelo que hacía de ‘recipiente’ para los humanos, no obstante, la casa siempre ha sido algo más que un lugar para cubrirse, era el espacio de reproducción de los valores, centro de ceremonias, el espacio de la producción y consumo de comida, entre otras cosas.

Las casas evolucionaron con la humanidad misma, su valor como bien estaba vinculado predominantemente a su valor de uso, pues la relación trabajo-hogar estaba intrínsecamente relacionada. De acuerdo con Mumford en las ciudades medievales, por ejemplo, no existía una separación entre lo doméstico y lo productivo, y la vivienda era el soporte de las actividades en ambos campos:

El taller era una familia; y otro tanto puede decirse respecto de las oficinas del mercader. Los miembros comían juntos a la misma mesa, trabajaban en los mismos cuartos, dormían en el mismo salón común, que se convertía por la noche en dormitorio, participaban de las oraciones familiares y de las mismas diversiones en común. (Mumford, 1961, pág. 203)

Entonces la vivienda era vista como un espacio para salvaguardarse de la interperie, pero también como un espacio donde se llevaban a cabo labores productivas (por supuesto, también reproductivas) y por tanto su valor radicaba en su capacidad no solo para albergar esta multiplicidad de actividades de todos los integrantes del hogar, sino por su capacidad de hacer estas actividades más eficientes. 

“Las casas actuaban como unidades económicas integradas” dicen Madden y Marcuse (2018), para exponer que las viviendas coloniales norteamericanas se configuraban con espacios para el trabajo de artesanos y de los habitantes que se dedicaban al trabajo doméstico, incluso para los esclavos.

En México, para las clases bajas de las periferias, las actividades productivas al interior de la vivienda se han convertido en un soporte para incrementar sus recursos. Si bien las actividades productivas al interior de la vivienda no son el ingreso principal de las familias, sí se convierten en una entrada relevante para su sustento. 

Los resultados de la EVUV [Encuesta sobre Valores Uso de la Vivienda] permiten afirmar que en 36.7% de las viviendas populares hay al menos una persona mayor de 12 años realizando actividades económicas en la vivienda. De manera similar resalta, si se considera a los miembros del hogar mayores de 12 años como unidad de análisis, que 1 de cada 2 individuos que realiza una actividad secundaria, lo hace en su vivienda. (Salazar & Sánchez, 2018, pág. 32)

En este sentido la vivienda cumple una doble función como resguardo y como espacio productivo, que permite a las clases bajas realizar actividades con fines económicos para aumentar sus ingresos. Cabe resaltar, el papel que cumple este escenario para las mujeres en los hogares, pues son estas las que buscan fuentes de ingresos extras que les permitan permanecer en su hogar y no desvincularse de sus labores reproductivas.

Por otro lado, aunque pareciera que las actividades productivas al interior del hogar estarían restringidas predominantemente a las clases bajas, también se han integrado a este modelo las clases medias. La tecnología ha provocado cambios profundos en la configuración de los espacios de trabajo y ha permitido movilizar actividades productivas parcial o completamente hacia el hogar. Esto ha sido agravado con la pandemia que ha forzado este proceso de teletrabajo a un sector importante de la sociedad. 

Lo anterior, sin duda ha traido consigo cambios interesantes como la flexibilización de los horarios laborales y la disminución del tiempo de movilización hacia los espacios de trabajo tradicionales, sin embargo, también ha contribuido a una difuminación del diferencial de los espacios de descanso y los espacios productivos, permitiendo que los trabajadores sujetos a estos esquemas flexibes sean susceptibles de trabajar incluso más tiempo que en el esquema tradicional (López, Pérez-Simon, Vázquez-Ubago, & Edwige Nagham-Ngwessitcheu, 2014). 

Los críticos del teletrabajo exponen también que este formato de producción se trata de una estrategia neoliberal para “trasladar sobre los asalariados, así com sobre los subcontratistas y otros prestadores de servicios, el peso de la incertidumbre del mercado” (Boltanski & Chiapello, 2002, pág. 300), es decir, el mantenimiento de la infraestuctura espacial y de capital humano recae sobre el trabajador.

[…] el teletrabajo puede suponer una variación de los tres tiempos que regían el día a día del ser humano: ocho horas de trabajo, ocho de ocio y ocho de descanso. Esta nueva organización del trabajo diluye las fronteras entre tiempo libre y tiempo laboral, al quebrantar también los límites del hogar y del trabajo, de la vida privada y de la pública. (Bustos, 2012)

La pandemia forzó a un sector de la sociedad a trasladar los espacios productivos al hogar, para algunos esto ha sido un gran impacto, la pregunta es ¿cómo equilibrar las actividades productivas, reproductivas y de descanso cuando estas se estan llevando a cabo en el mismo espacio? ¿Las viviendas deberán adaptarse para adecuar estas formas de habitar?


Referencias:

López, N., Pérez-Simon, C., Vázquez-Ubago, M., & Edwige Nagham-Ngwessitcheu, M. (2014). Teletrabajo, un enfoque desde la perspectiva de la salud laboral. Medicina y seguridad del trabajo, 60(236).

Boltanski, L., & Chiapello, È. (2002). El nuevo espíritu del capitalismo. Madrid: Akal.

Bustos, D. (2012). Sobre subjetividad y (tele)trabajo. Una revisión crítica. Revista de Estudios Sociales(44).

Maden, D., & Marcuse, P. (2018). En defensa de la vivienda. Madrid: Capitan Swing.

Mumford, L. (1961). The city in History. Houghton Mifflin Harcourt.

Salazar, C., & Sánchez, L. (2018). Valores de uso de la vivienda popular: Alternativas para la políticas de vivienda. Ciudad de México: Colegio de México.

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Brasilia y la frontera populista https://arquine.com/brasilia-y-la-frontera-populista/ Tue, 08 Dec 2020 01:59:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/brasilia-y-la-frontera-populista/ A fines de la década de 1950 Brasilia se presentaba como la encarnación de una nueva identidad nacional. Para comprender cómo funciona simbólicamente la ciudad, podemos mirar más allá de su reputación moderna a su breve pero fascinante prehistoria como campo de construcción.

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Publicado en colaboración con Places Journal

 

Fotografías de los campos de construcción que precedieron a la ciudad moderna.

Ceremonia de inauguración en el sitio de construcción de la nueva capital de Brasil, octubre de 1956, de la Revista Brasília No. 5 (1957). [Todas las imágenes son cortesía de Arquivo Público do Distrito Federal]

 

A fines de 1956, el presidente Juscelino Kubitschek asistió a la ceremonia de inauguración de la nueva capital que se había comprometido a construir en la meseta central de Brasil. En las fotos, está rodeado de funcionarios, periodistas, trabajadores de la construcción y líderes religiosos en un escenario improvisado debajo de una cruz monumental de madera sin pulir. La forma de cruz volvería a aparecer en el boceto de 1957 de Lucio Costa que se convirtió en el plan maestro de Brasilia, con sus dos ejes conectando simbólicamente al país. Famoso por su audacia y sencillez, el dibujo de Costa marcó la pauta de un proyecto de escala sin precedentes, y cuando Brasilia fue inaugurada como capital, solo tres años después, fue aclamada como una obra trascendente de arquitectura y planificación moderna. Pero entre los registros visuales de la construcción de Brasilia hay otra cruz, no menos importante, formada por la intersección de dos caminos de tierra que atraviesan una meseta vacía. Las fotografías aéreas muestran el plan de Costa siendo realizado por trabajadores en la frontera brasileña. Aunque rara vez se ven hoy en día, estas imágenes circularon ampliamente a fines de la década de 1950 como parte de un esfuerzo por situar a Brasilia como la encarnación de una nueva identidad nacional. Para comprender cómo funciona simbólicamente la ciudad, podemos mirar más allá de su reputación moderna a su breve pero fascinante prehistoria como campo de construcción.

Esa primera visita presidencial apareció en el número inaugural de la Revista Brasilia, una revista mensual que empleó a dos fotógrafos de tiempo completo y un equipo de periodistas para construir los mitos fundacionales sobre los que Kubitschek apostó el futuro de Brasil. Se distribuyeron unas 6,000 copias de cada número a las oficinas gubernamentales, bibliotecas y quioscos de todo el país, para conseguir el apoyo del público para el proyecto y justificar el gasto ante el Congreso. Otros 1,000 ejemplares circularon en el extranjero. La revista se publicó durante cinco años y su archivo es un tesoro increíblemente rico de las primeras representaciones de Brasilia. La ciudad es vista como un lugar de oportunidad y empresa heroica: los trabajadores migrantes llegan en autobuses, mueven pilas de materiales e inscriben nuevas carreteras y barracones en la tierra recién despejada. Las señales apuntan a monumentos sin construir. En los asentamientos al borde de la futura capital, los trabajadores se mezclan socialmente a través de las líneas de clase, unidos por un sentido de camaradería fronterizo. La inmensidad de la meseta enmarca a un país en proceso de reinventarse.

Arriba: el presidente Juscelino Kubitschek y Lucio Costa. Abajo a la izquierda: los ejes del plan de Costa inscritos como caminos de tierra. Abajo a la derecha: mapa que muestra la localización central de la nueva capital. Revista Brasilia, números 4, 6 y 8 (1957).

 

La idea de construir una ciudad capital para irradiar la soberanía brasileña sobre el vasto interior surgió por primera vez a fines del siglo XIX. Su eventual ubicación, en el estado de Goiás, fue profetizada por el sacerdote católico Joao Bosco, quien soñaba con “una Tierra Prometida, fluyendo leche y miel… de riqueza inconcebible”. [1] Después de la consolidación de la República Brasileña, sucesivos jefes de Estado volvieron al proyecto de desarrollo del interior, generalmente mediante la promoción de industrias extractivas o agrícolas específicas. El plan de Kubitschek era diferente, ya que se basaba únicamente en el poder estatal. Los mapas mostraban el futuro Distrito Federal en el centro de un país moderno, interconectado y unificado. Las distancias a las principales ciudades estaban marcadas, lo que significa que la nueva capital (a diferencia de la costa de Río de Janeiro) sería independiente, liberada de las limitaciones históricas, pero conectada a las diversas poblaciones del país. Kubitschek hizo campaña con la promesa de producir “cincuenta años de desarrollo en cinco” a través de inversiones públicas en infraestructura, y contrató a los destacados diseñadores modernos Oscar Niemeyer, Roberto Burle Marx y Lucio Costa para hacerlo realidad. Brasilia inició así un paradigma político y de planificación utilizado en muchos contextos poscoloniales, especialmente en las naciones africanas cuando obtuvieron la independencia. Entre 1962 y 1975, Nigeria, Botswana, Cote D’Ivoire, Tanzania, Zambia y Camerún construyeron nuevas capitales en su interior. Detrás de cada plan maestro formal ambicioso y cargado de símbolos estaban los trabajadores que le dieron vida e infundieron populismo en estas ciudades.

Aproximadamente 40,000 personas vivían en el lugar durante la primera fase de la construcción de Brasilia, en tres tipos de asentamientos que rodeaban el borde del Plan Piloto. Primero, hubo campamentos administrados por la Companhia Urbanizadora da Nova Capital, conocida como NOVACAP, respaldada por el estado. La residencia estaba restringida a los empleados estatales, que eran en su mayoría ingenieros, arquitectos y contratistas de clase media, que vivían en estructuras de madera de un solo piso a lo largo de las tramas de caminos de tierra. Se suponía que el asentamiento inicial, Vila Planalto, se despejaría para un espacio abierto después de la inauguración de la ciudad capital, pero aún se mantiene en pie. La arquitectura aquí se asemeja a las casas populares de poca altura diseñadas por Oscar Niemeyer y construidas en los vecindarios del norte del Plan Piloto, con techos inclinados invertidos, grandes patios, parcialmente con mosquiteros, y amplios patios delanteros. A medida que avanzaba el Plan Piloto, en lugar de construir más campamentos, NOVACAP alojó a sus empleados en los barrios de casas populares completados. El urbanismo incipiente fue un motivo frecuente en la Revista Brasília. A menudo contrastados con fotografías de la llanura abierta, estos barrios representaron el surgimiento de una domesticidad familiar en un territorio desconocido.

 

Viviendas en Candangolandia, un barrio auto-organizado pero formalizado, similar al Núcleo Bandeirante, 1958.

Calle residencial en el Núcleo Bandeirante, 1956.

Asentamientos informales a las faldas del Núcleo Bandeirante, 1969.

 

En segundo lugar estaban los campamentos que albergaban a la mayoría de la mano de obra, los trabajadores contratados. El gobierno poseía toda la tierra en el Distrito Federal, pero ciertas áreas fueron reservadas para el uso de empresas privadas, y las estructuras en estos campamentos fueron construidas y propiedad de los residentes. El asentamiento más grande, Núcleo Bandeirante, se organizó a lo largo de tres calles principales bordeadas de edificios de madera, metal corrugado y cualquier otro material que los residentes pudieran adquirir. Aquí el tejido urbano era más orgánico y menos ordenado que en Vila Planalto. El nombre original de Núcleo Bandeirante, Cidade Livre, o “ciudad libre”, señaló el acceso irrestricto que brindaba a los migrantes. Cualquiera podría mudarse a esta ciudad en auge y aprovechar los recursos que fluyen del gobierno federal. Cidade Livre se convirtió rápidamente en el corazón social de los campamentos de construcción, y luminarias como Kubitschek, Costa y Niemeyer realizaban frecuentes visitas nocturnas.[2]

A medida que se corrió la voz, llegaron trabajadores de todo Brasil, especialmente de los estados más pobres del norte.[3] Docenas de pequeñas comunidades ad hoc, el tercer tipo de asentamiento, surgieron cerca de los sitios de construcción, a lo largo de las orillas de los arroyos y en áreas despejadas del matorral, para albergar a los migrantes que trabajaban en empleos de bajos salarios que no podían permitirse vivir. en Núcleo Bandeirante. Estos sitios también fueron fuertemente documentados por fotógrafos de la Revista, para que el gobierno pudiera mostrar la movilidad económica generada por el proyecto (y callados los críticos escépticos del gasto). Casi todos estos campamentos informales fueron arrasados ​​cuando terminó el boom de la construcción; algunos fueron luego ahogados por la creación del lago Paranoa.

 

Pavimentando la plaza frente al Congreso Nacional, Revista Brasilia, número 39 (1960).

 

Los primeros números de Revista Brasília revelan una mediación entre la vida primitiva en la meseta y las ambiciones tecnológicas y culturales de la ciudad futura. Cientos de fotografías muestran campamentos sencillos e infraestructuras inacabadas cubiertas de polvo rojo. Sin embargo, también vemos estructuras de acero monumentales y los motivos de las fachadas de hormigón colado in situ de Niemeyer que pronto serán icónicas. Los diseños de la revista yuxtapusieron imágenes de ambas categorías, como para posicionar Brasilia como el sitio de una teleología del progreso comprimida espacial y temporalmente.

Otro tema constante en estas páginas es la relación entre los trabajadores y las obras maestras arquitectónicas que estaban construyendo, a menudo a mano. Fotos de hombres colocando barras de refuerzo en lo que se convertiría en el Salón de Asambleas del Congreso, vertiendo concreto en la plaza frente al futuro Palacio de Justicia y colocando baldosas en la Avenida Monumental implicaban que Brasilia no era un proyecto de y para élites, sino una colaboración en las clases estratificadas de Brasil. Se mostró a los trabajadores como participantes en un heroico proyecto nacional. Niemeyer observó que construir en un entorno informal y remoto, con trabajadores en gran parte inexpertos, en lugar de “industria pesada con sistemas de prefabricación”, le daba “una libertad plástica casi ilimitada”. Describió un Edén arquitectónico, libre de los límites impuestos por las ciudades, con sus industriales y burgueses, y sus regulaciones y actitudes modernas. Sin embargo, su búsqueda de los frutos del Edén dependía del respaldo de la burocracia brasileña y del cheque en blanco de Kubitschek.[4]

Residencia del presidente Kubitschek, Catetinho, Revista Brasilia, número 14 (1957).

Escuela de entrenamiento de trabajadores en Taguantinga, ca. 1958-60.

 

Si bien Brasilia es conocida hoy por sus monumentos atrevidos y formalmente experimentales, el esquema de diseño también incluyó muchos edificios comunes que no eran muy diferentes de los prototipos de los campamentos. La primera escuela primaria de Brasilia, diseñada por los arquitectos de NOVACAP en Candangolandia, y la residencia personal de Kubitschek, Catetinho, diseñada por Niemeyer, fueron estructuras de madera ensambladas en el estilo rápido y provisional común a los campamentos. (De hecho, los medios de comunicación destacaron el hecho de que Catetinho se construyó en diez días, para señalar la participación de Kubitschek en las incomodidades de la vida fronteriza).[5] Sin embargo, estos edificios compartían un lenguaje formal con las residencias de hormigón de poca altura del Plan Piloto, adaptando tropos modernos como pilotis y pasarelas exteriores elevadas a la arquitectura provisional.

A partir del segundo año, la contraportada de cada número de Revista Brasília presentaba un collage de imágenes de los primeros días de la construcción, superpuestas con un dibujo lineal de Costa o Niemeyer. En un collage típico, un trabajador migrante que caminaba por un camino polvoriento, con una bolsa al hombro, estaba superpuesto a una supermanzana residencial que se elevaba desde la meseta. Aquí se construyó la ideología que hizo posible Brasilia, el mito de un paisaje vacío reemplazado por una ciudad futurista, de la humanidad emergiendo de una existencia incierta y primitiva a la luz de la modernidad.

Izquierda: portada, Revista Brasilia, número 29 (1958). Derecha: Revista Brasilia, número 25 (1958)

 

El gobierno pretendía mostrar que Brasilia estaba creando una nueva clase de trabajadores emprendedores o pioneros modernos. Al principio, los medios nacionales utilizaron dos términos para describir a los constructores de la nueva capital. Bandeirante, refiriéndose a los primeros residentes del Distrito Federal (específicamente a los empleados de NOVACAP), se deriva de un antiguo nombre de los colonos portugueses que exploraron el interior. Candango comenzó como una palabra despectiva para los trabajadores itinerantes sin educación. Sin embargo, con el tiempo, a medida que el gobierno describía a estos trabajadores como esenciales para el proyecto de Brasilia, las connotaciones de la palabra se volvieron celebrativas. Los candangos eran símbolo de movilidad ascendente y progreso nacional. Al final, los periódicos usaban bandeirente y candango indistintamente para referirse a cualquiera que viviera en el Distrito Federal.[6]

Las frecuentes visitas de Kubitschek simbolizaban una utopía democrática en la que los pobres trabajaban y vivían junto a ingenieros, arquitectos y funcionarios públicos. La modernidad brasileña tuvo dos dimensiones: el progreso tecnológico, plasmado en la arquitectura de concreto de Niemeyer y las continuas autopistas de Costa; y la solidaridad nacional, representada por la imagen del heroico trabajador de la construcción. Aunque en realidad la ciudad estaba segregada por clases, entrevistas realizadas años después revelaron una nostalgia por el compañerismo de los años de la construcción. “No había alta sociedad”, observó un albañil. “Los ingenieros vivían en sus propios campamentos, [pero] lo inusual de Brasilia era que se veía que el ingeniero tenía la misma apariencia que el trabajador, vestido con pantalones casuales, botas y todo”.[7] Las fotos de Núcleo Bandeirante fueron las primeras imágenes de la vida en las calles de Brasilia que llegaron a un gran público. Las escenas urbanas informales pero enérgicas dieron expresión visual a la emoción colectiva y el espíritu de igualdad que Kubitschek esperaba codificar en la ciudad del futuro.

Núcleo Bandeirante y la creciente infraestructura de Brasilia, 1970.

 

Después de la inauguración de la capital, los campamentos desaparecieron de las páginas de la Revista Brasília, pero todavía estaban en la meseta. Neimeyer y Costa habían imaginado que los trabajadores vivirían dentro del Plan Piloto, para que los campamentos pudieran ser desmantelados, pero esas ambiciones sociales fueron derrotadas. Algunos trabajadores fueron expulsados ​​por la fuerza cuando el valle del río Paranoa se inundó para crear un lago para los 140,000 habitantes de la nueva capital. Otros, incluidos los que vivían en Núcleo Bandeirante, utilizaron la solidaridad que habían formado durante los años de construcción para organizar y resistir el desalojo. Sus casas se quedaron en su lugar, pero fueron exiliados del mito de Brasilia. Los campamentos de construcción que habían sido comercializados por el gobierno como una ciudad profética, antes de la ciudad, fueron reformulados como una plaga en el paisaje: la ciudad fuera de la ciudad.

Ahora protegidos por las reglas del patrimonio mundial de la UNESCO, los vecindarios que evolucionaron a partir de estos campamentos de construcción están restringidos a su huella original y están historizados con placas, murales y designaciones de hitos para los edificios de madera originales. Periféricos a la Brasilia moderna, son fragmentos estáticos, engullidos por la creciente infraestructura vial. En contraste, los barrios centrales del Plan Piloto son siempre contemporáneos y nuevos; sus monumentos surgen de la meseta como una colección de objetos modernos autónomos, una ruptura urbana con la historia. Los barrios de los trabajadores de la construcción no son más que unos años más antiguos que el centro de la ciudad, pero se los percibe de manera diferente, debido a su estructura original.

Sin embargo, el poder arquitectónico e ideológico de Brasilia depende de estos campamentos de construcción. Candangos construyó la ciudad y el mito del origen de la ciudad, su imaginario fronterizo. Esta es la historia de la que Brasilia emerge y contra la que se distingue como moderna.

Congreso Nacional, Revista Brasilia, números 35 (1960) y 28 (1959).


Notas:

  1. Citado en Ernesto Silva, Historia de Brasília: Um Sonho, Umea Esperaça, Uma Revalidate (Coordenada-Editora de Brasília, 1971), 34.
  2. Joao Almino, Free City (Dalkey Archive Press, 2013).
  3. Edson Béu, Expresso Brasilia: a Histtória Contada Pelos Candangos(Universidade de Brasília, 2012).
  4. Oscar Niemeyer, “Minha Experiencia em Brasília,” Arquitetura e Engenharia, July-August 1961, 22-24. Para más información sobre el surgimiento del formalismo de Neimeyer en relación con las condiciones de la industria de la construcción de Brasil, véase James Holston, The Modernist City: An Anthropological Critique of Brasília (University of Chicago Press, 1989).
  5. Catetinho, significa “Pequeño Catete,” referencia al palacio presidencial en Rio de Janeiro.
  6. Holston, 211.
  7. Grabado por Lins Ribeiro, 1980, en Programa de História Oral, Brasília, Arquivo Public do Distrito Federal, 2000. Las historias orales grabadas por el Archivo Federal indican un abrumador sentimiento de orgullo por parte de los trabajadores por participar en un proyecto que fue el centro de la atención del país.

Edificio administrativo, Núcleo Bandeirante, ca. 1956-60

Casas populares recién ocupadas, Revista Brasilia, número 26 (1958).


David Nunes Solomon es un diseñador arquitectónico, investigador y escritor que vive en California y Suiza.

Esta investigación no hubiera sido posible sin el generoso apoyo de la Fundación Haddad, a través del programa Harvard-Brazil Cities Research Grant del Centro David Rockefeller de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard. Una versión de este artículo se publicará a finales de este año en el Manifiesto No. 3.


Publicado con autorización de los editores y el autor.

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La oficina irrumpe en casa https://arquine.com/la-oficina-irrumpe-en-casa/ Fri, 01 May 2020 06:00:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-oficina-irrumpe-en-casa/ Habrá que entender cuáles son los límites del aislamiento y de la tecnología, y sólo aquellas empresas que sean capaces de hacerlo podrán generar entornos laborales sanos y productivos, donde las personas —como individuos y como equipos— serán el centro del trabajo, y no la mera generación de beneficios.

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Hasta hace poco tiempo una de las tendencias en el diseño de oficinas era trasladar la sensación de “hogar” a estos espacios, pues al sentirnos cómodos y en confianza incrementamos nuestro bienestar sicológico y por lo tanto nuestra capacidad para producir. Normalmente esto se persigue disponiendo sofás, butacas y alfombras en las áreas de descanso, generando espacios desenfadados donde tomar café o celebrar reuniones, por ejemplo. Algunas empresas llevan esta tendencia más allá e incorporan servicios que antes eran ajenos al mundo laboral, como guarderías o gimnasios, diluyendo las fronteras entre la vida personal y la profesional. Estas acciones que muchos ven como alicientes para captar talento, no son más que otra manera de dilatar el trabajo y colocarlo en el centro de nuestras vidas, dando una falsa idea de conciliación.

La tecnología ha cambiado la manera de trabajar en las últimas décadas, ha servido de soporte para poder extender las funciones laborales más allá del espacio físico y temporal. Se puede trabajar desde cualquier punto geográfico y a cualquier hora, lo único que se necesita es un aparato conectado al mundo. El auge de la utilización de Internet y la necesidad de un espacio físico han dado pie a nuevas formas de trabajar, como los coworkings. Estos han ido cambiando para convertirse en algo más que meros espacios habilitados para el trabajo eventual de profesionales que carecen de oficina fija, y se han transformado en redes de profesionales afines que explotan sus conexiones para generar un mejor producto gracias a la interacción entre sus miembros.

Debido a estos avances tecnológicos también ha aumentado la geo-deslocalización del trabajo. Ya no es necesario tener una oficina “física” para tener presencia empresarial. Como resultado, es posible contratar mano de obra calificada en otros países con condiciones laborales distintas, el trabajo se exporta a zonas con condiciones más atractivas para la empresa, y no necesariamente para el trabajador. La maquila que antes pegaba botones o cosía pantalones en países en vías de desarrollo tiene su reflejo en empresas que desarrollan productos en países asiáticos para industrias en Latinoamérica o Europa, por poner un ejemplo.

Con la irrupción del COVID-19, muchas de estas tendencias se han acelerado y otras se han terminado de instaurar. El confinamiento ha revertido el añorado “sentirse como en casa en la oficina” y lo ha llevado al extremo, la oficina se ha trasladado directamente al hogar, sin aviso, sin tiempo para prepararnos y dando por sentado ciertas cosas fundamentales, como el tener un espacio y las herramientas necesarias para poder llevar a cabo dicho trabajo. La separación entre la vida personal y profesional ha quedado completamente disuelta.

 

¿Estamos ante una nueva precarización del trabajo?

En cuestión de semanas las empresas se han dado cuenta, de manera forzada, de que también es posible trabajar desde casa. Esta nueva situación refleja de manera directa la capacidad económica de los trabajadores y agudiza las diferencias sociales. Hay muchas preguntas por responder, ¿todos los trabajadores tienen el espacio necesario para poder trabajar desde casa?, ¿quién se hace cargo de la adaptación de estos espacios?, ¿quién se asegura de que nuestra oficina en casa cumple con la normativa vigente, que tenemos una silla operativa funcional y 500 luxes sobre la mesa, por mencionar un par de cosas fundamentales? Y si hay enfermedades derivadas del trabajo en casa, ¿quién las asume, el trabajador o el empleador?

También se ha de tomar en cuenta la repercusión que tendrán en la ciudad los cambios en el mercado laboral. Si ahora puedo trabajar desde casa ¿por qué he de vivir en grandes ciudades donde el precio de la vivienda y los servicios son más caros? Si la tendencia es esta, las empresas no necesitarán tanto espacio, se reducirán los costes de alquiler, dietas, traslados y otros beneficios como cheques restaurantes para sus empleados o vehículos de empresa. En una visión reducida y cortoplacista estos cambios en la forma de trabajar probablemente aportarán beneficios económicos a la compañia, pero a largo plazo podrían suponer una paulatina destrucción del capital humano, personas desmotivadas que rendirán menos, se sentirán menos agusto y serán menos productivas.

Es evidente que el teletrabajo también puede traer consigo aspectos positivos, al haber menos desplazamientos se reducirán las emisiones de dióxido de carbono, habrá menos atascos y, en principio, ciudades más saludables y ciudadanos menos estresados. Al eliminar desplazamientos también ganaremos tiempo —el de commute diario—, que permitirá actividades que probablemente antes no se podían realizar. La conciliación familiar se verá beneficiada por estos cambios, más tiempo con la familia y amigos generará mayor bienestar.

 

Pero ¿cómo serán los espacios de trabajo después del COVID-19?

El trabajo quedará todavía más disuelto entre dos ámbitos hasta ahora opuestos, el laboral y el personal. Tendrá que cambiar el mobiliario en casa, así como poco a poco iba cambiando el de la oficina, pero sobre todo, habrá que generar nuevos valores en el espacio de trabajo fuera del hogar, ¿qué aportará la oficina si el trabajo lo puedo realizar desde la comodidad de mi hogar? Las empresas afrontarán el reto de mantener motivados a sus empleados, la oficina deberá ofrecer no sólo confort y dinamismo, sino también un espacio con actividades complementarias que fomenten la interacción y la productividad.

¿Podríamos imaginar la oficina del mañana como un espacio lejos de la ciudad? En un espacio que se visitará dos veces por semana, por ejemplo, la empresa no tendrá que invertir en alquileres caros y la mayor ventaja será poder estar en un entorno natural que mejore la experiencia laboral. También podríamos repensar la oficina y convertirla en un evento, algo efímero, y ser una convención de algunos días realizadas en destinos turísticos donde se reúnen los empleados para conocerse y generar cultura de empresa. 

Quizás veremos cómo las compañías entrarán en los hogares y darán ayudas para incentivar la compra de comida sana en casa, y pagarán gimnasios para tener empleados saludables. La empresa como entidad sólida y con presencia física se separará en sus componentes a modo de satélites y se replicará el modelo del taxista por ejemplo, cada uno cargará con su puesto de trabajo. Es evidente que la casuística de cada empresa determinará la manera de proceder, pero ahora las tornas han cambiado y se tendrán que repensar los sistemas laborales. No se puede dar la misma respuesta a una pregunta que ha cambiado.

Si bien los espacios de trabajo cambiarán, y el teletrabajo ganará fuerza, es responsabilidad de todos el ser conscientes de cómo estos cambios pueden repercutir en todas las esferas de nuestras vidas. Es indispensable entender la necesidad de los espacios físicos para la interacción de las personas. Así como las ciudades no son una mera aglomeración de edificios, la oficina no es un mero conjunto de personas produciendo. Es en el roce generado entre sus componentes donde la creatividad y la motivación crecen. Habrá que entender cuáles son los límites del aislamiento y de la tecnología, y sólo aquellas empresas que sean capaces de hacerlo podrán generar entornos laborales sanos y productivos, donde las personas —como individuos y como equipos— serán el centro del trabajo, y no la mera generación de beneficios.

 

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¿Quién necesitaba jugar al tenis de mesa en la oficina? https://arquine.com/quien-necesitaba-jugar-al-tenis-de-mesa-en-la-oficina/ Fri, 25 Jan 2019 14:55:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/quien-necesitaba-jugar-al-tenis-de-mesa-en-la-oficina/ Antes de lanzar cualquier hipótesis sobre cuál es el futuro inmediato de los espacios de trabajo, cabe preguntarse: ¿son las nuevas formas de organización espacial construida por la arquitectura las que propician nuevas formas, usos y funciones en un espacio?, ¿o son más bien las nuevas demandas de las empresas y negocios las que posibilitan llevar las soluciones arquitectónicas más allá de lo conocido?

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Antes de lanzar cualquier hipótesis sobre cuál es el futuro inmediato de los espacios de trabajo, cabe preguntarse: ¿son las nuevas formas de organización espacial construidas por la arquitectura las que propician nuevas formas, usos y funciones en un espacio?, ¿o son más bien las nuevas demandas de las empresas y negocios las que posibilitan llevar las soluciones arquitectónicas más allá de lo conocido?

Tomemos por ejemplo la evolución y los múltiples cambios que ha traído consigo el desarrollo de internet, no sólo en la manera de ocupar un espacio sino también en cómo gestionamos el tiempo de trabajo o las relaciones afectivas con otras personas. La red permite distribuir la información a través de cientos de dispositivos y la vuelve accesible desde cualquier lugar que disponga de una buena conexión. De la misma manera, internet ha establecido nuevos patrones de lectura —desde la pantalla del teléfono hasta el reloj de pulsera— desconocidos todavía hace pocos años. A su vez, ha atomizado los espacios desde donde se trabaja, destruyendo la clásica noción que rígidamente dividía un día en tres periodos de ocho horas: trabajo, descanso y ocio, que ahora se entremezclan e intercalan de forma constante. Mientras trabajamos respondiendo un email, actualizamos nuestro estado en las redes sociales, enviamos un mensaje a un familiar o compartimos el último “meme” de moda.

Si Le Corbusier veía en aquella férrea triada la necesidad de crear una ciudad zonificada, ¿cuál es hoy el esquema espacial que necesita este nuevo entendimiento del tiempo? La superposición a la que hoy nos somete la red hace inevitable re-imaginar y repensar el entorno cotidiano en el que nos movemos. Internet reformuló nuestros hábitos al mismo tiempo que nos obligó a darnos cuenta de un necesario cambio en la arquitectura capaz de replantear los ya arcaicos espacios en los que trabajamos. Hoy, cualquier computadora conectada a la Word Wide Web es suficiente para crear un entorno laboral. Esta posibilidad de conexión no elimina, sin embargo, la idea de la oficina. Más bien la reformula. Conscientes de qué es en un entorno de trabajo compartido, donde las ideas se comparten y estimulan, las empresas surgidas a raíz de las nuevas tecnologías de comunicación, como Apple, Google o Facebook, demandan otros lugares que cuestionen y enuncien los ya conocidos, repitiendo así el paradigma que Robert Propst planteaba a mediados de los sesenta del siglo pasado: “Today’s office is a wasteland. It saps vitality, blocks talent, frustrates accomplishment. It is the daily scene of unfulfilled intentions and failed effort” (La oficina de hoy es un páramo. Agota la vitalidad, bloquea el talento, frustra el logro. Es la escena cotidiana de intenciones no cumplidas y del esfuerzo fracasado).

En 1964, Robert Propst anunció el concepto del Action Office. Desarrollado para la empresa de muebles de oficina Herman Miller y rápidamente copiado por el resto de la industria, se basaba en la fabricación de un sistema material flexible e industrializado, que ordenaba el espacio de trabajo en pequeños cubículos individuales en una planta abierta. De una parte, la lógica de Propst posibilitó el desarrollo de una arquitectura más eficiente, pura estructura que podía completarse en su interior con sólo unas pocas paredes desmontables, algunos muebles y varios enchufes; por otra, dio lugar a un entorno donde los trabajadores podían volcarse sobre sí mismos y trabajar aislados de cualquier distracción que fuera en contra del rendimiento laboral, transformando a un empleado en una pieza que podía sustituirse sin problema en cualquier momento, dentro de un complejo engranaje empresarial. Una forma de pensamiento propia de la lógica posfordista que configuraba un entorno laboral homogéneo, caracterizado por el extremo anonimato de sus espacios y las personas que los ocupaban. Los espacios diseñados por Propst crearon una condición de inquietante igualdad democrática entre todos los trabajadores, tanto en su espacio, como en su vestimenta y formas de comportamiento donde nadie debía, ni podía, sobresalir.

Éste es un aspecto que hoy, sin embargo, se evita a toda costa. La necesidad de constante renovación de productos y servicios que necesitan estas empresas —visible en cómo cada pocos meses podemos disfrutar un nuevo teléfono o una aplicación digital para un usuario deseoso de consumir— ha de venir necesariamente acompañada de un entorno laboral cargado de estímulos que posibilite el desarrollo creativo de sus empleados, donde puedan socializar, divertirse, descansar e, incluso, perder el tiempo. Y es que, en realidad, en estos trabajos el tiempo nunca se pierde, sino que se invierte y recupera después en el trabajo creativo que desarrolla un empleado. En un entorno propicio, la creatividad puede venir de cualquiera en cualquier momento. Por eso se ha de construir una arquitectura que dé lugar a formas de trabajo que diluyan las viejas jerarquías de la empresa creativa, lo que en esencia necesita nuevas necesidades espaciales, muchas veces, más allá de las a priori conocidas.

Sin un referente claro de lo que necesitaban, y sólo sabiendo que debían romper con los viejos esquemas organizativos de antaño, las nuevas propuestas arquitectónicas comenzaron a ocupar los espacios con programas novedosos, materiales y diseños que permitieran construir ese escenario, a medio camino entre la calle y el interior, entre lo laboral y lo doméstico, entre el trabajo más duro y el ocio más relajado. Ahora las oficinas no sólo disponen de cocina o áreas de descanso, sino que éstas son zonas fundamentales y desde ellas que se articulan las propuestas arquitectónicas. La mesa de escritorio individual dio paso a la de tenis de mesa; las zonas de descanso se llenaron con cómodos sofás, lugares donde dormir, escuchar música, ver televisión o, incluso, columpiarse. Tomarse un café dejó ser una actividad fugaz frente a una pequeña máquina y las oficinas se equiparon con cocinas donde los empleados encontrarían una gran variedad de productos —ya fueran sanos o altos en azúcares— todo complementado con espacios renovados y programas que ayuden a las personas que allí trabajan, como son gimnasios o guarderías. Lo que antes era un entorno de uniformidad, con materiales reiterativos, fabricados en serie y de aspecto frío —hechos para durar— dejó paso a ambientes cálidos, con muebles de diseño e iluminación variable a fin de construir distintos entornos. Se trata de crear una serie de espacios más cercanos a un entorno exterior, como un pequeño parque o una cafetería, que prioricen la participación colaborativa de sus usuarios. Este tipo de oficinas consideran no sólo la filosofía de la empresa, sino también la identidad de cada usuario. Sirva de ejemplo el trabajo de despachos como Studio O+A o Clive Wilkinson Architects, punteros en el diseño de nuevas oficinas y que han desarrollado casos prácticos para compañías como Google, UBER, Facebook, AOL, Evernote, Cisco o Yelp, todas ubicadas en California y enfocadas en las nuevas posibilidades que ofrecen nuestros dispositivos móviles. Sus propuestas incluyen una diversidad de lugares adaptados a diferentes momentos, desde los de encuentro hasta los espacios a donde retirarse y aislarse por un rato del intenso ruido laboral.

Estos proyectos eluden formas demasiado reconocibles y reivindican sitios, muebles y elementos que los empleados pueden intervenir y apropiárselos, a fin de inventar nuevas maneras de hacerlos evolucionar según surjan nuevos descubrimientos, necesidades o formas de relación. Estas nuevas fábricas creativas son en realidad laboratorios en los que se propicia el talento y la diversidad, donde cada día puedan surgir innovaciones de un producto o de la manera en la que se ocupa el área.

Desde estas primeras oficinas, las empresas, convertidas ya en gigantes corporativos, comienzan a dar paso a los edificios centrales, donde se concentre casi toda la actividad de la compañía. Por su tamaño, estos edificios, firmados en muchos casos por destacados arquitectos del universo mediático, comienzan a parecerse menos a un edificio clásico y exploran su gran escala, definiendo espacios y paisajes tal y como haría una ciudad, sin perder, claro está, que desaparezcan las formas, lenguajes y posturas ideológicas asociadas al nombre de la marca. Se trata no sólo de crear un entorno laboral, sino de encontrar su lugar respecto de las políticas urbanas. Así, Apple confía la sobriedad de su diseño a Foster + Partners, que ejecuta un edificio 100% sostenible, de forma circular, que parece aterrizar en el terreno como un objeto salido de la misma fábrica fundada por Steve Jobs; Google busca a BIG y Thomas Heatherwick para construir un liviano megacomplejo con unas estructuras arquitectónicas que quieren borrar cualquier límite entre edificios y naturaleza, con tiendas, restaurantes y zonas de protección animal; Facebook recupera al mejor Frank Gehry, aquel de sus diseños californianos más sencillos pero ricos en detalles, con un edificio de planta abierta bajo una cubierta verde que hace las veces de parque; y UBER plantea una fábrica transparente, diseñada por SHoP y el ya mencionado Studio O+A, que expone por completo su interior y a sus empleados, con el argumento que no tiene nada que ocultar.

Pero, si intentamos ver alguna contraparte a todos los magníficos diseños mencionados, ¿por qué estos proyectos parecen ofrecer una visión de la oficina que funciona como una ciudad, con programas y espacios diversos, que parecen proponer disfrutar un día completo sin necesidad alguna de salir?

Más allá de su tamaño, el último de los casos —el de la fábrica que se diluye casi en el aire— es el que puede resumir por completo la nueva idea de la oficina en el mundo contemporáneo. Aquella que destruye sus límites. Tanto los físicos, haciendo desaparecer no sólo los exteriores, sino también los límites interiores del cubículo en beneficio de la zona común, así como los temporales. Hoy el trabajo puede sorprendernos en cualquier momento y en cualquier lugar. Nos encontremos dentro o fuera del espacio de la oficina, en la mesa de trabajo o jugando una partida de tenis de mesa, paseando por la ciudad o recién levantados, siempre tenemos algo que hacer gracias a nuestros dispositivos. El nuevo uso del tiempo ha alterado cualquier noción ya conocida de la arquitectura.

Como se apuntaba al inicio de este texto, hoy el trabajo llega y abarca cualquier sitio, lo ocupa todo y “la ocupación implica el borrado de las divisiones espaciales”. Por eso, quizá, la oficina se despliega en una ciudad, en un parque o se vuelve invisible, expande sus límites, los disuelve de modo que “las fronteras que diferenciaban lo público de lo privado, el tiempo productivo del tiempo de la subjetividad, que definían el espacio social del otium y lo distinguían del espacio laboral del trabajo, están siendo profundamente alteradas […] la subjetividad y el inconsciente han sido puestos a trabajar en todas partes y a todas horas”. Quizá, sólo quizá. Por eso la oficina de hoy se parece a muchos otros lugares que ya conocemos. A muchos, salvo a la oficina tradicional.

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La oficina del futuro y el futuro de la oficina https://arquine.com/la-oficina-del-futuro-y-el-futuro-de-la-oficina/ Sat, 01 Dec 2018 14:00:11 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-oficina-del-futuro-y-el-futuro-de-la-oficina/ Los espacios de trabajo del futuro habrán de mejorar la forma en que actualmente se brinda soporte a dos procesos fundamentales que definen la esencia de la actividad de trabajo: la comunicación y la identidad de quienes los habitan.

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Presentado por: 

Mucha tinta se ha derramado para hablar de productividad, colaboración y comunicación dentro de las organizaciones modernas.

Insistentemente se estudian métodos y dinámicas para estimular a los colaboradores de una compañía de tal forma que se obtengan resultados que agraden a los inversionistas y que, por lo tanto, tiñan de viable el futuro de los negocios.

Cierto es también que el antiguo quehacer de idear espacios para habitar permanece rezagado en comparación con este tema y con el lenguaje que en los negocios se maneja. En este dinámico juego, donde la empresa y sus espacios de trabajo crean valor económico, poco aportan los arquitectos.

No hemos visto aún una Bienal de Arquitectura, como la de Venecia, dedicada a los espacios de trabajo e, irónicamente, de estos mismos emana la arquitectura que ahí tanto se vapulea. Cuando en la edición pasada Koolhaas exploró los elementos que componen la arquitectura, aquella “sin arquitectos” habló del hogar y su evolución, incluyó la televisión y hasta la consola de juegos. Estudió el fenómeno del retrete, pero el escritorio quedó, como siempre, en el olvido. Escaleras, techos y ventanas hacen del espacio habitable lo que entendemos por arquitectura, pero ¿qué hace de un espacio una oficina?

Desde siempre los empresarios se han propuesto organizar las tareas de su equipo de trabajo, cual tropas al mando de centuriones, con el único objetivo de ganar las interminables batallas económicas. Ya los Médici, potentados indiscutibles, ordenaron los “oficios” de manera sistemática, dando lugar al primer espacio corporativo del mundo occidental y marcando el inicio de una era, la de los espacios de oficina. Revolución industrial y de las comunicaciones de por medio, hoy tenemos construidos en nuestra mente arquetipos rígidos sobre lo que significa pertenecer, trabajar y producir en un espacio de oficina. Será que la revolución de la información, en la que estamos plenamente inmersos, realmente plantee un cambio radical a lo que probablemente comienza a ser un espacio anacrónico; sinceramente lo dudo.

La arquitectura vive inmersa en la creación de templos del cliché, retratando situaciones ya superadas que persiguen modelos largamente abandonados por la sociedad urbana moderna.

Así, las voraces desarrolladoras exigen a sus creativas cortes de arquitectos la elaboración de complejos proyectos que contemplen espacios para la familia ideal. Apartamentos o casas habitación que suponen comportamientos preestablecidos de un modelo de familia evidentemente desaparecido. Espacios que contienen desayunadores en la era del Starbucks, “family rooms” en la era del Netflix y la tableta, y áreas sociales en el mundo de las redes sociales. Las familias, irremediablemente, se adaptan a espacios hace mucho tiempo superados. Para las corporaciones empresariales la historia es la misma.

Pregonando como mesías, los empresarios del nuevo milenio nos hacen llegar desde el Valle del Silicio sus visiones sobre las nuevas formas de trabajar, coloridas resbaladillas, mesas de billar y futbolitos dispersos entre las estaciones de trabajo gritan a los cuatro vientos la llegada de un nuevo contrato social entre patrones y trabajadores. Al clamor de todos somos iguales, los grandes directivos toman asiento mezclados con las hordas de trabajadores de cuello blanco. Cegados por el glamur de la era del internet, los diseñadores de espacios calificados copian paletas de colores y esquemas visuales que aparentan cambios profundos en la construcción de espacios de trabajo para las familias corporativas del mañana. La máxima sentencia de los visionarios de la oficina del futuro vaticina: “la movilidad ha terminado con las oficinas, hoy se puede trabajar en cualquier lado”. Tal vez una afirmación que, llevada a todos los ámbitos del habitar humano supondría también que dada la movilidad global, éste el fin del concepto hogar. ¿Para qué contar con uno si se puede vivir con todas las comodidades del mundo moderno en cualquier punto del planeta, inclusive suspendido por los aires dentro de un jet supersónico? Surge así entonces el cuestionamiento medular, ¿qué es realmente lo que define a una oficina moderna?, ¿qué le da sentido y significado a un espacio para que tenga la etiqueta de “lugar de trabajo”?

Taller, despacho, atelier, estudio, oficina, nombres confusos que hacen evidente cómo los primeros que están confundidos son los mismos arquitectos, quienes en la consecución de su oficio y la definición misma de su pasión no saben siquiera cómo calificar a su espacio de trabajo. ¿Cómo esperar entonces que orienten y diseñen las situaciones espaciales para los emprendedores del futuro? ¿Puede un arquitecto definir el porvenir del mundo del trabajo?

La evolución de la tecnología, en especial la de las telecomunicaciones, ha dado vuelcos inesperados a nuestras formas de colaborar en y para los equipos que se ven involucrados en nuestra labor productiva, de eso no hay duda. Me cuestiono, sin embargo, que hayamos entendido dónde en realidad está el cambio que afecta directamente los espacios que habitamos; poder trabajar ubicuamente no significa que seamos productivos en cualquier lugar. Dormir cansados en la banca de la estación del tren no significa ni descanso, ni que la banca se transforme en una recámara, ¿por qué entonces pensamos que la mesa de un café puede ser un espacio para una reunión de trabajo o el lugar ideal para redactar una propuesta de negocio? Oír: “Yo la verdad no tengo oficina, trabajo desde el Starbucks” es como decir, “ya en casa eliminé el comedor, he adoptado el Vips como el lugar para recibir a mis suegros”. La arquitectura es identidad, es cultura que da sentido de pertenecía.

Inquieto por esta incertidumbre, hace años emprendí la búsqueda de la definición de oficina y, por ende, el entendimiento de la oficina del futuro. En charlas con diseñadores, arquitectos, antropólogos, pedagogos, arqueólogos mencioné el dilema presto a recibir retroalimentación; después de todo, al igual que muchos más y como bien lo dijo Woody Allen, me interesa el futuro, ya que es donde planeo pasar el resto de mis días.

La oficina del futuro = conexión + identidad

Los espacios de trabajo del futuro habrán de mejorar la forma en que actualmente se brinda soporte a dos procesos fundamentales que definen la esencia de la actividad de trabajo: la comunicación y la identidad de quienes los habitan. La comunicación habrá de estar determinada por las necesidades de cada individuo y el contexto en el que se encuentran. Los espacios de trabajo han de tomar en cuenta los diversos tipos de comunicación, entre los que se incluyen la personal y a distancia, así como la sincrónica y la asincrónica.

La comunicación directa se desarrolla en actividades que se llevan a cabo en un lugar físico común, mientras que a distancia  se desarrolla mediante herramientas tecnológicas disponibles.

Esta última puede ser sincrónica, si sucede con la interacción en tiempo real entre individuos, o bien asincrónica si el intercambio de mensajes es no secuencial y atemporal. Los espacios y herramientas de trabajo habrán de facilitar estos —y otros futuros— tipos de intercambio de mensajes y emociones entre quienes colaboran con un objetivo común.

Los espacios físicos del futuro han de considerarse menos como contextos pasivos y más como entornos activos con un papel determinante en las actividades que dentro de ellos se desarrollan.

La identidad es un tipo de comunicación entre el individuo y su entorno o bien consigo mismo a través del entorno. El medio ambiente material seguirá siendo en el futuro un espacio de expresión sobre quiénes somos y en qué creemos. Por tanto, el espacio de trabajo del futuro es un espacio cultural y social que atiende sueños, logros, anhelos, orgullos, preferencias, convivencias, experiencias, etcétera.

En este sentido, el diseñador de espacios de trabajo del futuro ha de tomar en cuenta las capacidades y las necesidades comunicativas y expresivas de los diferentes usuarios involucrados en las actividades de trabajo.

 

Rompiendo programas arquitectónicos y nuevas variables

El nacimiento de la planta abierta y el rascacielos, al más puro estilo de Mies, supuso un borrón y cuenta nueva en la creación de los nuevos espacios de trabajo, una especie de hoja en blanco donde cada organización podría idear el tablero de juego ideal para la partida a sostener. Nace con este esquema el famoso

Bürolandschaft, donde el espacio a ocupar es visto como un paisaje, como un territorio a colonizar, por ordenar.

Surge como reacción a estos nuevos espacios un acercamiento modular que crea soluciones adaptables y flexibles. Es notable el nacimiento de los sistemas con base en componentes que racionalmente cubrían todos los modos de trabajo, funciones operativas y niveles jerárquicos, una respuesta ideal al mundo de la posguerra y el crecimiento sin medida de organizaciones bien articuladas, modulares y concentradas. Coloniza entonces estos espacios abiertos un mundo de productos modulares que prometen flexibilidad y reconfiguración, realidad que nunca llega.

Hoy, las murallas de paneles han caído y con ellas los programas arquitectónicos predeterminados. Las empresas no llegan a habitar espacios modulados, no reestructuran sus puestos de trabajo a partir de organigramas. Deberán entonces crearse nuevas dinámicas de trabajo para concebir los programas arquitectónicos que deberán ofrecer lugares que satisfagan las dos variables clave antes planteadas, comunicación e identidad.

A la luz de la creación de espacios con base en modelos paramétricos y en franca imitación de los modelos orgánicos y de la naturaleza, la arquitectura de interiores deberá buscar un acercamiento científico a los nuevos espacios de trabajo, partiendo del supuesto de que las organizaciones contemporáneas se comportan más como un ser vivo que como una máquina. Habrá que cambiar seguramente las premisas sobre los programas arquitectónicos de planta abierta en edificios que ofrecen antes que soluciones, metros cuadrados.

Considerar rentabilidad inmobiliaria como parámetro para entender agilidad y competitividad empresarial comienza a ser una gran contradicción, y está sin duda en manos del diseñador crear un nuevo modelo que concilie la voracidad financiera en torno al espacio, siempre a favor de la capacidad de creación de capital del espacio productivo.

Habrá que cambiar los parámetros a considerar como fundamento para crear los programas que construyan la arquitectura del trabajo. El valor por metro cuadrado, como ha sucedido en el tema residencial dentro de las urbes mejor posicionadas, será abandonado por una especie de “calidad de vida” en el mundo productivo. Concentrar a los colaboradores bajo un mismo techo será abandonado en la búsqueda de reunir al talento en el lugar más oportuno, la identidad de un equipo triunfador podrá medirse por elementos menos claros; no bastará un gran letrero coronando una pila de acero y cristal.

 

El futuro se vislumbra lejano

Estamos lejos de lo esperado. Al ver surgir monolíticos rascacielos monomarca al pie de nuestras más emblemáticas avenidas, firmados por las más prestigiadas mentes creativas de nuestra era, me resulta evidente pensar que la verdadera revolución en el mundo del trabajo surgirá del inframundo de la guerra de guerrillas, aquella que se da en las micro-organizaciones.

Hay que admitirlo, las verdaderas revoluciones en el diseño y la arquitectura se han gestado desde la periferia del poder económico. Resulta entonces indispensable garantizar que el planeador de espacios interiores corporativos acabe de surgir de entre las filas de arquitectos y diseñadores, y defina claramente su papel en el ámbito del bienestar productivo del hombre dentro de las corporaciones.

La velocidad del cambio en la era de la información supera logarítmicamente la capacidad del quehacer arquitectónico, tal vez como lo hizo en su momento la Revolución industrial. De ahí el interés de estudiar para aprender lecciones sobre lo que trabajar realmente implica en nuestros tiempos, tiempos que contemplan nuevos modelos de individuo, familia y por supuesto corporación.


Imágenes cortesía de Archivo Histórico Grupo Di Courtesy: Grupo Di Historical Archive

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Trabajo https://arquine.com/trabajo/ Wed, 01 Aug 2018 19:00:27 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/trabajo/ Desde el último ciclo de luchas laborales, a finales de los sesenta y principios de los setenta, apareció algo que varios teóricos y activistas italianos han llamado la mutación posfordista del capitalismo contemporáneo: el paso de la fábrica fordista a una nueva dinámica de intercambio y de producción.

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Desde el último ciclo de luchas laborales, a finales de los sesenta y principios de los setenta, apareció algo que varios teóricos y activistas italianos han llamado la mutación posfordista del capitalismo contemporáneo: el paso de la fábrica fordista a una nueva dinámica de intercambio y producción que trataría de incorporar las premisas de la lucha obrera —el derecho al ocio, la flexibilización laboral, la reducción de la jornada laboral— a las nuevas formas de producción, pero adulteradas y sin beneficio para los trabajadores, que permitiera al capitalismo encontrar un camino sin obstrucciones para sus flujos. Una economía de producción de signos, que tiene que ver con la desaparición de la fábrica industrial en un nuevo tipo de fábrica móvil, portátil e inmaterial, capaz de generar trabajo en cualquier lugar. Eso podría ser internet: la fábrica permanente, atomizada, que evita, por supuesto, la asociación gremial y entre trabajadores, y en la que el trabajo sufre una doble transformación. Por un lado, la jornada laboral se extiende indeterminadamente y se incorpora a todos los aspectos de la vida y, por otro, el trabajo material se invisibiliza y parece que no existe. Todas las máquinas en las que trabajamos las hacen obreros que son esclavos en fábricas de China, Panamá, Costa Rica o México; fábricas invisibles en las que no hay ningún tipo de movimiento obrero, porque están en países donde no hay derechos laborales o donde las reformas estructurales han acabado con éstos. Parece que ése es un trabajo que no existe o que sólo existe ese otro proceso dinámico de producción de signos, imágenes, información, memes, tuits, posts o conversaciones, que convierten el tiempo libre en tiempo ocupado, en tiempo de nueva creación de valor y de producción.

Es ahí donde aparece otra genialidad perversa del capitalismo contemporáneo: haberse apropiado de la capacidad cooperativa. Las redes sociales trabajan gracias a nuestra capacidad de crear en común una comunicación permanente, donde se intercambian puntos de vista y opiniones. Esa capacidad cooperativa que genera la red, en lugar de crear bien común, está siendo capitalizada por grandes algoritmos que dan lugar a una máquina muy bien engrasada para generar dinero. Ése es el cambio fundamental: el paso de la fábrica —industrial y de trabajo físico pesado, donde se generaban objetos materiales— a esta otra fábrica que produce evanescencias y volatilidades cada segundo, toneladas de información por minuto que, a su vez, crean grandes capitales a través del sistema financiero y que pone de relieve la relación entre el carácter inmaterial del trabajo y el carácter cada vez más abstracto e inasible de la economía global, que funcionan permanentemente gracias a la velocidad y la interconexión. Lo urgente ahora es repolitizar el trabajo, pues el movimiento final de esta mutación fue su despolitización, que la gente lo amara, que fuera cool, que fuera la esencia de lo que somos, una forma de estar en el mundo, que la gente quisiera trabajar más.

Esta despolitización tuvo que ver con la cancelación de las resistencias colectivas y la incapacidad de los individuos de agruparse para organizar sus formas de convivencia de un modo no fundado en la competencia y en la transacción permanente de beneficio, lo que generó zonas amplias y extendidas de soledad laboral: átomos interconectados que nunca se encuentran físicamente. La desfinancierización atravesaría por la reocupación del espacio físico y por desafiar la crisis de la presencia, encontrándose en lugares donde poder trabajar de forma compartida y cooperativa; espacios donde reunirse y discutir de sus problemas de explotación laboral y encontrar vehículos y medios —legales o no— frente a los abusos que padecen: la falta de contratos, de derechos y de esos otros aspectos que son parte de una vida siempre contingente e inestable, en la que nunca sabemos qué va a pasar y nos hace vivir con ansiedad. Sólo hay una forma de ofrecer presión frente a esta volatilidad y es ocupando los espacios, estando ahí. La presencia y el cuerpo son irreductibles a los flujos del capital. Es ahí donde empiezan a operar los obstáculos.


Texto elaborado a partir de una conversación de Pedro Hernández con Vivian Abenshushan.

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