Resultados de búsqueda para la etiqueta [tomás saraceno ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Wed, 06 Dec 2023 15:05:28 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Ciudades como nubes https://arquine.com/ciudades-como-nubes/ Tue, 09 Oct 2018 14:00:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ciudades-como-nubes/ El trabajo de Tomás Saraceno es como entrar a un laboratorio donde uno encuentra bocetos, esquemas, diagramas, modelos, pruebas fallidas, intentos siempre preliminares para un proyecto posible, único, por venir, cuyo resultado se encuentra todo el tiempo una prueba más allá, un modelo más allá, un pasito más allá, en el futuro.

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Como si se tratara de uno de esos autores de ciencia ficción de la vieja guardia, un Asimov o un Arthur C. Clarke, desde 2001 Tomás Saraceno ha imaginado y proyectado a través de distintos medios —instalaciones, fotografías, modelos, ensayos— la posibilidad de construir ciudades capaces de sostenerse en el aire como nubes. Para él, estas ciudades, estos hábitats aéreos que recuerdan a las grandes naves de la ciencia ficción, representan una posibilidad futura para albergar a la población de un planeta devastado, al parecer en franca extinción. Para esto, Saraceno ha experimentado al derecho y al revés con estructuras orgánicas como las burbujas o la espuma, estructuras en las que un conjunto de elementos modulares llegan a construir ensamblajes complejos, flexibles y resistentes a la vez. En la mayoría de las instalaciones y trabajos de Cloud City (2001-), la unidad modular es un poliedro de caras y formas irregulares, a veces equipado con espejos que antes que nada apuntan a la necesidad de estas ciudades de capturar la energía solar para funcionar, pero que quizá también cumplan con la función de reflejar a la visitante de la instalación para invitarla a formar parte de la construcción de ese futuro posible.

Además de la ciencia ficción clásica, el trabajo de Saraceno recupera y reinventa una serie de prácticas arquitectónicas utópicas de los años 60, empezando por los domos geodésicos de Richard “Buckminster” Fuller, otro personaje que parece sacado de una novela de Phillip K. Dick. Según Fuller, los domos geodésicos eran resultado de un estudio cuidadoso del comportamiento de estructuras orgánicas que eran en apariencia ligeras, pero en las que los pesos y las fuerzas se distribuían de manera eficiente a través de toda la estructura, volviéndolas altamente resistentes. Tensegridad, integridad tensional, fue el concepto que Fuller acuñó para describir sus domos geodésicos. Quizá el más conocido de  todos fue el que construyó para el pabellón norteamericano de la exposición del 67 en Montreal, ahora llamado Biosphère, y que críticos como Douglas Murphy han descrito como un organismo vivo, una criatura cienciaficcional que a partir de un juego de luces y sombras daba la impresión de responder a los estímulos del medio ambiente, transformándose, adaptándose, mutando.

Tal vez el domo geodésico pueda considerarse uno de los catalizadores de las comunidades contraculturales de los años sesenta y setenta en Estados Unidos. Manuales DIY de aquellos años como el Dome Cookbook de Steve Baer o el Domebook de Lloyd Khan apuntan en este sentido y nos recuerdan que el domo geodésico, más o menos improvisado, fue el elemento arquitectónico fundamental para muchas de estas pequeñas comunidades utópicas. El caso más conocido es el de Drop City, una comunidad formada por un conjunto de artistas visuales en Colorado que se apartaron del resto de la sociedad para construir una ciudad de domos hechos a partir de desechos industriales y otro tipo de materiales reciclados. Habitar el desecho, volverlo hogar, adaptarlo en una estructura cuyos principios constructivos remitían a lo orgánico, representaba para los miembros de Drop City imaginar desde la praxis cotidiana un futuro sustentable donde la técnica fuera de algún modo una extensión de principios dispuestos por los ecosistemas naturales, empezando por la noción del desecho ya no como contaminante o residuo sino como un elemento más dentro de un ciclo regenerativo. No es descabellado pensar que proyectos de Saraceno como el Museo Aerosolar (2007-), globos aerostáticos hechos de bolsas de plástico pintadas e intervenidas por los participantes de cada lanzamiento, estén tratando de repensar la utopía detrás de comunidades como Drop City y su proyecto de una vida reciclada. 

Para el propio Fuller, los domos geodésicos eran parte de una visión utópica más amplia. Influenciado por la cibernética de los años cincuenta y sesenta, Fuller insistía en que la armonía política sería posible siempre y cuando el mundo se organizara a través de un sistema cibernético capaz de funcionar automáticamente a través de mecanismos de retroalimentación. Este sistema establecería los circuitos necesarios y regularía la distribución de recursos naturales, los flujos de personas, los intercambios comerciales y cualquier otra cosa. Según Fuller, las computadoras ya tenían la capacidad de lograr esto, sólo había que generar una conciencia planetaria, para lo cual acuñó la metáfora de Spaceship Earth, que ofrecía la imagen de la Tierra como un pequeño ecosistema navegando a solas por el universo. Al igual que otros pensadores influenciados por la cibernética, Fuller concebía los ecosistemas terrestres como balances armónicos conformados por distintos agentes naturales, cada uno de los cuales ponía su parte y recibía la posibilidad de la vida a cambio. Su utopía implicaba así una mimesis tecnológica de lo que para él representaba una organización balanceada, natural, en equilibrio. Por eso la figura geométrica que elegía para representar la utopía era la esfera.

Pensando desde un presente desolador, donde la extinción de la vida misma está claramente en juego, autoras como Donna Haraway o Anna Tsing se han distanciado de esta forma de pensar. A ellas más bien les interesa pensar en ecosistemas como ensamblajes conformados por diversos agentes, humanos y no-humanos, cada uno de los cuales tiene su propio proyecto de mundo. Estos agentes se asocian, a veces, pero en otras ocasiones entran en disputa, choque o fricción. No hay armonía en medio del Capitaloceno, no hay balance. En realidad nunca lo hubo. Se abre entonces la posibilidad de pensar en impurezas, contaminaciones o disturbios para desde ahí encontrar o construir núcleos de supervivencia y colaboración entre especies y formas de vida. En la introducción a The Mushroom at the End of the World, Anna Tsing lo pone así: “Me encuentro a mí misma rodeada de parchados (patchiness), esto es, de un mosaico de ensamblajes abiertos, de formas de vida entramadas, cada una de las cuales se abre hacia un mosaico de ritmos temporales y arcos espaciales”. Su libro rastrea la historia ecológica, económica y cultural de un hongo que crece en terrenos devastados por el hombre, que regenera bosques enteros al alimentar a los árboles y que forma a su alrededor pequeñas comunidades conformadas por animales, plantas y seres humanos: “Seguir al matsutake nos conduce a posibilidades de coexistencia en medio de la perturbación medioambiental. […] Matsutake nos enseña una forma de supervivencia colaborativa”.   

El trabajo de Saraceno, obsesionado por concebir una forma espacial capaz de albergar la posibilidad de una vida sostenible, está en diálogo con los trabajos de gente como Tsing y Haraway. Si sus mapas y piezas hechas en colaboración con arañas apuntan al interés de trabajar, pensar y construir en formaciones más-que-humanas, su forma de conceptualizar la posibilidad utópica de las Cloud Cities se aleja definitivamente de la armonía que representaba la esfera de Fuller. En Stillnes in Motion (2016), por ejemplo, Saraceno ofrecía una suerte de cartografía virtual, un mapa tridimensional de las Cloud Cities. Este mapa estaba conformado por una serie de poliedros ensamblados unos con otros en distintas formaciones, formaciones irregulares y abiertas, con múltiples puntos de conexión pero también de fuga, de interacción y aislamiento. Muy diferente a clausura o la redondez perfecta de una esfera. Se parece un poco a lo que, en el contexto de las así llamadas “utopías críticas” de gente como Ursula Le Guin o Kim Stanley Robinson, Jameson describió como el paso de la isla a “un archipiélago utópico, islas en una red, una constelación de centros discontinuos, ellos mismos descentralizados en su interior”. Es cierto que Saraceno recupera el interés de Fuller y los Drop City por estudiar estructuras orgánicas en busca de una arquitectura sostenible, pero lejos estamos ya de los sueños cibernéticos de autopoiesis tecnológica o de la noción casi romántica de la naturaleza como un equilibrio armónico. De hecho, que Saraceno busque en la espuma o las burbujas la estructura posible para sus ciudades puede leerse también como un guiño a la situación contemporánea: estructuras hasta cierto punto frágiles, efímeras, medio precarias, justo como esos ensamblajes de colaboración y supervivencia que Anna Tsing y Haraway encuentran entre las ruinas del planeta. Los tres, en cierto sentido, proponen construir un futuro desde la inmensa fragilidad del presente. 

¿Cómo será la vida en las nubes urbanas de Saraceno? ¿Cómo se organizará el espacio interior de esa biósfera artificial, dónde dormirá la gente, dónde y cómo sembrarán, cuáles serán sus estructuras políticas? ¿Cuándo tendremos finalmente el modelo definitivo, el prototipo, el primer lanzamiento al aire? El trabajo de Saraceno consiste en aplazar el punto de llegada, renunciando a la conclusión de una narrativa lineal para en cambio insistir en la importancia de nunca dejar de imaginar otros futuros posibles. En el mismo Archaeologies of the Future de donde proviene la cita anterior, Jameson asemeja al utopista con el inventor. Saraceno añade a esta imagen otra más, también cargada de ecos a una larga tradición de ciencia ficción: el utopista como científico loco, ese personaje que se la pasa probando y fallando hasta que un día, ya al borde de la desesperación, logra dar en el clavo y encuentra la respuesta que lo cambia todo. Su trabajo es como entrar a un laboratorio donde uno encuentra bocetos, esquemas, diagramas, modelos, pruebas fallidas, intentos siempre preliminares para un proyecto posible, único, por venir, un proyecto cuyo resultado se encuentra todo el tiempo una prueba más allá, un modelo más allá, un pasito más allá, en el futuro

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Alrededor del mundo para cambiar el mundo https://arquine.com/alrededor-del-mundo-para-cambiar-el-mundo/ Tue, 05 Jan 2016 00:04:25 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/alrededor-del-mundo-para-cambiar-el-mundo/ Aerocene es un proyecto del artista y arquitecto Tomás Saraceno presentado en París durante la Conferencia del Cambio Climático. Consiste en una escultura, que levita de forma continua en el espacio. Durante el día se sostiene con energía solar y por la noche a través de la radiación infrarroja que llega desde la tierra. Con este proyecto, Saraceno amplía que la visión de la arquitectura clásica, donde el mundo se presenta como un lugar sin fronteras del cual todos somos partes, y estamos conectados unos con otros.

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Aerocene es el nombre que Tomás Saraceno dio a su proyecto presentado en París durante la Conferencia del Cambio Climático COP21 y organizada por las Naciones Unidas. Consiste en una escultura, que levita de forma continua. Durante el día se sostiene con energía solar y por la noche a través de la radiación infrarroja que llega desde la tierra. De esta forma, cambia de altitud y dirección, flotando gracias a los túneles de viento.

La intención de Saraceno es crear conciencia sobre un modelo de sociedad que sólo será posible si se trabaja en conjunto, vinculándose, al mismo tiempo, con el ritmo de los elementos de la naturaleza. En un mundo tumultuoso como en el que vivimos el artista argentino propone una relación simbiótica entre los recursos naturales y la democratización de la información a efectos de mejorar la vida a partir de la utilización de los mismos.

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Aerocene transciende las fronteras entre arte y arquitectura como también las de la ciencia, para transformarse en una visión donde todo el mundo puede participar con el aporte de conocimiento. La propuesta es clara: un intercambio de ideas, un conocimiento democrático, fronteras movibles, donde lo importante es la percepción del otro como individuo.

La idea que sostiene ideológicamente este proyecto articula una nueva visión para la humanidad, donde las identidades y las jerarquías pasan a tener una relación horizontal e igualitaria y donde los individuos se interrelacionan con la energía solar, el tiempo y el espacio.

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Tomás Saraceno nació en una provincia del interior de la Argentina, de donde su familia se exilio y estableció residencia en Italia en 1975. Tiempo después regresaron al país, donde el realizo sus estudios de Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. Hechos que marcaron su vida y su relación con temas como la identidad y el desarraigo y que recoge su obra, de carácter universal, donde el mundo se presenta como un lugar sin fronteras del cual todos somos parte y estamos conectados unos con otros. Saraceno se considera un ciudadano del planeta Tierra, que articula diálogos y, de esta forma, crea y recrea espacios. Su visión es más amplia que la de la arquitectura clásica. Para el artista la Tierra es una totalidad donde las partes interactúan de forma orgánica creando nuevos espacios y posibilidades.

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El encuentro a lo largo de su carrera con arquitectos como Gyula Kosice, Peter Cook o Buckminster Fuller, abrieron su mente hacia otras realidades y fue entonces cuando comenzó a comprender el mundo desde otra perspectiva. Esta influencia se instaló en Saraceno transformando su mirada, definiendo su lugar y su visión de la sociedad.

Con Aerocene, consagra la idea de una nueva época, donde la clave será la interrelación, en la que todos trabajan por un objetivo común y el bienestar de la sociedad. La escultura viajara próximamente a Bolivia, donde será instalada en el Salar de Uyuni, es el mayor desierto de sal continuo y más alto del planeta. Un lugar místico y mágico, que bajo el agua acumulada de las lluvias permite crear un espejo donde se reflejan las estrellas generando un universo sin horizonte.

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Al mismo tiempo, Tomás Saraceno presenta en el Palais de Tokyo de París el Museo Aéreo Solar, una obra itinerante que sólo existe gracias a la colaboración y al dialogo de los visitantes. Esta escultura, creada con bolsas de plástico usadas y unidas entre si con cinta adhesiva, da respuesta a la paradoja sobre qué hacer con ellas cuando dejamos de usarlas. Al convertirnos en coleccionistas de bolsas plásticas ayudamos a limpiar el planeta de la polución generada por el plástico, uno de los mayores problemas estos días. El Museo Aereo Solar es una escultura flotante que se agranda a medida que la participación aumenta. Como en todas las obras de Saraceno, el objetivo es mostrar cómo de una idea individual puede surgir un proyecto colectivo y potenciarse de forma tal que resulta un fuerza transformadora y viral.

Esta obra es la combinación del trabajo y la creatividad colectiva iniciada hace ocho años, ha visitado más de 21 ciudades del mundo. Cuando la obra de Sarraceno toma vida, los espacios y muros se acomodan, creando un diálogo participativo, donde se abre una gama de posibilidades espaciales y discursivas. Una seductora propuesta para una transformación.

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Tejer Utopías https://arquine.com/tejer-utopias/ Fri, 25 Oct 2013 16:10:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/tejer-utopias/ El pasado 7 de octubre Tomás Saraceno, artista argentino afincado en Berlín, visitó la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid para ofrecer una conferencia sobre su trabajo más reciente. Los ponentes se repartieron el análisis de las dos caras de la moneda. Si Herreros mostró la cara más práctica de sus últimos trabajos, atendiendo especialmente a las dificultades que encontró para llevarlos a término e introduciendo de algún modo, por tanto, cierta componente utópica, Saraceno se abandonó sutilmente a la deriva y se dejó llevar por el viento de la Utopía.

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“También en Raísa, ciudad triste, corre un hilo invisible que une por un instante un ser vivo con otro y se destruye, después vuelve a tenderse entre puntos en movimiento dibujando nuevas, rápidas figuras, de modo que en cada segundo la ciudad infeliz contiene una ciudad feliz que ni siquiera sabe que existe”.

Italo Calvino, “Le città nascoste. 2”, Le Città Invisibili, 1972.

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El pasado 7 de octubre Tomás Saraceno, artista argentino afincado en Berlín, visitó la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid en ocasión de las jornadas inaugurales de la quinta edición del Máster en Proyectos Arquitectónicos Avanzados (MPAA) para ofrecer una conferencia sobre su trabajo más reciente. La intervención de Saraceno fue precedida por una charla del arquitecto español Juan Herreros, en la que éste presentó a la audiencia tres de sus últimos proyectos: Urban Folly, una actuación de acupuntura urbana en el centro de Gwangju, en Corea del Sur, el Munch Museum, su principal obra en construcción a orillas de los fiordos noruegos en Oslo, y finalmente el Ágora Bogotá, proyecto ganador en 2011 de un concurso internacional para la construcción de un Centro de Convenciones en la capital colombiana.

Haciendo honor al juego ‘oxymorónico’ de palabras planteado en el título de las jornadas de conferencias del Máster, pragmatismo utópico/utopismo pragmático, se podría decir que los ponentes se repartieron el análisis de las dos caras de la moneda. Si Herreros mostró la cara más práctica de sus últimos trabajos, atendiendo especialmente a las dificultades que encontró para llevarlos a término e introduciendo de algún modo, por tanto, cierta componente utópica, Saraceno se abandonó sutilmente a la deriva y se dejó llevar por el viento de la Utopía —nótese la mayúscula. Una Utopía, sin embargo, materializada,  espacializada y puesta en práctica. En efecto, desde sus primeros talleres colaborativos en Medellín, dedicados a la construcción del Museo Aerosolar, el primer museo suspendido en el aire, fabricado con bolsas de plástico recicladas, hasta su obra más reciente, In Orbit, actualmente en el alemán K21 Staendehaus museum, todos sus proyectos van más allá de la componente puramente estética y onírica. La intención de sus obras no es sólo la de generar sorpresa y extrañamiento visual en quien las experimenta y las recorre: la espacialidad de sus instalaciones trasciende la búsqueda de asombro en el espectador y sin darse cuenta éstas últimas se convierten en metáfora materializada de una visión social, política y urbana mucho más profunda. En las obras del argentino toman forma y cuerpo potenciales dinámicas de interacción ciudadana que llevan tiempo siendo objeto de estudio de multitud de teóricos urbanos y de geógrafos contemporáneos y que de algún modo se consideran aún a día de hoy una quimera, utopías irrealizables dentro de los paradigmas existentes. A pesar de no explicitar dicha componente socio-política en su maravillosamente caótico discurso, Tomás Saraceno sabe sugerir entre líneas al explicar sus obras.

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Para su proyecto Social…Quasi social…Solitary…Spiders…On hybrid cosmic webs, el argentino introdujo arañas con distintos grados de sociabilidad en el interior de enormes vitrinas, con el fin de dejarlas tejer sus redes. Puntualiza el artista que sólo trabajó con las 20 especies que, de las 43000 existentes, trabajan de forma social. Si, como dice Italo Calvino al hablar de la ciudad invisible de Ersilia, “la ciudad es una telaraña de relaciones intrincadas que buscan una forma”, Saraceno parece querer encontrarla. Con la colaboración de un equipo de aracnólogos y de la NASA, el argentino consiguió escanear por primera vez en la historia dichos tejidos tridimensionales, con el fin de reconstruirlos a una escala lo suficientemente grande como para ser estudiados en profundidad. Saraceno parece haberse percatado de que comienza a ser imprescindible inspirar una nueva forma de urbanismo y de hacer ciudad a la altura de la complejidad del mundo en que vivimos: desde todos los ámbitos del conocimiento se nos invita a enfocar con microscopio la estructura velada de las cosas y él no ha hecho más que aceptar de forma rigurosa pero desenfadada dicha invitación, dándose cuenta de que, tal como nos recuerda el filósofo italiano Franco Berardi Bifo, “no es sólo la urbe, sino el conjunto del sistema lo que ha entrado hoy en una condición de imprevisibilidad mucho más radical”, habiéndose multiplicado los actores y siendo por tanto el cuadro infinitamente más complejo.   Es ésta condición de imprevisibilidad la que hace que en una ocasión el filósofo Bruno Latour haya percibido en las estructuras híbridas de Saraceno una sensación de orden, legibilidad, precisión y elegante ingeniería y a la vez una ausencia total de jerarquía estructural. “Ésa es la idea —afirmaba Latour— las redes no tienen interior, tan sólo conectores extendidos. Son todo borde. Ofrecen conexiones, pero no estructura. Uno no reside en una red, sino que se mueve de nodo en nodo a través de los bordes”. Si bien estamos acostumbrados a participar en primera persona de la experiencia en red por excelencia como es Internet, antes de conocer la obra de Saraceno no habría sido fácil visualizar, materializar y mucho menos experimentar, no en el mundo digital, sino en el mundo físico, una estructura tan sumamente compleja. Tal como afirma la experta en redes virtuales Margarita Padilla, “hacer red es poner en contacto a otras personas entre sí, colaborar con desconocidos y diferentes. Hacer red es compartir los procesos, no sólo los resultados, y reconocer las contribuciones de los demás. Hacer red, en definitiva, es ser generoso, pero no sólo con los de tu propia cuerda, sino con el 99%”. Pero es evidente que el cambio a la hora de pensar y hacer ciudad no puede venir sólo de Internet y tiene que hacerse en relación directa con la materialidad de los cuerpos.

Tomás Saraceno parece haber recibido el mensaje urgente de empezar a plantear acciones orgánicas que se trasladen de la red digital de los bits al mundo físico de los átomos, y tal es el caso de sus obras On the Roof: Cloud City, una estructura construida en la cubierta del Metropolitan Museum de Nueva York en junio de 2012, On space time foam, instalada en el hangar Bicocca de Milán en noviembre de ese mismo año, o la más reciente y aún visitable In Orbit. Se trata en todos los casos de construcciones estéticas y delicadas aparentemente suspendidas en el aire donde los visitantes, al entrar en ellas, se convierten involuntariamente en sujetos activos, individuos estrechamente interconectados física, material y espacialmente. Ciudadanos repentinamente conscientes de ser parte de un ecosistema artificial donde todo está relacionado con todo, invitados a interactuar de forma orgánica con el otro y con el medio en el que se encuentran. “No hay que prejuzgar cuán inteligentes podemos ser o dejar de ser cuando funcionamos en grupo”, afirmó Saraceno al explicar el comportamiento de quien accedía a sus instalaciones, en concreto a la instalada en el hangar Bicocca. El artista argentino habla sin duda, sin querer nombrarla, de inteligencia colectiva: porque creer en la red significa confiar en la inteligencia de los nodos, reconocer la autonomía y la inteligencia de lo que no eres tú. Al depender enteramente del individuo-otro, nada de lo que ocurra en el interior de las obras de Tomás Saraceno está previsto de antemano: en sus espacios se requiere la activación de la gente, sin forzarla; en ellos el sentido se construye entre todos, sobre el terreno, in situ. Cualquier movimiento, cualquier gesto, cualquier nuevo factor puede cambiar y desestabilizar el significado de todo el cuadro, el equilibrio de todo el espacio.

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Se trata, sin duda, de la reinterpretación escalada de la misma ley que rige en un ecosistema urbano, en el tejido informal de una ciudad madura, donde se producen de forma continuada, aunque no lo veamos, todo tipo de intercambios de materia, energía e información. Se trata de algo que no llegamos a percibir del todo, personal, afectivo, emocional, inconsciente y muy potente que opera en una dimensión apenas atisbada. “Una corriente sensible de empatía”, como lo denomina Margarita Padilla. Un flujo de comunicación desconocida e incontrolable que crea diálogo político y diálogo espacial, sin pasar por los lugares codificados del urbanismo tradicional o de las formas de la actual política. “Debemos urgentemente crear sinergias entre ciudadanos para activar dinámicas urbanas diferentes a las de la especulación inmobiliaria”, llegó a afirmar Saraceno en uno de los momentos más efervescentes de la conferencia. Para el argentino se hace imprescindible buscar estrategias básicas para la activación y articulación de nuevas relaciones sociales en las urbes, así como encontrar una cultura común del derecho a vivirlas y usarlas al margen de lo establecido por el poder, y en la mayoría de los casos, por el valor de mercado. La obra de Saraceno demuestra la necesidad de entender el urbanismo de forma diferente a como se ha venido haciendo desde la ortodoxia de la academia y desde la rigidez del movimiento moderno, quien ha tratado de trabajar sobre certezas absolutas en sistemas que como se viene observando son imposibles de comprender. Una ciudad no puede ser anticipada en sus comportamientos, puesto que se trata de una forma social notablemente elástica, duradera e innovadora. Elástica en cuanto moldeable, duradera en cuanto en continuo estado de evolución, e innovadora en cuanto indefinible e improbable. No se podrá comprender jamás la complejidad del sistema de relaciones que se dan en ella, dado que la mayor parte de las veces su estructura comunicativa se constituye en base a acuerdos implícitos, a modo de nodos de una de las redes tejidas por las arañas sociales seleccionadas por el argentino o tal como ocurre en sus delicadas instalaciones político-espaciales. Las obras de Saraceno se constituyen como ecosistemas dinámicos en constante cambio, autogenerados de forma colectiva y capaces de trascender la previsible y estática rigidez del monumento.  Igualmente elásticos, duraderos e innovadores, así como ambiguos, incontrolables y abiertos, los espacios y tejidos creados por el argentino acaban por adoptar la forma de modelos o “maquetas” habitables cuyo objetivo es el de hacernos visualizar y experimentar las diferentes dinámicas de construcción colectiva y distribuida en red de las que dependerán la fascinante imprevisibilidad y la mutación constante de un tejido urbano, siempre inacabado.

Afirmaba Michel Foucault que es la labor del “intelectual revolucionario” y comprometido la de comprender este sistema para alcanzar la legitimidad de actuar en él. Resulta por tanto obligatorio, si realmente se quiere intervenir en el mundo contemporáneo en las condiciones en las que habitamos, entender dicha lógica en red, dado que ésta lleva intrínseco un enorme cambio en lo que concierne a la distribución del poder. “La dificultad”, afirma la experta en redes Margarita Padilla, “es que sólo la puedes entender participando y estando dentro”. Haciendo real lo virtual, material lo digital y pragmático lo utópico, Tomás Saraceno alumbra el camino y nos lo pone un poco más fácil.

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In Orbit https://arquine.com/in-orbit/ Wed, 07 Aug 2013 15:24:55 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/in-orbit/ El artista y arquitecto Tomás Saraceno interviene el edificio del Museo Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen con una instalación a base de alambres que recrean una gran telaraña para humanos que cuelga sobre el patio principal a más de 20 metros de altura, en una comunicación híbrida entre el espacio anti-gravitacional y el espacio social.

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“Tomás, ¿tienes algún problema con la gravedad?” —le preguntan a Tomás Saraceno, artista argentino formado como arquitecto. Él responde: “ni idea, pienso que no existe un problema, más bien existen oportunidades, la gravedad es una relación física psico-social”.

Inspirado por una gravedad negada, el trabajo de este artista-arquitecto puede ser un experimento de modelos especulativos y alternos de vida donde las relaciones humanas inciten una comunicación híbrida entre el espacio anti-gravitacional y el espacio social.

Desde el mes de junio interviene el edificio del Museo Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen en Alemania con una instalación a base de alambres que recrean una gran telaraña para humanos que cuelga sobre el patio principal a más de 20 metros de altura. Esta pieza mantiene una estrecha conversación con un domo preexistente. Permitiendo el acceso a los espectadores en cada uno de sus 3 niveles, es hasta el momento la instalación más grande que Tomás Saraceno haya realizado y la cual requirió un trabajo de estudio durante tres años en colaboración con ingenieros, arquitectos y aracnólogos.

La estructura reta a la gravedad de nuestro hábitat, disolviendo las barreras entre el arte y la ciencia, para crear espacios en un aparente caos estudiado. Se visualiza al espacio-tiempo en continuidad relacionándolo con la actividad humana. El trabajo artístico de Saraceno no es ajeno a ideas utópicas arquitectónico-urbanas de arquitectos como Yona Friedman, Superstudio o Archigram.

Algo muy específico de Saraceno es la intencionalidad  del espacio que se encuentra en cada una de sus instalaciones, desde ‘Airport City’, ‘Cloud City’, ‘On Space Time Foam’, hasta ‘In Orbit’, donde genera paradojas al incluir al espectador dentro de estas grandes mallas o burbujas anti-gravitacionales que funcionan también gracias a la fuerza gravitacional misma. En palabras de Saraceno “la arquitectura no solo es construir edificios, también es una forma de organizar y entender algo que no está exclusivamente relacionado a los humanos”. Dentro de estos contextos espaciales es inevitable pensar en las relaciones espaciales digeridas en sistemas físicos, filosóficos, antropológicos que además tienen que ver con el suceso de lo arquitectónico.

Presentada como una obra de arte contemporáneo, también ‘In Orbit’ confronta al espectador ante un vacío arquitectónico dejando a la expectativa la posibilidad de realidades utópicas o tal vez futuras, enriqueciendo la experiencia sensorial cuya representación nos permite imaginar —al menos— un escenario diverso.

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La ciudad reflejada https://arquine.com/la-ciudad-reflejada/ Thu, 31 May 2012 16:19:01 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-ciudad-reflejada/ Del 15 de mayo al 4 de noviembre se exhibe la obra a gran escala 'Cloud City' del artista argentino Tomás Saraceno en la azotea del Museo de Arte Metropolitano (MET) de Nueva York.

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El ambiente podría definirse como atmósfera que rodea las circunstancias físicas, naturales y sociales de escenarios: como contenedores de las redes y conexiones interdependientes de la sociedad en un espacio y tiempo determinados.

Hasta el 4 de noviembre se exhibe la obra a gran escala Cloud City del artista argentino Tomás Saraceno en la azotea del Museo de Arte Metropolitano (MET) de Nueva York. Cloud City es una constelación integrada por 16 formas poliédricas interconectadas en la que puede realizarse un recorrido a lo largo de pasillos y escaleras. Estas figuras, aproximadamente del tamaño de un cuarto pequeño, conforman una instalación de acero pulido con materiales translúcidos y reflejantes en todas sus caras.

La obra de Saraceno –antes exhibida como Cloud Cities, y en otro formato, en el Museo de Arte Contemporáneo de la Hamburger Bahnhof de Berlín– está inspirada en burbujas de jabón y la interacción entre ellas logrando una experiencia completa para el espectador. Con el acceso a la estructura se sugieren nuevas realidades, teniendo una experiencia más allá de lo visual. La instalación mantiene inmerso al público en un juego de reflejos entre el cielo, la cuidad y las personas mismas. Con la construcción de escenarios habitables a través de la interdependencia de una geometría compleja que mezcla arquitectura, arte y ciencia, el artista argentino propone una reflexión sobre las redes de conexión directa.

El concepto futurista de las ciudades flotantes –considerando la posibilidad de que algún día floten sobre las nubes– proyecta nuevas formas de habitar y experimentar el ambiente. Tomás Saraceno plantea un ejercicio de percepción e invita a una reflexión sobre la realidad a través de los reflejos; el uso de la imaginación más allá de las nociones tradicionales de espacio y tiempo. De tal forma, la experiencia nos permite percibir distintas realidades, incluso alterando el sentido de la gravedad: Manhattan y el Central Park de cabeza, colocando el cielo debajo de los pies. La estructura está pensada para que sea habitable, esperando que las interacciones causen efectos inesperados en la misma.

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Cloud Cities https://arquine.com/cloud-cities/ Fri, 28 Oct 2011 04:14:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/cloud-cities/ Esta serie de complejas aldeas esféricas son parte de una ciudad ficticia que no sólo pertenece al sueño, al delirio o a la fantasía, sino que también representan una idea de ciudad que todavía no existe, dejando pendiente la idea de posibilidad.

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La idea de poder leer e interpretar la ciudad desde las construcciones de la mente estriba en su prominente carácter formal y espacial, pero a la vez, imaginario. Esta forma de buscar lo invisible de las ciudades es el eje central para la planeación y materialización de los elementos que las conforman. Así se percibe la construcción onírica, con esbozos futuristas, Cloud Cities creada por el artista argentino Tomás Saraceno. Se trata de una instalación de 24 formas esféricas que simulan complejas nubes entretejidas que representan lo que podría ser un hábitat urbano dentro de una burbuja.

La muestra se inauguró el mes pasado en el Museo de Arte Contemporáneo de la Hamburger Bahnhof de Berlín y estará hasta el 15 de enero del próximo año. Las ciudades creadas por Saraceno están suspendidas en los pabellones y crujías del museo, ubicado en una vieja estación ferroviaria berlinesa. “Son ciudades microscópicas, como telarañas, concéntricas, en expansión, ligeras como cometas, transparentes, trazadas con filigrana, imposibles…para verlas a través de su opaco y ficticio espesor”, como diría Italo Calvino sobre sus Ciudades invisibles, descripción que bien pudiera aplicar para estas ciudades utópicas que Saraceno proyecta para experimentar distintas formas de vida dentro de las burbujas, unidas por telarañas negras.

Las esferas son infladas con aire de fina fibra cristalina, colgadas del techo del pabellón central del museo. Los visitantes pueden ingresar a estos balones por medio de una pequeña escalera y así sentirse por encima del espacio museográfico. Esta serie de complejas aldeas esféricas son parte de una ciudad ficticia que no sólo pertenece al sueño, al delirio o a la fantasía, sino que también representan una idea de ciudad que todavía no existe, dejando pendiente la idea de posibilidad.

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