Resultados de búsqueda para la etiqueta [Tepito ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 04 Oct 2024 23:59:18 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 El Maracaná de Tepito. Encuentro núm. 1: Pelé vs. Pani https://arquine.com/el-maracana-de-tepito-encuentro-num-1-pele-vs-pani/ Fri, 04 Oct 2024 18:17:13 +0000 https://arquine.com/?p=93164 Este viernes 4 de octubre se celebra una vez más la fiesta de San Francisco de Asís en Tepito. Para conmemorarlo, presentamos un partido imaginario entre Pelé y Mario Pani en el corazón del Barrio Bravo, sitio de resistencia, experimentos urbanos y donde lo aleatorio es posible.

El cargo El Maracaná de Tepito. Encuentro núm. 1: Pelé vs. Pani apareció primero en Arquine.

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Encontrar formas para resolver el grave problema de la vivienda… mediante la construcción de un anillo de renovación urbana del centro de la ciudad de México, aprovechando las zonas centrales bien situadas, con servicios municipales y (evitando) el deprimente espectáculo de la herradura de tugurios que envuelve al núcleo urbano… revitalizar el centro cívico, histórico y comercial de la ciudad, resolver el problema vial y disminuir la polución atmosférica… ofrecer mayor atractivo al turismo nacional y extranjero (y en fin)… lograr una zona más humana… colocando urbanísticamente a México a la altura de los países más desarrollados
Adolfo López Mateos, Renovación Urbana México, 1970

 

Hablar del legado de Mario Pani Darquí en la arquitectura, en el contexto un fanático de futbol de la Ciudad de México, es el equivalente a hablar en el mundo deportivo de Hugo Sánchez Márquez, Diego Armando Maradona o de Edson Arantes Do Nascimento Pelé. Para este caso, o primer encuentro, el de Pani vs. Pelé es hablar del legado que tienen en una de las colonias y barrios más importantes de la ciudad. El del primero, por lo que dejó de hacer, y el segundo, por su presencia que encumbró un espacio deportivo en la colonia que al día de hoy sigue siendo un espacio referente para Tepito y la ciudad.

 

Primer tiempo. El proyecto totalizador de Mario Pani

O, diría yo, el del uso (in)correcto de las palabras. Más allá de la representación del proyecto, la presentación de este, donde se definía como “el deprimente espectáculo de la herradura de tugurios” a la zona de vecindades y barrios circundantes del Centro Histórico, empezar así un discurso probablemente no lleve a buenas negociaciones con un barrio y su comunidad. Al comenzar con esas palabras nunca se podría encontrar la forma para resolver el grave problema de la vivienda de acuerdo con lo que argumentaban Mario Pani o el mismo Adolfo López Mateos. Preguntaría yo, ¿qué es un deprimente espectáculo a nivel de vida barrial en relación con las formas de vida y la vivienda?, ¿no es esta una de las lecciones que nos deja el movimiento moderno, el uso correcto de las palabras?, ¿que el discurso arquitectónico deje de hablar de lo digno, de lo deprimente, de lo bonito, de lo que nos gusta?

La idea de este proyecto totalizador era borrar del mapa de la Ciudad de México a la territorial de Morelos y Peralvillo (antes, las colonias Violante, Díaz de León y Morelos, las colonias número 6, 7 y 8, respectivamente, trazadas en el periodo comprendido entre 1890-1910), dándole continuidad al Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco de 1964 y conectando por el oriente de la ciudad hasta el otro proyecto desarrollado por Mario Pani, y la Unidad Habitacional John F. Kennedy en la colonia Jardín Balbuena también de 1964.

El proyecto totalizador tenía como límites al norponiente la avenida Paseo de la Reforma al norte la avenida Canal del Norte y el Eje 1 Norte, y llegaba al sur hasta los límites de la calle de Moneda, que después continua hacia la Calzada Ignacio Zaragoza, conectando el H. Congreso de la Unión y la avenida Francisco del Paso y Troncoso con la Unidad Habitacional J. F. K. al oriente; al poniente el Eje 1 Oriente, con el cruce con el Eje 1 Norte, un proyecto totalizador con la misma densidad de Tlatelolco con sus edificaciones de vivienda, equipamientos y áreas verdes: la utopía del movimiento moderno en su máxima expresión.

En ese borrón y cuenta nueva (la tabula rasa), el conjunto de edificios de la Terminal de Autobuses del Poniente (TAPO), de Juan José Díaz Infante de 1978; el Congreso de la Unión, Cámara de Diputados, el Palacio Legislativo de San Lázaro, de Pedro Ramírez Vázquez y Jorge Campuzano de 1981; el Consejo de la Judicatura Federal, Palacio de Justicia Federal de 1987-1992, de Teodoro González de León con J. Francisco Serrano y Carlos Tejeda, habrían existido en otra ubicación, mas no en el triángulo de San Lázaro y el Palacio de Lecumberri, de 1900, del arquitecto Lorenzo de la Hidalga y los Ingenieros Antonio Torres Torija, Antonio M. Anza y Miguel Quintana, que hoy es el Archivo General de la Nación y hubiera sido demolido, salvándose solo de ese conjunto urbano-arquitectónico el Centro Social y Deportivo para Trabajadores Venustiano Carranza de 1929, de Juan Segura.

Un proyecto totalizador de norte a oriente, un cinturón que absorbe diferentes formas de ocupación del espacio urbano de la ciudad y une dos grandes conjuntos de vivienda Tlatelolco con la Kennedy, que afortunadamente no llegó a ser.

Centro Social y Deportivo para Trabajadores Venustiano Carranza de 1929, Juan Segura, foto recuperada de El Universal, “Mochilazo en el tiempo. El Deportivo Carranza de los años 20 pensado para obreros”.

La colonia Jardín Balbuena es reconocida en el entorno deportivo, porque ahí creció Hugo Sánchez Márquez, el “niño de oro”, el “pentapichichi” y, en referencias urbano arquitectónicas, esta es una de las colonias funcionalistas, totalmente diseñada por los arquitectos Félix Sánchez, Raúl Izquierdo y A. Sánchez Tagle. Deporte contra ciudad nuevamente, pero ese es otro encuentro, el número 2, el de Hugo Sánchez vs. los otros Sánchez: Baylón y Tagle + Izquierdo.

 

Segundo tiempo. El Maracaná de Tepito

Definir la ubicación de El Deportivo Maracaná de Tepito es algo confuso cuando las calles dejan de ser calles y se convierten en grandes pasarelas peatonales-comerciales. El deportivo se encuentra entre las calles de Caridad Tepito, al sur; Toltecas, al poniente; Rivero, al norte y avenida del Trabajo; y González Ortega, al oriente. En esa manzana está la primera y segunda cerrada de Rivero, la cerrada de Matamoros y la escuadra de La Rcda. donde se encuentra la Parroquia de San Francisco de Asís. La forma más fácil de llegar es desde Paseo de la Reforma, por toda la calle de Matamoros, hasta topar con el nodo de mercados de la zona, el Mercado 36, el Mercado 14 y el Mercado 23 de tenis; luego dar vuelta hacia el oriente por la calle de Toltecas hasta llegar a la Rcda. o la calle de Caridad para conectar con el pasillo peatonal de Fray Bartolomé de las Casas. Las calles de Tepito son quizá el único lugar en la ciudad donde he perdido el sentido de orientación, las calles se dejan de identificar pos su nomenclatura y hay que empezar a ubicar una serie de referentes comerciales, religiosos y gráficos para encontrar una ruta —de entrada, o salida, da lo mismo—. Tepito es un gran laberinto urbano incluso recorriéndolo con alguien que conoce las calles del día a día.

La cancha del Maracaná de Tepito es como cualquier cancha de futbol, tiene unas dimensiones de casi 40 × 90 metros y se encuentra en un conjunto de predios con una cancha de futbol rápido y la Parroquia de San Francisco de Asís. Su particularidad inicial es que nace producto del sismo de 1957 (ver “La Ciudad [IV]: de sacudidas, perdidas y caídas”), del acarreo de piedras de la caída de viviendas y comercios en esos terrenos; su particularidad secundaria, la de la anécdota, es que en esa cancha jugó la selección de fútbol brasileña que participó en el mundial de México 1970 contra un equipo de vecinos de la comunidad de la colonia. El equipo de Brasil, estaba conformado en su momento por los “cinco 10”, Jairzinho, Gérson, Tostao, Rivellino y Pelé, dirigido por Mario Zagallo. Otra versión refuta esta anécdota, y la fecha en los años de 1976-1977, cuando jugadores brasileños que militaban en equipos del futbol mexicano jugaron un partido amistoso contra una selección de Tepito, y empataron 2-2. Este par de eventos (del cual no he encontrado registro fotográfico), en el que lo importante de ambos es que jugó un representativo brasileño, marcaron un antes y un después para Tepito, ese “templo pequeño” ahora del futbol, que generó un arraigo territorial y simbólico por defenderse en décadas posteriores, el de la época de la resistencia, la de “Tepito existe porque resiste”.

Tiempo extra. El proyecto parcial de Enrique Norten y Bernardo Gómez Pimienta

La primera vez que vi el proyecto de TEN Arquitectos en Tepito fue en uno de los Catálogos de la Arquitectura Contemporánea, que editaba la Editorial Gustavo Gili en el año de 1995. Con introducción de Lebbeus Woods, para el trabajo de TEN Arquitectos (catálogo que nunca adquirí, pero siempre consultaba en la biblioteca de la universidad) ese catálogo, quizá junto con el libro de Morphosis, Buildings and Projects 1989-1992, de la editorial Rizzoli, eran los documentos introductorios para mí como estudiante de arquitectura que pasaba de conocer a los grandes referentes de la arquitectura nacional, a un par de oficinas (una nacional y otra extranjera, de ahí quizá las virtudes y defectos al diseñar de toda una generación, la de 1995-2000) que exploraban desde la concepción espacial hasta la representación, iniciando TEN Arquitectos junto con otras oficinas nacionales lo que llegamos a conocer como el Tech-Mex o el High Tech en arquitectura pero a la mexicana. De este catálogo sobre el trabajo en conjunto de la dupla conformada por Enrique Norten y Bernardo Gómez Pimienta recordé el proyecto de la transformación parcial de Tepito. De ahí recupero su planta de conjunto para emplazarla en las condiciones actuales sobre una imagen de google maps y trato de entender la diferencia entre lo que proponía totalitariamente Mario Pani, contra lo que proponía parcialmente TEN Arquitectos, sin importar la extensión y la escala de la intervención los dos proyectos, que me parecen una transformación de la zona que generó la resistencia de un barrio de sus modos de vida, bravos por definición, y con una ocupación espacial de lo urbano, para adaptarlo a sus necesidades, saberes y experiencias.

Lo primero que noto son 7 grandes intervenciones y, aclaro, eso es una percepción de lo que puedo ver en la planta de conjunto y lo que la escala y resolución de la imagen me permite interpretar. La intervención núm. 1, la más importante —primera tarjeta amarilla—, donde desaparece por completo el Maracaná de Tepito para dar paso a lo que asemeja una plaza que devuelve una vida pública desde la concepción urbano-arquitectónica al atrio de la Parroquia de San Francisco de Asís. La cancha de futbol que desaparece (que, por cierto, está mal orientada, va en dirección oriente-poniente, quizá de ahí la propuesta), se desplaza hasta la parte norte con una correcta orientación ahora sí como remate de la intervención núm. 2 de la calle de Tenochtitlán, para ocupar lo que es hoy un espacio recreativo conocido como el Centro Deportivo Luis Villanueva Kid Azteca,  [1] entre las calles de Tenochtitlán, al poniente; Matamoros, al norte; Toltecas, al sur; y Fray Bartolomé de las Casa, al sur. La intervención núm. 3 está sobre lo que hoy persiste con una edificación en forma de trapecio; en el remate de la calle de Fray Bartolomé de las Casas. La intervención núm. 4 está sobre lo que hoy parece una gran plaza de conexión entre edificios de viviendas con un tanque elevado. Esta intervención, en su representación, es muy característica de TEN Arquitectos, ya que presenta una de sus tradicionales superficies curvadas, identificada mediante el hatch o achurado en el dibujo (recordar la representación de la Escuela Nacional de Teatro en el conjunto del CNA o el Edificios de Servicios de Televisa). La intervención núm. 5 es, supongo, la recuperación de la Plaza de Santa Ana junto a su parroquia en la calle del mismo nombre y en la calle de Peralvillo. La intervención núm. 6 se da en los remanentes de las áreas verdes que deja la Glorieta del Monumento a Cuitláhuac en Paseo de la Reforma, junto con el camellón central de la calle Matamoros y la calle Parcialidad, con un trazo curvo. Sobre esa calle de Matamoros está la intervención núm. 7, quizá la que más atrae la atención para tratar de entender qué sucede a nivel de calle, de los ojos, del peatón, desde Paseo de la Reforma Norte, conectando a todo lo largo hasta su remate con los mercados 14, 36 y 23 —segunda tarjeta amarilla— (ver nuevamente el “23: describir una calle“, sobre la importancia de esta pasarela el día de hoy). En esta intervención también la calle de Tenochtitlán tiene ese mismo tratamiento hasta conectar con el Mercado de Granaditas en el conjunto de mercados de La Lagunilla del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en 1957, en los límites con el Eje 1 Norte (atrás de este mercado en la calle de República Dominicana y su perpendicular con la República de Haití, existe ya una solución que se asemeja al tratamiento gráfico en el dibujo de TEN Arquitectos). Lo curioso es que no se toca la calle de Jesús Carranza que se convierte después en la calle de República de Argentina, que remata hasta el punto origen de trazo de la ciudad colonial en la esquina de la calle de Guatemala, Templo Mayor y las espaldas de la Catedral Metropolitana —¿tarjeta roja?—, el eje de movilidad peatonal de la ciudad que complementa el eje de movilidad vehicular San Antonio Abad y Calzada de Tlalpan, sobre ese punto origen de trazo de la Ciudad de México. ¿Cómo se ocupa el espacio urbano en este tipo de contextos? Quizá una de las posibles soluciones de una calle en el futuro sea lo que sucede en ese Eje 1 Norte.

Montaje del proyecto parcial de TEN Arquitectos sobre imagen actual de google maps por Erik Carranza.

 

Totalitariamente o parcialmente, el legado urbano del Deportivo Maracaná en Tepito me permite imaginar un juego con un equipo inventado para la ocasión: el Cosmos de Tepito de la CDMX (en honor a Pelé, que jugó en el Cosmos de Nueva York) vs. Las Gardenias, un 4 de octubre (fiesta de San Francisco de Asís) de cualquier año, el que venga o, de preferencia, en 2026, año en el que se va a jugar por primera vez el mundial de futbol en tres diferentes sedes, México, Estados Unidos y Canadá. ¿Por qué no? ¡Sí!, porque el futbol, como el diseño urbano, son prácticas espaciales de resistencia.

 

Este texto forma parte del proyecto de investigación de “Ciudad cuerpo y deporte urbano” del Sistema Nacional de Creadores de Arte en Arquitectura (diseño arquitectónico).

 

Notas

[1] Luis Villanueva Páramo o Kid Azteca fue uno de los boxeadores profesionales más importantes que ha tenido México y el barrio de Tepito, nació en la Plaza Bartolomé de las Casas núm. 28, de ahí el nombre del Centro Deportivo; el box y su relación con el barrio es otro de los temas deportivos y urbanos a analizar en Tepito en un encuentro posterior.

[2] Las Gardenias es el equipo local de futbol de la comunidad LGBTTTIQ+ del barrio de Tepito.

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El nombre, ¿es lo de menos? https://arquine.com/el-nombre-es-lo-de-menos/ Fri, 03 Feb 2023 05:31:48 +0000 https://arquine.com/?p=74930 “No hay inocencia en el gesto de nombrar”. Llamarle a un fraccionamiento propuesto en la Hacienda de la Condesa, Nueva Tacubaya, o Chapultepec Heights a lo que hoy es las Lomas o intentar rebautizar Tepito como Reforma Norte, no son actos inocentes: el nombre acaso no es lo de menos.

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Antes de que Daniel Giménez Cacho encarnara a Silverio Gama, protagonista de la película Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (Alejandro González Iñárritu, 2022) y quien busca la raíz de la mexicanidad en el Zócalo o en el Castillo de Chapultepec, el actor organizaba recorridos por Tepito, un barrio menos monumental y menos fotogénico, a los que llamaba “safaris”. Nadie cuestionó que la actividad colonial de avistar animales, con el fin de apreciarlos en todo su esplendor salvaje, se utilizara para describir una serie de visitas a una zona de la ciudad donde vive gente, al igual que en la Narvarte o en la Condesa, donde pareciera que las mesas de restaurantes en la banqueta imprimen mayor alcurnia. Será que para la imaginación geográfica de quienes planearon recorrer Tepito, la vida en la colonia Morelos era digna de tomarse como una suerte de gabinete donde los espectadores podían ver cómo vivían los tepiteños con el fin de tener una experiencia estética. Sin embargo, no se necesita desmadejar mucho para encontrar el problema: una de las zonas más céntricas de la capital de México es también una de las zonas más imaginadas y menos comprendidas. A la manera de los monstruos, podríamos decir que Tepito pertenece a la tradición oral de la ciudad. Se habla mucho sobre lo peligroso del barrio, y sólo se visita si un actor es quien protege a los turistas, recomendaciones mediante de “no portar objetos ostentosos” antes de ingresar a este paraje exótico.

A Tepito también se le conoce como el “barrio bravo”, lo que a veces se utiliza como una especie de demarcación no oficial para todos los capitalinos, la cual delimita a Tepito del resto de la ciudad. La urbe que rodea al barrio no es tan peligrosa. Sobre esto, podemos afirmar, junto a Luz América Viveros Anaya, que nombrar los sitios es una práctica social que “delata pactos que los habitantes establecen con su pasado, con la memoria y con una manera de situarse en el mundo”. En el texto “A veinte calles de la Plaza de Armas y a diez mil de la civilización”, la autora comenta que “esa designación de los lugares está mediada, a veces tensamente, por los alcaldes o regentes civiles que intentan ya normar, ya cubrir deudas políticas, ya establecer homenajes de panteones políticos, profesionales, artísticos o culturales”. Viveros Anaya concluye: “No hay inocencia en el gesto de nombrar”. Tepito ya existía cuando, en 1883, José Tomás de Cuéllar escribió un artículo titulado “La nomenclatura de las calles”. Como cronista urbano, este autor defendió la simetría, las superficies lisas y la tecnificación de las ciudades. Por lo tanto, no le parecía que entre cuadra y cuadra se cambiaran los nombres de un centro urbano en continuo crecimiento, y que mucho menos las denominaciones estuvieran dadas por las tradiciones religiosas o los oficios que ahí se ejercían. En su texto, Tomás de Cuéllar narraba que al tramo de las calles de Corpus Christi, Calvario y Acordada se les había nombrado avenida Juárez y que, a pesar de esta síntesis, los ciudadanos seguían acostumbrados a una nomenclatura mucho más primitiva. “Y ya que de avenida Juárez se trata, pregunto yo: ¿qué inconveniente hay en que la avenida Juárez la constituya de hoy en adelante y para siempre toda esa vía desde la primera calle de Plateros hasta salir a despoblado? Así quedarán suprimidos los nombres de primera y segunda de Plateros, Profesa, primera y segunda, y Puente de San Francisco y, para suprimir esos nombres sustituyéndolos con el de nuestro benemérito don Benito Juárez, hay todas estas razones”. 

La idea de facilitar la vida a los transeúntes no es, en principio, problemática, pero la forma en la que nombramos las estructuras de la ciudad está fundamentada en la ideología de un momento determinado. Para Tomás de Cuéllar, si los antepasados habían emprendido la “larga y laboriosa tarea” de “conservar en lo posible el alineamiento en las nuevas construcciones, hasta lograr una ciudad más regular y más perfecta que todas sus contemporáneas del continente, nos toca a nosotros hacernos dignos de esa previsión sensata y meritoria, y al encontrarnos calles que atraviesan la ciudad en línea recta en toda su extensión, sin más defecto que cambiar de nombre a cada cien pasos, nos toca, repito, bautizar esa vía con una sola letra, con un número o un solo nombre, siguiendo en esto el espíritu práctico de las ciudades modernas”. ¿Quién se hace cargo de la noble tarea de nombrar los sitios de la ciudad? Viveros Anaya habla de los alcaldes, pero también los bienes raíces tienen una injerencia importante en los mapas urbanos. Por supuesto, las clases medias quieren habitar barrios donde puedan criar con decencia a sus hijos, o donde sus inversiones inmobiliarias puedan demostrar con mayor contundencia su estrato económico. En uno de los anuncios publicitarios del desarrollo habitacional Chapultepec Heights se leía “El patrimonio de los suyos”, y una familia conformada por una mamá, un papá y una hija miraban su título de propiedad y su casa. La Nueva Tacubaya fue un territorio destinado a compradores similares, al igual que el Nuevo Polanco, un ejemplo más contemporáneo donde las clases medias producen espacios dignos para la crianza de los hijos y para las inversiones que se pueden heredar. Este panorama resulta ajeno a Tepito, aquel sitio donde se hacen safaris y donde se puede arriesgar el pellejo si se ingresa con teléfonos o prendas que puedan activar los instintos criminales de sus habitantes. En Tepito no viven familias y  el tipo de negocios que ahí se encuentran no elevan la plusvalía de la vivienda. Al menos hasta que una inmobiliaria decida lo contrario. 

El 28 de enero, el diario El Financiero reportaba que la compañía constructora UBK rebautizaba a Tepito como “Reforma Norte” para ofrecerles a sus potenciales clientes departamentos con costos que llegan a los dos millones de pesos. Si las familias de mamá, papá e hijita se encontraban lejos del “barrio bravo”, el mismo “barrio bravo” tiene ahora para ellos una promesa de patrimonio. Sin embargo, como mencionábamos, todos los capitalinos sabemos de la reputación de Tepito, y es de dudarse que una maniobra mercadotécnica pueda captar inversores y especuladores, y mucho menos gente que quiera trabajar en su nuevo proyecto en la paz de alguna cafetería. Pero también podemos decir que el estrato porfiriano está completamente sedimentado en nuestra consciencia urbanita. En tiempos de Tomás de Cuéllar también se aspiraba a eliminar las vecindades (lo que también contribuiría a la rectitud de las calles tan deseada por el cronista), por tratarse de una forma de vivienda que encarnaba el “mal moral de la pobreza”, una denominación hecha por quienes planeaban las políticas urbanas mediante la cual se borraba cualquier desigualdad estructural. Bajo esta perspectiva, los “pobres” no podían acceder a una casa mejor construida por su calidad humana. Tal vez quienes van de “safari” a Tepito tampoco se preguntan si esa inseguridad (que sí es real) se debe a que, casi siempre, la infraestructura ha sido utilizada para elevar la plusvalía de las colonias donde sólo habita la clase media, como puede ser la seguridad misma de las calles. También cabría preguntarse si sabemos cómo es que los tepiteños se nombran a sí mismos. Si Tomás de Cuéllar decía que por mera practicidad se debían borrar los nombres religiosos de las calles (que dan cohesión) o los nombres de los oficios (que, en su momento, les entregaron un territorio a los comerciantes), decirle “Reforma Norte” o “barrio bravo” es, de alguna manera, anular la identidad de un barrio que, como pocos, puede empezar a contar su historia desde tiempos prehispánicos. Igualmente, podemos leer el nombre de “Reforma Norte” como un eufemismo con el que se quiere disimular que en Tepito también hay casas y negocios y, sobre todo, gente. 

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Primero el azoro, después la ansiedad https://arquine.com/primero-el-azoro-despues-la-ansiedad/ Fri, 12 Jul 2019 00:20:05 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/primero-el-azoro-despues-la-ansiedad/ El 10 de julio del 2019 murió Armando Ramírez, novelista y cronista mexicano. Su obra, enfocada en la Ciudad de México, recopila emblemas que representan lo que alguna vez se vivió como un gran barrio: Tepito.

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El 10 de julio del 2019 murió Armando Ramírez, novelista y cronista mexicano. Su obra, enfocada en la Ciudad de México, recopila emblemas que representan lo que alguna vez se vivió como un gran barrio: los boxeadores, los organilleros, las cantinas, las vecindades, los tianguis, los “teporochitos” —hombres alcohólicos que, por lo general, viven en una condición de indigencia. Casi en la misma línea de Ángel de Campo, otro cronista urbano aunque menos célebre, Armando Ramírez miró a la ciudad con ironía al tiempo que la celebraba. La tepiteada (Océano, 2007), una de sus últimas novelas, es una reescritura de La odisea en la que las peleas entre pandillas adquieren el tono de la épica heroica.

En una cápsula para el canal Capital 21, transmitida en 2018, el autor entrevistó a los vendedores de libros de la Ciudadela; ahí los declaró promotores de la lectura. “Pero qué bonito es andar recorriendo lugares para encontrar el saber y el universo de las palabras. ¡Despierte, tío Alberto! ¿O qué no le contaron de El principito?”, dijo para la cámara. Esta imagen de Armando Ramírez, rodeado de revistas y libros usados, es mi punto de partida. Más que un obituario, lo que quiero es apuntar algunas ideas sobre el conocimiento ante la capital de México, una relación que ha sido explorada de manera muy peculiar por la literatura y el arte de la modernidad nacional.

 

¿Cuál es la primera aparición literaria de la ciudad? “El vagón, además, me lleva a muchos mundos desconocidos y a regiones vírgenes”, escribía Manuel Gutiérrez Nájera en La novela del tranvía, una crónica que ha sido antologada también bajo el género de cuento. “No, la ciudad de México no empieza en el Palacio Nacional, ni acaba en la calzada de la Reforma. Yo doy a ustedes mi palabra de que la ciudad es mucho mayor.” La segunda mitad del siglo XIX fue el encuentro de la literatura con una región un tanto más ruidosa, otro poco más habitada, aunque todavía no lo suficientemente extendida. Para Gutiérrez Nájera, así como para otros escritores de la época, como Rubén M. Campos o José Juan Tablada, trasladarse a Tlalpan —o cuando se sentían más aventureros, a Cuernavaca— era motivo de una crónica de viaje. 

Sin embargo, comenzó a ser posible desvelarse en los  bares, escuchar a sopranos italianas —la visita a México de Adelina Patti a la Ciudad de México marcó a la intelectualidad de esos años— o trabajar como burócratas culturales. Pero llegó la Revolución, y entre los muchos sucesos ocurridos cuando los ejércitos del sur y el norte conquistaron la capital, pasó que fue destruido el jardín japonés del poeta José Juan Tablada en su residencia de Coyoacán. Sin embargo, el proyecto nacionalista e institucional fue también el contexto para narrativas mucho más vitalistas que “la enfermedad de la civilización” que padecían los escritores finiseculares. Mientras que para Tablada la cocaína era una forma de acercarse al pesimismo baudeleriano, la ciudad posrevolucionaria —la ciudad moderna— fue la del rock and roll, las minifaldas y el optimismo hippie. 

En la película Los caifanes (1967), dirigida por Juan Ibáñez, una pareja de clase media se adentra en la vida nocturna de la Ciudad de México, guiados por un grupo de arrabaleros que, en una metáfora bastante ingenua de Caronte, los llevan por un viaje hacia la libertad de la noche y los recovecos de su subjetividad. Los cabarés, las funerarias, las taquerías —sitio al que llega un Carlos Monsiváis, él mismo un cronista urbano, “teporochito” y disfrazado de Santa Claus— escenifican una crítica hacia la figura de la pareja decente y burguesa, la cual termina separada una vez que amanece. Un poco más logrado que Los caifanes, el cortometraje Tajimara (1965), a cargo de Juan José Gurrola y perteneciente al díptico Los bienamados, que se complementa con Un alma pura de Juan Ibáñez, tiene una larga secuencia que retrata a otra pareja, aunque más joven. Un probable contrario de la pareja en Los caifanes, el chico y la chica recorren el Museo de Arte Moderno: son atractivos, son letrados y sueñan con su propia emancipación. 

“De hinojos, coronado de nopales, flagelado por su propia (por nuestra) mano. Su danza (nuestro baile) suspendida de un asta de plumas, o de la defensa de un camión; muerto en la guerra florida, en la riña de la cantina, a la hora de la verdad: la única hora puntual”, recita Ixca Cienfuegos, personaje de La región más transparente, novela de Carlos Fuentes (1958). Para este momento, la ciudad ya es habitada por la multitud y el ruido; ya es imaginada como una mezcla de identidades a veces trágica, a veces festiva. Del adolescente que experimenta la pérdida de su infancia, como se lee en De perfil (1966) del escritor José Agustín, al espectro de los sacrificios humanos narrado en La fiesta brava (1997) de José Emilio Pacheco, los ejemplos del arte urden una historia de la modernidad urbana. La crónica de ciudad, así como su novelización y su imagen cinematográfica, son necesarias al menos para el caso mexicano. No por nada personajes como Salvador Novo o Monsiváis fueron tan públicos. Ellos podían dar directrices para entender las manías de los habitantes de Polanco o el comercio ambulante del Sistema de Transporte Colectivo Metro. 

“Pero qué bonito es andar recorriendo lugares para encontrar el saber y el universo de las palabras”, vuelve a decir Armando Ramírez, quien encontró en el albur y en los tacos de tripa historias lo suficientemente importantes para sus colaboraciones en periódicos y en la televisión. En la tradición narrativa sobre la ciudad es constante que sea la clase media la que viaja a los bajos fondos, ya sea para descubrir la honestidad de lo exótico –como le sucedió a Julissa–, o para desengañarse del progreso ante la miseria de los otros. En cambio, Armando Ramírez fue originario de una zona de la ciudad que sólo era descubierta cuando los artistas buscaban inspiración. Sin embargo, ¿la crónica urbana debe permanecer en el registro de lo pintoresco? ¿Quién es el cronista urbano contemporáneo? Esta ciudad, tal vez, comienza a agotar a su flâneur: la especulación inmobiliaria, las noticias sobre indigentes asesinados por calcinamiento, los campamentos de ciudadanos que siguen esperando volver a sus casas tras el sismo del 2017 o el asedio de los barrios por la gentrificación creciente acaso sean ejes del nuevo relato. Un relato sobre una ciudad que no cumplió su promesa de modernidad y que cancela el futuro de sus habitantes al tiempo que provee garantías para el mercado. Un relato que tendría que cerrar la añoranza turística por la ciudad del desarrollismo milagroso y abrir la discusión a la urgencias actuales.  

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