Resultados de búsqueda para la etiqueta [Teodoro González de León ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 27 May 2025 14:02:12 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Charlar con creadores de una época https://arquine.com/charlar-con-creadores-de-una-epoca/ Tue, 07 Jan 2025 17:40:51 +0000 https://arquine.com/?p=96121 De los reconocidos nombres de arquitectos mexicanos del siglo XX suele haber interés por conocer más allá del profesional. Se quiere conocer al personaje que hay detrás y de alguna manera comprender e interpretar la personalidad e ideas de quien formuló tan impresionantes obras. Es ahí donde han aparecido recientemente un par de pequeños libros, […]

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De los reconocidos nombres de arquitectos mexicanos del siglo XX suele haber interés por conocer más allá del profesional. Se quiere conocer al personaje que hay detrás y de alguna manera comprender e interpretar la personalidad e ideas de quien formuló tan impresionantes obras.

Es ahí donde han aparecido recientemente un par de pequeños libros, específicamente opúsculos, realizados por el arquitecto Felipe Leal y publicados por El Colegio Nacional, en los que aborda y compendia una selección de charlas personales casuales que mantuvo con dos relevantes arquitectos del siglo pasado y quienes siguen vigentes; Teodoro González de León y Fernando González Gortázar.

Pocas veces este tipo de conversaciones casuales suceden fuera de espacios controlados como foros o conferencias, donde un público acude a escuchar a los arquitectos exponer sus ideas. Y otras pocas veces más, estos contenidos llegan a ser publicados, transcendiendo lo efímero, y permitiéndonos conocer aspectos que usualmente no se llegan a abordar en los foros.

El primero de estos opúsculos, con González de León, se publicó en invierno del 2023, mientras que el de González Gortázar recién se presentó en diciembre del 2024. El factor común entre ambos libros, Felipe Leal, es alguien con gran capacidad de comunicación quien ha propiciado diversos espacios para la difusión de la arquitectura, manteniendo conversaciones con diferentes arquitectos a lo largo de su vida. Conversaciones casuales en las que, no por ello, se deja de sentir pasión por la profesión y lo que hay en torno a ella.

En realidad, lo que vemos en esas publicaciones, más allá de conversaciones son más bien entrevistas, ya que no se desarrollan contraargumentaciones o intercambio de ideas entre los implicados, sino que es más un interés por lo que el invitado pueda decir, con preguntas provocadoras de ideas, dándose por buena sus posturas, que siempre resultan interesantes, aunque sin dejar algunas de ellas, de estar envueltas en subjetividad.

Mientras que, para Teodoro, no existen las musas o la inspiración, y por tanto no ve a las ciudades como generadoras de ellas. Para él la creatividad es un proceso que sucede dentro de nuestros cerebros siempre que se sea constante en el trabajo. Por otro lado, Fernando González Gortazar abrazó la idea y comentó que se puede  intentar erotizar nuestra relación con la ciudad, en el sentido de obtener placer a partir del bienestar ajeno, esto pensando en que la arquitectura debería ser sobre todo humanista, y menos una ciencia y un negocio.

Los dos textos se desarrollan, cada uno, a partir de cuatro conversaciones distintas con cada entrevistado en diferentes momentos desde 1996 y años posteriores ya entrados en el siglo XXI. En el primer libro, podemos dar cuenta de la personalidad de Teodoro, alguien pragmático, realista, que no apela a la metáfora para comprender el mundo ni para representarlo. Las ciudades entonces, al igual que nuestras vidas, son fruto del azar, que nos nutre de imágenes, de problemas, lugares y sorpresas.

Admite que se formó con una visión de la arquitectura moderna que pretendía salvar al mundo a partir del diseño y de los espacios, algo que aprendió desde México pero también con Le Corbusier, con quien trabajó unos meses y de quien nos comparte algunas experiencias y comentarios que muestran el aprecio que tuvo por esa etapa de su vida. En algún momento se dio cuenta que la arquitectura no es una salvadora, y que el mundo cambia más bien por azar, y no por las voluntades humanas.

Por su parte, Fernando se lee como una persona más soñadora e idealista, aunque no por eso menos realista y consciente de la crudeza de la realidad humana y lo que ello implica en la naturaleza, así como en la vida urbana. La arquitectura debería disfrutarse, y por tanto, las ciudades ser una promesa de felicidad aunque la cultura y la sociedad en la que vivimos no se enseñe ni propicie a vivir en felicidad, sino todo lo contrario.

Desde su perspectiva, la arquitectura con la que se le educó podía llegar a ser cruel, por su rigidez formal o incluso por una pretendida solemnidad. Aunque tiene admiración por su escuela, él necesitaba ir por otro camino, que no olvidaría lo aprendido, pero que encontraría otra manera de expresarse, sin ser una arquitectura perfecta. Fue su acercamiento a la naturaleza y al arte, lo que le permitió tomar riesgos con su obra, al ser menos racional y más expresivo.

Ambos libros no solo están compartiendo a su autor, sino que se comunican a través de los comentarios de sus entrevistados, teniendo a González de León comentando que su obra fue referida por Fernando en una mesa redonda, expresando que está permeada de ciudad, de modo que lo arquitectónico y lo urbano se integran, comentario que le dejó gran agrado. Mientras que González Gortázar al hablar del caos y azar expresado de manera exitosa en las artes, pero no así en la arquitectura mexicana, alude a Teodoro al expresar que el azar es uno de los hechos clave de la ciudad, a lo que coincide totalmente.

Poder dar lectura a cada uno de estos opúsculos publicados por Felipe Leal de manera oportuna, para seguir recordando a dos grandes arquitectos que no hace tanto dejaron de existir, nos permite darnos cuenta de sus mentes tan vigentes y coincidentes en temas de arte, de arquitectura, de ciudad y la vida, que nos deberían hacer reflexionar sobre nuestra labor como individuos y como gremio, que como también ellos refieren, está viéndose cada vez más afectado por intereses alejados de lo que debería ser el centro, la humanidad.

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Diálogos sobre arquitectura y diseño https://arquine.com/product/dialogos-sobre-arquitectura-y-diseno/ Tue, 23 Jul 2024 19:47:46 +0000 https://arquine.com/?post_type=product&p=91940 Título Diálogos sobre arquitectura y diseño
Entrevistas Carlos Mijares Bracho, Teodoro González de León, Ricardo Legorreta, Fernando González Gortázar, Aurelio Nuño, Felipe Leal, Alberto Kalach, Emiliano Godoy, Margarita Flores, Cecilia León de la Barra, Ariel Rojo, César Guerrero, Loreta Castro, Gabriela Carrillo, Javier Sánchez
Edición Federico Campos
14×21 cm / 216 páginas
Encuadernación de tapa blanda Español
ISBN 978-607-8880-31-7

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Este libro es un compendio de entrevistas con arquitectos y diseñadores de la escena mexicana, realizadas a lo largo de 20 años. La extensión de los momentos en que se llevaron a cabo permitió conversaciones profundas sobre su pensamiento, influencias, obras y colaboradores. Son, sobre todo, un reflejo de diversos momentos de la vida arquitectónica y del diseño en el país.

Un primer grupo de entrevistas se enfocó en maestros de arquitectura de la segunda mitad del siglo XX, cuyo legado ya estaba consolidado. Un segundo grupo está conformado por alumnos de estos maestros, no necesariamente dentro del aula, sino por su ideología, práctica y posturas, quienes con el paso del tiempo se convirtieron en los nuevos maestros.

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Teodoro, Noguchi y el Dr. Atl. Un recorrido por el centro histórico https://arquine.com/teodoro-noguchi-y-el-dr-atl-un-recorrido-por-el-centro-historico/ Thu, 09 Nov 2023 16:42:58 +0000 https://arquine.com/?p=84905 Conocer la ciudad es como conocerse a sí mismx, es un proceso inacabable, en el que hay constantes vueltas y transformaciones, los destinos no son rectilíneos y las bifurcaciones aparecen todo el tiempo… La ciudad, al igual que nosotrxs, está viva y en constante cambio. Sufre y goza. Con todo y sus contradicciones (y hay […]

El cargo Teodoro, Noguchi y el Dr. Atl. Un recorrido por el centro histórico apareció primero en Arquine.

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Conocer la ciudad es como conocerse a sí mismx, es un proceso inacabable, en el que hay constantes vueltas y transformaciones, los destinos no son rectilíneos y las bifurcaciones aparecen todo el tiempo… La ciudad, al igual que nosotrxs, está viva y en constante cambio. Sufre y goza. Con todo y sus contradicciones (y hay que decirlo, sus abundantes calamidades), tratar de entenderla puede funcionar como antídoto, para gozarla y no sufrirla.

Hay que reconocer que no podríamos con el ejercicio de autoconocimiento, si no fuera por la presencia del otro, espejear nuestros deseos y frustraciones en otros, nos ayuda a encontrarles el cauce. Esta ha sido mi motivación para organizar exploraciones urbanas en distintas zonas en la ciudad de México, seleccionadas por su carácter único pero también por la emoción de conocer la ciudad, no solo a través de mis ojos y mis percepciones, sino de las reacciones de otras y otros frente a las maravillas que esconde.

Recientemente organicé una exploración por un lado del centro histórico, próximo al zócalo, lleno de tesoros, que por distintos y complejos motivos han permanecido relegados, ignorados y hasta olvidados; me interesaba la confrontación de estos espacios con personas propias y extrañas a esta área.

A continuación enlisto tres de los varios lugares que visitamos y las reacciones que percibí en los distintos grupos de asistentes a la exploración, enmarcados por los nombres de tres personajes que parecen distintos y distantes, pero que están quizá relacionados entre otros motivos, por su innegable presencia en esta zona.

Teodoro Gonzalez de León en El Colegio Nacional 

Mi acercamiento al Colegio Nacional, fue como ocurren quizá la mayoría  acercamientos personales en nuestra época: por las redes sociales; disfruté de las conferencias gratuitas en YouTube, hasta el punto en que el aula mayor me parecía un lugar familiar aún cuando ni siquiera había estado ahí; con el tiempo me enteré de la gratuidad de todas sus actividades, y con naturalidad  me adentré en el antiguo colegio de la enseñanza. Dentro de las paredes del auditorio he escuchado resonar  palabras, músicas y poemas, y hoy siento al Colegio Nacional como un lugar entrañable.

Ésta sin embargo no es ni será la misma experiencia para muchxs; la puerta principal del colegio es un portentoso acceso de redondeadas formas de color bronce, que dan la apariencia de un sitio con aura sagrada e institucional, la mayor parte de las miles de personas que transitan por este lado de la acera en la calle de Donceles a diario, no notan su presencia y quienes la notan, suelen limitarse a un discreto asomo a las entrañas del edificio, que separa el ruido de la calle por un compresivo pasillo, que a penas desvela los misterios que tiene dentro.

El añoso edificio que resguarda al Colegio Nacional data del siglo XVIII, desde su inauguración ha funcionado como convento, escuela de mujeres, cárcel, suprema corte de justicia, tribunal superior del Distrito Federal, escuela de ciegos, sede de la SEP y finalmente en 1943, como sede del recién fundado Colegio Nacional. En 1992, Teodoro Gonzalez de León, Colegiado en la institución, realizó una trabajo extremadamente complejo y delicado de adecuación y restauración sobre el edificio; para darle su aspecto actual, dotado de mayor iluminación, y elementos estructurales y decorativos en los que es imposible ignorar el sello de González de León: Una escalera helicoidal en acero para la biblioteca, refuerzos tubulares, concreto blanco martelinado en arcos y umbrales, así como en algunas jardineras, y una espléndida fuente en el patio de en medio.

Las reacciones frente a semejante edificio entre los asistentes a la exploración, además de asombro y curiosidad, desprendieron comentarios orientados por lo general a la sorpresa de que exista un lugar con estas características en una zona tan céntrica y transitada y que tan poca gente lo conozca, externaron también la extrañeza de encontrarse en un sitio en el que los sentidos descansan del exacerbado cúmulo de estímulos sensoriales que supone caminar en el centro, el sitio es silencioso, fresco, rodeado de plantas, solo se percibe el murmullo del agua en la fuente, el olor de las piedras y del café recién hecho en la cafetería del colegio.

Isamu Noguchi en el Mercado Abelardo L. Rodriguez 

Es irónico que el mercado Abelardo L. Rodriguez se planteó en su momento como una solución a la enorme cantidad de comercios informales que existían en las inmediaciones; el día de hoy sabemos que fracasó o que acaso fue una solución temporal, pues la vocación comercial de esta zona se encuentra absolutamente desbordada, llegar al mercado supone sortear un caudal de vendedores y compradores e incluso pasar por una zona de masajistas ambulantes, hasta arribar al extraño y masivo edificio que es una mezcolanza de estilos, entre los que conviven restos de un antiguo colegio virreinal con un abigarrado art déco e intenciones neocoloniales.

Al pasar por el umbral del mercado, es inevitable percibir las alteraciones que ha sufrido con el tiempo, principalmente en la distribución de los locales, muy distinta a la planeada en el proyecto original, promesa de la modernidad de principios del siglo XX.

El mercado se construyó en el año 1934, y acorde a las preocupaciones del momento, se encargó a Diego Rivera, coordinar un equipo de artistas que cubrieran los muros del recinto con pinturas de temática inevitablemente afín a los intereses de la escuela mexicana de pintura: Exaltación del socialismo, presencia de campesinos y obreros, fin del capitalismo, etc.

De manera sorprendente y en contra del típico machismo que imposibilitaba en la época la participación de mujeres en la ejecución de murales públicos, llegaron al Mercado las hermanas estadounidenses Grace y Marianne Greenwood, ambas realizaron notables trabajos dentro del complejo (que incluía además del propio mercado, una guardería, un teatro, una biblioteca y salones de usos múltiples, entre otros espacios nada tradicionales en este tipo de proyectos). Grace Greenwood había estado un par de años antes en París, donde sostuvo una relación sentimental con un joven Isamu Noguchi, quien para entonces se encontraba aprendiendo del escultor Rumano Constantin Brancusi; de este modo ocurre el nexo entre Noguchi y Rivera, quien le invita a participar en el proyecto mural en curso.

Me enteré de la existencia del mural de Noguchi en el mercado desde hace algunos años y en ocasiones pasaba por él, tratando de encontrarlo pero sin tener éxito; por último, hace un par de meses atravesé las congestionadas calles con la determinación de no irme hasta verlo. Pasé por el hueco que forman un puesto de frutas y uno de jugos, esperando que mi presencia extraña fuera cuestionada en cualquier momento, pero no ocurrió; subí por unas oscuras y viejas escaleras en cuyo descanso permanecía recostada en un rincón una persona con la cara cubierta con sus propios brazos. Al mirar hacia arriba, un mural con los colores milagrosamente conservados, firmado por una de las hermanas Greenwood y al subir, una sala de pisos y muros rojos, rematada por el mural de Noguchi: un relieve de 2 metros de alto por 21 de ancho, titulado Historia de México, realizado en ladrillo tallado y cubierto con concreto pulido y pigmentado. A partir de ese día no pude dejar de pensar en este espacio y en incluirlo en la próxima exploración; cuando por fin ocurrió esto, a muchos de los asistentes les pareció alucinante que el mural se encontrara en ese sitio un tanto destartalado, oculto, casi abandonado pero en condiciones de conservación más buenas que malas y el contraste evidente en técnica entre el relieve y el resto de los murales del mercado, así como la historia única detrás de la pieza.

Se trata de una de las pocas piezas figurativas que realizó Noguchi en su carrera, siendo además una de las dos piezas de gran formato y de carácter público que realizó en su vida. Por otro lado, también hubo entre los asistentes quien criticó el mural como una obra en la que se nota demasiado lo temprano de la pieza en la producción de Noguchi y la excesiva presencia de los conceptos posrevolucionarios, atípicos en la obra posterior del artista. En cualquier caso, pienso que el mercado y lo que sobrevive dentro de él, es una pieza fundamental para aprender a amar una zona del centro, que suele pasar desapercibida.

El Dr. Atl en el Convento de la Merced 

Al pensar en los sitios que visitaríamos en la exploración, siguiendo la intención de que fueran sitios poco conocidos, me pareció importante llevar a los asistentes al barrio de la Merced, hervidero de joyas ocultas. Cuando le conté mis planes a unx amigx, que nunca había visitado el sitio, me dijo que sabía que la Merced era un lugar peligroso. Imagino que esta misma percepción tienen muchxs, para quienes hablar de la merced es pensar de inmediato en el mercado masivo del mismo nombre, pero también en los conflictos que han estigmatizado siempre a este barrio. Es curioso porque el mercado de la Merced, no está siquiera en el barrio de la Merced, se encuentra de hecho en el barrio contiguo de San Pablo Teopan y aunque puede parecer un sitio amenazante, en mi experiencia visitando este el barrio, puedo decir que el infundado miedo que identifica a sus nuevos visitantes generalmente tiene que ver con el desconocimiento, pues quien conoce la Merced se queda casi siempre con ganas de volver y disfrutar de sus bondades.

Después de tomarnos un café en el Café Equis (donde se consiguen algunos de los mejores granos de la ciudad), continuamos por calles tapizadas de artículos de belleza, para aproximarnos lo más posible a lo que queda del convento mercedario, sitiado con una extraña cerca de madera por un lado, donde alguna vez estuvo quizá la única iglesia con techos de madera plomados de México, rodeamos para dar con lo que alguna vez fue la fachada, modificada para reducir cada vez más el tamaño de la puerta sobre la calle de República de Uruguay, puerta que se encuentra ahora rotundamente tapiada con madera. Nos detenemos frente a este pequeño Umbral a imaginarnos a Gerardo Murillo, harapiento y empobrecido, encontrándose con un Ángel: el portero del ruinoso edificio, leemos un fragmento del maravilloso y descriptivo libro de Alain-Paul Mallard, Nahui Versus Atl, que de inmediato nos permite atravesar con la imaginación el cerco del convento mudéjar y ver llegar al Dr. Atl, entrada la noche al patio del convento y conversar calladamente con Ángel. Rememoramos una de las muchas historias insólitas descritas en el libro Gentes profanas en el convento, escrito por el propio Murillo, y casi percibimos el olor de los melones cubriendo todo el patio  y las risas y juegos de las niñas del colegio cercano, dándose un festín con las olorosas frutas.

Las reacciones son diversas, entre asombro y curiosidad, por todo lo que ocurrió alguna vez en esta zona, pero también de impotencia y hasta enojo, por el abandono del convento, de cuyo interior tenemos idea imágenes solo por las fotografías que muestro en la pantalla del celular.

La ciudad existe, pero se crea y recrea a cada instante con las miradas de quien se detiene a observar y tratar de descifrarla, ¿será que recorriéndola, pensándola, y amándola, lograremos entender más de su esencia y quizá con suerte, también de la nuestra?

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Teodoro en el trópico https://arquine.com/teodoro-en-el-tropico/ Wed, 22 Sep 2021 14:43:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/teodoro-en-el-tropico/ En el trópico el concreto envejece de manera diferente: los bordes y aristas adquieren un tono verde, que después oscurece a pardo y negro, la vegetación comienza a reclamar los pequeños intersticios, abriéndose paso dentro del concreto, fracturándolo de a poco, sin demasiada prisa.

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I. Villahermosa

Aquí el concreto envejece de manera diferente: los bordes y aristas adquieren un tono verde, que después oscurece a pardo y negro, la vegetación comienza a reclamar los pequeños intersticios, abriéndose paso dentro del concreto, fracturándolo de a poco, sin demasiada prisa, de igual manera las raíces de los amates abrazan las trabes y columnas de las largas pérgolas, su fuerza constrictora, como la de una boa sobre su presa, las va asfixiando aún más lentamente, en otras partes los visitantes son tomados por asalto por las bandas de coatís que deambulan libremente por todo el parque en busca de comida de oportunidad.

No es posible respetar el recorrido que trazó el arquitecto en el parque Garrido Canabal sin mojarse los pies: el agua cubre  grandes tramos del recorrido, no es posible cruzar el puente que conecta con una estructura piramidal que recuerda un poco los ejercicios de Aldo Rossi, combinando esto con una torre que funciona como mirador, hitos que salpican el parque.

Y es que aquí el lenguaje formal del arquitecto abandona un poco su rigor cartesiano y se entrega a tentaciones formales, con la complicidad de Francisco Serrano y Aurelio Nuño: a medio camino de un claro entre la vegetación se levanta un arco de concreto que emula la solución del medio punto, junto a otro, que se desdobla haciendo lo propio con la solución constructiva  del arco falso, ambos  unidos por una trabe, sincretismo visual, metáfora formal del mestizaje irreversible, al menos en el discurso oficial.

En Villahermosa las ideas de Teodoro germinaron no sólo con la presencia de varias obras, sino con el surgimiento de seguidores en el manejo del concreto martelinado que se prodiga en todo tipo de obras por la ciudad: luminarias, fuentes, bancas, pavimentos, y hasta bases para canasta de básquetbol

Los encuadres rectangulares horizontales del pergolado del parque, se contrastan con los del Palacio de Gobierno: que no nos engañe la desmesurada horizontalidad de su fachada, ya que al superar el vestíbulo comienza una especie de templo con dos grandes alas y en medio un gran pasaje pergolado, el conjunto semeja una gran sala hipóstila donde transitan burócratas, ciudadanos en busca de algún trámite y vendedores ambulantes, las palmeras al interior dan aun más la idea de un antiguo conjunto faraónico a la manera de las ruinas de Karnak, donde las personas buscan descanso del ajetreo, a un lado de las grandes columnas de concreto martelinado, en estos pasajes en descenso, los encuadres se invierten en vertical. En este espacio el concreto queda  a salvo del feroz clima tropical, que sin embargo se cuela a través de las losas, ennegreciendo con negros lamparones de humedad los plafones.

 

II. Tapachula

Se trata de un edificio genérico, nada especial al parecer, como todo en esta ciudad fronteriza —se realizaron veintiún unidades en toda la república—: oficinas y bodegas estatales de la entonces Conasupo, que González de León proyectó con Abraham Zabludovsky en 1973. A diferencia de su obra tabasqueña, esta edificación carece de pesado simbolismo, aunque el cliente sea el mismo: ese que encontraba en el uso del concreto su mejor vehículo para manifestar su vocación monolítica.

Pero el concreto que se encuentra aquí es diferente: el martelinado de concreto pardo, aquí es gris, vulgar, estriado desde el proceso de cimbra, bien ejecutado en su construcción, pensado más en la funcionalidad burocrática que en la ceremonia del poder. Sin embargo a pesar  de los escasos márgenes que el programa permite, se atisba el lenguaje común: líneas horizontales, uso de fachada en talud y un discreto pero magistral juego entre el basamento de concreto y el movimiento que confiere a las cubiertas de lámina y estructura que parecen flotar sobre este.

El edificio sortea con dignidad sus líneas originales, a pesar de lidiar con agregados poco afortunados: una máquina expendedora de refrescos en el vestíbulo, la costumbre de pintar los muros aparentes con “colores institucionales,” pintura que en este caso, se remonta a hace dos sexenios, por último, la vegetación tropical que crece a su alrededor y que literalmente hace que el edificio pase aún más inadvertido.

Teodoro González de León se fue hace cinco años, sus edificios nos acompañarán por mucho tiempo más.

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Viajes con Teodoro https://arquine.com/viaje-con-teodoro/ Sat, 29 May 2021 01:34:25 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/viaje-con-teodoro/ Pocos meses antes de su muerte, en 2016, tuve la oportunidad de interceptar a Teodoro para recorrer la memoria de sus ciudades con él, desde París de 1949 hasta Nueva York de nuestros días.

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El paisaje urbano de la Ciudad de México está punteado por las obras singulares de Teodoro González de León. Sus bancos, delegaciones, museos y corporativos contribuyeron a definir el tejido urbano de buena parte de la capital y también de la República. Próximo al modelo renacentista que heredó de Le Corbusier, González de León no sólo fue arquitecto, urbanista, pintor y escultor, sino también fue un promotor de la arquitectura entendida como fenómeno cultural. La monumentalidad y contundencia de buena parte de su obra pública llegó a identificarse con el poder, generando una ambivalente reacción de admiración y rechazo entre las generaciones posteriores. Su carácter universal lo proyectó en la estela de los grandes creadores mexicanos que supieron ser modernos y comprometidos con su tiempo sin constreñirse al ámbito nacional.

Su lenguaje vinculado al uso del concreto aparente como único material, se justificaba por su maleabilidad, economía y poca sofisticación constructiva, aunque su uso venía precedido por su experiencia como residente de obra en la Unité d’Habitation de Marsella, perpetuándolo hasta el final de su vida, cuando las condiciones que lo fundamentaron son ya muy distintas. La plasticidad y la abstracción que permitieron pasar del proyecto a la obra sin solución de continuidad, justificaría por sí solo el uso del concreto aparente. Así, las edificaciones de Teodoro González de León se alzan como una reflexión sobre los usos del tiempo. Alejandro Rossi señaló con acierto  “su capacidad de respuesta inmediata”; su excepcional concentración artística, “como si nunca estuviera distraído”. Gran conversador, González de León repudiaba la perorata y el tono impositivo; sabía escuchar. En cuanto tomaba la palabra, era breve y certero. Sus argumentos tenían filo, pero su velocidad de respuesta no dependía de ocurrencias ni corazonadas, sino de reflexiones que venían de lejos y llegaban en el momento justo.

Hoy celebramos el 95 aniversario de su nacimiento y recuerdo a propósito de su natalicio ese libro maravilloso de Ryszard Kapuscinski, Viajes con Herodoto (donde el aprendiz de periodista viaja simultáneamente a los conflictos bélicos de mitad del pasado siglo y a las guerras entre persas y griegos de 2500 años antes) y lo cruzo con algunos viajes con Teodoro por ciudades que parcialmente le pertenecían, en las que vivió y que albergaron experiencias y recuerdos.

Pocos meses antes de su muerte, en 2016, tuve la oportunidad de interceptar a Teodoro para recorrer la memoria de sus ciudades con él, desde París de 1949 hasta el Nueva York de nuestros días. Así, nos encontramos con Teodoro y su esposa Eugenia en París y visitamos, bajo la lluvia, el taller de Amédée Ozenfant mutilado. En la Sainte-Chapelle, Teodoro maravillado, hizo que nos maravilláramos como él y que prestáramos la atención necesaria a los vitrales y nos abstrayéramos del gentío. En el apartamento de Le Corbusier del Edificio Molitor recordó donde estuvo instalado un mes dibujando las cancelerías de madera que sustituirían a las originales de hierro podrido. En medio de la sala del estudio rememoró desde dónde veía el rincón en que Le Corbusier escribía, y siguiendo sus movimientos y sus costumbres, rastreaba los objetos –piedras y huesos– que coleccionaba. Evocó también la presencia discreta de Yvonne, la esposa de su mentor, que ya cojeaba por aquel entonces. Y las pocas veces que fue desde el apartamento al Taller de la rue de Sèvres 35 con Le Corbusier en su convertible verde, dando un rodeo para hacerle descubrir al joven arquitecto mexicano cómo se abría la ciudad al llegar al Sena. Las otras veces caminaba por en medio de las calles en una ciudad posbélica, sin coches.

Visitamos la Fundación Le Corbusier, ubicada en las casas La Roche y Jeanneret, donde su director, Michel Richard, nos esperaba para conducirnos por los espacios canónicos de la modernidad, dejándonos asomar entre bambalinas a la alacena y a la azotea. En el viaje a Marsella en TGV hizo gala de su memoria providencial a la que le seguía exigiendo nombres y fechas hasta sus últimos días, a veces golpeándose la frente con los nudillos o las yemas de los dedos. William Curtis (crítico de arquitectura británico instalado en el suroeste francés, autor de destacados libros sobre Le Corbusier así como de un texto introductorio del libro Teodoro González de León. Obra Reunida, que publiqué en 2014, 2010 y 2016) se unió al equipo para dialogar con Teodoro en los pasillos públicos del tercer nivel de la Unité d´Habitation, en la azotea jardín y entre los pilotis colosales que levantan el edificio. Teodoro mencionó una anécdota a propósito del primer piloti, cuando visitó la obra con George Candilis para asistir al desencofrado: viendo la mala calidad del concreto descimbrado, los jóvenes pasantes –con las obras puristas de años antes en mente–, informaron a Le Corbusier a su llegada a la obra y éste, en silencio, rodeó la enorme columna y, maravillado, se dirigió al constructor italiano que la llevó a cabo para felicitarlo: “bravo, esta debe ser la expresión del béton brut”, del concreto aparente.

Ahí nos dejaron Eugenia y Teodoro. Y ahí dormimos en clave Modulor a riesgo de caernos de la cama. Se fueron a San Petesburgo en lo que nos perdimos por la Bienal de Venecia de 2016 y por la Ciudad de México, para reencontrarnos unos días después en Nueva York. Teodoro llegó fascinado de su nueva lectura de San Petesburgo que había visitado unos meses antes, habiéndose quedado con el pendiente de conocer la ciudad actual, más allá del centro histórico. Nos contó de su músculo industrial y sobre todo de Carlo Rossi, un arquitecto ruso de ascendencia italiana que –según Teodoro- supera a Karl Fredrich Schinkel como arquitecto neoclásico, en la medida que -más allá de sus excelentes edificios- hizo ciudad, completando episodios urbanos. En Nueva York quisimos ver lo que Teodoro veía desde su ventana. En México era autorreferencial y vivía viendo su patio y sus formas. En su departamento neoyorkino atisbaba la calle, el cityscape, y leía su historia. Paseamos hasta el Lincoln Center, consultamos el programa de ópera, de música contemporánea, y se acordó de Pierre Boulez, ese compositor que tanto le costó entender y que llegó a apreciar más que a ningún otro. Comimos en sus lugares de nuevo –en el Ciriani de West Broadway– y paseamos por el SoHo para reconocer un retablo de ciudad hecha de acero, de columnas y trabes de fierro fundido a pocas cuadras de donde se armó. Con prudencia le pregunté si quería ver Manhattan desde el cielo y me confesó que nunca había sobrevolado Nueva York en helicóptero. Lo pensó y se animó. La curiosidad le pudo. Al día siguiente me confesó que no durmió con el vuelo dando vueltas por su memoria: entendió Manhattan como la isla que es, tupida y densa con edificios clavados como dardos en una roca, donde un tapete verde, perfecto, es la excepción. Tal como lo contaba, me remitía a los dibujos de Rem Koolhaas en Delirious New York.

Visitamos el MoMA, templo de referencia obligada, del que Teodoro identificaba cada etapa del edificio y cada autor. Platicamos con Barry Bergdoll -el curador de arquitectura de MoMA por aquel entonces- sobre el museo de Taniguchi, de arte y, finalmente, de arquitectura, de lo que representaba Teodoro González de León –en opinión de Bergdoll– dentro de la arquitectura latinoamericana y universal a propósito de la exposición Latinamerican Architecture que se llevó a cabo en el MoMA, del hallazgo del plano de Ciudad Universitaria que todos mencionábamos pero que nadie había visto y que algunos dudaron de su existencia. Teodoro apuntó: “Estaba muy bien trazado, yo lo dibujé. Todavía dibujo bien.”

Me podría extender con más detalles y anécdotas y aún así confirmaría lo que me dijo Benjamín Romano: “Por muy buen narrador que seas no vas a poder compartir todo lo que viviste.” Sin embargo, sirvan estos apuntes para recordar a Teodoro González de León, que hoy, 29 de mayo, cumpliría 95 años.

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Felipe Leal, nuevo miembro de El Colegio Nacional https://arquine.com/felipe-leal-nuevo-miembro-de-el-colegio-nacional/ Tue, 27 Apr 2021 16:43:10 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/felipe-leal-nuevo-miembro-de-el-colegio-nacional/ El año pasado, Felipe Leal fue designado como nuevo miembro del Colegio Nacional. Saludado por Julio Frenk, y con respuesta del cronista y novelista Juan Villoro, Leal pronunció una lección titulada “Las huellas de la memoria y los pasos al devenir.”

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En 1969, José Villagrán García impartió su lección de bienvenida a El Colegio Nacional, con salutación de Eduardo García Máynez y respuesta de Manuel Sandoval Vallarta. En su discurso, Villagrá puso énfasis entre la relación, a veces inexistente, entre la teoría y la práctica de la arquitectura y en cómo esa ausencia debía subsanarse. Para Villagrán, el ejercicio creativo del arquitecto no debía adolecer del pensamiento. Así lo expresó: “Los arquitectos teorizantes, por vivir en carne propia los problemas de la creación, orientan sus doctrinas preferentemente hacia este campo, ocasionando semejante propósito un perjudicial alejamiento de las conquistas de la filosofía y en particular de la estética filosófica, que en todo tiempo están al alcance del investigador.” También diagnosticó desde entonces que “a partir de hace unos quince años, la arquitectura entre nosotros, al igual que en el mundo occidental, ha abandonado su ritmo progresista y su espíritu combativo, refugiándose increíblemente en nueva rutina, convertida ya en positivo academismo.”

Tras la muerte de Villagrán García en 1982, el arquitecto Teodoro González de León ocupó su cátedra en 1989, pronunciando un discurso titulado “Arquitectura y ciudad”, con salutación de Marcos Moskinsky y respuesta de Octavio Paz, quien sería galardonado un año después con el Premio Nobel de Literatura. En su lección inaugural, González de León buscó responder qué era lo que formaba a las ciudades, proponiendo un cuarteto de elementos: el azar, el diseño, el tiempo y la memoria: “Las buenas ciudades resultan de un equilibrio entre esos cuatro factores: en ellas, el orden del diseño propicia la libertad, y la memoria urbana de sus habitantes actúa para corregir y, llegado el caso, aprovechar los efectos del tiempo.” 

Teodoro González de León murió en 2016. El año pasado, Felipe Leal fue designado como nuevo miembro del Colegio Nacional. Saludado por Julio Frenk, y con respuesta del cronista y novelista Juan Villoro, Leal pronunció una lección titulada “Las huellas de la memoria y los pasos al devenir.” Para Leal, reconocido por intervenciones en espacios públicos, como la restauración de la Alameda Central y la peatonalización de la Calle Madero en el Centro Histórico, la memoria tiene que ver con la historia personal y con la historia colectiva que se construye en las ciudades. Apuntó que “la ciudad no es obra de uno, sino de muchos. La construimos no sólo en su expresión física, sino en su infinita gama de relaciones humanas.” Para que los arquitectos entiendan ese entramado, es importante “entender la ciudad desde la literatura, la vida cotidiana, el cine y la academia”. Con este espíritu, Leal comentó el influjo del Movimiento Moderno en la proyección de las ciudades y de cómo las circunstancias contemporáneas pueden aprender de las lecciones de la modernidad. Además, aventuró algunas respuestas sobre las ciudades y su vida post-pandemia. Para Leal, es necesario volver a las ideas sobre el espacio público, la ventilación y el asoleamiento de la primera modernidad arquitectónica.

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Conjunto Manacar https://arquine.com/obra/torre-manacar/ Wed, 24 Mar 2021 09:00:39 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/torre-manacar/ Sobre el crucero de las avenidas Insurgentes Sur y Rio Mixcoac se desplanta una nueva torre donde estuvo el cine y centro comercial Manacar, realizado cincuenta y cinco años antes.

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Semana del vidrio presentada por:

Domo


Nombre del Proyecto: Conjunto Manacar
Arquitectos: Teodoro González de León
Colaboradores: Hatumi Hirano Beltrán + José Arce Gargollo
Propietario: Pulso Inmobiliario
Diseño y Cálculo Estructural: ARUP, New York | Dr. Rodolfo Valles Mattox / DITEC
Cancelería y cristal: HEG Diseño e instalación S.A. de C.V
Vidrio: Solarban® R100 Starphire® de Vitro Arquitectónico
Ubicación: Ciudad de México, México
Fecha: 2018
Fotografía: Frank Lynen


 

Sobre el crucero de las avenidas Insurgentes Sur y Rio Mixcoac se desplanta una nueva torre donde estuvo el cine y centro comercial Manacar, realizado cincuenta y cinco años antes. El edificio es un volumen, casi simétrico, de 144 metros de altura, formado por dos paralelogramos inclinados que se desplantan al paño de las dos avenidas y se doblan en voladizo para conformar un trapecio inclinado que vuela 36 metros sobre la plaza de entrada. La compleja geometría de planos inclinados que compone el conjunto a partir de la bisectriz, obedece a los remetimientos exigidos por el reglamento.

Un basamento comercial de seis niveles y veintidós pisos de oficinas, con doce pisos subterráneos, conforman los 180,000 metros cuadrados construidos. Un gran vacío ovoide de 700 metros cuadrados articula e ilumina las plantas comerciales. El domo esta conformado por piezas vidrio bajo emisivo – Low-e – que reduce el calor y permite la entrada de altos niveles de luz natural. Por esta razón el domo es un elemento eficiente energéticamente y representa un ahorro de energía eléctrica, además de ofrecer vistas claras y limpias a los usuarios.

Los niveles de oficinas están concebidas como plantas libres, con columnas inclinadas metálicas cada 15 metros. Dos baterías de ocho elevadores —una para los primeros diez pisos y otra para los trece siguientes— unen verticalmente el conjunto.

En la esquina se libera un espacio público de más de mil metros cuadrados, que vestibula la entrada, con un espejo de agua en el que derrama una cascada de treinta metros de altura, que se desliza sobre un plano inclinado de cristal. El vestíbulo alberga el mural semicircular Los danzantes, de Carlos Mérida, que estuvo en el cine Manacar, conservando la memoria del lugar.

 

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Le Corbusier, O´Gorman y González de León, influencias y personalidades https://arquine.com/le-corbusier-ogorman-y-gonzalez-de-leon-influencias-y-personalidades/ Mon, 22 Feb 2021 01:28:32 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/le-corbusier-ogorman-y-gonzalez-de-leon-influencias-y-personalidades/ O´Gorman y González de León no se limitaron a ser buenos seguidores de Le Corbusier, sino que dadas sus fuertes personalidades decidieron y arriesgaron sus propias propuestas, enfrentaron sus propios demonios, recorrieron sus propios caminos que los llevaron a ocupar sus propios lugares en la historia, tanto universal como nacional.

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En buena medida, las propuestas teóricas y proyectuales, arquitectónicas y urbanas  de Le Corbusier (1887-1965) ayudaron a consolidar el racionalismo, sin duda el movimiento moderno en arquitectura mas influyente, desde la segunda mitad de los años veinte del siglo pasado. La recia personalidad, creatividad y calidad de las obras del arquitecto suizo-francés, se convirtieron en referencias que estuvieron presentes en el desarrollo de muchas arquitecturas, en diferentes partes del mundo. Resultó atractivo, además, cómo es que Le Corbusier construyó el conjunto de sus propuestas conceptuales que le dieron sentido a sus obras, recorriendo un camino de formación un tanto diferente del emprendido por la mayoría de sus contemporáneos. En este sentido vale la pena recordar que no asistió a alguna universidad para prepararse profesionalmente, sino que mostrando un decidido interés por ser arquitecto, se dedicó a viajar, a dibujar a mano lo que miraba en sus viajes y a pensar crítica y comparativamente el conjunto de estas experiencias. Pronto también decidió empezar a trabajar en arquitectura y en principio, de manera inteligente se acercó a August Perret, quien era un reconocido autor dentro del movimiento protoracionalista, que desarrollaba sus obras empleando el concreto armado, material en su momento relacionado con una forma novedosa de construir. Naturalmente se vio influido por Perret, pero muy pronto Le Corbusier, reconociendo, alejándose y superando a su maestro, mostró su firme decisión de recorrer su propio camino y destino.

Complementando lo anterior y seguramente teniendo presente a la distancia la experiencia de vida e intelectual del gran renacentista Leonardo Da Vinci (1452-1519), Le Corbusier se dedicó a pintar, a realizar algunas piezas escultóricas y sobre todo se dedicó a pensar y a construir sus propuestas teóricas, mismas que fue documentando en diferentes textos, que se volvieron referencias escritas y visuales para acompañar el desarrollo de la arquitectura racionalista. Arquitectura y estas otras experiencias culturales, se retroalimentaron en el tiempo. Otro hecho fundamental en su formación, fue la construcción de relaciones de amistad con otros artistas e intelectuales importantes en su momento, destacando personalidades como Pablo Picasso (1881-1973) y Albert Einstein (1879-1955), entre otros, con quienes intercambió ideas, con las cuales enriqueció su experiencia intelectual, traduciendo el conjunto de todo lo anteriormente comentado, en propuestas proyectuales, que se convirtieron rápidamente en la gran obra, teórica, pictórica, arquitectónica y urbana,  que nos legó el maestro.

La gran influencia de vida, teórica y proyectual de Le Corbusier fue significativa, en el arranque de la modernidad en nuestro país, al inicio de los años veinte del siglo pasado, marcando el rumbo a seguir para la mayoría de los arquitectos, que en aquél momento, todavía siendo jóvenes estudiantes, decidieron cambiar el rumbo de nuestra arquitectura, dejando atrás las propuestas académicas y siguiendo de ahora en adelante los criterios racionalistas. Entre estos jóvenes, que se convertirían en los maestros del movimiento moderno en México, Juan O´Gorman (1905-1982), ocupa un lugar significativo.  En sus inicios racionalistas, O´Gorman fue radical en sus propuestas proyectuales, particularmente en sus diseños de escuelas y edificios para sedes de sindicatos. Pero en una segunda etapa, que tiene que ver con la construcción de algunas casas habitación, las influencias lecorbusianas son mas que notables.

Entre Le Corbusier y O´Gorman, existen además semejanzas de vida y profesionales, como el hecho de que el arquitecto mexicano fuera al mismo tiempo arquitecto y pintor. Ampliamente reconocida esta experiencia pictórica, en algunas obras de caballete muestra imágenes urbanas y arquitectónicas, muy cercanas al cubismo, y fueron entendidas además como experimentaciones formales, que finalmente tuvieron que ver con las realizaciones de sus obras arquitectónicas. Al igual que en Le Corbusier, en O´Gorman la pintura y la arquitectura se retroalimentaron formal y conceptualmente. Otra semejanza importante entre ambos fue el cambio radical de rumbo en sus arquitecturas: de ser férreos practicantes y defensores del racionalismo, dan un giro y se acercan a la arquitectura orgánica: Le Corbusier con proyectos como la Capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamps (1955) o la iglesia de Saint Pierre en Firminy, inaugurada hasta el 2006, que evidentemente ya no vio terminada, en tanto que O’Gorman proyecta su casa estudio ubicada en el Pedregal de San Ángel (1952), obra lamentablemente incomprendida y desafortunadamente modificada. O´Gorman transita entre el racionalismo radical de sus inicios, hasta repertorios formales y compositivos cercanos a Antoni Gaudí (1852-1926) y Frank Lloyd Wright (1867-1959). Ambos arquitectos, Le Corbusier y O´Gorman, entendieron la arquitectura como la vida, como un proceso dialectico de ideas, que evolucionan, se transforman y cambian de rumbo al paso del tiempo.

Teodoro González de León (1926-2016) es otro representante importante de la arquitectura moderna en México, fuertemente influido por Le Corbusier. Vale la pena recordar que el arquitecto mexicano, recién que hubiera terminado su formación profesional en la Escuela Nacional de Arquitectura, en la Universidad Nacional Autónoma de México, buscó trabajar con el maestro europeo del movimiento moderno racionalista y es así que trabajó con él 18 meses a partir de 1947, colaborando en el desarrollo del proyecto de la Unidad Habitacional de Marsella (1952). La influencia corbusiana en Teodoro González de León es más que evidente, comenzando por la aceptación y práctica de los principios de la arquitectura racionalista, entendidos como postura proyectual y metodológica para la realización de sus proyectos, a lo que se sumó el uso preferente del concreto armado aparente, entendido como material y procedimiento constructivo, que caracterizó  plásticamente la presencia urbana y arquitectónica de la mayoría de sus obras, al igual de lo sucedido con Le Corbusier.

Teodoro González de León también practicó asiduamente la pintura y la escultura, conceptualmente cercanas a las experiencias artísticas del purismo corbusiano, tomando en cuenta, además, la influencia del pintor francés, cubista, Fernand Léger (1881-1955)  De igual manera, las experiencias pictórico-escultóricas siguieron su curso particular, pero siempre cercanas a la arquitectura, retroalimentándose mutuamente. Por ambos caminos, pintura-escultura y arquitectura, la actividad creativa de Teodoro González de León es vasta, ampliamente difundida y reconocida. Otra semejanza con los dos primeros arquitectos aquí comentados previamente, fue la relación de amistad que tejió González de León, con distintos e importantes representantes de la cultura mexicana, siendo significativas las que construyera a lo largo de su estancia en el Colegio Nacional, destacando desde luego su cercanía con Octavio Paz (1914-1998), premio Nobel de literatura (1990). Se suma a lo anterior, la relación de trabajo e intelectual con el pintor Oaxaqueño Rufino Tamayo (1889-1991) a quién le diseñara su Museo Tamayo de Arte Contemporáneo, (1981) haciendo equipo con el arquitecto Abraham Zabludovsky (1924-2003).

Hablamos de tres arquitectos de fuertes personalidades: Le Corbusier, maestro del movimiento moderno racionalista, de gran influencia teórica y formal en el mundo y de dos arquitectos mexicanos, O´Gorman y González de león, racionalistas también, influidos notoriamente por el primero, pero que asumieron el gran compromiso de desarrollar sus propias arquitecturas, comprometidas con la modernidad, desde luego, pero desde la perspectiva de la cultura nacional mexicana. Sus obras están enraizadas en este lugar, México, realizadas con sentido y orgullo de pertenencia a esta cultura, retomando maneras de vivir y atmósferas espaciales, que tienen que ver con las ciudades y arquitecturas mexicanas tradicionales, que se pueden remitir hasta los tiempos prehispánicos y coloniales, incluyendo la arquitectura popular, pero sumando también las experiencias de vida contemporáneas. Proyectualmente no podían haber existido de la misma manera en otro lugar.

Lo trascendente terminó siendo, el que no se limitaron a ser buenos seguidores de Le Corbusier, sino que dadas sus fuertes personalidades, O´Gorman y González de León decidieron y arriesgaron sus propias propuestas, enfrentaron sus propios demonios, recorrieron sus propios caminos que los llevaron a ocupar sus propios lugares en la historia, tanto universal como nacional. Esto ha sido reconocido por algunos de los mas importantes teóricos e historiadores actuales de la arquitectura universal, como el británico  William Curtis (1948) o el español Josep María Montaner (1954). Al final de cuentas, estamos ante tres grandes experimentadores comunes y distintos de la forma y el espacio, que entendieron la arquitectura como expresión y parte del conjunto de la vida y de su cultura, que son ejemplos significativos para las presentes y futuras generaciones de cómo ejercer la profesión, incluso pensando mas allá de las ideas y la materialidad de sus obras.

Octavio Paz llegó a comentar en su obra Los privilegios de la vista II Arte en México (1994), pensando particularmente en lo que tiene que ver con las letras, que la literatura mexicana había surgido a la modernidad de la mano y como una afluente de la literatura española, pero que al paso del tiempo, dada su calidad y personalidad propia, la literatura mexicana era ya un río caudaloso. Traducido lo anterior a la arquitectura, podemos comentar que la mexicana contemporánea surgió de la mano y como afluente del racionalismo europeo y la arquitectura moderna realizada en los Estados Unidos de Norteamérica, pero dada su experiencia, propuestas en términos de ideas y obras realizadas, personalidad y trascendencia propias, nuestra arquitectura es también hoy en día un río caudaloso, que a partir de distintas generaciones, contribuye con sus aguas proyectuales, a la diversidad de los inmensos océanos arquitectónicos y urbanos del mundo.

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Hijos de la rue de Sèvres https://arquine.com/hijos-de-la-rue-de-sevres/ Fri, 26 Jun 2020 14:18:39 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/hijos-de-la-rue-de-sevres/ En un par de ensayos, así como en su tesis doctoral, Ingrid Quintana Guerrero le sigue la pista a los veintiún latinoamericanos que trabajaron con Le Corbusier.

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En su ensayo “La colonia latinoamericana en el taller parisino de Le Corbusier”, publicado en el 2018 en el número de Les Cahiers de la recherche architecturale, urbaine et paysagère dedicado a exilios y migraciones de arquitectos, urbanistas y paisajistas en la era contemporánea, y basado en su tesis doctoral, Filhos da rue de Sèvres: os colaboradores latino-americanos de Le Corbusier (1932-1966) —publicada como Hijos de la rue de Sèvres: los colaboradores latinoamericanos de Le Corbusier en París (1932-1965, Ingrid Quintana Guerrero le sigue la pista a todos los latinoamericanos que trabajaron en algún momento con el famoso arquitecto suizo-francés, o más bien, a aquellos cuyos nombres aparecen en el Cahier des Dessinateurs, o Libro negro, el registro instituido en el atelier desde febrero de 1925. Según Quintana Guerrero fueron veintiuno en total: cuatro colombianos y cuatro chilenos, tres uruguayos, tres mexicanos, dos argentinos y otros dos brasileños y un peruano, otro venezolano y uno más de Puerto Rico. Estos son.

Colombia

Rogelio Salmona

Salmona, uno de los más reconocidos arquitectos colombianos, fue el primero de su país en llegar al taller de Le Corbusier y el que más años duró ahí de los latinoamericanos: seis. Salmona de hecho nació en París, el 28 de abril de 1929. Su madre era francesa y su padre colombiano. Su familia regresó a Colombia cuando él tenía dos años. Vio por primera vez a Le Corbusier en Bogotá en junio de 1947, cuando el famoso arquitecto fue invitado a presentar un plan para la ciudad y el joven aun desconocido cursaba el tercer semestre de la carrera. Al año siguiente, conflictos políticos hicieron que su familia enviara al joven Roger a París, donde buscó a Le Corbusier para entrar en su taller. Quintanta dice que el suizo lo apodó la gacela.

Germán Samper

Samper nació en Bogotá el 18 de abril de 1924. Se recibió en 1948 y, como Salmona, conoció a Le Corbusier un año antes, en Bogotá. Ese mismo año llegó a París con una beca del gobierno francés y tocó a la puerta del taller de la rue de Sèvres. No fue aceptado. Dice Quintana que Salmona lo puso en contacto con Georges Candilis y empezó a trabajar con él, lo que finalmente le abrió las puertas con Le Corbusier, quien al final también tuvo un apodo para él: el león.

Reinaldo Valencia Rey y Alberto Peña

Según cuenta Quintana, Valencia nació en 1922, se recibió de la Universidad Nacional de Bogotá en 1947 y llegó a Francia en noviembre de 1949. Regresó a Colombia a principios de 1952, tras realizar un viaje junto con Salmona por una ruta sugerida por Le Corbusier. En junio de 1952 llegó al taller Alberto Peña, el cuarto colombiano y trabajó, junto con Samper y Salmona, en el plan de Chandigarh.

Chile

Emilio Duhart Harosteguy

Duhart nació en Chile en 1917. Su familia era de inmigrantes franceses. Entró a estudiar arquitectura a la Universidad Católica de Chile en 1935, se recibió en 1941. Un año después viajó a hacer una maestría a la Universidad de Harvard, donde Gropius fue uno de sus maestros. En el 52 ganó una beca del gobierno francés, lo que le llevó a buscar entrar en taller de Le Corbusier. Como la mayoría de los becarios, su estancia sería de seis meses.

Roberto Matta

Roberto Matta, el conocido pintor, nació en Santiago el 11 de noviembre de 1911. También estudió arquitectura en la Católica. Quintana dice que probablemente fue contratado por Le Corbusier en 1934 para dibujar perspectivas y cita una entrevista en la que Matta dice haber pensado que sería difícil trabajar para el famoso arquitecto: “al contrario, fue muy fácil —dice Matta—, debido a que no le pagaba a nadie.”

Roberto Dávila Carson

Roberto Dávila nació en Santiago el 27 de enero de 1889, pero vivió en Austria desde los ocho años. Al estallar la Primera Guerra, regresó a Chile. Ahí estudió arquitectura entre 1915 y 1920. En 1930 obtuvo una beca para estudiar en París. Quería estudiar en Beaux Arts pero no fue admitido por rebasar la edad máxima para entrar. En el informe que él mismo escribió sobre su viaje —citado por Roberto Esteban Chauyire en su texto “Arquitectura moderna en Chile. El caso de Roberto Dávila Carson”— escribió: “Al tercer día de estar en París conocí al artista, pintor, escultor y arquitecto belga M. Georges Vantongerloo, uno de los tres o cuatro fundadores de De Stijl.” Vantongerloo le presentó a Theo van Doesburg, quien le dio clases particulares en junio y julio de ese año. Después viajó a Alemania y se entrevistó con Mies, entonces director de la Bauhaus, pero finalmente entró a estudiar en la Academia de Bellas Artes de Viena. Peter Behrens fue uno de sus maestros. Volvió a París en octubre de 1932 y estuvo sólo dos meses en el taller de la rue de Sèvres. Como era su costumbre, Le Corbusier no le pagó, pero le regaló unos bocetos para un estudio. A su regreso a Chile, Dávila construyó en 1936 el hotel Cap Ducal, en Viña del Mar.

Guillermo Jullian de la Fuente

Guillermo Jullian de la Fuente, a la izquierda.

Jullian de la Fuente nació en Valparaiso en 1931. En 1958, tras graduarse de la Pontificia Universidad Católica de Valparaiso, viajó a Europa. Quería trabajar con Le Corbusier, pero él mismo contó en una entrevista su estrategia: “La estrategia fue darme cuenta de que no podía llegar al tiro. No sabía francés, sabía lo justo pa decir bon our o cantar la Marsellesa el 14 de julio. Este viaje por Europa me sirvió para eso. Al tiempo que estaba participando de ciertas experiencias. (…) Visité todas las cosas de Le Corbusier que estaban a la mano. Antes de llegar a París de vuelta, se me ocurrió visitar a su mamá. Golpeé la puerta y me salió una viejita que me dice que está encerrada en la petit maison, que el hijo la encerraba porque estaba medio loca. Yo soy un arquitecto chileno, quiero conocer a Le Corbusier, le dije. Bueno, si quiere conocer la casa, puede saltar el muro.” Jullian entró a trabajar con Le Corbusier en 1959. Participó en proyectos como el Carpenter Center, en Harvard, y en el proyecto del Hospital de Venecia, incluso tras la muerte de Le Corbusier.

Uruguay

Justino Serralta

Serralta nació en 1919 en Melo, Uruguay. Entró a trabajar al taller de la rue de Sèvres gracias a que conocía al pintor Héctor Sgarbi, también uruguayo, amigo de Nicolas de Staël, pintor francés de origen ruso, buen amigo de Le Corbusier. Estuvo con él de 1948 a 1951 y se encargó del diseño del techo de la Unidad Habitacional de Marsella. Serralta contó alguna vez que cuando acompañó a Le Corbusier a revisar la obra en Marsella había otro pintor visitándola: Picasso, quien le pedía que cantara un tango. Junto con André Maissonier dibujó la segunda versión del Modulor —publicada en 1955. Después Serralta desarrollaría su propia versión del sistema corbusiano: el Unitor.

Carlos Clémot

Los uruguayos de la rue de Sèvres preparan un asado. Le Corbusier toca la guitarra.

En 1959 Justino Serralta y Carlos Clémot ganaron el concurso para el proyecto del Hogar Estudiantil Universitario, en Montevideo. Clémot nació en 1922 y se recibió de arquitecto en 1948. Viajó a París en 1949 con una beca del gobierno francés. Según él mismo, trabajó con Le Corbusier un año y ocho meses.

Carlos Gómez Gavazzo

Casa Valerio Souto, Montevideo, 1928

Gómez Gavazzo nació en Montevideo en 1904. En 1932 obtuvo una beca para un viaje de estudios a Europa. Entre 1933 y 1934 estuvo cinco meses trabajando con Le Corbusier, a quien había conocido cuando éste visitó Montevideo en 1929. El proyecto más importante en el que trabajó Gómez durante su estancia en la rue de Sèvres fue la propuesta de Le Corbusier para la capital argelina.

México

Teodoro González de León y Nadir Afonso en el 35 de rue de Sèvres.

Quintana nombra a tres mexicanos que trabajaron con Le Corbusier: Teodoro González de León —el más conocido y cuya estancia, gracias a una beca del gobierno francés, ha sido suficientemente comentada—, Vicente Medel Martínez y Pedro de la Mora y Palomar. Medel nació en 1924 en España, y se recibió como arquitecto en la Universidad Nacional en 1947. Según los datos que obtuvo Quintana en la Fundación Le Corbusier, al parecer Medel trabajó en el taller de la rue de Sèvres sólo dos meses, mayo y junio de 1948. De Pedro de la Mora hay menos información: parece que sólo trabajó un mes, mayo de 1948. Era —según información de Lorenzo Díaz— hermano de Enrique de la Mora y estudió en San Carlos en la misma generación que Medel, González de León, Ramón Torres, Héctor Velázquez y Alfonso Liceaga, entre otros. De la Mora, Medel y Liceaga se embarcaron juntos a París. De la Mora se quedó en aquella ciudad dos años y medio, pese al poco tiempo que pasó en el estudio de Le Corbusier. Quintana también menciona a Enrique Castañeda Tamborrel —Ciudad de México, 1917— quien según su biografía, publicada en el número 34 de la revista Calli, de julio y agosto de 1968, “en 1947 durante seis meses colaboró en el taller del arq. Le Corbusier.” Por su parte Juan Manuel Heredia, en su artículo “Le Corbusier jamás visitó México”, da cuenta de que en el número 5 de Arquitectura y lo demás, publicado en septiembre de 1945, se incluye una nota sobre “Manuel de Araoz, de 29 años de edad, (…) un arquitecto que apenas recibido en la Facultad de Arquitectura en 1939 salió para Europa, logrando matricularse en Beaux Arts, en París, en el mismo año de 1939 y entrando a trabajar con el famoso arquitecto Le Corbusier, con quien estuvo hasta el mes de octubre de 1939, fecha en que se le obligó a salir de Francia, como consecuencia de la última guerra mundial.”

Argentina

Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy

A la derecha, Juan Kurchan.

Kurchan nació en Buenos Aires el 21 de noviembre de 1913. Ferrari también nació en Buenos Aires, en 1914. En 1937 viajaban junto con otros veinte argentinos por Europa. Dice Quintana que en noviembre regresaron a París para volver a ver el Pavillon des Temps Nouveaux, diseñado por Le Corbusier, y que “a los tres meses tocaron a la puerta, no de la oficina sino del departamento de Le Corbusier”. Consiguieron el trabajo. Entre los demás arquitectos que trabajaban en la rue de Sèvres, estaba el catalán Antoni Bonet con quien hicieron equipo no sólo en el taller, sino cuando los acompañó de vuelta a Buenos Aires, donde fundaron el Grupo Austral y firmaron el conocido sillón BFK —Bonet, Ferrari, Kurchan.

Jorge Ferrari Hardoy

Brasil

Ernest Robert de Carvalho Mange y Adolf Franz Heep

Ermest Robert de Carvalho Mange

En uno de sus ensayos, Quintana escribe que Ernst de Carvalho Mange —nacido en Sao Paulo en 1922— fue el único brasileño en el taller de la rue de Sèvres, “a pesar de que Le Corbusier intentó muchas veces construir en Brasil”. Al parecer Mange estuvo un año, entre 1947 y 1948, trabajando en el proyecto de Marsella, aunque los dibujos con su nombre han desaparecido. En otro de sus textos, Quintana suma a Mange el nombre de Franz Adolf Heep como el segundo brasileño en el taller corbusiano. Heep nació en Alemania en 1902, estudió en Frankfurt y en la École Spéciale d’Architecture. Entró a trabajar con Le Corbusier en 1928 y estuvo con él cuatro años, colaborando, entre otros, en el proyecto de la Villa Stein. Heep emigró a Brasil en 1947.

Franz Heep, edificio Ibaté, Sao Paulo, 1953

Venezuela

Augusto Tobito

Augusto Tobito, a la izquierda de Le Corbusier.

Tobito nació en la ciudad de Rubio, Venezuela, el 8 de julio de 1921. Estudió en la Universidad Nacional de Colombia, donde se recibió en 1947, mismo año en que Le Corbusier visitó Bogotá. Tobito llegó a París en febrero de 1953 y se quedó en la rue de Sèvres por seis años. Quintana dice que participó en veintisiete proyectos —contra veintinueve de Salmona.

Augusto Tobito, Hospital Universitario de los Andes, Mérida, 1973

Puerto Rico

Efraín Pérez Chanis

Perez Chanis nació en 1920 en Panamá. Quintana dice que “se presentó por iniciativa propia (como Samper y González de León) al taller en febrero de 1952” y tuvo una pasantía “corta e intensa”.

Perú

Roberto Wakeham Dasso

Roberto Wakeham, edificio en Miraflores, Lima, 1949

Wakeham estuvo con Le Corbusier cinco meses en 1948. Quintana dice que era hijo de arquitectos alemanes establecidos en Perú.

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De la tierra al cielo: entrevistas a arquitectos https://arquine.com/de-la-tierra-al-cielo-entrevistas-a-arquitectos/ Fri, 11 Oct 2019 06:00:31 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/de-la-tierra-al-cielo-entrevistas-a-arquitectos/ Un paseo desigual por las vidas y las obras de algunos arquitectos mexicanos que termina sin aclarar qué los une y en qué medida este compendio pretende trazar, o no, una condición singular de la arquitectura mexicana. 

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“A través de entrevistas —se apunta en la contraportada—, recuerdos y anécdotas, De la tierra al cielo recrea la particular visión artística de cada uno de los arquitectos que han logrado redefinir las formas y los espacios en México: Luis Barragán, arquitecto de lo esencial; Teodoro González de León, poeta del concreto; Andrés Casillas, amante de la libertad; Diego Villaseñor, artista del mar; y Francisco Martín del Campo, dinámico y atrevido.” Y termina con otro párrafo cautivador: “Elena Poniatowska elabora en este libro un testimonio íntimo y entrañable de los protagonistas que han forjado un nuevo lenguaje arquitectónico para México.” Y efectivamente el anzuelo resultó irresistible, colmado con el atractivo título De la tierra al cielo, inspirado en los libros que la autora menciona de la fotógrafa Mariana Yampolsky La casa en la tierra y La casa que canta.

Tras una breve introducción, la autora se adentra en las cinco entrevistas realizadas a lo largo de los años, aunque no queda reseñada la fecha ni las condiciones de las entrevistas, ni se justifica las razones de esta selección.

Cabe deducir que Elena Poniwatowska entrevistño a Luís Barragán en los últimos años de su vida, juntó recuerdos de varios encuentros propios y ajenos y desarrolló un texto que perfila al personaje, más que a su arquitectura, al “hombre-castillo con todos los puentes levadizos amarrados a los muros”, que “no quiere balcón a la calle ni periscopio ni jardín de invierno, ninguna intrusión.” Poniatowska describe un personaje con respeto y admiración no exento de simpáticas anécdotas de coquetería al sentirse auscultada por un Barragán exquisito y elegante. Recorre algunas de sus obras y sus influencias, de De Chirico a Chucho Reyes, así como su aversión por codearse con otros arquitectos. Si duda es la entrevista más interesante en la que la autora se volcó en el rescate de acuerdos y se sumergió a la bibliografía más poética.

El retrato de Teodoro González de León, sin embargo, no podría ser más desolador. La única plática con el arquitecto que reporta una fecha (cuatro meses antes de su fallecimiento) es banal, con algunos lugares comunes y citas bibliográficas (algunas mías) para dar contenido a una plática con muchas preguntas y pocas respuestas. Llega a apuntar que “a propósito del crecimiento demográfico, González de León se casó en primeras nupcias con la escritora Ulalume Ibáñez (…) y años más tarde encontró su pareja en Eugenia Sarre, una mujer color naranja y muy bella que inspira serenidad” o que “Teodoro come All bran seco para desayunar.” El arquitecto más culto que ha tenido México, el melómano y urbanista visionario que fue, le confesó lo que desayunaba…, con él habló de Zaha Hadid y el valor de ser mujer-arquitecto-árabe, para regresar a Barragán, único arquitecto que realmente interesó a la autora.

El capítulo de Andrés Casillas es un monólogo del arquitecto casi sin editar —por la repetición de anécdotas y datos— que permite oír la voz elocuente, alegre a veces, entusiasta otras, con la que se desnuda ante la entrevistadora. Quizá sea la entrevista que mejor fluye y que se puede oír el timbre agudo y la risa del arquitecto. Sobre todo, al leer la siguiente entrevista a Diego Villaseñor, más se reconoce y extraña la frescura de la plática con Casillas. Villaseñor se hunde en un personaje autorrefencial, que se tropieza en los tópicos y los lugares comunes de lo mexicano y lo singular: la arquitectura de playa de lujo con supuestos orígenes vernáculos. Ahí, la autora del libro se esforzó por ampliar el campo de la plática y hasta apuntó a otros autores para conocer la opinión de Villaseñor, quien descalificó directa o veladamente a todos sus colegas, desde Pedro Ramírez Vázquez que “tenia una visión totalizadora (…) y usaba mármol blanco que es una influencia europea”, pasando por Andrés Casillas “demasiado barraganesco”, o Teodoro González de León, que “hacía una arquitectura muy dictatorial”. El quinteto arquitectónico se cierra con un Francisco Martín del Campo “dinámico y atrevido”, apunta la autora, que entró en el selecto club de arquitectos “por razones familiares” ya que lo conoció de niño y lo vio crecer. Martín del Campo aprovecha la oportunidad para describir su práctica del día a día, sus colaboraciones y el valor del trabajo en equipo, y el respeto por todos sus colegas nacionales e internacionales a los que describe con conocimiento.

En resumen, este desigual paseo por las vidas y las obras de algunos arquitectos mexicanos, termina sin aclarar qué los une —más allá de su condición nacional ya que “ninguno abandonó el país pese a tentadoras ofertas”— y en qué medida este compendio pretende trazar, o no, una condición singular de la arquitectura mexicana.

El cargo De la tierra al cielo: entrevistas a arquitectos apareció primero en Arquine.

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