Resultados de búsqueda para la etiqueta [Stephen Parcell ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 02 Oct 2023 17:06:57 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 ¿De qué arquitecto hablamos hoy? https://arquine.com/de-que-arquitecto-hablamos/ Mon, 02 Oct 2023 16:16:17 +0000 https://arquine.com/?p=83437 ¿Puede un arquitecto pensado como “autor” o “creador” único, individual, que, por tanto, mantiene una jerarquía social dentro de su oficina —traducida materialmente en ingresos muy por arriba de los de su equipo de trabajo— presentar su trabajo como “incluyente” o “socialmente responsable”? ¿De qué tipo de arquitecto hablamos hoy? Y, sobre todo, ¿de qué tipo de personas relacionadas con concebir y hacer arquitectura deberíamos estar hablando hoy?

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Ser arquitecto, una profesión antiquísima, nos dicen. La segunda profesión más antigua, dijo burlonamente Serge Chermayeff en su ponencia presentada en un seminario organizado por la Asociación de Arquitectos de los Estados Unidos en 1964, en la que también participaron, entre otros, Bruno Zevi y Reyner Banham. Ninguno de los otros participantes estuvo de acuerdo con lo que sugirió Chermayeff en su ponencia titulada “Ideas sueltas sobre la condición arquitectónica”:

[los arquitectos] son peores que los vendedores ambulantes; los arquitectos son realmente como prostitutas, son la segunda profesión más antigua hoy en día, están parados en las esquinas esperando a que los recojan, y piensan que es bueno que los recoja gente con mucho dinero.

La comparación de Chermayeff, pese al sexismo y clasismo que hoy señalaríamos, tiene mucho de cierto, al menos para una parte del gremio, pese a la molestia de Zevi y Banham y de la parte del gremio a la que le queda el saco. Salvo que lo que la profesión —en el sentido moderno: un conjunto de conocimientos cuyo dominio exige una formación y cuyo ejercicio está regulado y, además, se ofrece a cambio de una retribución económica— de arquitecto quizá no ha tenido tan claros sus objetivos y los servicios que ofrece como la otra, la supuesta profesión más antigua.

En su libro Architect. The evolving story of a profession, Eleanor Jolliffe y Paul Crosby con un breve capítulo sobre “los antiguos”: egipcios, griegos y romanos. Para los egipcios, dicen, sólo los dioses, por intermediación del faraón, pueden disponer el sitio y trazo inicial de una edificación, siendo tarea del arquitecto supervisar la construcción de acuerdo a saberes resguardados en libros tenidos por secretos. Entre los griegos, según Jollliffe y Crosby, el arquitecto debía tener una formación amplia, con conocimientos diversos —como de hecho era también entre los egipcios, sería igual entre los romanos y pasaría a ser una de las características que la tradición atribuye al arquitecto—. “La arquitectura —afirman— era una ocupación para las clases altas, aunque se dieron algunos casos de quienes provenían de la clase de los artesanos.”

Stephen Parcell es más claro y preciso sobre el papel del arquitecto en Grecia en su libro Four Historical Defininitions of Architecture. “Los griegos —dice— no tenían una palabra que corresponda a lo que llamamos arquitectura.” Arquitecto designaba una posición entre los constructores “tekton inicialmente designaba a los carpinteros, después a los constructores en general”—, era el supervisor, el maestro de obras. La techné no era propiamente lo que hoy pensamos como arte: no se concebía como una creación, menos individual, sino como una transformación, y tanto el construir casas, como el pintar, cantar, bailar o entrenar caballos eran consideradas actividades parte de la techné. Según Parcell, el trabajo del arquitecto era el de un director, y se puede concebir de dos maneras opuestas: como alguien elegido por el grupo de constructores para coordinar el trabajo colectivo, o como quien, sin ser parte de ese grupo, los dirige para que ejecuten aquello que él concibió.

En el prefacio al libro The Architect, editado por Spiro Kostof, éste escribe que aunque, de diversas maneras, la humanidad se ha organizado a lo largo de la historia para producir el entorno construido, ese libro tratará de un personaje individualizado, que aunque se haya olvidado su nombre, se diferencia de aquella otra arquitectura anónima —la arquitectura sin arquitectos de Bernard Rudofsky—. Para Kostof, “a lo largo de los siglos, sólo una fracción del entorno construido ha sido afectada por la profesión arquitectónica: edificios especiales con una disposición y un refinamiento de la forma que estaba fuera de lo ordinario.” Y agrega: “tradicionalmente, por tanto, los arquitectos han estado asociados con los ricos y los poderosos. […] Esa asociación no siembre aseguró que los arquitectos tuvieran una posición destacada en la jerarquía social, pero bastó, al menos, para distinguirlos de las clases trabajadoras. No eran trabajadores, sino que dirigían a trabajadores.”

Pier Vittorio Aureli y Marson Korbi publicaron a inicios de este año en e-flux architecture “Base and Superstructure: A Vulgar Survey of Western Architecture”. Su intención era conectar la base —los modos de producción— y la superestructura —la ideología que los legitima— en la manera como se ha concebido el papel del arquitecto a lo largo de la historia:

El objetivo de este diagrama es sugerir cómo la tradición disciplinaria de la arquitectura no nace (sólo) de la imaginación de constructores, arquitectos y mecenas. Refleja la forma en que está organizada la sociedad, sus relaciones de poder y su división social del trabajo. Es por ello que hemos posicionado la figura del arquitecto como pináculo ideológico.

En su diagrama, Aureli y Korbi muestran cómo el papel del arquitecto ha sido concebido de distintas maneras a lo largo de la historia: constructor, maestro de obras, artista, intelectual, ingeniero, reformista, planificador, funcionario, estrella y, al llegar a nuestros días, trabajador precario.

En general, pese a las diferencias culturales, históricas y geográficas sobre el papel y la posición social del arquitecto, la definición de dicho papel y esa posición parece que se determina a partir de ciertas constantes: una relación con lo construido —“el arquitecto” sólo supervisa o también concibe—, una relación con el trabajo —“el arquitecto” es parte activa del grupo de personas que trabajan en la construcción o está aparte— y una relación con el poder —qué tanto “el arquitecto” impone o se somete a decisiones que implican ejercicio de poder—. Por supuesto, no hay un modelo único y universal, pero hay, eso sí, condiciones generales. Y, tomando en cuenta un sólo factor —el ingreso— ¿cuál es la diferencia objetiva entre una minoría que sigue concibiendo el papel del arquitecto como el de un artista o intelectual individual, y quienes trabajan para él? Puesto en números: ¿cuál es la diferencia que hace que uno —quien encabeza una oficina de arquitectura— tenga ingresos que multiplican por 10 o 15 los de aquellas personas que trabajan con o para él? [1] ¿Cuál es el modelo de arquitecto que hoy requiere la sociedad? ¿Puede un arquitecto pensado como “autor” o “creador” único, individual que, por tanto, mantiene una jerarquía social dentro de su oficina —traducida en lo material en ingresos muy por arriba de los de su equipo de trabajo— presentar su trabajo como “incluyente” o “socialmente responsable”? ¿De qué tipo de arquitecto hablamos hoy? Y, sobre todo, ¿de qué tipo de personas relacionadas con concebir y hacer arquitectura deberíamos estar hablando hoy?

 

Notas

1. Teniendo en cuenta el promedio de ingresos mensuales para personas que trabajan en los campos de la arquitectura, la planeación y el urbanismo de $7,260.00 pesos. 

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Los significados de la arquitectura: historia y conciencia de clase https://arquine.com/los-significados-de-la-arquitectura-historia-y-conciencia-de-clase/ Thu, 16 Dec 2021 20:30:51 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/los-significados-de-la-arquitectura-historia-y-conciencia-de-clase/ No todo es arquitectura. Pero la arquitectura es mucho más que lo que la disciplina enuncia con sus consignas y sus métodos fechados y localizados histórica y geográficamente, además de sociopolíticamente, y es mucho más que lo que la profesión, con sus rigores entre académicos y burocráticos, se permite imaginar.

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[Texto leído el martes 14 de diciembre en la mesa organizada por la Academia Nacional de Arquitectura con el tema Los significados de la arquitectura.]

 

Fotografía de la serie Arquitectura libre, de Adam Wiseman

 

 

Arquitectura es una palabra. Arquitectura es el tipo de palabra sujeta a tantas interpretaciones que, finalmente, no tiene sentido fuera de contexto. Más allá de su uso como una figura del discurso, arquitectura no sirve para nada.

Herbert Muschamp, File under Architecture

 

Al empezar a trabajar en estas breves notas me pareció que, para pensar el sentido de la arquitectura —y lo que incluimos y excluimos con ese término— había que utilizar el título del conocido libro: historia y conciencia de clase —sobre todo ante la tentación de zanjar el asunto mediante definiciones. Porque la historia de la idea de arquitectura hasta nuestros días, la historia de su uso para una variedad de propósitos, cristaliza finalmente en un tipo de unidad que es difícil de disolver en sus elementos originales, difícil de analizar y, sobre todo, absolutamente indefinible. Todos los conceptos en los que un proceso entero se concentra semióticamente, desafían la definición: sólo aquello que no tiene historia puede definirse. Y la idea de arquitectura tiene muchísimas historias.

Al hablar de qué es arquitectura y quiénes la hacen, habría que pensar en la dimensión antropológica de la arquitectura, antes que centrarse exclusivamente en las dimensiones disciplinar y profesional —esta última organizada desde fuera, por el Estado, y de creación relativamente reciente.

Parafraseando a Heidegger, hacemos arquitectura porque habitamos, todas —o, como dice Peter Sloterdijk, “la arquitectura consuma la localización del ser-ahi” heideggeriano. Para Eugenio Trías, música y arquitectura son artes matriciales: matrices de lo que vendrá, ya que ellas abren y preparan el tiempo y el espacio como tiempo y espacio humanos. Y para el sociólogo Michel Freitag: “el problema de la arquitectura concierne la manera como la sociedad produce el mundo como mundo humano y se reconoce ahí como en su mundo propio.”

Por supuesto, no todo es arquitectura, pero es arquitectura mucho más de lo que algunas definiciones plantean. La arquitectura es más que edificios, como explicó Paul Shepheard en su libro ¿Qué es arquitectura?, un ensayo sobre paisajes, edificios y máquinas. Un paraguas, por ejemplo, es para Shepheard “una forma mutante del deseo de permanecer seco” y lo considera como arquitectura. De manera similar, aunque por razones diferentes, Sanford Kwinter afirma en su libro Lo complejo y lo singular. Arquitecturas del tiempo, que “un objeto técnico banal” como el altavoz —que transformó tanto los espacios para ejecutar (o reproducir) música, pero también aquellos donde se dan encuentros públicos masivos— es arquitectura, y de paso dice que “un acercamiento no dogmático al “campo” —de la arquitectura— y a la politización de la práctica del diseño sería considerar que todas las arquitecturas son objetos técnicos y todos los objetos técnicos son arquitecturas”.

Vitruvio cuenta la historia que conecta al fuego con la posibilidad de una comunidad y del surgimiento del lenguaje y, de ahí, la de “al observar las casas de otros añadirle a sus ideas cosas nuevas, mejorándolas”. Vitruvio, por cierto, usa la palabra tecta, que no es la casa entera sino el techo, hecho y acto primordial para el habitar humano, y palabra cuyas raíces griegas e indoeuropeas la relacionan con texto, textura, tejido y, claro, con tekné —la técnica en sentido griego: eso que, siguiendo la explicación heideggeriana, desoculta lo que por sí mismo no se produce.

El saber del arquitecto es, en tal sentido, técnica. La palabra arquitecto originalmente designa una posición y una relación: el primero entre los constructores. En la antigua Grecia no existía la palabra arquitectura, y lo que hoy entendemos por eso formaba parte de la tekné. En su libro Cuatro definiciones históricas de la arquitectura, Stephen Parcell revisa cómo el concepto de arquitectura y varios de sus elementos —quien diseña, con qué material, quién construye, quién habita, qué es una construcción o edificio, qué es un dibujo, qué es una obra de arquitectura— cambiaron en cuatro periodos distintos: la antigüedad grecolatina, la edad media, el Renacimiento —que inventó al diseño y al arquitecto modernos— y la Ilustración con sus Bellas Artes. Sobra decir que tres cuartas partes del mundo y miles de años de su historia y su arquitectura no están incluidos ahí ni en la idea de arquitectura de una disciplina que, aunque se sueñe universal, es parcial y local.

No está de más recordar aquí cómo, en su Historia de la arquitectura según el método comparativo, libro canónico de la enseñanza arquitectónica anglosajona, Banister Fletcher, padre e hijo, dibujan “el árbol de la arquitectura”, a la manera del “pedigrí del hombre” de Ernst Haeckel, dejando fuera a las arquitecturas de China, la India, México y Perú aduciendo que se desarrollaron por su propia cuenta y ejercieron poca influencia directa en la evolución de la arquitectura histórica europea, la única de su interés. Hay que anotar, de paso, que hoy la biología imagina y dibuja el desarrollo y cambio de los seres vivos de una manera muy distinta al árbol teleológico de Haekel, pues un virus, un orangután y un ser humano han “evolucionado” de igual manera a lo largo de sus propias historias biológicas y en relación a sus contextos.

Hay que aceptar, pues, que tanto la idea de arquitectura como de quién puede hacerla que profesan muchas personas, tiene historia y contexto —y al conocerlos acaso sea más difícil determinar tajantemente qué es o qué no es arquitectura.

Llegamos así a la consciencia de clase. Georges Bataille escribió que “la arquitectura es la expresión del ser mismo de las sociedades, pero sólo del ser ideal de la sociedad, aquél que ordena y prohibe con autoridad.” Si pensamos a la arquitectura sólo como la manifestación construida del poder que ejercen quienes lo detentan en una sociedad, de nuevo, mucho queda fuera. Si pensamos la arquitectura sólo como el ejercicio del arquitecto, mucho queda de lado. Pero si pensamos en la dimensión antropológica de la arquitectura, la visión disciplinar puede parecer excluyente —lo es por la propia lógica disciplinar— y, en tanto profesión, la arquitectura será sin duda lo que Iván Illich calificó como profesiones inhabilitantes: aquellas que abrevan de saberes colectivos, comunitarios, para, tras disciplinarlos —lo que en principio no es totalmente malo—, volverlos inaccesibles: sólo el titulado, reconocido oficialmente, puede operar con dichos saberes.

Todo esto, también es una cuestión de clase —y, de paso, claro, de racialización y sexismo (algo, esto último, en lo que esta academia nos sigue debiendo una discusión hace tiempo prometida). Menciono tan solo dos casos separados unos siglos. Según cuenta Martha Fernández, en 1746 los maestros mayores de la Ciudad de México propusieron reformas y adiciones a las ordenanzas de albañilería. La primera: cambiar el nombre, “puesto que el concepto tradicional de «albañilería», que abarcaba toda la construcción se substituía por el más moderno y erudito de «arquitectura», señalando la jerarquía y la conciencia de una categoría profesional diferente y superior a la del albañil, ya que los arquitectos no sólo ejecutaban, sino que también proyectaban, ideaban y querían significar ese rango y elevar el aprecio de su arte.” Otro cambio que proponían era que no se examinara para ser parte del gremio de arquitectos “a personas de color quebrado si no fuere indio, probando éste ser cacique y de buenas costumbres, por no haber a la presente necesidad de admitir gente que no fuere blanca”. Aunque el corregidor de la ciudad rechazó la exigencia de nobleza para admitir “indios” en el gremio, mantuvo la exclusión a “los de color quebrado”. No sólo debido a esa ordenanza, sabemos que, desde entonces y aún hoy, la arquitectura —en tanto disciplina y profesión— en México —y no sólo aquí— ha sido básicamente blanca, no sólo por el tono de piel de la mayoría de quienes la ejercen, sino sobre todo por las maneras de concebir el habitar, construir, embellecer y ordenar casas, ciudades y el mundo.

Segundo: en su ensayo Black Vernacular: Architecture as Cultural Practice, bell hooks dice: “Habiendo crecido en la clase trabajadora y negra del sur de los Estados Unidos, no recuerdo ninguna discusión directa sobre nuestras realidades arquitectónicas.” Y agrega: “Si nuestro primer entendimiento de la arquitectura era que sólo existe en sueños o en la fantasía, en la “imposibilidad”, no es de extrañar que muchas niñas de la clase trabajadora y pobres no crezcan entendiendo la arquitectura como una práctica profesional y cultural central para nuestras relaciones imaginativas y concretas con el espacio.”

La arquitectura, pues, no es todo. Pero es mucho más que lo que la disciplina enuncia con sus consignas y sus métodos fechados y localizados histórica y geográficamente, además de sociopolíticamente, y es mucho más que lo que la profesión, con sus rigores entre académicos y burocráticos, se permite imaginar. Está bien —aunque no tanto— que un club social —la disciplina y la profesión, pues— quiera imponer a sus miembros reglas de conducta para entender y hacer lo que hacen. Pero suponer que esas reglas definen y determinan al mundo entero y lo que en él se puede hacer, es un tanto exagerado. Una fogata y la comunidad que incita, un paraguas o un altavoz son arquitectura, como también lo son una pequeña casa autoconstruida o barrios enteros hechos sin participación de profesionales de la arquitectura. En estos casos, las probables fallas y defectos de la “arquitectura sin arquitectos” derivan más de la desigualdad y marginación económicas imperantes que de una carencia ontológica: no ser arquitectura, porque, en tanto hacemos arquitectura porque habitamos como humanos, por supuesto que también se trata de arquitectura.

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