Resultados de búsqueda para la etiqueta [Sindicato de inquilinos ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:33:49 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La comuna de Veracruz https://arquine.com/las-comuna-de-veracruz/ Tue, 26 Jan 2021 15:08:18 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/las-comuna-de-veracruz/ En 1922 un grupo de prostitutas del barrio portuario de La Huaca, Veracruz, inició una huelga para no pagar renta. De la mano de Herón Proal, un sastre anarquista, esa huelga pronto detonó el movimiento del Sindicato Revolucionario de Inquilinos. En su novela "La ciudad roja", de 1932, la “ciudad roja'', José Mancisidor resalta la forma como, al iniciar la huelga, el espacio urbano se transforma.

El cargo La comuna de Veracruz apareció primero en Arquine.

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Hace unos meses, Rosalba González Loyde publicó en este mismo medio una breve historia de los movimientos inquilinarios en México, marcando como punto de partida la huelga de renta de los habitantes de Veracruz de 1922. Como recuenta González Loyde, un grupo de prostitutas del barrio portuario de La Huaca inició una huelga para no pagar renta, acusando que la mayor parte de la población inquilinaria del puerto pagaba precios desmedidos por cuartos pequeños y amontonados en casas de vecindad que no contaban con servicios ni eran mantenidas por los propietarios. De la mano de Herón Proal, un sastre anarquista que se había radicalizado leyendo a los Flores Magón, esa huelga pronto detonó el movimiento del Sindicato Revolucionario de Inquilinos, el cual planteó un moratorio de pagos de renta indefinido y pronto se esparció por todo el estado de Veracruz y más allá. A la postre, luego de diversas disputas que uno puede leer detalladamente en el libro Revolution in the Street de Andrew G. Wood, este movimiento negoció una reforma de ley, consiguió la repartición de tierras para vivienda y logró establecer a grupos organizados de inquilinos como un actor político en el México posrevolucionario. 

Diez años después, en 1932, aparece en Jalapa La ciudad roja de José Mancisidor, una novela corta que lleva el subtítulo de “novela proletaria” y que recrea los eventos del 22. Mancisidor pertenecía a un grupo de artistas y escritores jalapeños herederos del estridentismo (el editor de la novela es List Arzubide y la portada es de Leopoldo Méndez). Este grupo, que publicaba en revistas como Ruta o Noviembre había radicalizado su posición política siguiendo la línea socialista oficial dictada la Unión Soviética y el Komintern. Ya a principios de los 30 defendía el realismo socialista como la tendencia estética realmente revolucionaria. Para ellos, su tarea como vanguardia artística no era tan distinta de la vanguardia política: ellos debían encargarse de crear obras que presentaran una realidad transparente, debían hablarle a las masas lo más claro posible, sin juegos estilísticos innecesarios, debían hacer una crítica y denuncia de aquello que estaba mal y mostrar también la dirección socialista como posibilidad de futuro. Con este propósito en mente, Mancisidor vuelve en su novela a las huelgas inquilinarias del 22, modificando los eventos para adaptarlos a su objetivo. 

A través de la noción de la “ciudad roja”, Mancisidor resalta en su novela la forma como, al iniciar la huelga, el espacio urbano se transforma. El ritmo del puerto más activo del país se detiene de golpe, dando paso a una Veracruz huelguista llena de esperanza utópica:

La ciudad, entre un florecer de banderines y gallardetes que acariciaban las paredes con mimos fraternales, era, al reflejo quebradizo de luces centelleantes, una interesante ciudad de ensoñación toda teñida de rojo. Rojos los destellos de las cúpulas, roja la esbeltez de sus torres elevadas; rojos los reflejos optimistas de sus paseos; rojo el flamear de los lienzos a la distancia; rojo el brillar de sol que incendiaba el ocaso; rojo el ambiente saturado de esperanzas. (85)

Al describirnos la forma como los habitantes se organizan autónomamente, defendiendo sus patios de la policía, tomando decisiones en asambleas y mitines o eligiendo popularmente a su dirigencia, Mancidor quiere mostrarnos el proceso de formación de un tipo de poder popular análogo al de la Comuna de París de 1871. Si Lenin decía que este poder se caracterizó por la autoorganización de las masas urbanas, la autodefensa y la elección popular de representantes, Mancisidor va tachando cada una de las casillas, argumentando así que durante unos meses, en lo que duró la huelga de renta, Veracruz logró cristalizar la imagen de un espacio urbano comunal organizado desde abajo por las masas proletarias del puerto. 

Al igual que Marx en su texto sobre la Comuna de París, Mancisidor se encargará de dejar claro que esta imagen del futuro comunista fue fugaz, e inscribirá a la comuna veracruzana en la misma estructura de sacrificio y redención que Marx otorga a la parisina. Para ello, Mancisidor crea su propia narrativa del movimiento: según la novela, el movimiento empieza a desorganizarse porque las masas no escuchan las indicaciones del líder, luego se divide y finalmente sucumbe ante la represión del estado. La novela culmina con la muerte del líder (llamado Juan Manuel en la novela), que sin embargo logra vislumbrar en la sangre derramada de los obreros la imagen de una ciudad comunista que será alcanzada y redimida por el único medio posible (según Mancisidor): un movimiento socialista organizado, vertical, disciplinado. En otras palabras, el sacrificio de 1922 será redimido por el movimiento que la novela misma quiere instigar en 1932. Fuera de este arco narrativo queda toda la fase “reformista” del movimiento, además del pensamiento anarquista de Herón Proal y uno de los personajes colectivos más importantes del episodio histórico, las prostitutas. 

 

 

Las prostitutas que iniciaron la huelga del 22 no sólo no aparecen en la novela. Según La ciudad roja, la huelga inicia cuando los policías expulsan de su casa a una mujer que, de hecho, no puede pagar renta porque se niega a prostituirse. De manera similar, el pensamiento anarquista de Proal está ausente, y a decir verdad el sastre es transformado en un líder proto-socialista obsesionado con la disciplina de las masas y con dictar línea desde arriba. Mancisidor trata de separar nítidamente explotadores y explotados en términos morales, buenos y malos, y desde este ángulo la prostituta le parece una figura problemática, quizá contaminante, una víctima menos obvia que la mujer que conserva su “honor” pese a todo. Mientras tanto, la línea socialista lo lleva a despreciar el anarquismo, en particular sus tácticas de organización horizontales y dispersas. Pero en ambos casos se muestran más bien los límites dogmáticos del proyecto de literatura proletaria, ya que la consecuencia es que Mancisidor no puede discutir de manera productiva con Proal y las prostitutas. Ya en 1922, ellos empezaban a ver la prostitución no como un acto moral impuro, sino como un trabajo sujeto a condiciones específicas de explotación, condiciones escondidas precisamente a través de categorías morales. En un discurso rescatado por Wood, Proal habla de la prostitución como “la carne explotada de la burguesía”, sugiere que este trabajo es una de muchas formas de explotación laboral en el puerto y llega al punto de vincular la explotación laboral con la causa misma del movimiento: sugiere que tanto trabajadores como prostitutas eran cuerpos rentados por otra clase social para la acumulación privada, a la vez que esa clase utilizaba el mecanismo de la renta para mantener a esos cuerpos sin otra alternativa más que aceptar las condiciones de vida que se les ofrecían o no tener ni techo.  

Incapaz de complejizar estas ideas, La ciudad roja fracasó en su intento de convertir a la comuna veracruzana en el punto de partida para un movimiento socialista organizado. A decir verdad, la novela quedó sepultada en los estantes perdidos de la literatura mexicana. Y sin embargo podemos decir que la intuición de Mancisidor al elegir los eventos del 22 no estaba desencaminada. Hoy, inmersos en un contexto de precarización laboral, outsourcing, mercados de renta hiper inflados y una población joven hundida en la deuda, los cuestionamientos de las prostitutas y Proal sobre la renta y su relación a formas de explotación atravesadas por cuestiones de clase y género resultan valiosas a la hora de pensar qué condiciones de nuestra actual organización urbana urge transformar hacia el futuro. 

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Los inquilinos del siglo pasado https://arquine.com/los-inquilinos-del-siglo-pasado/ Tue, 23 Jun 2020 07:27:00 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/los-inquilinos-del-siglo-pasado/ La renta vuelve a la agenda pública y política de lo urbano y el derecho a la ciudad. El contexto actual de confinamiento por la pandemia lo revive justamente por lo frágil que es la vivienda para algunos.

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Durante la Revolución mexicana el movimiento migratorio del campo a la ciudad provocó un alza en la necesidad de vivienda y esta, a su vez, detonó que el alquiler, mucho más común entonces que en la actualidad, comenzara a aumentar de costo debido a la alta demanda, esto detonó la molestia entre algunos grupos de inquilinos y comenzó uno de los movimientos de vivienda más importantes del país en el siglo XX.

Los primeros meses de 1922 un grupo de prostitutas en La Huaca, Veracruz comenzó una revuelta en contra de los propietarios de los espacios que habitaban por el cobro abusivo del alquiler y las condiciones infrahumanas de la vivienda, quemaron colchones y cerraron calles, esto comenzó a visibilizar aún más el problema habitacional.

Semanas más tarde, de la mano de anarquistas y miembros del Partido Comunista Mexicano, se conformó el Sindicato Revolucionario de Inquilinos.[1] Tan solo unas semanas bastaron para que la movilización escalara y más de la mitad de la población de Veracruz[2] se encontrara en huelga de pago de alquiler, las vecindades mismas hacían eco con pancartas y banderas rojas colgadas de las ventanas: “Estoy en huelga no pago renta”. 

Muy pronto se sumaron más ciudades a la huelga y la revuelta se convirtió en un levantamiento nacional. Este escalamiento del movimiento inquilinario comenzó a revelar no sólo los problemas de vivienda en arrendamiento en la época, sino que empezó a visibilizar la desigualdad de la urbanización en el país, por lo que este movimiento fue pionero también de las movilizaciones urbanas:

La ubicación de los servicios [urbanos] favoreció y reforzó la norma de segregación clasista. Los sistemas de transporte en la zona central estaban diseñados para mejorar el acceso a los establecimientos comerciales y elegantes y nuevas avenidas conducían a zonas residenciales de la clase alta. Los servicios básicos tales como el agua, calles asfaltadas y cloacas tardaron en llegar a los barrios pobres, a pesar de la gran necesidad. [3]

De acuerdo con Saucedo[4] la huelga de rentas en el puerto de Veracruz duró 38 meses y en el entonces Distrito Federal 20, pero las revueltas siguieron activas y el movimiento continuó ganando simpatizantes en el país, especialmente de los sectores populares. Los propietarios comenzaron a sentir presión por lo que comenzó también su organización como contrarrespuesta. Por ejemplo, en Guadalajara la Unión de Propietarios fue apoyada por la prensa que difundió noticias en contra de los inquilinos huelguistas acusándolos de “ataques a la propiedad privada”.[5]

Mientras tanto en Veracruz Herón Proal, líder del Sindicato de Inquilinos, con el apoyo del gobierno estatal de Veracruz decretó en 1923 una ley inquilinaria que, sin embargo, contenía limitaciones pues abarcaba “únicamente a las casas habitación con rentas inferiores a 100 pesos mensuales y situadas en la parte central de la ciudad”,[6] misma ley que años más tarde sería modificada por el presidente Elías Calles gracias a la presión de la Unión de Propietarios.

En 1942, con la entrada de México a la Segunda Guerra Mundial, el presidente Ávila Camacho decretó para la Ciudad de México la prohibición del aumento de los arrendamientos de las casas habitación y locales destinados a comercio e industrias de alimentación.[7] Esta medida funcionó como un mecanismo para aumentar el poder adquisitivo de la clase trabajadora, que era predominantemente arrendataria en aquella época, sin tener que recurrir a aumentos de salarios que implicaban participación del sector privado.

Si bien la población trabajadora se vio inicialmente beneficiada por este mecanismo, comenzó un rápido deterioro en la calidad de las viviendas ya que los propietarios, en respuesta al congelamiento de rentas, se abstuvieron de llevar a cabo mantenimientos de los inmuebles. Para la zona central de la Ciudad de México esto provocó un deterioro de la vivienda y la infraestructura de la zona y que se extendería varias décadas.

Años más tarde, con el auge del movimiento de 1968 y como antecedente del movimiento de inquilinos de los años veinte, nace el Movimiento Urbano Popular (MUP) con una fuerte importancia en los movimientos urbanos en el país con especial atención en la Ciudad de México, con el que surgen otras organizaciones de luchas urbanas (Frente Popular Independiente, Bloque Urbano de Colonias Populares y diversas agrupaciones de colonos). En este contexto, en 1981 se organiza la primera reunión Inquilinaria del Valle de México donde se conforma la Coordinadora Inquilinaria que jugaría, de la mano del MUP, un papel importante durante el rescate y también en el proceso de reconstrucción después del sismo de 1985.[8] Este terremoto provocó una activa participación de los movimientos urbanos lo que detonó en una política de reconstrucción para otorgar vivienda en propiedad a los afectados a través de un mecanismo de expropiación lo que convirtió a muchas familias inquilinas en propietarias.

Exactamente 32 años después del terremoto del 85, otro similar azotó la región central del país. La respuesta ciudadana confirmó algunas cosas sobre la capacidad de respuesta social mexicana, la autoorganización en la ciudadanía y el apoyo a nivel local e incluso a mayor escala, seguían presentes. Sin embargo, pese a la organización, y en contraposición a lo que aconteció en 1985, hubo un gremio que quedó prácticamente invisibilizado en este proceso: precisamente los inquilinos. Aun cuando buena parte de las zonas dañadas en la Ciudad de México está habitada por inquilinos (los porcentajes más altos del país de vivienda en renta se encuentran en las alcaldías centrales de la ciudad), las autoridades comenzaron a diseñar estrategias de reconstrucción pensando predominantemente en propietarios, los inquilinos rara vez fueron sujetos en los discursos políticos o en los medios de comunicación. ¿Qué sucedió con los inquilinos afectados en el sismo? ¿Por qué no fueron tomados en cuenta? ¿Por qué no lucharon activamente, como otros gremios, para hacer exigir derechos en la reconstrucción? 

Quizá la respuesta esté en el arraigo del mexicano sobre la figura de la propiedad, de tal forma que quienes arriendan no se sintieron capaces de defender algo que “no es suyo” y simplemente decidieron mudarse, aún con la pérdida y la inversión que implica en un momento de crisis. Si bien aún existen organizaciones vecinales que defienden derechos de arrendatarios en la ciudad, su fuerza de acción política no es la misma que décadas atrás. 

Pese a lo anterior y un siglo después de las revueltas en Veracruz por el cobro excesivo del alquiler, vemos problemas similares y el incipiente resurgimiento de movimientos que defienden el derecho a la vivienda desde el arrendamiento. La renta vuelve a la agenda pública y política de lo urbano y el derecho a la ciudad. El contexto actual de confinamiento por la pandemia lo revive justamente por lo frágil que es la vivienda para algunos. [9]


Notas:

1. Cabe destacar que la participación de las mujeres fue bastante activa en el movimiento entre las que destaca María Luisa Marín quien fue promotora de la creación del Sindicato Revolucionario de Inquilinos y dirigente de agrupaciones de mujeres anarquistas.

2. Aproximadamente 30 mil personas habían dejado de pagar el alquiler en el estado de Veracruz, en la década la población era de aproximadamente 54 mil habitantes. 

3. Grant, Andrew (2005), Pionera Postrevolucionaria: La anarquista María Luisa Marín y el Movimiento de Inquilinos de Veracruz, Ediciones HL.

4. Saucedo, Francisco (1986), “El movimiento inquilinaruo en el Valle de México” en Los Movimientos Sociales en el valle de México (I), Jorge Alonso (coord.), colección Miguel Othón de Mendizábal, Centro de Investigaciones y Estudios en Antropología Social. 

5.  Ibídem.

6. Perló, Manuel (1979), “Política y vivienda en México 1910-1952” en Revista Mexicana de Sociología, Vol. 41, No 3, julio-septiembre, pp. 769-835.

7. Ibídem

8. Bautista, Raúl (2015), Movimiento Urbano Popular. Bitácora de lucha. 1968-2011, Casa y Ciudad, Ciudad de México.

9. En varias ciudades del mundo han comenzado a gestarse movimientos anti-desalojos. En España, Alemania y EEUU existen agrupaciones de inquilinos fortalecidas a través de organizaciones civiles para promover regulación del arrendamiento, topes a los costos de renta y/o evitar desalojos a población vulnerable. 

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