Resultados de búsqueda para la etiqueta [Reinier de Graaf ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Sat, 31 Dec 2022 16:06:10 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Años viejos https://arquine.com/anos-viejos/ Sat, 31 Dec 2022 15:25:04 +0000 https://arquine.com/?p=73643 No nos queda más que repetirnos y, en lo que decidimos cambiar de otra manera que no sea a golpes de crisis y catástrofes, pensando —también desde la arquitectura— radical y críticamente lo que nos pasa, el momento en que vivimos, quedándonos con el problema en vez de sacándole la vuelta y presentar la huida como solución, habrá que aguantarse con Años viejos vendidos como nuevos.

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En su texto Lost futures, que sirve de introducción al libro Ghosts of My Life. Writings on Depression, Hauntology and Lost Futures (2014), el crítico y teórico Mark Fisher proponía un “simple experimento mental”:

Imaginemos que un álbum que haya salido en los últimos dos años fuera teletransportado a, digamos, 1995, y se tocara en la radio. Es difícil pensar que causaría algún shock en la audiencia. Al contrario, lo que probablemente sorprendería a la audiencia de 1995 sería lo reconocibles que les resultarían los sonidos: ¿cambió tan poco la múlsica en 17 años? Contrasten esto con los rápidos cambios de estilo entre la decada de 1960 y la de los noventas: toquen un disco de jungle de 1993 a alguien en 1989 y le sonaría como algo tan nuevo que le haría repensar lo que es la música, o lo que puede ser.

Fisher, concluía ese párrafo diciendo que “mientras el siglo XX había sido tomado por un delirio recombinatorio que lo hizo sentirse como si la novedad estuviera disponible infinitamente, el siglo XXI estaba oprimido por una aplastante sensación de finitud y agotamiento.”

¿Con qué edificios se compararía algo construido en el 2022 si se pudiera enviar, aunque fueran sólo planos y fotos, de vuelta 25, 40 o 50 años atrás?

En 1997, el año en que se publicó el primer número de la revista Arquine, se inauguró el Getty Center, en Los Angeles, diseñado por Richard Meier. También se terminaron las Torres Petronas, en Kuala Lumpur, diseñadas por César Pelli y que tendrían el récord del edificio más alto del mundo hasta el 2003. Cerca de Basel, en Suiza, Renzo Piano terminó el edificio sede de la Fundación Beyeler, y en Bregenz, Austria, Peter Zumtor diseñó la Kunsthaus. Pero sin duda el edificio más popular y aclamado fue el más famoso de los últimos edificios novedosos de la historia —o al menos de esa idea de historia que supuestamente se acabó al caer el Muro de Berlín—: el Museo Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry. Hoy, leído retrospectivamente, quizá hubiera sido preferible un efecto Beyeler o un efecto Bregenz al efecto Bilbao, que supuso que un edificio formalmente rebuscado y firmado por un arquitecto de renombre internacional garantizaba beneficios amplísimos para los habitantes de la ciudad donde se construyera.

Si la comparación fuera con obras de hace 40 años, 1982, la competencia sería con el Memorial a los Veteranos de Vietnam, de Maya Lin o con el Renault Centre de Norman Foster.

Si fuera hace 50 años, en 1972 estaríamos en el momento justo en que Charles Jencks firmó el acta de defunción del Movimiento Moderno en arquitectura, cuando fue demolido el conjunto de vivienda social Pruitt-Igoe, diseñado por Minoru Yamasaki. Ese mismo año se empezó a ocupar la torre norte del World Trade Center de Nueva York, que también es un diseño de Yamasaki y que también terminó destruido tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001. 1972 fue el año en que se terminaron los conjuntos de vivienda de Robin Hood Gardens, diseñado por Alison y Peter Smithson, y la Torre Trellick, de Ernö Goldfinger. En 2017 el Robin Hood Gardens fue demolido. Ese mismo año se incendiaron los últimos pisos de la Torre Trellick, pocos meses antes de la tragedia de la Torre Grenfell, también en Londres, donde en un incendio que duró más de 60 horas murieron 72 personas. Se dice que a la Trellick la protegió del fuego el ser un edificio protegido y que su fachada de concreto no hubiera podido ser recubierta por una de aluminio, como en la Grenfell. A Robin Hood Gardens, en cambio, se dice que la dificultad de transformar la estructura de concreto, y el no haber sido declarado como edificio protegido, le costó la demolición. Aunque en todos estos casos, desde Pruitt-Igoe hasta Robin Hood Gardens, mucho tuvieron que ver los vaivenes del capitalismo tardío —a.k.a. neoliberalismo— que, como describió Reinier de Graaf en su libro Four Walls and a Roof. The Complex Natures of a Simple Profession, publicado igualmente en el 2017, absorbió y disolvió cualquier otro interés —social, estético, cultual— de la arquitectura moderna. Y no olvidemos el Museo Kimbell, de Louis Kahn, y el Estadio Olímpico de Munich, que nos mostró cómo podría ser una nueva arquitectura desde 1972.

Si en vez de edificios comparásemos libros de arquitectura, en 1972 se publicaron las traducciones al inglés y al francés del libro de Justus Dahinden Urban Structures for the future (Structures urbaines de demain) —publicado en alemán un año antes. Y, sobre todo, es el año en el que Denise Scott Brown y Robert Venturi publicaron Learning from las Vegas. Y, para hablar de revistas, tomemos sólo un par. El número de enero-febrero de 1972 de Architectural Forum llevó por título —y se trato de— The World of Buckminster Fuller. Mientras que en México el número 106 de la revista Arquitectura México, fundada por Mario Pani en 1938, publicaba en su portada una casa articulada diseñada por Sebastián. Aunque abría con la traducción al español del Eupalinos, que Paul Valery escribió en 1923. La traducción, del mismo Pani, ya había sido publicada en 1938. Hay que decir que otro lado de Pani, junto a los multifamiliares con aires corbusianos, era un anacronismo francófilo que, por ejemplo, lo llevó en 1978 a fundar, a la manera de la Academia de Arquitectura francesa —establecida en 1953 pero con raíces en la Societé Centrale des Architectes, fundada en 1840— la Academia Nacional de Arquitectura —institución que si bien nació anacrónica, ha hecho todo lo posible por conservarse de ese modo.

Comparada la producción arquitectónica —edilicia y escrita— del 2022 con la de 1972, ¿hablaríamos, como Fisher, de una sensación de finitud y agotamiento? Quizá, pero no sólo en arquitectura. En otro de sus libros, Capitalism Realism. Is there no Alternative?,  publicado en el 2009, hablaba de un momento en el que lo “alternativo” y lo “independiente” no eran otra cosa que estilos mainstream. “Ningún objeto cultural puede retener su poder cuando ya no hay nuevos ojos para verlo”, dijo Fisher. Algo que se relaciona con lo que la filósofa Marina Garcés ha calificado como nuestra condición póstuma: “Nuestro tiempo es el tiempo del todo se acaba. Vimos acabar la modernidad, la historia, las ideologías y las revoluciones. Hemos ido viendo cómo se acababa el progreso: el futuro como tiempo de la promesa, del desarrollo y del crecimiento.” Algo, pues, que pudimos comprobar en este 2022, primer año después de la pandemia que no terminó nunca. Durante la pandemia, hablamos otra vez del fin: de la historia, del capitalismo, de las ciudades y la arquitectura como las conocíamos. En infinidad de tlakshows y entrevistas y hasta congresos, muchos arquitectos hablaron de la ciudad post-covid repitiendo que terrazas y home office eran el futuro universal, pensando la arquitectura como un business, as usual, y demostrando ingenuidad e ignorancia sobre las formas de vida de la mayoría de la población mundial y en particular en México.  El eslogan, ya casi sin sentido, de la ciudad de 15 minutos se volvió un mantra repetido acríticamente por arquitectos, urbanistas y hasta funcionarios públicos. Ya muchos hablan de la ciudad de los cuidados y les tiene sin cuidado las implicaciones políticas, económicas y sociales del concepto y, sobre todo, las prácticas del cuidado.

Así, parece que a fin de cuentas las cosas no cambiaron mucho o cambiaron para parecerse mucho a lo que había, ofreciendo novedades que ya hace mucho dejaron de ser nuevas. Quizá porque lo nuevo, en nuestra condición —póstuma— ya no tiene ni cabida ni sentido. Para bien y para mal. Quizá porque, por mientras, no nos queda más que repetirnos y, en lo que decidimos cambiar de otra manera que no sea a golpes de crisis y catástrofes, pensando —también desde la arquitectura— radical y críticamente lo que nos pasa, el momento en que vivimos, quedándonos con el problema —como pide Donna Haraway— en vez de sacándole la vuelta y presentar la huida como solución, habrá que aguantarse con Años viejos vendidos como nuevos.

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Sudor frío https://arquine.com/sudor-frio/ Mon, 18 Jul 2022 13:28:52 +0000 https://arquine.com/?p=65978 ¿Cuál es el rol que juega finalmente el silencio en la profesión y los medios de comunicación? ¿Existe acaso un peor crimen en el mundo del espectáculo que el ser tibio? Habría que poner el dedo en lo que nos gusta pero también nos molesta, no por afán de difamar sino de transmitir una experiencia de la que puedan aprender otros y hacer contrapropuestas.

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 ¿Hay algo más misterioso que la claridad…?

¿Qué más caprichoso que el modo en que la luz y la sombra se reparten sobre las horas y sobre los hombres?

Paul Valery [1]

 

Carcajadas y angustia acompañan mi lectura del libro Four Walls and a Roof, The complex nature of a simple profession escrito por Reinier de Graaf en 2017. Con una claridad envidiable, el autor relata sus aventuras como arquitecto alrededor del mundo, diserta ácidamente sobre episodios diversos de la historia y lanza filosas reflexiones llenas de humor y veneno. Las subsecuentes especulaciones resultan irresistibles: ¿cómo sería un escrito equivalente sobre la práctica en México? ¿Qué pasaría si además de las memorias arquitectónicas que describen los proyectos se sumaran “memorias” de las partes involucradas, ahondando en lo vivido durante su creación e implementación y reflexionando periódicamente en las implicaciones del trabajo realizado y por realizar?

No es sólo cuestión de morbo. Analizar los procesos y las estructuras en las que se desarrollan los proyectos como sucede en ese libro, podría resultar fructífero tanto para la sociedad como para la sobremesa.

Los textos de de Graaf no son un confesionario ni una cacería de brujas. Los catalogaría como una disertación oscilante donde el autor se posiciona por encima del bien y el mal sin distanciarse de su trabajo como socio en OMA. Aplaudo su coherente descaro al grado de tener un ensayo en el que narra en 10 pasos cómo ser un consultor exitoso y tomarle el pelo a cualquier gran funcionario. Sin embargo, desconozco en qué medida le pudo haber afectado el revelar los secretos detrás de los escenarios en los que suele presentarse. Me llama la atención en particular el proyecto al interior de Skolkovo, un área en Moscú que aspira a ser el próximo Silicon Valley, el cuál, según el libro, terminó con edificios inacabados y personas encarceladas. Probablemente nada grave, por lo menos para él. En 2019 fue invitado como ponente al Moscow Urban Forum a presentar su libro en el cual denuncia al propio foro por haberlo censurado en una edición anterior.

Frases como “la arquitectura ofrece la posibilidad de volverse más pobre trabajando” aderezan los relatos haciendo eco en nuestros propios tormentos. El autor se revela malvado por momentos, pero también carismático con relatos que recuperan mitos fundadores de la profesión que a pesar de las diferencias de escalas o husos horarios terminan siendo cercanos al lector como las historias de concursos amañados, proyectos cancelados y fuerzas de causa mayor: sociales, económicas o políticas, a las que terminamos por ceder. Historias que suelen susurrarse pero no publicarse.

Destacan entre sus páginas un incómodo panel de arquitectos estrellas durante la primera bienal de Chicago, una soporífera y genérica conferencia de Richard Rodgers en el World Economic Future Energy Summit en Abu Dhabi hablando de temas urbanos como en las que todos hemos bostezado, el epitafio al edificio brutalista de una escuela en Londres y su autor, la cíclica historia de los edificios prefabricados de vivienda en la DDR, dos proyectos en Rusia incluyendo un encuentro con Putin y otro con los integrantes de Boney M, numerosas y siniestras aproximaciones a las “Smart Cities”, una apología y condena a la figura de la caja, una estrambótica reflexión acerca de la arquitectura participativa, un kafkiano plan maestro en Londres, el diseño de una ciudad en Dubai, la crisis del 2008 y el cementerio de proyectos que dejó a su paso, el derribo del avión de Malaysia Airlines en la región de Donbass en 2014, China, citas de arquitectos en relación a las dictaduras, Donald Trump, geopolítica y el caso de la edificación y demolición del conjunto habitacional Pruitt-Igoe. La mezcla es tan aleatoria y adictiva como Tik Tok.

¿Sería posible hacer ejercicios colectivos similares en México? Escuchar a los participantes hablar abiertamente sobre proyectos que se anunciaron con bombo y platillo y terminaron inacabados o de manera distinta a lo que fue planeado, como las Zodes, los Cetrams, avenida Chapultepec y el NAICM. Reflexionar sobre episodios traumáticos del pasado, presente y futuro, como el rancho de Javier Duarte e invitar a Juhani Pallasmaa a escribir una continuación al ensayo sobre la casa que publicó en el Croquis N.193 (del cual proviene la cínica cita que aparece al comienzo del texto). Pedirle a Pallasmaa que haga una correlación entre el costo de la obra, su poética espacial y los cargos delictivos que tienen al dueño en prisión. Tejer lazos entre las noticias recientes y la profesión para analizar los vínculos que unen el desarrollo de vivienda y el fenómeno de los despojos inmobiliarios recientemente publicados en el Universal o la relación de Emilio Lozoya con la construcción del museo MUNET, por dar unos ejemplos. Aprovechar el ejercicio de ensayo o crónica para discutir los proyectos desde el punto de vista de los actores involucrados, abordarlo si necesario por la vía de la comedia y quizá entonces tocar los temas estructurales de la disciplina y su contexto y no forzosamente empanizarnos en descripciones que parafrasean lo que ya dicen las fotos y planos.

Se acerca este año la edición XII de la BIAU con sede en la Ciudad de México, en combinación con el festival Mextropoli y en paralelo se llevará a cabo la Triennale de Lisboa. ¿Podrían ser los escenarios para hablar sobre aquello que no se puede decir? En los foros y discusiones de los tres eventos cabrían narrativas como las de de Graaf para analizar el trasfondo disciplinar, contextual y laboral en el que se inscriben las propuestas. Se necesitará para ello no sólo de los organizadores sino también del público y los participantes para llegar a estos diálogos. 

La posibilidad de abrir la caja de Pandora para poner sobre la mesa los trasfondos políticos, económicos y sociales de la profesión —incluyendo la escritura de este artículo— causa una sensación de vértigo que revela el frágil equilibrio en el que reposa la comunicación en la arquitectura y el urbanismo. Pienso en el sudor frío que aparece cuando se toma el micrófono en una plática para hacer una pregunta y el miedo a las burlas o meter la pata que lo acompaña, también pienso en las indirectas que llegan a  surgir a lo largo de una negociación.  ¿Qué conlleva señalar, recordar, acusar y defender? ¿A tener más trabajo o al ostracismo profesional? En las películas de pandilleros existe la tradición de matar a los soplones, en el ámbito de los periodistas se premia a quienes sacan verdades a la luz, en el caso de los bufones el humor les permitía burlarse del rey y seguir a su lado. ¿En qué categoría cabe el libro y en cuál se sentiría cómoda la persona leyendo este artículo si hablara de sus proyectos y procesos desde lo más glorioso hasta lo más ridículo?

Me viene a la cabeza un episodio reciente en el que junto con un grupo de estimados colegas buscábamos reflexionar sobre temas canónicos de la arquitectura. Sin mucha emoción, nos quedamos atorados en la atemporalidad del techo a dos aguas, buscándole algún interés a un gesto en una fachada y rascando internet en búsqueda de obras que contengan las sombras y atmósferas que cumplan con los estándares de la trova arquitectónica contemporánea. Luego hablamos de historias y chismes por horas riendo y desentrañando las complejas tramas que esconde cada proyecto y las pericias de los los involucrados para llevarlos a cabo.

¿Cómo entender ese balance? ¿Cuál es el rol que juega finalmente el silencio en la profesión y los medios de comunicación? El ejercicio de Reinier de Graaf me parece un buen ejemplo de cómo poner el dedo en lo que nos gusta pero también nos molesta, no por afán de difamar sino de transmitir una experiencia de la que puedan aprender otros y hacer contrapropuestas. ¿Existe acaso un peor crimen en el mundo del espectáculo que el ser tibio? Quien tenga una buena historia que escriba la primera hoja o que se plante frente a un muro de ladrillo y comience su cómica oratoria. Será angustiante el resultado pero seguramente educativo y divertido. 

 


1.  Nota de Paul Valéry, ‘Eupalinos o el Arquitecto’, en Dialogues, traducción William McCausland Stewart, Pantheon Books, Nueva York, 1956, pág. 83.  tomada del texto “Pasiones Serenas. Razón y Emoción en la Arquitectura de Manuel Cervantes” escrito por Juhani Pallasmaa.

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Wuhan y los hospitales del futuro. https://arquine.com/wuham-y-los-hospitales-del-futuro/ Thu, 06 Feb 2020 19:36:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/wuham-y-los-hospitales-del-futuro/ Para 2020, como indica la investigación de OMA “Hospital of the future”, solo en la Unión Europea habrá el 13.5% de médicos necesarios para su población, cuestionándose constantemente ¿Cómo vamos a cuidar a las próximas generaciones cuando envejezcan o se enfermen?

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Con la generación de los baby boomers gradualmente pasando a la jubilación, la proporción de empleados remunerados ha disminuido en consecuencia: en 1960, había siete personas en edad laboral por cada jubilado; en 2018, sólo había tres.

Podemos vivir más, pero de ninguna forma somos más saludables. Cada vez más, nos enfrentamos a un tipo diferente de patologías, las enfermedades crónicas reemplazan a las enfermedades infecciosas como la causa predominante de mortalidad; sin embargo, son las emergencias infecciosas las que procuran, en cierta forma, los avances y desarrollos. Para 2020, como indica la investigación de OMA Hospital of the future, sólo en la Unión Europea habrá el 13.5% de médicos necesarios para su población, cuestionándose constantemente cómo vamos a cuidar a las próximas generaciones cuando envejezcan o se enfermen. Sí es probable que cada vez existan más ancianos y más enfermos, y sean menos los que cuiden de ellos con el paso del tiempo.

“¿Nos salvarán los avances de la tecnología? ¿Revolucionarán la atención medica la impresión 3D de órganos, la inteligencia artificial o las redes 5G? En consecuencia, ¿serán los edificios de hospitales nuevas obsolescencias? ¿Cómo debería ser el hospital del mañana? ¿Deberíamos pensar el hospital del futuro no como una solución arquitectónica finita sino como un proyecto urbano, un trabajo en progreso?”, se pregunta Reinier de Graaf socio de OMA.

Recientemente el gobierno chino ha inaugurado en la ciudad de Wuhan, el epicentro del brote del coronavirus, un hospital prefabricado con capacidad para 1,000 pacientes, construido en nueve días. Equipos de construcción de 7,000 trabajadores con jornadas de 23 horas, camiones, excavadoras y grúas en movimiento trabajaron día y noche para completar el proyecto. Para el gobierno chino sirve, además, como un potente símbolo de desarrollo, según palabras de sus delegados ante los medios de comunicación internacional.

“El gobierno necesitaba construir un hospital rápidamente para aliviar la persistente escasez de camas de hospital y suministros médicos”, informó Zhou Xianwang, alcalde de Wuhan.

Este modelo de hospitales prefabricados ya fue implementado por el gobierno chino durante el brote de SARS en 2003. En ese momento, el hospital Xiaotangshan se construyó en Beijing en sólo siete días. La ciudad de Wuhan fue puesta en cuarentena el 23 de enero de 2020. Estos episodios de emergencia podrían poner sobre la mesa cuestionamientos y reflexiones sobre las ciudades del presente y las del futuro cercano.


Fotografías de : AP associated press / OMA / New York Times

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Norra Tornen https://arquine.com/obra/norra-tornen/ Mon, 21 Jan 2019 16:30:07 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/norra-tornen/ El proyecto Norra Tornen comenzó con dos sobres de edificios heredados, los restos de un proyecto cancelado iniciado por el antiguo arquitecto de la ciudad Aleksander Wolodarski. Cada una de las composiciones de "crescendo" de diferentes alturas, ni losa ni las torres, prohíbe el desarrollo de una tipología sin compromisos.

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El proyecto Norra Tornen comenzó con dos sobres de edificios heredados, los restos de un proyecto cancelado iniciado por el antiguo arquitecto de la ciudad Aleksander Wolodarski. Cada una de las composiciones de “crescendo” de diferentes alturas, ni losa ni las torres, prohíbe el desarrollo de una tipología sin compromisos. Por el contrario, el programa optado, apartamentos con énfasis en grandes espacios al aire libre, impidió una traducción demasiado literal de los sobres a la forma arquitectónica.

A través de una especie de “vuelo freudiano hacia adelante”, un apasionado abrazo de lo inevitable para conquistar y vencer los miedos iniciales, se adoptó el sobre prescrito del edificio como un hecho. Su segmentación vertical inicial se complementó con una segunda segmentación horizontal que otorga al exterior de los edificios un tratamiento único y homogéneo: una piel áspera, formada a través de un patrón alternativo de espacios exteriores retirados y salas de estar sobresalientes.

El material elegido, el hormigón de color acanalado cepillado con piedras agregadas multicolores expuestas, se hace eco de la arquitectura brutalista y eso no es por casualidad. Según el crítico de arquitectura Reyner Banham, el término arquitectura brutalista fue inventado por Hans Asplund, el hijo de Gunnar Asplund, al referirse al diseño de sus colegas de estudio en una carta a sus amigos arquitectos británicos.

El concreto en Norra Tornen viene en forma de paneles prefabricados, una técnica de construcción que permite que el trabajo en el sitio de construcción continúe incluso por debajo del límite de cinco grados centígrados que prohíbe el vertido de concreto in situ. La prefabricación también redujo significativamente los costos de construcción.

En un centro de la ciudad con un parque de viviendas construido en gran parte antes de la Segunda Guerra Mundial, Norra Tornen presenta una nueva forma de vida que reúne la densidad con la posibilidad de disfrutar del espacio al aire libre (Estocolmo ocupa el cuarto lugar entre las ciudades con la mayor calidad de aire en la Unión Europea).

La torre Innovationen comprende 182 unidades que van desde apartamentos de 44 metros cuadrados de una recamara hasta un ático de 271 metros cuadrados en el piso superior, y la mayoría consta de apartamentos de dos o tres recamaras de 80 a 120 metros cuadrados. Las unidades residenciales se complementan con una sala de cine, un comedor para fiestas y celebraciones, un apartamento para invitados, un gimnasio con sauna y una zona de relajación y un espacio comercial en la planta baja. La torre Helix incluye 138 unidades, además de comodidades.

A una altura de 125 metros y 110 metros, respectivamente, las dos torres son los edificios residenciales más altos del centro de la ciudad de Estocolmo. Situados en Hagastaden, un nuevo distrito en el norte de Estocolmo, desarrollado alrededor del Instituto Karolisnka, son la puerta de entrada a la ciudad.

Sin embargo, la manipulación de las envolturas iniciales del edificio transforma radicalmente su arquitectura implícita inicial de monumentalidad. Da paso a una articulación de la domesticidad. Una vez que la estructura formalista llega a los apartamentos que son sorprendentemente informales … incluso se podría decir humanista.

 

 

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Desigualdad https://arquine.com/desigualdad/ Wed, 25 Apr 2018 16:47:12 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/desigualdad/ Actualmente, los edificios se ven como una mercancía: si antes había grandes programas del Estado en los que desempeñaban un papel en el desarrollo social, hoy sólo sirven como inversión inmobiliaria y para multiplicar su valor monetario. Hoy cualquier edificio se construye para venderse más caro de lo que costó, para acumular valor y ser parte de un ciclo de intercambio económico.

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De algún modo extraño, el siglo XXI es un retroceso del XX en el que lenta pero inexorablemente muchas de las cosas que pensamos que habíamos logrado y avanzado no parecen ya tan absolutas. Tras leer los análisis económicos de Thomas Piketty me di cuenta de que había una explicación para algunas de las extrañas modas y cambios que habíamos visto en arquitectura y cuyas razones no se encuentran en la disciplina, sino en el juego de un sistema económico profundo. Piketty habla de un momento que resultó ser una anomalía en el comportamiento económico moderno: el estado del bienestar. Y en ese momento también hubo una anomalía en la arquitectura. Pensamos en ese momento como el final de la historia: viviríamos felices para siempre, emancipados, como humanos ilustrados. Pero tras la anomalía, todo volvió a ser un desastre de nuevo. Es una visión oscura pero difícil de negar y escapar de ella. Antes, la arquitectura servía para que la movilidad social se hiciera en concreto. Abrió el camino para la emancipación de grandes grupos de personas, lo que fue posible, por primera vez, gracias a la economía; y la arquitectura le dio forma a todo eso. Hoy los edificios sólo son una forma de especulación financiera.

Siempre es importante reconocer que los arquitectos no son los que controlan el poder. Sus acciones son síntomas de algo más amplio. En los ochenta hubo un profundo cambio en la política en el mundo occidental —tal vez en todo el mundo— exacerbado por el colapso del comunismo. En el nuevo sistema los edificios se ven como una mercancía distinta: si antes había grandes programas del Estado en los que desempeñaban un papel en el desarrollo social, hoy sólo sirven como inversión inmobiliaria y para multiplicar su valor monetario. Hoy cualquier edificio se construye para venderse más caro de lo que costó, para acumular valor y ser parte de un ciclo de intercambio económico. Lo extraño es que el mismo ethos de la arquitectura moderna: economía de medios, simplicidad, racionalidad para proveer más vivienda más barato y rápido para que una mayor cantidad de personas se beneficien de los avances técnicos, hoy es un medio para aumentar la ganancia del inversionista. La misma ética profesional que era algo benéfico en un sistema se ha vuelto una fuerza negativa, ingenua o cómplice en el otro, porque construir barato no implica que se venda barato. Nuestro bello edificio ortogonal de concreto aparente y su tecnología ya no ayudan a la mayoría, sino sólo a unos cuantos, convirtiéndose en un mero estilo.

En Londres, por ejemplo, no hay una crisis de vivienda per se —como en Alemania del Este después de la Segunda Guerra—; lo que hay es una crisis de capacidad de compra o asequibilidad. Es muy importante distinguir entre esos dos casos. Una crisis de asequibilidad significa que hay muchas viviendas que son simplemente demasiado caras, no que hagan falta viviendas o espacio. Si la arquitectura no se relaciona de nuevo con políticas progresivas, sólo se producen más metros cuadrados construidos que serán vendidos a cualquier precio. Por eso tendría mucho sentido que los arquitectos estuvieran más al tanto del contexto en el que producen su obra y de qué tanto son utilizados por muchos factores del sistema, en vez de sólo hablar con nostalgia de la arquitectura del siglo XX, que fue un producto de un sistema distinto que ya no existe. En la actualidad, acaso construir un edificio en oro sólido resulte un mejor acto social que construirlo en concreto, pues el primero sería realmente caro y no permitiría que las ganancias desaparecieran en los bolsillos de los desarrolladores, sino que sería parte de un objeto que todos podrían ver. Hoy construimos muchos edificios malos y costosos que tienen un retorno de inversión que nadie sabe dónde termina. Edificios como el Rockefeller Center (sin verlo de manera romántica), se dieron en un momento en que el capitalismo tenía suficiente presión sobre las tendencias naturales del sistema para crear algo más justo, manteniendo a raya sus excesos que, de acuerdo con Piketty, tiene una tendencia a la asimetría, a la desigualdad. En Dubái, en contraste, no hay crisis de vivienda ni de capacidad de compra. Hay un boom inmobiliario y mucha gente compra ahí, pero no para vivir, sino como inversión. Es concreto vacío, edificios que ni siquiera están ahí para usarse. Es distinto al siglo XX porque cualquier oposición o alternativa ha desaparecido.

Extracto de una entrevista realizada por Alejandro Hernández Gálvez en el marco de MEXTRÓPOLI 2017


 

Este texto fue publicado en la Revista Arquine No.80, un número que propone veinte palabras clave y veinte autores de referencia para reflexionar sobre este periodo.

 

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El problema de la desigualdad. Conversación con Gerardo Esquivel https://arquine.com/el-problema-de-la-desigualdad-conversacion-con-gerardo-esquivel/ Wed, 25 May 2016 22:41:26 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-problema-de-la-desigualdad-conversacion-con-gerardo-esquivel/ "En México realmente nunca hemos tenido un Estado de bienestar. Algunas políticas y planes parciales funcionaron relativamente. Pero debemos cambiar la concepción de lo que tenemos y preocuparnos por los 50 millones de pobres que hay en el país, de los cuales 23 millones no tienen acceso a la canasta básica con los nutrientes mínimos. Hay que cambiar nuestros programas sociales y garantizar la sustentabilidad financiera, condiciones de bienestar altas y nivel de igualdad. Igualdad y democracia van de la mano, es una demanda por cumplir."

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cabecera

El 24 de abril del 2015 Reinier de Graaf, asociado de OMA, la firma de Rem Koohlaas, publicó un texto en la Architectural Review con un largo título: “La arquitectura es hoy una herramienta del capital, cómplice en un propósito contrario a su misión social”. De Graaf empezaba su texto comentando el libro que el economista francés Thomas Piketty publicó un año antes, en 2014, El capital en el siglo XXI. “Si Piketty tiene razón, decía, podemos de una vez por todas enterrar la ilusión de que el sistema económico presente opera en última instancia para el interés de todos y que sus beneficios eventualmente se filtrarán hasta los más pobres de la sociedad. Contrario a lo que todos los economistas después de Keynes nos han dicho, la desigualdad producida por el capitalismo puede no ser una fase temporal que será superada en algún momento; resulta más bien un efecto estructural e inevitable a largo plazo del mismo sistema. El análisis de Piketty —continúa De Graaf— es notablemente simple. Identifica dos categorías económicas: el ingreso y la riqueza, y entonces define la desigualdad social en función de la relación de ambas a lo largo del tiempo, concluyendo que, cuando la tasa de rendimiento del capital supera la tasa de crecimiento de la producción y el ingreso, la desigualdad social inevitablemente crece.” Picketty es un tanto más duro en su diagnóstico: cuando se da esa relación entre la tasa de rendimiento del capital y la del ingreso, “el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas” . Según los estudios de Piketty, el desarrollo económico produce riqueza pero no necesariamente igualdad. Al contrario. Sin mecanismos de redistribución social de la riqueza, ésta termina acumulándose y generando diferencias monstruosas. El estado de bienestar y la relativa igualdad social y económica que se vivió durante varias décadas del siglo XX no fue, entonces, producto del desarrollo económico, sino de aquellos mecanismos que hoy ya no funcionan del mismo modo. “Si el siglo XX fue una anomalía, apunta De Graaf, entonces probablemente también sus ideales: un periodo entero caracterizado por la creencia ilustrada en el progreso, la emancipación social y los derechos civiles puede retroactivamente descartarse como un momento fugaz de ilusión, una nota a pie de página en el largo curso de la historia.” Para De Graaf las implicaciones arquitectónicas de las ideas económicas de Piketty son evidentes: “A quince años del nuevo milenio es como si el siglo pasado jamás hubiera ocurrido. La misma arquitectura que alguna vez simbolizó en concreto aparente la movilidad social, hoy sirve para evitarla. A pesar de tasas cada vez más altas de pobreza y de desamparo, grandes proyectos de vivienda social se demuelen con absoluta determinación.” Algo así, concluye De Graaf, como “la remoción metódica de la sustancia física” de aquel sistema económico ya desaparecido. Conversamos con Gerardo Esquivel, encargado de la revisión técnica de la traducción al español del libro de Piketty sobre la interpretación de De Graaf.

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¿Es precisa su lectura de Piketty?

En efecto, Thomas Piketty plantea un paradigma distinto al de otros economistas y cambia nuestra concepción de la desigualdad, cambiándola de tajo. Para Simon Kuznets, ganador del premio Nobel de Economía en 1971, la desigualdad y el nivel de desarrollo en un país no seguían una relación lineal sino que su comportamiento se podía describir con la forma de una U invertida: la curva de Kuznets. Cuando la riqueza de un país se acrecienta, en principio la desigualdad aumenta, pero llega un punto en el que, tras cierto nivel de desarrollo, empieza a disminuir. En su visión, conforme los países se hacen más ricos la desigualdad tiende a disminuir y hay una convergencia en niveles bajos de desigualdad. A partir de un amplio análisis de datos, histórico y geográfico, Piketty desmiente la hipótesis de Kuznets y, con base en evidencia empírica concluye que lo que pasó en ciertos países durante el siglo XX fue algo totalmente atípico, debido a condiciones particulares como las guerras, el surgimiento del Estado de bienestar y una serie de políticas —como el New Deal en los Estados Unidos— que condujeron a la reducción de la desigualdad, pero no de una manera natural y como consecuencia del desarrollo económico. Se trató, más bien, de un proceso deliberado resultado de políticas deliberadas sin las cuales la desigualdad tiende a aumentar, como sucedió en Europa a fines del siglo XIX: gran concentración de riqueza en manos de unos cuantos y la mayoría viviendo miserablemente. Para Piketty, en menor escala pero en la misma dirección, eso está pasando desde finales del siglo XX, derivado del desmantelamiento de muchas de las políticas que se establecieron en el siglo pasado. Por tanto, se revierte el proceso de disminución de la desigualdad. Piketty sostiene sus ideas con datos de varios países desarrollados, pero no hace falta ser economista para entender lo que está pasando: cuando vemos, por ejemplo, lo que ocurrió en Estados Unidos con el movimiento Occupy Wall Street, la demanda fundamental fue la gran desigualdad entre el uno por ciento más rico de la población y el otro 99 por ciento.

De Graaf apunta a que el cambio en la concepción de la desigualdad que suponen las ideas de Piketty dependen en parte de que toma en cuenta la diferencia entre ingreso y riqueza.

Así es. Cuando se habla de desigualdad, muchos economistas piensan en términos de ingreso: lo que se recibe a cambio del trabajo que uno hace en un tiempo determinado, al día, al mes, al año. Se trata de un flujo. Y aunque hay desigualdad en relación al ingreso —mayor en México que en otros países, de hecho— ésta no es comparable con la que depende de la riqueza. Puedo no tener ninguna riqueza debido a la condición económica de mi familia —no heredar propiedades ni dinero en el banco— pero en cambio tener un buen ingreso gracias a mi capital humano, es decir a mi preparación, a aquello que sé hacer. Al contrario, hay quienes pueden tener grandes riquezas independientemente de su capital humano. A diferencia de la riqueza, el capital humano es intransferible, no del mismo modo: puedo heredar bienes, pero no puedo heredarle el doctorado a mi familia. Sin embargo, los argumentos de Piketty no tienen una lectura marxista, como hubo quien supuso, ni se derivan de una envidia a la riqueza. Su intención, incluso, como le han criticado otros, no es el derrumbe del capitalismo a causa de sus propios defectos, sino su supervivencia: la desigualdad implica grandes riesgos para el capitalismo, incluso para el desarrollo del talento, si asumimos que éste se encuentra distribuido aleatoriamente. La visión de Piketty es, en cierto modo, reformista, incluso conservadora. Busca la igualdad de oportunidades para lograr un mejor nivel de bienestar para la mayoría sin invitar a una lucha de clases.

Captura de pantalla 2016-05-25 a las 17.47.21Conjunto Urbano Presidente Alemán. Fotografía: Moritz Bernoully

De Graaf relaciona los resultados del Estado de bienestar, entre los años veinte y setenta, quizá, del siglo pasado, con el desarrollo de cierta arquitectura. Fue la época en que en muchos países se apostó por lo público: escuelas, hospitales, unidades habitacionales producidas por el Estado y donde el calificarlos como obras públicas no implicaba ningún menosprecio. Con el neoliberalismo de Thatcher y Reagan en los años ochenta y en México con Salinas en los noventa, el Estado dejó de invertir, al menos como lo hacía antes, en políticas públicas de bienestar.

Justo en el periodo en que disminuyó la desigualdad, el papel del Estado fue determinante en la construcción de muchas grandes obras públicas, incluyendo obras arquitectónicas y espacios públicos que tenían como objetivo construir eso: lo público. En los últimos años, por ejemplo en México, la construcción de escuelas o universidades públicas se ha reducido. Antes tenía otra lógica y el papel del Estado mediante esas obras era abrir ciertos espacios que hoy ya no se tienen. La retracción del Estado tiene que ver con ese cambio de paradigma, en los años ochenta en Gran Bretaña y Estados Unidos, y luego en los noventa en otros países, como México, acompañado de la crisis económica.

En 2014 Oxfam presentó un reporte revelando que 85 personas poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial: 85 personas tienen lo mismo que 3,500 millones. La condición de la pobreza y de la desigualdad en México llega a ser incluso peor que en otros países. Según el informe Desigualdad extrema en México, concentración del poder económico y político, que preparaste también para Oxfam, en el país hay más de 53 millones de pobres; el 10 por ciento más rico del país concentra más del 64 por ciento de la riqueza del país y el 1 por ciento más rico tiene el 21 por ciento de los ingresos totales de la nación.

Son datos sorprendentes, pues resulta que en esta medida de la concentración de la riqueza, México es el país que concentra más riqueza en menos personas, verdaderamente ricas. Por ejemplo, con el puro rendimiento de la riqueza de las cuatro personas más ricas de México, podrían contratar a 3 millones de mexicanos pagándoles el salario mínimo. El número de desempleados en el país es de 2.4 millones, así que podrían contratarlos a todos y a 600,000 más y sin perder nada de su riqueza. Eso nos habla de la desproporción entre esa riqueza y el costo de la mano de obra no calificada.

Pero en el reporte para Oxfam, además de esos datos, presentamos algunos grandes principios que podrían generar el inicio de una reducción de la desigualdad. Primero, la construcción de un Estado social auténtico: ver las necesidades de manera diferente y pensar más bien en derechos a los que el Estado debe garantizar el acceso, proveerlos y de buena calidad. No como un paliativo que realmente no ayuda a avanzar en el combate a la pobreza y sólo vale para evitar una insurrección. Segundo, crear una política fiscal progresiva, cobrando más a los que más tienen y con nuevos impuestos dedicados a gravar los ingresos de los más ricos, como el rendimiento de acciones, las herencias, etcétera. Tercero, hay que gastar mejor lo recaudado, enfocando el ejercicio del gasto público en infraestructura, en educación. Algunos programas sociales en México son regresivos, en vez de impedir que la brecha de la desigualdad crezca más. Cuarto, hay que tener una mejor política laboral y aumentar el salario mínimo. Y, por último, para que lo recaudado mediante impuestos no sea mal empleado, hay que generar mecanismos de transparencia y rendición de cuentas. 

¿Con este tipo de políticas, podría regresarse al Estado de bienestar?, ¿es eso deseable?

En México realmente nunca hemos tenido un Estado de bienestar. Algunas políticas y planes parciales funcionaron relativamente. Pero debemos cambiar la concepción de lo que tenemos y preocuparnos por los 50 millones de pobres que hay en el país, de los cuales 23 millones no tienen acceso a la canasta básica con los nutrientes mínimos. Hay que cambiar nuestros programas sociales y garantizar la sustentabilidad financiera, condiciones de bienestar altas y nivel de igualdad. Igualdad y democracia van de la mano, es una demanda por cumplir.

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Centro Médico Nacional Siglo XXI. Fotografía: Thomas Ledl. Licencia License CC BY-SA 4.0


 

Esta conversación tuvo lugar en el programa La Hora Arquine el 6 de julio del 2015. Gerardo Esquivel es economista graduado en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) con maestría en El Colegio de México y doctorado por la Universidad de Harvard.

El cargo El problema de la desigualdad. Conversación con Gerardo Esquivel apareció primero en Arquine.

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La arquitectura del capital en el siglo XXI https://arquine.com/la-arquitectura-del-capital-en-el-siglo-xxi/ Thu, 18 Jun 2015 22:43:55 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-arquitectura-del-capital-en-el-siglo-xxi/ “Una vez descubiertos como una forma del capital, no hay elección para los edificios más que operar bajo la lógica del capital. Finalmente, en ese sentido, no hay algo así como arquitectura moderna o posmoderna, simplemente arquitectura antes y después de ser absorbida por el capital” —Reinier de Graaf.

El cargo La arquitectura del capital en el siglo XXI apareció primero en Arquine.

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“Nací en 1964, empecé la escuela primaria en 1970 y me gradué en la universidad en 1988, un año antes de la caída del Muro de Berlín. Recibí 18 años de educación pública, durante los cuales la noción/dogma de que uno progresaba mediante el estudio y el trabajo duro estaba fuertemente implantada. Te ganabas tus derechos y no heredabas privilegios. La educación se recibía en base proporcional a tus talentos y no al tamaño de tu billetera.” Así parecía ser la vida hace no tanto, y no sólo en Holanda, donde nació Reinier de Graaf, quien escribió las líneas precedentes, sino en buena parte del mundo libre y desarrollado. Y esas eran también las aspiraciones de los países en vías de desarrollo —algunos de los cuales luego fueron calificados como economías emergentes, otra manera de decir, tal vez, que seguían en vías de un desarrollo aun no alcanzado. De Graaf explicaba esas condiciones aparentemente ya pasadas en un texto publicado el 24 de abril en la Architectural Review con el largo título La arquitectura es hoy un instrumento del capital, cómplice de propósitos antitéticos a su misión social y que saca algunas de sus conclusiones de las ideas planteadas por Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI.

De Graaf dice que el análisis de Piketty es “extremadamente simple: identifica dos categorías económicas básicas: el ingreso y la riqueza.” El primero es resultado de un flujo y, por lo mismo, supone cierta distribución, mientras que la segunda es producto de la suspensión de ese flujo, de la acumulación y concentración. El estado de bienestar, ese en el que nació de Graaf y al que aspirábamos quienes nacimos en las economías en vías de desarrollo, prometía una mejor distribución del flujo. Pero la realidad hoy es otra, clama el otro noventa y nueve por ciento. “Quienes adquieren riqueza mediante el trabajo quedan cada vez más atrás de quienes acumulan riqueza simplemente por tenerla” —o heredarla. Aquella economía no fue más que un oasis, una pausa en la mecánica real de acumulación del capital generada por presiones externas: las guerras y sus consecuencias económicas, sobre todo.

De Graaf continúa esos argumentos a su conclusión cultural y, sobre todo, arquitectónica lógicas. La confianza en el progreso y en las oportunidades de desarrollo social igualitario que ofrecía, fueron motor de muchas concepciones arquitectónicas del siglo pasado. La obra más importante y reconocida de muchos arquitectos de ese período era arquitectura pública y social: hospitales, escuelas, centros de investigación, edificios de gobierno, pero sobre todo vivienda. Donde antes estaban el Palacio y la Catedral, ahora aparecían la sede del Congreso y la Unidad de Habitación. Hoy, ni palacio ni congreso, ni catedral ni multifamiliar: el mall y el rascacielos.

No sólo de Graaf, que ha sido el más articulado, sino starchitects como Toyo Ito o Steven Holl han hablado recientemente de la crisis de una arquitectura demasiado plegada a las exigencias del gran capital —“como siempre, inevitablemente, ha sido”, dicen otros. Pero la diferencia es que aquella arquitectura de vocación social parece haberse esfumado junto a las promesas de progreso y equidad del estado de bienestar. Se trata, tal vez, de la crónica de una sumisión anunciada.

El título del texto que en 1980 publicó Jürgen Habermas —nacido en Düsseldorf el 18 de junio de 1929— criticando lo que varios arquitectos presentaron en la Bienal de Venecia calificaba a la modernidad como un proyecto incompleto. La traición entonces parecía estilística o, para no ser tan superficiales, estética. El espíritu de la modernidad estética, decía Habermas, se caracterizaba por rebelarse “contra las funciones normalizadoras de la tradición,” pero sus formas parecían agotadas: la ruptura con la tradición convertida en la tradición de la ruptura. De ahí la revisión conservadora de las tradiciones descartadas: el posmodernismo de pastiches clásicos. Pero Habermas insistía en que “el proyecto de la modernidad no se ha completado” y que no era sólo un asunto estético sino que implicaba que la modernización social se encaminara en una dirección diferente, en la que la gente llegara a ser capaz de “desarrollar instituciones propias que pongan límites a la dinámica interna y a los imperativos de un sistema económico casi autónomo y a sus complementos administrativos.”

Hoy, cuando el posmodernismo neoclásico parece un mal rato olvidado con fugaces reapariciones, la posmodernidad se ha vuelto moderna, o al revés —desplazamiento que empezó al menos en el momento en que las vanguardias, deshuesadas, se trasvistieron en estilo internacional. Pero las promesas de una modernidad cultural y estética, crítica pues, siguen lejos de cumplirse. La arquitectura que de Graaf denuncia como instrumento del capital es, en apariencia, más moderna que nunca: grandes torres o pequeñas cajas de vidrio o de acero con superficies lisas y transparentes o retorcidas y reflejantes, que hacen uso de todos los avances tecnológicos a su alcance y no escatiman en recursos para sorprender. Modernísimas pero sólo por fuera, no sólo incapaces sino absolutamente ajenos a la pretensión de cumplir cualquiera de las promesas de una modernidad que ya no comparten.

“Una vez descubiertos como una forma del capital —dice de Graaf—, no hay elección para los edificios más que operar bajo la lógica del capital. Finalmente, en ese sentido, no hay algo así como arquitectura moderna o posmoderna, simplemente arquitectura antes y después de ser absorbida por el capital.”

El cargo La arquitectura del capital en el siglo XXI apareció primero en Arquine.

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