Resultados de búsqueda para la etiqueta [Pandemia ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 26 Sep 2022 12:59:14 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Decrecimiento o ecoinmovilismo. Notas al margen sobre movilidad urbana https://arquine.com/decrecimiento-o-ecoinmovilismo-notas-al-margen-sobre-movilidad-urbana/ Fri, 04 Mar 2022 15:00:24 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/decrecimiento-o-ecoinmovilismo-notas-al-margen-sobre-movilidad-urbana/ Relacionar dos estudios recientes demuestra la necesidad de reorganizar profundamente la movilidad urbana. El primero: ¿qué efectos tendría la sustitución del automóvil por la bicicleta en la salud pública? El segundo: ¿qué eficacia están teniendo las medidas contra la contaminación atmosférica adoptadas por una de las ciudades con el más alto riesgo de mortalidad prematura debido a la contaminación atmosférica, Barcelona?

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Es un hecho difícil de refutar que las ciudades necesitan una reorganización profunda. La pandemia que hemos vivido en los últimos dos años no ha hecho nada más que evidenciar problemas ya evidentes. Un elemento fundamental, antes de cualquier reflexión: la mayoría de los problemas urbanos que estamos viviendo están relacionados, directa o indirectamente, con nuestro sistema económico. Por lo tanto, para disponerse a encarar los problemas urbanos es preciso cuestionar las bases mismas de nuestro sistema económico-productivo. Cualquier solución urbanística que no cuestione el sistema económico-productivo se reduciría a un tratamiento cosmético de breve duración y alcance superficial.

Aclarado esto, de todos los problemas urbanos amplificados por la pandemia nos centraremos en uno: la movilidad. Dos estudios recientes, que no han recibido suficiente atención, arrojan luz sobre puntos tan importantes que deberían ser objeto de debate diario en los medios: por un lado —el primer estudio analizado, de diciembre de 2021— qué efectos tendría la sustitución del automóvil por la bicicleta en la salud pública. Por otro lado —el segundo estudio, de octubre de 2021— qué eficacia están teniendo las medidas contra la contaminación atmosférica adoptadas por una de las ciudades con el más alto riesgo de mortalidad prematura debida al dióxido de nitrógeno presente en el aire: Barcelona. Los dos estudios, independientes entre ellos, están estrechamente relacionados: el primero evidencia las causas del fracaso de las medidas anticontaminación adoptadas en Barcelona que demuestra el segundo.

El primer estudio, realizado por el Instituto de Salud Global de Barcelona junto con otros Institutos de investigación —el primero de este tipo que haya sido realizado— analiza, como decíamos, los efectos sobre la salud de la sustitución de la movilidad basada en el automóvil por una centrada en la bicicleta, calculando la variación en la mortalidad prematura en la población urbana de 17 países en 2050. Los resultados de la investigación confirman lo que la imaginación podía prever: ocurriría una drástica reducción de la mortalidad prematura, cuantificándola en 205,424 muertes prematuras anuales evitadas en los 17 países considerados en caso de sustitución del automóvil por la bicicleta en el cien por cien de los desplazamientos, siendo 18.589 las muertes prematuras anuales evitadas sustituyendo tan solo el 8 por ciento de los desplazamientos. Estos resultados deberían impulsar una reacción inmediata de los responsables de urbanismo y salud pública a través de la aplicación de una drástica reducción del automóvil privado en la ciudad hasta llegar, a corto-medio plazo, a su completa eliminación. El hecho de que a pesar de conocer los datos que demuestran una correlación directa entre contaminación atmosférica (causada, en Barcelona, en gran medida por los automóviles) y salud no se actúe con la celeridad de las situaciones de emergencia es un hecho extremadamente grave que conlleva responsabilidades importantes: miles de muertes prematuras que se podrían evitar.

Lo que se suele llamar movilidad activa, en particular el uso de la bicicleta, tiene efectos beneficiosos para la salud bien conocidos. La eliminación del automóvil privado (y de las motos) de la ciudad, además de promover la movilidad activa, tiene también efectos a nivel ambiental y urbano inmensos: la reducción drástica de la contaminación atmosférica y acústica, la reducción del consumo de combustibles fósiles y de emisiones de CO2, la reducción del consumo de energía, la reducción de la extracción de materias primas, la liberación de la mayoría del espacio urbano y su devolución a las personas, la posibilidad de aumentar sensiblemente la presencia de la naturaleza en la ciudad, la reducción drástica de los accidentes de tráfico, etc. Excepto los primeros dos elementos, todos los demás efectos a nivel ambiental y urbano se aplican también al automóvil eléctrico, que no es nada más que el principal elemento del ecoinmovilismo: la defensa del dogma del crecimiento económico ilimitado evitando un cambio real. Con respecto al primer elemento, la contaminación atmosférica, a pesar de su reducción permanecerían las partículas debido al desgaste de frenos y neumáticos, etc. En referencia a las emisiones de contaminantes, otro estudio confirma la falsa solución del tan publicitado automóvil híbrido, cuya difusión creciente, además, incrementa, en lugar de reducir, la producción de automóviles y las consiguientes emisiones de gases de efecto invernadero.

Además de los efectos beneficiosos enumerados, la bicicleta es mensajera de una cultura nueva, basada en la autonomía, siendo una máquina comprensible que cada persona puede modificar y adaptar de forma sencilla y autónoma. La técnica al servicio de los seres humanos, y no viceversa. Evidentemente la bicicleta cuestiona cada elemento de nuestro sistema económico: no está sujeta a obsolescencia programada, no depende de ningún tipo de combustible, no requiere (de momento) seguro, carné de conducir, aparcamiento, ni siquiera precisa unos documentos que demuestren la propiedad, etc. Es una (anti-)máquina capaz de desestabilizar el sistema por su simplicidad (y eficiencia energética). Desplazarse en bici (evitando, para ejercitar el cuerpo, la cuota mensual de un gimnasio privado que recibe subvenciones públicas, como es el caso del DIR de Barcelona, que recibió un préstamo de fondos públicos de la Generalidad de 2.6 millones de euros durante la pandemia) es como plantar un huerto (evitando financiar poderosas empresas que controlan la mayoría del sistema agroalimentario) o producir nuestra propia energía (eludiendo la financiación de los monopolios energéticos): proporciona autonomía con respecto a un sistema económico que precisa personas dependientes, domesticadas, explotadas. La bici es, evidentemente, un peligro para el sistema económico actual que hay que contrarrestar con todos los medios posibles.

Si quisiéramos introducir el juramento hipocrático en el ámbito urbanístico una variación libre sobre el tema podría ser: En primer lugar no destruir la ciudad (con el automóvil). De ahí el primer acto necesario: En primer lugar liberar las calles (del automóvil). Así como el siglo XX ha sido el siglo del automóvil —con el consiguiente avasallamiento de la ciudad, y de las personas, a la máquina (motorizada)— el siglo XXI es el siglo que pronuncia el fin de la era del automóvil en la ciudad y su sustitución por la movilidad activa: el pie y la rueda (no motorizada), además de un sistema de transporte público que debería ser gratuito y altamente eficiente. Literalmente, reinventar la rueda (y el paso). En una ciudad tan compacta como Barcelona —que tiene una de las mayores cifras de densidad de tráfico en Europa— una movilidad basada en el automóvil resulta cuando menos contraria a las leyes de la geometría, por no hablar de la eficiencia energética. El problema fundamental es el no querer entender la coyuntura que estamos viviendo: de crisis energética y de materias primas, de cambio climático, de salud pública, de necesidad de reapropiación de la ciudad, de desconexión con la naturaleza, de desigualdades estructurales y una infinidad de otros elementos ignorados por las instituciones, aprisionadas entre el deseo de poder y las garras de los grupos de presión industriales y financieros. Unas medidas cosméticas eludiendo cuestionar el sistema económico-productivo (y las relaciones de poder) no solucionarán ninguno de los problemas actuales y conllevan responsabilidades.

En lugar de seguir las indicaciones que propusimos en abril de 2020 en el Manifiesto por la Reorganización de la Ciudad tras el Covid19, Barcelona sigue tomando medidas gravemente insuficientes, girando alrededor del problema sin solucionarlo. La única solución a los problemas de movilidad, así como a los complejos problemas ambientales y energéticos, es la filosofía del decrecimiento, materializada en este ámbito a través de la reducción tanto de los desplazamientos —organizando la ciudad centrándose en la proximidad, cuya unidad de medida es la rueda no motorizada o, si se prefiere, el paso— como del uso de energía, con la sustitución del automóvil privado por la bicicleta o cualquier tipo de vehículo no motorizado. La simplicidad de la bicicleta, junto con la presencia de un sistema de transporte público altamente eficiente y gratuito, es la única solución a unos problemas de movilidad que exceden los límites físicos de la ciudad, concerniendo al sistema energético y de abastecimiento de materias primas y al ambiente. La electrificación debería, en general, estar limitada al transporte público, el transporte de mercancías, los vehículos de servicio y los vehículos privados para las personas con movilidad reducida.

El decrecimiento planificado será la clave necesaria para evitar las falsas soluciones que conducen al ecoinmovilismo, y de allí a un posterior inevitable decrecimiento descontrolado e imprevisible.

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Los besos como actos de fe https://arquine.com/los-besos-como-actos-de-fe/ Thu, 17 Feb 2022 16:00:37 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/los-besos-como-actos-de-fe/ La respuesta no está en habitar o deshabitar las ciudades, como si alejarnos de sus núcleos fuera la solución, negando permanentemente que el problema somos las personas con nuestras prácticas y no los lugares que habitamos.

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Pedro Roiter es un paciente psiquiátrico que asegura ser un viajero del tiempo del año 2062 que busca impedir que algo suceda en el presente. Una psiquiatra, la Dra. Aldunate lo entrevista como parte de su tratamiento. Durante las sesiones el paciente detalla, de manera lúcida y a veces sarcástica, las razones que lo llevaron a viajar al pasado desde su presente, el futuro que habitó. Un futuro postapocalíptico en donde después de varias décadas entre pandemias, los vínculos físicos entre las personas eran vistos como un peligro, cosas como un simple beso se habían convertido “en un acto de fe”.

Este ideario sobre que en el futuro (utópico o no) los vínculos y las relaciones humanas son a distancia es algo recurrente en el cine, la literatura e incluso la ciencia. Un futuro donde las relaciones humanas están obligadas o promovidas a restringir el contacto físico, a construirse de manera no-presencial. Algo que, aunque pareciera futurista, luego de varios meses viviendo en pandemia ya hemos normalizado parcialmente.

Pero, ¿qué es lo que nos dice esta representación de las relaciones sociales a distancia?, ¿qué implica para la forma que habitamos y para los territorios donde habitamos?

Cada cierto tiempo, y en buena medida empujado por pandemias, catástrofes naturales o guerras, hay una representación que resurge sobre las ciudades: el lugar donde nace y se reproduce el caos. Y es que esta idea no es nimia, pues no sólo configura imaginarios y moldea prácticas sobre las formas en que habitamos, sino que apalanca decisiones sobre cómo pensar y planificar ciudades.

Quizá uno de los ejemplos más interesantes de esto es el movimiento de ciudades jardín, fundado por Ebenezer Howard, periodista y urbanista londinense, que ideó un sistema de habitar fuera de los núcleos urbanos, esto como resultado de las problemáticas de la ciudad londinense de la segunda mitad del siglo XIX: aumento poblacional, viviendas precarias, hacinamiento, problemas de transporte, crecimiento de la mancha urbana, enfermedades, hambruna, etc.

Su sistema, más que arquitectónico (vale la pena resaltar que Howard no era arquitecto) se basaba en una transformación social, que implicaba inicialmente la crítica al sistema dicotómico de asentamientos humanos en Europa en la segunda mitad del siglo XIX: la ciudad vs. el campo. El primero con oportunidades de trabajo, pero con el caos que ello conlleva y el segundo con cercanía con la naturaleza, pero alejado de las oportunidades de desarrollo.

 

 Sistema de imanes de Howard, sobre las tres estructuras de ciudades.

Así Howard pensó en un sistema híbrido en donde convergieran las bondades de ambas formas de habitar. Este nuevo sistema, “ciudad jardín”, tendría una estructura de autogobierno, con actividades productivas y de habitación distribuidas con el fin de evitar conflictos entre ellas. Con el tiempo este sistema de planificación se fue desvirtuando hasta llegar al sistema de áreas de zonas residenciales exclusivas con vivienda unifamiliar y negada de la cercanía a fuentes de trabajo y otras actividades no-residenciales, que fue altamente difundido y replicado en varias ciudades.

En la segunda mitad del siglo XX, este sistema (junto con la regularización de tomas informales) fue promotor de las expansiones urbanas en varias zonas metropolitanas de América, que trajo consigo una dependencia al automóvil, un aumento de la motorización urbana y con ello la contaminación. Unas décadas bastaron para darse cuenta que el modelo estaba fracasando, lo que motivó una nueva forma de pensar y promover el crecimiento urbano: regreso al centro.

La pandemia de esta década no ha estado exenta de ese debate cíclico sobre si seguir o no en las ciudades, lo interesante es que surge justo luego de que comenzaba a concretarse un movimiento de regreso al centro. Una propuesta que busca intensificar los usos de áreas centrales de las ciudades, a partir de un discurso de reciclamiento y sostenibilidad muy en línea con el del cambio climático, pero que con la pandemia de por medio, que ha intensificado los modelos de trabajo y consumo digital, ha comenzado a ser puesta en entredicho.

Esto se refleja en los múltiples textos que refieren al regreso al campo o la “no-ciudad” como una utopía, donde personas se alejan de la velocidad y estrés de lo urbano para vivir pacíficamente en una relación equilibrada con la naturaleza. Sin tomar en cuenta que habitar lo “no-urbano” es también una fantasía, por lo menos desde el punto de vista de la sostenibilidad, pues la satisfacción de ese habitar deberá ser abastecida con los sistemas de consumo urbano (productos, tecnología, prácticas), lo que termina repercutiendo al sistema urbano (infraestructura, sistemas de abastecimientos, vivienda, equipamientos). Quiero decir que la respuesta no está en habitar o deshabitar las ciudades, como si alejarnos de sus núcleos fuera la solución, negando permanentemente que el problema somos las personas con nuestras prácticas y no los lugares que habitamos.

Lo interesante, quizá premonitorio, del relato de Caso 63 sobre el viajero del futuro, es que nos cuenta que el fin del mundo no es fulminante, sino que es lento, permanente y repetitivo. Tal vez ese cataclismo ya nos llegó y sólo hemos estado negándolo al asimilarlo como parte de nuestra existencia. Al fin y al cabo los besos ya son un acto de fe.

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Ya no somos lo mismo: espacio público y pandemia https://arquine.com/ya-no-somos-lo-mismo-espacio-publico-y-pandemia/ Tue, 15 Feb 2022 16:00:24 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ya-no-somos-lo-mismo-espacio-publico-y-pandemia/ El distanciamiento social al que obligó la pandemia más fuerte y prolongada que haya vivido la humanidad en épocas recientes, puso en tensión la noción y el uso del espacio público como lugar de encuentro, como plaza pública donde se dirime lo político, el derecho a la ciudad, donde se debate lo urbano y se teje la vida cultural y el sentido de pertenencia. 

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En colaboración con Revista Este País

 

La pandemia y la fractura del espacio

El distanciamiento social al que obligó la pandemia más fuerte y prolongada que haya vivido la humanidad en épocas recientes, puso en tensión la noción y el uso del espacio público como lugar de encuentro, como plaza pública donde se dirime lo político, el derecho a la ciudad, donde se debate lo urbano y se teje la vida cultural y el sentido de pertenencia.

Las relaciones entre el espacio privado y el público, el adentro y el afuera, se vieron radicalmente modificadas por la reclusión. El hogar se convirtió en escuela, lugar de convivencia, centro de trabajo, zona de descanso, lugar de entretenimiento, hospital o, desafortunadamente, espejo de una sociedad donde la violencia contra las mujeres, las personas mayores y los conflictos intergeneracionales se pusieron más que en evidencia. Nuevos aprendizajes tecnológicos se produjeron al convertirse la vida pública en un espacio virtual, a pesar de la brecha digital.

Condicionada por nuevos dispositivos físicos y biológicos que exigen los protocolos de seguridad sanitaria, la pandemia de Covid-19 está transformando la experiencia de la interacción social y cultural. Alteró el eje básico que ordena la cultura de cualquier grupo: la relación entre tiempo y espacio. En lo personal, dislocó la noción cultural de nuestra kinesfera, término con el que Rudolf Laban describió ese territorio inmediato donde se produce el movimiento corporal individual y a partir del cual ejercemos la interconexión con los demás. Ese espacio vital que puede ser tan estrecho o amplio como las propias posibilidades individuales de expansión corporal lo permitan, tuvo que ser normado, cambiando las maneras de contacto, de saludo, de implicación física con los demás, ante el riesgo de contagio. Los impactos psicosociales y culturales de estos desplazamientos apenas han empezado a ser analizados.

Los protocolos sanitarios en museos, teatros y centros culturales que han logrado abrir sus instalaciones, coloca a las ciudadanías ante nuevos rituales que inciden en los modos de ser y estar de la vida cultural. No bastan ahora los indicadores que antes se usaban para valorar los vínculos con públicos y comunidades: las normas para poder ejercer la vida cultural cambiaron y van a seguir en proceso de adaptación o revolución. No volverán a ser las mismas.

La transformación cultural es tan profunda que los rituales públicos con los que solíamos despedirnos de nuestros muertos han tenido que suspenderse o transformarse. El duelo y el dolor por la pérdida de nuestros seres queridos se han vivido en lo privado y bajo estrictas normas que jamás habríamos imaginado. La Covid-19 llegó para quedarse y para retarnos en muy diversos ámbitos de la biopolítica del cuerpo, de la ética global con la que asumimos la perspectiva del medio ambiente, el uso del espacio público para la vida cultural, retos sobre los que debemos reflexionar.

Espacio público y vida cultural

La vida cultural en el espacio público no se remite solamente a las prácticas artísticas que suceden en la calle, en las plazas, en los foros propiamente creados para ello, sino en todo sitio donde la colectividad puede no sólo recibir, sino crear experiencias enriquecedoras para construir comunidad, sentido de pertenencia, bien común, adquirir visibilidad y construir discursos desde la libertad de creación y expresión. La vida cultural ligada a lo público significa la posibilidad de construir narrativas, símbolos, gramáticas, maneras distintas de habitar la calle, los centros urbanos, los mercados, las infraestructuras públicas dedicadas al arte y la cultura, donde podemos confrontarnos con nuestra subjetividad y la de las comunidades con las que interactuamos.

Al principio de la pandemia, el espacio público abierto o cerrado se llenó de vacío y de nostalgia. Nunca como ahora se había vivido la imbricación tan contradictoria de dos derechos: el derecho a la salud y los derechos culturales. La naturaleza gregaria de la vida cultural de pronto se vio interrumpida. Se acabaron los conciertos masivos, los festivales, las ferias y exposiciones masivas, los jardines y las plazas se cerraron. Los ritos funerarios y hasta las peregrinaciones que a tantas personas convocan dejaron de llevarse a cabo ante el riesgo de contagio. Especialmente la música y el canto, la ópera, la danza y el teatro sufrieron pérdidas económicas que se siguen estimando.

Con diversas restricciones, los espacios públicos dedicados al arte y la cultura del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura han ido abriendo sus puertas, con aforos controlados y protocolos estrictos. La presencia de una diversidad de públicos diferentes a los que solíamos tener se relaciona con la manera en que la tecnología logró expandir las fronteras convencionales del tipo de públicos familiarizados con las artes. Hoy el arte y la cultura también constituyen parte de la salud pública. Significan esperanza. Nada más emocionante que escuchar las voces del Coro de la Ópera de Bellas Artes cantando “México lindo y querido”, en momentos en que no sabíamos que perderíamos a uno de sus queridos integrantes. Para honrar su memoria y la de muchas y muchos más, para transitar por la conmoción colectiva, el único camino es seguir cantando. Seguir abriendo el telón y hacer música, que regrese la ópera.

Los museos del INBAL fueron los primeros en dar el paso, con protocolos elaborados y autorizados por la Secretaría de Cultura y de Salud. Más de 80 protocolos fueron compartidos con museos más pequeños y teatros independientes de los estados. Ha sido fundamental el compromiso y la solidaridad de muchos trabajadores de la cultura que saben que el arte en el espacio público nos ubica del lado de la humanización, de la esperanza. Los cambios que se están produciendo en su propia reconfiguración están en marcha. Los procesos interdisciplinarios y la gestión en red son vitales para salir adelante.

Durante este año y medio hemos aprendido mucho. La experiencia pandémica cotidiana ha transformado nuestro lenguaje y nuestros conocimientos en torno a nuestra propia salud; hemos aprendido a gestionar las cadenas de contagio. Llevamos un estricto monitoreo cotidiano, registro de riesgos, edades, tendencias; sabemos si alguien lamentablemente contagiado, tenía trabajo presencial o a distancia. Controlar el miedo con información y capacidad de respuesta oportuna, con afecto y respeto es fundamental. Dialogar con epidemiólogos del IMSS en cada etapa ha sido fundamental. Crear las medidas de protección para artistas, técnicos, personas dedicadas a la producción, la gestión, la mediación, curaduría, programación, difusión, administración y, por supuesto, audiencias es fundamental. Cada disciplina artística y cada espacio requiere algo diferente. Cada estado también suele tener sus particularidades.

Los centros culturales y los espacios abiertos tienen dinámicas distintas que es necesario documentar. Gran esfuerzo están haciendo, sobre todo, los espacios culturales independientes, que más allá de la forma de propiedad ejercen una función de espacio público. La prevención rigurosa, en el marco del avance del conocimiento de la pandemia que se produce al mismo tiempo que la aplicamos, nos reta. El sector cultural requiere atender la coyuntura con profundo sentido humanista. Se requiere responsabilidad individual y colectiva, empatía y solidaridad. Hasta hoy no existe una regla de tres, ni un algoritmo que dé certeza. Es necesario estar alertas y avanzar.

El reto de los próximos meses es ser capaces de descubrir las tendencias a partir de los procesos que hemos vivido y documentar las gestiones que hemos aprendido a hacer en los espacios públicos para garantizar el derecho a la salud y el derecho cultural de las ciudadanías. Si bien la apertura de los espacios culturales y artísticos ha respondido a la dinámica y a los lineamientos de los semáforos establecidos, la tendencia es a que como sociedad e instituciones —sean públicas o privadas— aprendamos a vivir los nuevos escenarios que hoy por hoy nos dicen que ya no somos lo mismo. Las grandes pandemias vividas por la humanidad han dejado consigo cambios que con el tiempo pasaron a formar parte de los nuevos modos de ser y estar.

El espacio abierto y la preeminencia de la aldea digital

Antes de la pandemia, hablábamos de la importancia de asumir el espacio público como espacio habitado y de la necesidad de impulsar en los ámbitos territoriales y urbanos medidas que contrarresten la fragmentación, la desigualdad y la inseguridad, la accesibilidad. El territorio es siempre una producción colectiva en la que inciden de manera decisiva las políticas públicas urbanas, pero también las prácticas, los conocimientos y las memorias históricas vigentes; los conocimientos y las experiencias construidas por las ciudadanías; la presencia de colectividades y experiencias comunitaristas; las expresiones estéticas, arquitectónicas y políticas que dan forma y sentido al espacio público, íntimamente vinculados a factores medio ambientales y productivos.

Las calles tienen género y no siempre son inclusivas. Los riesgos para las mujeres, antes y durante la pandemia, son mayores que los que viven otras subjetividades. Las limitaciones de la accesibilidad universal agregan retos adicionales a las personas que viven con discapacidad. No podemos dejar que la agenda de la cultura para la igualdad y la inclusión se debilite a cuenta de la pandemia, al introducir las medidas sanitarias pertinentes.

Si antes la calle era el espacio del encuentro y la convivencia, de la discrepancia y el diálogo, de expresión social, cultural y política, las aglomeraciones se convirtieron en un riesgo. Incluso así, prácticamente desde el inicio de la pandemia, aunque con intermitencia, el espacio público abierto, la calle, las plazas, los balcones, las azoteas, los patios, las explanadas y plazas se volvieron espacio de esperanza. El espacio público se convirtió en espacio de resiliencia. Conmovedoras escenas se han visto brotar en artistas de las artes escénicas de todo el mundo: encontraron pequeños o grandes resquicios para la música, la poesía, la danza, siempre en un canto de esperanza, de amor, de ternura. Los espacios públicos se han utilizado de manera alternativa.

La propia campaña de vacunación que han impulsado el Gobierno Federal y el Gobierno de la Ciudad de México, así como los gobiernos estatales, se realiza en espacios públicos porque ofrece mayores márgenes de seguridad sanitaria.

El espacio público se ha ido poblando nuevamente, con y sin permiso, en una dimensión territorial. Barrios conscientes del valor del espacio público han salido a las calles a realizar acciones simbólicas o culturales tomando todas las precauciones para evitar el contagio, sumando energías para salir adelante o para hacer una toma de postura, un ejercicio de memoria o un espacio de colaboración ciudadana. En la actual etapa de la pandemia los espacios abiertos que disponen de alguna infraestructura o la posibilidad de instalarla de manera temporal se volvieron algo preciado. En este momento en que México realiza conmemoraciones de diversos tipos, éstas se han realizado mayoritariamente en espacios públicos.

Estas experiencias se enlazan con la aldea digital que rompió fronteras de todo tipo, dado que durante el encierro la única ventana al mundo fueron las redes digitales, los teléfonos inteligentes, en los cuales se desarrollaron nuevas habilidades de uso y apropiación. El espacio virtual —convertido en aldea pública, laboratorio de experiencia, espacio escénico, ruta de recorridos museísticos, lugar de resistencia o de conversación— adoptó diversas formas posibles de creación, difusión y colaboración, de interpelación. Los discursos y los modos de la educación también han tenido que transformarse al tener que migrar hacia la virtualidad. Ese es todo un campo en el que tenemos mucho que sintetizar, mejorar y aprovechar.

La gestión híbrida de la vida cultural en el espacio público presencial y en la aldea digital, necesita la socialización de las herramientas tecnológicas que siguen en uso intensivo, porque ese camino se abrió para ensancharse; aun cuando la desigualdad tecnológica no se resuelva de manera inmediata. No hay duda de que los aprendizajes tecnológicos y la adaptación de sus posibilidades a las formas actuales de gestión cultural serán parte de las nuevas habilidades que requiere el gestor cultural. La capacidad de gestionar en el marco de la incertidumbre es una cualidad necesaria de desarrollar en el sector cultural, bajo las actuales perspectivas.

Es un hecho que el avance de la vacunación ha invertido la demografía de quienes se han visto afectados por el contagio. Hoy en día, es la población joven y las infancias quienes resienten el contagio, dado que la vacunación comenzó por los mayores. Las instituciones culturales y artísticas hemos de atender desde el afecto y la empatía a nuestras juventudes e infancias como sector prioritario, junto con el de las mujeres. Cada sector en cada lugar necesita algo diferente; escuchar y observar son las dos claves para ser pertinentes.

Espacio público y pandemia, un reto de urbanismo y civilidad

La crisis de Covid-19 ha puesto al descubierto las desigualdades en el espacio público, relacionadas con la distribución de las áreas verdes, la infraestructura cultural, la disposición y la inseguridad de las calles, la calidad del transporte público, la accesibilidad, el diseño, la gestión y el mantenimiento de los espacios, la conectividad y distribución equitativa en una ciudad, igualmente en los esquemas de participación social y cultural necesarios para darles vida, aun bajo las circunstancias de la pandemia.

La creación de la nueva arquitectura de ciudad, el diseño del espacio público e incluso las nuevas infraestructuras que se creen en el futuro no podrán ser las mismas. Tendrán que considerar las disposiciones sanitarias y las nuevas normas que a raíz de éstas se establezcan para dar ciertas garantías de salud y de convivencia; nuevos paradigmas de carácter medioambiental tendrán que ponerse en marcha, si queremos que las ciudades y la humanidad sinteticen estos aprendizajes.

Un reto para urbanistas y para quienes dictan las normas del uso del espacio público, es considerar las nuevas espacialidades e infraestructuras que reclama la prevención sanitaria, considerando la expresión cultural y artística como un derecho y un factor de salud pública.

En el futuro, necesitamos crear una agenda política compartida que reúna la planificación urbana, el desarrollo comunitarista, la arquitectura, la construcción y los ambientes ecológicos, los lugares propicios para la creación y las prácticas artísticas y culturales, la cultura alimentaria, el empleo y la salud pública, para las juventudes y las infancias, para las personas mayores, para quienes viven con discapacidad. Por eso, se celebra que las instituciones públicas de diferentes sectores y ámbitos, así como las organizaciones culturales compartan sus estrategias.
Escribo esto en un momento en que se reconoce ya la presencia de la nueva ola de contagios, en medio de una crisis de salud y pérdidas por Covid-19 en mi entorno cercano. Seguir adelante en memoria de quienes se han ido es un compromiso. Ellos lo habrían hecho por nosotros. La huella cultural que dejará la pandemia también está marcada por la ética pública y ciudadana. Parte de nuestro oxígeno es el arte y la cultura

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