Resultados de búsqueda para la etiqueta [Netflix ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Thu, 30 May 2024 22:42:18 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 “Selling Sunset” o el fetichismo de la mercancía https://arquine.com/selling-sunset-o-el-fetichismo-de-la-mercancia/ Thu, 30 May 2024 19:07:59 +0000 https://arquine.com/?p=90613 Ver "Selling Sunset" puede llevar a a cuestionarse por qué el espectáculo o el fetiche de la vivienda como mercancía es la parte más importante del show más visto en Netflix.

El cargo “Selling Sunset” o el fetichismo de la mercancía apareció primero en Arquine.

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Una mercancía parece ser, a primera vista, una cosa evidente y trivial. De su análisis resulta que es una cosa de lo más endiablada. 

Karl Marx, El Capital 

Durante la pandemia tuve más tiempo para ver televisión. Recuerdo que busqué en internet: “series de arquitectura” y me salió una opción que hoy, después de cuatro años, debo confesar que no pude parar de ver hasta el final: Selling Sunset, que trata de la vida de un grupo de agentes inmobiliarios en Los Ángeles, The Oppenheim Group, que vende mansiones millonarias en West Hollywood. El reality show trata dos temas, por un lado, muestra las inmensas casas con ágiles videos y, por otro lado, las relaciones tóxicas de la vida en la oficina. En este texto me centraré en entender este gusto culposo. Quiero entender por qué es uno de los contenidos más vistos de Netflix.   

Selling Sunset hace un retrato sin complejos de la brutal cultura capitalista estadounidense. En la primera temporada, Christine Quinn, organiza un evento en una de las casas que intentará vender para dar a conocer “este producto que acaba de entrar al mercado”. La temática del evento es burgers and botox, “dos cosas que todo el mundo ama en L. A.”. Las invitadas (que son otras agentes inmobiliarias) llegan en gigantescas camionetas, trajes de diseñador con bolsas miniatura, maquillaje profesional y zapatillas de suela casi vertical que dificultan su trabajo, que consiste en recorrer la casa para tomar nota del precio, medidas y detalles que sus potenciales clientes querrán saber. 

La estructura de los episodios es repetitiva y predecible. Las interpretaciones, sobreactuadas, y los dilemas y dramas se despliegan con comportamientos tóxicos codificados como femeninos, según los estereotipos. Por esto, con algo de culpa, me pregunto: ¿qué es lo que hizo que viera la serie hasta el final? Lo que me maravilló fue la representación de un mundo inalcanzable e incomprensible, que deja ver un lujo que no es precisamente bello. El despliegue cosmético de las protagonistas, la arquitectura, la decoración de interiores de las casas en venta son similares, en tanto que son entretenidas y despampanantes, pero aburridamente parecidas entre sí. Selling Sunset es la ventana a una aparente realidad en la que, si se llega a tener toda la fortuna del mundo, este es el estilo de vida y la estética que se puede y debe alcanzar en cierta esfera cultural de Estados Unidos; pero también es la ventana para ver una sociedad cuyos valores perpetúan la injusticia social y el cambio climático. 

Hay episodios en los que las propiedades pierden protagonismo y la trama gira en torno a las peleas y dramas entre las trabajadoras de la inmobiliaria. Mientras la serie avanza, podemos ver que todo se incrementa: más alta costura, más maquillaje, más producción en la serie, clientes más estrafalarios, comisiones estrambóticas, más drama y, sobre todo, más bótox. 

Las casas en la primera temporada cuestan entre 1 y 5 millones de dólares, pero conforme avanza el programa, los precios se incrementan hasta que el dinero deja de ser una referencia clara. El costo se define, aparentemente, en una conversación entre agentes y propietarios. Alguien dice: “Esto cuesta, yo creo, 22 millones”. Otro dice: “Yo la anunciaría en 12 o 15 millones. De acuerdo.” Pero ¿cuánto cuestan las cosas? ¿De dónde sale el valor de las mercancías y cómo es posible este tipo de conversaciones? Eso es algo que se puede entender en el primer libro de El Capital de Karl Marx. El “fetichismo de la mercancía” es un concepto creado por el filósofo alemán, que describe la percepción de las relaciones de producción e intercambio, no como relaciones entre personas, sino como relaciones sociales entre cosas. Marx describe que, en este fetichismo, se percibe el valor económico como algo que surge y reside dentro de la mercancía misma, y se llega a olvidar que el valor económico es fruto de la serie de relaciones interpersonales que producen la mercancía y evolucionan hacia su valor de cambio. El resultado es la apariencia de una relación directa entre las cosas, y no entre las personas; en tanto que las personas y sus relaciones se “cosifican” como mercancías. Mientras las agentes inmobiliarias se parecen más a sus casas, sus relaciones sociales se cosifican igual que las viviendas que venden. Si no me creen, vean la serie. 

Casi en cada capítulo se hace referencia a lo difícil que es el oficio de estas agentes y cómo se desviven trabajando duro para tener éxito y sacar adelante a sus familias. Y, aunque no dudo que haya toda una labor de publicidad, negociación y burocracia detrás de las ventas, la serie no lo muestra. La serie celebra la movilidad financiera y tiende a enmascarar la injusticia estructural de la desigualdad económica en la que incluso las mismas protagonistas se visten y maquillan como si vivieran en las casas que venden, cuando en muchos casos su vida dista mucho de esa realidad. De hecho, Chrishell Stause, quien de alguna manera se convierte en la protagonista, y cuenta haber nacido en la pobreza, termina comprando una de las casas que representaba como agente y ese es, en realidad, el predecible hilo narrativo del show.

Las personas interesadas en temas de arquitectura e interiorismo pueden disfrutar moderadamente del show. Tan solo en una ocasión se hace referencia al arquitecto de una de las casas: Christine Quinn intenta vender una casa, construida en 1949 por Richard Neutra, para el guionista Millard Kaufman, y dice que “es una propiedad de relevancia arquitectónica”. Y aunque ha sido actualizada desde entonces, este es el único inmueble con un valor histórico que aparece en la serie. El posible comprador es Karamo, de Queer Eye, pero no la compra porque dice que le ve un problema a la casa: el techo del dormitorio es de 2 metros de altura y él mide 1.90 metros.  

Las demás mansiones de lujo en venta son más o menos parecidas entre sí: formas cúbicas elevadas sobre colinas que albergan entre 5 y 6 dormitorios, cocinas abiertas, estacionamiento para 7 autos, salas de cine, canchas de tenis y, siempre, un cuarto de baño extra para fiestas. Hay muchas escenas que muestran las casas y terminan con una toma a vuelo de dron sobre las colinas de Los Ángeles, como para mostrarnos todas las otras casas que podrían vender, todas las comisiones que están ahí afuera, esperándolas, todo el éxito por venir; la ciudad como un inmenso centro comercial y las casas como boutiques cuyos ventanales y albercas infinitas sirven para contemplarse entre sí. 

Conforme avanzan los capítulos, los perfiles de los clientes van cambiando porque, como ya mencioné, la agencia va adquiriendo mansiones más costosas. Las propiedades dejan de ser compradas y habitadas por una celebridad o un desarrollador de tecnología; las transacciones que se cierran en pantalla van dirigidas cada vez más a inversores; las casas se compran y venden varias veces y, en muchos casos, los muebles y las bañeras nunca serán usados. En otras ocasiones, las mansiones se alquilan por días, en otras son demolidas o se reforman y, en otros casos, se vuelven a vender a un precio mayor. De esa forma, se especula con el suelo y varias personas se benefician económicamente de esas transacciones. Así, aunque nadie las habite, algunos se benefician de ellas. Entonces, ¿para qué las amueblan y las decoran? Marx diría que mientras más pierde una mercancía su valor de uso, más se fetichiza.  

Ver este reality show durante la pandemia me impactó porque se estrenó durante una de las crisis sanitarias y habitacionales más grandes por las que hemos pasado. Este tipo de programas normalizan el hecho de percibir o entender la vivienda como mercancía, ya despojada de su valor de uso. Poco a poco, la serie muestra una forma de entender “las casas” como objetos que aceleran y dinamizan el mercado, y que existen para enriquecerse y generar capital económico y cosmético. Saber que compartimos el mundo con formas de vida como estas fue tan innecesario como abrumador. Ahora, la inmobiliaria del reality ha abierto oficinas en Cabo San Lucas, y en su página hay una pestaña que dice: “Buying in Mexico”.  

Referencias 

Alba Correa (2 de junio de 2022), “Cosas que aprendí viendo ‘Selling Sunset’, el ‘reality’ más moralmente cuestionable de todo Netflix”, Vogue. Disponible en: https://www.vogue.es/living/articulos/la-milla-de-oro-selling-sunset-reality-netflix 

Nicole-Ann Lobo (23 de octubre de 2020), “Netflix’s ‘Selling Sunset’ basks in opulence. You should feel guilty watching it., America. The Jesuit Review. Disponible en: https://www.americamagazine.org/arts-culture/2020/10/13/netflixs-selling-sunset-review-guilty-capitalism-catholic 

César Ruiz Sanjuán (2019). “Clara Ramas San Miguel, Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx, Madrid, Siglo XXI, 2018, 304 pp.”. THÉMATA. Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid) (Nº 59): 135-144. 

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A quien corresponda. Sobre la representación de las arquitectas en la serie de Netflix https://arquine.com/arquitectas-documental-netflix/ Tue, 24 May 2022 22:27:57 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectas-documental-netflix/ Más allá de la crítica a la serie de documentales producidos por la Fundación Arquia y Netflix donde sólo aparecen arquitectos —género masculino—, ¿podemos imaginar otras formas de narrarnos, otras maneras de inclusión que no impliquen seguir el modelo patriarcal y excluyente del "arquitecto autor" que culmina con la figura del "starchitect"?

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Considero apropiado ampliar mis reflexiones en torno a la búsqueda de la representación de las mujeres arquitectas en el nuevo programa de Netflix «Arquia/Maestros». Mi intención al hacer esto es pasar de unos cuantos caracteres en las redes sociales a una compartición más amplia que, con suerte, pueda llevarnos a seguir intercambiando ideas y críticas. 

Empezaré por decir que reconozco la importancia de la representación, sobre la que volveré más adelante. El segundo aspecto que me gustaría compartir es el siguiente: la historia del feminismo es la historia de los feminismos porque es imposible abarcar las múltiples experiencias, luchas, anhelos y reflexiones bajo una misma visión, movimiento, agenda u organización. Intentar que exista una sola forma de experimentar, sentir y actuar el feminismo sería una hazaña homogeneizante que terminaría en la alineación de todas, todos y todes bajo una visión que resultaría ser la dominante. Desde mi perspectiva, eso es precisamente el patriarcado. 

Esto me recuerda la crítica hacia la multiculturalidad, la cual reconoce la diversidad pero exige a las múltiples culturas y formas de vida asimilarse bajo la blanquitud. Es por esto que considero que la diversidad de pensamiento y las críticas hacia las infinitas formas de pensar el feminismo, así como la multiplicidad de luchas antipatriarcales que se hacen al margen de las categorías feministas, no son solamente valiosas, sino necesarias y urgentes. Me parece preocupante que tenga que hacer esta aclaración pero aquí la comparto: elaborar una crítica hacia los dicursos feministas no es estar en contra de las mujeres, ni demeritar las diversas luchas o restar al gremio, es buscar abrir una discusión colectiva cada vez más amplia y diversa que nos lleve a re-pensar la profesión entre todas, todos y todes. 

Entrando al tema sobre la representación en ese programa, les quiero compartir por qué considero problemático buscar representación en un espacio bajo esas lógicas narrativas. Tuve una formación académica que me enseñó a aspirar a ser arquitecta famosa y reconocida [starchitect]. Zaha Hadid era el modelo entre los varones por aquella época cuando yo estudiaba. Debo confesar que su arquitectura no me convencía del todo pero se me hacía una gran hazaña ser la única mujer que pertenecía a un club exclusivo y privilegiado de varones. La única mujer en tener el Pritzker.

Ese modelo patriarcal me generó muchísimas frustraciones y desencanto. Se nos enseña a aspirar a un mundo al que nunca vamos a pertenecer de la forma que nos lo presentan. La única forma de ser parte de esa visión hegemónica y patriarcal de la arquitectura, si no tienes privilegios de esa clase social así como vínculos con el poder económico/político, es ser trabajadora explotada. Y así lo fui, como ahora entiendo que lo han sido la gran mayoría de las personas recién egresadas. 

En unos despachos me pagaron con ‘aprender’ de personajes reconocidos que promueven esa arquitectura [la que va a salir en Netflix]. En otro despacho me acosaron sexualmente y me corrieron a punta de abogados de una forma humillante para que nadie supiera que, después de decirle a mi jefe que no me gustaba, me quitaron todos los proyectos y me pusieron a sacudir maquetas. En otro me dijeron a gritos que era una inútil por no trabajar un domingo y que nunca lograría nada [desde lo que ellos consideran que es el éxito]. 

Muchas veces pensé que yo estaba fallando, llevaba tres despidos al hilo, cada uno más terrible que el anterior. Hoy entiendo que es un problema estructural/sistémico del gremio y nuestra sociedad regida por el sistema capitalista, colonial, racista y patriarcal. Y que ese poder de inmunidad que tienen muchas arquitectas y arquitectos reconocidos para humillar, violentar, acosar y explotar personas se alimenta, precisamente, de esa exaltación mediática que promueve la fantasía de la individualidad [Almudena Hernando].

¿Cómo es posible que una práctica necesariamente colectiva que requiere de la solidaridad de múltiples conocimientos, saberes y experiencias termine en el reconocimiento de una o un puñado de personas? Sin duda alguna, esto se logra 

a través de la invisibilización y ocultación de lo colectivo. Y la invisibilización de lo colectivo le abre la puerta a la explotación, puerta que está abierta de par en par en la arquitectura desde hace muchos años.

No creo que buscar igualdad de representación en el espacio que promueve Netflix sea lo más urgente, sobre todo cuando la arquitectura del patriarcado la reproducen tanto hombres como mujeres. Ahí encuentro otro punto importante para reflexionar juntxs: considero reduccionista pensar que abrir espacios para mujeres arquitectas asegura la diversidad de pensamiento y una postura crítica frente a la arquitectura del patriarcado. Ese tipo de posturas están rebasadas actualmente desde los feminismos comunitarios, los feminismos tercermundistas, los feminismos antirracistas y los feminismos decoloniales, por nombrar algunas visiones críticas sobre la inclusión y representación dentro de la categoría “feminismo”.

¿Quién va a decidir qué mujeres van a ocupar los espacios de representación en el programa una vez que se abra el diálogo? ¿A qué mujeres se buscará reconocer y desde qué narrativas? ¿Qué tipo de prácticas creemos que pueden ser diversas frente a la figura del starchitect? ¿Quién va a tener el poder de dejar a otras mujeres fuera? Son algunas de las preguntas que vienen a mi mente cuando reflexiono sobre los retos que se nos plantean desde la lógica de la representación y la inclusión.

Honestamente, ahora me preocupa más la visión hegemónica y patriarcal con la que se produce la arquitectura. Visión que está pasando por encima de muchas personas, pueblos, barrios, ciudades y territorios a través de la autoría individual, que borra el trabajo colectivo a través de proyectos que se nombran como ‘arquitectura social’ [con y sin el Estado] pero niegan la participación de las mujeres y sus familias, a través de la visión tecnocrática que considera que únicamente ‘lxs profesionales’ sabemos diseñar, a partir de discursos con poca conciencia de clase que invitan a las mujeres a emprender y crear su propio despacho sin darse cuenta que hacen falta ciertas relaciones económico-políticas para poder lograrlo [meritocracia], la poca solidaridad política con la lucha de otras mujeres contra el despojo que la arquitectura tantas veces gestiona y ejecuta, con la mercantilización de la vivienda y los procesos de gentrificación, por nombrar algunos. 

Quisiera detenerme a pensar un momento, qué significa el patriarcado y cuál es su vínculo con la figura de la arquitecta o el arquitecto estrella. Para mí, el término starchitect no está vinculado únicamente al reconocimiento y la visibilidad mediática: es una forma de pensar y actuar —desde la arquitectura— que opera bajo las lógicas del entramado de opresiones que entiendo por patriarcado: capitalismo, colonialismo, racismo, capacitismo, adultocracia, tecnocracia, individualismo y binarismo de género [seguramente se me escapan otros entramados]. Estas ‘pedagogías de la crueldad’, como las nombra Rita Segato, oprimen también a hombres cisgénero y personas que habitan las fronteras sexuales [Waquel Drullard], ya que no es una violencia exclusiva hacia las mujeres cisgénero. Es por esto que desde el feminismo comunitario se habla de la ‘comunidad’ y lo ‘colectivo’ como categoría política para la lucha antipatriarcal. 

De esta manera, identifico que existen prácticas y reflexiones antipatriarcales -desde la arquitectura- que tienen reconocimiento y visibilidad, entre las que me vienen a la mente ahora: Mariana Enet, Georgina Calderón [Casa y Ciudad], Isadora Hastings [Cooperación Comunitaria], Lourdes García [Laboratorio de Hábitat Social, Participación y Género], COPEVI, Andreea Dani [Universidad del Medio Ambiente], COOPIA, Arquitectura Expandida, Anna Heringer, Zaida Muxí, Semillas de Perú, Al borde y Ruta4. Así como Enrique Ortiz [Coalición Internacional del Hábitat América Latina], Gustavo Romero [UNAM], Jorge Andrade [Taller de Vivienda UAM Xochimilco], Aurelio Sánchez, Arturo Escobar y Oscar Hagerman. Si trascendemos la frontera de la disciplina y la profesionalización, el panorama es aún más diverso, empezando por la multiplicidad de movimientos urbanos populares, luchas por la defensa del territorio y organizaciones cooperativistas, entre otras experiencias.

Todas ellas teorías-acción que retan al sistema patriarcal
desde lo pedagógico, lo político, lo económico y lo territorial. Es así que considero que reconocimiento y género no es equivalente a la arquitectura del patriarcado, volviéndose necesario trascender la fórmula dicotómica mujer=liberación, hombre=opresión.

Otro aspecto que me causa ruido es la búsqueda de diálogos y reflexiones desde las fronteras que nos imponen las disciplinas. El hábitat, que no los objetos arquitectónicos fetichizados desde la lógica starchitect, es un producto y productor social [Gustavo Romero] complejo y necesitamos pensarlo, diseñarlo, gestionarlo y producirlo desde una aproximación interactoral, intersectorial, interescalar, intercultural e interdisciplinar [Mariana Enet]. 

Si buscamos transitar desde una aproximación parcial y acotada del habitar que pone énfasis en los objetos arquitectónicos, hacia una forma de producir el hábitat que reconoce al centro de los procesos a los sujetos [así como la multidimensionalidad y complejidad], sería conveniente romper las barreras disciplinares y tecnocráticas que nos inculca la escolarización [Iván Illich] para ampliar el diálogo y la colaboración, sobre todo, con los habitantes, y las diversas luchas antipatriarcales [no necesariamente feministas] que buscan un mundo mejor. 

¿Acaso a la arquitectura no la interpelan las distintas luchas por los bienes naturales y la defensa del territorio? Quizá desde la lógica fetichizada de la arquitectura no son evidentes los vínculos entre la producción de la naturaleza y la producción del espacio [Lefebvre]. Entre el desarrollo desigual [Neil Smith] y el racismo. Entre la pobreza y la acumulación por desposesión [David Harvey], entre la modernidad realmente existente [Bolívar Echeverría] y la imposición de las formas de habitar. 

¿Qué tan conveniente resulta entonces seguir pensando los múltiples retos del hábitat únicamente desde la arquitectura y la sociedad escolarizada? ¿A dónde nos ha llevado esa lógica? Valdría la pena hacer un balance. Frente a esas lógicas capitalistas, individualistas, colonialistas y racistas, se vuelve urgente reconocer el derecho colectivo de todas, todos y todes a participar en el rumbo de nuestros barrios, ciudades y pueblos.

¿Qué podemos hacer frente a esas pedagogías de la crueldad? ¿Cómo podemos despatriarcalizar la arquitectura? He encontrado reflexiones interesantes bajo la visión de la pedagogía de la autonomía [Freire] y la interculturalidad crítica [Catherine Walsh]. Ambas posturas comparten lo siguiente: no es suficiente reconocer la diversidad socioecológica y el entramado de opresiones patriarcales, es urgente transformar esas estructuras. Y esto implica, necesariamente, tomar una postura ética-política consciente. Y la clave está en la consciencia y la reflexión crítica que nos pueden llevar de una praxis violenta y patriarcal a una praxis liberadora.

Por estos motivos no considero —por el momento— que la lucha con Netflix sea mi llucha, pues siento que es más urgente reflexionar colectivamente sobre las narrativas, posturas éticas-políticas y práxis que queremos promover y compartir. Y aquí vuelvo al punto de inicio: por supuesto que creo que la representación es importante, ¡los llantos que me hubiera ahorrado durante mi formación académica si me hubieran presentado otras formas de pensar-hacer la arquitectura! Profundamente anhelo que llegue el día en donde la arquitectura del patriarcado, la fantasía de la individualidad y la cultura del starchitect sean superadas. Es simplemente que no estoy segura que la diversidad crítica y la lucha antipatriarcal [la cual va más allá del machismo y sexismo] desde la arquitectura se problematice o supere con una cuota de género desde la univocidad profesional. 

Espero que podamos encontrar formas más integrales, complejas y abarcativas para plantearnos la representación. Sobre todo porque el reto frente al que estamos —el patriarcado— es un entramado complejo que no vamos a derribar hablando sólo de paridad de género. A retos complejos, soluciones complejas. Hablemos también de arquitecturas capitalistas, racistas, colonialistas, adultocentristas, capacitistas y tecnocráticas. Hablemos de la arquitectura que promueve la blanquitud, la meritocracia y el binarismo. 

Y por eso vuelvo a compartir mi pensar plasmado en twitter: “A mí me preocupa que a las arquitectas les preocupe figurar en estos espacios ¿Será que podemos ir más allá de exigir representación en espacios donde se celebra la arquitectura como praxis dominante, explotadora y patriarcal? 

Entiendo la representación, pero si la indignación sólo alcanza para exigir reconocimiento y no para transformar la manera en la que se produce la arquitectura, algo no está bien. Hay mujeres arquitectas que explotan y violentan a hombres y mujeres.” 

Quizá las redes sociales fueron una buena herramienta para iniciar la reflexión, pero considero importante extenderla y ampliarla pues con los pocos caracteres corría el riesgo de que se simplificara lo que intento compartir. Quizá también por eso me han hecho cuestionamientos [muy valiosos para ampliar mi reflexión] sobre demeritar la lucha de las mujeres arquitectas o negar la importancia de la representación. Lo cual espero que con esta versión [muy] ampliada se pueda leer desde otro lugar. 

Quisiera aclarar también que, con base a lo planteado anteriormente, no creo que salir en una plataforma de comunicación o documental sea equivalente a la arquitectura del patriarcado o a la lógica del starchitect. No abogaría jamás por la autocensura en los medios de comunicación o en las redes sociales. ¿En qué abonaría eso? Si algo celebro son los contenidos que llevan a su intención la comunicación pedagógica que invita a la reflexión colectiva. Por eso no creo que el problema esté en las herramientas de comunicación —redes sociales, plataformas, documentales, podcasts, etc.—, sino en el uso y la intencionalidad que se le da a dichas herramientas. ¿Cómo podemos emplearlas para compartir una praxis creativa y transformadora? [Sánchez Vázquez]

Es por eso también que desde la práctica de Comunal hemos participado, de la mano con las personas que colaboramos en diversos concursos [nacionales e internacionales], bienales, conferencias, foros, espacios de diálogo, talleres, intercambios, espacios académicos, entre otros formatos, que nos han ayudado a tener puentes de diálogo con alumnas, alumnos y alumnes. También nos ha ayudado [en algunos casos] a tener intercambios económicos justos pues, para ser honesta, este andar es un reto emocional y económico. 

Quisiera concluir compartiendo, una vez más, que mi preocupación y crítica se dirige a esas narrativas que exaltan la arquitectura del patriarcado y promueven la meritocracia, la individualidad y que nos enseñan a aspirar a algo que no está en la realidad social de muchas personas. De hecho, la mayoría de las personas en este mundo caracterizado por la desigualdad. Quizá podríamos hacer una minga hacia adentro, como hace poco le escuché decir a Raúl Zibechi* y después una minga hacia afuera entre todas, todos y todes para conversar sobre lo que entendemos por diversidad, patriarcado, inclusión y feminismo, entre otros aspectos aquí compartidos. 

Sobre los espacios mismos en donde se busca la representación: ¿será que podemos imaginar otras formas de narrarnos? ¿Tenemos las herramientas para organizarnos y compartir una arquitectura antipatriarcal desde la diversidad? ¿Qué otros medios podríamos ocupar? ¿Qué medios colectivos y autogestivos podríamos crear para estas visiones diversas? ¿Cómo nos fugamos del terrible cansancio de pedir, una y otra vez, ser incluidxs? 


NOTAS 

  • A Raúl Zibechi lo escuché a traves de “Espacialidades Asimétricas”, espacio pedagógico gestionado por COOPIA. Gracias por los valiosos aprendizajes.

Gracias al podcast “Café Marica”, de Waquel Drullard, que con sus tres capitulos nombrados Críticas a los feminismos, me ha puesto a reflexionar sobre la categoría “feminista” y sus implicaciones ético-políticas.

Gracias a mis compañeras Jesica Amescua y Jimena Ruiz, y a mi compañero Onnis Luque, por leerme, retroalimentarme y ampliar las reflexiones iniciales. Este texto no podría ser sin los diálogos compartidos con ustedes desde el cariño.

 

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