Resultados de búsqueda para la etiqueta [Muros ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:32:13 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Arquitectura como arma https://arquine.com/arquitectura-como-arma/ Thu, 16 Jul 2020 01:08:09 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-como-arma/ De paradas de autobús a las fronteras, las consecuencias espaciales de agendas políticas son imposibles de evitar. Léopold Lambert desmenuza la violencia inherente en nuestro entorno construido e invita a la profesión a un reconocimiento y una resistencia activas en este campo.

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Deconstruyendo la lógica de la violencia arquitectónica

¿Qué quiere decir que la arquitectura es un arma política? Para responder esta pregunta, necesitamos ver cómo la arquitectura es, en principio, un arma (es decir, cómo la arquitectura tiende a la violencia) y, segundo, como esa tendencia es necesariamente instrumentalizara por una o varias agendas políticas.

Empecemos por algunas consideraciones no-antropocéntricas. El ensamblaje material que llamamos muro y el ensamblaje material que llamamos cuerpo se situándoselas ambos espacialmente en el mundo en un momento particular. Dadas sus propiedades materiales, ninguno de estos dos ensamblajes (o ningún otro, para el caso) puede ocupar las mismas coordenadas espaciales en el mismo momento. Lo que esto significa que para que un cuerpo ocupe las mismas coordenadas espaciales que un muro —un requerimiento si el cuerpo quiere cruzar el muro— deberá ocurrir un choque, en detrimento de ambos ensamblajes. Este choque es lo que llamamos violencia.

La primera dimensión política mediante la cual pensamos este encuentro entre el muro y el cuerpo se basa en el hecho que los muros son casi siempre construidos de manera tal que la pura energía del cuerpo —esto es, sin herramientas— sea incapaz de afectar su integridad estructural. Lo anterior determina las condiciones del encuentro: aunque la violencia sea recíproca, el grado de violencia no será simétrico. En otras palabras, la violencia desplegada por el muro sobre el cuerpo será mucho mayor que la que despliegue el cuerpo sobre el muro.

La consecuencia de dicha distribución asimétrica de poder es la habilidad de la arquitectura para organizar cuerpos en el espacio, tanto por la violencia entes descrita como por su potencialidad, usualmente internalizada por los cuerpos —nosotros, en tanto cuerpos, no necesitamos encontrarnos con un muro para saber que tendremos problemas para cruzarlo. Podemos ver de entrada cómo esa función esencial de organización y, por extensión, de control de la arquitectura resulta atractiva para fines políticos. Rodear un cuerpo con muros obliga a encarcelar ese cuerpo. Por supuesto, la invención del muro se siguió de la invención de un mecanismo para mitigar la violencia potencial descrita más arriba: la puerta, que permite moderar la porosidad de un muro haciendo que una parte del mismo gire a voluntad. Pero, de nuevo, la puerta no se inventó sola; vino con la cerradura y su llave, que permiten que sólo ciertos cuerpos transformen el muro impenetrable en uno poroso.

Cualquier persona que tenga la llave es un agente que se beneficia de la legislación de la propiedad privada, el guardia de una prisión, o un estado apartheid, la determinación de quien diseña/construye arquitectura y se beneficia del control de su violencia sobre los cuerpos, tiene necesariamente consecuencias políticas drásticas. Incluso el refugio o la parada de autobuses bajo la lluvia, en apariencia inocentes, ilustran las relaciones de poder que se crean mediante la arquitectura. Si ese refugio se llena de cuerpos que buscan la protección de la arquitectura de la lluvia, la nieve o cualquier otra cosa, otros cuerpos quedarán excluidos de dicha protección. Si la regla de “a quien llega primero se le atiende primero” es legítima éticamente o no, no es (aún) el problema aquí. Lo importante es observar que la arquitectura crea procesos de inclusión y exclusión de cuerpos que o bien refuerzan o crean condiciones sociales desiguales.

Dados estos efectos políticos intrínsecos, y reconociendo la necesidad de involucrarse con la arquitectura en vez de abandonarla, necesitamos examinar a qué están dirigidlos estos efectos en una sociedad dada. Casi siempre, en parte porque las drásticas consecuencias políticas de la arquitectura son ignoradas o negadas, estos efectos se dirigen de tal manera que refuerzan las relaciones de poder entre cuerpos impuestas o normadas por el estado. Los proyectos arquitectónicos motivados explícitamente con esos programas políticos son, por supuesto, los más fácil de describir en esta materia. Los aparatos territoriales y arquitectónicos del apartheid, diseñados y construidos por el gobierno y el ejército de Israel en Palestina, pueden ser los más trágicos ejemplos ilustrativos de dicha intenciones.

Parte del muro de frontera construido por la administración de Viktor Orbán entre Hungría y Serbia. 2015. © Léopold Lambert.

El infame muro que separa la parte principal de la Ribera Occidental del resto de Palestina, construido a inicios del siglo XXI bajo la administración de Ariel Sharon, es, por supuesto, el más claro uso de la arquitectura para implementar el estado de apartheid. Sin embargo, muchas otras formas arquitectónicas también contribuyen a ello: el bloqueo de 1.8 millones de palestinos que viven en Gaza, los 139 asentamientos civiles israelíes en la Ribera Occidental y al este de Jerusalén y las bases militares vecinas, la infraestructura segregada (caminos, agua, electricidad, internet, etc.), los muchos puestos militares, temporales o permanentes, que regulan y previenen el movimiento palestino entre ciudades, sin olvidar los muros construidos en las fronteras de la Palestina histórica, evitando el retorno de cinco millones de refugiados en Líbano, Siria y Jordania.

Contenedores en el campo de refugiados de Calais, llamado la jungla. @Léopold Lambert

La lógica de la violencia arquitectónica puesta en obra en Palestina no se confina a ese territorio. Encontramos sus avatares en la Europa contemporánea, entre estados de emergencia (en Francia y en Bélgica, por ejemplo) que transforman el espacio público de la ciudad y las medidas específicas que se toman para negar la hospitalidad a cientos de miles de cuerpos que huyen de sus países a causa de la violencia militar o económica. Muros en fronteras, campos de concentración, centros de detenimiento, estaciones de policía, rejas, garitas, los muchos dispositivos arquitectónicos que florecen en la Unión Europea y su periferia, aunque no se dirigen todos a los mismo cuerpos, tienen en común el mito de una identidad nacional homogénea cuyo epítome es el racismo estructural neocolonial.

Estación de policía en Villiers-le-Bel (banlieue norte de París). 2015. © Léopold Lambert.

Nos equivocaríamos, sin embargo, si pensáramos la violencia de estos programas políticos como excepcional o respondiendo sólo al drama particular de acontecimientos actuales. La manera como muchas ciudades se organizan territorialmente para imponer la segregación social entre poblaciones que están categorizadas social y racialmente. El ejemplo de parís es particularmente ilustrativo. Sus banlieues, suburbios, donde vive el 80 por ciento de la población, están proporcionalmente segregados del resto de la ciudad en correlación directa con el ingreso promedio de sus residentes. La población más precaria consiste en una clase trabajadora cuyos padres o abuelos fueron sometidos a la colonización en el Magreb, África occidental o el Caribe. De nuevo, el racismo estructural tiene en la arquitectura y en la organización territorial una materialización muy efectiva. Parte de estos dispositivos materializan la relación de los residentes con la policía nacional. Una mirada a las estaciones de policía construidas después de las revueltas suburbanas del 2005 y 2007 en los suburbios del norte resulta evocadora. El particular cuidad puesto en la materialidad y especialidad de estos edificios revela que son obra de oficinas de arquitectura, algunas relativamente bien conocidas. Los edificios, sin embargo, difícilmente esconden el antagonismo despertado en la policía hacia la población que los rodea: son pequeños bastiones que fantasean con una futura guerra civil contra la juventud racializada de Francia.

Qasr palestino desobedeciendo la legislación de ocupación del ejército israelí. Proyecto de Léopold Lambert (2010) para Weaponized Architecture: The Impossibility of Innocence (dpr-barcelona, 2012).

A una escala menor, podemos ver cómo la segregación entre cuerpos también es activa en la arquitectura, categorizándolos en géneros distintos a los que se atribuyen actividades específicas. Una mirada a la típica casa suburbana estadounidense de posguerra en relación a la representación de los cuerpos con géneros asignados de manera convencional, Joe y Josephine, concebidos por el diseñador Henry Dreyfuss, dice mucho acerca de esa separación normativa. Mientras los compartimentos para vehículos y el mobiliario de oficina se calibran de acuerdo a un estándar del cuerpo masculino (Joe), las tablas de planchado, las aspiradoras y las cocinas se rigen por su contraparte femenina (Josphine), completando así lo que el mismo Dreyfuss llama “ingeniería humana” al reforzar la normatividad de género tanto en términos de anatomía como de actividad.

Aunque las ideologías detrás de los programas políticos expuestos aquí no fueron inventadas pro la arquitectura, ésta es un medio necesario para implementar su violencia sobre los cuerpos. En este aspecto, la disciplina y quienes la practican son cómplices y corresponsables por sus efectos en la sociedad. Al reconocer que cierto grado de violencia resulta inevitable, como vimos anteriormente, una arquitectura consciente políticamente no se avergonzará de ello, sino más bien se peguntará hacia dónde debe orientarse. En otras palabras, ¿a qué programa político debe contribuir el arquitecto o la arquitecta mediante la construcción? No debemos estar buscando “resolver” nada, sino problematizar aún más las situaciones políticas y emplear los medios arquitectónicos de resistencia en su contra.


Léopold Lambert es el fundador y editor en jefe de The Funambulist, una publicación bimestral, impresa y digital, asociada con dos plataformas digitales de libre acceso: un blog y podcast. Su trabajo está dedicado a cuestionar las relaciones políticas entre el entorno diseñado y construido y los cuerpos. Sus campos de interés principales son Palestina y los suburbios parisinos y las “fortalezas de Europa”. Es autor de Weaponized Architecture: The Impossibility of Innocence (dpr-barcelona 2012), Topie Impitoyable: The Corporeal Politics of the Cloth, the Wall and the Street (punctum books, 2016) y La politique du bulldozer: la ruine palestinienne come project israelien (B2, 2016).


Archifutures combina las posibilidades de la edición crítica, la impresión innovadora y la intervención activa del usuario. La colección hace un mapeo de la práctica arquitectónica y la planeación urbana contemporáneas, presentadas a través de las palabras y las ideas de algunos de sus actores clave y factores del cambio. Desde instituciones, activistas, pensadores, curadores y arquitectos hasta blogueros urbanos, polemistas, críticos y editores, Archifutures presenta a las personas que están dando forma a la arquitectura y las ciudades futuro y, por tanto, también a las sociedades del futuro.

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Un vacío entre muros y techos https://arquine.com/hogar-y-pandemia/ Tue, 07 Apr 2020 07:46:52 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/hogar-y-pandemia/ Existe un vínculo etimológico entre la palabra morada y la palabra moral. La morada es el espacio donde definimos la noción de valor. En tiempos de pandemia, esta relación semántica adquiere una potencia determinante en la proyección de horizontes de futuro.

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El hombre da forma a su vivienda y la vivienda conforma al hombre

Pedro Ramírez Vázquez

 

Durante 2020, la pandemia ha obligado a un gran número de personas de todo el mundo a pasar sus días en casa. Al tiempo que consultamos noticias provenientes de fuentes e intenciones muy diversas, pareciera que el hogar, ese refugio donde nos resguardamos del virus, acumula minuto a minuto una carga existencial de proporciones descomunales. ¿Cómo podemos abordar esta reclusión inusitada, cuáles son algunos de los aspectos que emergen de esta habitación masiva a nivel global?

Frank Lloyd Wright habla de una transición entre dos elementos constructivos que dan origen a la noción del espacio “interior”: el muro y el techo. “Los muros”, escribió el arquitecto norteamericano, “primero de tierra, piedra o madera, fueron lo más importante, especialmente cuando la guerra estaba en la mente de los hombres; el techo casi nunca se veía.”  El muro era el principio de protección de las sociedades primitivas y sigue siendo un aspecto determinante hasta nuestros días. El muro no sólo protege; sobre todo separa, escinde, fractura. Inventa divisiones donde antes no existían. Es un ejercicio primigenio del poder pues reorganiza los recursos naturales y altera la geografía. Crea un adentro y un afuera, despliega las ideas de pertenencia y exclusión. Nos remite a una solución que responde a la amenaza y el control.

La discusión sobre el muro como dispositivo de dominio del terreno me remonta a la oposición entre dos modos de habitación. Según el recorrido de Lewis Mumford por la historia de la ciudad (The City in History), en la milenaria metamorfosis del nomadismo al sedentarismo sucedieron algunos de los giros clave en el modelo de desarrollo que ha marcado la ocupación territorial hasta nuestro tiempo. Uno de los más pertinentes para lo que aquí comparto es la tensión entre los principios femenino y masculino de organización del espacio. Un primer momento del impulso masculino dominó gran parte de la actividad nómada, al ser la caza y la fuerza física condiciones imprescindibles para la supervivencia. Las primeras tecnologías reflejan esta potencia masculina: armas punzocortantes y proyectiles. Con la consolidación de las sociedades sedentarias, el principio femenino adoptó un rol central, puesto que el resguardo y la preservación de los bienes vitales fue necesaria para la subsistencia. Proliferan vasijas, contenedores, espacios de conservación, instrumentos que en su forma y función evocan el cuerpo de la mujer. El silo es el equivalente prehistórico de nuestras alacenas y refrigeradores. ¿Imaginan una pandemia sin ellos? Este principio de conservación no mantuvo su protagonismo por mucho tiempo. Conforme los primeros asentamientos entraron en contacto entre sí, la competencia y la necesidad de dominio se impuso sobre la cooperación y el bien común. De nuevo el principio masculino tomó el centro del ejercicio del poder. La guerra y la conquista se convirtieron en la premisa básica de extensión territorial, algo que se manifiesta con claridad grotesca en tiempos del coronavirus, desde lo geopolítico hasta lo íntimo —Trump deteniendo donaciones médicas para Cuba, machos violentando a mujeres, personal médico sufriendo amenazas en el transporte público. Los muros celaron la capacidad humana de construir desde la ayuda mutua ya que refuerzan el miedo. La mayoría de las sociedades han evolucionado bajo esta premisa de separación y defensa.

De regreso con Lloyd Wright, a los muros se les sumó el techo, algo que me remite al momento en el cual el impulso femenino gobernó sobre la vida comunitaria: “Más tarde, el elemento del techo como cobertizo o albergue se impuso al sentido de los muros. Grandes techados eran vistos con paredes debajo de ellos. El humano pronto sintió que si no tenía techo en este sentido, no tenía casa. (…) Su techo no se convirtió simplemente en refugio sino en su sentido de hogar.”

Hoy decir “un techo” es sinécdoque para “una casa”. La combinación del muro con el techo da forma a la estructura que sostiene el espacio vital del ser humano desde hace milenios. Con la transición del refugio al hogar, ya no sólo se trataba de huir, sino de habitar; no de esconderse y protegerse, sino dar sentido por medio de los hábitos cotidianos. Curiosamente, en la topología urbana de la modernidad, que impulsó cada vez más la densidad y el desarrollo vertical, tenemos techos sobre techos. Un techo, entonces, es un techo compartido, o comunal, aunque exista la ilusión de espacio íntimo y privado.

La vivienda vertical es una imagen atractiva para explicar la fragilidad del individualismo como principio rector de la voluntad y la vida en sociedad. Un edificio es un techo múltiple, una sola estructura para muchas familias. Una metáfora precisa de la interdependencia y la necesidad de reciprocidad en las que nos sitúa una crisis, más todavía si pensamos que el techo de uno es el piso del otro. Sólo procurando la estructura general del edificio podemos preservarnos como individuos. Sólo pensando en colectivo es posible sobrevivir.

Más aun, no es la materialidad de los muros y cobertizos la que confiere importancia al hogar. En palabras de Lloyd Wright:

“Ahora, donde este sentido primitivo de estructura sucedía, la realidad de todos los edificios para la ocupación humana no fue ni el techo ni el cerco o los muros, sino el espacio de vida. La realidad del edificio consistía en el espacio interior para el cual techo y muros sólo servían de contención. Esta realidad no la intuyeron los constructores primitivos. Este ideal de interior o sentido de la construcción como un todo orgánico crece con el tiempo, desarrollando una cultura más genuina. Este ideal estaba destinado a ser el centro de la vida moderna.”

Dicho ideal que según Lloyd Wright nos heredó el mundo moderno es lo que nos queda como refugio de la violencia y la destrucción a quienes pasamos la pandemia en cuarentena. Una idea que pone en tensión los principios de protección individual y la procuración del bien común.

Hay un concepto en japonés que nos ayuda a extender esta noción del espacio interior: “ma”. La traducción primera sería “espacio negativo”. Podemos entender esta noción como el espacio entre elementos estructurales —paredes y muros, por ejemplo. Es el espacio habitable. Allí donde la vida humana transcurre, donde la pasión acontece. La historia sucede entre las paredes, aunque sean sólo las ruinas de esas paredes y techos lo que nos permite narrarla desde el futuro, lo que no hace pensar que la piedras absorben la memoria de mujeres y hombres. Entonces, la vida nunca está en los muros ni en los techos, puertas o ventanas. La vida sucede en el espacio intermedio entre todos los elementos y pertenencias que dan cuerpo a un hogar. Habitamos siempre en el “ma”, habitamos irreparablemente el vacío. Toda las moradas del mundo existen gracias a esta misma vacuidad. A lo humanos, de una mansión a una choza, nos une el espacio vacío. Cualquier espacio vacío entre muros y techumbres puede ser nuestro hogar, lo único que se requiere es voluntad. Este vacío, contrario a lo que una escala de valor occidental podría interpretar, no necesariamente es una ausencia de experiencia o contenido. Es, más bien, una oportunidad para crear valor por medio de la ocupación. Es un espacio de creación de vida. Desde el vacío no podemos destruir, sólo crear.

El “ma”, como vacío habitable, como condición de posibilidad de la vida, de la interacción, de la significación, puede interpretarse también como una posibilidad. Al ser habitado, la materialidad que envuelve a este intervalo es capaz de cambiar su sentido. Toda casa es de quien la habita no por una cuestión de propiedad privada, sino por los modos de ocupación que uno despliega al interior de ella. Bartleby hizo del espacio de oficina su hogar, aunque no lo fuera, simplemente porque prefería no salirse de ahí. Al transformar la concretud material de la construcción mediante formas de habitación, los seres humanos también se transforman, definen su carácter y temperamento. De ahí el epígrafe que abre esta nota, por Pedro Ramírez Vázquez: “El hombre da forma a su vivienda y la vivienda conforma al hombre”. El mismo Ramírez Vázquez afirma que el ser humano “fundamenta en la vivienda la certeza de habitarse a sí mismo y de habitar un espacio. En la casa el morador delimita sus dos espacios esenciales: el interior y el exterior; el de la individualidad y el de la sociedad; el de sus anhelos y el de la acción.”

Si desde la vivienda nos definimos como humanos y lo que significa serlo según las exigencias históricas, ¿en qué nos habremos convertido una vez que esta crisis global termine (si es que termina, claro)? Aquí el privilegio regresa a la discusión: ¿cuáles son las condiciones del encierro, quiénes sienten más amenaza ante estas circunstancias? En reclusión, ¿todos tenemos la misma responsabilidad social, la mism capacidad de construir desde el afecto? No lo sé. No obstante, todo interior existe sólo en función de un exterior, y no hay privilegio interior que soporte un exterior agonizante.

La relación entre interior y exterior es también la relación entre lo privado y lo público. Desde hace décadas se desdibujan las fronteras entre espacio público y privado, pero para quienes estamos en el encierro, la posibilidad de una ciudad (una ciudad global) ahora se desdobla en las plataformas privadas de comunicación digital. Resalto el hecho de que estas plataformas son privadas (controladas por empresas), pues niega el sentido público de las banquetas, calles, parques y plazas que dan vida a una ciudad. Lo niega al tiempo que despliega un aparato brutal de vigilancia y control, ya que toda acción e interacción que sucede dentro de esos horizontes informáticos está siendo registrada, datificada y, no en pocas ocasiones, monetizada. No se nos olvide, además, que estas tecnologías son hijas de las premisas militares que están en el origen de la red de telecomunicaciones que teje nuestro mundo. Al mismo tiempo, me gusta creer, tal condición nos permite revertir este orden de vigilancia y control. Ya lo sugería Howard Rheingold: o panóptico total o cooperación amplificada. Depende de los usuarios, así, en plural. Parece que estamos ante el dilema prístino de los principios femenino y masculino. Creo que debemos imaginar formas de habitación que nos permitan revertir la tendencia explotativa, pues de no hacerlo, ante una cuarentena global, ésta terminará por dominar nuestro interior en el sentido más amplio de la palabra. Y vaya que de eso sí será difícil salir libres.

Existe un vínculo etimológico entre la palabra morada y la palabra moral. La morada es el espacio donde definimos la noción de valor. En tiempos de pandemia, esta relación semántica adquiere una potencia determinante en la proyección de horizontes de futuro. Si nuestra habitación en aislamiento se fundamenta en las premisas de la muralla —dominio, control, vigilancia, separación—, ¿qué tipo de mundo nos espera? Si, por el contrario, partimos del amor, del cobijo, de la preservación, ¿seremos capaces de reinventar nuestro hogar, y con ello, reinventarnos a nosotros mismos, reconocernos como parte de un todo humano y no-humano, para así nunca volver al estado crítico que propició esta pandemia? 

 

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Si estos muros pudieran hablar https://arquine.com/si-estos-muros-pudieran-hablar/ Thu, 28 Nov 2019 09:00:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/si-estos-muros-pudieran-hablar/ En 2017, el colectivo interdisciplinario Resolve inició una serie de talleres con estudiantes del este de Londres, llamados If These Walls could Talk. Quienes participaron tuvieron el desafío de diseñar una respuesta a la pregunta: ¿qué pasaría si los muros nos unieran?

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Deconstruyendo las arquitecturas de la separación

En 2017, el colectivo interdisciplinario Resolve inició una serie de talleres con estudiantes del este de Londres, llamados If These Walls could Talk. Quienes participaron tuvieron el desafío de diseñar una respuesta a la pregunta: ¿qué pasaría si los muros nos unieran? Trabajando en colaboración con un equipo de ocho estudiantes, el colectivo dió con la respuesta y la exhibió en el Festival de Stockwell ese año.

Los muros, elemento central en la disciplina de la arquitectura, han sido durante mucho tiempo arquetipos de separación. Es a través de la separación que los muros tradicionalmente crean espacio doméstico; defendiendo la privacidad de nuestros hogares de la apertura de los bienes comunes, mientras preservamos la función de una habitación de los contenidos, estímulos y propósitos de otra. Sin embargo, es a través de la separación que también dividen nuestras ciudades y naciones. A través de su notable utilidad en la separación de “ellos” y “nosotros”, “adentro” y “afuera”, el concepto del muro se ha generalizado. Son tanto metafóricos como físicos; levantamos nuestros muros para retirarnos emocionalmente de los demás, “hablamos con la pared” cuando la conversación no es recíproca.

La pregunta que sustenta la visión de Resolve sobre el futuro de la arquitectura es simple: ¿qué pasaría si los muros no nos separaran, sino que nos unieran? Para ayudar a responder esta pregunta, hemos propuesto un cambio metodológico en las diversas disciplinas que constituyen e informan la arquitectura, lo que llamamos “construcción por deconstrucción”. Esto implica construir, crear y sintetizar nuevas formas e ideas, a través del examen minucioso y la deconstrucción de las antiguas. Para nosotros y, lo que es más importante, para los no arquitectos, como miembros de la comunidad, grupos de gobiernos locales, activistas, desarrolladores, esto puede ser difícil de visualizar. Entonces, para ejemplificar la manera de proceder, podríamos comenzar por deconstruir el enfoque central de nuestro proyecto y realmente tratar de comprender o volver a comprender ¿qué es un muro? ¿Qué más hacen? ¿De qué están hechos? ¿De qué pueden estar hechos?

Las paredes pueden formar

El mapa de Fra Mauro es un mapa del mundo hecho por un monje camaldulense en la Italia del siglo XV. En lo que se describe como el sudeste asiático en el mapa, el paisaje está lleno de ciudades amuralladas, entre las cuales se encuentran vastas franjas de desierto indescifrable e impermeable. Aquí, al menos en la percepción, los muros no solo dividen lo urbano de lo rural, sino que marcan la forma efectiva de la imaginación medieval tardía y de Europa occidental.

 

Las paredes pueden resistir

En el libro Keep Your Eyes on the Wall, que contiene respuestas al muro de la barrera de Cisjordania, el conmovedor retrato fotográfico de Raeda Saadeh, One Day, demuestra cómo lo que resiste podría convertirse en “resistencia”. El artista se muestra con una cuerda atada a una sección particularmente decrépita de la pared. Preparada como si arrastrara al gigante de hormigón, su presencia e interacción con la escena oscurece la relación entre el contexto y el contenido. Mientras dure la velocidad de obturación de la cámara, la resistencia no es una lucha política contra el aparato de un régimen opresivo o las propiedades mecánicas de concreto endurecido. En cambio, en las garras del yugo de Saadeh, el muro no tiene poder, su propósito cooptó para empoderar, como un sitio de resistencia.

Las paredes pueden hacer lugares

London Wall es un espectáculo familiar para cualquiera que conozca el área de Barbican en el centro de Londres. Mucho más allá de cualquier utilidad práctica, este vestigio romano antiguo existe principalmente a través de su creación de lugar. La ciudad ya no está contenida dentro de sus puertas, sino que ha crecido a partir de ellas, como puede atestiguar cualquiera que haya experimentado el ajetreo y el bullicio de Aldgate, Bishopsgate o Moorgate. Una vez que las puertas en los bordes de la ciudad, ahora están en su corazón.

Las paredes pueden estar hechas de habitaciones

La ciudad amurallada de Kowloon, demolida por los gobiernos británico y chino en 1994, permaneció sin muros desde que fueron destruidos para construir un aeropuerto durante la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces, la ciudad creció, en la forma típica, aunque ligeramente aumentada, de Hong Kong, hacia arriba. Sus murallas se convirtieron en todas las habitaciones, baños, salas de estar y cocinas que se encontraban en la frontera entre Kowloon y el mundo más allá.

Las paredes pueden estar hechas de nada

A diferencia de muchos otros campamentos de refugiados liderados por el gobierno o sancionados por la ONU, Dadaab en Kenia, una vez el campamento más grande del mundo, no tiene muros, cercas ni límites. En cambio, sus habitantes están amurallados por la guerra en la vecina Somalia, cientos de kilómetros de desierto y estrictas restricciones de empleo según la ley de Kenia. En su libro City of Thorns, que sigue la vida de nueve refugiados en Dadaab, Ben Rawlence escribe: “No había cercas alrededor de la ciudad improvisada… simplemente no había a dónde ir.”

Las paredes se pueden hacer desde la ausencia

Para la construcción del llamado Gran Cortafuegos de China, nadie “hincó la primera piedra en el suelo” como escribió Franz Kafka en su cuento de 1917 La Gran Muralla China. Sin embargo, como en la historia corta de Kafka, es un muro hecho de abundante material humano: datos o, más específicamente, el código para filtrar datos. Este es un muro que, al igual que los muros que lo rodean, rodea a una nación, separa “ellos” de “nosotros” y, sin embargo, no tiene similitud con el material de esos muros. Este es un muro hecho de la ausencia de información.

Las personas pueden ser muros

El muy publicitado muro fronterizo de Donald Trump entre Estados Unidos y México bien puede ser uno de los muros más famosos que aun no existen. A pesar de no estar allí, el muro de Trump ha trabajado para dividir insidiosamente las opiniones y encapsular las crecientes divisiones del país. Desde las elecciones presidenciales en Estados Unidos en noviembre de 2016, se ha informado que los crímenes de odio relacionados con la raza y los incidentes de prejuicios han aumentado dramáticamente, y sus perpetradores casi siempre están detrás del mismo muro imaginario.

El muro habitable / el muro que te habita

En la década de 1990, en su libro The Borderline Concept: On Private Madness, el psicoanalista André Green observó: “Puedes ser ciudadano o puedes ser apátrida, pero es difícil imaginar ser una frontera”. Utilizando datos tomados de un consenso de 2010 en la ciudad estadounidense de Detroit, los investigadores de la Universidad de Virginia produjeron un mapa en el que cada punto azul representa a una persona considerada como blanca, y cada punto verde representa a un individuo considerado como negro. En esta representación demográfica, el infame Eight Mile Road se parece a cualquier otro muro. Eso, o los cuerpos de las madres, padres, esposas, esposos, hijos, que ocupan las casas que lo rodean.

Tras explorar la plasticidad conceptual de las paredes, nuestros talleres analizaron cómo los estudiantes podrían materializar su nueva comprensión de este omnipresente arquetipo. Después de dos días intensos de diseño, gestión de proyectos y construcción, los participantes juntos idearon un módulo 1: 1 que formaría una configuración más amplia de un “muro habitable”. Con varios espacios destinados a acercar a las personas tanto al muro como a su alrededor, el ensamblaje modular también creó una red de espacios interiores de varios niveles: el espacio habitable de la pared se convirtió en un laberinto de encuentros casuales no jerárquicos, al estilo Escher.

Es importante destacar que el producto del taller no era solo el objeto. Al deconstruir los procesos y las percepciones que fortalecen la noción divisiva de los muros, fue esencial reflexionar también sobre nuestras propias divisiones y la división de nuestros procesos y percepciones. A la luz de esto, nuestro objetivo era llevar a cabo el taller como un esfuerzo coproductivo. Este fue un paso obvio pero integral para intentar romper la división más generalizada en la práctica urbana: el muro entre quien tiene práctica y sobre quien se ejerce dicha práctica.


RESOLVE son Akil Scafe-Smith, Gameli Ladzekpo, Seth Scafe-Smith y Vishnu Jayarajan, un colectivo interdisciplinario que combina arquitectura, ingeniería, arte y tecnología para abordar problemas sociales. Sus proyectos anteriores incluyen el pabellón temporal Rebel Space en St Matthew’s Church Gardens, Brixton para el London Design Festival 2016, que estaba abierto las 24 horas del día, los 7 días de la semana y estaba hecho con materiales provenientes del vecindario inmediato; PassageWay, de 2017, transformó un espacio abandonado en Brixton Market utilizando más de 300 cajas de cartón para crear una plataforma temporal para creativos y empresarios locales.


Archifutures combina las posibilidades de la edición crítica, la impresión innovadora y la intervención activa del usuario. La colección hace un mapeo de la práctica arquitectónica y la planeación urbana contemporáneas, presentadas a través de las palabras y las ideas de algunos de sus actores clave y factores del cambio. Desde instituciones, activistas, pensadores, curadores y arquitectos hasta blogueros urbanos, polemistas, críticos y editores, Archifutures presenta a las personas que están dando forma a la arquitectura y las ciudades futuro y, por tanto, también a las sociedades del futuro.

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¿El fin del muro? https://arquine.com/el-fin-del-muro/ Sat, 09 Nov 2019 14:16:10 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-fin-del-muro/ La noche del 9 de noviembre de 1989, tras varios días de protestas y tras una confusa conferencia de prensa de un miembro del Politburó, cayó el muro de Berlín, cambiando radicalmente la política mundial y la idea de una ciudad. O quizá no tanto.

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El muro era una transgresión para acabar con todas las transgresiones.

Rem Koolhaas

 

“Posible salida inmediata a través de los puntos fronterizos alemanes. Berlín Este: a partir de ahora los ciudadanos de la RDA pueden viajar directamente a través de todos los puntos fronterizos entre la RDA y la República Federal. Günter Schabowski, miembro del Politburó de SED, informó el jueves que se creó un régimen de transición hasta la adopción de una nueva ley.”

El comunicado de la agencia de noticias alemana, fechado a las 19:04 horas del 9 de noviembre de 1989, resumía la larga y confusa conferencia de prensa que ofreció Schabowski tras varios días de protestas —el sábado 4 de noviembre casi un millón de personas se habían reunido en la Alexanderplatz. Schabowski había recibido unos minutos antes de iniciar la conferencia de prensa un memorándum en el que le informaban sobre las nuevas reglas que aplicarían para cruzar la frontera hacia Alemania Occidental. No le había dado tiempo de leer y entender por completo lo que decía el memorándum, y cuando un reportero le preguntó cuándo, cómo, respondió, improvisando, inmediatamente y en todos los cruces fronterizos. Tras escuchar la noticia, los berlineses del este no esperaron y se dirigieron masivamente a las puertas del muro. Sin tener órdenes claras, los guardias permitieron que salieran. Muchos cruzaron a Berlín Occidental, buscaron parientes y amigos que abrazar o sólo caminaron por las calles de esa otra ciudad que llevaba casi el mismo nombre. Algunos iniciaron la demolición del muro esa misma noche. ¿Era el fin de la historia?, como había titulado el politólogo estadounidense Francis Fukuyama una conferencia y luego un artículo publicado en el verano de ese mismo año. “Viendo el flujo de eventos en la década pasada —escribió al inicio de su texto—, es difícil evitar el sentimiento de que algo fundamental ha pasado en la historia del mundo. El año pasado ha visto un caudal de artículos conmemorando el fin de la Guerra Fría y el hecho de que la paz parece abrirse camino en muchas regiones del mundo.” Y más adelante agregaba que tal vez no se trataba tan  sólo del final de la Guerra Fría sino, en sentido hegeliano, del final de la historia en tanto tal: “es decir, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano.” El ensayo daría lugar a un libro —publicado en 1991— y, según el mismo Fukuyama, a muchos malentendidos. Tan sólo cinco años después, en otro artículo Fukuyama advertía que su declaración era normativa, no empírica, y que no dependía de los avances o retrocesos a corto plazo de la democracia en el mundo. Entrevistado en estos días, Fukuyama ha explicado que hoy, tras la Guerra Fría, el mundo sigue dividido en dos campos, pero que el espíritu del 89 sigue en el aire.

 

En 1993, a los cuatro años de la caída del muro, Rem Koolhaas publicó Field Trip, un texto más tarde incluido en S,M,L,XL, que retomaba sus notas de un viaje cuando aun estudiaba en la Architectural Association. “Un sencillo instinto periodístico me llevó a Berlín,” dice, “para documentar El muro de Berlín como arquitectura.”

“Ese año —1971—, el muro celebraba su décimo aniversario. Mi primera impresión en el caluroso clima de agosto: la ciudad parece abandonada casi por completo, tan vacía como siempre imaginé que estaría el otro lado. Otro choque: no es Berlín Oriental el que está en una prisión, sino el Occidental, la «sociedad abierta». En mi imaginación, estúpidamente, el muro era una simple, majestuosa división norte-sur; una demarcación filosófica limpia; un moderno Muro de las lamentaciones. Hoy me doy cuenta de que rodea a la ciudad haciéndola, paradójicamente, libre. Tiene 165 kilómetros de largo y se encuentra con todas las condiciones de Berlín, incluyendo lagos, bosques, la periferia; algunas partes son intensamente metropolitanas, otras suburbanas.”

“Una simple y majestuosa división.” Hoy parece imposible leer esta frase del joven Koolhaas sin el eco de Trump y su beautiful wall. Además del texto citado, la visita a Berlín de Koolhaas daría lugar a su proyecto final de carrera, Exodus, or the voluntary prisoners of architecture, de 1972, y sus ideas se sumarían también al proyecto que hizo junto con O.M.Ungers, su maestro en Cornell: Berlín, como un archipiélago verdeen 1977.

 

La caída del muro de Berlín no significó el fin de la historia de los muros. En su libro Zonas de frontera, la antropología frente a la trampa identitaria (publicado en francés en el 2013), Michel Agier escribió:

“Generalmente se admite que los muros proliferan en el mundo después de la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría. Según el geógrafo Michel Foucher, si todos los proyectos de construcción realizados hasta hoy se concretizaran en el mundo, más de 18,000 kilómetros de muros, vallas y barreras metálicas o electrónicas cerrarían las fronteras nacionales, es decir cerca del 8% del trazado total de las fronteras internacionales.”

Agier cita a Wendy Brown, quien a los veinte años de la caída del muro de Berlín publicó su libro Estados amurallados, soberanía en declive, donde afirmó que

“Los muros construidos alrededor de entidades políticas no pueden bloquear sin encerrar, no pueden asegurar sin hacer de la seguridad una forma de vida, no pueden definir un “ellos” externo sin producir un “nosotros” reaccionario, incluso si también socavan la base de esa distinción. Psíquica, social y políticamente, los muros inevitablemente convierten una forma de vida protegida en un arrodillarse y acurrucarse.”

Leopold Lambert ha escrito que quizá esa sea la tarea asignada a la arquitectura en un futuro que ya es prácticamente el presente: construir bellos muros. Y que ante eso la responsabilidad de arquitectos y arquitectas será encontrar maneras de pensar arquitecturas que vayan contra esa misma lógica del encierro, el aislamiento y la seguridad, arquitecturas capaces de construir condiciones de resistencia.

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El muro de Ismael Rodríguez https://arquine.com/el-muro-de-ismael-rodriguez/ Sat, 09 Nov 2019 13:30:08 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-muro-de-ismael-rodriguez/ En la primera mitad de la década de los 60 Ismael Rodríguez se atrevió a más: imaginar, desde México, una historia que girara en torno al Muro de Berlín.

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A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, cuando en la Ciudad de México se construían los proyectos de Mario Pani, Ismael Rodríguez legaba al imaginario del cine de oro las tomas abiertas del Valle de México sobre las que transitaban hombres a caballo. Podría decirse que, junto con Gabriel Figueroa, un colaborador casi permanente, Rodríguez —director de películas como Los tres huastecos, Dos tipos de cuidado Tizoc, todas estas protagonizadas por Pedro Infante— era heredero de José María Velasco: su mirada seguía anclada en un paisaje todavía no urbanizado. Aunque hay momentos singulares, como El hombre de papel (1963) con Ignacio López Tarso, donde ya aparecen los dilemas morales que sólo pueden construirse en un sitio como el Centro Histórico.

Pero en la primera mitad de la década de los 60 Ismael Rodríguez se atrevió a más: imaginar, desde México, una historia que girara en torno al Muro de Berlín. Filmada en Madrid en 1964, la película El niño y el muro —basada en una historia escrita por Jim Henaghan y titulada El niño y la pelota y el agujero en el muro— dibuja una trama que contrasta al mundo de los adultos con el de la infancia. Los primeros están atravesados por la vida militar de la Alemania dividida, mientras que los niños sólo quieren jugar a la pelota muy a pesar del muro. Si bien Rodríguez cuidó algunos aspectos de su producción —como la instalación de letreros públicos en alemán para simular una ciudad—, las imágenes que captan al muro están centradas en un llano y en una construcción podría decirse que de sillares de piedra. Aunque vale la pena revisar El niño y el muro para dar cuenta de cómo uno de los constructores del imaginario nacionalista de México en el cine narró el Muro de Berlín, símbolo de las crisis de identidad nacionales tras la Segunda Guerra Mundial. 

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Rehabilitación vivienda multifamiliar en Miraflores https://arquine.com/obra/rehabilitacion-vivienda-multifamiliar-en-miraflores/ Tue, 09 Jul 2019 15:00:15 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/rehabilitacion-vivienda-multifamiliar-en-miraflores/ La vivienda se sitúa en una parcela de fuerte pendiente, originalmente se componía de dos volúmenes adosados, que responden al esquema tradicional de vivienda gallega.

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La vivienda está ubicada en el lugar de Miraflores, Muros, un pequeño núcleo rural de carácter tradicional, formado por un conjunto de viviendas de piedra y un elevado número de hórreos que en su día albergaban, secaban y curaban las plantaciones de maíz. La vivienda se sitúa en una parcela con fuerte pendiente, originalmente se componía de dos volúmenes adosados, que responden al esquema tradicional de vivienda gallega en donde los espacios principales eran las cuadras y la cocina: con el horno y la fresquera en piedra, pero con el paso del tiempo se añade un tercer volumen y se realizan una serie de modificaciones que desvirtúan su carácter. Los tres volúmenes se adaptan a la pendiente, se protegen de los vientos y casi se cierran a las imponentes vistas de la ría de Muros, dando lugar a un interior seccionado, de espacios reducidos y oscuros.

La propuesta parte del entendimiento del lugar: la escala del núcleo rural, las preexistencias de la vivienda, la materialidad de la piedra, las vistas a 180º de la ría o el soleamiento son los parámetros que se han tenido en cuenta a la hora de plantear la actuación. La idea de proyecto busca resaltar su identidad: dignificando lo preexistente y creando un espacio interior fluido bañado por la luz y dirigido a las vistas.

Las decisiones que persiguen la realización de la idea pasan por mantener los volúmenes de piedra originales en su forma, sustituir el tercer volumen añadido, debido a su escaso interés, por un nuevo volumen de concreto, con el fin de completar el conjunto edificado. Las fachadas en piedra mantienen sus huecos originales, mientras que en el nuevo volumen surgen los grandes ventanales que se abren a las vistas de la ría, con posiciones orientadas que reflejan el uso en su interior y dialogan con lo existente. La intervención apuesta por un uso sincero de los materiales, limitando a mantener la piedra, la introducción del concreto aparente y el zinc, que unifica las cubiertas. Otra de las decisiones pasa por la creación de tres lucernarios de distintas dimensiones que bañan el espacio del comedor, el espacio de ducha y el antiguo espacio de las cuadras, consiguiendo que la luz bañe los muros de piedra interiores.

El interior se plantea como un espacio fluido en el que a modo de recorrido se transita por las distintas alturas y estancias de la vivienda disfrutando del carácter singular de cada uno de sus espacios. Jugando con la escala, las conexiones visuales y la luz se consigue crear un sistema espacial continuo que vertebra la experiencia espacial de la vivienda. La madera, pino gallego, como único material que unifica todo el interior proporciona la calidez y refuerza la idea de la nueva vivienda: el hogar.


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Un muro: el futuro de la arquitectura https://arquine.com/un-muro-el-futuro-de-la-arquitectura/ Wed, 12 Jun 2019 08:00:37 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/un-muro-el-futuro-de-la-arquitectura/ Los muros parecen ser el presente y el futuro de la arquitectura y la responsabilidad del arquitecto involucrarse en esa visión y, tal vez, encontrar maneras para pensar una arquitectura contra su propia lógica, capaz de producir condiciones de resistencia.

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Tijuana-San Diego

El número 79 de Arquine intenta articular un discurso sobre la arquitectura del futuro. Lo hace a sabiendas de que la mayor parte de sus lectores son arquitectos que practican y diseñadores que verán en los más nuevos edificios diseñados por oficinas como Diller, Scofidio y Renfro, Sanaa o Zaha Hadid Architects, una fuente de inspiración para lo que la arquitectura de “autor” (para no decir de “estrellas”) será en la próxima década. Agradezco a los editores que me permitan presentar una mirada radicalmente disonante de la arquitectura, tanto del presente como del futuro, así como sobre su responsabilidad activa en el desarrollo de una geopolítica neocolonial. Aunque los ejemplos que daré en la primera parte de este texto puedan parecer extremos y sólo representen una pequeña parte de la arquitectura —lo mismo le sucede a la arquitectura “de autor”—, mi argumento a lo largo de este texto se centra en la necesidad para los arquitectos de entender su responsabilidad política al ejercer su profesión.

Algo particular de la ciencia ficción, literaria o cinematográfica, es su habilidad para mostrarnos más del presente que del futuro que finge imaginar. A este respecto, algunos de los mejores ejemplos proféticos son obras que asumen por completo esta aptitud para criticar el presente. En la década pasada, tres películas capturaron particularmente cómo es la arquitectura del presente y, por extensión, del futuro. Los hijos del hombre (2006), de Alfonson Cuarón, La Zona, de Rodrigo Plá y Sleep Dealer, de Alex Rivera, ambas del 2008, informaron nuestra imaginación con una arquitectura que impone un mundo global donde a los cuerpos pobres y marcados por su raza se les impide cruzar ciertas fronteras. Los hijos del hombre tiene lugar en un futuro cercano en Inglaterra, donde los inmigrantes morenos y negros son arrestados y deportados sistemáticamente a zonas sin ley y militarizadas. El realismo de Cuarón muestra las celdas en las que son detenidos los cuerpos de los inmigrantes de manera cruda y no sin referencias a situaciones conocidas en el presente neocolonial del Norte Global. La Zona dramatiza una comunidad cerrada mexicana cuya obsesión con la seguridad hace que sus residentes cacen a un joven intruso de un barrio de clase trabajadora vecino. Los muros que delimitan “la zona” del resto de la ciudad materializan de la manera más explícita cómo se organiza espacialmente la segregación social extrema. Sleep Dealer sucede en una maquiladora en la que los trabajadores mexicanos deben enchufarse a máquinas para controlar a trabajadores robots en los Estados Unidos. El imperialismo occidental y el capitalismo, así como la frontera entre dos países y, por extensión, entre el Norte y el Sur globales, se retratan mediante la violencia ejercida sobre los cuerpos.

La arquitectura militarizada de control que presentan estas tres películas tiene muchas semejanzas con las que actualmente se despliegan a alta velocidad en muchos sitios del mundo. Se construyen muros en las fronteras entre México y los Estados Unidos, entre la India y Bangladesh, Hungría y Serbia, Eslovenia y Croacia, etc. y, por tanto, en tanto tales, pueden representar cierta arquitectura “del futuro” pese a su elemental tipología. El control espacial de los cuerpos en un contexto político de ingeniería de la identidad nacional, encuentra en el muro el dispositivo perfecto. Sin embargo, este dispositivo no debe leerse sólo mediante el espectro del control a la inmigración, sino también mediante políticas locales de segregación y apartheid. En ese sentido, Jerusalén siempre me ha parecido la verdadera ciudad del futuro. Una policía fuertemente armada, numerosos cuerpos de guardias armados de seguridad privada, comunidades cerradas y militarizadas construidas en violación de la Cuarta Convención de Ginebra (los asentamientos israelíes al este de Jerusalén) adyacentes a barrios empobrecidos (palestinos) y, por supuesto, otro muro de ocho metros de alto separando esos barrios de otros a los que sólo puede entrarse por puestos de vigilancia militares. La ciudad es realmente el corazón del apartheid israelí.

 

Palestina

 

Por supuesto, la lógica de esta estrategia de segregación racial sistemática que ya lleva siete décadas no nación en Palestina y el futuro es sólo la continuación de un pasado colonial. En ese sentido, no es extraño ver a un país colonial como Francia siguiendo el ejemplo israelí tras las matanzas de enero y noviembre del 2015 y de julio del 2016. Es así que París, una ciudad ya de por sí muy segregada, se ha ido acercando a la ciudad del futuro, Jerusalén. El estado de emergencia —aun vigente mientras escribo esto— promulgado el 13 de noviembre del 2015, le ha dado mucha libertad al poder ejecutivo y a la policía, a expensas de la justicia. Aquí de nuevo el principal aparato de control es el muro, usado contra los manifestantes qeu se reunen en oposición a la nueva ley del trabajo en la primavera del 2016 o contra los jóvenes de las afueras —banlieues— en las estaciones de policía fortificadas de los barrios segregados del centro de la ciudad. Aquí, de nuevo, el futuro parece ser sólo una continuación del pasado colonial en tanto los cuerpos que son el objetivo d ela violencia de la arquitectura son, en su mayoría, los nietos de la última generación de sujetos colonizados por el imperio francés. Lo mismo puede decirse sobre la militarización de lo que podemos llamar “el espesor de la frontera” entre Francia y el Reino Unido en Calais. Los pocos miles de cuerpos que lograron huir de los países donde la guerra y las precarias condiciones económicas son subproducto del pasado colonial, se encuentran vigilados y controlados por muros y policía omnipresente en una zona de transición sin ningún derecho. Cuando un arquitecto mira la llamada “jungla” en Calais y otras urbanidades auto-organizadas en el mundo y las llama “laboratorios urbanos del futuro,” puede tener razón, pero olvida incluir a la policía militarizada que explica la naturaleza de esos espacios de mejor manera que la falta de recursos para construir esos pequeños pueblos.

La arquitectura es un instrumento de dominio. Organiza cuerpos en el espacio con distintos grados de imposición, desde lo que aparenta ser de manera voluntaria a los grados más extremos de violencia. Los arquitectos y los diseñadores pueden no ser los inventores de ideologías y programas políticos coloniales o neocoloniales. Pero son responsables de proporcionar las condiciones espaciales y territoriales para que se ejerzan. Eso no quiere decir que la arquitectura no pueda servir a un programa descolonizador. Sólo que su función esencial se presta más “fácilmente” a que las condiciones del racismo (es decir, a una forma particular de dominio) se mantengan antes que disolverse. Puedo añadir que una arquitectura orientada contra un sistema dado de dominio contribuiría a producir nuevas normas que a su vez responderían a sus propias formas de violencia que, de nuevo, deberían ser cuestionadas. Eso es lo que fundamentalmente hace un instrumento de dominio.

 

Rio de Janeiro

 

La relación entre el diseño y la arquitectura y el colonialismo, pasado, presente o futuro, es por tanto un tema difícil de atender por muchos diseñadores y arquitectos. Por supuesto, esa dificultad es de algún modo proporcional al privilegio que implica su propia posición en el sistema de dominio, particularmente en su forma más expandida, la supremacía blanca, aunque no es exclusiva de éstos pues la misma profesión de arquitecto constituye una posición de poder en cualquier sociedad. Esta observación no pretende regresar a la concepción obsoleta del arquitecto como cierto tipo de deidad, sino que más bien insiste en el hecho de que la arquitectura, como disciplina, va más allá de la agencia personal de un arquitecto individual y que desde dentro, se requiere una intencionalidad ferozmente determinada para cuestionar cualquier sistema de dominio, particularmente racial. Mientras la intención de arquitectos y diseñadores puede ser irrelevante cuando se trata de reclamar intenciones benévolas mientras su trabajo desata efectos particularmente violentos sobre los cuerpos, es totalmente relevante para la construcción estratégica de una lógica distinta. Así como debiéramos enfocarnos menos en qué acto o lenguaje particular etiquetar como racista y más en qué posición ocupamos y cuál tomar en un sistema fundamentalmente racista, deberíamos asumir una posición como diseñadores y arquitectos. SI seguimos ignorando estos temas, necesariamente nos colocamos en la posición de reforzar el sistema, más allá de si nos privilegia o no.

 

 

El diseño de arquitecturas que reten al neocolonialismo no puede concebirse ingenuamente en la indiferencia de una esquema social de dominio entre cuerpos. Requiere construirse fundamentalmente en su contra, sea cambiando la orientación de la violencia inherente de la arquitectura o, alternativamente, mediante un “no” constructivo como respuesta a encargos en los que el actuar del diseñador no sea suficiente para lograr ese cambio de orientación —la construcción de un edificio de apartamentos gentrificador, por ejemplo. De hecho, no se implica que necesariamente los diseñadores y arquitectos tengan control sobre el tremendo poder y la violencia que la arquitectura puede desplegar sobre los cuerpos. La arquitectura es un instrumento político estructural, lo que quiere decir que involucra una variedad de actores decisivos, entre los que los arquitectos ocupan una porción menor —algo que “descubren” normalmente con gran frustración. Hay por tanto una necesidad para que simultáneamente entiendan su gran responsabilidad así como la humildad que debe caracterizar su posición —lo que puede parecer una contradicción a primer vistazo no debe percibirse así en razón del argumento que aquí se presenta. La estructura característica del racismo requiere que cada uno de nosotros esté al tanto de su responsabilidad, sea como diseñadores (es decir, como actores en la concepción de esas estructuras) y como cuerpos necesariamente involucrados en la categorización normativa al rededor de la cual se construyen esas estructuras.

El futuro, por tanto, puede que sea más “buenos” muros que Zaha Hadid —y menos diseños de autos voladores que las promesas de campaña del nuevo presidente de los Estados Unidos. Siendo los arquitectos expertos en ese tema, los muros, su responsabilidad es involucrarse en esa visión y, tal vez, encontrar maneras para pensar una arquitectura contra su propia lógica, capaz de producir condiciones de resistencia.

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El campus en el bosque de la fantasía https://arquine.com/el-campus-en-el-bosque-de-la-fantasia/ Fri, 04 Aug 2017 22:36:43 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-campus-en-el-bosque-de-la-fantasia/ Bosque Real no es realmente un bosque sino un fraccionamiento cerrado, separado con muros de las colonias populares que lo rodean. Ahí se anuncia la construcción del "campus universitario privado más grande de México" y, paradójicamente, se pretende que tenga "influencia social."

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Bosque Real no es un bosque, así que tal vez el nombre de ese fraccionamiento debiera ser Bosque Irreal o Bosque de la Fantasía. Pero Real tal vez no se refiera a la existencia real de un bosque en el fraccionamiento llamado Bosque Real Country Club, sino a una aspiración aristocrática: el bosque de la realeza. El fraccionamiento está en el municipio de Hixquilucan, en el Estado de México y está cercado por un muro —esos muros a los que, supuestamente, nos oponemos los mexicanos— que lo separa, de tajo, de colonias como La Mancha, en el municipio vecino de Naucalpan.

 

Ese muro entre el exclusivo fraccionamiento y club de golf y la colonia popular es, según lo califica una nota publicada por el periódico El País, una fotografía de la desigualdad extrema en el Estado de México y en el país entero. A Bosque Real no entra cualquiera. Hay casetas de vigilancia donde los residentes pasan con sus automóviles provistos de tarjetas que los dejan entrar automáticamente mientras los visitantes deben registrarse. Los empleados —muchos de ellos habitantes de La Mancha— deben también, por supuesto, pasar esos controles de vigilancia para llagar a las casas donde trabajan.

 

La publicidad del fraccionamiento Bosque Real está poblada por gente rubia y de piel y ojos claros. Live your senses, The sky is the limit, Inspire others, son los lemas con los que se anuncian desarrollos inmobiliarios de un costo inversamente proporcional a la calidad arquitectónica y urbana que exhiben.

 

Según se lee en el sitio Real Estate Market & Lifestyle, en Bosque Real se construirá “el campus universitario privado más grande de México y América Latina, sobre un predio de 39.6 hectáreas.” Ahí la Universidad Panamericana invertirá algo más de 600 millones de dólares “que corresponden 50% a la construcción del nuevo campus y 50% al equipamiento del hospital” que lo acompañará. La nota está firmada por Jose Antonio Lozano Díez, Rector general de la Universidad Panamericana, quien también dice que “desde su fundación, hace 50 años, se tuvo la idea de tener una universidad que pudiera ser competitiva y referencial en América Latina. Siempre tuvimos como visión tener un campus suficiente y adecuado para realizar las funciones de investigación, influencia y de impacto social, por lo que buscamos el momento oportuno y el mejor espacio para dicho proyecto.” El mejor sitio, según explica el Rector de la UP, lo encontraron en Bosque Real Country Club. Ahí piensan construir inicialmente 13 mil metros cuadrados de área académica y sumarles 20 mil metros cuadrados para estacionamiento: más espacio para coches que para aulas pues, obviamente, todo mundo llegará en coche dado que la zona idónea para un campus universitario no tiene acceso a ningún servicio de transporte público. Que no haya manera de llegar en transporte público al campus universitario no importa pues las razones para seleccionar la ubicación, según escribe Lozano Díez, fueron que se trata de “una zona de desarrollo franco para los próximos años en todo el Valle de México” —sí, esa zona separada con un muro de otra con habitantes de condiciones económicas extremadamente desfavorables— y porque “el mercado de alumnos al que están dirigidos viven y vivirán en esa zona.” Sí, el Rector que unas líneas antes escribió sobre la visión de un campus con “influencia y de impacto social” piensa en su mercado de alumnos como habitantes de un fraccionamiento cerrado. Por supuesto, dice el Rector, Ciudad UP será “un importante generador de empleo:” entre sección académica y hospital se generarán 4,500 fuentes laborales. Eso quizá implique que haya la posibilidad de ampliar el ancho de las puertas de entrada de empleados al fraccionamiento para evitar largas filas.

Por supuesto un campus universitario puede ser un foco de desarrollo urbano. Lo fue Ciudad Universitaria en los años cincuenta en el Pedregal y la Universidad Iberoamericana en Santa Fe en los ochenta. En ambos casos, pese al esfuerzo inicial por construir buena arquitectura, habría que valorar los efectos urbanos a largo plazo: CU impulsó el crecimiento de la ciudad hacia el sur y vació al Centro Histórico de la vida universitaria y la Ibero dio pie a la catástrofe que para la ciudad resultó ser Santa Fe. Pese a la distancia de la ciudad en sus inicios, CU se pensó como un espacio abierto que ahora torpemente se cierra. La Ibero en cambio fue desde su inicio uno de esos fortines urbanos que comentó en este mismo sitio Juan Palomar. El esquema se ha repetido después muchas veces en la ciudad de México y en el país: campus universitarios cerrados a la ciudad y que buscan acercarse a su mercado, una descripción que serviría mejor para un mall, lo que quizá delate que, en el fondo, la educación se entiende como una oferta comercial.

Construir el campus universitario privado más grande de México y de América Latina en un fraccionamiento cerrado y amurallado, separado de la mayoría de los habitantes del país con tanta crudeza física como simbólica —véase de nuevo la blancura explícita de sus habitantes ideales en la publicidad de Bosque Real— es la culminación de esa historia que sólo tiene sentido en la tierra de la fantasía —tristemente nuestra realidad— donde un bosque se puede llamar real aunque no sea bosque y lo que queda fuera sólo es una mancha.

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