Resultados de búsqueda para la etiqueta [Minoru Yamasaki ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:33:57 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 A House is not a Home. La demolición de Pruitt Igoe https://arquine.com/a-house-is-not-a-home-la-demolicion-de-pruitt-igoe/ Wed, 17 Feb 2021 15:29:04 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/a-house-is-not-a-home-la-demolicion-de-pruitt-igoe/ No queda mucho para que se cumplan cincuenta años de la demolición del complejo urbanístico de Pruitt Igoe en San Luis (Misuri), uno de los episodios más tristes de la arquitectura social. En 1977, cuando Charles Jencks publicó la primera edición de su libro The Language of Post-Modern Architecture, fijó de forma caprichosa el final de la arquitectura moderna en uno de los días en que se demolieron varios edificios de Pruitt Igoe.

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Publicado en colaboración con Experimenta

 

A chair is still a chair
Even when there’s no one sitting there
But a chair is not a house and a house is not a home
When there’s no one there to hold you tight

Burt Bacharach, Hal David y Dionne Warwick, 1964

 

No queda mucho para que se cumplan cincuenta años de la demolición del complejo urbanístico de Pruitt Igoe en San Luis (Misuri), uno de los episodios más tristes de la arquitectura social. 

En 1977, cuando Charles Jencks —que nunca daba una puntada sin hilo— publicó la primera edición de su conocido libro The Language of Post-Modern Architecture(El lenguaje de la arquitectura postmoderna), fijó de forma caprichosa el final de la arquitectura moderna en uno de los días en que se demolieron varios edificios de Pruitt Igoe:

“La arquitectura moderna murió en San Luis, Missouri, el 15 de julio de 1972 a las 3:32 de la tarde (más o menos), cuando a varios bloques del infame proyecto Pruitt lgoe se les dio el tiro de gracia a base de dinamita. Antes de eso, habían sido objeto de vandalismo. mutilación y desfiguración por parte de sus residentes negros y, aunque se invirtieron millones de dólares para intentar conservar el lugar (reparando ascensores, ventanas o repintando todo) se puso fin a su miseria” (Jencks, 1991, 24).

Más de veinte años antes de esa fecha, la ciudad de San Luis había decidido realojar a la población sin recursos en un complejo urbanístico que parecía un remedo de los delirios urbanísticos de Le Corbusier. 

 En 1927, en Le Nouveau Siècle, órgano del partido de extrema derecha, Le Faisceau, Le Corbusier mostró su plan Voisin para la ciudad de París. Aquel delirio incluía la demolición de cuarenta hectáreas de la capital parisina, en la orilla derecha del Sena, para levantar varios edificios en forma de cruz —de ciento ochenta metros de alto—, rodeados de jardines y con un sistema de circulación que separaba al peatón de los coches. La Carta de Atenas, a la que Le Corbusier había contribuido con entusiasmo, establecía el concepto de zonificación urbana en sectores vinculados a las funciones básicas del ser humano (Le Corbusier, 1957, 38). Esta concepción industrial llevaba implícita una forma de entender la calle como “una máquina para producir tráfico”, ajena a la estructura urbana de la ciudad tradicional. 

Durante los años de crecimiento económico de la V República los proyectos de vivienda social se vieron muy influidos por la ideas de segregación de Le Corbusier, con su tendencia a aislar a las comunidades pobres en rascacielos monolíticos y cortar los lazos sociales que eran parte integral del desarrollo de la ciudad (Jacobs, 1961). Quizá, por su sencillez, estas propuestas fueron imitadas en otros países. En opinión de Witold Rybcznski, la influencia de Le Corbusier en Estados Unidos dejó distintos proyectos de vivienda pública “que dañaron el tejido urbano sin posibilidad de reparación”, muchos de los cuales tuvieron que ser desmantelados por los conflictos sociales que generaban. La segregación funcional acabó con la diversidad de los vecindarios heterogéneos y llevó a las ciudades a procesos irreversibles de degeneración urbana (Rybczynski, 1998). Uno de esos enormes fracasos fue Pruitt Igoe.

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En 1950, la administración de San Luis impulsó una cosa parecida a la utopia de Le Corbusier y encargó su proyecto a Minoru Yamasaki, el arquitecto que, años más tarde, construiría el desaparecido World Trade Center neoyorquino.

El complejo recibió su nombre en honor de Wendell O. Pruitt, un piloto afroamericano —natural de San Luis— y de William L. Igoe, antiguo miembro de la Cámara de Representantes. La disparatada intención inicial era alojar a los residentes negros en la zona dedicada a Pruitt, y dejar para los blancos los apartamentos Igoe, pero un juez prohibió esa segregación. De todos formas, en Pruitt Igoe, donde no llegó a haber residentes blancos, solo vivían poco antes de la demolición unas 600 personas. 

En 1955 se terminaron los más de treinta edificios de once plantas, que sumaban 2870 viviendas en total, muy pequeñas todas ellas, con amplios jardines entre los bloques y zonas comunes en las pisos inferiores. Una serie de factores, entre los que se encontraban las pobreza de sus ocupantes y la política social de la administración, llevaron al fracaso un proyecto tan ambicioso. Por razones presupuestarias, las viviendas vieron mermados sus servicios: los apartamentos tenían menos metros de los previstos, los ascensores solo se detenían en algunas plantas y los parques de recreo no eran los esperados: la zona de juegos tuvo que ser añadida sólo después de que los residentes presionaran para su instalación.

Pero también es cierto que el diseño de los edificios nunca contribuyó a crear una verdadera comunidad. Los espacios comunes, desangelados, apenas atendidos, atrajeron a todo tipo de maleantes que terminaron haciendo vida en los huecos de las escaleras y en los pasillos, En definitiva, no se llegaron a crear vínculos entre el lugar y sus habitantes, de manera que los bloques, medio vacíos, se convirtieron en espacios peligrosos (Newman, 1996, 17). En un estudio del departamento federal de Vivienda, publicado en 1996, Oscar Newman señalaba que la altura de los bloques en un conjunto residencial de este tipo contribuía a la comisión de delitos en los espacios comunes. Si en un edificio de tres plantas el incremento de esos delitos podía llegar a poco más del 5%, en un edificio de más de trece plantas podía superar el 37% (Newman, 1996, 13). La imposibilidad de que los vecinos controlaran esos grandes espacios favorecía la delincuencia.

“Cuanto mas áreas comunes deban compartir los residentes, más difícil será reclamarlas como propias, más difícil distinguir a otros residentes de los intrusos y más difícil ponerse de acuerdo con otros residentes acerca el cuidado y control de estas áreas” (Newman, 1996, 28).

Las condiciones en Pruitt Igoe se deterioraron de tal manera que, a partir de 1968, las autoridades municipales tiraron la toalla y animaron a los residentes a que abandonaran el lugar. Finalmente, todos los edificios serían demolidos en varias fases a partir de marzo de 1972.

 

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Charles Jencks consideró que el fracaso del proyecto fue debido, esencialmente, a la arquitectura y no quiso tener en cuenta los innumerables factores que condujeron a aquel desastre (Jenkcs, 1981, 9). Insistía —en su tendencioso relato postmoderno— en que la causa de todo estaba en una concepción arquitectónica equivocada:

“[Pruitt Igoe] estaba formado por elegantes bloques con calles elevadas (que evitaban el peligro de los coches, pero no del crimen, como más tarde se vio). […] La zona de juegos y determinados servicios como lavanderías, guarderías y los sitios para el chismorreo intentaban sustituir otros modelos más tradicionales. Su estilo purista era una metáfora del hospital saludable y limpio” (Jencks, 1981, 7).

Pero Jencks tenía parte de razón. Aunque es cierto que los problemas de fondo —económicos y sociales— tuvieron un papel importante en la demolición de Pruitt Igoe, la supuesta “bondad de la forma” no mejoró la vida de los residentes y  la arquitectura no contribuyó en nada a mejorar las condiciones de vida de los residentes. 

Como es sabido, Pruitt Igoe y las torres del World Trade Center fueron demolidas por razones diferentes y con procedimientos bien distintos. En Madrid, en el paseo de la Castellana, queda en pie —de momento—, otro de los edificios de Yamasaki: la torre Picasso que —de momento— parece haber sido protegida por los dioses.


Referencias

Jacobs, Jane. (1961) The Death and Life of Great American Cities. Nueva York, Random House (Edición española: Muerte y vida de las grandes ciudades.Península, Madrid, 1967).

Jencks, Charles. (1991) The Language of Post-Modern Architecture. Nueva York. Rizzoli (Edición española: El lenguaje de la arquitectura postmoderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1981)

Le Corbusier. (1957). La charte d’Athènes. Suivi de Entretien avec les étudiants de écoles d´Architecture.París, Éditions de Minuit. 

Newman, Oscar. (1996) Creating Defensible Space.Washington DC, US Department of Housing and Urban Development.

Rybczynski, Witold. (1998) “The Architect Le Corbusier”, en Time Magazine, 8 de junio de 1998.

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¿Es la destrucción un acto arquitectónico? https://arquine.com/es-la-destruccion-un-acto-arquitectonico/ Sun, 11 Sep 2016 16:37:39 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/es-la-destruccion-un-acto-arquitectonico/ Los nombres de Minoru Yamasaki y Mohamed Atta -ambos arquitectos- están irremediablemente vinculados a la disciplina durante el siglo pasado. Uno por la construcción del malogrado World Trace Center, el otro por su destrucción. Dos fenómenos, construir-destruir, siempre vinculados entre sí pero que, en lo simbólico, suponen dos formas radicalmente distintas de abordar el problema arquitectónico.

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11 de septiembre de 2001. 8:46 de la mañana. Dos cineastas franceses están realizando un documental sobre los bomberos del cuartel Lucky 7 de Nueva York cuando un Boeing 767 sobrevuela la zona de filmación y se estrella contra la torre norte del World Trade Center. Jules Naudet, quien manejaba la cámara, acaba de captar la única imagen existente del impacto. 16 minutos más tarde, ya con miles de cámaras enfocando a las torres, se confirmará el horror: no es un accidente, sino un atentado terrorista que alcanzará magnitudes globales.

¿Por qué estos edificios? Erigidos a principios de la década de los setenta del siglo pasado, las torres gemelas —World Trade Center 1 y 2— eran, sin duda, los edificios más enigmáticos y carismáticos del skyline de Nueva York. Dos prismas puros, de 110 niveles cada uno. Dos volúmenes blancos, ciegos y abstractos volcados enteramente hacia su propio interior que se manifestaban, tal y como apunta Jean Baudrillard en La violencia de lo mundial, como símbolos perfectos de los cambios que había sufrido el capitalismo en la segunda mitad del siglo XX: “Todos los grandes rascacielos de Manhattan se habían limitado a enfrentarse en una verticalidad competitiva, cuyo resultado era un panorama arquitectónico a imagen del sistema capitalista, una jungla piramidal cuya célebre imagen se perfilaba cuando se llegaba por mar. Esta imagen se modificó en 1973 con la construcción del WTC [que] ya no encarna[ba] a un sistema competitivo, sino digital y contable, en el que la competencia ha desaparecido en beneficio de las redes y el monopolio (…). Que haya dos significa el fin de toda referencia original. De haber solo una, el monopolio no se encarnaría a la perfección. Solo la reduplicación del signo pone verdadero fin a aquello que designa como si la arquitectura, a imagen del sistema, solo emanara ya de la clonación de un código genético inmutable”.

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Construcción y destrucción son dos fenómenos arquitectónicos siempre asociados. Dice Ignasi de Solà-Morales que “la arquitectura es agresiva contra el territorio, contra el material, al que violenta, manipula, fuerza, retuerce; es violenta contra las formas existentes, contra los tipos y los modos existentes. Toda arquitectura fundante se basa en la violencia y tiene en su interior no tanto una construcción sino también inseparablemente una destrucción”. Para crear algo nuevo es necesario transformar —con violencia— algo que ya existía; levantar el WTC supuso que la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey —dueños del complejo hasta julio de 2001, cuando pasó a manos privadas— se vieron en la necesidad de expulsar a las personas que, por entonces, ocupaban la zona. Las torres ya contenían la violencia destructiva desde su propia construcción, negando con su lenguaje cualquier afinidad al acontecimiento del que fueron testigos. Para ello, Minoru Yamasaki, su diseñador, había construido un proyecto de líneas claras y sencillas. Dos monolitos ausentes de cualquier historicidad y de cualquier elemento voluntariamente agresivo, que no impedía sin embargo ver en ellas la más cruel manifestación del mercado global y neoliberal de nuestros días “en su pura modelización informática, bancaria, financiera, contable y numérica —continuaba el filósofo francés— las torres eran en cierto modo su cerebro, y, golpeándolas, los terroristas han golpeado el cerebro, el centro neurálgico del sistema”.

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Así, el acto de destrucción de las torres, cargado además de un gran valor simbólico, supone, de alguna forma, cierto fenómeno arquitectónico tristemente ejecutado. Algo que, quizás, ya intuía Mohamed Atta, líder de los terroristas, piloto del primer avión involucrado y arquitecto-urbanista por la Universidad del Cairo con estudios en la Universidad Técnica de Hamburgo. En 1999, Atta presentó en la ciudad alemana una tesis doctoral que planteaba la reconstrucción de la ciudad vieja de Alepo, en Siria, defendiendo los valores e ideales tradicionales frente a la amenazante invasión del rascacielos, de un lenguaje ajeno al lugar, que se desarrollaba en las ciudades árabes. La visión del egipcio era un imaginario iconoclasta del rascacielos: “la apoteosis del tipo de edificio que soñaba con arrasar en Alepo”. Una tesis que pudo ver tristemente cumplida poco tiempo después y una historia que sirve al escritor Jarett Kobek para imaginar en ATTA a un arquitecto más fascinado con la crítica de la ciudad occidental que por la ideología religiosa.

A quince años de aquel magno suceso, las respuestas siguen sin verse de forma completa y los símbolos siguen inundando el acontecimiento. El atentado no frenó al rascacielos. Al contrario, un concurso en 2003 planteó la reconstrucción del área sin olvidar la memoria de los hechos acaecidos. Pero este concurso fue también una oportunidad perdida para la ciudad y la arquitectura; enturbiado por la especulación el concurso fue definido por Felicity D. Scott en 2003 como un fenómeno que dejó pasar “una ocasión para problematizar la imbricación de la disciplina con complejos y cambiantes contextos históricos, sociales, institucionales y geopolíticos”, puesto que la mayoría de las propuestas finalistas “no cuestionaron las fuerzas históricas que condicionaban el programa del concurso sino que se dejaron llevar por los versiones estereotipadas de lugares comunes —héroes, monumentos, renacimiento, espacio público, ‘arquitectura visionaria’, ‘espacio defendible’, legibilidad espiritual y simbólica— sin ofrecer estrategias críticas con las que abordar los asuntos políticos que éstos presentaban”. Y es que lo simbólico del acto, expresado en la arquitectura, siempre acaba por impedir la complejidad, destruyendo cualquier atisbo de contradicción en lo urbano. Sea para levantar o tumbar cualquier tipo de monumento.

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The Pruitt-Igoe Myth https://arquine.com/the-pruitt-igoe-myth-an-urban-history/ Fri, 25 Jan 2013 17:10:17 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/the-pruitt-igoe-myth-an-urban-history/ Cuando se le dio el tiro de gracia a Pruitt-Igoe con dinamita, fue el día en que la arquitectura moderna murió' Charles Jencks. La propuesta consistía en treinta y tres edificios de once pisos siguiendo los principios de planeación de Le Corbusier.

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“Cuando se le dio el tiro de gracia a Pruitt-Igoe con dinamita, fue el día en que la arquitectura moderna murió”. Así resume Charles Jencks la historia del conjunto habitacional que colapsó con la modernidad. En 1950, la ciudad de St. Louis, Missouri, ubicada en el medio oeste de Estados Unidos, pasaba por un grave problema de sobrepoblación. La gente vivía en condiciones poco óptimas y el crimen alcanzaba cifras alarmantes. Como solución a este problema, el gobierno de la ciudad comisionó al arquitecto Minoru Yamasaki, quien también diseñaría las torres del World Trade Center, la construcción de un complejo de edificios para trasladar a las familias a una zona habitacional y así mejorar su calidad de vida. El proyecto de Yamasaki se nombró Pruitt-Igoe en honor a un piloto de la Segunda Guerra Mundial y a un congresista estadounidense. La propuesta consistía en 33 edificios de 11 pisos siguiendo los principios de planeación de Le Corbusier: la  creación de comunidades verticales que permitieran el uso del espacio a nivel de piso para actividades públicas comunitarias.

Pruitt-Igoe se terminó de construir en 1955, y a pesar de sus innegables fallas, se consideró un parte aguas para la renovación urbanística americana. Para 1960, los edificios estaban gravemente deteriorados; el vandalismo y la criminalidad terminaron con el proyecto y en 1972 el gobierno ordenó la demolición de los edificios. El sueño de mejorar la calidad de vida de la gente, a través de la arquitectura, se vio frenado por el poder destructivo generado por la misma. The Pruitt-Igoe Myth: An Urban History (2011), es un documental dirigido por Chad Freidrichs, quien tras cuatro años de investigación logró reunir la suficiente información, imágenes de archivo y entrevistas que conforman este trabajo. No es sólo una muestra visual tras una ardua labor de documental, sino que narra cómo la gente que vio el proceso y construcción del conjunto como una posibilidad de cambio y la esperanza que esto conlleva. El documental presenta el lado humano de uno de los fracasos más trascendentes de la arquitectura moderna norteamericana.

 

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